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Horóscoño

[Poema - Texto completo.]

Samuel Beckett

¿Qué es esto?
¿Un huevo?
Por los hermanos Boot, apesta a fresco.
Dáselo a Gillot.
Cómo estás, Galileo,
¡y sus terceras sucesivas!
¡Asqueroso viejo nivelador copernicano hijo de
vivandera!
Nos movemos, dijo, al fin nos marchamos-¡Porca
Madonna!
como un contramaestre o un Pretendiente saco-
de-patatas? cargando
contra el enemigo.
Esto no es moverse, sino conmoverse?
Qué es esto?
¿Una tortilla acerba o una que ha florecido?
¡Dos ovarios revueltos con prosticiutto?
¿Cuánto tiempo lo invaginó, la emplumada?
Tres días y cuatro noches?
Dáselo a Gillot.
Faulhaber, Beeckman y Pedro el Rojo
venid ahora en un alud de nubarrones o en la
cristalina nube de
Gassendi?, roja como el sol,
y os limaré todas vuestras gallinas-y-medio
o limaré una lente bajo el edredón en la mitad
del día.
Pensar que era él, mi propio hermano, Pedro el
Bravucón
y que no usaba de silogismo alguno
como si Papi aún estuviera con vida.
¡Ea!, pásame esa calderilla,
¡dulce sudor molido de mi hígado ardiente!
¡Qué días aquéllos, sentado al lado de la
estufa?, arrojando jesuitas
por el tragaluz!

¿Y ése, quién es? ¿Hals?
Que espere.
¡Mi adorable bizquita!
Yo me escondía y me buscabas
Y Francine, precioso fruto mío de un feto
casa-y-gabinete!
¡Vaya una exfoliación!
¡Su pequeña epidermis grisácea y desollada, y
rojas las amígdalas!
Hija única mía
Azotada por la fiebre hasta en el turbio
restañar de su sangre…
¡sangre!
¡Oh, Harvey de mi corazón!
¿qué harán los rojos y los blancos, los muchos
en los pocos
(querido Harvey sangre-girador)
para arremolinarse por este batidor
resquebrajado?
Y el cuarto Enrique llegó a la cripta de la
flecha.
¿Qué es esto?
¿Desde cuando?
Incúbalo.
Un viento de maldad empujaba la desesperación
de mi sosiego
contra las escarpadas cimas de la señora
única:
no una vez ni dos, sino…
(¡Burdel de Cristo, empóllalo!)
en una sola anegación de sol.
(Jesuitastros, copien, por favor.)
Por lo tanto adelante con las medias de seda
sobre el traje de punto

y la piel mórbida…
qué estoy diciendo, la suave tela…
y vámonos a Ancona, sobre el brillante
Adriático,
y adiós unos instantes a la amarilla llave de
los Rosacruces.
Ellos no saben qué es lo que hizo el dueño de
todos los que hacen,
que a la nariz le toca el beso del aire todo
fétido y fragante
y a los tímpanos, y al trono del orificio
fecal
y a los ojos su zigzag.
De esta manera Le bebemos y Le comemos
y el Beaune aguado y los duros cubitos de pan
Bimbo
porque Él puede danzar
igual cerca que lejos de Su Esencia Danzante
y tan triste o tan vivo como requiere el
cáliz, la bandeja.
¿Qué te parece, Antonio?
¡En el nombre de Bacon, me empollaréis el
huevo!
¿O deberé tragárme fantasmas de caverna?
¡Anna María!
Ella lee a Moisés y dice que su amor está
crucificado.
¡Leider! ¡Leider! Florecía pero se marchitó,
pálido y abusivo periquito en el escaparate de
una calle mayor.
No, si creo desde el Principio a la última
palabra, te lo juro.
¡Fallor, ergo sum!?
viejo frôleur¹? esquivo
Toll-ó y legg-ó
y se abrochó el chaleco de redentorista.
No importa, pasémoslo por alto.
Soy un niño atrevido, ya lo sé,
luego no soy mi hijo
(aunque fuese portero)
ni el de Joaquín mi padre,

sino astilla de un palo perfecto que no es
viejo ni nuevo
pétalo solitario de una gran rosa, alta y
resplandeciente.
¿Estás maduro al fin
pálido y esbelto tordo mío, de seno
desdoblado?
¡Qué ricamente huele
este aborto de volantón!
Lo comeré con tenedor para pescado.
Clara y plumas y yema.
Me alzaré luego y empezaré a moverme
hacia Raab de las nieves,
la matinal amazona asesina confesada por el
papa,
Cristina la destripadora.
Oh Weulles, no derrames la sangre de un franco
que ha subido los peldaños amargos
(René du Perron…)
y otórgame mi hora
segunda inescrutable sin estrellas.



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