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El cocodrilo sabio

[Cuento - Texto completo.]

Gianni Rodari

Un cocodrilo se presenta en la sede de la Radio-Televisión, calle Mazzini, 14, Roma, y pide ser recibido por el director del programa Doble o nada. El portero no quiere dejarlo pasar. El cocodrilo insiste:

-No veo ningún cartel que prohíba la entrada a los cocodrilos. ¿Acaso quiere usted saber más que los carteles?

-Espere al menos que pegue un telefonazo.

-Muy bien. No tengo nada en contra del uso del teléfono.

El portero llama al despacho del jefe supremo de Doble o nada.

-Profesor, hay aquí un cocodrilo.

-Ah -dice el profesor, que, como habla siempre por dos o tres teléfonos al mismo tiempo, las palabras largas las entiende solo a medias-, el señor Coco. Está bien, dígale que suba.

El cocodrilo se monta en el ascensor. Se ve obligado a inclinarse un poco para entrar porque mide dos metros de alto, más una chistera violeta. Viste un largo abrigo amarillo. Una señora se desmaya por el contraste de colores.

La secretaria del gran jefe de Doble o nada es miope y se limita a decir:

-Pase, señor Coco. El profesor lo está esperando.

Al profesor, que no se esperaba en absoluto un cocodrilo con todos esos dientes en hilera bajo las gafas de sol, le da un violento ataque de tos. El cocodrilo, con santa paciencia, espera a que se le pase la tos; después dice:

-Conque, vamos a ver, etcétera, etcétera; tengo también una carta de recomendación de mi hermano. Tengo intención de participar en su magnífico e instructivo programa.

-Ya veo, ya. ¿Cómo está su hermano?

-Un poco apretado. Ya sabe, acostumbrado al Nilo, no se encuentra a sus anchas en el estanque del zoo.

-Y usted, discúlpeme, ¿en qué tema es experto?

-En caca de gatos.

-¿No le parece un tema un poquitín fecal?

-También felino, sin embargo.

-Claro, no se me había ocurrido.

-Entonces, estamos de acuerdo y me presento el sábado. Mi hermano se pondrá muy contento.

El profesor en jefe se mete en la boca un caramelo de menta al seltz y se lo traga entero por distracción. Se mete otro en la boca y empieza a sudar.

-¡Qué raro! -reflexiona-, estos caramelos hacen sudar.

El cocodrilo agita la chistera en señal de despedida y se va. El gran jefe de Doble o nada llama a su secretaria, manda que le traigan un café triple y le dice que se ocupe ella de todo.

Los periódicos de la tarde anuncian: «El próximo sábado el señor Coco se enfrentará en Doble o nada con el doctor Usmardi y la señora Fiutaburro¹. Cuentan maravillas de este nuevo campeón y de su abrigo amarillo. Pero el tema en el que es experto se guarda con escrupuloso secreto. Se sabe solo que tiene algo que ver con el culto de la Diosa-Gata en el Antiguo Egipto. ¿Cómo de antiguo? ¿Los faraones o Nasser? A esta pregunta se ha negado a responder hasta el portero de la calle Mazzini».

Los lectores de los periódicos se dividen inmediatamente en cinco partidos.

El primer partido sostiene que el doctor Usmardi, especialista en carne de gallina desde el siglo XIV al XVII, hará albondiguillas con el señor Coco, se lo comerá sazonado con ajo, aceite y guindilla, y dará los huesos a su gato.

El segundo partido garantiza que la señora Fiutaburro, especialista en quesos africanos, pondrá de rodillas al nuevo concursante y lo obligará a reconocer la superioridad del requesón sudanés sobre el queso blando de la Valtellina.

El tercer partido está seguro de que sonará la marcha triunfal de Aida para el señor Coco. El cuarto partido está indeciso.

Al quinto le importa un pepino y se interesa solo por el campeonato de fútbol y por el ajedrez.

Llega el jueves, despunta el alba la noche del viernes. Ya estamos a sábado.

