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Conversando con José Luis González

Revista Exégesis


Esta es la segunda vez que estoy aquí, después de… ¿cuántos años hará?: cinco años o algo así. Por otra parte, me da mucho gusto estar en la ciudad natal de mi querido amigo Aguedo Mojica, a quien quise mucho y sigo queriendo, porque gente así no se muere nunca. Quisiera, entonces, que se sintieran en total libertad de proponer temas. Me comprometo a abordar los que pueda y me reservo el derecho de proponerles algunos.

Pregunta: Uno de los ensayos más polémicos que ha escrito, probablemente, es El país de cuatro pisos. Recientemente el gobierno federal aprobó una ley de inmigración que permitiría el arribo a Puerto Rico de un gran contingente de personas desde las otras islas del Caribe. ¿Implicaría esto la añadidura de un “quinto piso” a la sociedad puertorriqueña?

José Luis González: Todo esto viene porque yo no sospechaba que la Associated Press llegara hasta Utuado. Eso lo dije en Utuado porque alguien me preguntó, sin mencionar esta nueva ley, si no veía ya la posibilidad de un “quinto piso”…

Yo siempre había dicho que no, que no había visto ningún indicio de un “quinto piso”. Lo que sí había visto siempre, desde que escribí el ensayo, era una profunda crisis en el “cuarto piso”; pero tanto como un “quinto piso” no lo veía por ninguna parte.

Hubo personas que me dijeron que el “quinto piso” son los cubanos. Yo dije que no llega a ser un piso porque no son tantos. Orville Miller me dijo que un “quinto piso” podría ser el de los puertorriqueños hijos de norteamericanos. ¿Y cuántos son ustedes?, le pregunté; son pocos también.

La palabra “piso” está usada en el titulo del ensayo en un sentido metafórico. Un piso representa una etapa histórica; hay que entenderlo así. Por eso yo no veía nada nuevo, con suficiente envergadura, que nos hiciera pensar en una nueva etapa histórica.

La noticia de la nueva ley que, por una parte, legaliza la estancia en Puerto Rico de ciento cincuenta mil dominicanos, más la información de la Oficina de Inmigración que dice que se pueden esperar cuatro nuevos inmigrantes por cada uno de los ya legalizados (si multiplicamos ciento cincuenta mil por cuatro tenernos seiscientos mil) sugieren que esto va a ser masivo. Sin embargo, eso solo no me haría pensar en un “quinto piso”. Lo que sucede es que junto con eso está pasando un complejo de cosas. Prácticamente cada día encuentro en los periódicos, por la radio, un nuevo indicio de que algo muy serio está pasando.

Al mismo tiempo que están entrando -y van a seguir entrando- estas decenas de miles de dominicanos, está saliendo de Puerto Rico una gran cantidad de gente perteneciente sobre todo a la clase media y a la clase alta, a diferencia de lo que pasó en los años cuarenta cuando el gran éxodo de puertorriqueños a Estados Unidos era de trabajadores rurales. Ese éxodo perteneciente a los sectores más acomodados parece más un trasiego demográfico que una sustitución.

Por otra parte, todavía me tiene medio sumido en la perplejidad un énfasis por parte de las autoridades políticas del país -o sea, el gobierno- énfasis cada vez más marcado en la latinoamericanización y la caribeñización de Puerto Rico. No falta un día en la prensa sin una noticia relativa a ese fenómeno. Lo está oyendo uno todos los días; lo ve, lo lee; la gente habla de eso. Pienso que si lo unirnos todo se confirma algo. A mí me acaban de dar una noticia que me ha dejado casi bobo. Dicen que el Departamento de Instrucción Pública va a usar El país de cuatro pisos como texto para los estudiantes de cuarto año. Todo esto parece configurar una nueva etapa histórica. Y ese sería, entonces, un nuevo piso.

Ahora, ¿cómo cristalizaría en la práctica política, jurídica, constitucional, cultural, este quinto piso? ¿Puede hacerse eso dentro de las actuales estructuras constitucionales de Puerto Rico? Yo no veo cómo puede usarse un texto como ese, donde se dicen cosas terribles sobre el Estado Libre Asociado. ¿EL ELA le va a dar un libro a esos muchachos donde se dice que el ELA está podrido, que el país está desquiciado, que esto no aguanta más? A mí me sacaron de Puerto Rico hace muchos años por subversivo. Entonces, como que ahora los subversivos son ellos. Yo desde luego, feliz de la vida; pero, entonces, creo que mi amigo y colega (porque acaba de publicar una novela) Juan Manuel García Passalacqua tiene razón.

