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A unas ansias amorosas

[Poema - Texto completo.]

Sor Marcela de San Félix

Pues no puedo callar
ni hablar tampoco puedo,
entre callar y hablar
desahogarme intento.

Y callando lo más
y diciendo lo menos,
podré cumplir en parte
con estos dos afectos.

Yo me abraso de amores,
sin duda yo me quemo,
que me ha llegado así
un infinito fuego.

De cerca pudo herirme
si bien estaba lejos,
y en calor tan activo
se deshizo mi hielo.

Es el amante mío
fino por todo extremo,
y agora, por mi dicha,
ha dado en estar tierno.

Causan efectos tales
sus regalos del cielo,
que cuando me da vida,
me la quite deseo.

Yo no entiendo sus obras,
y sólo decir puedo
que con razón le llaman
artífice de enredos.

No sabré encarecer
lo mucho que padezco
ni lo mucho que gozo,
todo en un mismo tiempo.

Para matar de amores
y hacer otros excesos,
sus gracias sólo bastan,
que es hermoso y discreto,

liberal y apacible,
caricioso y risueño,
y también le hace gracia
un poquito de ceño.

Éste se quita al punto
en un abrazo estrecho,
y queda serenado
todo el hermoso cielo.

No pudiera decir,
si el tiempo fuera eterno,
cuánto sé de su amor
y lo que yo le quiero.

Vivo con imposibles,
porque un amor inmenso
para amarte, bien mío,
quisiera por lo menos.

Tú eres, dulce Señor
y regalado dueño,
a quien me dio el amor
por excesivo precio.

Naciste para mí,
moriste en un madero,
quedaste en comida
de gustos verdaderos.

Este fue el non plus ultra
de tu poder inmenso;
pudo llegar aquí
de tu amor el exceso.

Más no pudo pasar
ni hacer mayor empeño,
que en fineza tan grande
echaste todo el resto.

¿Cómo no me deshago
en agradecimiento
comiendo tantas veces
este manjar del cielo?

Sin duda este bocado,
de bien y gloria lleno,
me hechiza y enamora
y hace perder el seso.

Y mientras más le como,
más apetito tengo,
que aunque me sacia el alma,
la aviva por extremo.

¡Qué enamorado estabas,
querido por quien muero,
cuando, por obligarme,
te diste todo entero!

¡Qué engañados que viven
los miserables necios,
que apartados de ti,
piensan vivir contentos!

¿Quién les comunicara
la dulzura que siento
y el deleite que gozo
teniéndote en mi pecho?

Mi bien, porque te amaran,
te diera cuanto tengo
de tus dulces regalos, y
pasara sin ellos.

¡Oh si pudiera yo,
a costa de tormentos,
hacer que te sirvieran
cuantos te ofenden ciegos!

¡Oh si también pudiera,
con abrasado celo,
dar una voz terrible
en todo el universo

diciendo: amad a Dios,
mirad que él sólo es bueno,
él sólo satisface
y da consuelo entero!

¿Qué utilidad sacáis
de tan viles empleos
que os llevan tan aprisa
a un precipicio eterno?

Felicidad infame
son vuestros pasatiempos,
y gloria imaginada
que conduce al infierno.

Volved, Señor piadoso,
esos ojos serenos,
y a tanta ingratitud
no castiguéis severo,

que esta mía mayor
con razón considero,
pues que debiendo más,
os pago tanto menos.

Pero volviendo ya
a tratar del incendio
que causa en mí tu amor,
se templará este afecto.

¿Sabes que me imagino,
y aun lo tengo por cierto,
que estás flechando el arco
cuando dices requiebros?

Presumo que saetas
arrojas a mi pecho
cuando con tus caricias
se derrite de tierno.

Acaba de enfermarme
o matarme, te ruego,
pues el morir de amor
es sólo mi remedio.

Y en tanto, vida mía,
que tanto bien merezco,
no dejes de aliviarme
con avivar el fuego.

¡Oh si creciera tanto
la llama de este incendio
que abrasara en tu amor
a todo el mundo luego!

¡Oh si viesen mis ojos
que con afecto tierno
te amasen cuantos viven
en este vil destierro!

No quiero que me des
otra gloria ni premio
sino ver que te busquen
y aspiren a tu reino.



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