Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

La vida es sueño

[Teatro - Texto completo.]

Pedro Calderón de la Barca


Personas que hablan en ella:
  • ROSAURA, dama
  • SEGISMUNDO, príncipe
  • CLOTALDO, viejo
  • ESTRELLA, infanta
  • CLARÍN, gracioso
  • BASILIO, rey de Polonia
  • ASTOLFO, infante
  • GUARDAS
  • SOLDADOS
  • MÚSICOS

 


ACTO PRIMERO

[En las montañas de Polonia]

Salen en lo alto de un monte ROSAURA, en hábito de hombre, de camino, y en representado los primeros versos va bajando
 
 
ROSAURA:      Hipogrifo violento
           que corriste parejas con el viento,
           ¿dónde, rayo sin llama,
           pájaro sin matiz, pez sin escama,
           y bruto sin instinto       
           natural, al confuso laberinto
           de esas desnudas peñas
           te desbocas, te arrastras y despeñas?
           Quédate en este monte,
           donde tengan los brutos su Faetonte;     
           que yo, sin más camino
           que el que me dan las leyes del destino,
           ciega y desesperada
           bajaré la cabeza enmarañada
           de este monte eminente,   
           que arruga al sol el ceño de su frente.
           Mal, Polonia, recibes
           a un extranjero, pues con sangre escribes
           su entrada en tus arenas,
           y apenas llega, cuando llega a penas;    
           bien mi suerte lo dice;
           mas ¿dónde halló piedad un infelice?
 
                         Sale CLARÍN, gracioso 
 
CLARÍN:    Di dos, y no me dejes
           en la posada a mí cuando te quejes;
           que si dos hemos sido    
           los que de nuestra patria hemos salido
           a probar aventuras,
           dos los que entre desdichas y locuras
           aquí habemos llegado,
           y dos los que del monte hemos rodado,  
           ¿no es razón que yo sienta
           meterme en el pesar, y no en la cuenta?
ROSAURA:   No quise darte parte
           en mis quejas, Clarín, por no quitarte,
           llorando tu desvelo,           
           el derecho que tienes al consuelo.
           Que tanto gusto había
           en quejarse, un filósofo decía,
           que, a trueco de quejarse,
           habían las desdichas de buscarse.      
CLARÍN:    El filósofo era
           un borracho barbón; ¡oh, quién le diera
           más de mil bofetadas!
           Quejárase después de muy bien dadas.
           Mas ¿qué haremos, señora,       
           a pie, solos, perdidos y a esta hora
           en un desierto monte,
           cuando se parte el sol a otro horizonte?
ROSAURA:   ¿Quién ha visto sucesos tan extraños!
           Mas si la vista no padece engaños      
           que hace la fantasía,
           a la medrosa luz que aun tiene el día,
           me parece que veo
           un edificio.
CLARÍN:                O miente mi deseo,
           o termino las señas.         
ROSAURA:   Rústico nace entre desnudas peñas
           un palacio tan breve
           que el sol apenas a mirar se atreve;
           con tan rudo artificio
           la arquitectura está de su edificio,   
           que parece, a las plantas
           de tantas rocas y de peñas tantas
           que al sol tocan la lumbre,
           peñasco que ha rodado de la cumbre.
CLARÍN:    Vámonos acercando;           
           que éste es mucho mirar, señora, cuando
           es mejor que la gente
           que habita en ella, generosamente
           nos admita.
ROSAURA:                La puerta
           --mejor diré funesta boca--abierta             
           está, y desde su centro
           nace la noche, pues la engendra dentro.
 
                        Suena ruido de cadenas 
 
CLARÍN:    ¿Qué es lo que escucho, cielo!
ROSAURA:   Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.
CLARÍN:    ¿Cadenita hay que suena?       
           Mátenme, si no es galeote en pena.
           Bien mi temor lo dice.
 
                           Dentro SEGISMUNDO 
 
SEGISMUNDO:¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!
ROSAURA:   ¡Qué triste vos escucho!
           Con nuevas penas y tormentos lucho.      
CLARÍN:    Yo con nuevos temores.
ROSAURA:   Clarín...
CLARÍN:             ¿Señora...?
ROSAURA:                     Huyamos los rigores
           de esta encantada torre.
CLARÍN:                       Yo aún no tengo
           ánimo de huír, cuando a eso vengo.
ROSAURA:   ¿No es breve luz aquella       
           caduca exhalación, pálida estrella,
           que en trémulos desmayos
           pulsando ardores y latiendo rayos,
           hace más tenebrosa
           la obscura habitación con luz dudosa?       
           Sí, pues a sus reflejos
           puedo determinar, aunque de lejos,
           una prisión obscura;
           que es de un vivo cadáver sepultura;
           y porque más me asombre,     
           en el traje de fiera yace un hombre
           de prisiones cargado
           y sólo de la luz acompañado.
           Pues huír no podemos,
           desde aquí sus desdichas escuchemos.  
           Sepamos lo que dice.
 
Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles 
 
SEGISMUNDO:¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
              Apurar, cielos, pretendo,
           ya que me tratáis así,
           qué delito cometí         
           contra vosotros naciendo.     
           Aunque si nací, ya entiendo
           qué delito he cometido;
           bastante causa ha tenido
           vuestra justicia y rigor,     
           pues el delito mayor     
           del hombre es haber nacido.
              Sólo quisiera saber
           para apurar mis desvelos
           --dejando a una parte, cielos,     
           el delito del nacer--,   
           ¿qué más os pude ofender,
           para castigarme más?
           ¿No nacieron los demás?
           Pues si los demás nacieron,      
           ¿qué privilegios tuvieron   
           que no yo gocé jamás?
             Nace el ave, y con las galas
           que le dan belleza suma,
           apenas es flor de pluma,      
           o ramillete con alas,    
           cuando las etéreas salas
           corta con velocidad,
           negándose a la piedad
           del nido que dejan en calma;  
           ¿y teniendo yo más alma,    
           tengo menos libertad?
              Nace el bruto, y con la piel   
           que dibujan manchas bellas,
           apenas signo es de estrellas  
           --gracias al docto pincel--,  
           cuando, atrevido y crüel,
           la humana necesidad
           le enseña a tener crueldad,
           monstruo de su laberinto;     
           ¿y yo, con mejor instinto,    
           tengo menos libertad?
              Nace el pez, que no respira,
           aborto de ovas y lamas,
           y apenas bajel de escamas     
           sobre las ondas se mira,      
           cuando a todas partes gira,
           midiendo la inmensidad
           de tanta capacidad
           como le da el centro frío;  
           ¿y yo, con  más albedrío,      
           tengo menos libertad?
              Nace el arroyo, culebra
           que entre flores se desata,
           y apenas sierpe de plata,     
           entre las flores se quiebra,  
           cuando músico celebra
           de las flores la piedad
           que le dan la majestad   
           del campo abierto a su huída;    
           ¿y teniendo yo más vida,    
           tengo menos libertad?
              En llegando a esta pasión,
           un volcán, un Etna hecho,
           quisiera sacar del pecho       
           pedazos del corazón.   
           ¿Qué ley, justicia o razón
           negar a los hombres sabe
           privilegios tan süave
           excepción tan principal,    
           que Dios le ha dado a un cristal,  
           a un pez, a un bruto y a un ave?
ROSAURA:      Temor y piedad en mí
           sus razones han causado.
SEGISMUNDO:¿Quién mis voces ha escuchado?   
           ¿Es Clotaldo?
CLARÍN:                   Di que sí.   
ROSAURA:   No es sino un triste, ¡ay de mí!,
           que en estas bóvedas frías
           oyó tus melancolías.
SEGISMUNDO:Pues la muerte te daré      
           porque no sepas que sé      
           que sabes flaquezas mías.
              Sólo porque me has oído,
           entre mis membrudos brazos
           te tengo de hacer pedazos.    
CLARÍN:    Yo soy sordo, y no he podido  
           escucharte.
ROSAURA:               Si has nacido
           humano, baste el postrarme
           a tus pies para librarme.
SEGISMUNDO:Tu voz pudo enternecerme,     
           tu presencia suspenderme,     
           y tu respeto turbarme.
              ¿Quién eres?  Que aunque yo aquí
           tan poco del mundo sé,
           que cuna y sepulcro fue  
           esta torre para mí;    
           y aunque desde que nací
           --si esto es nacer-- sólo advierto
           eres rústico desierto
           donde miserable vivo,    
           siendo un esqueleto vivo,     
           siendo un animado muerte.              
              Y aunque nunca vi ni hablé
           sino a un hombre solamente
           que aquí mis desdichas siente,   
           por quien las noticias sé   
           del cielo y tierra; y aunque
           aquí, por que más te asombres
           y monstruo humano me nombres,
           este asombros y quimeras,     
           soy un hombre de las fieras   
           y una fiera de los hombres.
              Y aunque en desdichas tan graves,
           la política he estudiado,
           de los brutos enseñado,     
           advertido de las aves,   
           y de los astros süaves
           los círculos he medido,
           tú sólo, tú has suspendido
           la pasión a mis enojos,     
           la suspensión a mis ojos,   
           la admiración al oído.
              Con cada vez que te veo
           nueva admiración me das,
           y cuando te miro más,  
           aun más mirarte deseo.      
           Ojos hidrópicos creo
           que mis ojos deben ser;
           pues cuando es muerte el beber,
           beben más, y de esta suerte,     
           viendo que el ver me da muerte,    
           estoy muriendo por ver.
              Pero véate yo y muera;
           que no sé, rendido ya,
           si el verte muerte me da,     
           el no verte ¿qué me diera?  
           Fuera más que muerte fiera,
           ira, rabia y dolor fuerte
           fuera vida.  De esta suerte
           su rigor he ponderado,   
           pues dar vida a una desdichado     
           es dar a un dichoso muerte.
ROSAURA:      Con asombro de mirarte,
           con admiración de oírte,
           ni sé qué pueda decirte,  
           ni qué pueda preguntarte;   
           sólo diré que a esta parte
           hoy el cielo me ha guïado
           para haberme consolado,
           si consuelo puede ser    
           del que es desdichado, ver    
           a otro que es más desdichado.
              Cuentan de un sabio que un día
           tan pobre y  mísero estaba,
           que sólo se sustentaba      
           de unas yerbas que comía.   
           ¿Habrá otro --entre sí decía--
           más pobre y triste que yo?
           Y cuando el rostro volvió,
           halló la respuesta, viendo  
           que iba otro sabio cogiendo   
           las hojas que él arrojó.
              Quejoso de la fortuna
           yo en este mundo vivía,
           y cuando entre mí decía:  
           ¿Habrá otra persona alguna  
           de suerte más importuna?,
           piadoso me has respondido;
           pues volviendo en mi sentido,
           hallo que las penas mías,   
           para hacerlas tú alegrías      
           las hubieras recogido.
 
              Y por si acaso mis penas
           pueden aliviarte en parte,
           óyelas atento, y toma  
           las que de ellas no sobraren.      
           Yo soy...
 
                            Dentro CLOTALDO 
 
CLOTALDO:           Guardas de esta torre,
           que, dormidas o cobardes,
           disteis paso a dos personas
           que han quebrantado la cárcel...      
ROSAURA:   Nueva confusión padezco.    
SEGISMUNDO:Éste es Clotaldo, mi alcalde.
           ¿Aun no acaban mis desdichas?
CLOTALDO:  Acudid, y vigilantes,
           sin que puedan defenderse,    
           o prendedles o matadles.      
TODOS:     ¡Traición!
CLARÍN:                Guardas de esta torre,
           que entrar aquí nos dejasteis,
           pues que nos dais a escoger,
           el prendernos es más fácil.    
 
CLOTALDO:  Todos os cubrid los rostros;  
           que es diligencia importante
           mientras estamos aquí
           que no nos conozca nadie.
CLARÍN:    ¿Enmascaraditos hay?          
CLOTALDO:  ¡Oh vosotros que, ignorantes  
           de aqueste vedado sitio,
           coto y término pasasteis
           contra el decreto del rey,
           que manda que no ose nadie    
           examinar el prodigio          
           que entre estos peñascos yace!
           Rendid las armas y vidas,
           o aquesta pistola, áspid
           de metal, escupirá          
           el veneno penetrante          
           de dos balas, cuyo fuego
           será escándalo del aire.
SEGISMUNDO:Primero, tirano dueño,
           que los ofendas y agravies,   
           será mi vida despojo        
           de estos lazos miserables;
           pues en ellos, ¡vive Dios!,
           tengo de despedazarme
           con las manos, con los dientes,    
           entre aquestas peñas, antes      
           que su desdicha consienta
           y que llore sus ultrajes.
CLOTALDO:  Si sabes que tus desdichas,
           Segismundo, son tan grandes,  
           que antes de nacer moriste    
           por ley del cielo; si sabes
           que aquestas prisiones son
           de tus furias arrogantes
           un freno que las detenga      
           y una rienda que las pare,    
           ¿por qué blasonas?  La puerta
           cerrad de esa estrecha cárcel;
           escondedle en ella.     
 
               Ciérranle la puerta, y dice dentro 
 
SEGISMUNDO:              ¡Ah, cielos,
           qué bien hacéis en quitarme    
           la libertad; porque fuera     
           contra vosotros gigante,
           que para quebrar al sol 
           esos vidrios y cristales,
           sobre cimientos de piedra     
           pusiera montes de jaspe!      
CLOTALDO:  Quizá porque no los pongas,
           hoy padeces tantos males.
ROSAURA:   Ya que vi que la soberbia
           te ofendió tanto, ignorante      
           fuera en no pedirte humilde   
           vida que a tus plantas yace.
           Muévate en mí la piedad;
           que será rigor notable,
           que no hallen favor en ti     
           ni soberbias ni humildades.   
CLARÍN:    Y si Humildad y Soberbia
           no te obligan, personajes
           que han movido y removido
           mil autos sacramentales,      
           yo, ni humilde ni soberbio,   
           sino entre las dos mitades
           entreverado, te pido
           que nos remedies y ampares.
CLOTALDO:  ¡Hola!
SOLDADOS:          Señor...
CLOTALDO:                    A los dos   
           quitad las armas, y atadles   
           los ojos, porque no vean
           cómo ni de dónde salen.
ROSAURA:   Mi espada es ésta, que a ti
           solamente ha de entregarse,   
           porque, al fin, de todos eres      
           el principal, y no sabe
           rendirse a menos valor.
CLARÍN:    La mía es tal, que puede darse
           al más ruín.  Tomadla vos.     
ROSAURA:   Y si he de morir, dejarte     
           quiero, en fe de esta piedad,
           prenda que pudo estimarse
           por el dueño que algún día
           se la ciñó; que la guardes     
           te encargo, porque aunque yo  
           no sé qué secreto alcance,
           sé que esta dorada espada
           encierra misterios grandes,
           pues sólo fïado en ella     
           vengo a Polonia a vengarme    
           de un agravio.
CLOTALDO:                  (¡Santos cielos!       Aparte
           ¿Qué es esto?  Ya son más graves
           mis penas y confusiones,
           mis ansias y mis pesares).    
           ¿Quién te la dio?
ROSAURA:                 Una mujer.      
CLOTALDO:  ¿Cómo se llama?
ROSAURA:                   Que calle
           su nombre es fuerza.
CLOTALDO:                ¿De qué 
           infieres agora, o sabes,
           que hay secreto en esta espada?    
ROSAURA:   Quien me la dio, dijo:  "Parte     
           a Polonia, y solicita
           con ingenio, estudio o arte,
           que te vean esa espada
           los nobles y principales;     
           que yo sé que alguno de ellos    
           te favorezca y ampare;"
           que, por si acaso era muerto,
           no quiso entonces nombrarle.

