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Dos hombres hay ante la iglesia, y visten

[Poema - Texto completo.]

Heinrich Heine

I
Dos hombres hay ante la iglesia, y visten
los dos traje purpúreo.
Es uno de ellos el monarca; el otro…
el otro es el verdugo.

Dice al verdugo el rey: -«Ya las postreras
oraciones escucho;
están cumplidos los nupciales ritos:
el hacha ten a punto».

Suena el órgano, suenan las campanas;
sale el pueblo en tumulto;
y salen entre el séquito brillante
los esposos en triunfo.

Pálida, cual la muerte, va la hermosa
hija del rey adusto;
el bravo Olao, impávido y sereno,
con sonrisa de júbilo.

Con sonrisa de júbilo le dice
al rey: -«Yo te saludo,
suegro y señor; aguarda mi cabeza
el hacha del verdugo.

»He de morir; pero hasta media noche
no sea, y como es justo,
a la boda banquetes y cantares
y danzas den tributo.

»Permitidme vivir hasta que apure
mi labio moribundo
la última copa; hasta que alegre marque
el baile el compás último».

-«Sea como lo pide el noble yerno»
dice el rey, y al verdugo,
-«Viva hasta media noche», y luego añade:
-«el hacha ten a punto».

II
Olao, con regio banquete
sus tristes bodas celebra,
y apura de un solo sorbo
la fatal copa postrera.
En los hombros del mancebo
dobla la hermosa cabeza
la hija del rey sollozando…
y está el verdugo a la puerta.
Nuncia música festiva
que ya las danzas comienzan,
y Olao el talle flexible
de su desposada estrecha.
En rápido remolino,
trazando círculos vuelan,
y es el círculo postrero…
y está el verdugo a la puerta.
¡Cómo suspiran las flautas!
¡cuál sollozan las vihuelas!
¡Todos asombrados miran
la hermosísima pareja;
asombrados miran todos,
y el corazón se les vuelca.
Van bailando, van bailando…
y está el verdugo a la puerta.
Como un ascua resplandece
la sala del baile espléndida,
y así en voz baja le dice
Olao a su compañera
-«¡Cuánto te quiero, alma mía!
¡si comprenderlo pudieras!
¡Cuán frío estará el sepulcro!!!»
Y está el verdugo a la puerta.

III
Olao, tu vida concluye,
ha sonado media noche;
sedujiste a una princesa
con tus livianos amores.
Ya van cantando los prestes
las últimas oraciones;
ya el verdugo junto al tajo,
se apoya en el hacha inmóvil.
Ya desciende el caballero
hacia el ancho patio donde
brillan espadas y antorchas
con siniestros resplandores.
Y aún la sonrisa a su rostro
da triunfales arreboles,
y aún extasiado y radiante,
va diciendo estas razones:
-«Bendigo, al sol y a la luna
y a las estrellas menores,
al luminar de los días
y a los astros de la noche.
»Bendigo a las avecillas
que al aire dan sus canciones,
bendigo al mar y a la tierra,
a los campos y a las flores.
» Bendigo a las azuladas
violetas que allá en el bosque
copian de sus ojos claros
los matices y fulgores.
»Bendigo esos ojos claros,
tumba de mis ilusiones,
y el árbol a cuya sombra
gocé, oh bella, tus favores».



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