Vi más blanca y más fría que la nieve que no golpea el sol por años y años; y su voz, faz hermosa y los cabellos tanto amo que ahora van ante mis ojos, y siempre irán, por montes o en la riba.
Irán mis pensamientos a la riba cuando no dé hojas verde el laurel; quieto mi corazón, secos los ojos, verán helarse al fuego, arder la nieve: porque no tengo yo tantos cabellos cuantos por ese día aguardara años.
Mas porque el tiempo vuela, huyen los años y en un punto a la muerte el hombre arriba, ya oscuros o ya blancos los cabellos, la sombra ha de seguir de aquel laurel por el ardiente sol y por la nieve, hasta el día en que al fin cierre estos ojos.
No se vieron jamás tan bellos ojos, en nuestra edad o en los primeros años, que me derritan como el sol la nieve: y así un río de llanto va a la riba que Amor conduce hasta el cruel laurel de ramas de diamante, áureos cabellos.
Temo cambiar de faz y de cabellos sin que me muestre con piedad los ojos el ídolo esculpido en tal laurel: Que, si al contar no yerro, hace siete años que suspirando voy de riba en riba, noche y día, al calor y con la nieve.
Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve, pensando igual, mudados los cabellos, llorando iré yo siempre a cada riba por que tal vez piedad muestren los ojos de alguien que nazca dentro de mil años; si aún vive, cultivado, este laurel.
A oro y topacio al sul sobre la nieve vencen blondos cabellos, y los ojos que apresuran mis años a la riba.
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