Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

El vergonzoso en palacio

[Teatro - Texto completo.]

Tirso de Molina

Personas que hablan en ella:
  • El DUQUE de Avero
  • Don Duarte, CONDE de Estremoz
  • Dos CAZADORES
  • FIGUEREDO, criado
  • TARSO, pastor
  • MELISA, pastora
  • DORISTO, alcalde
  • MIRENO, pastor
  • LARISO, pastor
  • DENIO, pastor
  • RUY Lorenzo, secretario
  • VASCO, lacayo
  • Doña JUANA
  • Doña MAGDALENA
  • Don ANTONIO
  • Doña SERAFINA
  • Un PINTOR
  • LAURO, viejo pastor
  • BATO, pastor
  • Un TAMBOR

 

ACTO PRIMERO

 

Salen el DUQUE de Avero, viejo, y el CONDE de Estremoz, de caza
 
 
DUQUE:            De industria a esta espesura retirado
               vengo de mis monteros, que siguiendo
               un jabalí ligero, nos han dado
               el lugar que pedís; aunque no entiendo
               con qué intención, confuso y alterado.                                                        
               Cuando en mis bosques festejar pretendo
               vuestra venida, conde don Duarte,
               ¿dejáis la caza por hablarme aparte?
CONDE:            Basta el disimular, sacá el acero
               que, ya olvidado, os comparaba a Numa;            
               que el que desnudo veis, duque de Avero,
               os dará la respuesta en breve suma.
               De lengua al agraviado caballero
               ha de servir la espada, no la pluma
               que muda dice a voces vuestra mengua.

Echan mano
 
 
DUQUE:         Lengua es la espada, pues parece lengua;
                  y pues con ella estáis, y así os provoca
               a dar quejas de mí, puesto que en vano,
               refrenando las lenguas de la boca,
               hablen solas las lenguas de la mano               
               si la ocasión que os doy, que será poca
               para ese enojo poco cortesano,
               a que primero la digáis no os mueve;
               pues mi valor ningún agravio os debe.
CONDE:            ¡Bueno es que así disimuléis los daños                                                 
               que contra vos el cielo manifiesta!
DUQUE:         ¿Qué daños, conde?
CONDE:                             Si en los largos años
               de vuestra edad prolija, agora apresta,
               duque de Avero, excusas, no hay engaños
               que puedan convencerme.  La respuesta             
               que me pedís, ese papel la afirma
               con vuestro sello, vuestra letra y firma.

Arrójale
 
 
                  Tomalde, pues es vuestro; que el crïado
               que sobornastes para darme muerte
               es, en lealtad, de bronce, y no ha bastado        
               vuestro interés contra su muro fuerte.
               Por escrito mandastes que en mi estado
               me quitase la vida y, de esta suerte,
               no os espantéis que diga y lo presuma
               que en vez de espada, ejercitáis la pluma. 
DUQUE:            ¿Yo mandaros matar?
CONDE:                                 Aqueste sello,
               ¿no es vuestro?
DUQUE:                          Sí.
CONDE:                               ¿Podéis negar tan poco
               aquesa firma?  Ved si me querello
               con justa causa.
DUQUE:                          ¿Estoy despierto o loco?
CONDE:         Leed ese papel; que con leello                    
               veréis cuán justamente me provoco
               a tomar la venganza por mis manos.
DUQUE:         ¿Qué enredo es éste, cielos soberanos?

Lee el DUQUE la carta
 
 
                  "Para satisfacción de algunos agravios, que con
               la muerte del conde Estremoz se pueden remediar,
               no hallo otro medio mejor que la confianza que en 
               vos tengo puesta; y para que salga verdadera, me
               importa, pues sois su camarero, seáis también el
               ejecutor de mi venganza; cumplilda, y veníos a mi
               estado; que en él estaréis seguro, y con el premio
               que merece el peligro a que os ponéis por mi             
	       causa.  Sírvaos esta carta de creencia, y dádsela    
	       a quien os la lleva, advirtiendo lo que importa la
               brevedad y el secreto.  De mi villa de Avero, a 
               de marzo de  años.   El Duque."
 
CONDE:            No sé qué injuria os haya jamás hecho
               la casa de Estremoz, de quien soy conde,          
               para degenerar del noble pecho
               que a vuestra antigua sangre corresponde.
DUQUE:         Si no es que algún traidor ha contrahecho
               mi firma y sello, falso, en quien se esconde
               algún secreto enojo, con que intenta       
               con vuestra muerte mi perpetua afrenta,
                  ¡vive el cielo que sabe mi inocencia
               y conoce el autor de este delito,
               que jamás en ausencia o en presencia,
               por obra, por palabra, o por escrito,             
               procuré vuestro daño!  A la experiencia, 
               si queréis aguardarla, me remito;
               que, con su ayuda, en esta misma tarde
               tengo de descubrir su autor cobarde.
                  Confieso, la razón que habéis tenido;                                                          
               y hasta dejaros, conde, satisfecho,
               que suspendáis el justo enojo os pido,
               y soseguéis el alterado pecho.
CONDE:         Yo soy contento, duque; persuadido
               me dejáis algún tanto.
DUQUE:                                  (Yo sospecho    Aparte                                                    
               quién ha sido el autor de aqueste insulto
               que con mi firma y sella viene oculto;
                  pero antes de que dé fin hoy a la caza,
               descubriré quién fueron los traidores.)

Salen don CAZADORES
 
 
CAZADOR 1:     ¡Famoso jabalí!
CAZADOR 2:                      Dímosle caza              
               y, a pesar de los perros corredores,
               hicieron sus colmillos ancha plaza,
               y escapóse.
DUQUE:                       Estos son mis cazadores.
               ¡Amigos!
CAZADOR 1:               ¡Oh, señor!
DUQUE:                                No habréis dejado
               a vida jabalí, corzo y venado.             
                  ¿Hay mucha presa?
CAZADOR 2:                            Habrá la suficiente
               para que tus acémilas no tornen
               vacías.
DUQUE:                 ¿Qué se ha muerto?
CAZADOR 2:                                 Más de veinte
               coronados venados, porque adornen
               las puertas de palacio con su frente              
               y, porque en ellos, cuando a Avero tornen,
               originales, vean sus traslados,
               quien [en] figuras de hombres son venados;
                  tres jabalíes y un oso temerario,
               sin la caza menor, porque ésta espanta.    
DUQUE:         Mátase en este bosque de ordinario
               gran suma de ella.
CAZADOR 1:                         No hay mata ni planta
               que no la críe.

Sale FIGUEREDO
 
 
FIGUEREDO:                    ¡Oh, falso secretario!
DUQUE:         ¿Qué es esto?  ¿Dónde vas con priesa tanta?
FIGUEREDO:     ¡Gracias a Dios, señor, que hallarte puedo!                                                           
DUQUE:         ¿Qué alboroto es aqueste, Figueredo?
FIGUEREDO:        Una traición habemos descubierto
               que, por tu secretario aleve urdida,
               al conde de Estremoz hubiera muerto
               si llegara la noche.
CONDE:                             ¿A mí?
FIGUEREDO:                                 La vida               
               me debéis, conde.
CONDE:                            (Ya la causa advierto  Aparte
               de su enojo y venganza mal cumplida.
               Engañé la hermosura de Leonela,
               su hermana, y, alcanzada, despreciéla.)
DUQUE:            ¡Gracias al cielo, que por la justicia    
               del inocente vuelve!  ¿Y de qué suerte
               se supo la traición de su malicia?
FIGUEREDO:     Llamó en secreto un mozo pobre y fuerte
               y, como puede tanto la codicia,
               prometióle, si al conde daba muerte,       
               enriquecerle; y para asegurarle
               dijo que tú, señor, hacías matarle.
                  Pudo el vil interés manchar su fama.
               Aquesta noche prometió, en efeto,
               cumplillo; mas amaba, que es quien ama            
               pródigo de su hacienda y su secreto.
               Dicen que suele ser potro la cama
               donde hace confesar al más discreto
               una mujer que da a la lengua y boca
               tormento, no de cuerda, mas de toca.              
                  Declaróla el concierto que había hecho,
               y encargóla el secreto; mas como era
               el huésped grande, el aposento estrecho,
               tuvo dolores hasta echalle fuera.
               Concibió por la oreja; parió el pecho                                                            
               por la boca, y fue el parto de manera
               que, cuando el sol doraba el mediodía,
               ya toda Avero la traición sabía.
                  Prendió al parlero mozo la justicia,
               y Ruy Lorenzo huyó con un crïado,     
               cómplice en las traiciones y malicia
               que el delincuente preso ha confesado.
               De esto te vengo a dar, señor, noticia.
DUQUE:         ¿Veis, conde, cómo el cielo ha averiguado
               todo el caso y mi honra satisfizo?                
               Ruy Lorenzo mi firma contrahizo.
                  Averiguar primero las verdades,
               conde, que despeñarse, fue prudencia
               de sabias y discretas calidades.
CONDE:         No sé qué le responda a vueselencia.                                                     
               Sólo que, de un ministro, en falsedades
               diestro, pudo causar a mi impaciencia
               el engaño que agora siento en suma;
               mas, ¿qué no engañará una falsa pluma?
DUQUE:            Yo miraré desde hoy a quien recibo      
               por secretario. 
CONDE:                           Si el fïar secretos
               importa tanto, ya yo me apercibo
               a elegir más leales que discretos.
DUQUE:         Milagro, conde, fue dejaros vivo.
CONDE:         La traición ocasiona estos efetos.         
               [Huyó] la deslealtad y la luz pura
               de la verdad, señor, quedó segura.
                  ¡Válgame el cielo!  ¡Qué dichoso he sido!
DUQUE:         Para un traidor que en esto se desvela,
               todo es poco.
CONDE:                        Perdón humilde os pido.     
DUQUE:         A cualquiera engañara su cautela.
               Disculpado estáis, conde.
CONDE:                           (Aquesto ha urdido     Aparte
               la mujeril venganza de Leonela;
               pero importa que el duque esté ignorante
               de la ocasión que tuvo, aunque bastante.)  
DUQUE:            Pésame que el autor de aqueste exceso
               huyese.  Pero vamos; que buscalle
               haré de suerte que, al que muerto o preso
               le trujere, prometo de entregalle
               la hacienda que dejó.
CAZADOR 2:                            Si ofreces eso             
               no hará quien no le siga.
DUQUE:                                  Verá dalle
               todo este reino un ejemplar castigo.
CONDE:         La vida os debo.  Pagaréla, amigo.

Vanse. Salen TARSO y MELISA, pastores
 
             
MELISA:           ¿Así me dejas, traidor?
TARSO:         Melisa, domá otros potros;                 
               que ya no me hace quillotros
               en el alma vueso amor.
                  Con la ausencia de medio año
               que ya que ni os busco ni os veo
               curó el tiempo mi deseo,                   
               la enfermedad de un engaño.
                  Dándole a mis celos dieta,
               estoy bueno, poco a poco;
               ya, Melisa, no so loco
               porque ya no so poeta.                            
                  ¡Las copras que a cada paso
               os hice!  ¡Huego de Dios 
               en ellas, en mí y en vos!
               ¡Si de subir al Parnaso
                  por sus musas de alquiler                      
               me he quedado despeado!
               ¡Qué de nombre que os he dado:
               luna, estrella, locifer...!
                  ¿Qué tenéis bueno, Melisa,
               que no alabase mi canto?                          
               Copras os compuse al llanto,
               copras os hice a la risa,
                  copras al dulce mirar,
               al suspirar, al toser,
               al callar, al responder,                          
               al asentarse, al andar,
                  al branco color, al prieto,
               a vuesos desdenes locos,
               al escopir y a los mocos
               pienso que os hice un soneto.                     
                  Ya me salí del garlito
               do me cogistes, par Dios;
               que no se me da por vos,
               ni por vueso amor, un pito.
MELISA:           ¡Ay Tarso, Tarso, en efeto                
               hombre, que es decir olvido!
               ¿Que una ausencia haya podido
               hacer perderme el respeto
                  a mí, Tarso?
TARSO:                         ¡A vos y a Judas!
               Sois mudable.  ¿Qué queréis,   
               si en señal de eso os ponéis
               en la cara tantas mudas?
MELISA:           Así, mis prendas me torna,
               mis cintas y mis cabellos.
TARSO:         ¿Luego pensáis que con ellos          
               mi pecho o zurrón se adorna?
                  ¡Qué boba!  Que a estar yo ciego
               trujera conmigo el daño.
               Ya, Melisa, habrá medio año
               que con todo di en el huego.                      
                  Cabellos que fueron lazos
               de mi esperanza crüeles,
               listones, rosas, papeles,
               baratijas y embarazos,
                  todo el huego lo deshizo                       
               porque hechizó mi sosiego;
               pues suele echarse en el huego
               porque no empezca, el hechizo.
                  Hasta el zurrón di a la brasa
               do guardé mis desatinos;                   
               que por quemar los vecinos
               se pega huego a la casa.

Llora [MELISA]
 
 
MELISA:           ¿Esto he de sufrir?  ¡Ay, cielo!
TARSO:         Aunque lloréis un diluvio;
               tenéis el cabello rubio.                   
               No hay que fïar de ese pelo.
                  Ya os conozco, que sois fina.
               ¡Pues no me habéis de engañar,
               par Dios, aunque os vea llorar
               los tuétanos y la orina!                   
MELISA:           ¡Traidor!
TARSO:                       ¡Verá la embinción!
               Enjugad los arcaduces;
               que hacéis el llanto a dos luces
               como candil de mesón.
MELISA:             Yo me vengaré, crüel.            
TARSO:         ¿Cómo?
MELISA:                Casándome, ingrato.
TARSO:         Eso es tomar el zapato
               y daros luego con él.
MELISA:           Vete de aquí.
TARSO:                          Que me place.
MELISA:        ¿Que de vas de esa manera?                   
TARSO:         ¿No lo veis?  Andando.
MELISA:                               Espera.
               ¿Mas que sé de dónde nace
                  tu desamor?
TARSO:                        ¿Mas que no?
MELISA:        Celillos son de Mireno.
TARSO:         ¿Yo celillos?  ¡Oh, qué bueno!   
               Ya ese tiempo se acabó.
                  Mireno, el hijo de Lauro,
               a quien sirvo, y cuyo pan
               como, es discreto y galán,
               y como tal le restauro                            
                  vuestro amor; mas yo le miro
               tan libre, que en la ribera
               no hallaréis quien se prefiera
               a hacelle dar un sospiro.
                  Trújole su padre aquí            
               pequeño, y bien sabéis vos
               que murmuran más de dos,
               aunque vive y anda así,
                  que debajo del sayal
               que le sirve de corteza                           
               se encubre alguna nobleza
               con que se honra Portugal.
                  No hay pastor en todo el Miño
               que no le quiera y respete,
               ni libertad que no inquiete                       
               como a vos; mas ved qué aliño,
                  si la muerte hacelle quiso
               tan desdeñoso y crüel,
               que hay dos mil Ecos por él
               de quien es sordo Narciso.                        
                  Como os veis de él despreciada,
               agora os venís acá;
               mas no entraréis porque está
               el alma a puerta cerrada.
MELISA:           En fin, ¿no me quieres?                   
TARSO:                                     No.
MELISA:        Pues, para ésta, de un ingrato,
               que yo castigue tu trato.
TARSO:         ¿Castigarme a mí vos?
MELISA:                              ¡Yo!
                  Presto verás, fementido,
               si te doy más de un cuidado;               
               que nunca el hombre rogado
               ama como aborrecido.
TARSO:            ¡Bueno!
MELISA:                   Verás lo que pasa.
               Celos te dará un pastor;
               que, cuando se pierde amor,                       
               ellos le vuelven a casa.

Vase [MELISA]
 
 
TARSO:            ¿Sí?  Andad.  Échome a temer
               alguna burla, aunque hablo;
               que no tendrá miedo al diablo
               quien no teme a una mujer.

Sale MIRENO, pastor
 
 
MIRENO:           ¿Es Tarso?
TARSO:                         ¡Oh, Mireno!  Soy
               tu amigo fiel, si este nombre
               merece tener un hombre
               que te sirve.
MIRENO:                       Todo hoy
                  te ando a buscar.
TARSO:                               Melisa                      
               me ha detenido aquí una hora;
               y cuanto más por mí llora,
               más me muero yo de risa.
                  Pero, ¿qué hay de nuevo?
MIRENO:                                  Amigo,
               la mucha satisfacción                      
               que tengo de tu afición
               me obliga a tratar contigo
                  lo que, a no quererte tanto,
               ejecutará sin ti.
TARSO:         De ver que me hables así                   
               por ser tan nuevo, me espanto.
                  Contigo, desde pequeño,
               me crïó Lauro, y aunque,              
                      
               según mi edad, ya podré
               gobernar casa y ser dueño,                 
                  quiero más, por el amor
               que ha tanto que te he cobrado,
               ser en tu casa crïado
               que en la mía ser señor.
MIRENO:           En fe de haber descubierto                     
               mi experiencia que es así
               y hallar, Tarso, ingenio en ti,
               puesto que humilde, despierto,
                  pretendo en tu compañía
               probar si, hasta donde alcanza                    
               la barra de mi esperanza,
               llega la ventura mía.
                  Mucho ha que me tiene triste
               mi altiva imaginación
               cuya soberbia ambición                     
               no sé en qué estriba o consiste.
                  Considero algunos ratos
               que los cielos, que pudieron
               hacerme noble y me hicieron
               un pastor, fueron ingratos;                       
                  y que, pues con tal bajeza
               me acobardo y avergüenzo,
               puedo poco, pues no venzo
               mi misma naturaleza.
                  Tanto el pensamiento cava                      
               en esto, que ha habido vez
               que, afrentando la vejez
               de Lauro, mi padre, estaba
                  por dudar si doy su hijo
               o si me hurtó a algún señor; 
               aunque de su mucho amor
               mi necio engaño colijo.
                  Mil veces, estando a solas,
               le he preguntado si acaso
               el mundo, que a cada paso                         
               honras anega en sus olas,
                  le sublimó a su alto asiento
               y derribó del lugar
               que intenta otra vez cobrar
               me atrevido pensamiento;                          
                  porque el ser advenedizo
               aquí anima mi opinión,
               y su mucha discreción
               dice claro que es postizo
                  su grosero oficio y traje,                     
               por más que en él se reporte,
               pues más es para la corte
               que los montes su lenguaje.
                  Siempre, Tarso, ha malogrado
               estas imaginaciones,                              
               y con largas digresiones
               mil sucesos me ha contado,
                  que todos paran en ser,
               contra mis intentos vanos,
               progenitores villanos                             
               los que me dieron el ser.
                  Esto, que había de humillarme,
               con tal violencia me altera
               que de esta vida grosera
               me ha forzado a desterrarme;                      
                  y que a buscar me desmande
               lo que mi estrella destina,
               que a cosas grandes me inclina
               y algún bien me aguarda grande;
                  que, si tan pobre nací                  
               como el hado me crïó,
               cuanto más me hiciere yo,
               más vendré a deberme a mí.
                  Si quieres participar
               de mis males o mis bienes,                        
               buena ocasión, Tarso, tienes;
               déjame de aconsejar
                  y determínate luego.
TARSO:         Para mí bástame el verte,
               Mireno, de aquesa suerte.                         
               Ni te aconsejo ni ruego.
                  Discreto eres.  Estodiado
               has con el cura.  Yo quiero
               seguirte aunque considero
               de Lauro el nuevo cuidado.                        
MIRENO:           Tarso, si dichoso soy,
               yo espero en Dios de trocar
               en contento su pesar. 
TARSO:         ¿Cuándo has de irte?
MIRENO:                           Luego.
TARSO:                                 ¿Hoy?
MIRENO:           Al punto.
TARSO:                       ¿Y con qué dinero?      
MIRENO:        De dos bueyes que vendí
               lo que basta llevo aquí.
               Vamos derecho a Avero,
                  y compraréte una espada
               y un sombrero.
TARSO:                       ¡Plegue a Dios                 
               que no volvamos los dos
               como perro con pedrada!

Vanse. Salen RUY Lorenzo y VASCO, lacayo
 
 
VASCO:            Señor, vuélvete al bosque, pues conoces
               que apenas estaremos aquí una hora
               cuando las postas nos darán alcance;       
               y los villanos de estas caserías
               que nos buscan cual galgos a las liebres,
               si nos cogen, harán la remembranza
               de Cristo y su prisión hoy con nosotros;
               y quedaremos, por nuestros pecados,               
               en vez de remembrados, desmembrados.
RUY:           Ya, Vasco, es imposible que la vida
               podamos conservar; pues cuando el cielo
               nos librase de tantos que nos buscan,
               el hambre vil, que con infames armas              
               debilita las fuerzas más robustas
               nos tiene de entregar al duque fiero.
VASCO:         Para le hambre y sus armas no hay acero.
RUY:           Por vengar la deshonra de mi hermana
               que el conde de Estremoz tiene usurpada,          
               su firma en una carta contrahice;
               y, saliéndome inútil esta traza,
               busqué quien con su muerte me vengase;
               mas nada se le cumple al desdichado,
               y, pues lo soy, acabe con la vida;                
               que no es bien muera de hambre habiendo espada.
VASCO:         ¿Es posible que un hombre que se tiene
               por hombre, como tú, hecho y derecho,
               quisiese averiguar por tales medios
               si fue forzada o no tu hermana?  Dime,            
               ¿piensas de veras que en el mundo ha habido
               mujer forzada?
RUY:                          ¿Agora dudas de eso?
               ¿No están llenos los libros, las historias
               y las pinturas de violentos raptos
               y forzosos estupros que no cuento?                
VASCO:         Riyérame a no ver que aquesta noche
               los dos habemos de cenar con Cristo,
               aunque hacer colación me contentara
               en el mundo, y a oscuras me acostara.
               Ven acá.  Si Leonela no quisiera           
               dejar coger las uvas de su viña,
               ¿no se pudiera hacer toda un ovillo,
               como hace el erizo, y a puñadas,
               aruños, coces, gritos, y a bocados,
               dejar burlado a quien su honor maltrata,          
               en pie su fama y el melón sin cata?
               Defiéndese una yegua en medio un campo
               de toda una caterva de rocines,
               sin poderse quejar, "¡Aquí del cielo,
               que me quitan mi honra!" como puedo               
               una mujer honrada en aquel trance.
               Escápase una gata como el puño
               de un gato zurdo y otro carriromo
               por los caramanchones y tejados
               con sólo decir "miao" y echar un fufo.     
               ¿Y quieren estas daifas persuadirnos
               que no pueden guardar sus pertinencias
               de peligros nocturnos?  Yo aseguro,
               si como echa a galeras la justicia
               los forzados, echara las forzadas,                
               que hubiera menos, y ésas más honradas.