CLOTALDO:  (¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?   Aparte
           Aun no sé determinarme      
           si tales sucesos son 
           ilusiones o verdades.
           Esta espada es la que yo
           dejé a la hermosa Violante,      
           por señas que el que ceñida    
           la trujera había de hallarme
           amoroso como hijo
           y piadoso como padre.
           ¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!,  
           en confusión semejante,     
           si quien la trae por favor,
           para su muerte la trae,
           pues que sentenciado a muerte
           llega a mis pies?  ¡Qué notable  
           confusión!  ¡Qué triste hado!  
           ¡Qué suerte tan inconstante!
           Éste es mi hijo, y las señas
           dicen bien con las señales
           del corazón, que por verle  
           llama al pecho y en él bate      
           las alas, y no pudiendo
           romper los candados, hace
           lo que aquel que está encerrado,
           y oyendo ruido en la calle    
           se arroja por la ventana,     
           y él así, como no sabe
           lo que pasa, y oye el ruido,
           va a los ojos a asomarse,
           que son ventanas del pecho    
           por donde en lágrimas sale.      
           ¿Qué he de hacer?  ¡Válgame el cielo!
           ¿Qué he de hacer?  Porque llevarle
           al rey, es llevarle, ¡ay triste!,
           a morir.  Pues ocultarle      
           al rey, no puedo, conforme    
           a la ley del homenaje.
           De una parte el amor propio,
           y la lealtad de otra parte
           me rinden.  Pero ¿qué dudo?      
           La lealtad del rey, ¿no es antes   
           que la vida y que el honor?
           Pues ella vida y él falte.
           Fuera de que, si agora atiendo
           a que dijo que a vengarse     
           viene de un agravio, hombre   
           que está agraviado es infame.
           No es mi hijo, no es mi hijo,
           ni tiene mi noble sangre.
           Pero si ya ha sucedido   
           un peligro, de quien nadie    
           se libró, porque el honor
           es de materia tan frágil
           que con una acción se quiebra,
           o se mancha con un aire,      
           ¿qué más puede hacer, qué más
           el que es noble, de su parte,
           que a costa de tantos riesgos
           haber venido a buscarle?
           Mi hijo es, mi sangre tiene,  
           pues tiene valor tan grande;  
           y así, entre una y otra duda
           el medio más importante
           es irme al rey y decirle
           que es mi hijo que le mate.   
           Quizá la misma piedad  
           de mi honor podrá obligarle;
           y si le merezco vivo,
           yo le ayudaré a vengarse
           de su agravio, mas si el rey,      
           en sus rigores constante,     
           le da muerte, morirá
           sin saber que soy su padre).
           Venid conmigo, extranjeros,
           no temáis, no, de que os falte   
           compañía en las desdichas;    
           pues en duda semejante
           de vivir o de morir
           no sé cuáles son más grandes.
 
                                Vanse todos 
 
                         [En el palacio real]

Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados, y por otra ESTRELLA con damas. Suena música.
 
 
ASTOLFO:      Bien al ver los excelentes      
           rayos, que fueron cometas,    
           mezclan salvas diferentes
           las cajas y las trompetas,
           los pájaros y las fuentes;
              siendo con música igual,      
           y con maravilla suma,    
           a tu vista celestial
           unos, clarines de pluma,
           y otras, aves de metal;
              y así os saludan, señora,   
           como a su reina las balas,    
           los pájaros como a Aurora,
           las trompetas como a Palas
           y las flores como a Flora;
              porque sois, burlando el día  
           que ya la noche destierra,   
           Aurora, en el alegría,
           Flora en paz, Palas en guerra,
           y reina en el alma mía.
ESTRELLA:     Si la voz se ha de medir   
           con las acciones humanas,     
           mal habéis hecho en decir       
           finezas tan cortesanas,
           donde os pueda desmentir
              todo ese marcial trofeo    
           con quien ya atrevida lucho;  
           pues no dicen, según creo,
           las lisonjas que os escucho,
           con los rigores que veo.
              Y advertid que es baja acción,     
           que sólo a una fiera toca,  
           madre de engaño y traición,
           el halagar con la boca
           y matar con la intención.
ASTOLFO:      Muy mal informado estáis,     
           Estrella, pues que la fe      
           de mis finezas dudáis,
           y os suplico que me oigáis
           la causa, a ver si la sé.
              Falleció Eustorgio Tercero,   
           rey de Polonia; quedó  
           Basilio por heredero,
           y dos hijas, de quien yo
           y vos nacimos.  No quiero
              cansar con lo que no tiene      
           lugar aquí, Clorilene,      
           vuestra madre y mi señora,
           que en mejor imperio agora
           dosel de luceros tiene,
              fue la mayor, de quien vos      
           sois hija; fue la segunda,    
           madre y tía de los dos,
           la gallarda Recisunda,
           que guarde mil años Dios;
              casó en Moscovia; de quien    
           nací yo.  Volver agora      
           al otro principio es bien.
           Basilio, que ya, señora,   
           se rinde al común desdén
              del tiempo, más inclinado     
           a los estudios que dado  
           a mujeres, enviudó
           sin hijos, y vos y yo
           aspiramos a este estado.
              Vos alegáis que habéis sido      
           hija de hermana mayor;     
           yo, que varón he nacido,
           y aunque de hermana menor,
           os debo ser preferido.
              Vuestra intención y la mía  
           a nuestro tío contamos;     
           él respondió que quería 
           componernos, y aplazarnos 
           este puesto y este día.
              Con esta intención salí     
           de Moscovia y de su tierra;   
           con ésta llegué hasta aquí,
           en vez de haceros yo guerra
           a que me la hagáis a mí.
              ¡Oh!, quiera Amor, sabio dios,  
           que el vulgo, astrólogo cierto,  
           hoy lo sea con los dos,
           y que pare este concierto
           en que seáis reina vos,
              pero reina en mi albedrío.    
           Dándoos, para más honor,  
           su corona nuestro tío,
           sus triunfos vuestro valor
           y su imperio el amor mío.
ESTRELLA:     A tan cortés bizarría  
           menos mi pecho no muestra,    
           pues la imperial monarquía,
           para sólo hacerla vuestra
           me holgara que fuese mía;
              aunque no está satisfecho     
           mi amor de que sois ingrato,  
           si en cuanto decís sospecho     
           que os desmiente ese retrato
           que está pendiente del pecho.
ASTOLFO:      Satisfaceros intento  
           con él...  Mas lugar no da  
           tanto sonoro instrumento,
           que avisa que sale ya
           el rey con su parlamento.
 
Tocan y sale el rey BASILIO, viejo y acompañamiento 
 
ESTRELLA:       Sabio Tales...
ASTOLFO:                  Docto Euclides...   
ESTRELLA:  ...que entre signos...
ASTOLFO:                ...que entre estrellas... 
ESTRELLA:  ...hoy gobiernas...
ASTOLFO:                ...hoy resides...
ESTRELLA:  ...y sus caminos...
ASTOLFO:                  ...sus huellas...
ESTRELLA:  ...describes...
ASTOLFO:               ...tasas y mides...
ESTRELLA:     ...deja que en humildes lazos...     
ASTOLFO:   ...deja que en tiernos abrazos...  
ESTRELLA:  ...hiedra de ese tronco sea.
ASTOLFO:   ...rendido a tus pies me vea.
BASILIO:   Sobrinos, dadme los brazos,
              y creed, pues que leales   
           a mi precepto amoroso    
           venís con afectos tales,
           que a nadie deje quejoso
           y los dos quedéis iguales;
              y así, cuando me confieso     
           rendido al prolijo peso,      
           sólo os pido en la ocasión     
           silencio, que admiración   
           ha de pedirla el suceso.
            
              Ya sabéis --estadme atentos,  
           amados sobrinos míos,  
           corte ilustre de Polonia,
           vasallo, deudos y amigos--,
           ya sabéis que yo en el mundo
           por mi ciencia he merecido    
           el sobrenombre de docto,      
           pues, contra el tiempo y olvido,
           los pinceles de Timantes,
           los mármoles de Lisipo,
           en el ámbito del orbe  
           me aclaman el gran Basilio.   
           Ya sabéis que son las ciencias
           que más curso y más estimo,
           matemáticas sutiles,
           por quien al tiempo le quito,      
           por quien a la fama rompo     
           la jurisdicción y oficio
           de enseñar más cada día;
           pues, cuando en mis tablas miro
           presentes las novedades  
           de los venideros siglos,     
           le gano al tiempo las gracias
           de contar lo que yo he dicho.
           Esos círculos de nieve,
           esos doseles de vidrio   
           que el sol ilumina a rayos,   
           que parte la luna a giros;
           esos orbes de diamantes,
           esos globos cristalinos
           que las estrellas adornan     
           y que campean los signos,     
           son el estudio mayor
           de mis años, son los libros
           donde en papel de diamante,
           en cuadernos de zafiros,      
           escribe con líneas de oro,  
           en caracteres distintos,
           el cielo nuestros sucesos
           ya adversos o ya benignos.    
           Éstos leo tan veloz,   
           que con mi espíritu sigo    
           sus rápidos movimientos
           por rumbos o por caminos.
           ¡Pluguiera al cielo, primero
           que mi ingenio hubiera sido   
           de sus márgenes comento     
           y de sus hojas registro,
           hubiera sido mi vida
           el primero desperdicio
           de sus iras, y que en ellas   
           mi tragedia hubiera sido;     
           porque de los infelices 
           aun el mérito es cuchillo,
           que a quien le daña el saber
           homicida es de sí mismo!    
           Dígalo yo, aunque mejor     
           lo dirán sucesos míos,
           para cuya admiración
           otra vez silencio os pido.
           En Clorilene, mi esposa,      
           tuve un infelice hijo,   
           en cuyo parto los cielos
           se agotaron de prodigios.
           Antes que a la luz hermosa
           le diese el sepulcro vivo     
           de un vientre --porque el nacer    
           y el morir son parecidos--,
           su madre infinitas veces,
           entre ideas y delirios
           del sueño, vio que rompía      
           sus entrañas, atrevido,     
           un monstruo en forma de hombre,   
           y entre su sangre teñido,
           le daba muerte, naciendo
           víbora humana del siglo.    
           Llegó de su parto el día,      
           y los presagios cumplidos
           --porque tarde o nunca son
           mentirosos los impíos--,
           nació en horóscopo tal,   
           que el sol, en su sangre tinto,    
           entraba sañudamente
           con la luna en desafío;
           y siendo valla la tierra,
           los dos faroles divinos  
           a luz entera luchaban,   
           ya que no a brazo partido.
           El mayor, el más horrendo
           eclipse que ha padecido
           el sol, después que con sangre   
           lloró la muerte de Cristo,  
           éste fue, porque anegado
           el orbe entre incendios vivos,
           presumió que padecía
           el último parasismo;        
           los cielos se escurecieron,   
           temblaron los edificios,
           llovieron piedras las nubes,
           corrieron sangre los ríos.
           En este mísero, en este     
           mortal planeta o signo,  
           nació Segismundo, dando
           de su condición indicios,
           pues dio la muerte a su madre,
           con cuya fiereza dijo:   
           "Hombre soy, pues que ya empiezo   
           a pagar mal beneficios."
           Yo, acudiendo a mis estudios,
           en ellos y en todo miro
           que Segismundo sería   
           el hombre más atrevido,     
           el príncipe más crüel
           y el monarca más impío,  
           por quien su reino vendría
           a ser parcial y diviso,  
           escuela de las traiciones     
           y academia de los vicios;
           y él, de su furor llevado,
           entre asombros y delitos,
           había de poner en mí      
           las plantas, y yo, rendido,   
           a sus pies me había de ver
           --¡con qué congoja lo digo!--
           siendo alfombra de sus plantas
           las canas del rostro mío.   
           ¿Quién no da crédito al daño,     
           y más al daño que ha visto
           en su estudio, donde hace
           el amor propio su oficio?
           Pues dando crédito yo  
           a los hados, que adivinos     
           me pronosticaban daños
           en fatales vaticinios,
           determiné de encerrar
           la fiera que había nacido,  
           por ver si el sabio tenía   
           en las estrellas dominio.
           Publicóse que el infante
           nació muerto, y prevenido
           hice labrar una torre    
           entre las peñas y riscos    
           de esos montes, donde apenas
           la luz ha hallado camino,
           por defenderle la entrada
           sus rústicos obeliscos.     
           Las graves penas y leyes,     
           que con públicos editos
           declararon que ninguno
           entrase a un vedado sitio
           del monte, se ocasionaron     
           de las causas que os he dicho.     
           Allí Segismundo vive
           mísero, pobre y cautivo,
           adonde sólo Clotaldo
           le ha hablado, tratado y visto.    
           Éste le ha enseñado ciencias;  
           éste en la ley le ha instruído
           católica, siendo solo
           de sus miserias testigo.
           Aquí hay tres cosas:  La una     
           que yo, Polonia, os estimo    
           tanto, que os quiero librar
           de la opresión y servicio
           de un rey tirano, porque
           no fuera señor benigno      
           el que a su patria y su imperio    
           pusiera en tanto peligro.
           La otra es considerar
           que si a mi sangre le quito
           el derecho que le dieron           
           humano fuero y divino,   
           no es cristiana caridad;
           pues ninguna ley ha dicho
           que por reservar yo a otro
           de tirano y de atrevido,      
           pueda yo serlo, supuesto      
           que si es tirano mi hijo,
           porque él delito no haga,
           vengo yo a hacer los delitos.
           Es la última y tercera      
           el ver cuánto yerro ha sido      
           dar crédito fácilmente                      
           a los sucesos previstos;
           pues aunque su inclinación
           le dicte sus precipicios,     
           quizá no le vencerán,     
           porque el hado más esquivo,
           la inclinación más violenta,
           el planeta más impío,
           sólo el albedrío inclinan,     
           no fuerzan el albedrío.     
           Y así, entre una y otra causa
           vacilante y discursivo,
           previne un remedio tal,
           que os suspenda los sentidos.      
           Yo he de ponerle mañana,    
           sin que él sepa que es mi hijo
           y rey vuestro, a Segismundo,
           que aqueste su nombre ha sido,
           en mi dosel, en mi silla,     
           y en fin, en el lugar mío,  
           donde os gobierne y os mande,
           y donde todos rendidos
           la obediencia le juréis;
           pues con aquesto consigo      
           tres cosas, con que respondo  
           a las otras tres que he dicho.
           Es la primera, que siendo 
           prudente, cuerdo y benigno,
           desmintiendo en todo al hado  
           que de él tantas cosas dijo,     
           gozaréis el natural
           príncipe vuestro, que ha sido
           cortesano de unos montes
           y de sus fieras vecino.  
           Es la segunda, que si él,   
           soberbio, osado, atrevido
           y crüel, con rienda suelta
           corre el campo de sus vicios,
           habré yo, piadoso, entonces      
           con mi obligación cumplido;      
           y luego en desposeerle
           haré como rey invicto,
           siendo el volverle a la cárcel
           no crueldad, sino castigo.    
           Es la tercera, que siendo     
           el príncipe como os digo,
           por lo que os amo, vasallos,
           os daré reyes más dignos
           de la corona y el cetro;      
           pues serán mis dos sobrinos      
           que junto en uno el derecho
           de los dos, y convenidos
           con la fe del matrimonio,
           tendrá lo que han merecido.      
           Esto como rey os mando,  
           esto como padre os pido,
           esto como sabio os ruego,
           esto como anciano os digo;
           y si el Séneca español,   
           que era humilde esclavo, dijo,     
           de su república un rey,
           como esclavo os lo suplico. 
ASTOLFO:   Si a mí responder me toca,
           como el que, en efecto, ha sido    
           aquí el más interesado,   
           en nombre de todos digo,
           que Segismundo parezca,
           pues le basta ser tu hijo.
TODOS:     Danos al príncipe nuestro,  
           que ya por rey le pedimos.    
BASILIO:   Vasallos, esa fineza
           os agradezco y estimo.
           Acompañad a sus cuartos
           a los dos atlantes míos,    
           que mañana le veréis.     
TODOS:     ¡Viva el grande rey Basilio!