¿Cuál puede ser, independientemente de lo que uno desee, o lo que uno quiera en buena lógica, el resultado de todo esto? A estas alturas de la historia del mundo uno tiene que remitirse necesariamente a la carta de las Naciones Unidas en la que se estipulan las vías de descolonización aceptables para ellas. (Lo que se haga en Puerto Rico, mañana o cuando sea, tendrá que tener el aval y el reconocimiento de las Naciones Unidas.) Hay tres vías de descolonización: independencia plena, separación total; la segunda vía, que la colonia se federe, que ingrese en el cuerpo político de la metrópoli como un ente federado más, y la tercera vía, es lo que la carta de las Naciones Unidas llama “libre asociación”.

Libre asociación suena a Estado Libre Asociado, pero no es lo mismo. La libre asociación, en el sentido en que lo entiende la ONU, es una asociación libremente pactada entre dos estados soberanos. Cuando la colonia deja de ser colonia y la metrópoli le reconoce su soberanía, pactan una asociación en todas aquellas áreas en que las dos partes lo estimen conveniente. Tenemos, entonces, un ingrediente nuevo que es la soberanía. Por otra parte, ese diálogo seria revocable, unilateralmente, por cualquiera de las dos partes. Nada de eso pasa con el ELA. Sería algo nuevo, y Puerto Rico pasaría a ser un país soberano que pacta con Estados Unidos una asociación en todas aquellas cosas de conveniencia común.

Preveo, por ejemplo, una ciudadanía común, perfectamente viable, y no hay nada que se oponga a eso. Es lo que acaban de hacer con los ciudadanos de las Islas Marshall, quienes ni siquiera eran ciudadanos norteamericanos en el momento de la asociación. Cuando le preguntaron en el Senado de los Estados Unidos al funcionario norteamericano que había preparado el tratado de las Islas Marshall por qué incluía la ciudadanía dual si la inmensa mayoría de los habitantes de esas islas nunca han sido ciudadanos norteamericanos; ¿es que estaba usted pensando en sentar un precedente para algún otro territorio; estaba usted pensando por casualidad en Puerto Rico? El hombre contestó, sí, “yes”… Yo vi los “records”.

Un puertorriqueño, aquí, seria ciudadano de Puerto Rico y tendría libre acceso a Estados Unidos como lo tiene ahora. En el momento en que pone los pies allí, sería ciudadano de los Estados Unidos. Es lo que pasaba antes con los australianos y los canadienses cuando llegaban a Gran Bretaña. Moneda común: sigue el dólar funcionando aquí. Defensa común: los norteamericanos mantienen sus bases. Lo único que tendrían que hacer es pagar renta por ellas como la pagan en todos los países donde tienen bases: España, Turquía, ¡en el demonio!

Y eso sería, además, espléndido, porque sería la manera de no crear problemas económicos. Estados Unidos está mandando a Puerto Rico dos mil quinientos millones de dólares al año en fondos federales. Todo lo que haría es pagar exactamente la misma suma como renta por las bases militares, ¡y no se pierde un centavo!

Es lo que yo decía en Utuado, que no me sorprendería que un día saliera publicado en la página 15 de “El Nuevo Día” una notita diciendo: “Puerto Rico es república desde ayer”, y que la gente ni se enterara. Digo, exagerando un poco la cosa. No habría ni sombra de trauma, ni de susto, ni nada.

Claro, yo no creo que las cosas vayan a seguir igual. Pienso que si eso sucede va a haber una ganancia importante; si no, yo no me tornaría la molestia de hablar de eso. Diría que es una farsa más y no hay que hacerle caso.

Sería muy importante para el pueblo puertorriqueño empezar a vivir como un país soberano. Lo que implica para un pueblo saberse dueño de la capacidad de cambiar su “status”, aunque no lo use por el momento, pero saber que cuando quiera hacerlo puede hacerlo sin tener que estar pidiéndole permiso a nadie, es fundamental.

El día que la inmigración esté en manos de Puerto Rico, que sea el gobierno de Puerto Rico el que decida quién entra aquí… Yo llegué el día 4 de septiembre y por poco me devuelven a México en el mismo avión en que vine. El presidente de la universidad tuvo que hablar con el secretario de Estado de Puerto Rico, y el secretario de Estado de Puerto Rico con el jefe grande de Inmigración, y el jefe de Inmigración con el jefe del aeropuerto para que me dejaran entrar en mi país, por el hecho de que no tengo la dichosa ciudadanía. No la ciudadanía del país, porque esa no existe, sino la norteamericana.