Salen MIRENO y TARSO
 
 
TARSO:         Jurómela Melisa.  ¡Lindo cuento
               será el ver que la he dado cantonada!
MIRENO:        Mal pagaste su amor.
TARSO:                             Dala a Pilatos,
               que es más mudable que hato de gitanos;    
               más arrequives tienen sus amores
               que todo un canto de órgano; no quiero
               sino seguirte a ti por mar y tierra
               y trocar los amores por la guerra.
RUY:           Gente suena.
VASCO:                      Es verdad; y aun en mis calzas       
               se han sonado de miedo las narices
               del rostro circular, romadizadas.
RUY:           Perdidos somos.
VASCO:                        ¡Santos estrellados!
               Doleos de quien de miedo está en tortilla;
               y, si hay algún devoto de lacayos,         
               sáqueme de este aprieto y yo le juro
               de colgalle mis calzas a la puerta
               de su templo, en lavándolas diez veces
               y limpiando la cera de sus barrios;
               que, aunque las enceró mi pena fiera,      
               no es buena para ofrendas esta cera.
RUY:           Sosiégate; solos dos villanos,
               sin armas defensivas ni ofensivas.
               poco mal han de hacernos.
VASCO:                                 ¡Plegue al cielo!
RUY:           Cuanto y más que el venir tan descuidados  
               nos asegura de lo que tememos.
VASCO:         ¡Ciégalos, San Antonio!
RUY:                                   Calla.  Lleguemos.
               ¿Adónde bueno, amigos?
MIRENO:                               ¿Oh, señores!
               A la villa, a comprar algunas cosas
               que el hombre ha menester.  ¿está allá el duque?
RUY:           Allá quedaba.
MIRENO:                     Déle vida el cielo.
               Y vosotros, ¿dó bueno?  Que esta senda
               se aparta del camino real y guía
               a unas caserías que se muestran
               al pie de aquella sierra.
RUY:                                     Tus palabras            
               declaran tu bondad, pastor amigo.
               Por vengar la deshonra de una hermana
               intenté dar la muerte a un poderoso;
               y, sabiendo mi honrado atrevimiento,
               el duque manda que me siga y prenda               
               su gente por aquestos despoblados;
               y ya, desesperado de librarme,
               salgo al camino.  Quíteme la vida,
               de tantos, por honrada, perseguida.
MIRENO:        Lástima me habéis hecho y, ¡vive el cielo!,                                            
               que, si como la suerte avara me hizo
               un pastor pobre, más valor me diera,
               por mi cuenta tomara vuestro agravio.
               Lo que se puede hacer, de mi consejo,
               es que los dos troquéis esos vestidos      
               por aquestos groseros; y encubiertos
               os libraréis mejor hasta que el cielo
               a daros su favor, señor, comience;
               porque la industria los trabajos vence.
RUY:           ¡Oh, noble pecho, que entre paños bastos                                                           
               descubre el valor mayor que he visto!
               Páguete el cielo, pues que yo no puedo,
               ese favor.
MIRENO:                  La diligencia importa.
               Entremos en lo espeso y trocaremos
               el traje.
RUY:                     Vamos.  ¡Venturoso he sido!

Vanse los dos
 
 
TARSO:         ¿Y habéis también de darme por mi sayo
               esas abigarradas, con más cosas
               que un menudo de vaca?
VASCO:                                  Aunque me pese.
TARSO:         Pues dos liciones me daréis primero
               porque con ellas pueda hallar el tino,            
               entradas y salidas de esa Troya;
               que, pardiez, que aunque el cura sabe tanto,
               que canta un "parce mihi" por do quiere,
               no me supo vestir el día del Corpus,
               para her el rey David.
VASCO:                                Vamos; que presto          
               os la[s] sabréis poner.
TARSO:                               Como hay maestros
               que enseñan a leer a los muchachos,
               ¿no pudieran poner en cada villa
               maestros con salarios y con pagas
               que mos dieran lición de calzar bragas?

Salen DORISTO, alcalde, LARISO y DENIO, pastores
 
             
DORISTO:          Ya los vestidos y señas
               del amo y crïado sé.
               Callad, que yo os lo pondré,
               Lariso, cual digan dueñas.
LARISO:           ¿Que quiso matar al conde?                
               ¿Verá el bellaco!
DORISTO:                         Par Dios,
               que si los cojo a los dos
               y el diabro no los esconde,
                  que he de llevarlos a Avero
               con cepo y grillos.
DENIO:                             ¡Verá!            
               ¿Qué bestia los llevará
               en el cepo?
DORISTO:                     Regidero,
                  no os metáis en eso vos;
               que no empuño yo de balde
               el palillo.  ¿No so alcalde?                 
               Pues yo os juro, a non de Dios,
                  que ha de her lo que publico
               y que los ha de llevar
               con el cepo hasta el lugar
               de Avero vueso borrico.                           
LARISO:           Busquémoslos; que después
               quillotraremos el modo
               con que han de ir.
DORISTO:                          El monte todo
               está cercado.  Por pies
                  no se irán.
DENIO:                        Amo y lacayo                       
               han de estar aquí escondidos.
LARISO:        Las señas de los vestidos,
               sombreros, capas y sayo
                  del mozo en la cholla llevo.
DORISTO:       Si los prendemos, por paga                        
               diré al duque no mos haga
               par del olmo, un rollo nuevo.
LARISO:           Hombre sois de gran meollo
               si rollo en el puebro hacéis.
DORISTO:       Él será tal que os honréis   
               que os digan, "Váyase al rollo."

Vanse. Salen RUY Lorenzo, de pastor, y MIRENO, de galán
 
 
RUY:              De tal manera te asienta
               el cortesano vestido
               que me hubiera persuadido
               a que eras hombre de cuenta,                      
                   no haber visto primero
               que ocultaba la belleza
               de los miembros la bajeza
               de aqueste traje grosero.
                  Cuando se viste el villano                     
               las galas del traje noble,
               parece imagen de roble
               que no mueve pie ni mano;
                  ni hay quien persuadirse pueda
               sin que es, como sospech[a],                      
               pared que, de adobes hecha,
               la cubre un tapiz de seda.
                  Pero cuando en ti contemplo
               el desengaño con que andas
               y el donaire con que mandas                       
               ese vestido, otro ejemplo
                  hallo en ti más natural,
               que vuelve por tu decoro,
               llamándote imagen de oro
               con la funda de sayal.                            
                  Alguna nobleza infiero
               que hay en ti; pues te prometo
               que te he cobrado el respeto
               que al mismo duque de Avero.
                  ¡Hágate el cielo como él!   
MIRENO:        Y a ti, con sosiego y paz
               te vuelva sin el disfraz
               a tu estado; y fuera de él,
                  con paciencia vencerás
               de la Fortuna el ultraje.                         
               Si te ve un aquese traje
               mi padre, en él hallarás
                  nuevo amparo; en él te fía,
               y dile que me destierra
               mi inclinación a la guerra;                
               que espero en Dios que algún día
                  buena vejez le he de dar.
RUY:           Adiós, gallardo mancebo.
               La espada sola me llevo
               para poder evitar,                                
                  si me conocen, mi ofensa.
MIRENO:        Haces bien;  anda con Dios,
               que hasta la villa los dos
               aunque vamos sin defensa,
                  no tenemos qué temer;                   
               y allá espadas compraremos.

Sale VASCO, de pastor
 
 
VASCO:         Vámonos de aquí.  ¿Qué hacemos?
               Que ya me quisiera ver
                  cien leguas de este lugar.
MIRENO:        ¿Y Tarso?
VASCO:                   Allí desenreda                   
               las calzas, que agora queda
               comenzándose a atacar,
                  muy enojado conmigo
               porque me llevo la espada,
               sin la cual no valgo nada.                        
MIRENO:        La tardanza os daña.
RUY:                                Amigo, 
                  adiós.
VASCO:                   No está malo el sayo.
RUY:           Jamás borrará el olvido
               este favor.
VASCO:                      Embutido
               va en un pastor un lacayo.

Vase [RUY Lorenzo y VASCO]
 
 
MIRENO:           Del castizo caballo descuidado,
               el hambre y apetito satisface
               la verde hierba que en el campo nace,
               el freno duro del arzón colgado;
                  mas luego que el jaez de oro esmaltado         
               le pone el dueño cuando fiestas hace,
               argenta espumas, céspedes deshace,
               con el pretal sonoro alborotado.
                  Del mismo modo entre la encina y roble,
               crïado con el rústico lenguaje        
               y vistiendo sayal tosco, he vivido;
                  mas despertó mi pensamiento noble,
               como al caballo, el cortesano traje;
               que aumenta la soberbia el buen vestido.

Sale TARSO, de lacayo
 
 
TARSO:            ¿No ves las devanaderas                   
               que me han forzado a traer?
               Yo no acabo de entender
               tan intricadas quimeras.
                  ¿No notas la confusión
               de calles y encrucijadas?                         
               ¿Has visto más rebanadas
               sin ser mis calzas melón?
                  ¿Qué astrólogo tuvo esfera,
               di, menos inteligible?
               ¡Que ha una hora que no es posible           
               topar con la faltriquera!
                  ¡Válgame Dios!  ¡El jüicio
               que tendría el inventor
               de tan confusa labor
               y enmarañado edificio!                     
                  ¡Qué ingenio!  ¡Qué entendimiento!
MIRENO:        Basta, Tarso.
TARSO:                        No te asombre;
               que ésta no ha sido obra de hombre.
MIRENO:        ¿Pues de qué?
TARSO:                        De encantamiento.
                  Obra es digna de un Merlín,             
               porque en estos astrolabios
               aun no hallarán los más sabios
               ningún principio ni fin.
                  Pero, ya que enlacayado
               estoy, y tú caballero,                     
               ¿qué hemos de hacer?
MIRENO:                            Ir a Avero,
               que este traje ha levantado
                  mi pensamiento de modo
               que a nuevos intentos vuelo.
TARSO:         Tú querrás subir al cielo,          
               y daremos en el lodo.
                  Mas, pues eres ya otro hombre,
               por si acaso adonde fueres
               caballero hacerte quieres,
               ¿no es bien que mudes el nombre?             
                  Que si el de Mireno no es bueno
               para nombre de señor.
MIRENO:        Dices bien.  No soy pastor,
               ni he de llamarme Mireno.
                  Don Dionís en Portugal                  
               es nombre ilustre y de fama.
               Don Dionís desde hoy me llama.
TARSO:         No le has escogido mal;
                  que los reyes que ha tenido
               de ese nombre esta nación,                 
               eterna veneración
               ganaron a su apellido.
                  Extremado es el ensayo;
               pero, ya que así te ensalzas,
               dame un nombre que a estas calzas                 
               le venga bien, de lacayo;
                  que ya el de Tarso me quito.
MIRENO:        Escógele tú.
TARSO:                        Yo escojo,
               si no lo tienes a enojo...
               ¿No es bueno...?
MIRENO:                       ¿Cuál?
TARSO:                               Gómez Brito.         
                  ¿Qué te parece?
MIRENO:                          ¡Extremado!
TARSO:         ¡Gentiles cascos, por Dios!
               Sin ser obispo, los dos
               mos habemos confirmado.

Salen DORISTO, LARISO y DENIO y pastores con armas y sogas
 
 
DORISTO:          ¡Válgaos el dimunio, amén!  
               ¿Que nos los hemos de hallar?
LARISO:        Si no es que saben volar
               imposible es que no estén
                  entre estas matas y peñas.
DENIO:         Busquémoslos por lo raso.                  
LARISO:        ¿No so[n] éstos?
DORISTO:                       Habrad paso.
LARISO:        Par Dios, conforme las señas,
                  que son los propios.
DORISTO:                              Atalde
               los brazos, pues veis que están
               sin armas.
DENIO:                   Rendíos, galán.           
LARISO:        Tené al rey.
DORISTO:                    Tené al alcalde.

Por detrás los cogen y atan
 
 
MIRENO:           ¿Qué es esto?
TARSO:                           ¿Estáis en vosotros?
               ¿Por qué no prendéis?
DORISTO:                              Por gatos.
               ¡Aho!  ¿No veis qué mojigatos
               hablan?  Sabéis ser quillotros             
                  para dar la muerte al conde,
               y, ¿pescudaisnos por qué
               os prendemos?
DENIO:                        ¡Bueno, a fe!
TARSO:         ¿Qué conde o qué muerte?  ¿Adónde
                  mos habéis visto otra vez?              
DORISTO:       Allá os lo dirá el verdugo
               cuando os cuelgue cual besugo
               de las agallas y nuez.
MIRENO:           A no llevarme la espada,
               ya os fuerais arrepentidos.                       
TARSO:         El trueco de los vestidos
               mos ha dado esta gatada.
                  ¡Ah, mi señor don Dionís!
               ¿Es aquésta la ganancia
               de la guerra?  ¿Qué ignorancia        
               te engañó?
DORISTO:                 ¿Qué barbillas?
TARSO:            Tarso quiero ser, no Brito;
               ganadero, no lacayo.
               Por bragas quiero mi sayo.
               Las ollas lloro de Egipto.                        
LARISO:           ¿Quieres callar, bellacón?
               Darle de peñas quiero.
DORISTO:       Alto, a Avero.
MIRENO:                      Pues a Avero
               nos llevan, ten corazón;
                  que cuando el duque nos vea,                   
               caerán éstos en su engaño
               sin que nos mande hacer daño.
DORISTO:       Rollo tendrá muesa aldea.
DENIO:            Cuando bajo el olmo le hagas,
               en él haremos concejo.                     
TARSO:         Yo de ninguno me quejo,
               si de estas malditas bragas...
                  ¿Quién ha visto tal ensayo?
MIRENO:        ¿Qué temes, necio?  ¿Qué dudas?
TARSO:         Si me cuelgan y hago un Judas,                    
               sin hacer Judas lacayo,
                  ¿no he de llorar y temer?
               Hoy me cuelgan del cogollo.
DORISTO:       En la picota del rollo
               un reloj he de poner.                             
                  Vamos.
LARISO:                  Bien el puebro ensalzas.
TARSO:         Si te quieres escapar
               do no te puedan hallar
               métete dentro en mis calzas.

Vanse. Salen doña JUANA y don ANTONIO, de camino
 
              
JUAN:             ¡Primo don Antonio!
ANTONIO:                                ¡Paso!              
               No me nombréis; que no quiero
               hagáis de mí tanto caso
               que me conozca en Avero
               el duque.  A Galicia paso,
                  donde el rey don Juan me llama                 
               de Castilla; que me ama
               y hace merced; y deseo
               a costa de algún rodeo,
               saber si miente la fama
                  que ofrece el lugar primero                    
               de la hermosura de España
               a las hijas del de Avero,
               o si la fama se engaña
               y miente el vulgo ligero.
JUANA:            Bien hay que estimar y ver;                    
               pero no habéis de querer
               que así tan despacio os goce.
ANTONIO:       Si el de Avero me conoce,
               y me obliga a detener,
                  caer en falta recelo                           
               con el rey.
JUANA:                      Pues si eso pasa,
               de mi gusto al vuestro apelo;
               mas, si sabe que en su casa
               don Antonio de Barcelo,
                  conde de Penela, ha estado                     
               y que encubierto ha pasado
               cuando le pudo servir
               en ella, halo de sentir
               con exceso; que en su estado
                  jamás llegó caballero            
               que por inviolables leyes
               no le hospede.
ANTONIO:                      Así lo infiero;
               que es nieto, en fin, de los reyes
               de Portugal el de Avero.
                  Pero, dejando esto, prima;                     
               ¿tan notable es la beldad
               que en sus dos hijas sublima
               el mundo?
JUANA:                   ¿Es curiosidad
               o el alma acaso os lastima
                  el ciego?
ANTONIO:                    Mal sus centellas                    
               me pueden causar querellas
               si de su vista no gozo;
               curiosidades de mozo
               a Avero me traen a vellas.
                  ¿Cómo tengo de querer              
               lo que no he llegado a ver?
JUANA:         De que eso digáis me pesa.
               Nuestra nación portuguesa
               esta ventaja ha de hacer
                  a todas; que porque asista                     
               aquí Amor, que es su interés,
               ha de amar en su conquista
               de oídas el portugués,
               y el castellano, de vista.
                  Las hijas del duque son                        
               dignas de que su alabanza
               celebre nuestra nación.
               La mayor, a quien Berganza
               y su duque, con razón, 
                  pienso que intenta entregar                    
               al conde de Vasconcelos,
               su heredero, puede dar
               otra vez a Clicie celos,
               si el sol la sale a mirar.
                  Pues de doña Serafina,                  
               hermana suya, es divina
               la hermosura.
ANTONIO:                      Y, de las dos,
               ¿a cuál juzgáis, prima, vos,
               por más bella?
JUANA:                        Mas se inclina
                  mi afición a la mayor,                  
               aunque mi opinión refuta
               en parte el vulgo hablador;
               mas en gustos no hay disputa
               y más en cosas de amor.
                  En dos bandos se reparte                       
               Avero, y por cualquier parte
               hay bien que alegar.
ANTONIO:                           ¿Aquí
               hay algún título?
JUANA:                            Sí,
               don Francisco y don Düarte.
ANTONIO:          ¿Y qué hacen?
JUANA:                            Más de un curioso       
               dice que pretende ser
               cada cuan de la una esposo.
ANTONIO:       Prima, yo las he de ver
               esta tarde; que es forzoso
                  irme luego.
JUANA:                           Yo os pondré             
               donde su hermosura os dé,
               podrá ser, más de una pena.
ANTONIO:       ¿Serafina o Madalena?
JUANA:         Bellas son las dos.  No sé.

                  Pero el duque sale aquí                 
               con ellas.  Ponte a esta parte.

[Don ANTONIO se pone a la puerta o detrás de un cancel]. Sale el DUQUE, el CONDE, [doña] SERAFINA y doña MADALENA. [El DUQUE habla aparte al CONDE]
 
 
DUQUE:         Digo, conde don Düarte
               que todo se cumpla así.
CONDE:            Pues el rey, nuestro señor,
               favorece la privanza                              
               del hijo del de Berganza,
               y a vuestra hija mayor
                  os pide para su esposa,
               escriba vuestra excelencia
               que, con su gusto y licencia,                     
               doña Serafina hermosa
                  lo será mía.
DUQUE:                         Está bien.
CONDE:         Pienso que su majestad
               me mira con voluntad,
               y que lo tendrán por bien;                 
                  yo y todo le escribiré.
DUQUE:         No lo sepa Serafina
               hasta ver si determina
               el rey que la mano os dé;
                  que es muchacha; y descuidada,                 
               aunque portuguesa, vive
               de que tan presto cautive
               su libertad la lazada
                  o nudo del matrimonio.

