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¿Luis López Nieves, el pendulero de Foucault?

Ignacio T. Granados Herrera


El corazón de Voltaire es una novela fascinante, de la más pura ficción literaria; abunda en excelencias, como sutiles homenajes a escritores complejos e icónicos, como Humberto Eco y Jorge Luis Borges. También, es sabido que la relación de Eco con Borges queda remarcada en la primera novela del primero, El nombre de la rosa; cuando, igual que Aristóteles a Platón, le enmienda la plana a su inspirador y lo critica en cada una de sus páginas. Lo mismo puede decirse de López Nieves y El corazón de Voltaire, aunque más atrevido con la naturaleza de sus maestros que con sus maestros mismos; cuando, por ejemplo, el más ordinario de los personajes de El corazón de Voltaire insiste quisquilloso en su cuestión.

Se trata de una ficción intelectual, que se desarrolla entre intelectuales y muy intelectualmente; y de pronto, en medio de tanta excelencia irrumpe la vulgaridad de un simple peluquero; cuya máxima relación con la república platónica, además, era la portañuela de un académico al que no comprendía. La insistencia del entrometido, incluso, consistía en una pregunta perpetua; si los libros sobre Voltaire se vendían en las vitrinas y las estaciones de tren, “como sucede con las biografías de Piaf, Aznavour, Deneuve y Depardieu”. Entonces es como la ironía que usó Eco para con Borges en el personaje de Guillermo de Basquerville; en plena victoria (postmoderna) de la Ilustración, un entredicho sobre su sentido y eficacia, y hasta sobre la validez de sus propósitos.

Obviamente, se podrán argüir y elaborar todos los conceptos neoplatónicos y hegelianos del mundo; que si la república de las letras, la espantosa Utopía que se expande en la usura de las universidades; todo eso, pero el ensayo ya no es más literario, como con Borges, porque volvió a ser académico, como con Eco; y eso es un hecho, como si el propio Baskerville no hubiera podido escapar de aquella biblioteca incendiada por su irreverencia; no sólo por el dogmatismo de un monje ciego, sino también por el irrespeto de una persona que no sabía lo que el otro. A nadie sabe cuántos años de aquella ficción de Eco, hoy nos gastamos esta otra; donde el populismo socialistoide, ya poderoso y cruel, desdeña el protocolo y las caretas.

El peluquero gay de un perdido pueblo, en una perdida ficción, queda para siempre sin una respuesta; nunca sabrá, aunque los intelectuales sí y se lo callan, si tan renombrado personaje “es importante fuera de las universidades”, y si no para qué sirve entonces. Obvio, como que en definitiva se trata de la lucha de clases, y que esa lucha es por el poder; porque Marx tuvo muchas veces -casi siempre- razón en sus intuiciones, aunque se extraviara en los fines mismos y en el método; pues entonces no pasa otra cosa que la decadencia inevitable de una tendencia triunfante, para que el péndulo vuelva un poco más calmo a intentar el centro. El péndulo de Foucault, en una tardía reivindicación de Eco, brindaría entonces la reivindicación de Eco; al fin y al cabo, se trata de gratuidad, que es por lo que el análisis estético es más efectivo que el ético; aunque por tanta sutileza no soporte la mediocridad de los intereses que negocian su acceso al poder.

Privilegio sufrido de monjes extraños, que se erotizan y lo trasgreden todo en pos de la santidad iluminada; el conocimiento mismo, que salvífico condesciende a desvelarse al escriba enamorado de su imposible. ¿Será que López Nieves rescata los perdidos juegos de Castalia?, ¿cuántos homenajes, por Dios?; no es tan sólo Eco y Borges, es también Lezama Lima y Herman Hesse, ¿o es tan sólo el impulso del campanero de Foucault?

FIN


“¿Luis López Nieves, el pendulero de Foucault?”, Ignacio T. Granados Herrera, Ciudad Seva, 12 junio 2009, ciudadseva.com.


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