Y para nuestra vida cultural… Yo pienso que no se debía de hablar de “caribeñización” sino de “recaribeñización”, porque Puerto Rico siempre fue caribeño hasta hace menos de un siglo. El alejamiento de Puerto Rico de los demás países del Caribe es un alejamiento muy reciente en términos históricos. Puerto Rico estuvo vinculado al Caribe hasta muy entrado el siglo pasado. Se tardaba uno menos en llegar por barco de San Thomas al Japón que por tierra de San Juan a Ponce. El Caribe era un mundo más de navegantes que de caminantes, y Puerto Rico estaba integrado al Caribe.

En nuestra población a finales del siglo pasado había una gran cantidad de gente de las demás islas del Caribe. Éramos un país caribeño. Dejamos de serlo durante unos cuantos años, y se nos olvidó. Todo lo que se va a hacer ahora es recordarnos; vamos a volver a ser lo que fuimos. No es nuevo, es rectificar un error que se cometió durante casi medio siglo. Vamos a ser otra vez país caribeño. Y bienvenidos, entonces, los dominicanos porque -y esto es algo que nadie está diciendo, pero yo sí lo digo- se dice: “están llegando esos dominicanos aquí y le están quitando los empleos a los puertorriqueños”. No, no es verdad. Yo no conozco todavía a un solo puertorriqueño al que un dominicano le haya quitado el empleo. Los dominicanos están haciendo los trabajos que los puertorriqueños no quieren hacer.

Es gente pobre; son trabajadores; no vienen a quedarse en el país. Y, por otra parte, eso sucedió ya a la inversa. Fueron puertorriqueños a trabajar a Santo Domingo, como fue mi padre, y por eso nací yo allá. En todo caso, lo que estamos haciendo es devolviendo un favor por otro. Así que no nos sintamos muy generosos con los dominicanos: ellos lo hicieron primero por nosotros. Cuando aquí estaban las cosas muy malas, de aquí fue gente para allá. Y ahora viene gente de allá para acá, y llegará el día en que vengan y vayan a la vez.

Pregunta: ¿Considera usted literatura puertorriqueña a la literatura escrita en inglés por puertorriqueños nacidos en Estados Unidos o escrita en “spanglish” por compatriotas allá?

José Luis González: Esta es una pregunta clásica. Yo suelo contestar a esta pregunta así: ¿se considera literatura puertorriqueña la obra literaria de Ramón Emeterio Betances? ¿Qué dirían ustedes?… Ese es el Padre de la Patria, y toda (su literatura) la escribió en francés.

¿Se considera literatura puertorriqueña los últimos poemas de Julia de Burgos? ¿Sí?… Pues, los escribió todos en inglés. ¿Por qué no? ¿Cuál es el miedo?

Yo pienso que el idioma en que está escrita una literatura es muy importante para decidir su nacionalidad. Para ciertos casos. Pero, en otros, el contenido es más importante. Pienso que en este caso particular el contenido es más importante; por lo menos ahora.

Lo que se está escribiendo en inglés allá es una experiencia nacional puertorriqueña. Ellos están escribiendo en inglés una experiencia colectiva de nosotros. Eso no tiene nada que ver con los Estados Unidos. Tiene que ver con Puerto Rico. Eso es puertorriqueño.

Si fuera en chino, sería un problema porque ¿quién lo va a leer? Pero, ¿aquí? ¿Quién no lee más o menos el inglés? ¿Quién no puede leer un poema de Pedro Pietri? No somos un pueblo bilingüe, no es verdad. En este mundo no hay pueblos bilingües; hay personas bilingües.

Este es un país cuyo proceso histórico ha determinado que un sector importante de la población haya salido de la isla, haya estado viviendo en Estados Unidos, haya estado yendo y viniendo, manteniendo un vinculo vivo con la isla. Si hay unos puertorriqueños -treinta, cuarenta, cien- que están dando un testimonio de esa realidad en lengua inglesa porque la dominan mejor que la lengua española, ¿cuál es el problema? Yo no lo veo.

Yo he estado varias veces en Nueva York hablando con estos compatriotas -ellos en inglés y yo en español- y nos entendernos muy bien. Somos puertorriqueños todos, estamos cruzando por los mismos problemas.

Pregunta: ¿Qué opina del “spanglísh”?

José Luis González: ¿Cómo le llamarían los romanos al latín que se empezó a hablar en España allá por el siglo V? ¿No seria algo parecido a eso? La lengua la hace la gente, y los escritores y las escritoras la pulen.

Pregunta: De acuerdo a su planteamiento podríamos decir, entonces, que la obra poética que escribió Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico es literatura puertorriqueña.