[Hablan aparte don ANTONIO y doña JUANA]
 
 
JUANA:         Presto os habéis divertido.                
               Decid,  ¿qué os han parecido
               las hermanas, don Antonio?
ANTONIO:          No sé el alma a cuál se inclina,
               ni sé lo que hacer ordena.
               Bella es doña Madalena,                    
               pero dona Serafina
                  es el sol de Portugal.
               Por la vista el alma bebe
               llamas de amor entre nieve,
               por el vaso de cristal                            
                  de su divina blancura;
               la fama ha quedado corta
               en su alabanza.
DUQUE:                          Esto importa.
ANTONIO:       Fénix es de la hermosura.
DUQUE:            Llegaos, Madalena, aquí.                
CONDE:         Pues me da el duque lugar,
               mi serafín, quiero hablar
               si hay atrevimiento en mí
                  para que vuele tan alto
               que a serafines me iguale.                        
ANTONIO:       Prima, a ver el alma sale
               por los ojos el asalto
                  que Amor le da poco a poco.
               Ganárame si me pierdo.
JUANA:         Vos entraste, primo, cuerdo,                      
               y pienso que saldréis loco.
DUQUE:            Hija, el rey te honra y estima.
               Cuán bien te está considera.
MADALENA:      Mi voluntad es de cera.
               Vueselencia en ella imprima                       
                  el sello que más le cuadre,
               porque en mí sólo ha de haber
               callar con obedecer.
DUQUE:         ¡Mil veces dichoso padre
                  que oye tal!
CONDE:                           Las dichas mías,         
               como han subido al extremo
               de su bien, que caigan temo.
SERAFINA:      Conde, esas filosofías
                  ni las entiendo ni son
               de mi gusto.
CONDE:                      Un serafín                    
               bien puede alcanzar el fin
               y el alma de una razón.
                  No digáis que no entendéis,
               serafín, lo que alcanzáis.
SERAFINA:      ¡Jesús, qué de ello que habláis!                                                  
CONDE:         Si soy hombre, ¿qué queréis?
                  Por palabras los intentos
               quiere que expliquemos Dios;
               que, a ser serafín cual vos,
               con solos los pensamientos                        
                  nos habláramos.
SERAFINA:                        ¿Que Amor
               habla tanto?
CONDE:                      ¿No ha de hablar?
SERAFINA:      No; que hay poco que fïar
               de un niño, y más, hablador.
CONDE:            En todo os hizo perfeta                        
               el cielo con mano franca.
ANTONIO:       Prima, para ser tan blanca,
               notablemente es discreta.
                  ¡Qué agudamente responde!
               Ya han esmaltado los cielos                       
               el oro de Amor con celos.
               Mucho me enfada este conde.
JUANA:            ¡Pobre de vuestra esperanza
               si tal contrario la asalta!
DUQUE:         Un secretario me falta                            
               de quien hacer confïanza;
                  y aunque esta plaza pretenden
               muchos por diversos modos
               de favores, entre todos
               pocos este oficio entienden.                      
                  Trabajo me ha de costar
               en tal tiempo estar sin él.
MADALENA:      A ser el pasado fiel
               era ingenio singular.
DUQUE:            Sí; mas puso en contingencia            
               mi vida y reputación.

Salen los pastores, [DORISTO, LARISO Y DENIO] y traen presos a MIRENO y TARSO
 
 
DORISTO:       Ande apriesa el bellacón.
LARISO:        Aquí está el duque.
TARSO:                             Paciencia
                  me dé Herodes.
DENIO:                          ¡Aho!  Llegá,
               pues sois alcalde y habralde.                     
DORISTO:       Buen viejo, yo so el alcalde
               y vos el duque.
LARISO:                          ¡Verá!
                  Llegaos más cerca.
DORISTO:                              Y sopimos
               yo, el herrero y su mujer
               que mandábades prender                     
               estos bellacos y fuimos
                  Bras Llorente y Gil Bragado...
TARSO:         Aquése yo lo seré
               pues por mi mal me embragué.
DORISTO:       Y después de haber llamado                 
                  a concejo el regidero
               Pero Mínguez...  Llegá acá,
               que no sois bestia y habrá.
               Decid lo demás.
LARISO:                       No quiero.
                  Decildo vos.
DORISTO:                      No estodié                  
               sino hasta aquí.  En concrusión,
               éstos los ladrones son
               que por sólo heros mercé
                  prendimos yo y Gil Mingollo.
               Haga lo que el puebro pide                        
               su duquencia, y no se olvide
               lo que le dije del rollo.
DUQUE:            ¡Hay mayor simplicidad!
               Ni he entendido a lo que vienen
               ni por qué delito tienen                   
               así estos hombres.  Soltad
                  los presos y decid vos
               qué insulto habéis cometido
               para que os hayan traído
               de aquesa suerte a los dos.

De rodillas
 
 
MIRENO:           Si lo es el favorecer,
               gran señor, a un desdichado,
               perseguido y acosado
               de tus gentes y poder,
                  y juzgas por temerario                         
               haber trocado el vestido
               por dalle vida, yo he sido...
DUQUE:         ¿Tú libraste al secretario?
                  Pero sí; que aquese traje
               era suyo.  Di, traidor,                           
               ¿por qué le diste favor?
MIRENO:        Vueselencia no me ultraje,
                  ni ese título me dé;
               que no estoy acostumbrado
               a verme así despreciado.                   
DUQUE:         ¿Quién eres?
MIRENO:                     No soy.  Seré;
                  que sólo por pretender
               ser más de lo que hay en mí
               menosprecié lo que fui
               por lo que tengo de ser.                          
DUQUE:            No te entiendo.
MADALENA:                         (¡Extraña audacia  Aparte
               de hombre!  El poco temor
               que muestra dice el valor
               que encubre.  De su desgracia
                  me pesa.)
DUQUE:                       Di, ¿conocías           
               al traidor que ayuda diste?
               Mas, pues por él te pusiste
               en tal riesgo, bien sabías
                  quién era.
MIRENO:                       Supe que quiso
               dar muerte a quien deshonró                
               su hermana, y después te dio
               de su honrado intento aviso;
                  y, enviándole a prender,
               le libré de ti, espantado
               por ver que el que esta agraviado                 
               persigas; debiendo ser
                  favorecido por ti,
               por ayudar al que ha puesto
               en riesgo su honor.
CONDE:                             (¿Qué es esto?    Aparte
               ¿Ya anda derramada así                
                  la injuria que hice a Leonela?)
DUQUE:         ¿Sabes tú quién la afrentó?
MIRENO:        Supiéralo, señor, yo;
               que a sabello...
DUQUE:                          Fue cautela
                  del traidor para engañarte.             
               Tú sabes adónde está
               y así forzoso será
               si es que pretendes librarte,
                  decillo.
MIRENO:                    ¡Bueno sería,
               cuando adonde está supiera,                
               que un hombre como yo hiciera,
               por temor, tal villanía!
DUQUE:            ¿Villanía es descubrir
               un traidor?  Llevalde preso;
               que si no ha perdido el seso                      
               y menosprecia el vivir,
                  él dirá dónde se esconde.
MADALENA:      Ya deseo de libralle;
               que no merece su talle
               tal agravio.
DUQUE:                      Intento, conde,                      
                  vengaros.
CONDE:                      Él lo dirá.
TARSO:         (¡Muy gentil ganancia espero!)    Aparte
DUQUE:         Vamos; que responder quiero
               al rey.
TARSO:                  (Medrándose va              Aparte
                  con la mudanza de estado                       
               y nombre de don Dionís!)
DUQUE:         Viviréis si lo decís.
MIRENO:        (La Fortuna ha comenzado           Aparte
                  a ayudarme; ánimo ten,
               porque en ella es natural,                        
               cuando comienza por mal,
               venir a acabar en bien.)
TARSO:            Bragas, si una vez os dejo,
               nunca más transformación.

Llévanlos presos
 
 
DUQUE:         Meted una petición                         
               vosotros en mi consejo
                  de lo que queréis; que allí
               se os pagará este servicio.
DORISTO:       Vos, que tenéis buen jüicio,
               la peticionad.
LARISO:                       Sea así.                    
DORISTO:          Señor, por este cuidado
               haga un rollo en mi lugar,
               tal que se pueda ahorcar
               en él cualquier hombre honrado.

Vanse los pastores, el DUQUE y el CONDE; quedan los demás
 
 
MADALENA:         Mucho, doña Serafina,                   
               me pesa ver llevar preso
               aquel hombre.
SERAFINA:                     Yo confieso
               que a rogar por él me inclina
                  su buen talle.
MADALENA:                        ¿Eso desea
               tu afición?  ¿Ya es bueno el talle?   
               pues no tienes de libralle
               aunque lo intentes.
SERAFINA:                            No sea.

Vanse doña SERAFINA y doña MADALENA
 
 
JUANA:            ¿Habéisos de ir esta tarde?
ANTONIO:       ¡Ay, prima!  ¡Cómo podré
               si me perdí, si cegué,              
               si Amor valiente, cobarde,
                  todo el tesoro me gana
               del alma y la voluntad?
               Sólo por ver su beldad
               no he de irme hasta mañana.                
JUANA:            ¡Bueno estáis!  ¿Que amáis en fin?
ANTONIO:       Sospecho, prima querida,
               que de mi contento y vida
               Serafina será fin.

 

FIN DEL ACTO PRIMERO


ACTO SEGUNDO

 

Sale doña MADALENA, sola
 
 
MADALENA:         ¿Qué novedades son éstas,   
               altanero pensamiento?
               ¿Qué torres sin fundamento
               tenéis en el aire puestas?
               ¿Cómo andáis tan descompuestas,
               imaginaciones locas?                              
               Siendo las causas tan pocas,
               ¿queréis exponer mis menguas
               a jüicio de las lenguas
               y a la opinión de las bocas?
                  Ayer guardaban los cielos                      
               el mal de vuestra esperanza
               con la tranquila bonanza
               que agora inquietan desvelos.
               Al conde de Vasconcelos,
               o a mi padre di, en su nombre,                    
               el sí; mas, porque me asombre,
               sin que mi honor lo resista
               se entró al alma, a escala vista,
               por la misma vista un hombre.
                  Vióle en ella, y fuera exceso,          
               digno de culpa mi error,
               a no saber que el Amor
               es niño, ciego y sin seso.
               ¿A un hombre extranjero y preso,
               a mi pesar, corazón,                       
               habéis de dar posesión?
               ¿Amar al conde no es justo?
               ¡Mas, ay!  Que atropella el gusto
               las leyes de la razón.
                  Mas, pues, a mi instancia está          
               por mi padre libre y suelto,
               mi pensamiento resuelto
               bien remediarse podrá.
               Forastero es; si se va,
               con pequeña resistencia                    
               podrá sanar la paciencia
               el mal de mis desconciertos;
               pues son médicos expertos
               de Amor el tiempo y la ausencia.
                  Pero, ¿con qué rigor trazo         
               el remedio de mi vida?
               Si puede sanar la herida,
               crueldad es cortar el brazo.
               Démosle a Amor algún plazo,
               pues su vista me provoca;                         
               que, aunque es la efímera loca,
               ninguno al enfermo quita
               el agua que no permita
               siquiera enjaguar la boca.
                  Hacerle quiero llamar.                         
               --¡Ah, doña Juana!--  Teneos,
               desenfrenados deseos,
               si no os queréis despeñar.
               ¿Así vais a publicar
               vuestra afrenta?  La vergüenza               
               mi loco apetito venza;
               que, si es locura admitillo
               dentro del alma, el decillo
               es locura o desvergüenza.

Sale doña JUANA
 
 
JUANA:            Aquel mancebo dispuesto                        
               que ha estado preso hasta agora
               y a tu intercesión, señora,
               ya en libertad está puesto,
               pretende hablarte.
MADALENA:                         (¡Qué presto    Aparte
               valerse el Amor procura                           
               de la ocasión y ventura
               que ha de ponerse en efeto!
               Mas hace como discreto;
               que Amor todo es coyuntura.)
                  ¿Sabes qué quiere?
JUANA:                              Pretende                     
               al favor que ha recibido
               por ti, ser agradecido.
MADALENA:      (Áspides en rosas vende.)       Aparte
JUANA:         ¿Entrará?
MADALENA:                (Si preso prende,      Aparte
               si maltratado maltrata,                           
               si atado las manos ata
               las de mi gusto resuelto,
               ¿qué ha de hacer presente y suelto,
               quien ausente y preso mata?)
                  Dile que vuelva a la tarde;                    
               que agora ocupada estoy.
               Mas oye.  No vuelva.
JUANA:                              Voy.
MADALENA:      Escucha.  Di que se aguarde,
               mas, váyase; que ya es tarde.
JUANA:         ¿Hase de volver?
MADALENA:                      ¿No digo                     
               que sí?  Ve.
JUANA:                       Tu gusto sigo.
MADALENA:      Pero torna.  No se queje.
JUANA:         ¿Pues qué diré?
MADALENA:                     Que me deje.
               (Y que me lleve consigo.)        Aparte
                  Anda.  Di que entre.
JUANA:                                Voy, pues.

Vase [doña JUANA]
 
 
MADALENA:      Que, aunque venga a mi presencia,
               vencerá la resistencia
               hoy del valor portugués.
               El desear y ver es
               en la honrada y la no tal,                        
               apetito natural;
               y si deferencia se halla,
               es en que la honrada calla
               y la otra dice su mal.
                  Callaré, pues que presumo               
               cubrir mi desasosiego,
               si puede encubrirse el fuego,
               sin manifestalle el humo.
               Mas bien podré, si consumo
               el tiempo a palabras vanas;                       
               pero las llamas tiranas
               del Amor, es cosa cierta
               que, en cerrándolas la puerta,
               se salen por las ventanas.
                  Cuando les cierren la boca,                    
               por los ojos se saldrán;
               mas no las conocerán
               callando la lengua loca;
               que, si ella a Amor no provoca,
               nunca amorosos despojos                           
               dan atrevimiento a enojos
               si no es en cosas pequeñas;
               porque al fin hablan por señas
               cuando hablan solos los ojos.

Sale MIRENO, galán, y dice de rodillas
 
 
MIRENO:           Aunque ha sido atrevimiento                    
               el venir a la presencia,
               señora, de vueselencia
               mi poco merecimiento,
                  ser agradecido trato
               al recibido favor;                                
               porque el pecado mayor
               es el que hace un hombre ingrato.
                  Por haber favorecido
               de un desdichado la vida,
               que al noble es deuda debida,                     
               me vi preso y perseguido;
                  pero en la misma moneda
               me pagó el cielo, sin duda,
               pues libre, con vuestra ayuda,
               mi vida, señora, queda.                    
                  ¡Libre dije?  Mal he hablado;
               que el noble, cuando recibe,
               cautivo y esclavo vive,
               que es lo mismo que obligado.
                  Y, ojalá mi vida fuera                  
               tal que, si esclava quedara,
               alguna parte pagara
               de esta merced, que ella hiciera
                  excesos; pero, entre tantas
               que mi humildad envilecen                         
               y como esclavos ofrecen
               sus cuellos a vuestras plantas,
                  a pagar con ella vengo
               la mucha deuda en que estoy;
               pues no os debo más si os doy,             
               gran señora, cuanto tengo.       
MADALENA:         Levantaos del suelo.
MIRENO:                                Así
               estoy, gran señora, bien.
MADALENA:      Haced lo que os digo.  (¿Quién      Aparte
               me ciega el alma?  ¡Ay de mí!)        
                  ¿Sois portugués?

Levantándose
 
 
MIRENO:                            Imagino
               que sí.
MADALENA:              ¿Que lo imagináis?
               ¿De esa suerte incierto estáis
               de quién sois?
MIRENO:                       Mi padre vino
                  al lugar adonde habita,                        
               y es de alguna hacienda dueño,
               trayéndome muy pequeño;
               mas su trato lo acredita.
                  Yo creo que en Portugal
               nacimos.
MADALENA:               ¿Sois noble?
MIRENO:                               Creo                       
               que sí, según lo que veo
               en mi honrado natural,
                  que muestra más que hay en mí.
MADALENA:      ¿Y darán la obras vuestras
               si fuere menester, muestras                       
               que sois noble?
MIRENO:                         Creo que sí.
                  Nunca de hacellas dejé.
MADALENA:      "Creo," decís a cualquier punto.
               ¿Creéis, acaso, que os pregunto
               artículos de la fe?                        
MIRENO:           Por la que debe guardar
               a la merced recibida
               de vueselencia mi vida,
               bien los puede preguntar,
                  que mi fe su gusto es.                         
MADALENA:      ¡Qué agradecido venís!
               ¿Cómo os llamáis?
MIRENO:                           Don Dionís.
MADALENA:      Ya os tengo por portugués
                  y por hombre principal;
               que en este reino no hay hombre                   
               humilde de vuestro nombre,
               porque es apellido real;
                  y sólo el imaginaros
               por noble y honrado ha sido
               causa que haya intercedido                        
               con mi padre a libertaros.
MIRENO:           Deudor os soy de la vida.
MADALENA:      Pues bien; ya que libre estáis,
               ¿qué es lo que determináis
               hacer de vuestra partida?                         
                  ¿Dónde pensáis ir?
MIRENO:                               Intento
               ir, señora, donde pueda
               alcanzar fama que exceda
               a mi altivo pensamiento.
                  Sólo aquesto me destierra               
               de mi patria.
MADALENA:                    ¿En qué lugar
               pensáis que podéis hallar
               esa ventura?
MIRENO:                      En la guerra;
                  que el esfuerzo hace capaz
               para el valor que procuro.                        
MADALENA:      ¿Y no será más seguro
               que la adquiráis en la paz?
MIRENO:           ¿De qué modo?
MADALENA:                        Bien podéis
               granjealle si dais traza
               que mi padre os dé la plaza                
               de secretario, que veis
                  que está vaca agora, a falta
               de quien la pueda suplir.
MIRENO:        No nació para servir
               mi inclinación, que es más alta.    
MADALENA:         Pues cuando volar presuma,
               las plumas la han de ayudar.
MIRENO:        ¿Cómo he de poder volar
               con solamente una pluma?
MADALENA:         Con las alas del favor;                        
               que el vuelo de una privanza
               mil imposibles alcanza.
MIRENO:        Del privar nace el temor,
                  como muestra la experiencia;
               y tener temor no es justo.                        
MADALENA:      Don Dionís, éste es mi gusto.
MIRENO:        ¿Gusto es de vuesa excelencia
                  que sirva al duque?  Pues, alto.
               Cúmplase, señora, ansí,
               que ya de un vuelo subí                    
               al primer móvil más alto.
                  Pues, si en esto gusto os doy,
               ya no hay que subir más arriba;
               como el duque me reciba,
               secretario suyo soy.                              
                  Vos, señora, lo ordenad.
MADALENA:      Deseo vuestro provecho,
               y ansí lo que veis he hecho;
               que, ya que os di libertad,
                  pesárame que en la guerra               
               la malograrais.  Yo haré
               cómo esta plaza se os dé
               porque estéis en nuestra tierra.
MIRENO:           Mil años el cielo guarde
               tal grandeza.
MADALENA:                     (Honor, huír      Aparte                                                    
               que revienta por salir
               por la boca, Amor cobarde.)

Vase
 
 
MIRENO:           Pensamiento, ¿en qué entendéis?
               Vos, que a las nubes subís,
               decidme, ¿qué colegís
               de lo que aquí visto habéis?        
               Declaraos, que bien podéis.
               Decidme, ¿tanto favor
               nace de sólo el valor
               que a quien honra ennoblece,
               o erraré si me parece                      
               que ha entrado a la parte Amor?
                  ¡Jesús!  ¡Qué gran disparate!
               ¡Temerario atrevimiento
               es el vuestro, pensamiento!
               Ni se imagine ni trate.                           
               Mi humildad el vuelo abate
               con que sube el deseo vario;
               mas, ¿por qué soy temerario
               si imaginar me prometo 
               que me ama en lo secreto                          
               quien me hace su secretario?
                  ¿No estoy puesto en libertad
               por ella?  Y, ya sin enojos,
               por el balcón de sus ojos,
               ¿no he visto su voluntad?                    
               ¡Amor me tiene!  Callad,
               lengua loca; que es error
               imaginar que el favor
               que de su nobleza nace,
               y generosa me hace,                               
               está fundado en amor.
                  Mas el desear saber
               mi nombre, patria y nobleza,
               ¿no es amor?  Ésa es bajeza.
               Pues, alma, ¿qué puede ser?           
               Curiosidad de mujer.
               Si; mas, ¿dijera, alma, advierte,
               a ser eso de esa suerte
               sin reinar amor injusto,
               "Don Dionís, éste es mi gusto"?     
               Este argumento, ¿no es fuerte?
                  Mucho; pero mi bajeza
               no se puede persuadir
               que vuele y llegue a subir
               al cielo de tal belleza;                          
               pero, ¿cuándo hubo flaqueza
               en mi pecho?  Esperar quiero;
               que siempre el tiempo ligero
               hace lo dudoso cierto;
               pues mal vivirá encubierto                 
               el tiempo, amor y dinero.

Sale TARSO
 
 
TARSO:           Ya que como a Daniel
               del lago, nos han sacado
               de la cárcel, donde he estado
               con menos paciencia que él,                
                  siendo la ira del duque
               nuestro profeta Habacú,
               ¿qué aguardas más aquí tú
               a que el tiempo nos bazuque?
                  ¿Tanto bien nos hizo Avero                
               que en él con tal sorna estás?
               Vámonos; pero dirás
               que quieres ser caballero.
                  Y poco faltó, por Dios,
               para ser en Portugal                              
               caballeros a lo asnal;
               pues que supimos los dos
                  que el duque mandado había
               que, por las acostumbradas
               nos diesen las pespuntadas                        
               orden de caballería.
MIRENO:           ¡Brito, amigo!
TARSO:                           No soy Brito
               sino Tarso.
MIRENO:                     Escucha necio.
TARSO:         Estas calzas menosprecio
               que me estorban infinito.                         
                  Ya que en Brito me transformas,
               sácame de aquestos grillos;
               que no fui yo por novillos
               para que me pongas cormas.
                  Quítamelas, y no quieras                
               que alguna vez huela mal.
MIRENO:        ¡Peregrino natural!
               ¿Que nunca has de hablar de veras?
                  Digo que estás temerario.
TARSO:         Braguirroto di que estoy.                         
               ¿Pero qué hay de nuevo?
MIRENO:                                Soy,
               por lo menos, secretario
                  del duque de Avero.
TARSO:                                ¿Cómo?
MIRENO:        La que nos dio libertad
               de esta liberalidad                               
               es la autora.
TARSO:                       Mejor tomo
                  tus cosas; ya estás en zancos.
MIRENO:        Pues aún no lo sabes bien.
TARSO:         Darte quiero el parabién;
               y pues con los amos francos                       
                  si algún favor me has de hacer
               y mi descanso permites,
               lo primero es que me quites
               estas calzas, que sin ser
                  presidente, en apretones,                      
               después que las he calzado,
               en ellas he despachado
               mil húmedas provisiones.