El cocodrilo aparece en todas las pantallas, salvo en las apagadas, pero el presentador del teleconcurso, un tal Mike Bongiorno, sigue llamándolo «Señor Coco», ateniéndose a las instrucciones recibidas. «Señor Coco, por aquí», «Señor Coco, por allá». Pero no está ciego y lo da a entender.

-Señor Coco, ¿sabe que se parece usted mucho a un cocodrilo del Nilo?

-Ese es mi hermano, señor Maique: yo soy oriundo del lago Tana.

-¡Viva, viva! Por fin también nosotros, en Doble o nada, tenemos un oriundo, como los equipos de fútbol. Y dígame, dígame, señor Coco, ¿cómo se le ocurrió la idea de especializarse en caca de gatos?

-¡Qué quiere, señor Maique! Me crié en un país subdesarrollado, pobre en quesos, carente del todo de música barroca, absolutamente desprovisto de historia de las remolachas. Me he hecho a mí mismo, con fuerza de voluntad y espíritu de observación. Soy un autodidacto, como Giuseppe Verdi.

-¡Alegría, alegría! ¡El señor Coco resulta también un experto en música de ópera!

-En mis buenos tiempos -revela el cocodrilo, con los ojos modestamente bajos- me comí un tañedor de contrabajo y lo lloré en si bemol mayor.

El doctor Usmardi da señales de asco. La señora Fiutaburro, con aire indiferente, se saca del bolso un queso Gorgonzola, obligando al presentador a pasar a las preguntas.

Todos los concursantes han de responder a diez preguntas sobre diez. De Copenhague, en un vuelo chárter, llegan numerosos aficionados para hacer de hinchas del cocodrilo. Los tres campeones entran en las cabinas. El doctor Usmardi agarra al vuelo un «doble» en arquitectura pero, invitado a concretar cuántos huevos duros podría contener la torre de Pisa si en vez de ser un campanario fuera un depósito de huevos duros, se equivoca en la respuesta.

El cocodrilo salta de su cabina, muerde al doctor Usmardi y se lo traga enterito, escupiendo solo el reloj de oro fabricado en Ginebra.

-Pero, señor Coco -exclama el presentador riéndose-, ¿sabe que es usted un pilluelo? ¡No se come así a los concursantes!

-Ha sido más fuerte que yo -se disculpa el cocodrilo-. Siempre he tenido una secreta pasión por la torre de Pisa.

-Ya entiendo -dice Mike Bongiorno-, pero, por lo menos, no debía escupir el reloj de oro fabricado en Ginebra, que es el mejor.

-Perdone, señor Maique.

-Está bien, por esta vez lo perdono.

Le toca a la señora Fiutaburro. ¡Debe decir si los bantúes del sudoeste ponen en el queso de oveja perejil o mermelada de arándanos!

-Perejil -responde la señora Fiutaburro. Pero se corrige enseguida-: No, no, ¡quería decir mermelada de arándanos!

-¡No vale! -truena el cocodrilo-. ¡La primera respuesta es la que cuenta!

Y se come también a la señora Fiutaburro, engulléndola sin masticar.

-Vamos, vamos,señor Coco -dice el presentador, agitando de un lado a otro el índice de la mano derecha en señal de cariñoso reproche-. ¡No está nada bien hacer eso! Con las damas hay que ser caballeroso. Y mucho más cuando estamos en Eurovisión y nos ven también en Bellinzona y en Ámsterdam.

-¿Y nos ven en Friburgo de Brisgovia? -pregunta el cocodrilo, alarmadísimo.

-Natural.

-Lo siento, prometo no volver a hacerlo.

-Ah, claro, pero de momento se ha comido a los otros concursantes. Ni siquiera sé si podremos continuar la competición. ¿Qué dice el señor notario?

-El señor notario dice que el reglamento no prevé sanciones contra el canibalismo. El juego puede proseguir.

