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Cuento XII – El conde Lucanor

[Cuento - Texto completo.]

Juan Manuel

Lo que sucedió a la zorra con un gallo


Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabéis que, gracias a Dios, mis señoríos son grandes, pero no están todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo están tanto y otras están muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis señores, los reyes, o con vecinos más poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejándome que de ningún modo esté en mis señoríos más apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que están en el centro de mis tierras. Como os sé muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo más conveniente.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemáticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cómo terminarán las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale después otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creíamos que saldría bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intención, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, señor conde, me gustaría evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situación muy delicada y peligrosa, pero como queréis que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a un gallo con una zorra.

El conde le pidió que se lo contara.

-Señor conde -dijo Patronio-, había un buen hombre que tenía una casa en la montaña y que criaba muchas gallinas y gallos, además de otros animales. Sucedió que un día uno de sus gallos se alejó de la casa y se adentró en el campo, sin pensar en el peligro que podía correr, cuando lo vio la zorra, que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subió a un árbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tomó gran pesar porque se le había escapado y empezó a pensar cómo podía cogerlo. Fue derecha al árbol y comenzó a halagar al gallo, rogándole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dejó convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguiría nada, empezó a amenazar diciéndole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscaría motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se sentía a salvo, no hacía caso de sus amenazas ni de sus halagos.

»Cuando la zorra comprendió que no podría engañarlo con estas tretas, se fue al árbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemorizó sin razón y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podría hacerle daño, se llenó de miedo y quiso huir hacia los otros árboles donde esperaba encontrarse más seguro y, pues no podía llegar a la cima de la montaña, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empezó a perseguirlo de árbol en árbol, hasta que consiguió cogerlo y comérselo.

»Vos, señor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podéis evitar, no os atemoricéis sin motivo ni temáis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debéis confiar en alguien que pueda haceros daño, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras más apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no esté muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonáis los puestos más avanzados de vuestro señorío, estad seguro de que os irán quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostréis miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeño pondrán vuestros enemigos en quitaros las que todavía os queden. Además, si vos y los vuestros os mostráis débiles ante unos enemigos cada vez más envalentonados, llegará un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendéis bien lo primero, estaréis seguro, como lo habría estado el gallo si hubiera permanecido en el primer árbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberían saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaños, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que sólo sirven para infundir temor a los sitiados. Aún os añadiré otra cosa para que veáis que sólo os digo la verdad: jamás puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minándolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y así, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, señor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qué acción defensiva emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debéis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes están en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por último, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le enseña los dientes, podrá escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, será cogido y muerto enseguida.

Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le contó, obró según sus consejos y le fue muy bien.

Y como don Juan pensó que este era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e hizo unos versos que dicen así:

No sientas miedo nunca sin razón
y defiéndete bien, como un varón.

FIN



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