Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

A XXX, dedicándole estas poesías de José de Espronceda

Poema comentado por Paz Díez Taboada


A XXX, dedicándole estas poesías

 

Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento, y mi agonía
crecen, y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal, ricos colores
pinta alegre, tal vez, mi fantasía,
cuando la dura realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo
y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío.
Mis versos son tu corazón y el mío.

 

Poesías, 1840

 


José de Espronceda, el primero de la tríada de grandes líricos españoles del siglo XIX -junto con Bécquer y Rosalía de Castro-, publicó sus Poesías en 1840, annus mirabilis del Romanticismo Español, según la conocida denominación del hispanista Allison Peers. El poema que abre dicha edición prínceps, y fuera de paginación -quizá porque hubiera sido incluido al finalizar la impresión-, es este precioso soneto, uno de los más bellos poemas de su autor.

Aparte de la perfección formal, en métrica y estructura, que, como señaló Marrast, pone de manifiesto la formación clásica de la que Alberto Lista dotó a su discípulo Espronceda, dos rasgos principales lo caracterizan. En el primer cuarteto, la doble falacia patética en la que el propio yo se metaforiza: las ilusiones de su pasada juventud son ahora “flores” ya marchitas y su esperanza del momento es un nublado sol; lo que confirma el inconfundible narcisismo romántico, tan patente en Espronceda. Así, pues, la vida se le ha convertido en un monótono recuento de las horas y en una lucha -esto significa “agonía”- aumentada por el acrecentamiento de ansiedad y dolor. Nótese el acierto poético del verbo “crecen” en plural, sintácticamente discordante con el sujeto singular “agonía”, pero que adelanta, anafóricamente, los otros dos sujetos postpuestos, “ansiedad” y “dolores”.

En el segundo cuarteto, la contraposición entre fantasía y realidad: si la primera proyecta sobre “terso cristal” sus “ricos colores” -proyección que en otros poemas denominará “óptica ilusoria”: imagen recurrente en la poesía de su autor-, la cruda realidad se impone y “mancha y empaña” el cristal y su brillante transparencia. Este “vivir sin estar viviendo” -como diría Cernuda un siglo después-, más la continua defraudación de ilusiones y esperanzas, conducen al yo poético esproncediano a participar de la angustiosa soledad del yo romántico, que Espronceda expresa, en el primer terceto, como una total enajenación o extrañamiento cósmico ante la indiferencia del universo. La imagen no era totalmente suya -por más que sea excelente su expresión-, sino de Ángel de Saavedra, III duque de Rivas, en la IV de sus elegías “A Olimpia” (1820): “Y giro en derredor la vista y solo / me encuentro en ciega y pavorosa noche / y en yerma soledad…”.

Y el soneto concluye haciendo explícito el “envío poético” a una desconocida “hermosa sin ventura” sobre cuya identidad han especulado los estudiosos. Por la fecha de publicación del soneto -se desconoce la de composición-, se ha supuesto si esta “hermosa sin ventura” sería Carmen Osorio -una de las amantes del poeta- o bien Bernarda de Beruete, a la sazón su prometida y con quien no llegó a casarse. Pero, si a ambas mujeres pudiera aplicárseles el epíteto, aunque sólo fuera por cortesía, ¿por qué habría de achacárseles el complemento? Quizá el poeta alude a Teresa Mancha († 1839), cuya imagen aún estaba muy viva en su mente, con quien mantuvo larga y turbulenta relación, que fue madre de su hija Blanca y a cuya memoria dedicó su magistral elegía “A Teresa”, que de manera extemporánea introdujo como Canto II de El Diablo Mundo (1841), extenso poema narrativo de asunto fáustico. Esta suposición podría sustentarse en la similitud fónica del adjetivo “terso” -fem. “tersa”- con el nombre de Teresa y en que dicho adjetivo se halla al comienzo del primer verso del 2.º cuarteto, mientras que, curiosamente, el que cierra dicha estrofa comienza con la palabra “mancha”, apellido de la amada muerta. Lejos de nosotros pensar que dicha coincidencia fuera consciente o intencionada, pero los amantes de la poesía saben bien que coincidencias tales se les escapan a los poetas como el aire entre los dedos cuando se cierra la mano.

Todo ello, no obstante, el último verso del soneto, con su verbo en presente, es el epifonema que condensa no sólo el sentido del “envío poético” que el soneto es, sino también el de todo el libro a cuyo frente se halla. Y Blanca de Espronceda, aún una niña y ya huérfana de una madre de dudosa reputación -muy pronto lo sería también de padre- parece ser la más firme candidata a receptora del misterioso epíteto y de las quejas del “mal profundo” que angustiaba a su padre.


Volver a Poemas Comentados