José Luis González: No, eso es otra cosa. Porque cuando Juan Ramón llegó aquí ya estaba hecho y rehecho. Cuando Alejo Carpentier va a Haití y escribe una novela sobre Haití, no es una novela haitiana; es una novela cubana. Y cuando Valle Inclán llega a México y escribe Tirano Banderas, no es una novela mexicana; es una novela española.

No, el caso de estos muchachos es otro; es que son jóvenes. No es que estén viviendo aquí para hacer literatura puertorriqueña; es que la hacen allá, porque son puertorriqueños allá. Eso es otra cosa. Yo lo que no sé -y ahí está mi gran duda- es lo que va a pasar con los nietos de esos puertorriqueños; si van a integrarse a esa sociedad o a esta; o si van a constituir algo nuevo, como chicanos, o quién sabe. A mí lo único que me quita el sueño es la posibilidad de una guerra nuclear; pero fuera de eso, nada me quita el sueño.

Por “spanglish” yo entiendo dos cosas muy distintas. Pienso que hay dos “spanglishes”: el “spanglish” creado en New York, por necesidad cultural, en el que ambos idiomas colaboran para que los que lo usan puedan expresar su visión de la realidad y del mundo; yo con ese no tengo pleito. Hay otro “spanglish” con el que sí tengo pleito, y es el de acá. Ese si que no me gusta. Porque aquellos han tenido que forjar su propio instrumento de comunicación; pero, los de aquí no han tenido que forjar nada, lo han hecho por vicio.

Eso de que un puertorriqueño que siempre ha vivido aquí, después de cada cinco palabras en español le encaja a uno una en inglés. No, ese es el “spanglish” malo; es una falta de respeto al idioma nacional. Y no solo palabras en inglés, sino, peor todavía, las transliteraciones. No es que traduzcan, es que transliteran. Ya aquí la gente no “supone” nada, sino “asumen”. “Asumir” es otra cosa.

Luego, este es el país de la gente “envuelta”. Aquí todos estarnos “envueltos” en algo: ¿estarán envueltos en papel de celofán, o en qué están envueltos? Dicen: “yo estoy envuelto en tal causa”, “yo estoy envuelto con fulana”. ¡Señor, yo tengo una relación con fulana, yo estoy comprometido con tal causa! ¡Hay tantas palabras en español!

Entonces, ¿por qué ese vicio de usar otras?

Aquí todo el mundo “brega”. Ahora esa es palabra castellana de gran prosapia; está en los clásicos; bregar. En México la usa la gente pedante.

El otro día iba yo por la avenida González en Río Piedras. Veo un fulano ahí, parado en una esquina. Pasa una muchacha muy bonita y él se queda mirándola y le dice “¿Bregamos, nena?” … Alta metáfora, ¿verdad?

Todo eso viene de “to deal with” o “to handle”. Y fue Muñoz Marín el responsable; eso es de Luis Muñoz Marín, no porque me lo contaron, sino porque yo vi nacer esa palabra aquí (Imita la voz de Muñoz): “Vamos a bregar con la realidad de este pueblo”. A bregar, y el hombre bregó y bregó y mira cómo nos dejó.

Nos dejó y no quiero dejar la cosa ahí. Tampoco quiero despachar una figura histórica tan importante con una frase humorística. No. Muñoz dejó muchas cosas; muchas de ellas malas, pero no todas malas.

Cuando estuve hace unos meses en el campus de la Universidad del Turabo pensé que ese campus, en otro tiempo, fue el terreno donde se levantaron las construcciones de la “Easterns Sugar Company” y que las casas siguen ahí. Vi a aquellos estudiantes caminando por aquel campus. No pude dejar de pensar que muchos de esos muchachos son nietos de gente que cortaba caña descalza. También eso se le debe a Muñoz Marín.

Pregunta: ¿Cómo se puede explicar este fenómeno del Puerto Rico de los ochenta en que, parejo al desarrollo de una visión tecnológica del mundo, hecho de profesionales y técnicos, encontramos también una enorme efervescencia cultural en el campo del teatro, la poesía, las artes plásticas, entre otras?

José Luis González: Los griegos inventaron una palabra para eso: dialéctica. Hay un diálogo entre lo positivo y lo negativo: tesis, antítesis y síntesis. Y eso es lo que sucede en todas partes cuando se está viviendo un momento de transición histórica. Eso es perfectamente normal.

