¡Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia! Esta lúcida conciencia de amar a lo nunca visto y de esperar lo imprevisto; este caer sin llegar es la angustia de pensar que puesto que muero existo.
Si en todas partes estás, en el agua y en la tierra, en el aire que me encierra y en el incendio voraz; y si a todas partes vas conmigo en el pensamiento, en el soplo de mi aliento y en mi sangre confundida ¿no serás, Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento?
Si tienes manos, que sean de un tacto sutil y blando apenas sensible cuando anestesiado me crean; y que tus ojos me vean sin mirarme, de tal suerte que nada me desconcierte ni tu vista ni tu roce, para no sentir un goce ni un dolor contigo, Muerte.
Por caminos ignorados, por hendiduras secretas, por las misteriosas vetas de troncos recién cortados te ven mis ojos cerrados entrar en mi alcoba oscura a convertir mi envoltura opaca, febril, cambiante, luminosa, eterna y pura, en materia de diamante.
No duermo para que al verte llegar lenta y apagada, para que al oír pausada tu voz que silencios vierte, para que al tocar la nada que envuelve tu cuerpo yerto, para que a tu olor desierto pueda, sin sombra de sueño, saber quede ti me adueño, sentir que muero despierto.
La aguja del instantero recorrerá su cuadrante, todo cabrá en un instante del espacio verdadero que, ancho, profundo y señero, será clásico a tu paso de modo que el tiempo cierto prolongará nuestro abrazo y será posible acaso, vivir después de haber muerto.
En el roce, en el contacto, en la inefable delicia de la suprema caricia que desemboca en el acto, hay el misterioso pacto del espasmo delirante en que un cielo alucinante y un infierno de agonía se funden cuando eres mía y soy tuyo en un instante.
Hasta en la ausencia estás viva: porque te encuentro en el hueco de una forma y en el eco de una nota fugitiva; porque en mi propia saliva fundes tu sabor sombrío, y a cambio de lo que es mío me dejas sólo el temor de hallar hasta en el sabor la presencia del vacío.
Si te llevo en mí prendida y te acaricio y escondo; si te alimento en el fondo de mi más secreta herida; si mi muerte te da vida y goce mi frenesí ¡qué será, Muerte, de ti cuando al salir yo del mundo, deshecho el nudo profundo, tengas que salir de mí?
En vano amenazas, Muerte, cerrar la boca a mi herida y poner fin a mi vida con una palabra inerte. ¡Qué puedo pensar al verte, si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; si en la vista de tu tardanza para llenar mi esperanza no hay hora en que yo no muera!
|