Vanse todos. Antes que se va el rey BASILIO, sale CLOTALDO, ROSAURA, CLARÍN, y detiénese el rey
 
 
CLOTALDO:  ¿Podréte hablar?
BASILIO:                   ¡Oh, Clotaldo!,
           tú seas muy bien venido.
CLOTALDO:  Aunque viniendo a tus plantas      
           es fuerza el haberlo sido,    
           esta vez rompe, señor,
           el hado triste y esquivo
           el privilegio a la ley
           y a la costumbre el estilo.   
BASILIO:   ¿Qué tienes?
CLOTALDO:               Una desdicha,    
           señor, que me ha sucedido,
           cuando pudiera tenerla
           por el mayor regocijo.
BASILIO:   Prosigue.
CLOTALDO:             Este bello joven,  
           osado o inadvertido,          
           entró en la torre, señor,
           adonde al príncipe ha visto,
           y es...
BASILIO:      No te aflijas, Clotaldo;
           si otro día hubiera sido,   
           confieso que lo sintiera;     
           pero ya el secreto he dicho,
           y no importa que él los sepa,        
           supuesto que yo lo digo.
           Vedme después, porque tengo      
           muchas cosas que advertiros   
           y muchas que hagáis por mí;
           que habéis de ser, os aviso,
           instrumento del mayor
           suceso que el mundo ha visto;      
           y a esos presos, porque al fin     
           no presumáis que castigo
           descuidos vuestros, perdono.
 
                          Vase el rey BASILIO 
 
CLOTALDO:  ¡Vivas, gran señor, mil siglos!
           (Mejoró el cielo la suerte.      Aparte
           Ya no diré que es mi hijo,  
           pues que lo puedo excusar).
           Extranjeros peregrinos,
           libres estáis.
ROSAURA:                Tus pies beso
           mil veces.
CLARÍN:              Y yo los piso,      
           que una letra más o menos   
           no reparan dos amigos.
ROSAURA:   La vida, señor, me das dado;
           y pues a tu cuenta vivo,
           eternamente seré            
           esclavo tuyo.
CLOTALDO:               No ha sido  
           vida la que yo te he dado;
           porque un hombre bien nacido,
           si está agraviado, no vive;
           y supuesto que has venido     
           a vengarte de un agravio,     
           según tú propio me has dicho,
           no te he dado vida yo,
           porque tú no la has traído;
           que vida infame no es vida.   
           (Bien con aquesto le animo).           Aparte
ROSAURA:   Confieso que no la tengo,
           aunque de ti la recibo;
           pero yo con la venganza
           dejaré mi honor tan limpio,      
           que pueda mi vida luego,      
           atropellando peligros,
           parecer dádiva tuya.
CLOTALDO:  Toma el acero bruñido
           que trujiste; que yo sé     
           que él baste, en sangre teñido      
           de tu enemigo, a vengarte;
           porque acero que fue mío
           --digo este instante, este rato
           que en mi poder le he tenido--,    
           sabrá vengarte.
ROSAURA:                    En tu nombre      
           segunda vez me le ciño.    
           Y en él juro mi venganza,
           aunque fuese mi enemigo
           más poderoso. 
CLOTALDO:                ¿Eslo mucho?    
ROSAURA:   Tanto, que no te lo digo,     
           no porque de tu prudencia
           mayores cosas no fío,
           sino porque no se vuelva
           contra mí el favor que admiro    
           en tu piedad.
CLOTALDO:                 Antes fuera    
           ganarme a mí con decirlo;
           pues fuera cerrarme el paso
           de ayudar a tu enemigo.
           (¡Oh, si supiera quién es!)   Aparte
ROSAURA:   Porque no pienses que estimo  
           tan poco esa confïanza,
           sabe que el contrario ha sido
           no menos que Astolfo, duque
           de Moscovia.
CLOTALDO:                (Mal resisto             Aparte
           el dolor, porque es más grave,   
           que fue imaginado, visto.
           Apuremos más el caso).
           Si moscovita has nacido,
           el que es natural señor,    
           mal agraviarte ha podido;     
           vuélvete a tu patria, pues,
           y deja el ardiente brío
           que te despeña.
ROSAURA:                  Yo sé
           que aunque mi príncipe ha sido   
           pudo agraviarme.
CLOTALDO:                 No pudo,  
           aunque pusiera, atrevido,
           la mano en tu rostro.  (¡Ay, cielos!)
ROSAURA:   Mayor fue el agravio mío.
CLOTALDO:  Dilo ya, pues que no puedes   
           decir más que yo imagino.   
ROSAURA:   Sí dijera; mas no sé
           con qué respeto te miro,
           con qué afecto te venero,
           con qué estimación te asisto,  
           que no me atrevo a decirte    
           que es este exterior vestido
           enigma, pues no es de quien
           parece.  Juzga advertido,
           si no soy lo que parezco      
           y Astolfo a casarse vino      
           con Estrella, si podrá 
           agraviarme.  Harto te he dicho.
 
                        Vanse ROSAURA y CLARÍN 
 
CLOTALDO:  ¡Escucha, aguarda, detente!
           ¿Qué confuso laberinto      
           es éste, donde no puede     
           hallar la razón el hilo?
           Mi honor es el agraviado,
           poderoso el enemigo,
           yo vasallo, ella mujer;  
           descubra el cielo camino;     
           aunque no sé si podrá,
           cuando, en tan confuso abismo,
           es todo el cielo un presagio,
           y es todo el mundo un prodigio.    
 
                             Vase CLOTALDO 

 

FIN DEL PRIMER ACTO


ACTO SEGUNDO

 

                             [En el palacio real] 
 
                    Salen el rey BASILIO y CLOTALDO 
 
CLOTALDO:         Todo, como lo mandaste,   
           queda efectuado.
BASILIO:                    Cuenta,
           Clotaldo, cómo pasó.
CLOTALDO:  Fue, señor, de esta manera:
           con la apacible bebida   
           que de confecciones llena     
           hacer mandaste, mezclando
           la virtud de algunas hierbas,
           cuyo tirano poder
           y cuya secreta fuerza    
           así el humano discurso     
           priva, roba y enajena,
           que deja vivo cadáver
           a un hombre, y cuya violencia,
           adormecido, le quita
           los sentidos y potencias...  
           No tenemos que argüir
           que aquesto posible sea,
           pues tantas veces, señor,
           nos ha dicho la experiencia,
           y es cierto, que de secretos 
           naturales, está llena
           la medicina, y no hay
           animal, planta ni piedra
           que no tenga calidad
           determinada, y si llega 
           a examinar mil venenos
           la humana malicia nuestra
           que den la muerte, ¿qué mucho
           que, templada su violencia,
           pues hay venenos que maten,  
           haya venenos que aduerman?
           Dejando aparte el dudar,
           si es posible que suceda,
           pues que ya queda probado
           con razones y evidencias...  
           Con la bebida, en efeto,
           que el opio, la adormidera
           y el beleño, compusieron,
           bajé a la cárcel estrecha
           de Segismundo; con él 
           hablé un rato de las letras
           humanas, que le ha enseñado
           la muda naturaleza
           de los montes y los cielos,
           en cuya divina escuela  
           la retórica aprendió
           de las aves y las fieras.
           Para levantarle más
           el espíritu a la empresa
           que solicitas, tomé   
           por asunto la presteza
           de una águila caudalosa,
           que despreciando la esfera
           del viento, pasaba a ser,
           en las regiones supremas     
           del fuego, rayo de pluma,
           o desasido cometa.
           Encarecí el vuelo altivo
           diciendo:  "Al fin eres reina
           de las aves, y así, a todas     
           es justo que te prefieras."
           Él no hubo menester más;
           que en tocando esta materia
           de la majestad, discurre
           con ambición y soberbia;   
           porque, en efecto, la sangre
           le incita, mueve y alienta
           a cosas grandes, y dijo:
           "¡Que en la república inquieta
           de las aves también haya   
           quien les jure la obediencia!
           En llegado a este discurso,
           mis desdichas me consuelan;
           pues, por lo menos, si estoy
           sujeto, lo estoy por fuerza; 
           porque voluntariamente
           a otro hombre no me rindiera."
           Viéndole ya enfurecido
           con esto, que ha sido el tema
           de su dolor, le brindé     
           con la pócima, y apenas
           pasó desde el vaso al pecho
           el licor, cuando las fuerzas
           rindió al sueño, discurriendo
           por los miembros y las venas 
           un sudor frío, de modo
           que, a no saber yo que era
           muerte fingida, dudara
           de su vida.  En esto llegan
           las gentes de quien tú fías   
           el valor de esta experiencia,
           y poniéndole en un coche,
           hasta tu cuarto le llevan,
           donde prevenida estaba
           la majestad y grandeza  
           que es digna de su persona.
           Allí en tu cama le acuestan,
           donde al tiempo que el letargo
           haya perdido la fuerza,
           como a ti mismo, señor,    
           le sirvan, que así lo ordenas.
           Y si haberte obedecido
           te obliga a que yo merezca
           galardón, sólo te pido
           --perdona mi inadvertencia-- 
           que me digas, ¿qué es tu intento,
           trayendo de esta manera 
           a Segismundo a palacio?
BASILIO:   Clotaldo, muy justa es esa
           duda que tienes, y quiero    
           sólo a vos satisfacerla.
           A Segismundo, mi hijo,
           el influjo de su estrella,
           --vos lo sabéis--, amenaza
           mil desdichas y tragedias;   
           quiero examinar si el cielo
           --que no es posible que mienta,
           y más habiéndonos dado
           de su rigor tantas muestras,
           en su crüel condición--    
           o se mitiga, o se templa
           por lo menos, y, vencido,
           con valor y con prudencia
           se desdice; porque el hombre
           predomina en las estrellas.  
           Esto quiero examinar,
           trayéndole donde sepa
           que es mi hijo, y donde haga
           de su talento la prueba.
           Si magnánimo se vence,     
           reinará; pero si muestra
           el ser crüel y tirano,
           le volveré a su cadena.
           Agora preguntarás,
           que para aquesta experiencia,
           ¿qué importó haberle traído
           dormido de esta manera?
           Y quiero satisfacerte,
           dándote a todo respuesta.
           Si él supiera que es mi hijo    
           hoy, y mañana se viera
           segunda vez reducido
           a su prisión y miseria,
           cierto es de su condición
           que desesperara en ella;     
           porque, sabiendo quién es,
           ¿qué consuelo habrá que tenga?
           Y así he querido dejar
           abierta al daño esta puerta
           del decir que fue soñado   
           cuanto vio.  Con esto llegan
           a examinarse dos cosas;
           su condición, la primera;
           pues él despierto procede
           en cuanto imagina y piensa;  
           y en consuelo, la segunda,
           pues, aunque agora se vea
           obedecido, y después
           a sus prisiones se vuelva,
           podrá entender que soñó,    
           y hará bien cuando lo entienda;
           porque en el mundo, Clotaldo,
           todos lo que viven sueñan.
CLOTALDO:  Razones no me faltaran
           para probar que no aciertas;      
           mas ya no tiene remedio;
           y, según dicen las señas,
           parece que ha despertado
           y hacia nosotros se acerca.
BASILIO:   Yo me quiero retirar;   
           tú, como ayo suyo, llega,
           y de tantas confusiones
           como su discurso cercan,
           le saca con la verdad.
CLOTALDO:  ¿En fin, que me das licencia 
           para que lo diga?
BASILIO:                      Sí;
           que podrá ser, con saberla,
           que, conocido el peligro,
           más fácilmente se venza. 
 
               Vase el rey BASILIO y sale CLARÍN 
 
CLARÍN:    (A costa de cuatro palos,              Aparte
           que el llegar aquí me cuesta,
           de un alabardero rubio
           que barbó de su librea,
           tengo de ver cuanto pasa;
           que no hay ventana más cierta   
           que aquella que, sin rogar
           a un ministro de boletas,
           un hombre se trae consigo;
           pues para todas las fiestas,
           despojado y despejado   
           se asoma a su desvergüenza).
CLOTALDO:  (Éste es Clarín, el crïado         Aparte
           de aquélla, ¡ay cielos!, de aquélla
           que, tratante de desdichas,
           pasó a Polonia mi afrenta).     
           Clarín, ¿qué hay de nuevo?
CLARÍN:                          Hay,
           señor, que tu gran clemencia,
           dispuesta a vengar agravios
           de Rosaura, la aconseja
           que tome su propio traje.
CLOTALDO:  Y es bien, por que no parezca
           liviandad.
CLARÍN:              Hay, que mudando
           su nombre, y tomando, cuerda,
           nombre de sobrina tuya,
           hoy tanto honor se acrecienta,    
           que dama en palacio ya
           de la singular Estrella
           vive. 
CLOTALDO:         Es bien que de una vez
           tome su honor por mi cuenta.
CLARÍN:    Hay, que ella se está esperando 
           que ocasión y tiempo venga
           en que vuelvas por su honor.
CLOTALDO:  Prevención segura es ésa;
           que, al fin, el tiempo ha de ser
           quien haga esas diligencias.
CLARÍN:    Hay, que ella está regalada,
           servida como una reina,
           en fe de sobrina tuya.
           Y hay, que viniendo con ella,
           estoy yo muriendo de hambre  
           y nadie de mí se acuerda,
           sin mirar que soy Clarín,
           y que si el tal Clarín suena,
           podrá decir cuanto pasa
           al rey, a Astolfo y a Estrella;   
           porque Clarín y crïado
           son dos cosas que se llevan
           con el secreto muy mal;
           y podrá ser, si me deja
           el silencio de su mano, 
           se cante por mí esta letra:
              "Clarín que rompe el albor, 
           no suena mejor."
CLOTALDO:  Tu queja está bien fundada;
           yo satisfaré tu queja,     
           y en tanto, sírveme a mí.
CLARÍN:    Pues ya Segismundo llega.