Lo que me aterraría a mí es que aquí todo estuviera paralizado. Eso sí daría miedo, porque es lo que pasa con las ciudades muertas o anestesiadas, y aquí no hay eso. Aquí hay una sociedad vivisima. ¿Que los jóvenes andan solo pendientes de cosas frívolas? Sí, muchos jóvenes están así. También en México y, agárrense, más sucede en Checoslovaquia, que es un país socialista. Así que no se asusten de eso…

El otro día llegó a la casa donde estoy viviendo un grupo de nueve o diez muchachos del Programa de Honor del Recinto de Río Piedras, que me pidieron reunirse conmigo, no en el aula, sino donde yo estoy viviendo, porque ellos quieran ver a la gente fuera del aula y yo encantado. Ahí estuvieron más de tres horas esos muchachos mostrando unas preocupaciones de una sensatez y de una precisión…

¿Cuántos estudiantes hay aquí? Veinte mil, me dijeron. ¿Cuántos dirían ustedes que son como ustedes? Se miraron unos a otros y dice uno: “Con estas preocupaciones e inquietudes, diríamos que unos cuatro mil”. Digo, ¿uno de cada cinco? ¡Eso es sensacional!

Cuando estudié eran como cinco mil y era una universidad de élite: universidad de los blanquitos. Aquello era la flor y nata de la sociedad puertorriqueña, y todos éramos niños sabios; visitábamos a Ortega y a Platón.

Y como todos somos adultos y no le tengo miedo a la gramática parda, les voy a contar textualmente lo que oí en la rampa del Edificio de Estudios Generales del Recinto de Río Piedras hace apenas una semana. Yo iba hacia el anfiteatro a dar una conferencia y van bajando dos muchachas como de 18 años más o menos. Al pasar junto a mí oigo que una le dice a la otra: “esto de la plusvalía relativa y la plusvalía absoluta está cabrón”. Yo a esa edad todavía no sabia lo que era la plusvalía relativa. No, esto se está moviendo aquí. Puerto Rico está en el mundo más que antes.

Pregunta: A mí me preocupa la dirección contraria. Usted ha dicho que las cosas tienen que cambiar para que sigan iguales y le preocupa mucho que se pudiera asignar El país de cuatro pisos

José Luis González: No, a mí no me preocupa que asignen El país de cuatro pisos

Pregunta: Pero hay una corriente de pensamiento hoy día que está hablando de que las sociedades modernas tienen una gran capacidad para tragarse a la oposición y la crítica, y a mí me preocupa que esté ocurriendo eso: que, en vez de una dialéctica, sea todo lo contrario. Esto es, se permite leer El país de cuatro pisos en la escuela pública, pero no ocurre nada más, es decir, la síntesis no se produce.

José Luis González: Yo no creo que esas cosas puedan pasar sin que haya consecuencias. Por lo pronto, no recuerdo ningún país en este mundo donde esas cosas hayan pasado sin que haya habido consecuencias a corto o a mediano plazo. Con eso no se juega. Dudo mucho que el Departamento de Instrucción Pública vaya a poner El país de cuatro pisos como lectura por jugar con eso. Pienso que ellos saben lo que van a poner a leer, y que lo han discutido, y que esas decisiones no las toma un funcionario solito. No. Yo sé lo bastante de política para saber cómo se hacen esas cosas. No puedo creer, sobre todo, que mi cuasi paisano Cantinflas haya venido a Puerto Rico hace unos días y les haya dicho a los puertorriqueños: “¡Defiendan lo suyo!” ¿Eso, salir de la cabecita de Cantinflas? Hace exactamente un año, lo mismo dijo el papa. ¿Es una coincidencia?

Déjenme explicarles lo que pienso que se está cocinando y por qué, ya que llegamos al meollo. Yo pienso que todo esto viene de los Estados Unidos. Lo que ha cambiado, lo que está cambiando, es la política de los Estados Unidos en el Caribe, en América Latina y en el Tercer Mundo. Ya se han llevado varios trancazos y no quieren seguir llevándose más. Se lo llevaron en Cuba, en Nicaragua. Ellos necesitan organizar el Caribe para sus propios fines, claro; no para los míos. Y se dan cuenta de que a ellos les hace falta en el Caribe un intermediario. Ellos no pueden manejar el Caribe directamente, desde Wáshington, porque ya eso no se puede hacer en este mundo. Ya pasó la época de los imperialismos así, en bruto. De que desde Wáshington, yo digo; desde París, yo digo; de que desde Londres, yo digo. No, no, ya se hila mucho más fino. Les hace falta un intermediario eficaz, aceptable para el Caribe y no solo para ellos. Y este país, lógicamente, es excelente.

Ahora, ¿puede Puerto Rico ser un intermediario eficaz siendo colonia? No puede, porque ningún gobierno soberano del Caribe va a estar de acuerdo en que llegue un funcionario colonial de Puerto Rico a supervisarlo y a intermediarlo. No. Hágalo soberano y hágalo aceptable, por necesidad.