Vanse. Salen don ANTONIO y doña JUANA
 
 
ANTONIO:    Prima, a quedarme aquí mi amor me obliga,
               aguarde el rey o no; que mi rey llamo             
               sólo mi gusto; que el pesar mitiga
               que me ha de consumir, si ausente amo.
               Pájaro soy; sin ver de Amor la liga.
               Curiosamente me asenté en el ramo
               de la hermosura, donde preso quedo;               
               volar pretendo pero más me enredo.
                  El conde de Estremoz sirve y merece
               a doña Serafina; yo he sabido
               que el duque sus intentos favorece,
               y hacerla esposa suya ha prometido.               
               Quien no parece, dicen que perece.
               Si no parezco, pues, y ya ni olvido
               ni ausencia han de poder darme reposo,
               ¿qué he de esperar ausente y receloso?
                  Si mi adorado serafín supiera           
               quién soy, y con decírselo aguardara
               recíprocos amores con que hiciera
               mi dicha cierta y mi esperanza clara,
               más alegre y seguro me partiera,
               y de su fe mi vida confïara;                 
               si se puede fïar el que es prudente
               del sol de enero y de mujer ausente.
                  No me conoce y mi tormento ignora,
               y así en quedarme mi remedio fundo;
               que me parta después, o vaya agora         
               a la presencia de don Juan Segundo,
               importa poco.  Prima mía, señora, 
               si no quieres que llore y sepa el mundo
               el lastimoso fin que ausente espero,
               no me aconsejes el salir de Avero.                
JUANA:              Don Antonio, bien sabes lo que estimo
               tu gusto, y que el amor que aquí te enseño
               al deudo corresponde que de primo
               nuestra sangre te debe, como a dueño;
               si en que te quedes ves que te reprimo,           
               es por ser este pueblo tan pequeño
               que has de dar nota en él.
ANTONIO:                                 Ya yo procuro
               cómo sin que la dé, viva seguro.
               Nunca me ha visto el duque, aunque me ha escrito.      
               Yo sé que busca un secretario experto,     
               porque al pasado desterró un delito.
JUANA:         Con risa el medio que has buscado advierto.
ANTONIO:       ¿No te parece, si en palacio habito
               con este cargo, que podré encubierto
               entablar mi esperanza, como acuda                 
               el tiempo, la ocasión y más tu ayuda?
 
JUANA:            La traza es extremada, aunque indecente,
               primo, a tu calidad.
ANTONIO:                           Cualquiera estado
               es noble con amor.  No esté yo ausente
               que con cualquiera oficio estaré honrado.  
JUANA:         Búsquese el modo, pues.
ANTONIO:                              El más urgente
               está ya concluído.
JUANA:                          ¿Cómo?
ANTONIO:                                He dado
               un memorial al duque en que le pido
               me dé esta plaza.
JUANA:                           Diligente has sido;
                  mas, sin saberlo yo, culparte quiero.          
ANTONIO:       Del cuidadoso el venturoso nace;
               hase encargado de él el camarero
               de quien dicen que el duque caudal hace.
JUANA:         Mucho priva con él.
ANTONIO:                           Mi dicha espero
               si el cielo a mis deseos satisface                
               y el camarero en la memoria tiene
               esta promesa.
JUANA:                        Primo, el duque viene.

Salen el DUQUE y FIGUEREDO, su camarero
 
 
DUQUE:            Ya sabes que requiere aquese oficio
               persona en quien concurran juntamente
               calidad, discreción, presencia y pluma.    
FIGUEREDO:     La calidad no sé; de esotras partes
               le puedo asegurar a vueselencia
               que no hay en Portugal quien conforme a ellas
               mejor pueda ocupar aquesa plaza.
               Le letra, el memorial que vueselencia             
               tiene suyo podrá satisfacelle;
DUQUE:         Alto; pues tú le abonas, quiero velle.
FIGUEREDO:     Quiérole ir a llamar.  Pero delante
               está de vueselencia.  Llegá, hidalgo,
               que el duque, mi señor, pretende veros.    
ANTONIO:       Déme los pies, vueselencia.
DUQUE:                                    Alzaos.
               ¿De dónde sois?
ANTONIO:                      Señor, nací en Lisboa.
DUQUE:         ¿A quién habéis servido?
ANTONIO:                                 Héme crïado
               con don Antonio de Barcelos, conde
               de Penela, y os traigo cartas suyas,              
               en que mis pretensiones favorece.
DUQUE:         Quiero yo mucho al conde don Antonio,
               aunque nunca le he visto.  ¿Por qué causa
               no me las habéis dado?
ANTONIO:                              No acostumbro
               pretender por favores lo que puedo                
               por mi persona, y quise que me viese
               primero vueselencia.
DUQUE:                             Camarero,
               su talle y buen estilo me ha agradado.
               Mi secretario sois.  Cumplan las obras
               lo mucho que promete esa presencia.               
ANTONIO:       Remítome, señor, a la experiencia.
DUQUE:         Doña Juana, ¿qué hacen Serafina
               y Madalena?
JUANA:                      En el jardín agora
               estaban las dos juntas, aunque entiendo
               que mi señora doña Madalena         
               quedaba algo indispuesta.
DUQUE:                                  ¿Pues qué tiene?
JUANA:         Habrá dos días que anda melancólica,
               sin saberse la causa de este daño.
DUQUE:         Ya la adivino yo; vamos a vella,
               que, como darla nuevo estado intento,             
               la mudanza de vida siempre causa
               tristeza en la mujer honrada y noble;
               y no me maravillo esté afligida
               quien teme un cautiverio de por vida.
               Doña Juana, quedaos; que como viene        
               el mensajero de Lisboa, y conoce
               al conde de Penela, vuestro primo,
               tendréis que preguntarle muchas cosas.
JUANA:         Es, gran señor, así.
DUQUE:                             Yo gusto de eso.
               Secretario, quedaos.
ANTONIO:                           Tus plantas beso.

Vanse el DUQUE y FIGUEREDO
 
 
ANTONIO:       Venturoso han sido los principios.
JUANA:         Si tienes por ventura ser crïado
               de quien eres igual, ventura tienes.
ANTONIO:       Ya por lo menos estaré presente,
               y estorbaré los celos de algún modo 
               que el conde de Estremoz me causa, prima.
JUANA:         Dásele de él tan poco a quien adoras,
               y de eso, primo, está tan olvidada,
               que en lo que pone agora su cuidado
               es sólo en estudiar con sus doncellas      
               una comedia, que por ser mañana
               Carnestolendas, a su hermana intenta
               representar, sin que lo sepa el duque.
ANTONIO:       ¿Es inclinada a versos?
JUANA:                                  Pierde el seso
               por cosas de poesía, y esta tarde          
               conmigo sola en el jardín pretende
               ensayar el papel, vestida de hombre.
ANTONIO:       ¿Así me dices eso, doña Juana?
JUANA:         Pues, ¿cómo quieres que lo diga?
ANTONIO:                                       ¿Cómo?
               Pidiéndome la vida, el alma, el seso,      
               en pago de que me hagas tan dichoso
               que yo la pueda ver de aquesa suerte.
               Así vivas más años que hay estrellas.
               Así jamás el tiempo riguroso
               consuma la hermosura de que gozas.                
               Así tus pensamientos se te logren,
               y el rey de Portugal, enamorado
               de ti, te dé la mano, el cetro y vida.
JUANA:         Paso; que tienes talle de casarme
               con el Papa, según estás sin seso.  
               Yo te quiero cumplir aqueste antojo.
               Vamos, y esconderéte en los jazmines
               y murtas que de cercas a los cuadros
               sirven, donde podrás, si no das voces,
               dar un hartazgo al alma.
ANTONIO:                             ¿Hay en Avero          
               algún pintor?
JUANA:                      Algunos tiene el duque
               famosos; mas, ¿por qué me lo preguntas?
ANTONIO:       Quiero llevar conmigo quien retrate
               mi hermoso serafín; pues fácilmente,
               mientras se viste, sacará el bosquejo.     
JUANA:         ¿Y si lo siente doña Serafina
               o el pintor lo publica?
ANTONIO:                                Los dineros
               ponen freno a las lenguas y los quitan.
               ¡O mátame o no impidas mis deseos!
JUANA:         ¡Nunca yo hablara, o nunca tú lo oyeras,                                                          
               que tal prisa me das!  Ahora bien, primero,
               en esto puedes ver lo que te quiero.
               Busca un pinto sin lengua, y no malparas;
               que, según los antojos diferentes
               que tenéis los que andáis enamorados,                                                      
               sospecho para mí que andáis preñados.

Vanse. Salen el DUQUE y doña MADALENA
 
 
DUQUE:            Si darme contento es justo,
               no estés, hija, de esa suerte;
               que no consiste mi muerte
               más de en verte a ti sin gusto.            
                  Esposo te dan los cielos   
               para poderte alegrar
               sin merecer tu pesar
               el conde de Vasconcelos.
                  A su padre, el de Berganza,                    
               pues que te escribió, responde;
               escribe también al conde
               y no vea yo mudanza
                  en tu rostro ni pesar
               si de mi vejez los días,                   
               con esas melancolías,
               no pretendes acortar.
MADALENA:         Yo, señor, procuraré
               no tenerlas, por no darte
               pena, si es que un triste es parte                
               en sí de que otro lo esté.
DUQUE:            Si te diviertes, bien puedes.
MADALENA:      Yo procuraré servirte;
               y agora quiero pedirte
               entre las muchas mercedes                         
                  que me has hecho, una pequeña.
DUQUE:         Con condición que se olvide
               aquesa tristeza, pide.
MADALENA:      (Honra; el amor os despeña.)    Aparte
                  El preso que te pedí                    
               librases, y ya lo ha sido,
               de todo punto ha querido
               favorecerse de mí.
                  Con sólo esto, gran señor, 
               parece que me ha obligado;                        
               y así, a mi cargo he tomado,
               con su aumento, tu favor.
                  Es hombre de buena traza
               y tiene extremada pluma.
DUQUE:         Dime lo que quiere en suma.                       
MADALENA:      Quisiera entrar en la plaza
                  de secretario.
DUQUE:                           Bien poco
               ha que dársela pudiera;
               aún no ha un cuarto de hora entera
               que está ocupado.
MADALENA:                        (¡Amor loco;     Aparte                                                    
                  muy bien despachado estáis!!
               Vos perderéis por cobarde
               pues acudiste tan tarde
               que con alas no voláis.)
DUQUE:            Por orden del camarero                         
               a un mancebo he recibido
               que de Lisboa ha venido
               con aquese intento a Avero;
                  y, según lo que en él vi,
               muestra ingenio y suficiencia.                    
MADALENA:      Si gusta vuestra excelencia
               ya que mi palabra di,
                  y él está con esperanza
               que le he de favorecer,
               pues me manda responder                           
               al conde y al de Berganza,
                  sabiendo escribir tan mal,
               quien quiera que se quedara
               en palacio y me enseñara;
               porque en mujer principal                         
                  falta es grande no saber
               escribir cuando recibe
               alguna carta, o si escribe,
               que no se pueda leer.
                  Dándome algunas liciones,               
               más clara la letra haré.
DUQUE:         Alto, pues;  lición te dé
               con que enmiendes tus borrones;
                  que, en fin, con ese ejercicio
               la pena divertirás,                        
               pues la tienes porque estás
               ociosa; que el ocio es vicio.
                  Entre por tu secretario.
MADALENA:      Las manos quiero besarte.

Sale el CONDE don Duarte
 
 
CONDE:         Señor...
DUQUE:                 ¡Conde don Düarte!              
CONDE:         Con contento extraordinario
                  vengo.
DUQUE:                  ¿Cómo?
CONDE:                          El rey recibe
               con gusto mi pretensión,
               y sobre aquesta razón
               a vuestra excelencia escribe.                     
                  Dice que se servirá
               su majestad de que elija,
               para honrar mi casa, hija
               de vueselencia, y tendrá
                  cuidado de aquí adelante                
               de hacerme merced.
DUQUE:                           Yo estoy
               contento de eso, y os doy
               nombre de hijo; aunque importante
                  será que disimuléis
               mientras doña Serafina                     
               al nuevo estado se inclina;
               porque ya, conde, sabéis
                  cuán pesadamente lleva
               esto de casarse agora.
CONDE:         Hará el alma, que la adora,                
               de sus sufrimientos prueba.
DUQUE:            Yo haré las partes por vos;
               con ella perder recelo.
               El conde de Vasconcelos
               vendrá pronto, y de las dos                
                  las bodas celebraré
               presto.
CONDE:                  El esperar da pena.
DUQUE:         No estéis triste, Madalena.
MADALENA:      Yo, señor, me alegraré
                  por dar gusto a vueselencia.                   
DUQUE:         Vamos a ver lo que escribe
               el rey.
CONDE:                  Quien espera y vive
               bien ha menester paciencia.

Vanse los dos; queda [doña] MADALENA
 
 
MADALENA:         Con razón se llama amor
               enfermedad y locura;                              
               pues siempre el que ama procura,
               como enfermo, lo peor.
               Ya tenéis en casa, honor,
               quien la batalla os ofrece,
               y poco hará, me parece,                    
               cuando del alma os despoje,
               que quien el peligro escoge
               no es mucho que en él tropiece.
                  Los encendidos carbones
               tragó Porcia, y murió luego.        
               ¿Qué haré yo, tragando el fuego,
               por callar, de mis pasiones?
               Diréle, no por razones,
               sino por señas visibles,
               los tormentos invisibles                          
               que padezco por no hablar;
               porque mujer y callar
               son cosas incompatibles.

Vase. Salen doña JUANA, don ANTONIO y un PINTOR
 
 
JUANA:            Desde este verde arrayán,
               donde el sitio al Amor hurta[s]                   
               estos jazmines y murtas
               ser tus celosías podrán;
                  pero que calle te aviso
               y tendrá tu amor buen fin.
ANTONIO:       Ya sé que es mi serafín             
               ángel de este paraíso;
                  y yo, si acaso nos siente,
               será Adán echado de él.
JUANA:         Yo haré que ensaye el papel
               aquí, para que esté enfrente        
                  del pintor, y retratalla
               con más facilidad pide.
               Vistiéndose de hombre queda,
               pues da en aquesto.  A avisalla
                  voy de que solo y cerrado                      
               está el jardín.  Primo, adiós.

Vase
 
 
ANTONIO:       Pintores somos los dos;
               ya yo el retrato he copiado,
                  que me enamora y abrasa.
PINTO:         No entiendo ese pensamiento.                      
ANTONIO:       Naipe es el entendimiento,
               pues la llama tabla rasa,
                  a mil pinturas sujeto,
               Aristóteles.
PINTOR:                      Bien dices.
ANTONIO:       Las colores y matices                             
               son especies del objeto,
                  que los ojos que le miran
               al sentido común dan;
               que es obrador donde están
               cosas que el ingenio admiran,                     
                  tan solamente en bosquejo,
               hasta que con luz distinta
               las ilumina y las pinta
               el entendimiento, espejo
                  que a todas da claridad.                       
               Pintadas las pone en venta,
               y para esto las presenta
               a la reina Voluntad,
                  mujer de buen gusto y voto,
               que ama el bien perpetuamente,                    
               verdadero o aparente,
               como no sea bien ignoto;
                  que lo que no es conocido
               nunca por ella es amado.
PINTOR:        De esa suerte lo ha enseñado               
               el filósofo.
ANTONIO:                    Traído
                  de la pintura el caudal,
               todos los lienzos descoge
               y entre ellos compra y escoge
               una vez bien y otras mal.                         
                  Pónele el marco de amor
               y como en velle se huelga,
               en la memoria le cuelga
               que es su camarín mayor.
                  Del mismo modo miré                     
               de mi doña Serafina
               la hermosura peregrina.
               Tomé el pincel, bosquejé.
                  Acabó el entendimiento
               de retratar su beldad.                            
               Compróle la Voluntad,
               guarnecióle el pensamiento;
                  que a la memoria le trajo
               y, viendo cuán bien salió,
               luego el pintor escribió                   
               "Amor me fecit" abajo.
                  ¡Ves cómo pinta quien ama?
PINTOR:        Pues si ya el retrato tienes,
               ¿por qué a retratalla vienes
               conmigo?
ANTONIO:                 Aquéste se llama                 
                  "retrato espiritual;"
               que la Voluntad, ya ves,
               que es sólo espíritu.
PINTOR:                            ¿Pues?
ANTONIO:       La vista, que es corporal,
                  para contemplar el rato                        
               que estoy solo su hermosura
               pide agora a tu pintura
               este corporal retrato.
PINTOR:           No hay filosofía que iguale
               a la de un enamorado.                             
ANTONIO:       Soy en amor gradüado;
               mas oye, que mi bien sale.

Sale doña SERAFINA, vestida de hombre; el vestido sea negro, y con ella doña JUANA
 
 
JUANA:            ¿Que aquesto de veras haces?
               ¿Que en verte así no te ofendes?
SERAFINA:      Fiestas de Carnestolendas                         
               todas paran en disfraces.
                  Deséome entretener
               de este modo; no te asombre
               que apetezca el traje de hombre
               ya que no lo puedo ser.                           
JUANA:            Paréceslo de manera
               que me enamoro de ti.
               En fin, ¿esta noche es?
SERAFINA:                             Sí.
JUANA:         A mí más gusto me diera
                  que te holgaras de otros modos                 
               y no con representar.
JUANA:         No me podrás tú juntar
               para los sentidos todos
                  los deleites que hay diversos
               como en la comedia.
JUANA:                            Calla.                         
SERAFINA:      ¿Que fiesta o juego se halla
               que no le ofrezcan los versos??
                  En la comedia, los ojos
               ¿no se deleitan y ven
               mil cosas que hacen que estén              
               olvidados tus enojos?
                  La música, ¿no recrea
               el oído y el discreto
               no gusta allí del conceto
               y la traza que desea?                             
                  Para el alegre, ¿no hay risa?
               Para el triste, ¿no hay tristeza?
               Para el agudo, ¿agudeza?
               Allí el necio, ¿no se avisa?
                  El ignorante, ¿no sabe?                   
               ¿No hay guerra para el valiente,
               consejos para el prudente,
               y autoridad para el grave?
                  Moros hay si quieres moros;
               si apetecen tus deseos                            
               torneos, te hacen torneos;
               si toros, correrán todos.
                  ¿Quieres ver los epitetos
               que de la comedia he hallado?
               De la vida es un traslado,                        
               sustento de los discretos,
                  dama del entendimiento,
               de los sentidos banquete,
               de los gustos ramillete,
               esfera del pensamiento,                           
                  olvido de los agravios,
               manjar de diversos precios,
               que mata de hambre a los necios
               y satisface a los sabios.
                  Mira lo que quieres ser                        
               de aquestos dos bandos.
JUANA:                                 Digo
               que el de los discretos sigo,
               y que me holgara de ver
                  la farsa infinito.
SERAFINA:                            En ella
               ¿cuál es lo malo que sientes?         
JUANA:         Sólo que tú representes.
SERAFINA:      ¿Por qué, si sólo han de vella
                  mi hermana y sus damas?  Calla.
               De tu mal gusto me admiro.
ANTONIO:       Suspenso las gracias miro                         
               con que habla.  A retratalla
                  comienza, si humana mano
               al vivo puede copiar
               la belleza singular
               de un serafín.
PINTOR:                       Es humano.                         
                  Bien podré.
ANTONIO:                      ¿Pues, no te admiras
               de su vista soberana?
SERAFINA:      El espejo, doña Juana.
               Tocaréme.

Trae [doña JUANA] un espejo
 
 
JUANA:                     Si te miras
                  en él, ten, señora, aviso,       
               no te enamores de ti.
SERAFINA:      ¿Tan hermosa estoy ansí?
JUANA:         Temo que has de ser Narciso.
SERAFINA:         ¡Bueno!  De esta suerte quiero
               los cabellos recoger,                             
               por no parecer mujer
               cuando me quite el sombrero.
                  Pon el espejo.  ¿A qué fin
               le apartas?
JUANA:                    Porque así impido
               a un pintor que está escondido             
               por copiarte en el jardín.
 
SERAFINA:         ¿Cómo es eso?
PINTOR:                          ¡Vive Dios,
               que aquesta mujer nos vende!
               Si el duque acaso esto entiende,
               medrado habemos los dos.                          
SERAFINA:         ¿En el jardín hay pintor?
JUANA:         Sí.  Deja que te retrate.
ANTONIO:       ¡Cielos!  ¿Hay tal disparate?
SERAFINA:      ¿Quién se atrevió a eso?
JUANA:                                  Amor,
                  que, como en Chipre, se esconde                
               enamorado de ti
               por retratarte.
ANTONIO:                        Eso sí.
JUANA:         (¡Cuál estará agora el conde!)      Aparte
SERAFINA:         Humor tienes singular
               aquesta tarde.
PINTOR:                       ¿Ha de ser                    
               el vestido de mujer
               con que la he de retratar,
                  o como agora está?
ANTONIO:                              Sí,
               como está; porque se asombre
               el mundo que en traje de hombre                   
               un serafín ande ansí.
PINTOR:           Sacado tengo el bosquejo.
               En casa lo acabaré.
SERAFINA:      Ya de tocarme acabé.
               Quitar puedes el espejo.                          
                  ¿No está bien este cabello?
               ¿Qué te parezco?
JUANA:                           Un Medoro.
SERAFINA:      No estoy vestida de moro.
JUANA:         No, mas pareces más bello.
SERAFINA:         Ensayemos el papel,                            
               pues ya estoy vestida de hombre.
JUANA:         ¿Cuál es de la farsa el nombre?
SERAFINA:      "La portuguesa crüel."
JUANA:            En ti el poeta pensaba
               cuando así la entituló.             
SERAFINA:      Portuguesa soy; crüel no.
JUANA:         Pues a Amor, ¿que le faltaba
                  a no sello?
SERAFINA:                     ¿Qué crueldad
               has visto en mí?
JUANA:                          No tener
               a nadie amor.