Salen músicos cantando, y criados dando de vestir a SEGISMUNDO, que sale como asombrado
  
SEGISMUNDO:   ¡Válgame el cielo!  ¿Qué veo?
           ­V lgame el cielo!  ¨Qué miro?
           Con poco espanto lo admiro,  
           con mucha duda lo creo.
              ¿Yo en palacios suntuosos?
           ¿Yo entre telas y brocados?
           ¿Yo cercado de crïados
           tan lucidos y brïosos?  
              ¿Yo despertar de dormir
           en lecho tan excelente?
           ¿Yo en medio de tanta gente
           que me sirva de vestir?
              ¡Decir que es sueño es engaño!  
           Bien sé que despierto estoy.
           ¿Yo Segismundo no soy?
           Dadme, cielos, desengaño.
              Decidme, ¿qué pudo ser
           esto que a mi fantasía     
           sucedió mientras dormía,
           que aquí me he llegado a ver?
              Pero sea lo que fuere,
           ¿Quién me mete en discurrir?
           Dejarme quiero servir,  
           y venga lo que viniere. 
CRIADO 2:     ¡Qué melancólico está!
CRIADO 1:  Pues a quién le sucediera
           esto, que no lo estuviera?
CLARÍN:    A mí.
CRIADO 2:               Llega a hablarle ya.
CRIADO 1:     ¿Volverán a cantar?
SEGISMUNDO:                No.
           No quiero que canten más.
CRIADO 2:  Como tan suspenso estás,
           quise divertirte.
SEGISMUNDO:                Yo
              no tengo de divertir      
           con sus voces mis pesares;
           las músicas militares
           sólo he gustado de oír.
CLOTALDO:     Vuestra alteza, gran señor,
           me dé su mano a besar,     
           que el primero le ha de dar
           esta obediencia mi honor.
SEGISMUNDO:   (Clotaldo es.  Pues, ¿cómo así    Aparte
           quien en prisión me maltrata,
           con tal respeto me trata?    
           ¿Qué es lo que pasa por mí?)
CLOTALDO:     Con la grande confusión
           que el nuevo estado te da,
           mil dudas padecerá
           el discurso y la razón;         
              pero ya librarte quiero
           de todas, si puede ser,
           porque has, señor, de saber
           que eres príncipe heredero
              de Polonia.  Si has estado     
           retirado y escondido,
           por obedecer ha sido
           a la inclemencia del hado,
              que mil tragedias consiente
           a este imperio, cuando en él    
           el soberano laurel
           corone tu augusta frente.
              Mas, fïando a tu atención
           que vencerás las estrellas,
           porque es posible vencellas  
           a un magnánimo varón,
              a palacio te han traído
           de la torre en que vivías,
           mientras al sueño tenías
           el espíritu rendido.  
              Tu padre, el rey mi señor,
           vendrá a verte, y de él sabrás,
           Segismundo, lo demás.
SEGISMUNDO: Pues, vil, infame, traidor,
              ¿qué tengo más que saber,  
           después de saber quien soy,
           para mostrar desde hoy
           mi soberbia y mi poder?
              ¿Cómo a tu patria le has hecho
           tal traición, que me ocultaste  
           a mí pues que me negaste,
           contra razón y derecho,
              este estado?
CLOTALDO:                  ¡Ay de mí, triste!
SEGISMUNDO: Traidor fuiste con la ley,
           lisonjero con el rey,   
           y crüel conmigo fuiste.
              Y así el rey, la ley y yo,
           entre desdichas tan fieras,
           te condenan a que mueras     
           a mis manos.
CRIADO 2:               ¡Señor!...
SEGISMUNDO:                       No   
              me estorbe nadie, que es vana
           diligencia.  ¡Y vive Dios!
           Si os ponéis delante vos,
           que os eche por la ventana.
CRIADO 1:     Huye Clotaldo.
CLOTALDO:                   ¡Ay de ti,  
           que soberbia vas mostrando
           sin saber que están soñando!
 
                             Vase CLOTALDO 
 
CRIADO 2:  Advierte...
SEGISMUNDO:           Apartad de aquí.
CRIADO 2:     ...que a su rey obedeció.
SEGISMUNDO: En lo que no es justa ley    
           no ha de obedecer al rey;
           y su príncipe era yo.
CRIADO 2:     Él no debió examinar
           si era bien hecho o mal hecho.
SEGISMUNDO: Que estáis mal con vos sospecho,     
           pues me dais que replicar.
CLARÍN:       Dice el príncipe muy bien,
           y vos hicisteis muy mal.
CRIADO 1:  ¿Quién os dio licencia igual?
CLARÍN:    Yo me la he tomado.
SEGISMUNDO:              ¿Quién
              eres tú, di?     
CLARÍN:                    Entremetido.
           Y de este oficio soy jefe,
           porque soy el mequetrefe
           mayor que se ha conocido.
SEGISMUNDO:   Tú sólo en tan nuevos mundos     
           me has agradado.
CLARÍN:                   Señor,
           soy un grande agradador
           de todos los Segismundos.
 
                             Sale ASTOLFO 
 
ASTOLFO:      ¡Feliz mil veces el día,
           oh príncipe, que os mostráis  
           sol de Polonia, y llenáis
           de resplandor y alegría
              todos estos horizontes
           con tan divino arrebol;
           pues que salís como el sol 
           de debajo de los montes!
              Salid, pues, y aunque tan tarde
           se corona vuestra frente
           del laurel resplandeciente,  
           tarde muera.
SEGISMUNDO:             Dios os guarde.
ASTOLFO:      El no haberme conocido
           sólo por disculpa os doy
           de no honrarme más.  Yo soy
           Astolfo.  Duque he nacido 
              de Moscovia, y primo vuestro.  
           Haya igualdad en los dos.
SEGISMUNDO: Si digo que os guarde Dios,
           ¿bastante agrado no os muestro?
              Pero ya que, haciendo alarde
           de quien sois, de esto os quejáis,   
           otra vez que me veáis,
           le diré a Dios que no os guarde.
CRIADO 2:     Vuestra alteza considere
           que como en montes nacido
           con todos ha procedido, 
           Astolfo, señor, prefiere...
SEGISMUNDO:   Cansóme como llegó
           grave a hablarme, y lo primero
           que hizo, se puso el sombrero.
CRIADO 1:  Es grande.
SEGISMUNDO:             Mayor soy yo.
CRIADO 2:     Con todo eso, entre los dos
           que haya más respeto es bien
           que entre los demás.
SEGISMUNDO:              ¿Y quién
           os mete conmigo a vos?  
 
                             Sale ESTRELLA 
 

ESTRELLA:      Vuestra alteza, señor, sea  
            muchas veces bien venido
            al dosel que agradecido
            le recibe y le desea;
               adonde, a pesar de engaños,
            viva augusto y eminente,    
            donde su vida se cuente
            por siglos, y no por años.
SEGISMUNDO: Dime tú agora, ¿quién es
            esta beldad soberana?
            ¿Quién es esta diosa humana,   
            a cuyos divinos pies
               postra el cielo su arrebol?
            ¿Quién es esta mujer bella?
CLARÍN:     Es, señor, tu prima Estrella.
SEGISMUNDO: Mejor dijeras el sol.
               Aunque el parabién es bien       
            darme del bien que conquisto,
            de sólo haberos hoy visto
            os admito el parabién;
               y así, de llegarme a ver    
            con el bien que no merezco,
            el parabién agradezco.
            Estrella, que amanecer
               podéis, y dar alegría,
            al más luciente farol,    
            ¿qué dejáis que hacer al sol,
            si os levantáis con el día?  
               Dadme a besar vuestra mano,
            en cuya copa de nieve
            el aura candores bebe.
ESTRELLA:   Sed más galán cortesano.
ASTOLFO:       (Si él toma la mano, yo          Aparte
            soy perdido).
CRIADO 2:                 (El pesar sé       Aparte
            de Astolfo, y le estorbaré).     
            Advierte, señor, que no   
               es justo atreverte así,
            y estando Astolfo...
SEGISMUNDO:                   ¿No digo
            que vos no os metáis conmigo?
CRIADO 2:   Digo lo que es justo.
SEGISMUNDO:                        A mí
               todo eso me causa enfado;     
            nada me parece justo
            en siendo contra mi gusto.
CRIADO 2:   Pues yo, señor, he escuchado
               de ti que en lo justo es bien
            obedecer y servir.          
SEGISMUNDO: ¿También oíste decir
            que por un balcón,a quien
               me canse, sabré arrojar?
CRIADO 2:   Con los hombres como yo
            no puede hacerse eso.
SEGISMUNDO:                        ¿No?  
            ¡Por Dios que lo he de probar!

Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él, y torna a salir
 
 
ASTOLFO:       ¿Qué es esto que llego a ver?
ESTRELLA:   Llegad todos a ayudar.
SEGISMUNDO: Cayó del balcón al mar;
            ¡vive Dios, que pudo ser!
ASTOLFO:       Pues medid con más espacio
            vuestras acciones severas,
            que lo que hay de hombres a fieras,
            hay desde un monte a palacio.
SEGISMUNDO: Pues en dando tan severo    
            en hablar con entereza,
            quizá no hallaréis cabeza    
            en que se os tenga el sombrero.
 
                  Vase ASTOLFO y sale el rey BASILIO 
 
BASILIO:       ¿Qué ha sido esto?
SEGISMUNDO:                        Nada ha sido.
            A un hombre que me ha cansado,   
            de ese balcón he arrojado.
CLARÍN:     Que es el rey está advertido.
BASILIO:       ¿Tan presto?  ¿Una vida cuesta
            tu venida el primer día?
SEGISMUNDO: Díjome que no podía     
            hacerse, y gané la apuesta.
BASILIO:       Pésame mucho que cuando,
            príncipe, a verte he venido,
            pensado hallarte advertido,
            de hados y estrellas triunfando, 
               con tanto rigor te vea,
            y que la primera acción
            que has hecho en esta ocasión,
            un grave homicidio sea.
               ¿Con qué amor llegar podré     
            a darte agora mis brazos,
            si de sus soberbios lazos,
            que están enseñados sé
               a dar muertes?  ¿Quién llegó
            a ver desnudo el puñal    
            que dio una herida mortal,
            que no temiese?  ¿Quién vio
               sangriento el lugar, adonde
            a otro hombre dieron muerte,
            que no sienta?  Que el más fuerte   
            a su natural responde.
               Yo así, que en tus brazos miro
            de esta muerte el instrumento,
            y miro el lugar sangriento,
            de tus brazos me retiro;    
               y aunque en amorosos lazos
            ceñir tu cuello pensé,
            sin ellos me volveré,
            que tengo miedo a tus brazos.
SEGISMUNDO:    Sin ellos me podré estar  
            como me he estado hasta aquí;
            que un padre que contra mí
            tanto rigor sabe usar,
               que con condición ingrata
            de su lado me desvía,     
            como a una fiera me cría,
            y como a un monstruo me trata
               y mi muerte solicita,
            de poca importancia fue
            que los brazos no me dé,  
            cuando el ser de hombre me quita.
BASILIO:       Al cielo y a Dios pluguiera
            que a dártele no llegara;
            pues ni tu voz escuchara,
            ni tu atrevimiento viera.
SEGISMUNDO:    Si no me le hubieras dado,
            no me quejara de ti;
            pero una vez dado, sí,
            por habérmele quitado;
               que aunque el dar la acción es   
            más noble y más singular,
            es mayor bajeza el dar,
            para quitarlo después.
BASILIO:       ¡Bien me agradeces el verte
            de un humilde y pobre preso,     
            príncipe ya!
SEGISMUNDO:              Pues en eso,
            ¿qué tengo que agradecerte?
               Tirano de mi albedrío,
            si viejo y caduco estás,
            ¿muriéndote, qué me das?     
            ¿Dasme más de lo que es mío?
               Mi padre eres y mi rey;
            luego toda esta grandeza
            me da la naturaleza
            por derechos de su ley.     
               Luego, aunque esté en este estado,
            obligado no te quedo,
            y pedirte cuentas puedo
            del tiempo que me has quitado
               libertad, vida y honor;  
            y así, agradéceme a mí
            que yo no cobre de ti,
            pues eres tú mi deudor.
BASILIO:       Bárbaro eres y atrevido;
            cumplió su palabra el cielo;   
            y así, para el mismo apelo,
            soberbio desvanecido.
               Y aunque sepas ya quién eres,
            y desengañado estés,
            y aunque en un lugar te ves 
            donde a todos te prefieres,
               mira bien lo que te advierto:
            que seas humilde y blando,
            porque quizá estás soñando,
            aunque ves que estás despierto.     
 
                          Vase le rey BASILIO 
 
SEGISMUNDO:    ¿Que quizá soñando estoy,
            aunque despierto me veo?
            No sueño, pues toco y creo
            lo que he sido y lo que soy.
               Y aunque agora te arrepientas,     
            poco remedio tendrás;
            sé quién soy, y no podrás
            aunque suspires y sientas,
               quitarme el haber nacido
            de esta corona heredero;    
            y si me viste primero
            a las prisiones rendido,
               fue porque ignoré quién era;
            pero ya informado estoy
            de quién soy y sé que soy    
            un compuesto de hombre y fiera.
 
