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Fábula inefable de la niña loca

[Poema - Texto completo.]

Franklin Mieses Burgos

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor
me duelen demasiado los ojos en el agua
desde que tengo abierta esta herida en el viento.

Una vez me sembraron el alma de recuerdos
y crecí como un árbol en la noche del tiempo,
en donde está cayendo
como una sola gota, para siempre, el silencio.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Aquella dulce niña, que, como yo, tenía
dos blancas manos locas tendidas a la luna,
daba pena mirarla;
porque sólo decía que la luna había vuelto
sus manos mariposas:
mariposas de sueños que volando se iban
por el cielo remoto de las lunas difuntas.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Me basta con mi ancho corazón
de voces,
mis caminos de humos enterrados,
mis campanas de nieblas doblando entre las sombras
me basta con mis ojos sonámbulos que miran
como crece de trinos la bondad de mis manos.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

-Lo comprendo; es posible: tú lloras porque piensas
que yo no estoy presente;
supones que me he ido hacia los lirios rotos
heridos por el aire,
hacia el mundo de hojas que desangra la noche;
supones que me he ido -toda desvanecida-
hacia el cielo sin lumbre en que devoran albas
tardías los gusanos.

Yo estoy ausente, sí:
ausente de la carne
sin ensueños ni sangre de tus huecas palabras,
más allá de tu muerta nominación de cosas.

Yo estoy ausente, sí,
de tu forma distinta de pronunciar alondra,
sepultada en un pecho nublado por el llanto.

-Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Ahora que dolencias de sombras angustiadas
ascienden por el agua desnuda de mis ojos
y mi herida no sangra en la carne del viento;
ahora que estoy hecha de cosas enterradas
y estoy henchida toda
de estrellas como un río,
no dejes que se vayan mis manos por el alba;
no dejes que se vayan:
Tengo miedo de un ángel oscuro que las llama.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.



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