[Doña SERAFINA] vase poniendo el cuello y sombrero
 
 
SERAFINA:                     ¿Puede ser                    
               el no tener voluntad
                  a ninguno crueldad?  Di.
JUANA:         ¿Pues no?
SERAFINA:                ¿Y será justa cosa,
               por ser para otros piadosa,
               ser yo crüel para mí?                 
PINTOR:           ¡Par diez, que ella dice bien!
ANTONIO:       ¡Pobre del que tal sentencia
               está escuchando!
PINTOR:                        ¡Paciencia!
ANTONIO:       Mis temores me la den.
SERAFINA:         Déjame ensayar y acaba.                 
               Verás cuál hago un celoso.
JUANA:         ¿Qué papel haces?
SERAFINA:                          ¡Famoso!
               Un príncipe que sacaba
                  al campo, a reñir por celos
               de su dama, a un conde.  
JUANA:                                 Pues,                     
               comienza.
SERAFINA:                No sé lo que es,
               pero escucha y fingirélos.

Representa
 
 
                  Conde, vuestro atrevimiento
               a tal término ha venido
               que ya la ley ha rompido                          
               de mi honrado sufrimiento.
                  Espantado estoy, por Dios,
               de vos y de Celia bella;
               de vos, porque habláis con ella;
               de ella porque os oye a vos;                      
                  que supuesto que sabéis
               las conocidas ventajas
               que hace a vuestra prendas bajas
               el valor que conocéis
                  en mí, desacato ha sido;                
               en vos, por habella amado,
               y en ella por haber dado
               a vuestro amor loco oído.
                  Oye, no hay satisfacciones;
               que serán intento vanos,                   
               pues como no tenéis manos
               queréis vencerme a razones.
                  Haga vuestro esfuerzo alarde,
               acábense mis recelos,
               que no es bien que me dé celos             
               un hombre que es tan cobarde.

Echa mano
 
 
                  Muestra tu valor agora,
               medroso, infame enemigo.
               ¡Muere!
JUANA:                 ¡Ay, ten!  ¡Que no es conmigo
               la pesadumbre, señora!                     
SERAFINA:         ¿Qué te parece?
JUANA:                             Temí.
SERAFINA:      Enojéme.
JUANA:                   ¿Pues qué hicieras,
               a ser los celos de veras
               si te enojas siendo así?
ANTONIO:          ¿Hay celos con mayor gracia?              
PINTOR:        Estoy mirándola loco.
               ¡Donaire extraño!
JUANA:                           Por poco
               sucediera una desgracia,
                  de verte tuve temor.
               Un valentón bravo has hecho.               
SERAFINA:      Oye agora.  Satisfecho
               de mi dama y de su amor,
                  del enojo que la di,
               muy a lo tierno la pido
               me perdone arrepentido.                           
JUANA:         Eso será bueno.  Di.

Representa
 
 
SERAFINA:         Los cielos me son testigos
               si el enojo que te he dado
               al alma no me ha llegado.
               Mi bien, seamos amigos.                           
                  Basta.  No haya más enojos,
               pues yo propio me castigo.
               Vuelvan a jugar conmigo
               las dos niñas de esos ojos.
                  Quitad el ceño.  No os note             
               mi amor niñas soberanas;
               que dirá que sois villanas
               viéndoos andar con capote.
                  ¿De qué sirve este desdén,
               mi gloria, mi luz, mi cielo,                      
               mi regalo, mi consuelo,
               mi paz, mi gloria, mi bien?
                  ¿Que no me quieres mirar?
               ¡Que esto no te satisfaga!
               Mátame, toma esta daga.                    
               Mas no me querrás matar;
                  que aunque te enojes, yo sé
               que en mí tu gusto se emplea.
               No hayas más, mi Celia.  ¡Ea,
               mira que me enojaré!

Va a abrazar a doña JUANA
 
 
                  Como te adoro, me atrevo;
               no me apartes, no te quites.
JUANA:         Pasito, que te derrites.
               De nieve te has vuelto sebo.
                  Nunca has sido, sino agora,                    
               portuguesa.
ANTONIO:                   ¡Ah, cielo santo!
               ¡Quién la dijera otro tanto
               como ha dicho.
JUANA:                        Di, señora,
                  ¿es posible que quien siente
               y hace así un enamorado                    
               no tenga amor?
SERAFINA:                      No me ha dado
               hasta agora ese accidente
                  porque su provecho es poco,
               y la pena que da es mucha.
               Aqueste romance escucha.                          
               ¡Verás cuán bien finjo un loco!

Representa
 
 
                  ¿Que se casa con el conde
               y me olvida Celia?  ¡Cielos!
               Pero mujer y mudanza
               tienen un principio mesmo.                        
               ¿Qué se hicieron los favores
               que cual flores prometieron
               el fruto de mi esperanza?
               Mas fueron flores de almendro;
               un cierzo las ha secado.                          
               Loco estoy, matarme quiero;
               piérdase también la vida,
               pues ya se ha perdido el seso.
               Mas, no; vamos a las bodas;
               que razón es, pensamiento,                 
               pues que la costa pagamos,
               que a mi costa nos holguemos.
               En la aldea se desposan
               los dos a lo villanesco;
               que pues se casa en aldea,                        
               villana su amor ha vuelto.
               Celos, volemos allá
               pues tenéis alas de fuego.
               A lindo tiempo llegamos,
               desde aquí verla podemos.                  
               Ya salen los convidados,
               el tamboril toca el tiempo,
               porque a su son bailan todos;
               pues ellos bailan, bailemos.
               Va:  "Perantón, Perantón...         
               . . . . . . . . . . [e-o]"

Baila
 
 
               Pues vuestra Celia las hace,
               toca Pero Sastre, el viejo,
               pues que la villa lo paga.
               Ya se entraron allá dentro,                
               ya quieren dar colación.
               La capa del sufrimiento

Rebózase
 
 
               me rebozaré, que así
               podré llegar encubierto,
               y arrimarme a este rincón                  
               como mis merecimientos.                           
               Avellanas y tostones
               dan a todos.  ¡Hola!  ¡Ah, necios!
               Llegad, tomaré un puñado.
               ¿Yo necio?  Mentís.  ¿Yo miento? 
               Tomad.  ¿A mí bofetón?

Dase un bofetón
 
 
               ¡Muera!  ¡Ténganse!  ¿Qué es esto?

Echa mano
 
 
               No fue nada.  Sean amigos.
               Yo lo soy.  Yo serlo quiero.

Envaina
 
 
               Ya ha llegado el señor cura.               
               Por muchos años y buenos
               se regocije esta casa
               con bodas y casamientos.
               Por vertú de su mercé,
               señor cura, aquí hay asiento.       
               ¿Eso no?  Tome esta silla
               de costillas.  No haré, cierto.
               Digo que la ha de tomar.
               Este escaño estaba bueno;
               mas por no ser porfïado...                   
               Ya se ha rellenado el viejo.
               Echá vino, Hernán Alonso.
               Beba el cura y vaya arreo.
               ¡Oh, cómo sabe a la pega!
               También Celia sabe a celos.                
               Ya es hora del desposorio;
               todos están en pie puestos:
               los novios y los padrinos
               en frente y el cura en medio.
               Fabio, ¿queréis por esposa            
               a Celia hermosa?  Sí, quiero.
               Vos, Celia, ¿queréis a Fabio?
               Por mi esposo y por mi dueño.
               ¡Oh, perros!  ¿En mi presencia?

Mete mano
 
 
               El príncipe Pinabelo                       
               soy.  Mueran los desposados,
               el cura, la gente, el pueblo.
               ¡Ay, que nos mata!  Pegadles,
               celos míos, vuestro incendio
               pues Sansón me he vuelto.  Muera           
               Sansón con los Filisteos;
               que no hay quien pueda resistir el fuego
               cuando le enciende amor y soplan celos.
JUANA:         ¡Pecadora de mí!  ¡Tente!
               Que no soy Celia ni Celio                         
               para airarte contra mí.
SERAFINA:      Encendíme, te prometo,
               como Alejandro lo hacía
               llevado del instrumento
               que aquel músico famoso                    
               le tocaba.
ANTONIO:                 ¿Pudo el cielo
               juntar más donaire y gracia
               solamente en un sujeto?
               ¡Dichoso quien, aunque muera,
               le ofrece sus pensamientos!                       
JUANA:         Diestra estás; muy bien lo dices.
SERAFINA:      Ven, doña Juana; que quiero
               vestirme sobre este traje
               el mío, hasta que sea tiempo
               de representar.
JUANA:                         A fe,                             
               que se ha de holgar en extremo
               tu melancólica hermana.
SERAFINA:      Entretenerla deseo.

Vanse los dos
 
 
PINTOR:        Ya se fueron.
ANTONIO:                      Ya quedé
               con su ausencia triste y ciego.                   
PINTOR:        En fin, ¿quieres que de hombre
               la pinte?
ANTONIO:                 Sí, que deseo
               contemplar en este traje
               lo que agora visto habemos;
               pero truécala el vestido.                  
PINTOR:        ¿Pues no quieres que sea negro?
ANTONIO:       Dará luto a mi esperanza;
               mejor es color de cielos,
               con oro, y pondrá en él
               otro amor y azul mis celos.                       
PINTOR:        Norabuena
ANTONIO:                 ¿Para cuándo
               me le tienes de dar hecho?
PINTOR:        Para mañana sin falta.
ANTONIO:       No repares en el precio;
               que no trujera Amor desnudo el cuerpo             
               a ser interesable y avariento.

Vanse. Salen doña MADALENA y MIRENO
 
 
MADALENA:         Mi maestro habéis de ser
               desde hoy.
MIRENO:                  ¿Qué ha visto en mí,
               vuestra excelencia, que así
               me procura engrandecer?                           
                  Dará lición al maestro
               el discípulo desde hoy.
MADALENA:      (¡Qué claras señales doy             Aparte
               del ciego amor que le muestro!)
MIRENO:           (¿Qué hay que dudar, esperanza?   Aparte                                                    
               Esto, ¿no es tenerme amor?
               Dígalo tanto favor,
               muéstrelo tanta privanza.
                  Vergüenza, ¿por qué impedís
               la ocasión que el cielo os da?             
               Daos por entendido ya.)
MADALENA:      Como tengo, don Dionís
                  tanto amor...
MIRENO:                        (¡Ya se declara,     Aparte
               ya dice que me ama, cielos!
MADALENA:      ...al conde de Vasconcelos,                       
               antes que venga, gustara,
                  no sólo hacer buena letra,
               pero saberle escribir,
               y por palabras decir
               lo que el corazón penetra;                 
                  que el poco uso que en amar
               tengo, pide que me adiestre
               esta experiencia, y me muestre
               cómo podré declarar
                  lo que tanto al alma importa,                  
               y el amor mismo me encarga;
               que soy en quererle larga,
               y en significarlo corta.
                  En todo os tengo por diestro;
               y así, me habéis de enseñar  
               a escribir y a declarar
               al conde mi amor, maestro.
MIRENO:           (¿Luego no fue en mi favor,        Aparte
               pensamiento lisonjero
               sino porque sea tercero                           
               del conde?  ¿Veis, loco amor,
                  cuán sin fundamento y fruto
               torres habéis levantado
               de quimera, que ya han dado
               en el suelo?  Como el bruto                       
                  en esta ocasión he sido,
               en que la estatua iba puesta,
               haciéndola el pueblo fiesta
               que loco y desvanecido
                  creyó que la reverencia                 
               no a la imagen que traía
               sino a él solo se hacía,
               y con brutal impaciencia
                  arrojalla de sí quiso
               hasta que se apaciguó                      
               con el castigo, y cayó
               confuso en su necio aviso.
                  ¿Así el favor corresponde
               con que me he desvanecido?
               Basta; que yo el bruto he sido                    
               y la estatua es sólo el conde.
                  Bien puedo desentonarme
               que no es la fiesta por mí.)
MADALENA:      (Quise deslumbrarle así;            Aparte
               que fue mucho declararme.)                        
                  Mañana comenzaréis,
               maestro, a darme lición.
MIRENO:        Servirte es mi inclinación.
MADALENA:      Triste estáis.
MIRENO:                      ¿Yo?
MADALENA:                         ¿Qué tenéis?
MIRENO:           Ninguna cosa.
MADALENA:                      (Un favor           Aparte                                                    
               me manda Amor que le dé.)

Tropieza y dala la mano MIRENO
 
 
               ¡Válgame Dios!  Tropecé...
               (Que siempre tropieza Amor.)         Aparte
                  El chapín se me torció.
MIRENO:        (¡Cielos!  ¿Hay ventura igual?)     Aparte                                                    
               ¿Hízose acaso algún mal
               vueselencia?
MADALENA:                  Creo que no.
MIRENO:           ¿Que la mano la tomé?
MADALENA:      Sabed que al que es cortesano
               le dan, al darle una mano,                        
               para muchas cosas pie.

Vase
 
 
MIRENO:           "¡Le dan, al darle una mano,
               para muchas cosas pie!"
               De aquí, ¿qué colegiré?
               Decid, pensamiento vano.                          
               ¿En aquesto pierdo o gano?
               ¿Qué confusión, qué recelos
               son aquestos?  Decid, cielos,
               ¿esto no es amor?  Mas no,
               que llevo la estatua yo                           
               del conde de Vasconcelos.
                  Pues, ¿qué enigma es darme pie
               la que su mano me ha dado?
               Si sólo el conde es amado,
               ¿qué es lo que espero?  ¿Qué sé?                                      
               Pie o mano, decid, ¿por qué
               dais materia a mis desvelos?
               Confusión, Amor, recelos,
               ¿soy amado?  Pero no,
               que llevo la estatua yo                           
               del conde de Vasconcelos.
                  El pie que me dio será
               pie para darla lición
               en que escriba la pasión
               que el conde y su amor la da.                     
               Vergüenza, sufrí y callá.
               Basta ya, atrevidos vuelos,
               vuestra ambición, si a los cielos
               me desatino os subió;
               que llevo la estatua yo                           
               del conde de Vasconcelos.

FIN DEL SEGUNDO ACTO


ACTO TERCERO

 

Salen LAURO, pastor viejo, y RUY Lorenzo, también de pastor
 
 
RUY:              Si la edad y la prudencia
               ofrece en la adversidad,
               Lauro discreto, paciencia,
               vuestra prudencia y edad                          
               pueden hacer la experiencia.
                  Dejad el llanto prolijo;
               que, si vuestro ausente hijo
               es causa que lloréis tanto,
               él convertirá ese llanto            
               brevemente en regocijo.
                  Su virtud misma procura
               honrar vuestra senectud
               y hacer su dicha segura;
               que siempre fue la virtud                         
               principio de la ventura;
                  y pues la tiene por madre,
               no es bien que ese llanto os cuadre.
LAURO:         Eso mis males lo vedan,
               porque los hijos heredan                          
               las desdichas de su padre.
                  No le he dejado otra herencia
               si no es la desdicha mía,
               . . . . . . . . . .[ -encia;]
               que era el muro que tenía                  
               mi vejez.
RUY:                     ¿Ésa es prudencia?
                  Si por trabajos un hombre
               es bien que llore y se asombre,
               ¿quién los tiene como yo
               a quien el cielo quitó                     
               honra, patria, hacienda y nombre?
                  Un hijo sólo perdéis
               aunque no en las esperanzas
               que de gozalle tenéis;
               pero yo, con las mudanzas                         
               que de mi vida sabéis,
                  ¿cuándo veré que el furor
               del tiempo y de su rigor
               dejará de hacerme ultraje,
               despreciado en este traje                         
               y con nombre de traidor?
                  Consoladme vos a mí,
               pues es más lo que perdí.
LAURO:         ¿Más que un hijo habéis perdido?
RUY:           El honor, ¿no es preferido                   
               a la vida y hijos?
LAURO:                             Sí.
RUY:              Pues si no tengo esperanza
               de dar a mi honor remedio,
               más pierdo.
LAURO:                     En una venganza
               no es bien que se tome el medio                   
               deshonrado; el que la alcanza
                  con medio que injustos son,
               cuando más vengarse intenta,
               queda con mayor afrenta
               [porque ese color presenta]                       
               dando color de traición
                  el contrahacer firma y sello
               del duque para matar
               al conde, pudiendo hacello
               de otro modo y no manchar                         
               vuestro honor por socorrello.
                  Y pues parece castigo
               el que os da el tiempo enemigo,
               justo es que estéis consolado,
               pues padecéis por culpado;                 
               pero el que usa conmigo
                  mi desdicha es diferente,
               pues, aunque no lo merezco,
               me castiga.
RUY:                      Un hijo ausente
               no es gran daño.
LAURO:                        El que padezco                     
               tantos años inocente
                  os diré, si los ajenos
               daños hacen que sean menos
               los propios males.
RUY:                               No son
               de aquesa falsa opinión                    
               los generosos y buenos;
                  porque el prudente i discreto
               siente el daño ajeno tanto
               como el propio.
LAURO:                        Si secreto
               me guardáis, diraos mi llanto              
               su historia.
RUY:                        Yo os le prometo;
 
                  mas llorar un hijo ausente
               un hombre es mucha flaqueza.
LAURO:         Pierdo, con perdelle, mucho.
RUY:           ¿Qué más extremos hicieras     
               a tener tú mis desdichas?
LAURO:         ¡Ay, Dios!  Si quien soy supieras,
               ¡cómo todas tus desgracias
               las juzgaras por pequeñas!
RUY:           Ese enigma me declara.                            
LAURO:         Pues con ese traje quedas
               en el lugar de mi hijo,
               escucha mi suerte adversa.
               Yo, Ruy Lorenzo, no soy
               hijo de estas asperezas,                          
               ni el traje que tosco ves
               es mi natural herencia;
               no es de Lauro mi apellido,
               ni mi patria aquesta sierra,
               ni jamás mi sangre noble                   
               supo cultivar la tierra.
               Don Pedro de Portugal
               me llaman, y de la cepa
               de los reyes lusitanos
               desciendo por línea recta.                 
               El rey don Düarte fue
               mi hermano, y el que ahora reina
               es mi sobrino.
RUY:                         ¿Qué escucho?
               ¡Duque de Coímbra!  Deja
               que sellen tus pies mi labios,                    
               y que mis desdichas tengan
               fin, pues con las tuyas son
               o ningunas o pequeñas.
LAURO:         Alza del suelo y escucha
               si acaso tienes paciencia                         
               para saber los vaivenes
               de la Fortuna y su rueda.
               Murió el rey de Portugal,
               mi hermano, en la primavera
               de su juventud lozana;                            
               mas la muerte, ¿qué no seca?
               De seis años dejó un hijo
               que agora, ya hombre, intenta
               acabar mi vida y honra;
               y dejando la tutela                               
               y el gobierno de estos reinos
               solos a mí y a la reina.
               Murió el rey; sobre el gobierno
               hubo algunas diferencias
               entre mí y la reina viuda,                 
               porque jamás la soberbia
               supo admitir compañía
               en el reinar, y las lenguas
               de envidiosos lisonjeros
               siempre disensiones siembran.                     
               Metióse el rey de Castilla
               de por medio, porque era
               la reina su hermana.  En fin,
               nuestros enojos concierta
               con que rija en Portugal                          
               la mitad del reino, y tenga
               en su poder al infante.
               Vine en esta conveniencia;
               mas no por eso cesaron
               las envidias y sospechas,                         
               hasta alborotar el reino
               asomos de armas y guerras.
               Pero cesó el alboroto
               porque, aunque era moza y bella
               la reina, un mal repentino                        
               dio con su ambición en tierra.
               Murió en fin; gocé el gobierno
               portugués sin competencia,
               hasta que fue Alfonso Quinto,
               de bastante edad y fuerzas.                       
               Caséle con una hija
               que me dio el cielo, Isabela
               por nombre aunque desdichada,
               pues ni la estima ni precia.
               Juntáronsele al rey mozo                   
               mil lisonjeros, que cierran
               a la verdad en palacio,
               como es costumbre, las puertas.
               Entre ellos un mi enemigo,
               de humilde naturaleza,                            
               Vasco Fernández por nombre,
               gozó, la privanza excelsa;
               y queriendo derribarme
               para asegurarse en ella,
               a mi propio hermano induce,                       
               y, para engañarle, ordena
               hacerle entender que quiero
               levantarme con sus tierras
               y combatirle a Berganza,
               siendo duque por mí de ella.               
               Creyólo, y ambos a dos 
               al nuevo rey aconsejan,
               si quiere gozar seguro
               sus estados, que me prenda;
               para lo cual alegaban                             
               que di muerte con hierbas
               a doña Leonor, su madre,
               y que con traiciones nuevas
               quitalle intentaba el reino,
               pidiendo a Ingalaterra                            
               socorro, con cartas falsas
               en que mi firma le enseñan.
               Creyólo; desposeyóme
               de mi estado y las riquezas
               que en el gobierno adquirí;                
               llevóme a una fortaleza
               donde, sin bastar los ruegos
               ni lágrimas de Isabela,
               mi hija y su esposa, manda
               que me corten la cabeza.                          
               Supe una noche propicia
               el rigor de la sentencia
               y, ayudándome el temor,
               las sábanas hechas vendas,
               me descolgué de los muros,                 
               y en aquella noche mesma
               di aviso que me siguiese
               a mi esposa la duquesa.
               Supo el rey mi fuga, y manda
               que al son de roncas trompetas                    
               me publiquen por traidor,
               dando licencia a cualquiera
               para quitarme la vida,
               poniendo mortales penas
               a quien, sabiendo de mí,                   
               no me lleve a su presencia.
               Temí el rigor del mandato,
               y como en la suerte adversa
               huye el amistad, no quise
               ver en ellos su experiencia.                      
               Llegamos hasta estos montes,
               donde de parto y tristeza
               murió mi esposa querida,
               y un hijo hermoso me deja
               que en este traje crïado,                    
               comprando ganado y tierras,
               y hecho de duque pastor,
               ha ya veinte primaveras
               que han dado flores a mayo,
               hierba al prado y a mí penas,              
               que el estado en que me ves
               conservo; mas todo fuera
               poco, a no perder la vista
               del hijo en cuya presencia
               olvidaba mis trabajos.                            
               Mira si es razón que sienta
               la falta que a mi vejez
               hace su vista, y que pierda
               la vida que ya se acaba
               entre lágrimas molestas.                   
RUY:           Notables son los sucesos
               que en el mundo representa
               el tiempo caduco y loco,
               autor de tantas tragedias.
               La tuya, famoso duque,                            
               hace que olvide mis penas;
               mas yo espero en Dios que presto
               dará Fortuna la vuelta.
               Bien claras señales daba
               de tu hijo la presencia,                          
               que, cual ceniza, el sayal
               las llamas de su nobleza
               encubría.  Quiera el cielo
               que rico y próspero el vuelva
               a consolarte.