                          Sale ROSAURA, dama 
 
ROSAURA:       (Siguiendo a Estrella vengo,       Aparte
            y gran temor de hallar a Astolfo tengo;
            que Clotaldo desea
            que no sepa quién soy, y no me vea, 
            porque dice que importa al honor mío;
            y de Clotaldo fío
            su efecto, pues le debo, agradecida,
            aquí el amparo de mi honor y vida). 
CLARÍN:     ¿Qué es lo que te ha agradado  
            más de cuanto hoy has visto y admirado?
SEGISMUNDO: Nada me ha suspendido,
            que todo lo tenía prevenido;
            mas, si admirar hubiera
            algo en el mundo, la hermosura fuera  
            de la mujer.  Leía
            una vez en los libros que tenía
            que lo que a Dios mayor estudio debe,
            era el hombre, por ser un mundo breve;
            mas ya que lo es recelo     
            la mujer, pues ha sido un breve cielo;
            y más beldad encierra
            que el hombre, cuanto va de cielo a tierra.
            ¡Y más di es la que miro!
ROSAURA:    (El príncipe está aquí; yo me retiro).
SEGISMUNDO: Oye, mujer, detente;
            no juntes el ocaso y el oriente
            huyendo al primer paso;
            que juntos el oriente y el ocaso,
            la lumbre y sombra fría,
            serás, sin duda, síncopa del día.
            ¿Pero qué es lo que veo?
ROSAURA:    Lo mismo que estoy viendo, dudo y creo.
SEGISMUNDO: (Yo he visto esta belleza             Aparte
            otra vez).
ROSAURA:            (Yo esta pompa, esta grandeza Aparte
            he visto reducida
            a una estrecha prisión).
SEGISMUNDO:                   (Ya hallé mi vida).   Aparte
            Mujer, que aqueste nombre
            es le mejor requiebro para el hombre,
            ¿quién eres?  Que sin verte    
            adoración me debes, y de suerte
            por la fe te conquisto,
            que me persuado a que otra vez te he visto.
            ¿Quién eres, mujer bella?
ROSAURA:    (Disimular me importa).               Aparte
                             Soy de Estrella 
            una infelice dama.
SEGISMUNDO: No digas tal; di el sol, a cuya llama
            aquella estrella vive,
            pues de tus rayos resplandor recibe;
            yo vi en reino de olores
            que presidía entre comunes flores   
            la deidad de la rosa,
            y era su emperatriz por más hermosa;
            yo vi entre piedras finas
            de la docta academia de sus minas     
            preferir el diamante,
            y ser su emperador por más brillante;
            yo en esas cortes bellas
            de la inquieta república de estrellas,
            vi en el lugar primero 
            por rey de las estrellas el lucero;
            yo en esferas perfetas,
            llamando el sol a cortes los planetas,
            le vi que presidía
            como mayor oráculo del día.  
            ¿Pues cómo, si entre flores, entre estrellas,
            piedras, signos, planetas, las más bellas
            prefieren, tú has servido
            la de menos beldad, habiendo sido
            por más bella y hermosa,  
            sol, lucero, diamante, estrella y rosa? 
 
                             Sale CLOTALDO 
 
CLOTALDO:   (A Segismundo reducir deseo,          Aparte
            porque, en fin, le he criado; mas ¿qué veo?)
ROSAURA:    Tu favor reverencio.   
            Respóndote retórico el silencio;  
            cuando tan torpe la razón se halla,
            mejor habla, señor, quien mejor calla.
SEGISMUNDO: No has de ausentarte, espera.
            ¿Cómo quieres dejar de esa manera
            a escuras mi sentido?
ROSAURA:    Esta licencia a vuestra alteza pido.
SEGISMUNDO: Irte con tal violencia
            no es pedir, es tomarte la licencia.
ROSAURA:    Pues si tú no la das, tomarla espero.
SEGISMUNDO: Harás que de cortés pase a grosero,    
            porque la resistencia
            es veneno crüel de mi paciencia.
ROSAURA:    Pues cuando ese veneno,
            de furia, de rigor y saña lleno,
            la paciencia venciera, 
            mi respeto no osara, ni pudiera.
SEGISMUNDO: Sólo por ver si puedo,
            harás que pierda a tu hermosura el miedo;
            que soy muy inclinado  
            a vencer lo imposible; hoy he arrojado
            de ese balcón a un hombre, que decía
            que hacerse no podía;
            y así, por ver si puedo, cosa es llana
            que arrojaré tu honor por la ventana.
CLOTALDO:   (Mucho se va empeñando.             Aparte
            ¿Qué he de hacer, cielos, cuando
            tras un loco deseo
            mi honor segunda vez a riesgo veo?)
ROSAURA:    No en vano prevenía
            a este reino infeliz tu tiranía     
            escándalos tan fuertes
            de delitos, traiciones, iras, muertes.
            ¿Mas, qué ha de hacer un hombre
            que de humano no tiene más que el nombre?
            ¡Atrevido, inhumano,   
            crüel, soberbio, bárbaro y tirano,
            nacido entre las fieras!
SEGISMUNDO: Porque tú ese baldón no me dijeras,
            tan cortés me mostraba,
            pensando que con eso te obligaba;     
            mas, si lo soy hablando de este modo,
            has de decirlo, vive Dios, por todo.
            --¡Hola, dejadnos solos, y esa puerta
            se cierre, y no entre nadie!     
 
                              Vase CLARÍN 
 
ROSAURA:                (Yo soy muerta).               Aparte
            Advierte...
SEGISMUNDO:              Soy tirano,    
            y ya pretendes reducirme en vano.
CLOTALDO:   (¡Oh, qué lance tan fuerte!    Aparte
            Saldré a estorbarlo, aunque me dé la muerte).
            Señor, atiende, mira.
SEGISMUNDO: Segunda vez me has provocado a ira,   
            viejo caduco y loco.
            ¿Mi enojo y rigor tienes en poco?
            ¿Cómo hasta aquí has llegado?
CLOTALDO:   De los acentos de esta voz llamado
            a decirte que seas          
            más apacible, si reinar deseas;
            y no, por verte ya de todos dueño,
            seas crüel, porque quizá es un sueño.
SEGISMUNDO: A rabia me provocas,
            cuando la luz del desengaño tocas.  
            Veré, dándote muerte,
            si es sueño o si es verdad.

Al ir a sacar la daga, 
se la tiene CLOTALDO y se arrodilla 
 
 
CLOTALDO:                      Yo de esta suerte
            librar mi vida espero.
SEGISMUNDO: Quita la osada mano del acero.
CLARÍN:     Hasta que gente venga, 
            que tu rigor y cólera detenga,
            no he de soltarte.
ROSAURA:                   ¡Ay cielos!
SEGISMUNDO:                             ¡Suelta, digo!
            Caduco, loco, bárbaro, enemigo,
            o será de esta suerte:    
 
                                Luchan 
             
            el darte agora entre mis brazos muerte.
ROSAURA:    Acudid todos presto,
            que matan a Clotaldo.

Vase ROSAURA. Sale ASTOLFO a tiempo que cae CLOTALDO a sus pies, y él se pone en medio
 
 
ASTOLFO:                   ¿Pues, qué es esto,
            príncipe generoso?
            ¿Así se mancha acero tan brïoso
            en una sangre helada?  
            Vuelva a la vaina tu lucida espada.
SEGISMUNDO: En viéndola teñida
            en esa infame sangre.
ASTOLFO:                           Ya su vida 
            tomó a mis pies sagrado;
            y de algo ha servirme haber llegado.  
SEGISMUNDO: Sírvate de morir, pues de esta suerte
            también sabré vengarme, con tu muerte,
            de aquel pasado enojo.
ASTOLFO:                           Yo defiendo
            mi vida; así la majestad no ofendo. 
 
          Sacan las espadas, 
y sale el rey BASILIO y ESTRELLA 
 
CLOTALDO:   No le ofendas, señor.
BASILIO:                 ¿Pues, aquí espadas?
ESTRELLA:   (¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!)
BASILIO:    ¿Pues, qué es lo que ha pasado?
ASTOLFO:    Nada, señor, habiendo tú llegado.
 
                               Envainan 
 
SEGISMUNDO: Mucho, señor, aunque hayas tú venido;
            yo a ese viejo matar he pretendido.
BASILIO:    Respeto no tenías
            a estas canas?
CLOTALDO:               Señor, ved que son mías;
            que no importa veréis.
SEGISMUNDO:                        Acciones vanas,
            querer que tengo yo respeto a canas;
            pues aun ésas podría
            ser que viese a mis plantas algún día;
            porque aun no estoy vengado
            del modo injusto con que me has crïado.
 
                            Vase SEGISMUNDO 
 
BASILIO:    Pues antes que lo veas,
            volverás a dormir adonde creas 
            que cuanto te ha pasado,
            como fue bien del mundo, fue soñado.

Vase el rey BASILIO y CLOTALDO; quedan ESTRELLA y ASTOLFO
 
  
ASTOLFO:       ¿Qué pocas veces el hado
            que dice desdichas, miente,
            pues es tan cierto en los males,                      
            cuanto dudoso en los bienes! 
            ­Qué buen astrólogo fuera,
            si siempre casos crüeles
            anunciara; pues no hay duda
            que ellos fueran verdad siempre!                
            Conocerse esa experiencia
            en mí y Segismundo puede,
            Estrella, pues en los dos
            hizo muestras diferentes.
            En él previno rigores,                   
            soberbias, desdichas, muertes,
            y en todo dijo verdad,
            porque todo, al fin, sucede;
            pero en mí, que al ver, señora,
            esos rayos excelentes,                          
            de quien el sol fue una sombra
            y el cielo un amago breve,
            que me previno venturas,
            trofeos, aplausos, bienes,
            dijo mal, y dijo bien;                          
            pues sólo es justo que acierte
            cuando amaga con favores,
            y ejecuta con desdenes.
ESTRELLA:   No dudo que esas finezas
            son verdades evidentes;                         
            mas serán por otra dama,
            cuyo retrato pendiente
            trujisteis al cuello cuando
            llegasteis, Astolfo, a verme;
            y siendo así, esos requiebros            
            ella sola los merece.
            Acudid a que ella os pague,
            que no son buenos papeles
            en el consejo de amor
            las finezas ni las fees                         
            que se hicieron en servicio
            de otras damas y otros reyes. 
 
 
                      Sale ROSAURA al paño 
 
ROSAURA:    (¡Gracias a Dios, que han llegado     Aparte
            ya mis desdichas crüeles
            al término suyo, pues                    
            quien esto ve nada teme!)
ASTOLFO:    Yo haré que el retrato salga
            del pecho, para que entre
            la imagen de tu hermosura.
            Donde entre Estrella no tiene                   
            lugar la sombra, ni estrella
            donde el sol; voy a traerle.
            (Perdona, Rosaura hermosa,      Aparte
            este agravio, porque ausentes,
            no se guardan más fe que ésta     
            los hombres y las mujeres).
 
                             Vase ASTOLFO 
 
ROSAURA:    (Nada he podido escuchar,        Aparte
            temerosa que me viese).
ESTRELLA:   ¡Astrea!
ROSAURA:              ¿Señora mía?
ESTRELLA:   Heme holgado que tú fueses               
            la que llegaste hasta aquí;
            porque de ti solamente
            fïara un secreto.
ROSAURA:                      Honras,
            señora, a quien te obedece.
ESTRELLA:   En el poco tiempo, Astrea,                      
            que ya que te conozco, tienes
            de mi voluntad las llaves;
            por esto, y por ser quien eres,
            me atrevo a fïar de ti
            lo que aun de mí muchas veces            
            recaté.
ROSAURA:             Tu esclava soy.
ESTRELLA:   Pues para decirlo en breve,
            mi primo Astolfo --bastara
            que mi primo te dijese,
            porque hay cosas que se dicen                   
            con pensarlas solamente--
            ha de casarse conmigo,
            si es que la fortuna quiere
            que con una dicha sola
            tantas desdichas descuente.                     
            Pesóme que el primer día
            echado al cuello trujese
            el retrato de una dama;
            habléle en él cortesmente,
            es galán y quiere bien;                  
            fue por él, y ha de traerle
            aquí.  Embarázame mucho  
            que él a mí a dármele llegue;
            quédate aquí, y cuando venga,
            le dirás que te lo entregue              
            a ti.  No te digo más;
            discreta y hermosa eres;
            bien sabrás lo que es amor.
 
                             Vase ESTRELLA 
 
ROSAURA:    ¡Ojalá no lo supiese!               
            ¡Válgame el cielo!  ¿Quién fuera
            tan atenta y tan prudente,
            que supiera aconsejarse
            hoy en ocasión tan fuerte?
            ¿Habrá persona en el mundo
            a quien el cielo inclemente                     
            con más desdichas combata
            y con más pesares cerque?
            ¿Qué haré en tantas confusiones,
            donde imposible parece
            que halle razón que me alivie,           
            ni alivio que me consuele?
            Desde la primer desdicha,
            no hay suceso ni accidente
            que otra desdicha no sea;
            que unas a otras suceden
            herederas de sí mismas.                  
            A la imitación del Fénix,
            unas de las otras nacen,
            viviendo de lo que mueren,
            y siempre de sus cenizas                        
            está el sepulcro caliente.
            Que eran cobardes decía
            un sabio, por parecerle
            que nunca andaba una sola;
            yo digo que son valientes,                      
            pues siempre van adelante,
            y nunca la espalda vuelven.
            Quien las llevare consigo
            a todo podrá atreverse,
            pues en ninguna ocasión                  
            no haya miedo que le dejen.
            Dígalo yo, pues en tantas
            como a mi vida suceden,
            nunca me he hallado sin ellas,
            ni se han cansado hasta verme                   
            herida de la fortuna,
            en los brazos de la muerte.
            ¡Ay de mí!  ¿Qué debo hacer
            hoy en la ocasión presente?
            Si digo quién soy, Clotaldo,             
            a quien mi vida le debe
            este amparo y este honor,
            conmigo ofenderse puede;
            pues me dice que callando
            honor y remedio espere.                         
            Si no he de decir quién soy
            a Astolfo, y él llega a verme,
            ¿cómo he de disimular?
            Pues, aunque fingirlo intenten
            la voz, la lengua, y los ojos,                  
            les dirá el alma que mienten.
            ¿Qué haré?  ¿Mas para qué estudio
            lo que haré, si es evidente
            que por más que lo prevenga,
            que lo estudie y que lo piense,                 
            en llegando la ocasión
            ha de hacer lo que quisiere
            el dolor?  Porque ninguno
            imperio en sus penas tiene.
            Y pues a determinar                             
            lo que he de hacer no se atreve
            el alma, llegue el dolor
            hoy a su término, llegue
            la pena a su extremo, y salga
            de dudas y pareceres                            
            de una vez; pero hasta entonces
            ¡valedme, cielos, valedme!
 