-Pues entonces, dígame, señor Coco -sigue el presentador-, por cuatro millones de kilómetros y setecientos veintisiete miriagramos, ¿dónde la hizo la gata de Carlomagno el día en que su dueño fue proclamado emperador?

-En Roma, delante del Panteón —responde el cocodrilo sin vacilar.

-¡Respuesta exacta! -grita el señor Maique.

Pero de poco le sirve. En efecto, el cocodrilo, volando fuera de su cabina, se le echa encima y lo ingiere antes de poder contar hasta tres. Se oye la voz del presentador en la barriga del cocodrilo, que protesta:

-Señor Coco, está usted exagerando. ¡Y pensar que nos ven también en Bruselas!

El cocodrilo se endereza la chistera, porque se le había torcido, y mira a su alrededor con aire de preguntar: «¿Queda alguien más?».

-Estoy yo -responde la azafata Sabina, con su sonrisa de estudiante de filosofía.

Los espectadores contienen la respiración. Se prepara un emocionante duelo. ¿Conseguirá el cocodrilo tragar también a Sabina, cuando ya tres personas se disputan el espacio de su estómago, elástico solo hasta cierto punto? ¿Conseguirá el notario salvar a Sabina del dragón, obtener su mano, casarse con ella y partir en viaje de bodas por las más hermosas páginas de las más conocidas revistas?

Mientras la gente responde como cree a estas y a otras preguntas, la encantadora Sabina no pierde la calma. Engaña al cocodrilo con una sonrisa, lo agarra por la cola, lo levanta a un metro cincuenta de altura y le golpea la cabeza en el suelo.

-¡No vale! -protesta el cocodrilo-. ¡Este capítulo no está en el reglamento!

-Pues yo te hago hacer algo de movimiento -replica Sabina.

Siempre sujetando al cocodrilo por la cola, lo hace girar en torno a su cabeza como si fuese la caldereta de la leche: una vez, dos veces, tres veces, a velocidad creciente.

-Apelo al notario -vocifera el cocodrilo-. La señorita, con todo respeto, se muestra muy injusta.

-Y yo te utilizo como una fusta -anuncia Sabina.

Pone manos a la obra con la habilidad de un vaquero del Circo Norteamericano. El cocodrilo silba y restalla en el aire que da gusto oírlo. Tras cada restallido, golpea el suelo con los dientes. La chistera ha rodado lejos. El abrigo amarillo se tensa como una vela en día de mistral.

-Una -dice Sabina-, dos, tres…

Al llegar al diez, de la boca del cocodrilo salta Mike Bongiorno, abrochándose la chaquetilla, porque un presentador debe estar siempre presentable. Al once sale despedida la señora Fiutaburro, murmurando:

-¡Qué mala suerte! Tenía la mermelada de arándanos en la punta de la lengua.

Al doce sale de puntillas el doctor Usmardi y se pone enseguida a buscar su reloj de oro.

-¡Basta! -implora el cocodrilo-. ¡Piedad! ¡Socorro! ¡Ya he devuelto lo que comí!

-Pues entonces, ahora, yo te doy la vuelta a ti -dice Sabina. Le mete una mano en la garganta, le agarra la cola por dentro y vuelve al cocodrilo como un calcetín.

-¿Le parece bonito? -llora el cocodrilo dado la vuelta-. Se lo diré a mi hermanito.

Pero ya es una sombra del invencible concursante de hace un rato. Con sus últimas fuerzas se ajusta la piel, se desempolva las escamas y el abrigo, se lava los dientes y se arrastra fuera de allí farfullando oscuras amenazas:

-¡Volveremos! ¡Volveremos!

-¡Qué lástima, señor Coco! -comenta Mike Bongiorno-. Ha cometido usted un feo error: debería decir «volveré», en singular.

-No -responde el cocodrilo, enjugándose las lágrimas con la chistera-, porque la próxima vez vendré con mi hermano. De modo que «volveremos», en plural.

FIN


¹ Literalmente: «Huelemantequillas». (N. Del T.)


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