Salen VASCO y BATO, pastores
 
 
BATO:                         Nuesamo,                           
               con cinco carros de leña
               vamos a Avero.  ¿Mandas algo
               para allá?
LAURO:                    Bato, que vengas
               presto.
BATO:                 ¿No quieres más?
LAURO:                                 No.
BATO:          Pues yo sí, porque quisiera                
               que, a cuenta de mi soldada,
               ocho veintenes me diera
               para una cofia de pinos
               que me ha pedido Firela.
LAURO:         Ven por ellos.
BATO:                        En mi tarja                         
               nueve rayas tengo hechas,
               porque otros cinco tostones
               debo no más.
LAURO:                      ¡Qué simpleza!

Vanse BATO y LAURO
 
 
VASCO:         ¿No podría yo ir allá?
RUY:           No,  Vasco amigo, si intentas                     
               no perderte; que ya sabes     
               nuestro peligro y afrenta.
VASCO:         ¿Hasta cuándo quieres que ande
               en esta vida grosera,
               de mis calzas desterrado?                         
               Vuélveme, señor, a ellas, 
               y líbrame de un mastín
               que anoche desde la puerta
               de Melisa me llevó
               dos cuarterones de pierna.                        
RUY:           ¿Pues qué hacías tú de noche          
               a su puerta?
VASCO:                     Hay cosas nuevas.
               Si aquí es el amor quillotro,
               quillotrado estoy por ella.
               Hízome ayer un favor                       
               en el valle.
RUY:                      ¿Y fue?
VASCO:                            Que tiesa                      
               me dio un pellizco en un brazo,
               terrible, y me hizo señas
               con el ojo zurdo.
RUY:                             ¿Y ése
               es buen favor?
VASCO:                       ¡Linda flema!                  
               Ansí se imprime el carácter
               del amor en las aldeas.

Vanse. Salen MIRENO y TARSO
 
 
TARSO:            ¿Más muestras quieres que dé
               que decirte, al "cortesano
               le dan, al dalle una mano,                        
               para muchas cosas pie?"
 
                  ¿Puede decirlos más claro
               una mujer principal?
               ¿Qué aguardabas, pese a tal,
               amante corto y avaro,                             
                  que ya te daré este nombre
               pues no te osas atrever?
               ¿Esperas que la mujer
               haga el oficio de hombre?
                  ¿En qué especie de animales        
               no es la hembra festejada,
               perseguida y paseada
               con amorosas señales?
                  A solicitalla empieza,
               que lo demás es querer                     
               el orden sabio romper
               que puso Naturaleza.
                  Habla; no pierdas por mudo
               tal mujer y tal estado.
MIRENO:        Un laberinto intricado                            
               es, Tarso, el que temo y dudo.
                  No puedo determinarme
               que me prefieran los cielos
               al conde de Vasconcelos;
               pues llegando a compararme                        
                  con él, sé que es gran señor,
               mozo discreto, heredero
               de Berganza, y desespero,
               viéndome humilde pastor,
                  rama vil de un tronco pobre,                   
               y que tan noble mujer
               no es posible quiera hacer
               más favor que al oro, al cobre.
                  Mas después el afición
               con que me honra y favorece,                      
               las mercedes que me ofrece
               su afable conversación,
                  el suspenderse, el mirar,
               las enigmas y rodeos
               con que explica sus deseos,                       
               el fingir un tropezar
                  --si es que fue fingido--el darme
               la mano, con la razón
               que me tiene en confusión
               se animan para animarme,                          
                  y entre esperanza y temor
               como ya, Brito, me abraso,
               llego a hablalla, tengo el paso,
               tira el miedo, impele amor,
                  y, cuando más me provoca                
               y hablalla el alma comienza,
               enojada la Vergüenza
               llega y tápame la boca.
TARSO:            ¿Vergüenza?  ¿Tal dice un hombre?
               ¡Vive Dios, que estoy corrido                
               con razón de haberte oído
               tal necedad!  No te asombre
                  que así llame a tu temor
               por no llamarle locura.
               ¡Miren aquí qué criatura       
               o qué doncella Teodor,
                  para que con este espacio
               diga que vergüenza tiene!
               No sé yo para qué viene
               el vergonzoso a palacio.                          
                  Amor vergonzoso y mudo
               medrará poco, señor,
               que a tener vergüenza amor,
               no le pintaran desnudo.
                  No hayas miedo que se ofenda                   
               cuando digas tus enojos;
               vendados tiene los ojos
               pero la boca sin venda.
                  Habla, o yo se lo diré
               porque, si callas, es llano                       
               que quien te dio pie en la mano
               tiene de dejarte a pie.
MIRENO:           Ya, Brito, conozco y veo
               que amor que es mudo no es cuerdo;
               pero, si por hablar pierdo                        
               lo que callando poseo
                  y agora con mi privanza
               e imaginar que me tiene
               amor, vive y se entretiene,
               mi incierta y loca esperanza;                     
                  y declarando, mi amor
               tengo de ver en mi daño
               el castigo y desengaño
               que espero de su rigor,
                  ¿no es mucho más acertado          
               aunque la lengua sea muda,
               gozar un amor en duda
               que un desdén averiguado?
                  Mi vergüenza esto señala,
               esto intenta mi secreto.                          
TARSO:         Dijo una vez un discreto
               que en tres cosas era mala
                  la vergüenza y el temor.
MIRENO:        ¿Y eran?
TARSO:                   Escucha despacio:
               en el púlpito, en palacio                  
               y en decir uno su amor.
                  En palacio estás.  Los cielos
               te abren camino anchuroso.
               No pierdas por vergonzoso.
MIRENO:        Si al conde de Vasconcelos                        
                  ama, ¿cómo puede ser?
TARSO:         No lo creas.
MIRENO:                     Si lo veo
               y ell[a] lo dice.
TARSO:                           Es rodeo
               y traza para saber
                  si amas.  A hablarla comienza,                 
               que, par Dios, si la perdemos
               que al monte volver podemos
               a segar.
MIRENO:                  Si la vergüenza
                  me da lugar yo lo haré
               aunque pierda vida y fama.

Sale doña JUANA
 
 
JUANA:         Mirad, don Dionís, que os llama
               mi señora...
MIRENO:                     Luego iré.
TARSO:            Ánimo.
MIRENO:                  (¿Qué confusión          Aparte
               me entorpece y acobarda?
JUANA:         Venid presto; que os aguarda.

Vase
 
 
TARSO:         Desenvuelve el corazón.
                  Háblala, señor, de espacio.
MIRENO:        Tiemblo, Brito.
TARSO:                         Esto es forzoso.
               Bien dicen que al vergonzoso
               le trujo el diablo a palacio.

Vanse. Sale doña MADALENA
 
 
MADALENA:         Ciego Dios, ¿qué os avergüenza
               la cortedad de un temor?                          
               ¿De cuándo acá niño amor
               sois hombre y tenéis vergüenza?
                  ¿Es posible que vivís              
               en don Dionís y que os llama
               su dios?  Sí, pues si me ama,
               ¿cómo calla don Dionís?
                  Decláreme sus enojos,
               pues callar un hombre es mengua.                  
               Dígame una vez su lengua
               lo que me dicen sus ojos.
                  Si teme mi calidad
               su bajo y humilde estado,
               bastante ocasión le ha dado                
               mi atrevida libertad.
                  Ya le han dicho que le adoro
               mis ojos, aunque fue en vano.
               La lengua, al dalle la mano
               a costa de mi decoro,                             
                  ya abrió el camino que pudo
               mi vergüenza.  Ciego infante,
               ya que me habéis dado amante,
               ¿para qué me le dais mudo?
                  Mas no me espanto lo sea                       
               pues tanto Amor me humilló;
               que, aun diciéndoselo yo,
               podrá ser que no lo crea.

Sale doña JUANA
 
 
JUANA:            Don Dionís, señora, viene
               a darte lición.

Vase
 
 
MADALENA:                       A dar                            
               lición vendrá de callar
               pues aun palabras no tiene.
                  De suerte me trata Amor
               que mi pena no consiente
               más silencio.  Abiertamente                
               le declararé mi amor
                  contra el común orden y uso;
               mas tiene de ser de modo
               que, diciéndoselo todo,
               le he de dejar más confuso.

Siéntase en una silla. Finge que duerme y sale MIRENO, descubierto
 
 
MIRENO:           ¿Qué manda vuestra excelencia?
               ¿Es hora de dar lición?
               (Ya comienza el corazón            Aparte
               a temblar en su presencia.
                  Pues que calla, no me ha visto;                
               sentada sobre la silla
               con la mano en la mejilla
               está.)
MADALENA:              (En vano me resisto.        Aparte
                  Yo quiero dar a entenderme
               como que dormida estoy.)                          
MIRENO:        Don Dionís, señora, soy.
               ¿No me responde?  ¿Si duerme?
                  Durmiendo está.  Atrevimiento,
               agora es tiempo.  Llegad
               a contemplar la beldad                            
               que ofusca mi entendimiento.
                  Cerrados tiene los ojos.
               Llegar puedo sin temor;
               que, si son flechas de Amor,
               no me podrán dar enojos.                   
                  ¿Hizo el Autor soberano
               de nuestra naturaleza
               más acabada belleza?
               Besarla quiero una mano.
                  ¿Llegaré?  Sí...pero no;    
               que es la reliquia divina
               y mi humilde boca indina
               de tocalla.  ¿Pero yo
                  soy hombre y tiemblo? ¿Qué es esto?
               Ánimo.  ¿No duerme?  Sí.

Llega y retírase
 
 
               Voy.  ¿Si despierta?  ¡Ay de mí,
               que el peligro es manifiesto
                  y moriré si recuerda
               hallándome de este modo!
               Para no perderlo todo                             
               bien es que esto poco pierda.
                  El temor el Amor venza.
               Afuera quiero esperar.
MADALENA:      (¡Que no se atrevió a llegar!        Aparte
               ¡Mal haya tanta vergüenza!)             
MIRENO:           No parezco bien aquí
               solo, pues durmiendo está.
               Yo me voy.
MADALENA:                (¿Que al fin se va?)        Aparte

Como que duerme
 
 
               Don Dionís...
MIRENO:                       ¿Llamóme?  Sí.
                  ¡Qué presto que despertó!   
               Miren, ¡qué bueno quedara
               si mi intento ejecutara!
               ¿Está despierta?  Mas no;
                  que en sueños pienso que acierta
               mi esperanza entretenida;                         
               y quien me llama dormida
               no me quiere mal despierta.
                  ¿Si acaso soñando está
               en mí?  ¡Ay, cielos!  ¿Quién supiera
               lo que dice?

Como que duerme
 
 
MADALENA:                     No os vais fuera.                  
               Llegaos, don Dionís, acá.
MIRENO:           Llegar me manda su sueño.
               ¡Qué venturosa ocasión!
               Obedecella es razón
               pues, aunque duerme, es mi dueño.          
                  Amor, acabad de hablar.
               No seáis corto.

Todo lo que hablare ella es como entre sueños
 
 
MADALENA:                      Don Dionís,
               ya que a enseñarme venís
               a un tiempo a escribir y amar
                  al conde de Vasconcelos...                     
MIRENO:        ¡Ay, cielos!  ¿Qué es lo que veis?
MADALENA:      ...quisiera ver si sabéis
               qué es amor y qué son celos;
                  porque será cosa grave
               que ignorante por vos quede,                      
               pues que ningún otro puede
               enseñar lo que no sabe.
                  Decidme, ¿tenéis amor?
               ¿De qué os ponéis colorado?
               ¿Qué vergüenza os ha turbado?    
               Responded.  Dejá el temor;
                  que el amor es un tributo
               y una deuda natural
               en cuantos viven, igual
               desde el ángel hasta el bruto.

Ella misma se pregunta y responde como que duerme
 
 
                  Si esto es verdad, ¿para qué
               os avergonzáis así?
               ¿Queréis bien?  --Señora, sí--.
               ¡Gracias a Dios que os saqué
                  una palabra siquiera.                          
MIRENO:        ¿Hay sueño más amoroso?
               ¡Oh, mil veces venturoso
               quien le escucha y considera!
                  Aunque tengo por más cierto
               que yo solamente soy                              
               el que soñándolo estoy;
               que no debo estar despierto.
MADALENA:         ¿Ya habéis dicho a vuestra dama
               vuestro amor?--No me he atrevido--.
               ¿Luego nunca lo ha sabido?                   
               --Como el amor todo es llama,
                  bien lo habrá echado de ver
               por los ojos lisonjeros,
               que son mudos pregoneros--.
               La lengua tiene de hacer                          
                  ese oficio; que no entiende
               distintamente quien ama
               esa lengua que se llama
               algarabía de allende.
                  ¿No os ha dado ella ocasión        
               para declararos?--Tanta
               que mi cortedad me espanta--.
               Hablad, que esa suspensión
                  hace a vuestro amor agravio.
               --Temo perder por hablar                          
               lo que gozo por callar--.
               Eso es necedad, que un sabio
                  al que calla y tiene amor
               compara a un lienzo pintado
               de Flandes que está arrollado.             
               Poco medrará el pintor
                  si los lienzos no descoge
               que al vulgo quiere vender
               para que los pueda ver.
               El palacio nunca acoge                            
                  la vergüenza; esa pintura
               desdoblad, pues que se vende,
               que el mal que nunca se entiende
               difícilmente se cura.
                  --Sí; mas la desigualdad                
               que hay, señora, entre los dos
               me acobarda--.  ¿Amor no es dios?
               --Sí, señora--.  Pues hablad;
                  que sus absolutas leyes
               saben abatir monarcas                             
               e igualar con las abarcas
               la coronas de los reyes.
                  Yo os quiero por medianera,
               decidme a mí quién amáis.
               --No me atrevo--.  ¿Qué dudáis?                                                   
               ¿Soy mala para tercera?
                  --No, pero temo, ¡ay de mí!--
               ¿Y si yo su nombre os doy?
               ¿Diréis si es ella si soy
               yo acaso?  --Señora, sí--.          
                  ¡Acabara yo de hablar!
               ¿Mas que sé que os causa celos
               el conde de Vasconcelos?
               --Háceme desesperar;
                  que es, señora, vuestro igual           
               y heredero de Berganza--.
               La igualdad y semejanza
               no está en que sea principal,
                  o humilde y pobre el amante,
               sino en la conformidad                            
               del alma y la voluntad.
               Declaraos de aquí adelante,
                  don Dionís.  A esto os exhorto;
               que en juegos de amor no es cargo
               tan grande un cinco de largo                      
               como es un cinco de corto.
                  Días ha que os preferí
               al conde de Vasconcelos.
MIRENO:        ¿Qué escucho, piadosos cielos?

Da un grito MIRENO, y hace que despierte doña MADALENA
 
 
MADALENA:      ¡Ay, Jesús!  ¿Quién está aquí?                                         
                  ¿Quién os trujo a mi presencia,
               don Dionís?
MIRENO:                    Señora mía...
MADALENA:      ¿Qué hacéis aquí?
MIRENO:                          Yo venía
               a dar a vuestra excelencia
                  lición.  Halléla durmiendo,      
               y mientras que despertaba
               aquí, señora, aguardaba.
MADALENA:      Dormíme, en fin, y no entiendo
                  de qué pudo sucederme;
               que es gran novedad en mí                  
               quedarme dormida así.

Levántase
 
 
MIRENO:        Si sueña siempre que duerme
                  vuestra excelencia del modo
               que agora, ¡dichoso yo!
MADALENA:      (¡Gracias al cielo que habló        Aparte                                                    
               este mudo!)
MIRENO:                    (¡Tiemblo todo!)        Aparte
MADALENA:         ¿Sabéis vos lo que he soñado?
MIRENO:        Poco es menester saber
               para eso.
MADALENA:                Debéis de ser
               otro Josef.
MIRENO:                     Su traslado                          
                  en la cortedad he sido
               pero no en adivinar.
MADALENA:      Acabad de declarar
               cómo el sueño habéis sabido.
MIRENO:           Durmiendo vuestra excelencia,                  
               por palabras le ha explicado.
MADALENA:      ¡Válame Dios!
MIRENO:                       Y he sacado
               en mi favor la sentencia,
                  que falta ser confirmada
               para hacer mi dicha cierta                        
               por vueselencia despierta.
MADALENA:      Yo no me acuerdo de nada.
                  Decídmelo; podrá ser
               que me acuerda de algo agora.
MIRENO:        No me atrevo, gran señora.                 
MADALENA:      Muy malo debe de ser
                  pues no me lo osáis decir.
MIRENO:        No tiene cosa peor
               que haber sido en mi favor.
MADALENA:      Mucho lo deseo oír.                        
                  Acabad ya, por mi vida.
MIRENO:        Es tan grande el juramento
               que anima mi atrevimiento.
               Vuestra excelencia dormida...
                  Tengo vergüenza.
MADALENA:                          Acabad;                       
               que estáis, don Dionís, pesado.
MIRENO:        Abiertamente ha mostrado
               que me tiene voluntad.
MADALENA:         ¿Yo?  ¿Cómo?
MIRENO:                        Alumbró mis celos,
               y en sueños me ha prometido...             
MADALENA:      ¿Sí?
MIRENO:             ...que he de ser preferido
               al conde de Vasconcelos.
                  Mire si en esta ocasión
               son los favores pequeños.
MADALENA:      Don Dionís, no creáis en sueños;                                                   
               que los sueños sueños son.

Vase
 
 
MIRENO:           ¿Agora sales con eso?
               Cuando sube mi esperanza,
               carga el desdén la balanza
               y se deja en fiel el peso.                        
                  Con palabras tan resueltas
               dejas mi dicha mudada.
               ¡Qué mala era para espada
               voluntad con tantas vueltas!
                  ¿Por qué varios arcaduces          
               guía el cielo aqueste amor?
               Con el desdén y favor
               me he quedado entre dos luces.
                  No he de hablar más en mi vida
               pues mi desdicha concierta                        
               que me desprecie despierta
               quien me quiere bien dormida.
                  Calla el alma su pasión
               y sirva a mejores dueños,
               sin dar crédito a más sueños;                                                   
               que los sueños sueños son.

Sale TARSO
 
 
TARSO:            Pues, señor, ¿cómo te ha ido?
MIRENO:        ¿Qué sé yo?  Ni bien ni mal.
               Con un compás quedo igual:
               amado y aborrecido.                               
                  A mi vergüenza y recato
               me vuelvo que es lo mejor.
TARSO:         Di, pues, que le fue a tu amor
               como a tres con un zapato.
MIRENO:           Después me hablarás despacio.    
TARSO:         Bato, el pasto y vaquero
               de tu padre, está en Avero
               y entrando acaso en palacio
                  me ha conocido, y desea
               hablarte y verte; que está                 
               loco de placer.
MIRENO:                       Sí hará.
               ¡Oh, llaneza de mi aldea!
                  ¡Cuánto mejor es tu trato
               que el de palacio confuso
               donde el engaño anda al uso!               
               Vamos, Brito, a hablar a Bato,
                  y a mi padre escribiré
               de mi fortuna el estado.
               En un lugar apartado
               quiero velle.
TARSO:                      ¿Pues por qué?           
MIRENO:           Porque tengo, Brito, miedo
               que de mi humilde linaje
               la noticia aquí me ultraje
               antes de ver este enredo
                  en qué para.
TARSO:                        Y es razón.                 
MIRENO:        Ven, porque le satisfagas.
TARSO:         A ti amor y a mí estas bragas
               nos han puesto en confusión.