                      Sale ASTOLFO con el retrato 
 
ASTOLFO:    Éste es, señora, el retrato;
            mas ¡ay Dios!
ROSAURA:                 ¿Qué se suspende
            vuestra alteza?  ¿Qué se admira?
ASTOLFO:    De oírte, Rosaura, y verte.
ROSAURA:    ¿Yo Rosaura?  Hase engañado
            vuestra alteza, si me tiene
            por otra dama; que yo
            soy Astrea, y no merece                         
            mi humildad tan grande dicha
            que esa turbación le cueste.
ASTOLFO:    Basta, Rosaura, el engaño,
            porque el alma nunca miente,
            y aunque como a Astrea te mire,                 
            como a Rosaura te quiere.
ROSAURA:    No he entendido a vuestra alteza,
            y así, no sé responderle;
            sólo lo que yo diré
            es que Estrella --que lo puede                  
            ser de Venus-- me mandó
            que en esta parte le espere,
            y de la suya le diga
            que aquel retrato me entregue
            --que está muy puesto en razón--, 
            y yo misma se lo lleve.
            Estrella lo quiere así,
            porque aun las cosas más leves
            como sean en mi daño
            es Estrella quien las quiere.
ASTOLFO:    Aunque más esfuerzos hagas,
            ¡oh, qué mal, Rosaura, puedes
            disimular!  Di a los ojos
            que su música concierten
            con la voz; porque es forzoso                   
            que desdiga y que disuene
            tan destemplado instrumento,
            que ajustar y medir quiere
            la falsedad de quien dice,
            con la verdad de quien siente.
ROSAURA:    Ya digo que sólo espero
            el retrato.
ASTOLFO:                Pues que quieres
            llevar al fin el engaño,
            con él quiero responderte.
            Dirásle, Astrea, a la infanta            
            que yo la estimo de suerte,
            que, pidiéndome un retrato,
            poca fineza parece
            enviársele, y así,             
            porque le estime y le precie
            le envío el original;
            y tú llevársele puedes,
            pues ya le llevas contigo,
            como a ti misma te lleves.
ROSAURA:    Cuando un hombre se dispone,                    
            restado, altivo y valiente,
            a salir con una empresa
            aunque por trato le entreguen
            lo que valga más, sin ella
            necio y desairado vuelve.                       
            Yo vengo por un retrato
            y aunque un original lleve
            que vale más, volveré
            desairada; y así, déme
            vuestra alteza ese retrato,                     
            que sin él no he de volverme.
ASTOLFO:    ¿Pues cómo, si no he de darle,
            le has de llevar?
ROSAURA:                   De esta suerte,
            suéltale, ingrato.
ASTOLFO:                    Es en vano.
ROSAURA:    ¡Vive Dios, que no ha de verse             
            en mano de otra mujer!
ASTOLFO:    Terrible estás.
ROSAURA:                Y tú aleve.
ASTOLFO:    Ya basta, Rosaura mía.
ROSAURA:    ¿Yo tuya, villano?  Mientes.               
 
                         Sale ESTRELLA 
 
ESTRELLA:   Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?
ASTOLFO:    (Aquésta es Estrella).            Aparte
ROSAURA:                          (Déme       Aparte
            para cobrar mi retrato
            ingenio el Amor). Si quieres
            saber lo que es, yo, señora,             
            te lo diré.
ASTOLFO:               ¿Qué pretendes?
ROSAURA:    Mandásteme que esperase
            aquí a Astolfo, y le pidiese
            un retrato de tu parte.
            Quedé sola, y como vienen
            de unos discursos a otros                       
            las noticias fácilmente,
            viéndote hablar de retratos,
            con su memoria acordéme
            de que tenía uno mío
            en la manga.  Quise verle,                      
            porque una persona sola
            con locuras se divierte;
            cayóseme de la mano
            al suelo; Astolfo, que viene
            a entregarte el de otra dama,                   
            le levantó, y tan rebelde
            está en dar el que le pides,
            que en vez de dar uno, quiere
            llevar otro; pues el mío
            aun no es posible volverme,                     
            con ruegos y persuasiones;
            colérica e impaciente
            yo se le quise quitar.
            Aquél que en la mano tiene,
            es mío; tú lo verás        
            con ver si se me parece.
ESTRELLA:   Soltad, Astolfo, el retrato.
 
                           Quítasele 
 
ASTOLFO:    Señora...
ESTRELLA:             No son crüeles,
            a la verdad, los matices.
ROSAURA:    ¿No es mío?
ESTRELLA:               ¿Qué duda tiene?
ROSAURA:    Di que ahora te entregue el otro.
ESTRELLA:   Tomas tu retrato, y vete.
ROSAURA:    (Yo he cobrado mi retrato,            Aparte
            venga ahora lo que viniere).                    
 
                             Vase ROSAURA 
 
ESTRELLA:   Dadme ahora el retrato vos                      
            que os pedí; que aunque no piense
            veros ni hablaros jamás,
            no quiero, no, que se quede
            en vuestro poder, siguiera
            porque yo tan neciamente                        
            le he pedido.
ASTOLFO:                  (¿Cómo puedo   Aparte
            salir de lance tan fuerte?)
            Aunque quiera, hermosa Estrella,
            servirte y obedecerte,
            no podré darte el retrato                
            que me pides, porque...
ESTRELLA:                        Eres  
            villano y grosero amante.
            No quiero que me le entregues;
            porque yo tampoco quiero,
            con tomarle, que me acuerdes                    
            de que yo te le he pedido.
 
                             Vase ESTRELLA 
 
ASTOLFO:    Oye, escucha, mira, advierte.                   
            ¡Válgame Dios por Rosaura!
            ¿Dónde, cómo, o de qué suerte
            hoy a Polonia has venido                        
            a perderme y a perderte?
 
                             Vase ASTOLFO 
 
                         [En la torre de SEGISMUNDO]

Descúbrese SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena, durmiendo en el suelo; salen CLOTALDO, CLARÍN y los dos criados
 
 
CLOTALDO:      Aquí le habéis de dejar
            pues hoy su soberbia acaba
            donde empezó.
CRIADO 1                  Como estaba,
            la cadena vuelvo a atar.
CLARÍN:     No acabes de despertar,
            Segismundo, para verte
            perder, trocada la suerte
            siendo tu gloria fingida,
            una sombra de la vida                           
            y una llama de la muerte.
CLOTALDO:      A quien sabe discurrir,
            así, es bien que se prevenga
            una estancia, donde tenga
            harto lugar de argüir.                     
            Éste es el que habéis de asir
            y en ese cuarto encerrar.
CLARÍN:     ¿Por qué a mí?
CLOTALDO:                  Porque ha de estar
            guardado en prisión tan grave,
            Clarín que secretos sabe,                
            donde no pueda sonar.
CLARÍN:        ¿Yo, por dicha, solicito
            dar muerte a mi padre?  No.
            ¿Arrojé del balcón yo
            al Icaro de poquito?                            
            ¿Yo muero ni resucito?
            ¿Yo sueño o duermo?  ¿A qué fin
            me encierran?
CLOTALDO:                 Eres Clarín.
CLARÍN:     Pues ya digo que seré
            corneta, y que callaré,                  
            que es instrumento ruín.
 
       Llévanle a CLARÍN.  Sale el rey BASILIO, rebozado 
 
BASILIO:       ¿Clotaldo?
CLOTALDO:                ¡Señor!  ¿Así
            viene vuestra majestad?
BASILIO:    La necia curiosidad
            de ver lo que pasa aquí                  
            a Segismundo, ¡ay de mí!
            de este modo me ha traído.
CLOTALDO:   Mírale allí, reducido
            a su miserable estado.
BASILIO:    ¡Ay, príncipe desdichado            
            y en triste punto nacido!
               Llega a despertarle, ya
            que fuerza y vigor perdió
            con el opio que bebió.
CLOTALDO:   Inquieto, señor, está,            
            y hablando.
BASILIO:               ¿Qué soñará
            agora?  Escuchemos, pues.
 
                             En sueños 
 
SEGISMUNDO: Piadoso príncipe es
            el que castiga tiranos;
            muera Clotaldo a mis manos,                     
            bese mi padre mis pies.
CLOTALDO:      Con la muerte me amenaza.
BASILIO:    A mí con rigor y afrenta.
CLOTALDO:   Quitarme la vida intenta.
BASILIO:    Rendirme a sus plantas traza.                   
 
                           En sueños 
 
SEGISMUNDO: Salga a la anchurosa plaza
            del gran teatro del mundo
            este valor sin segundo;
            porque mi venganza cuadre,
            vean triunfar de su padre                       
            al príncipe Segismundo.
 
                               Despierta 
 
               Mas, ¡ay de mí! ¿Dónde estoy? 
BASILIO:    Pues a mí no me ha de ver;
            ya sabes lo que has de hacer.
            Desde allí a escucharle voy.             
 
                    Retírase el rey BASILIO 
 
SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura?  ¿Soy
            el que preso y aherrojado
            llego a verme en tal estado?
            ¿No sois mi sepulcro vos,
            torre?  Sí.  ¡Válgame Dios,  
            qué de cosas he soñado!
CLOTALDO:      (A mí me toca llegar,             Aparte
            a hacer la desecha agora).
SEGISMUNDO: ¿Es ya de despertar hora?
CLOTALDO:   Sí, hora es ya de despertar.             
            ¿Todo el día te has de estar
            durmiendo?  ¿Desde que yo
            al águila que voló
            con tarda vista seguí
            y te quedaste tú aquí,            
            nunca has despertado?
SEGISMUNDO:                        No.
               Ni aun agora he despertado;
            que según, Clotaldo, entiendo,
            todavía estoy durmiendo,
            y no estoy muy engañado;                 
            porque si ha sido soñado
            lo que vi palpable y cierto,
            lo que veo será incierto;
            y no es mucho que, rendido,
            pues veo estando dormido,                       
            que sueñe estando despierto.
CLOTALDO:      Lo que soñaste me di.
SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue,
            no diré lo que soñé;
            lo que vi, Clotaldo, sí.                 
            Yo desperté, y yo me vi,
            --¡qué crueldad tan lisonjera!--
            en un lecho, que pudiera
            con matices y colores
            ser el catre de las flores                      
            que tejió la primavera.
               Aquí mil nobles, rendidos
            a mis pies nombre me dieron
            de su príncipe, y sirvieron
            galas, joyas y vestidos.                        
            La calma de mis sentidos
            tú trocaste en alegría,
            diciendo la dicha mía;
            que, aunque estoy de esta manera,
            príncipe en Polonia era.
CLOTALDO:   Buenas albricias tendría.
SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor,
            con pecho atrevido y fuerte
            dos veces te daba muerte.
CLOTALDO:   ¿Para mí tanto rigor?               
SEGISMUNDO: De todos era señor,
            y de todos me vengaba;
            sólo a una mujer amaba...
            que fue verdad, creo yo,
            en que todo se acabó,                    
            y esto sólo no se acaba.
 
                          Vase el rey BASILIO 
 
CLOTALDO:      (Enternecido se ha ido           Aparte
            el rey de haberle escuchado).
            Como habíamos hablado
            de aquella águila, dormido,              
            tu sueño imperios han sido;
            mas en sueños fuera bien
            entonces honrar a quien
            te crïó en tantos empeños, 
            Segismundo, que aun en sueños            
            no se pierde el hacer bien.
 
                             Vase CLOTALDO 
 
SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos
            esta fiera condición,
            esta furia, esta ambición,
            por si alguna vez soñamos;
            y sí haremos, pues estamos               
            en mundo tan singular,
            que el vivir sólo es soñar;
            y la experiencia me enseña
            que el hombre que vive, sueña            
            lo que es, hasta despertar.
               Sueña el rey que es rey, y vive
            con este engaño mandando,
            disponiendo y gobernando;
            y este aplauso, que recibe                      
            prestado, en el viento escribe,
            y en cenizas le convierte
            la muerte, ¡desdicha fuerte!
            ¿Que hay quien intente reinar,
            viendo que ha de despertar                      
            en el sueño de la muerte!
               Sueña el rico en su riqueza,
            que más cuidados le ofrece;
            sueña el pobre que padece
            su miseria y su pobreza;                        
            sueña el que a medrar empieza,
            sueña el que afana y pretende,           
            sueña el que agravia y ofende,
            y en el mundo, en conclusión,
            todos sueñan lo que son,                 
            aunque ninguno lo entiende.
               Yo sueño que estoy aquí
            de estas prisiones cargado,
            y soñé que en otro estado
            más lisonjero me vi.                          
            ¿Qué es la vida?  Un frenesí.
            ¿Qué es la vida?  Una ilusión,
            una sombra, una ficción,
            y el mayor bien es pequeño;
            que toda la vida es sueño,               
            y los sueños, sueños son.

FIN EL SEGUNDO ACTO


ACTO TERCERO

[En la torre]
Sale CLARÍN
 
 
CLARÍN:        En una encantada torre,
            por lo que sé, vivo preso.
            ¿Qué me harán por lo que ignoro
            si por lo que sé me han muerto?     
            ¡Que un hombre con tanta hambre
            viniese a morir viviendo!
            Lástima tengo de mí.
            Todos dirán:  "bien lo creo;"
            y bien se puede creer, 
            pues para mí este silencio
            no conforma con el nombre
            Clarín, y callar no puedo.
            Quien me hace compañía  
            aquí, si a decirlo acierto,
            son arañas y ratones.
            ¡Miren qué dulces jilgueros!
            De los sueños de esta noche
            la triste cabeza tengo 
            llena de mil chirimías,
            de trompetas y embelecos,
            de procesiones, de cruces,
            de disciplinantes; y éstos
            unos suben, otros bajan,    
            otros se desmayan, viendo
            la sangre que llevan otros;
            mas yo, la verdad diciendo, 
            de no comer me desmayo;
            que en esta prisión me veo,    
            donde ya todos los días
            en el filósofo leo
            Nicomedes, y las noches
            en el concilio Niceno.
            Si llaman santo al callar,  
            como en calendario nuevo
            San Secreto es para mí,
            pues le ayuno y no le huelgo;
            aunque está bien merecido
            el castigo que padezco,     
            pues callé, siendo crïado,
            que es el mayor sacrilegio.
 
 
                  Ruido de cajas y gente, y dicen dentro 
 
SOLDADO 1º:         Ésta es la torre en que está.
            Echad la puerta en el suelo;
            entrad todos.
CLARÍN:                   ¡Vive Dios!   
            Que a mí me buscan, es cierto,
            pues que dicen que aquí estoy.
            ¿Qué me querrán?
 
                    Salen los soldados que pudieren 
 
SOLDADO 1º:              Entrad dentro.
SOLDADO 2º:    Aquí está.
CLARÍN:              No está.
TODOS:                     Señor...
CLARÍN:     (¿Si vienen borrachos éstos?) Aparte
SOLDADO 2º: Tú nuestro príncipe eres.
            Ni admitimos ni queremos
            sino al señor natural,
            y no príncipe extranjero.
            A todos nos da los pies.
TODOS:      ¡Viva el gran príncipe nuestro!
CLARÍN:     (¡Vive Dios, que va de veras!    Aparte
            ¨Si es costumbre en este reino
            prender uno cada día
            y hacerle príncipe, y luego    
            volverle a la torre?  Sí,
            pues cada día lo veo;
            fuerza es hacer mi papel).
TODOS:      Danos tus plantas.
CLARÍN:                       No puedo,
            porque las he menester 
            para mí, y fuera defecto
            ser príncipe desplantado.
SOLDADO º:     Todos a tu padre mismo
            le dijimos que a ti solo
            por príncipe conocemos,   
            no al de Moscovia.
CLARÍN:                  ¿A mi padre
            le perdisteis el respeto?
            Sois unos tales por cuales.
SOLDADO 1º:    Fue lealtad de nuestros pechos.
CLARÍN:     Si fue lealtad, yo os perdono.
SOLDADO 2º:    Sal a restaurar tu imperio.
            ¡Viva Segismundo!
TODOS:                   ¡Viva!
CLARÍN:     (¿Segismundo dicen?  ¡Bueno!  Aparte
            Segismundo llaman todos
            los príncipes contrahechos).   
 
