En la agostada senda he visto al buen lagarto (gota de cocodrilo) meditando. Con su verde levita de abate del diablo, su talante correcto y su cuello planchado, tiene un aire muy triste de viejo catedrático. ¡Esos ojos marchitos de artista fracasado, cómo miran la tarde desmayada!
¿Es éste su paseo crepuscular, amigo? Usad bastón, ya estáis muy viejo. Don Lagarto, y los niños del pueblo pueden daros un susto. ¿Qué buscáis en la senda, filósofo cegato, si el fantasma indeciso de la tarde agosteña ha roto el horizonte?
¿Buscáis el azul limosna del cielo moribundo? ¿Un céntimo de estrella? ¿O acaso estudiasteis un libro de Lamartine, y os gustan los trinos platerescos de los pájaros?
(Miras al sol poniente, y tus ojos relucen, ¡oh dragón de las ranas! con un fulgor humano. Las góndolas sin remos de las ideas, cruzan el agua tenebrosa de tus iris quemados.)
¿Venís quizá en la busca de la bella lagarta, verde como los trigos de mayo, como las cabelleras de las fuentes dormidas, que os despreciaba, y luego se fue de vuestro campo? ¡Oh dulce idilio roto sobre la fresca juncia! ¡Pero vivir!, ¡qué diantre! me habéis sido simpático. El lema de “me opongo a la serpiente” triunfa en esa gran papada de arzobispo cristiano. Ya se ha disuelto el sol en la copa del monte, y enturbian el camino los rebaños. Es hora de marcharse, dejad la angosta senda y no continuéis meditando. Que lugar tendréis luego de mirar las estrellas cuando os coman sin prisa los gusanos.
¡Volved a vuestra casa bajo el pueblo de grillos! ¡Buenas noches, amigo Don Lagarto!
Ya está el campo sin gente, los montes apagados y el camino desierto; sólo de cuando en cuando canta un cuco en la umbría de los álamos.
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