Ahora bien, como decía Hegel, ocurre algo que él llamaba “las astucias de la providencia”. (Yo le llamo las astucias de la historia). Da la casualidad de que en este momento el gobierno de los Estados Unidos y yo coincidimos en lo que hay que hacer para Puerto Rico (y, que yo sepa, no he hablado con ningún agente de la CIA). Lo que sucede es que ellos tienen su propósito y yo tengo el mío. Eso depende… Yo creo que lo que no debernos ni podemos hacer en Puerto Rico es decir: ¡Ah, si viene de allá no hay que meterse en eso! ¿Y entonces qué? ¿Quedarme en la colonia a esperar que un día el pueblo puertorriqueño decida levantarse en armas contra Estados Unidos? Llegamos al siglo XXII, y estamos en las mismas.

Hace mucho tiempo ya que aprendí que los hechos históricos no se esperan sentados. Hay que remangarse las mangas y meter las manos en la cosa esa que no le gusta a nadie. Hay un viejo dicho popular caribeño que dice: “El que quiera comer pescao que se moje el culo”. Y si se trata de mojárselo en las tibias aguas del Caribe, yo encantado de mojármelo. Eso de sentarnos a mantenernos puros: ¿cómo voy a estar metido en un proyecto que, yo sé, viene de Wáshington? ¿Y a mí qué me importa de dónde venga si estoy convencido que para mi proyecto eso es bueno? Entonces yo también le entro, y la historia dirá quién se sale con la suya.

Pregunta: ¿No caerá también dentro de esa “astucia de la providencia”, que decía Hegel, el proceso migratorio que se está dando en estos momentos? Hubo una emigración en la que se fue parte de la base de nuestro pueblo; ahora es al revés. Ahora esa base está regresando; pero, a la vez, se nos está yendo el profesional y el técnico, que es tal vez el más sensible a la enajenación. O sea, que estamos limpiando, estamos llenando otra vez la base de la fuerza de cultura de nuestro pueblo y limpiando los obstáculos, o lo que pudiera ser una rémora a este proceso.

José Luis González: Lo felicito a usted por su perspicacia. Eso mismo pienso yo. Están limpiando al país de la posible oposición. Aquí hay gente que se va a oponer a ese proceso porque quieren seguir viviendo en el “American way of life”, como ciudadanos norteamericanos. Nadie se lo impide: la estadidad está más cerca que nunca, está a noventa minutos. ¿Usted quiere seguir viviendo en el “American way of life”?… váyase para la Florida, Georgia, Texas, no hay problemas. Váyase si le gusta aquello. Si no, vuelva; no hay problemas. Le están dando salidas cómodas; están creando las condiciones para que salga la cosa en la página 15 de “El Nuevo Día” y no se asuste nadie.

A mi lo que me duele es lo que muchos puertorriqueños les hacen a estos muchachos que vuelven: los están tratando mal. Hay una hostilidad contra esos muchachos y a mí eso me parece mal, poco generoso. ¿Qué traen otras costumbres? ¡Pero si este país se ha hecho de gente que ha traído otras costumbres a lo largo de cuatro siglos, por Dios!

Existe temor, sobre todo de parte de los independentistas, a la asimilación -y yo soy independentista. Existe el cuco de que nos asimilan, nos asimilan. Ya Pedreira estaba en contra de eso: que nos coge el holandés.

Bueno, hace falta conocer mal la historia de este país para tenerle miedo a la asimilación de este pueblo por alguien, cuando este país ha sido el país asimilador por excelencia. Este país ha asimilado españoles, africanos, ingleses, holandeses, daneses, norteamericanos, corsos, mallorquines. ¡Si los expertos en asimilación somos nosotros! ¿Quién ha asimilado a quién aquí durante cuatro siglos? Asimilamos nosotros. Yo fui niño cuando aquí se enseñaba en las escuelas en inglés: eso que ustedes conocen como historia pasada y como una lucha épica del pueblo puertorriqueño y de los independentistas para salvar el idioma. Yo leo esas cosas y me sonrío, porque yo las viví.

Miren, trajeron a principios de siglo un número indeterminado de maestros y maestras jóvenes de Estados Unidos a que les enseñaran inglés a los puertorriqueños. Yo tuve maestros y maestras de inglés en mi escuela primaria. Me acuerdo muy bien de todos ellos. En clase nos hablaban en inglés.