Vanse. Salen doña SERAFINA y don ANTONIO
 
 
SERAFINA:         No sé, conde, si dé a mi padre aviso
               de vuestro atrevimiento y de su agravio,          
               que agravio ha sido suyo el atreveros
               a entrar en su servicio de ese modo
               para engañarme a mí y a él afrentalle.
               Otros medios hallárades mejores,
               pues noble sois, con que obligar al duque,        
               sin fingiros así su secretario,
               pues no sé yo, si no es tenerme en poco.
               ¿Qué liviandad hallasteis en mi pecho
               para atreveros a lo que habéis hecho?
ANTONIO:       Yo vino de camino a ver mi prima                  
               y quiso Amor que os viese.
SERAFINA:                               Conde, basta.
               Yo estoy muy agraviado justamente
               de vuestro atrevimiento.  ¿Vos creístes
               que en tan poco mi fama y honra tengo
               que descubriéndoos, como lo habéis hecho,                                                           
               había de rendirme a vuestro gusto?
               Imaginarme a mí mujer tan fácil
               ha sido injuria que a mi honor se ha hecho.
               Mi padre ha dado al de Estremoz palabra
               que he de ser su mujer, y aunque mi padre         
               no la diera ni yo le obedeciera,
               por castigar aqueste desatino
               me casara con él.  Salid de Avero
               al punto, don Antonio, o daré aviso
               de aquesto a don Düarte y si lo entiende     
               peligraréis, pues corren por su cuenta
               mis agravios.
ANTONIO:                     ¿Que ansí me desconoces?         
SERAFINA:      Idos, conde, de aquí, que daré voces.
ANTONIO:       Déjame disculpar de los agravios
               que me imputas, que el juez más riguroso   
               antes de sentenciar escucha al reo.
SERAFINA:      Conde, ¡vive los cielos!  Que si una hora
               estáis más en la villa, que esta noche
               me case con el conde por vengarme.
               Yo os aborrezco, conde.  Yo no os quiero.         
               ¿Qué me queréis?  Aquí la mayor pena
               que me puede afligir es vuestra vista.
               Si a vuestro amor mi amor no corresponde,
               conde, ¿qué me queréis?  Dejadme, conde.
 
ANTONIO:          Áspid, que entre las rosas              
               de esa belleza escondes tu veneno,
               ¿mis quejas amorosas
               desprecias de este modo?  ¡Ay, Dios, que peno,
               sin remediar mis males
               en tormentos de penas infernales!                 
                  Pues que del paraíso
               de tu vista destierras mi ventura,
               hágate Amor Narciso,
               y de tu misma imagen y hermosura
               de suerte te enamores                             
               que, como lloro, sin remedio llores.
                  Yo me voy, pues lo quieres,
               huyendo del rigor crüel que encierras.
               Agravio de mujeres,
               pues de tu vista hermosa me destierras,           
               por quedar satisfecho
               desterraré tu imagen de mi pecho.

Saca el retrato del pecho
 
 
                  En el mar de tu olvido
               echará tus memorias la venganza
               que a Amor y al cielo pido,                       
               pues de esta suerte alcanzará bonanza
               el mar en que me anego,
               si es mar donde las ondas son de fuego.
                  Borrad, alma, el retrato
               que en vos pinta el Amor, pues que yo arrojo      
               aquéste por ingrato,

Arrójale
 
 
               castigo justo de mi justo enojo
               por quien mi amor desmedra.
               Adiós, crüel, retrato de una piedra
                  que, pues al tiempo apelo,                     
               médico sabio que locuras cura.
               Razón es que en el suelo
               os deje, pues que sois de piedra dura,
               si el suelo piedras cría.
               Quédate, fuego, ardiendo en nieve fría.

Vase
 
 
SERAFINA:         ¿Hay locuras semejantes?
               ¿Es posible que sujetos
               a tan rabiosos efetos
               estén los pobres amantes?
                  ¡Dichosa mil veces yo                     
               que jamás admití el yugo
               de tan tirano verdugo!
               ¿Qué es lo que en el suelo echó
                  y con renombre de ingrato
               tantas injurias le dijo?                          
               Quiero verle, que colijo
               mil quimeras.  ¡Un retrato!

Álzale
 
 
                  Es de un hombre, y me parece
               que me parece de modo
               que es mi semejanza en todo.                      
               Cuanto el espejo me ofrece
                  miro aquí.  Como en cristal
               bruñido mi imagen propia
               aquí la pintura copia
               y un hombre es su original.                       
                  ¡Válgame el cielo!  ¿Quién es,
               pues no es retrato del conde
               que en nada le corresponde?
               ¿Pues por qué le echó a mis pies?
                  Decid, Amor, ¿es encanto                  
               éste para que me asombre?
               ¿Es posible que haya hombre
               que se me parezca tanto?
                  No, porque cuando le hubiera,
               ¿qué ocasión le ha dado el pobre                                                            
               para que tal odio cobre
               con él el conde?  Si fuera
                  mío, pareciera justo
               que en él de mí se vengara,
               y que al suelo le arrojara                        
               por sólo darme disgusto.
                  Algún enredo o maraña
               se encierra en aqueste enima.
               Doña Juana que es su prima
               ha de sabello.  ¡Qué extraña   
                  confusión!  Llamalla quiero,
               aunque con ella he reñido
               viendo que la causa ha sido
               que esté su primo en Avero.
                  Mas ella sale.

Sale doña JUANA
 
 
JUANA:                            Ya está,                
               señora, abierto el jardín.
               Entre el clavel y el jazmín
               vuestra excelencia podrá,
                  entreteniéndose un rato,
               perder la cólera e ira                     
               que tiene conmigo.
SERAFINA:                          Mira,
               doña Juana, este retrato.
JUANA:            (Éste es el suyo.  ¿A qué fin    Aparte
               mi primo se le dejó?
               ¡Cielos, si sabe que yo                      
               le metí dentro del jardín!)
SERAFINA:         ¿Viste semejanza tanta
               en tu vida?
JUANA:                     No, por cierto.
               (¡Si aqueste es el que en el huerto    Aparte
               copió el pintor!)
SERAFINA:                         ¿No te espanta?           
JUANA:            Mucho.
SERAFINA:                Tu primo, enojado,
               porque su amor tuve en poco,
               con disparates de loco
               le echó en el suelo, y airado
                  se fue.  Quise ver lo que era                  
               y hame causado inquietud
               pues por la similitud
               que tiene, saber quisiera
                  a qué fin aquesto ha sido.
               Pues de su pecho las llaves                       
               tienes, dilo, si lo sabes.
JUANA:         (Basta, que no ha conocido          Aparte
                  que es suyo.  La diferencia
               del traje de hombre y color
               que mudó en él el pintor            
               es la causa.)  Vueselencia
                  me manda diga una cosa
               de que estoy tan ignorante
               como espantada.
SERAFINA:                     Bastante
               es ser yo poco dichosa                            
                  para que lo ignores.  Diera
               cualquier precio de interés
               por sólo saber quién es.
JUANA:         Pues sabedlo...
SERAFINA:                     ¿Cómo?  
JUAN:                                 Espera;
                  llamando al conde mi primo,                    
               y fingiendo algún favor
               con que entretener su amor...
SERAFINA:      La famosa traza estimo;
                  mas habráse ya partido.
JUANA:         No habrá.  Yo le iré a llamar.      
SERAFINA:      Ve presto.
JUANA:                     (¿Hay más singular     Aparte
               suceso?  Castigo ha sido
                  del cielo que a su retrato
               ame quien a nadie amó.)

Vase [doña JUANA]
 
 
SERAFINA:      No en balde en tierra os echó              
               quien con vos ha sido ingrato,
                  que si es vuestro original
               tan bello como está aquí
               su traslado, creed de mí
               que no le quisiera mal.                           
                  Y a fe que hubiera alcanzado
               lo que muchos no han podido,
               pues vivos no me han vencido
               y él me venciera pintado.
                  Mas, aunque os haga favor,                     
               no os espante mi mudanza,
               que siempre la semejanza
               ha sido causa de amor.

Salen don ANTONIO y doña JUANA
 
 
JUANA:            Esto es cierto.
ANTONIO:                        ¿Hay tal enredo?
JUANA:         Lo que has de responder mira.                     
ANTONIO:       Prima, con una mentira
               tengo de gozar, si puedo,
                  la ocasión.
SERAFINA:                     Conde...
ANTONIO:                              ¿Señora?
SERAFINA:      Muy colérico sois.
ANTONIO:                           Es
               condición de Portugués,             
               y no es mucho, si en media hora
                  me mandáis dejar Avero,
               que hiciese extremos de loco.
SERAFINA:      Callad, que sabéis muy poco
               de nuestra condición.  Quiero              
                  haceros, conde, saber,
               porque os será de importancia,
               que son caballos de Francia
               las iras de una mujer.
                  El primer ímpetu, extraño;       
               pero al segundo se cansa,
               que el tiempo todo lo amansa.
ANTONIO:       (Prima, todo esto es engaño.)      Aparte
SERAFINA:         No quiero ya que os partáis.
ANTONIO:       De aquesta suerte, el desdén               
               pasado doy ya por bien.
SERAFINA:      Pues ya sosegado estáis,
                  ¿no me diréis la razón
               por qué, cuando os apartastes,
               este retrato arrojastes                           
               en el suelo?  ¿Qué ocasión
                  os movió a caso tan nuevo?
               ¿Cúyo es aqueste retrato?
ANTONIO:       Deciros, señora, trato
               la verdad; mas no me atrevo.                      
SERAFINA:         ¿Pues, por qué?
ANTONIO:                           Temo un castigo
               terrible.
SERAFINA:                No hay que temer.
               Yo os aseguro.
ANTONIO:                      Perder
               la vida por un amigo
                  no es mucho.  Aquesa presencia                 
               a declararme me anima.
               (Ya va de mentira, prima.)       Aparte
SERAFINA:      Decid.
ANTONIO:                Oiga vueselencia:
 
                  Días ha que habrá tenido
               entera y larga noticia                            
               de la historia lastimosa
               del gran duque de Coímbra,
               gobernador de este reino,
               en guerra y paz maravilla;
               que por ser con vuestro padre                     
               de una cepa y sangre misma,
               y tan cercanos en deudo
               como esta corona afirma,
               habréis llorado los dos
               la causa de sus desdichas.                        
SERAFINA:      Ya sé toda aquesa historia.
               Mi padre la contó un día
               a mi hermana en mi presencia.
               Su memoria me lastima.
               Veinte años dicen que habrá         
               que le desterró la envidia
               de Portugal con su esposa
               y un tierno infante.  Holgaría
               de saber si aún vive el duque,
               y en qué reino o parte habita.             
ANTONIO:       Sola la duquesa es muerta
               porque su memoria viva;
               que [a]l hijo infeliz y [a]l duque,
               con quien mi padre tenía
               deudo y amistad al tiempo                         
               que de la prisión esquiva
               huyó, le ofreció su amparo
               y arriesgando hacienda y vida.
               Hasta agora le ha tenido
               disfrazado en una quinta,                         
               donde, entre toscos sayales,
               los dos la tierra cultivan,
               que con sus lágrimas riegan
               dándoles por fruto espinas.
               El hijo, a quien hizo el cielo                    
               con tantas partes que admiran 
               al mundo su discreción,
               su presencia y gallardía
               se crió conmigo, y es
               la mitad del alma mía;                     
               que el ñudo de la amistad
               hace de dos una vida.
               Quiso el cielo que viniese,
               habrá medio año, a esta villa
               disfrazado de pastor,                             
               y que tu presencia y vista
               le robase por los ojos
               el alma, cuya homicida,
               respondiendo el valle en ecos,
               pregonan que es Serafina.                         
               Mil veces determinado
               de decirte sus desdichas,
               le ha detenido el temor
               de ver que el rey le publica
               por traidor a él y a su padre,             
               y a quien no diere noticia
               de ellos, que a todos alcanza
               el rigor de la justicia.
               Yo, que como propias siento
               las lágrimas infinitas                     
               que por ti sin cesar llora,
               le di la palabra un día
               de declararte su amor,
               y de su presencia y vista
               gallarda darte el retrato                         
               que tienes.  Llegué y, sabida
               tu condición desdeñosa,
               ni inclinada ni rendida
               a las coyundas de Amor
               de quien tan pocos se libran,                     
               no me atreví abiertamente
               a declararte el enigma
               de sus amorosas penas,
               hasta que la ocasión misma
               me la ofreciese de hablarte,                      
               y así alcancé de mi prima
               que el duque me recibiese.
               Supe después que quería
               con el de Estremoz casarte
               y, por probar si podía                     
               estorballo de este modo,
               mostré las llamas fingidas
               de mi mentiroso amor,
               respondiéndome con ira
               y yo, para que mirases                            
               el retrato que te inclina
               a menos rigor, echéle
               a tus pies, que bien sabía
               que su belleza pintada
               de tu presunción altiva                    
               presto había de triunfar.
               En fin, bella Serafina,
               el dueño de este retrato
               es don Dionís de Coímbra.
 
SERAFINA:         Conde, ¿eso es cierto?     
ANTONIO:                                Y tan cierto             
               que, a estallo él y saber
               que le amabas, sin temer
               el hallarse descubierto,
                  pienso que viniera a darte
               el alma.
SERAFINA:                Si eso es verdad                        
               no sé si en mi voluntad
               podrá caber don Düarte.
                  ¡Válgame Dios!  ¡Que éste es hijo
               de don Pedro!
ANTONIO:                      Su belleza
               dice que sí.
SERAFINA:                    (¿Qué flaqueza      Aparte                                                    
               es la vuestra alma?  Colijo
                  que no sois la que solía;
               mas justamente merece
               quien tanto se me parece
               ser amado.)  ¿No podría               
                  velle?
ANTONIO:                 De noche bien puedes,
               si das a tus penas fin
               y le hablas por el jardín,
               que él saltará sus paredes.
                  Mas de día no osará              
               porque hay ya quien le ha mirado
               en Avero con cuidado
               y, si más nota en él da,
                  ya ves el peligro.
SERAFINA:                            Conde,
               un hombre tan principal,                          
               a mi calidad igual,
               y que a mi amor corresponde,
                  es ingratitud no amalle.
               En todo has sido discreto;
               sélo en guardar más secreto,        
               y haz cómo yo pueda hablalle;
                  que el alma a dalle comienza
               la libertad que contrasta.
               ¡Y adiós!
ANTONIO:                 ¿Vaste?
SERAFINA:                         Aquesto basta;
               que habla poco la vergüenza.

Vase
 
 
JUANA:            Primo, ¿es verdad que don Pedro
               el duque vive y su hijo?
ANTONIO:       Calla, que el alma lo dijo
               viendo lo que en mentir medro.
                  Ni sé del duque ni dónde         
               su hijo y mujer llevó.
               Don Dionís he de ser yo
               de noche y de día el conde
                  de Penela.  Y de esta suerte,
               si Amor su ayuda me da,                           
               mi industria me entregará
               lo que espero.
JUANA:                        Primo, advierte
                  lo que haces.
ANTONIO:                         Engañada
               queda.  Amor mi dicha ordena
               con nombre y ayuda ajena,                         
               pues por mí no valgo nada.

Vanse. Salen el duque y doña MADALENA
 
 
DUQUE:           Quiero veros dar lición
               que la carta que ayer vi
               para el conde, en que leí
               de el sobre escrito el renglón             
                  me contentó.  Ya escribís
               muy cierto.
MADALENA:                  Y aún no lo entiende,
               con ser tan claro, y se ofende
               mi maestro don Dionís.

Sale MIRENO
 
 
MIRENO:           ¿Llámame, vuestra excelencia?      
MADALENA:      Sí, que el duque, mi señor,
               quiere ver si algo mejor
               escribo.  Vos experiencia
                  tenéis de cuán escribana
               soy.  ¿No es verdad?
MIRENO:                             Sí, señora.    
MADALENA:      Escribí, no ha cuarto de hora,
               medio dormida, una plana
                  tan clara que la entendiera
               aun quien no sabe leer.
               ¿No me doy bien a entender,                  
               don Dionís?
MIRENO:                      Muy bien.
MADALENA:                             Pudiera
                  serviros, según fue buena,
               de materias para hablar 
               en su loor.
MIRENO:                       Con callar
               la alabo; sólo condena                     
                  mi gusto el postrer renglón
               por más que la pluma excuso
               porque estaba muy confuso.    
MADALENA:      Diréislo por el borrón
                  que eché a la postre.
MIRENO:                                 ¿Pues no?           
MADALENA:      Pues adrede lo eché allí.
MIRENO:        Sólo el borrón corregí
               porque lo demás borró.
MADALENA:         Bien lo pudiste quitar
               que un borrón no es mucha mengua.          
MIRENO:        ¿Cómo?
MADALENA:               El borrón con la lengua
               se quita, y no con callar.
                  Ahora bien, cortá una pluma.

Sacan recado y corta una pluma
 
 
MIRENO:        Ya, gran señora, la corto.
MADALENA:      ¡Acabad, que sois muy corto!                 
               Vuestra excelencia presuma
                  que de vergüenza no sabe
               hacer cosa de provecho.  
DUQUE:         Con todo, estoy satisfecho
               de su letra.
MADALENA:                   Es cosa grave                        
                  el dalle avisos por puntos
               sin que aproveche.  ¡Acabad!
DUQUE:         Madalena, reportad.
MIRENO:        ¿Han de ser cortos los puntos?
MADALENA:         ¡Qué amigo que sois de corto!      
               Largos los pido.  Cortaldos
               de aqueste modo o dejaldos.
MIRENO:        Ya, gran señora, los corto.
DUQUE:            ¡Qué mal acondicionada
               sois!
MADALENA:           Un hombre vergonzoso                         
               y corto es siempre enfadoso.
MIRENO:        Ya está la pluma cortada.
MADALENA:         Mostrad.  ¡Y qué mala!  ¡Ay, Dios!

Pruébala y arrójala
 
 
DUQUE:         ¿Por qué le echáis en el suelo?
MADALENA:      ¡Siempre me la dais con pelo!                
               Líbreme el cielo de vos.
                  Quitalde con el cuchillo.
               No sé de vos qué presuma,
               siempre con pelo la pluma
               y la lengua con frenillo.                         
MIRENO:           (Propicios me son los cielos.     Aparte
               Todo esto es en mi favor.)

Sale el CONDE don Duarte
 
 
CONDE:         Dadme albricias, gran señor,
               el conde de Vasconcelos
                  está sola una jornada                   
               de vuestra villa.
MADALENA:                         (¡Ay de mí!)      Aparte
CONDE:         Mañana llegará aquí
               porque trae tan limitada,
                  dicen, del rey la licencia
               que no hará más de casarse          
               mañana y luego tornarse.
               Apreste vuestra excelencia
                  lo necesario, que yo
               voy a recibirle luego.
DUQUE:         ¿No me escribe?
CONDE:                        Aqueste pliego.                    
DUQUE:         Hija, la ocasión llegó
                  que deseo.
MADALENA:                     (Saldrá vana.)        Aparte
MIRENO:        (¡Ay, cielo!)                        Aparte
MADALENA:                     (Mi bien suspira.)    Aparte
DUQUE:         Vamos.  Deja aqueso y mira
               que te has de casar mañana.

Vanse el DUQUE y el CONDE, y pónese a escribir ella
 
 
MADALENA:         Don Dionís, en acabando
               de escribir aquí, leed
               este billete y haced
               luego lo que en él os mando.
MIRENO;           (Si ya la ocasión perdí,          Aparte                                                    
               ¿qué he de hacer?  ¡Ay, suerte dura!)
MADALENA:      Amor todo es coyuntura.

Vase [doña MADALENA]
 
 
MIRENO:        Fuése.  El papel dice ansí:

Lee
 
 
                  "No da el tiempo más espacio;
               esta noche, en el jardín                   
               tendrá los temores fin
               del vergonzoso en palacio."
 
                  ¡Cielos!  ¿Qué escucho?  ¿Qué veo?
               ¿Esta noche?  ¿Hay más ventura?
               ¿Si lo sueño?  ¿Si es locura?    
               No es posible.  No lo creo.

Vuelve a leer
 
 
                  "Esta noche en el jardín..."
               ¡Vive Dios, que está aquí escrito!
               ¡Mi bien!  A buscar a Brito
               voy.  ¿Hay más dichoso fin?           
                  Presto en tu florido espacio
               dará envidia entre mis celos
               al conde de Vasconcelos
               el vergonzoso en palacio.

[Vase.] Salen LAURO, RUY Lorenzo, BATO y MELISA
 
 
LAURO:            Buenas nuevas te dé Dios.               
               Escoge en albricias, Bato,
               la oveja mejor del hato.
               Poco es una, escoge dos.
                  ¿Que mi hijo está en Avero?
               ¿Que del duque es secretario                 
               mi primo?  ¡Ay tiempo voltario!
               Mas, ¿qué me quejo?  ¿Qué espero?
                  Vamos a verle los dos;
               mis ojos su vista gocen.
               Venid.
RUY:                  ¿Y si me conocen?                     
LAURO:         No lo permitirá Dios.
                  Tiznaos como carbonero
               la cara; que de esta vez
               daré a mi triste vejez
               un buen día hoy en Avero.                  
                  Mi gozo crece por puntos.
               Agora a vivir comienzo.
               Alto.  Vamos, Ruy Lorenzo.
BATO:          Todos podremos ir juntos.
LAURO:            Guardad vosotros la casa.

