Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Luis Maldonado (Puerto Rico, 1969)

Estudió periodismo y literatura comparada en su país natal. Desde 1996 labora de modo itinerante en la enseñanza de literatura e historia cultural latinoamericanas en las universidades de Georgetown, Emory y Middlebury. Ha incursionado en la poesía, la narrativa y la invectiva. Tiene dos obras inéditas: Poemas anaranjados y la novela El grupo, de la cual te ofrecemos el primer capítulo. Es soltero.


Lúdicas travesías de la historia

Reseña del nuevo libro de cuentos de Luis López Nieves: La verdadera muerte de Juan Ponce de León

 

Ningún otro discurso ha provocado más la desaparición de la historia que el discurso históriográfico. La historia se exorcisa en la escritura, desaparece entre los gestos retóricos que articulan su deseo. El lenguaje de las fechas y los archivos se fusiona con la metáfora y la analogía para dejar entrever una voluntad que sólo logra darle una estructura a la ausencia; ensayar el pasado. De ahí la sentencia del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss: “Que haya tres versiones de la Revolución Francesa es prueba inequívoca de que la Revolución Francesa nunca exitió”. A diferencia del discurso historigráfico tradicional, el relato histórico promete invocar una verdad cuya única pretensión es recordar minuciosamente aquellos hechos que nunca sucedieron. Ejercer una memoria singular, no facsímil. Estrategia que no se propone recuperar el pasado, sino provocarlo. Asediarlo; hacer que se realice siempre por primera vez. Trabajos como los de Hayden White, Paul Ricoeur y Michel de Certeau han denunciado el parentesco tropológico del lenguaje histórico y el literario. En la literatura puertorriqueña, Seva es el caso paradigmático de esta filiación. Publicado como hallazgo periodístico en las páginas del semanario Claridad, este cuento logró anonadar a sus lectores con la articulación de una mentira bien documentada. En su nuevo libro, La verdadera muerte de Juan Ponce de León, Luis López Nieves vuelve a explorar las veredas literarias del discurso histórico. En esta ocasión, su locus es el siglo XVI de un Puerto Rico en gestación, “nuestro periodo histórico más universal”.

Escritos con el dominio de una prosa diáfana, ensayada en los manierismos retóricos de la época, La verdadera muerte de Juan Ponce de León es un libro de develamientos. Cada cuento se escribe a partir de un secreto estructurador. Contagiados con el siglo, los relatos proponen el viaje (intelectual, naval, terrestre) como el móvil de cada historia. Viajes hacia espacios incógnitos en donde aguarda un destino perverso o fatal. Movidos por la soberbia, la ambición o la estupidez, los personajes centrales emprenden un terco recorrido hacia ellos mismos. En ocasiones, como en “El conde de Ovando”, hacia la transgresión: “La mañana del 11 de marzo de 1577 doña Isabel de Ovando y Portilla …montó el caballo favorito de su padre y anunció que nadie en el mundo, ni el Obispo ni el Gobernador ni el Rey, nadie en el mundo detendría su paseo hasta el Convento de los Dominicos.” La adopción del discurso hiperbólico (“nadie en el mundo”) por parte de la hija del gobernador sugiere una fisura en la determinación. La hipérbole es siempre una máscara retórica demasiado visible, y por tanto, sospechosa; la sublimación del gesto traiciona el énfasis, lo hace víctima de su propia reiteración. Desafiando a los guardias y a las órdenes de su padre, Doña Isabel irá en busca de un elíxir abortivo que marcará el término de su viaje, el fracaso del gesto hiperbólico, pero también el límite moral por el cual será castigada por las autoridades eclesiásticas. Más que un líquido prescrito, el brebaje es el espacio de la confrontación, el umbral en el que el poder clerical y el polítcio medirán sus fuerzas. El conde, un seudo científico que quería medir la distancia entre la tierra y el cielo, termina encadenado en un barco rumbo a Sevilla. El discurso teológico (“la autoridad de la Vulgata”) termina derrotando a la voluntad hiperbólica, asociada al discurso secular de la ciencia y la anatomía.

La historia que inicia el libro, “El gran secreto de Cristóbal Colón”, recrea la primera travesía del almirante a tierra americana. En este cuento pensado, como aconsejaba Poe, desde el final, el uso del tiempo y del temple del navegante preparan una conclusión lógica pero inesperada. Revelado “el gran secreto” en la última línea, el verdadero descubrimiento lo hace el lector. Hallazgo que desestabiliza la mitificación de ese viejae iniciático, interrogando a su vez el verdadero saber geográfico de una época en la que la redondez de la tierra parecía menos monstruosa que la del “borde del mundo”.