Para ir al baño había que levantar la mano y decir: “may I?”. Pero, ¿qué pasaba? Aquel maestro o aquella maestra, tan pronto salía del aula, en los pasillos de la escuela, en la plaza, solo hablaba español, un español macarrónico, terrible.

Me acuerdo que, una vez, una vieja maestra se encuentra con mi madre en la calle y le dice: “Señora González, la felicito; usted tener un hijo muy agusao”… ¡Ellos se puertorriqueñizaron! Se casaron, además, puertorriqueños y norteamericanos. Eso es lo que Orville Miller ve como el quinto piso. Vino de ahí, de la asimilación de aquellos norteamericanos y norteamericanas por los puertorriqueños. ¿Por qué Orville Miller no es yanki? Es puertorriqueño de Santurce, cangrejero; y Roy Brown también. Nosotros somos los que asimilamos.

Todos estos cubanos que han venido, contrarrevolucionarios, conservadores, que dicen que nos van a echar para atrás en la historia como nos echaran para atrás los que vinieron huyendo de las guerras de independencia de América del Sur en el siglo pasado… ¡Mentira! Aquella gente nos echó pa’lante. Yo lo vengo sosteniendo hace varios años, y me han llovido palos por decirlo.

Leo la Historia general de Puerto Rico que acaba de publicar Fernando Picó y me encuentro con gran gusto que Picó dice lo mismo. Aquella gente vino de allá huyendo de una situación de guerra, y eran los escribanos, y los comerciantes, y tal y cual. No vinieron para acá por razones ideológicas: vinieron por razones económicas, personales; y los descendientes de aquellos conservadores fueron los próceres del liberalismo puertorriqueño. Salvador Brau era hijo de una emigrante venezolana y de un emigrante catalán, autonomista puertorriqueño. Los nietos de estos cubanos van a hacer lo mismo; hay que darles tiempo. Ya muchos de sus hijos son puertorriqueños, pues a los nietos los asimilamos tranquilamente, nos los comemos y qué bueno… ¿Quién es “puertorriqueño viejo” en detalle?

En el libro de Fernando Picó hay una oración, una sola oración corta, que explica toda la historia de Puerto Rico en los siglos XIX y XX, y es esta: “En la mayoría de los pueblos de la isla las familias consideradas antiguas eran las que en el 1867 estaban en su primera generación”.

Esta oración vale por todo El país de cuatro pisos. Eso quiere decir que once años antes de que los norteamericanos llegaran aquí no había una clase dirigente nacional. Era una nación que estaba haciéndose, y esto no es para que le dé vergüenza a nadie. Los norteamericanos llegaron a una sociedad que todavía estaba haciéndose, y si todavía no somos país independiente no se debe a la maldad de nadie; se debe a que los pueblos luchan por su independencia solo cuando la independencia le es necesaria a un sector importante de su población y si no, no. Y aquí no ha sido el caso. Los colombianos no hicieron su independencia porque un señor se trepara en una tribuna o en un caballo y dijera: ¡hay que salvar la patria! No; es que no aguantaban ya al gobierno español; estaban hartos.

Está bien que los ideólogos y los poetas hablen de la patria; pero la gente pelea por la vida. ¿Qué es lo que quiere alguna gente en este país? ¿Que el pueblo puertorriqueño se levante en armas contra los cupones de alimentos? Mire, eso no ha pasado nunca en ninguna parte del mundo. Y si eso pasara, yo pensaría que es un caso de demencia colectiva. La gente tiene derecho a comer: consumismo es otra cosa. Eso de que en un país de este tamaño pululen los “volvos” y los “mercedes” por sus calles, es demencial. La gente debe comer bien; pero aquí no hacen falta ni los “volvos” ni los “mercedes”. Aquí hay que fijar un nivel de vida decoroso, de vida de cierta abundancia, y no volvernos locos comprando porquerías. […]

José Luis González: Sí, porque en ese caso de la justificación, del embellecimiento de las razones para luchar por la independencia, ambos colaboran. Y no estoy en contra de ello; también hace falta. Pero lo que no acepto es la idea de que los pueblos se levantan en armas porque los convenzan con palabras. Aquí se ha hecho eso… palabras es lo que no ha faltado nunca, y no se ha hecho.

Entonces, cuando no les hacen caso a las palabras, empiezan a salir cosas como “El puertorriqueño dócil”. Eso es una calumnia, una calumnia sin mala fe, porque René Marqués no era hombre de mala fe. Éramos amigos, Yo le dije: “René, tú oyes campanas, pero no sabes dónde suenan”. Lo que le pasaba a René era que estaba muy enojado con su propia clase que no había sido capaz de luchar por la independencia: Purificación en la calle del Cristo, Los soles truncos… René lo que decía era que los puertorriqueños estaban obligados a liberar a Puerto Rico. Pero, para empezar, no eran puertorriqueños, ni el abuelo de René lo era. Era mallorquín. Entonces, ¿qué es lo que están pidiendo?: ¿milagros?…

Pregunta: Creo que en el libro Conversación con José Luis González usted plantea que en Puerto Rico se confunde ficción con historia.