Vanse los dos, [LAURO y RUY Lorenzo]
 
 
MELISA:        Sí.  Bercebú que la guarde.
BATO:          ¿Qué tenéis aquesta tarde?
MELISA:        ¡Ay, Bato!  ¡Que aqueso pasa!
                  ¿Que no preguntó por mí
               Tarso?
BATO:                  No se le da un pito                       
               por vos, ni es Tarso.
MELISA:                               ¿Pues?
BATO:                                        Brito,
               o Cabrito.
MELISA:                   ¡Ay!  ¿Tarso ansí?
                  A verte he de ir esta tarde.
               ¡Crüel, tirano, enemigo!
BATO:          ¿Sola?
MELISA:                Vasco irá conmigo.                 
BATO:          Buen mastín lleváis que os guarde.
                  ¿Queréisle mucho?
MELISA:                             Enfinito.
BATO:          Pues en Brito se ha mudado,
               la mitad para casado
               tien...
MELISA:               ¿Qué?
BATO:                        De cabrito el Brito.

Vanse. [Salen] a la ventana doña JUANA y doña SERAFINA
 
 
SERAFINA:         ¡Ay, querida doña Juana!
               Nota de mi fama doy;
               mas si lo dilato hoy
               me casa el duque mañana.
JUANA:            Don Dionís, señora, es tal       
               que no llega don Düarte
               con la más mínima parte
               a su valor.  Portugal
                  por su padre llora hoy día.
               Para en uno sois los dos.                         
               Gozaos mil años.
SERAFINA:                        ¡Ay, Dios!
JUANA:         No temas, señora mía,
                  que mi primo fue por él.
               Presto le traerá consigo.
SERAFINA:      Él tiene un notable amigo.                 
JUANA:         Poco se hallarán como él.

Sale don ANTONIO, como de noche
 
 
ANTONIO:          Hoy, Amor, vuestras quimeras
               de noche me han convertido
               en un don Dionís fingido
               y un don Antonio de veras.                        
                  Por y otro he de hablar.
               Gente siento a la ventana.
JUANA:         Ruido suena.  No fue vana
               mi esperanza.

Sale TARSO, de noche
 
 
TARSO:                        Este lugar
                  mi dichoso don Dionís                   
               me manda que mire y ronde
               por si hay gente.
JUANA:                            ¡Ce!  ¿Es el conde?
ANTONIO:       Sí, mi señora.
JUANA:                         ¿Venís
                  con don Dionís?
TARSO:                            (¿Cómo es esto?    Aparte
               ¿Don Dionís?  La burla es buena.      
               ¿Mas si es doña Madalena?
               Reconocer este puesto
                  me manda, porque le avise
               si anda gente, y me parece
               que otro en su lugar se ofrece,                   
               y que le ronde, ande y pise.
                  ¡Vaya!  ¿Mas que es don Dionís?
               ¡Eso no!)
ANTONIO:                 Conmigo viene
               un don Dionís, que os previene
               el alma, que ya adquirís,                  
                  para ofrecerse a esas plantas.
               Hablad, don Dionís.  ¿Qué hacéis?

Finge que habla don Dionís, mudando la voz
 
 
               ¿Que estoy suspenso, no veis,
               contemplando glorias tantas?
                  Pagar lo mucho que os debo                     
               con palabras será mengua,
               y ansí refreno la lengua
               porque en ella no me atrevo.
                  Mas, señora, Amor es dios
               y por mí podrá pagar.               
JUANA:         (¡Bien sabe disimular             Aparte
               el habla.)
SERAFINA:                 ¿No tenéis vos
                  crédito para pagarme
               esta deuda?
ANTONIO:                   No lo sé;
               mas buen fiador os daré.                   
               El conde puede fïarme.

[Habla de por sí]
 
 
                  Yo os fío.
TARSO:                        (¡Válgate el diablo!  Aparte
               Sólo un hombre es, vive Dios,
               y parece que son dos.

Disimula la voz
 
 
ANTONIO:       Con mucho peligro os hablo                        
                  aquí.  Haced mi dicha cierta
               y tenga mis penas fin.
SERAFINA:      Pues, ¿qué queréis?
ANTONIO:                           Del jardín
               tengo ya franca la puerta.
JUANA:            Mira que suele rondarte                        
               don Düarte, señora mía,
               y que si aguardas al día
               has de ser de don Düarte.
                  Cualquier dilación es mala.
SERAFINA:      ¡Ay, Dios!
JUANA:                    ¡Qué tímida eres!   
               ¿Entrará?
SERAFINA:                Haz lo que quisieres.

Como don ANTONIO
 
 
ANTONIO:       Don Dionís, Amor te iguala
                  a la ventura mayor
               que pudo dar.  Corresponde
               a tu dicha.

Como don Dionís
 
                
                       Amigo conde,                              
               por vuestra industria y favor
                  he adquirido tanto bien;
               dadme esos brazos.  Yo soy
               tu amigo, conde, desde hoy.

[Como don ANTONIO]
 
 
               Yo vuestro esclavo.

[Como don Dionís]
 
 
                                   Está bien.             
                  Dará el tiempo testimonio
               de esta deuda.

[Como don ANTONIO]
 
 
                              Aquí te aguardo;
               que así mis amigos guardo.
               Entrad.

Como don Dionís]
 
 
                       Adiós, don Antonio.

Éntrase
 
 
SERAFINA:         ¿Entró?
JUANA:                    Sí.
SERAFINA:                     ¿Que de este modo             
               fuerce Amor a una mujer?
               Mas por sólo no lo ser
               del de Estremoz, poco es todo.
                  ¡Mi padre y honor perdone!
JUANA:         Vamos y deja ese miedo.

Vanse las dos
 
 
TARSO:         ¿Hase visto igual enredo?
               En gran confusión me pone
                  este encanto.  Un don Antonio
               que consigo mismo hablaba,
               dijo que aquí se quedaba                   
               y se entró.  Él es demonio.

Sale MIRENO, de noche
 
 
MIRENO:           Él se debió de quedar
               como acostumbra, dormido.
TARSO:         Ya queda sostituído
               por otro aquí tu lugar.                    
MIRENO:           ¿Qué dices, necio?  Responde.
               Vienes aquí a ver si hay gente,
               ¿y estáste aquí, impertinente?
TARSO:         Gente ha habido.
MIRENO:                        ¿Quién?
TARSO:                                 Un conde
                  y un don Dionís de tu nombre,           
               que es uno y parecen dos.
MIRENO:        ¿Estás sin seso?
TARSO:                           Por Dios,
               que acaba de entrar un hombre
                  con tu doña Madalena
               que, o es colegial trilingue,                     
               o a sí propio se distingue,
               o es tu alma que anda en pena.
                  Más sabe que veinte Ulises.
               Algún traidor te ha burlado,
               o yo este enredo he soñado,                
               o aquí hay dos don Dionises.
MIRENO:           Soñástelo.
TARSO:                       ¡Norabuena!

Sale a la ventana doña MADALENA
 
 
MADALENA:      ¿Si habrá don Dionís venido?
TARSO:         A la ventana ha salido
               un bulto.
MADALENA:                ¡Ay, Dios!  Gente suena.           
                  ¡Ce!  ¿Es don Dionís?
MIRENO:                                 Mi señora,
               yo soy ese venturoso.
MADALENA:      Entrad, pues, mi vergonzoso.

Vase
 
 
MIRENO:        ¿Crees que lo soñaste agora?
TARSO:            No sé.
MIRENO:                  Si mi cortedad                          
               fue vergüenza, adiós, vergüenza;
               que seréis, como no os venza,
               desde agora necedad.

Vase
 
 
TARSO:            Confuso me voy de aquí
               que debo estar encantado.                         
               Dos Dionises han entrado
               o yo estoy fuera de mí.
                  De estas calzas por momentos
               salen quimeras como ésta;
               ¡pobre de quien trae acuestas                
               dos cestas de encantamientos!

Vase. Salen LAURO y RUY Lorenzo, de pastores.
 
 
LAURO:            Éste es, Ruy Lorenzo, Avero.
RUY:           Aquí me vi un tiempo, Lauro,
               rico y próspero, y ya pobre
               y ganadero.
LAURO:                      Altibajos                            
               son del tiempo y la Fortuna,
               inconstante siempre y vario.
               ¡Buen palacio tiene el duque!
RUY:           Ahora acaba de labrallo;
               propiedad de la vejez,                            
               hacellos y no gozallos.
LAURO:         Busquemos a mi Mireno.
RUY:           En palacio aún es temprano;
               que aquí amanece muy tarde
               y hemos mucho madrugado.                          
LAURO:         ¿Cuándo durmió el deseoso?
               ¿Cuándo Amor buscó descanso?
               No os espante que madrugue
               que soy padre.  Deseo y amo.

Salen VASCO y MELISA, de pastores
 
 
VASCO:         Mucho has podido conmigo,                         
               Melisa.
MELISA:                 Débote, Vasco,
               gran voluntad.
VASCO:                        ¿A qué efeto
               me traes, Melisa, a palacio
               desde los montes incultos?
MELISA:        En ellos sabrás de espacio                 
               mis intentos.
VASCO:                        Miedo tengo.
MELISA:        (¡Ay, Tarso, crüel, ingrato!      Aparte
               Mi imán eres, tras ti voy;
               que soy hierro.)
VASCO:                          Aun sería el diablo
               que ahora me conociese                            
               algún mozo de caballos,
               colgándome de la horca
               en fe de ser peso falso.
MELISA:        ¡Ay, Vasco, retírate!
VASCO:         ¿Pues qué...?
MELISA:                       ¿No ves a nuesamo,            
               y al tuyo?  Si aquí nos topa,
               pendencia hay para dos años.

Tocan cajas
 
 
VASCO:         Volvámonos.  Mas, ¿qué es esto?
RUY:           ¿Tan de mañana han tocado
               cajas?  ¿A qué fin será?       
LAURO:         No lo sé.
RUY:                     Si no me engaño,
               sale el duque.  Algo hay de nuevo.
LAURO:         A esta parte retirados
               podremos saber lo que es;
               que parece que echan bandos.

Salen el DUQUE [y] el CONDE, con gente, y un ATAMBOR
 
 
DUQUE:         Conde, con ningunas nuevas
               pudiera alegrarme tanto
               como con éstas.  Ya cesan
               las desdichas y trabajos
               de don Pedro de Coímbra,                   
               mi primo, si el cielo santo
               le tiene vivo.
CONDE:                        Sí hará;
               que al cabo de tantos años
               de males querrá que goce
               el premio de su descanso.                         
LAURO:         ¿Qué es esto que escucho, cielos?
               ¿Soy yo de quien habla acaso
               mi primo el duque de Avero?
               Mas, no, que soy desdichado.
DUQUE:         Antes que vais, don Düarte,                  
               por el yerno, que hoy aguardo,
               quiero que oigáis el pregón
               que el rey manda.  ¡Echad el bando!          
 
ATAMBOR:          "El rey nuestro señor Alfonso el Quinto
               manda que en todos sus estados reales             
               con solemnes y públicos pregones
               se publique el castigo que en Lisboa
               se hizo del traidor Vasco Fernández
               por las traiciones que a su tío el duque
               don Pedro de Coímbra ha levantado,         
               a quien da por leal vasallo y noble
               y en todos sus estados restituye.
               Mandando que en cualquier parte que asista,
               si es vivo, le respeten como a él mismo
               y si es muerto, su imagen echa al vivo            
               pongan sobre un caballo, y una palma
               en la mano le lleven a su corte,
               saliendo a recibirle los lugares;
               y declara a los hijos que tuviere
               por herederos de su patrimonio,                   
               dando a Vasco Fernández y a sus hijos
               por traidores, sembrándoles sus casas
               de sal, como es costumbre en estos reinos
               desde el antiguo tiempo de los godos.
               Mándase [esto] pregonar porque venga       
               a noticia de todos."

Vase
 
 
VASCO:                               ¡Larga arenga!
 
MELISA:           [¡Así digo yo!]  ¡Buen garguero
               tiene el que ha repiqueteado!
LAURO:         Gracias a vuestra piedad,
               recto juez, clemente y sabio,                     
               que volvéis por mi justicia.
RUY:           El parabién quiero daros
               con las lágrimas que vierto.
               Gocéisle, duque, mil años.
DUQUE:         ¿Qué labradores son estos             
               que hacen extremos tantos?
CONDE:         ¡Ah, buena gente!  Mirad
               que os llama el duque.
LAURO:                                Trabajos,
               si me habéis tenido mudo,
               ya es tiempo de hablar.  ¿Qué aguardo?                                                         
               Dadme aquesos brazos nobles,
               duque ilustre, primo caro.
               Don Pedro soy.
DUQUE:                        ¡Santos cielos,
               dos mil gracias quiero daros!
CONDE:         ¡Gran duque!  ¿En aqueste traje?        
LAURO:         En éste me he conservado
               con vida y honra hasta agora.
MELISA:        ¡Aho!  ¿Diz que es duque nueso amo?
VASCO:         Sí.
MELISA:              Démosle el parabién.
VASCO:         ¿No le ves que está ocupado?          
               Tiempo habrá.  Déjalo agora.
               No nos riña.
MELISA:                       Pues dejallo.
DUQUE:         Es el conde de Estremoz
               a quien la palabra he dado
               de casalle con mi hija                            
               la menor, y agora aguardo
               al conde de Vasconcelos,
               sobrino vuestro.  
LAURO:                          Mi hermano
               estará ya arrepentido,
               si traidores le engañaron.                 
DUQUE:         Dióle a doña Madalena,
               mi hija mayor.
LAURO:                        Sois sabio
               en escoger tales yernos.
DUQUE:         Y venturoso otro tanto
               en que seréis su padrino.                  
RUY:           (Aunque el conde me ha mirado,         Aparte
               no me ha conocido.  ¡Ay, cielos!
               ¿Quién vengará mis agravios?)
DUQUE:         Hola, llamad a mis hijas,
               que de suceso tan raro,                           
               por la parte que les toca,
               es bien darlas cuenta.
MELISA:                                Vasco,
               verdad es.  Ven y lleguemos.
               Por muchos y buenos años
               goce el duquencio.
LAURO:                            ¿Melisa                   
               aquí?
MELISA:                Vine a ver a Tarso.
VASCO:         (No oso hablar, no que conozcan;      Aparte
               que está mi vida en mis labios.)

Salen doña MADALENA, SERAFINA y doña JUANA
 
 
MADALENA:      ¿Qué manda vuestra excelencia?
DUQUE:         Que beséis, hija, las manos                
               al gran duque de Coímbra,
               vuestro tío.
MADALENA:                   ¡Caso raro!
LAURO:         Lloro de contento y gozo.
SERAFINA:      (Mi suerte y ventura alabo.          Aparte
               Ya segura gozaré                           
               mi don Dionís, pues ha dado
               fin el cielo a sus desdichas.)
LAURO:         Gocéis, sobrinas, mil años
               los esposos que os esperan.
SERAFINA:      El cielo guarde otros tantos                      
               la vida de vueselencia.
MADALENA:      Si la mía estima en algo,
               le suplico, así propicios
               de aquí adelante los hados
               le dejen ver reyes nietos                         
               y venguen de sus contrarios
               que este casamiento impida.
DUQUE:         ¿Cómo es eso?
MADALENA:                     Aunque el recato
               de la mujeril vergüenza
               cerrarme intento los labios,                      
               digo, señor, que ya estoy
               casada.
DUQUE:                 ¿Cómo?  ¿Qué aguardo?
               ¿Estáis sin seso, atrevida?
MADALENA:      El cielo y Amor me han dado
               esposo, aunque humilde y pobre,                   
               discreto, mozo y gallardo.
DUQUE:         ¿Qué dices, loca?  ¿Pretendes
               que te mate?
MADALENA:                    El secretario
               que me diste por maestro
               es mi esposo.
DUQUE:                        Cierra el labio.                   
               ¡Ay, desdichada vejez!
               Vil, ¿por un hombre tan bajo
               al conde de Vasconcelos
               desprecias?
MADALENA:                   Ya le ha igualado
               a mi calidad Amor;                                
               que sabe humillar los altos
               y ensalzar a los humildes.
DUQUE:         Daréte la muerte.
LAURO:                           Paso,
               que es mi hijo vuestro yerno.
DUQUE:         ¿Cómo es eso?
LAURO:                        El secretario                      
               de mi sobrina vuestra hija,
               es Mireno, a quien ya llamo
               don Dionís y mi heredero.
DUQUE:         Ya vuelvo en mí.  Por bien dado
               doy mi agravio de este modo.                      
MADALENA:      ¿Hijo es vuestro?  ¡Ay, Dios!  ¿Qué aguardo
               que no beso vuestros pies?
SERAFINA:      Eso no, porque es engaño.
               Don Dionís, hijo del duque
               de Coímbra es quien me ha dado             
               mano y palabra de esposo.
DUQUE:         ¿Hay hombre más desdichado?
SERAFINA:      Doña Juana es buen testigo.
MADALENA:      Don Dionís está en mi cuarto
               y mi recámara.
SERAFINA:                     ¡Bueno!                       
               En la mía está encerrado.
LAURO:         Yo no tengo más de un hijo.
DUQUE:         Tráiganlos luego.  ¿En qué caos
               de confusión estoy puesto?
MELISA:        ¿En qué parará esto, Vasco?    
VASCO:         No sé lo que te responda
               pues ni sé si estoy soñando
               ni si es verdad lo que veo.
MELISA:        ¡Ay, Dios!  ¡Si saliese Tarso!

Sale MIRENO
 
 
MIRENO:        Confuso vengo a tus pies.                         
LAURO:         Hijo mío, aquesos brazos
               den nueva vida a estas canas.
               Éste es don Dionís.
SERAFINA:                          ¿Qué engaños
               son estos, cielos crüeles?
DUQUE:         Abrazadme, ya que ha hallado                      
               el más gallardo heredero
               de Portugal este estado.
LAURO:         ¿Qué miras, hijo, perplejo?
               El nombre tosco ha cesado
               que de Mireno tuviste.                            
               Ni lo eres, ni soy Lauro
               sino el duque de Coímbra.
               El rey está ya informado
               de mi inocencia.
MIRENO:                          ¿Qué escucho?
               ¡Cielos!  ¡Amor!  ¡Bienes tantos!

Sale don ANTONIO
 
 
ANTONIO:       Dadme, señor, esos pies.
DUQUE:         ¿A qué venís, secretario?
SERAFINA:      Conde, ¿qué es de don Dionís,
               mi esposo?
ANTONIO:                 Yo os he engañado.
               En su nombre gocé anoche                   
               la belleza y bien más alto
               que tiene el Amor.
DUQUE:                            ¡Oh, infame!
SERAFINA:      ¡Matadle!
CONDE:                   ¡Matadle!
JUANA:                             Paso,
               que es el conde de Penela,
               mi primo.
ANTONIO:                 Perdón aguardo,                  
               duque y señor, a tus pies.
CONDE:         Los cielos lo han ordenado,
               porque vuelven por Leonela
               a quien di palabra y mano
               de esposo y la desprecié                   
               gozada.
LAURO:                  Aquí está su hermano,
               que por vengar esa injuria,
               aunque no con medio sabio,
               vive pastor abatido.
               Si a interceder por él basto,              
               reducidle a vuestra gracia.
RUY:           Perdón pido.
VASCO:                       Y también Vasco.
DUQUE:         Basta, que lo manda el duque.
CONDE:         Recibidme por cuñado,
               que a Leonela he de cumplir                       
               la palabra que le he dado
               luego que a mi estado vuelva.
               ¿Dónde está?
RUY:                          Tu pecho hidalgo
               hace, al fin, como quien es.
SERAFINA:      Y qué, ¿fué mío el retrato?                                                         
DUQUE:         Dadle, conde don Antonio,
               a Serafina la mano;
               que, pues el de Vasconcelos
               perdió la ocasión por tardo,
               disculpado estoy con él.

A MIRENO
 
 
               ¡Muy bien habéis enseñado
               a escribir a Madalena!
               ¿Érades vos el callado,
               el cortés, el vergonzoso?
               Pero, ¿quién lo fue en palacio?

Sale TARSO
 
 
TARSO:         ¿Duque Mireno?  ¿Qué escucho?
               Don Dionís, esos zapatos
               te beso, y pido en albricias
               de la esposa y del ducado
               que me quites estas calzas,                       
               y el día del Jueves Santo
               mandes ponellas a un Judas.
MELISA:        ¡Ah traidor, mudable, ingrato!
               Agora me pagarás
               el amor, penas y llanto                           
               que me debes.  Señor duque,
               de rodillas se lo mando
               que mos case.
TARSO:                      ¿Estotro es cura?
MELISA:        Mande que me quiera Tarso.
MIRENO:        Yo se lo mando, y le doy                          
               por ello tres mil cruzados.
TARSO:         ¿Por la cara o por la bolsa?
MIRENO;        Y mi camarero le hago
               para que asista conmigo.
DUQUE:         Doña Juana está a mi cargo.         
               Yo le daré un noble esposo.
               A recibir todos vamos
               al conde de Vasconcelos
               porque, viendo el desengaño
               de su amor, sepa la historia                      
               del vergonzoso en palacio
               y, a pesar de maldicientes,
               las faltas perdone el sabio.

FIN DEL TERCER ACTO

FIN DE LA COMEDIA



Más Teatro de Tirso de Molina