Si la historiografía y las crónicas son la base de estos cuentos, el discurso mítico ocupa, en consecuencia, un espacio indispensable. El cuento que da título al libro se escribe desde la subversión del mito. La búsqueda de la fuente de la juventud será la estratagema narrativa que los indios usarán para dar muerte al primer gobernador de Puerto Rico. El testimonio del asesinato por parte del indio Danuax es sólo la relación final de una serie de historias concatenadas que se desplazan desde 1594 a nuestros días. Un pergamino de 1732 encontrado en el Palacio Arzobispal de San Juan inicia la intriga de esta narración con matices detectivescos: “Volviendo a la trayectoria del manuscrito, solo hay una etapa sin documentar: la última, la que lo depositó en la parte de abajo del gabinete en que pasó casi 300 años. La explicación es evidente: alguien lo escondió ahí. ¿Quién? Pudo ser cualquiera, desde un secretario de la cancillería hasta el mismo obispo”. El contenido de este “manuscrito infernal”, como “El eclipse” de Eduardo Galeano, subvierte la noción mítica del “buen salvaje” así como el paradigma jerárquico del conocimiento renacentista.

“La última noche de Rodrigo de las Nieves” también se inscribe en la historia que le reserva una sorpresa culminante a su protagonista. Ubicado en el ataque a San Juan del pirata inglés, Sir Francis Drake, el cuento narra la defensa espectacular de la ciudad por parte de los colonos y el destino paradojal de su héroe. Historia de una heroicidad inadvertida. Batalla en la que el azar (semejante a la memoria, al discurso histórico mismo) se ve obligado a eliminar para retener. Aunque en los cuentos abunda la ironía y hasta cierta velada mordacidad, aquí el evento dramático produce varios episodios de humor. Los niños se caen de las camas con los estruendos de las bombas, Doña Pilar de Adornio se pone el traje al revés en medio de la confusión, y en pleno intercambio de fuego, varios soldados se precipitan al mar desde las murallas del Morro, mientras “todos caminaban agarrándose de los muros y gritando estoy aquí, no empujéis”.

Sobre un andamiaje textual más complejo se desarrolla “El suplicio caribeño de fray Juan de Bordón”. Archivos, epístolas, traducciones, pesquisas, crónicas, son recursos que se entrecruzan entre Francia, Puerto Rico y España para crear la historia más ambiciosa del libro. La búsqueda genealógica de su apellido lleva al historiador francés Henri de Bordoin al borde de la obsesión. Curiosidad de veinte años que lo conduce a descubrir el parentesco con un fraile dominico del siglo XVI que, igual a Rodrigo de las Nieves, fue víctima de un equívoco atroz. La misma jerarquía católica a la que fue fiel toda su vida lo somete a las torturas inquistoriales de un hugonote. Narrativamente, las descripciones del suplicio son ejemplares; también lo es la excesiva misericordia del Inquisidor, quien después de tragar los vómitos del fraile atormentado, explica: “Hijo, así como Juan de la Cruz lame las heridas de los leprosos yo lamo sin miedo los desperdicios que el demonio arroja desde su pérfida guarida dentro de tu cuerpo.”

Para un escritor el relato histórico tiene su fascinación y sus retos. La documentación es fundamental, pero el uso de ese bagaje histórico conlleva superar algunas tentaciones con sutileza. Si para De Certeau el historiógrafo moderno es un “poeta del detalle”, por filiación, el narrador histórico también lo es. A través de una mirada casi cinematográfica las páginas de La verdadera muerte restauran un San Juan de Puerto Rico inquisitorial y épico, una capital de calles ecuestres y luces de velas, de espadas toledanas y esclavos libertos, de ataques piratas y robustas murallas que hoy ya son piezas de museo. Los datos históricos, la composición de lugar y el lenguaje de la época se trabajan con decoro para no abrumar ni aleccionar. López Nieves evita además dos riesgos mucho más comunes a este género, el de sucumbir al maniqueímo (indios pasivos, españoles malvados) o al resentimiento histórico.

Búsqueda y hallazgo marcan el movimiento narrativo de este libro. Vaivén de una carabela escritural cuyo viaje se emprende (como el del historiador que interroga el Archivo de Indias, como el del navegante que escruta el horizonte) con fruición. Regata por un pasado a la vez extraño y familiar en el que historia y literatura vuelven a parecerse más de lo que ellas siempre han creído. Al final, la metáfora es clásica y bella: escribir es zarpar.

FIN


Versión original


“Lúdicas travesías de la historia”, Luis Maldonado, El mono adivino, diciembre 2001, monoadivino.org


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