José Luis González: ¡Ah, bueno! Yo acabo de leer un ensayito sobre el Grito de Lares, de una historiadora muy conocida, donde se dice que en el 1838 hubo en Puerto Rico una conspiración en la que toda la guarnición en la isla, fuerzas regulares e irregulares, estaba comprometida. Pero que, entonces, hubo un fulano llamado Juan Almanza que sopló y delató, y entonces el gobernador arrestó a unos, ahorcó a no sé cuántos, fusiló a otros tantos, a no sé cuántos deportó, y Puerto Rico perdió la oportunidad de ser país independiente en el 1838. Lo que es un magnifico ejemplo de lo que puede llamarse en Puerto Rico la historiografía del chivatazo. Así que es un chota el que nos impide ser independientes. Lo mismo en Lares: uno fue y sopló, y ya no pudimos ser independientes.

Todas las grandes conspiraciones que ha habido en este mundo han sido delatadas. Todas. La conspiración por la independencia de México del padre Hidalgo, fue delatada. La revolución por la independencia de Cuba fue delatada. La conspiración bolchevique en Rusia fue delatada: pero se hicieron. Es que no es por eso. Nos da vergüenza el hecho de que Puerto Rico todavía no sea independiente. A mí no me da ninguna vergüenza. Yo sé por qué no es independiente, y no es para que le dé vergüenza a nadie. Entonces se apela a la mitología.

¿Recuerdan a Seva? Bueno, eso es toda una experiencia. Yo, en México, casi bailaba solo de gusto, y le dije a Luis López Nieves: “Chico, te felicito, ¡qué trabajo de desmitificación has hecho”!

Luis publica eso y se produce un alud de llamadas telefónicas al periódico Claridad: “Les ganamos una batalla a los yankis, ya ven que sí podemos”. Sí, le ganarnos: lo que pasa es que después los norteamericanos borraron a Seva del mapa.

Muy buen cuento aquel; pero, ¡cuánta gente lo creyó! Si un amigo mío fue a ver al gobernador Romero Barceló a exigirle que hiciera algo para reencontrar al profesor aquel que estaba desaparecido, y Romero también se lo creyó, y llamó a la policía, y busquen a ese hombre. Romero, claro, es al fin y al cabo nieto de don Antonio Barceló. Será muy anexionista; pero la sangre pesa más que el agua. Él se lo creyó.

Tenemos que aprender a conocernos para bregar con nosotros mismos bien, sin angustias ni complejos de inferioridad. No somos ni inferiores ni superiores a nadie. Somos un pueblo como otro cualquiera con una historia particular. Si uno quiere marchar, reencauzar la historia, lo que hay que hacer es caminar con ella. Si la historia va por aquí, y yo digo que va mal, que lo bueno es por acá, y por acá yo voy solo… mire, esto sigue. Y usted podrá sentirse muy satisfecho con su conciencia y podrá sentirse usted héroe, y hasta mártir; pero usted no hará más que meterse en un gueto; el gueto patriótico. Y a mí los guetos no me han gustado nunca.

Yo, aquí, en este viaje, he pasado horas conversando con la hija del Dr. Barbosa, la Dra. Pilar Barbosa. Barbosa es una figura a quien yo respeto mucho. Barbosa era un gran amigo de Antonio Maceo y lo ayudaba en todo lo que podía. Cuando matan a Maceo en Cuba, el ayuntamiento de San Juan hace una fiesta, y en esa fiesta participa José de Diego. Entonces, ¿cómo se brega con eso? ¿Barbosa traidor? ¿Traidor a qué?

¿Quién asume la defensa de la puertorriqueñidad en el momento de la Asamblea Autonomista del 97? Cuando Muñoz Rivera regresa de Madrid con la fusión del Partido Autonomista Puertorriqueño con el Partido Liberal Monárquico, ¿quién dice: ¡NO!, porque este partido es puertorriqueño y republicano, y no monárquico, y yo no acepto fusión, y me voy? Ese fue Barbosa. ¿No fue Barbosa entonces, en ese momento, el más puertorriqueño? ¿Y eso lo vamos a borrar?

FIN


Revista Exégesis, número 2, enero-abril de 1987


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