                            Sale SEGISMUNDO 
 
SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo?
CLARÍN:     (¡Mas que soy príncipe huero!)  Aparte
SOLDADO 2§: ¨Quién es Segismundo?
SEGISMUNDO:                     Yo.
SOLDADO 2º:    ¿Pues, cómo, atrevido y necio,
            tú te hacías Segismundo?
CLARÍN:     ¿Yo Segismundo?  Eso niego,
            que vosotros fuisteis quien
            me segismundeasteis, luego
            vuestra ha sido solamente
            necedad y atrevimiento.
SOLDADO 1º:    Gran príncipe Segismundo
            --que las señas que traemos
            tuyas son, aunque por fe
            te aclamamos señor nuestro--,
            tu padre, el gran rey Basilio,   
            temeroso que los cielos
            cumplan un hado, que dice
            que ha de verse a tus pies puesto,
            vencido de ti, pretende
            quitarte acción y derecho 
            y dársela a Astolfo, duque 
            de Moscovia.  Para esto
            juntó su corte, y el vulgo,
            penetrando ya, y sabiendo
            que tiene rey natural, 
            no quiere que un extranjero
            venga a mandarle.  Y así,
            haciendo noble desprecio
            de la inclemencia del hado,
            te ha buscado donde preso   
            vives, para que valido
            de sus armas, y saliendo
            de esta torre a restaurar
            tu imperial corona y cetro,
            se la quites a un tirano.   
            Sal, pues; que en ese desierto,
            ejército numeroso
            de bandidos y plebeyos
            te aclama.  La libertad
            te espera.  Oye sus acentos.
DENTRO:     ¡Viva Segismundo, viva!
SEGISMUNDO: ¿Otra vez?  ¿Qué es esto cielos?
            ¿Queréis que sueñe grandezas
            que ha de deshacer el tiempo?
            ¿Otra vez queréis que vea 
            entre sombras y bosquejos
            la majestad y la pompa
            desvanecida del viento?
            ¿Otra vez queréis que toque
            el desengaño os el riesgo 
            a que el humano poder
            nace humilde y vive atento?
            Pues no ha de ser, no ha de ser.
            Miradme otra vez sujeto
            a mi fortuna; y pues sé   
            que toda esta vida es sueño,
            idos, sombras, que fingís
            hoy a mis sentidos muertos
            cuerpo y voz, siendo verdad
            que ni tenéis voz ni cuerpo;   
            que no quiero majestades
            fingidas, pompas no quiero,
            fantásticas ilusiones
            que al soplo menos ligero
            del aura han de deshacerse, 
            bien como el florido almendro,
            que por madrugar sus flores,
            sin aviso y sin consejo,
            al primero soplo se apagan,
            marchitando y desluciendo   
            de sus rosados capillos
            belleza, luz y ornamento.
            Ya os conozco, ya os conozco,
            y sé que os pasa lo mismo
            con cualquiera que se duerme;    
            para mí no hay fingimientos;
            que, desengañado ya,
            sé bien que la vida es sueño.
SOLDADO 2º:    Si piensas que te engañamos,
            vuelve a ese monte soberbio 
            los ojos, para que veas
            la gente que aguarda en ellos
            para obedecerte.
SEGISMUNDO:                  Ya    
            otra vez vi aquesto mesmo
            tan clara y distintamente   
            como agora lo estoy viendo,
            y fue sueño.
SOLDADO 2º:                   Cosas grandes
            siempre, gran señor, trujeron
            anuncios; y esto sería,
            si lo soñaste primero.
SEGISMUNDO: Dices bien.  Anuncio fue
            y caso que fuese cierto,
            pues la vida es tan corta,
            soñemos, alma, soñemos
            otra vez; pero ha de ser    
            con atención y consejo
            de que hemos de despertar
            de este gusto al mejor tiempo;
            que llevándolo sabido,
            será el desengaño menos;     
            que es hacer burla del daño
            adelantarle el consejo.
            Y con esta prevención,
            de que cuando fuese cierto,
            es todo el poder prestado   
            y ha de volverse a su dueño,
            atrevámonos a todo.
            Vasallos, yo os agradezco
            la lealtad; en mí lleváis
            quien os libre, osado y diestro, 
            de extranjera esclavitud. 
            Tocad al arma, que presto
            veréis mi inmenso valor.
            Contra mi padre pretendo
            tomar armas, y sacar   
            verdaderos a los cielos.
            Presto he de verle a mis plantas...
            (Mas si antes de esto despierto,           Aparte
            ¨no ser  bien no decirlo,
            supuesto que no he de hacerlo?)
TODOS:      ¡Viva Segismundo, viva!
 
                             Sale CLOTALDO 
 
CLOTALDO:   ¿Qué alboroto es éste, cielos?
SEGISMUNDO: Clotaldo.
CLOTALDO:             Señor...  (En mí    Aparte
            su rigor prueba).  
CLARÍN:                  (Yo apuesto           Aparte
            que le despeña del monte).  
 
                              Vase CLARÍN 
 
CLOTALDO:   A tus reales plantas llego,
            ya sé que a morir.
SEGISMUNDO:              Levanta,
            levanta, padre, del suelo;
            que tú has de ser norte y guía
            de quien fíe mis aciertos;     
            que ya sé que mi crïanza
            a tu mucha lealtad debo.
            Dame los brazos.
CLOTALDO:                ¿Qué dices?
SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero
            obrar bien, pues no se pierde    
            obrar bien, aun entre sueños.
CLOTALDO:   Pues, señor, si el obrar bien
            es ya tu blasón, es cierto
            que no te ofenda el que yo
            hoy solicite lo mesmo. 
            ¡A tu padre has de hacer guerra!
            Yo aconsejarte no puedo
            contra mi rey, ni valerte.
            A tus plantas estoy puesto;
            dame la muerte.
SEGISMUNDO:              ¡Villano,
            traidor, ingrato!  (Mas, ¡cielos!,  Aparte
            reportarme me conviene,
            que aún no sé si estoy despierto).
            Clotaldo, vuestro valor
            os envidio y agradezco.     
            Idos a servir al rey
            que en el campo nos veremos.
            Vosotros, tocad al arma.
CLOTALDO:   Mil veces tus plantas beso.
SEGISMUNDO: A reinar, Fortuna, vamos;   
            no me despiertes, si duermo,
            y si es verdad, no me duermas.
            Mas, sea verdad o sueño,
            obrar bien es lo que importa.
            Si fuere verdad, por serlo; 
            si no, por ganar amigos
            para cuando despertemos.    
 
                         Vanse y tocan al arma 
 
                       [Salón del palacio real] 
 
                    Salen el rey BASILIO y ASTOLFO 
 
BASILIO:       ¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente
            la furia de un caballo desbocado?
            ¿Quién detener de un río la corriente
            que corre al mar soberbio y despeñado?
            ¿Quién un peñasco suspender, valiente,
            de la cima de un monte desgajado?
            Pues todo fácil de parar ha sido
            y un vulgo no, soberbio y atrevido.   
               Dígalo en bandos el rumor partido,
            pues se oye resonar en lo profundo
            de los montes el eco repetido;
            unos ¡Astolfo, y otros ¡Segismundo!
            El dosel de la jura, reducido    
            a segunda intención, a horror segundo,
            teatro funesto es, donde importuna
            representa tragedias la Fortuna.
ASTOLFO:       Suspéndase, señor, el alegría;
            cese el aplauso y gusto lisonjero     
            que tu mano feliz me prometía;
            que si Polonia, a quien mandar espero,
            hoy se resiste a la obediencia mía,
            es porque la merezca yo primero.
            Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,
            rayo descienda el que blasona trueno.
 
                             Vase ASTOLFO 
 
BASILIO:       Poco reparo tiene lo infalible,
            y mucho riesgo lo previsto tiene;
            y si ha de ser, la defensa es imposible
            de quien la excusa más, más la previene.
            ¡Dura ley!  ¡Fuerte caso!  ¡Horror terrible!
            quien piensa que huye el riesgo, al riesgo viene;
            con lo que yo guardaba me he perdido;
            yo mismo, yo mi patria he destruído.
 
                             Sale ESTRELLA 
 
ESTRELLA:      Si tu presencia, gran señor, no trata
            de enfrenar el tumulto sucedido,
            que de uno en otro bando se dilata,
            por las calles y plazas dividido,
            verás tu reino en ondas de escarlata
            nadar, entre la púrpura teñido    
            de su sangre; que ya con triste modo,
            todo es desdichas y tragedias todo.   
               Tanta es la ruina de tu imperio, tanta
            la fuerza del rigor duro y sangriento,
            que visto admira, y escuchado espanta;
            el sol se turba y se embaraza el viento;
            cada piedra un pirámide levanta,
            y cada flor construye un monumento;
            cada edificio es un sepulcro altivo,
            cada soldado un esqueleto vivo.  
 
                             Sale CLOTALDO 
 
CLOTALDO:      ¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego!
BASILIO:    Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo?
CLOTALDO:   Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,
            la torre penetró, y de lo profundo
            de ella sacó su príncipe, que luego    
            que vio segunda vez su honor segundo,
            valiente se mostró, diciendo fiero
            que ha de sacar al cielo verdadero.
BASILIO:       Dadme un caballo, porque yo en persona
            vencer valiente a un hijo ingrato quiero;
            y en la defensa ya de mi corona,
            lo que la ciencia erró, venza el acero.
 
                          Vase el rey BASILIO 
 
ESTRELLA:   Pues yo al lado del sol seré Belona.
            Poner mi nombre junto al tuyo espero;
            que he de volar sobre tendidas alas   
            a competir con la deidad de Palas.
 
Vase ESTRELLA, y tocan al arma.  
Sale ROSAURA y detiene a CLOTALDO 
 

ROSAURA:       Aunque el valor que se encierra
            en tu pecho, desde allí
            da voces, óyeme a mí,
            que yo sé que todo es guerra.  
               Ya sabes que yo llegué
            pobre, humilde y desdichada
            a Polonia, y amparada
            de tu valor, en ti halle
               piedad; mandásteme, ¡ay cielos!, 
            que disfrazada viviese
            en palacio, y pretendiese
            disimulando mis celos,
               guardarme de Astolfo.  En fin,
            él me vio, y tanto atropella   
            mi honor, que viéndome, a Estrella
            de noche habla en un jardín;
               de éste la llave he tomado,
            y te podré dar lugar
            de que en él puedas entrar     
            a dar fin a mi cuidado.
               Aquí, altivo, osado y fuerte,
            volver por mi honor podrás,
            pues que ya resuelto estás
            a vengarme con su muerte. 
CLOTALDO:      Verdad es que me incliné
            desde el punto que te vi,
            a hacer, Rosaura, por ti
            --testigo tu llanto fue--
               cuanto mi vida pudiese.  
            Lo primero que intenté
            quitarte aquel traje fue;
            porque, si Astolfo te viese,
               te viese en tu propio traje,
            sin juzgar a liviandad 
            la loca temeridad
            que hace del honor ultraje.
               En este tiempo trazaba
            cómo cobrar se pudiese
            tu honor perdido, aunque fuese   
            --tanto tu honor me arrestaba--
               dando muerte a Astolfo.  ¡Mira
            qué caduco desvarío!
            Si bien, no siendo rey mío,
            ni me asombra ni me admira. 
               Darle pensé muerte, cuando
            Segismundo pretendió
            dármela a mí, y él llegó
            su peligro atropellando,
               a hacer en defensa mía 
            muestras de su voluntad,
            que fueron temeridad
            pasando de valentía.
               Pues ¿cómo yo agora --advierte--,
            teniendo alma agradecida,   
            a quien me ha dado la vida
            le tengo de dar la muerte?
               Y así, entre los dos partido
            el afecto y el cuidado,
            viendo que a ti te la he dado,
            y que de él la he recibido,         
               no sé a qué parte acudir,
            no sé qué parte ayudar.
            Si a ti me obligué con dar,
            de él lo estoy con recibir,    
               y así, en la acción ofrece,
            nada a mi amor satisface,
            porque soy persona que hace,
            y persona que padece.
ROSAURA:       No tengo que prevenir    
            que en un varón singular,
            cuanto es noble acción el dar,
            es bajeza el recibir.
               Y este principio asentado,
            no has de estarle agradecido,    
            supuesto que si él ha sido
            el que la vida te ha dado,
               y tú a mí, evidente cosa
            es que él forzó tu nobleza
            a que hiciese una bajeza,   
            y yo una acción generosa.
               Luego estás de él ofendido,
            luego estás de mí obligado,
            supuesto que a mí me has dado
            lo que de él has recibido;     
               y así debes acudir
            a mi honor en riesgo tanto,
            pues yo le prefiero, cuanto
            va de dar a recibir.
CLOTALDO:      Aunque la nobleza vive   
            de la parte del que da,
            el agradecerle está
            de parte del que recibe;
               y pues ya dar he sabido,
            ya tengo con nombre honroso 
            el nombre de generoso;
            déjame el de agradecido,
               pues le puedo conseguir
            siendo agradecido, cuanto
            liberal, pues honra tanto   
            el dar como el recibir.
ROSAURA:       De ti recibí la vida,
            y tú mismo me dijiste,
            cuando la vida me diste,
            que la que estaba ofendida  
               no era vida; luego yo
            nada de ti he recibido;
            pues vida no vida ha sido
            la que tu mano me dio.  
               Y si debes ser primero   
            liberal que agradecido
            --como de ti mismo he oído--,
            que me des la vida espero,
               que no me la has dado; y pues
            el dar engrandece más,    
            sé antes liberal; serás
            agradecido después.
CLOTALDO:      Vencido de tu argumento
            antes liberal seré.
            Yo, Rosaura, te daré 
            mi haciendo, y en un convento
               vive; que está bien pensado
            el medio que solicito;
            pues huyendo de un delito,
            te recoges a un sagrado,    
               que cuando tan dividido,
            el reino desdichas siente,
            no he de ser quien las aumente,
            habiendo noble nacido.
               Con el remedio elegido   
            soy con el reino leal,
            soy contigo liberal,
            con Astolfo, agradecido;
               y así escogerle te cuadre,
            quedándose entre los dos  
            que no hiciera, ¡vive Dios!,
            más, cuando fuera tu padre.
ROSAURA:       Cuando tú mi padre fueras,       
            sufriera esa injuria yo;
            pero no siéndolo, no.
CLOTALDO:   ¿Pues qué es lo que hacer esperas?
ROSAURA:       Matar al duque.
CLOTALDO:                ¿Una dama
            que padres no ha conocido,
            tanto valor ha tenido?
ROSAURA:    Sí.
CLOTALDO:      ¿Quién te alienta?
ROSAURA:                    ¡Mi fama!
CLOTALDO:      Mira que a Astolfo has de ver...
ROSAURA:    Todo mi honor lo atropella.
CLOTALDO:   ...tu rey, y esposo de Estrella.
ROSAURA:    ¡Vive Dios, que no ha de ser!
CLOTALDO:      Es locura.
ROSAURA:                    Ya lo veo.
CLOTALDO:   Pues véncela.
ROSAURA:                  No podré.
CLOTALDO:   Pues perderás...
ROSAURA:                    Ya lo sé.
CLOTALDO:   ...vida y honor.
ROSAURA:                     Bien lo creo.
CLOTALDO:      ¿Qué intentas?
ROSAURA:                     Mi muerte.
CLOTALDO:                        Mira
            que ese es despecho.
ROSAURA:                 Es honor.
CLOTALDO:   Es desatino.
ROSAURA:                  Es valor.
CLOTALDO:   Es frenesí.
ROSAURA:                Es rabia, es ira.
CLOTALDO:      En fin, ¿que no se da medio
            a tu ciega pasión.
ROSAURA:                  No.
CLOTALDO:   ¿Quién ha de ayudarte?
ROSAURA:                       Yo.
CLOTALDO:   ¿No hay remedio?
ROSAURA:                 No hay remedio.
CLOTALDO:      Piensa bien si hay otros modos...
ROSAURA:    Perderme de otra manera.
 
 
                             Vase ROSAURA 
 
CLOTALDO:   Pues si has de perderte, espera,
            hija, y perdámonos todos. 
 
                             Vase CLOTALDO 
 
                                   [Campo]

Tocan y salen, marchando, soldados, CLARÍN y SEGISMUNDO, vestido de pieles
   
 
SEGISMUNDO:    Si este día me viera
            Roma en los triunfos de su edad primera,
            ¡oh cuánto se alegrara
            viendo lograr una ocasión tan rara
            de tener una fiera     
            que sus grandes ejércitos rigiera,
            a cuyo altivo aliento
            fuera poca conquista el firmamento!
            Pero el vuelo abatamos,
            espíritu; no así desvanezcamos    
            aqueste aplauso incierto,
            si ha de pesarme cuando esté despierto,
            de haberlo conseguido
            para haberlo perdido;
            pues mientras menos fuere,  
            menos se sentirá si se perdiere.
 
                     Dentro suena un clarín 
 
CLARÍN:     En un veloz caballo
            --perdóname, que fuerza es el pintallo
            en viniéndome a cuento--,
            en quien un mapa se dibuja atento,    
            pues el cuerpo es la tierra,
            el fuego el alma que en el pecho encierra,
            la espuma el mar, el aire su suspiro,
            en cuya confusión un caos admiro;
            pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,
            monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;
            de color remendado,
            rucio, y a su propósito rodado,
            del que bate la espuela;
            que en vez de correr, vuela;     
            a tu presencia llega
            airosa una mujer.
SEGISMUNDO:              Su luz me ciega.
CLARÍN:     ¡Vive Dios, que es Rosaura!
 
                              Vase CLARÍN 
 
SEGISMUNDO: El cielo a mi presencia la restaura.
 
               Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga 
 
ROSAURA:       Generoso Segismundo,     
            cuya majestad heroica
            sale al día de sus hechos
            de la noche de sus sombras;
            y como el mayor planeta,
            que en los brazos de la Aurora   
            se restituye luciente
            a las flores y a las rosas,
            y sobre mares y montes,
            cuando coronado asoma,
            luz esparce, rayos brilla,  
            cumbres baña, espumas borda;
            así amanezcas al mundo,
            luciente sol de Polonia,
            que a una mujer infelice,
            que hoy a tus plantas se arroja, 
            ampares, por ser mujer
            y desdichada; dos cosas,
            que para obligar a un hombre
            que de valiente blasona,
            cualquiera de las dos basta,     
            de las dos cualquiera sobra.
            Tres veces son las que ya
            me admiras, tres las que ignoras
            quién soy, pues las tres me has visto
            en diverso traje y forma.   
            La primera me creíste
            varón, en la rigurosa
            prisión, donde fue tu vida
            de mis desdichas lisonja.
            La segunda me admiraste     
            mujer, cuando fue la pompa
            de tu majestad un sueño,
            una fantasma, una sombra.
            La tercera es hoy, que siendo
            monstruo de una especie y otra,  
            entre galas de mujer,
            armas de varón me adornan.
            Y porque, compadecido
            mejor mi amparo dispongas,
            es bien que de mis sucesos  
            trágicas fortunas oigas.
            De noble madre nací
            en la corte de Moscovia,
            que, según fue desdichada,
            debió de ser muy hermosa. 
            En ésta puso los ojos
            un traidor, que no le nombra
            mi voz por no conocerle,
            de cuyo valor me informa
            el mío; pues siendo objeto     
            de su idea, siento agora
            no haber nacido gentil,
            para persuadirme, loca,
            a que fue algún dios de aquellos
            que en Metamorfosis lloran  
            --lluvia de oro, cisne y toro--
            Dánae, Leda y Europa.
            Cuando pensé que alargaba,
            citando aleves historias,
            el discurso, halle que en él   
            te he dicho en razones pocas
            que mi madre, persuadida
            a finezas amorosas,
            fue, como ninguna, bella,
            y fue infeliz como todas.   
            Aquella necia disculpa
            de fe y palabra de esposa
            la alcanza tanto, que aun hoy
            el pensamiento la cobra;
            habiendo sido un tirano     
            tan Eneas de su Troya,
            que la dejó hasta la espada.
            Enváinese aquí su hoja,
            que yo la desnudaré
            antes que acabe la historia.     
            De éste, pues, mal dado nudo
            que ni ata ni aprisiona,
            o matrimonio o delito,
            si bien todo es una cosa,
            nací yo tan parecida,     
            que fui un retrato, una copia,
            ya que en la hermosura no,
            en la dicha y en las obras;
            y así, no habré menester
            decir que, poco dichosa,    
            heredera de fortunas,
            corrí con ella una propia.
            Lo más que podré decirte
            de mí, es el dueño que roba
            los trofeos de mi honor,    
            los despojos de mi honra.
            Astolfo...  ¡ay de mí!, al nombrarle
            se encoleriza y se enoja
            el corazón, propio efecto
            de que enemigo se nombra.   
            Astolfo fue el dueño ingrato
            que, olvidado de las glorias
            --porque en un pasado amor
            se olvida hasta la memoria--,
            vino a Polonia llamado 
            de su conquista famosa,
            a casarse con Estrella,
            que fue de mi ocaso antorcha.
            ¿Quién creerá que habiendo sido
            una estrella quien conforma 
            dos amantes, sea una Estrella
            la que los divida agora?
            Yo ofendida, yo burlada,
            quedé triste, quedé loca,
            quedé muerta, quedé yo, 
            que es decir, que quedó toda
            la confusión del infierno
            cifrada en mi Babilonia;
            y declarándome muda,
            porque hay penas y congojas 
            que las dicen los afectos
            mucho mejor que la boca,
            dije mis penas callando,
            hasta que una vez a solas,
            Violante, mi madre, ¡ay cielos!, 
            rompió la prisión, y en tropa
            del pecho salieron juntas,
            tropezando unas con otras.
            No me embaracé en decirlas;
            que en sabiendo una persona
            que, a quien sus flaquezas cuenta,    
            ha sido cómplice en otras,
            parece que ya le hace
            la salva y le desahoga;
            que a veces el mal ejemplo  
            sirve de algo.  En fin, piadosa
            oyó mis quejas, y quiso
            consolarme con las propias;
            juez que ha sido delincuente,
            ¡qué fácilmente perdona!,    
            y escarmentando en sí misma,
            y por negar a la ociosa
            libertad, al tiempo fácil,
            el remedio de su honra,
            no le tuvo en mis desdichas;     
            por mejor consejo toma
            que le siga, y que le obligue,
            con finezas prodigiosas,
            a la deuda de mi honor;
            y para que a menos cosa     
            fuese, quiso mi fortuna
            que en traje de hombre me ponga.
            Descolgó una antigua espada,
            que es ésta que ciño.  Agora
            es tiempo que se desnude,   
            como prometí, la hoja,
            pues confïada en sus señas,    
            me dijo, "Parte a Polonia,
            y procura que te vean
            ese acero que te adorna,    
            los más nobles; que en alguno
            podrá ser que hallen piadosa
            acogida tus fortunas,
            y consuelo tus congojas."
            Llegué a Polonia, en efecto;   
            pasemos, pues que no importa
            el decirlo, y ya se sabe,
            que un bruto que se desboca
            me llevó a tu cueva, adonde
            tú de mirarme te asombras.     
            Pasemos que allí Clotaldo
            de mi parte se apasiona,
            que pide mi vida al rey,
            que el rey mi vida le otorga,
            que, informado de quién soy,   
            me persuade a que me ponga
            mi propio traje, y que sirva 
            a Estrella, donde ingeniosa
            estorbé el amor de Astolfo
            y el ser Estrella su esposa.     
            Pasemos que aquí me viste
            otra vez confuso, y otra
            con el traje de mujer
            confundiste entrambas formas;
            y vamos a que Clotaldo,     
            persuadido a que le importa
            que se casen y que reinen
            Astolfo y Estrella hermosa,
            contra mi honor me aconseja
            que la pretensión deponga.     
            Yo, viendo que tú, ¡oh valiente
            Segismundo!, a quien hoy toca
            la venganza, pues el cielo
            quiere que la cárcel rompas
            de esa rústica prisión, 
            donde ha sido tu persona
            al sentimiento una fiera,
            al sufrimiento una roca,
            las armas contra tu patria
            y contra tu padre tomas,    
            vengo a ayudarte, mezclando
            entre las galas costosas
            de Dïana, los arneses                      
            de Palas, vistiendo agora,
            ya la tela y ya el acero,   
            que entrambos juntos me adornan.
            Ea, pues, fuerte caudillo,
            a los dos juntos importa
            impedir y deshacer
            estas concertadas bodas:    
            a mí, porque no se case
            el que mi esposo se nombra,
            y a ti, porque estando juntos
            sus dos estados, no pongan
            con más poder y más fuerza   
            en duda nuestra victoria.
            Mujer, vengo a persuadirte
            al remedio de mi honra;
            y varón, vengo a alentarte
            a que cobres tu corona.     
            Mujer, vengo a enternecerte
            cuando a tus plantas me ponga,
            y varón, vengo a servirte
            cuando a tus gentes socorra.
            Mujer, vengo a que me valgas     
            en mi agravio y mi congoja,
            y varón, vengo a valerte
            con mi acero y mi persona.
            Y así, piensa que si hoy
            como a mujer me enamoras,   
            como varón te daré
            la muerte en defensa honrosa
            de mi honor; porque he de ser,
            en su conquista amorosa,
            mujer para darte quejas,    
            varón para ganar honras.
 
SEGISMUNDO: (Cielos, si es verdad que sueño,  Aparte
            suspendedme la memoria,
            que no es posible que quepan
            en un sueño tantas cosas. 
            ¡Válgame Dios, quién supiera,
            o saber salir de todas,
            o no pensar en ninguna!
            ¿Quién vio penas tan dudosas:
            Si soñé aquella grandeza     
            en que me vi, ¿cómo agora
            esta mujer me refiere
            unas señas tan notorias?
            Luego fue verdad, no sueño;
            y si fue verdad --que es otra    
            confusión y no menor--,
            ¿cómo mi vida le nombra
            sueño?  Pues, ¿tan parecidas
            a los sueños son las glorias,
            que las verdaderas son 
            tenidas por mentirosas,
            y las fingidas por ciertas?
            ¡Tan poco hay de unas a otras
            que hay cuestión sobre saber
            si lo que se ve y se goza   
            es mentira o es verdad!
            ¿Tan semejante es la copia
            al original, que hay duda   
            en saber si es ella propia?
            Pues si es así, y ha de verse  
            desvanecida entre sombras
            la grandeza y el poder,
            la majestad, y la pompa,
            sepamos aprovechar
            este rato que nos toca,     
            pues sólo se goza en ella
            lo que entre sueños se goza.
            Rosaura está en mi poder;
            su hermosura el alma adora;
            gocemos, pues, la ocasión;     
            el amor las leyes rompa
            del valor y confïanza
            con que a mis plantas se postra.
            Esto es sueño; y pues lo es,
            soñemos dichas agora,     
            que después serán pesares.
            Mas ¡con mis razones propias
            vuelvo a convencerme a mí!
            Si es sueño, si es vanagloria,
            ¿quién por vanagloria humana   
            pierde una divina gloria?
            ¿Qué pasado bien no es sueño?
            ¿Quién tuvo dichas heroicas
            que entre sí no diga, cuando
            las revuelve en su memoria:
            "sin duda que fue soñado  
            cuanto vi?"  Pues si esto toca
            mi desengaño, si sé
            que es el gusto llama hermosa,
            que la convierte en cenizas
            cualquiera viento que sopla,     
            acudamos a lo eterno;
            que es la fama vividora
            donde ni duermen las dichas,
            ni las grandezas reposan.
            Rosaura está sin honor;   
            más a un príncipe le toca
            el dar honor que quitarle.
            ¡Vive Dios!, que de su honra
            he de ser conquistador,
            antes que de mi corona.     
            Huyamos de la ocasión,
            que es muy fuerte).  
 
 
                               A un soldado 
 
                         ¡Al arma toca
            que hoy de dar la batalla,
            antes que a las negras sombras
            sepulten los rayos de oro   
            entre verdinegras ondas.
ROSAURA:    ¡Señor!  ¿Pues así te ausentas?
            ¿Pues ni una palabra sola
            no te debe mi cuidado,
            ni merece mi congoja?  
            ¿Cómo es posible, señor,
            que ni me miras ni oigas?
            ¿Aun no me vuelves el rostro?
SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa,
            por ser piadoso contigo,    
            ser crüel contigo agora.
            No te responde mi voz,
            porque mi honor te responda;
            no te hablo, porque quiero
            que te hablen por mí mis obras;     
            ni te miro, porque es fuerza,
            en pena tan rigurosa,
            que no mire tu hermosura
            quien ha de mirar tu honra. 
 
                            Vase SEGISMUNDO 
 
ROSAURA:       ¿Qué enigmas, cielos, son éstas?  
            Después de tanto pesar,
            ¡aun me queda que dudar
            con equívocas respuestas!
 
                          Sale CLARÍN 
 
CLARÍN:        ¿Señora, es hora de verte?
ROSAURA:    ¡Ay, Clarín!  ¿Dónde has estado?
CLARÍN:     En una torre encerrado
            brujuleando mi muerte,
               si me da, o no me da;
            y a figura que me diera
            pasante quínola fuera     
            mi vida; que estuve ya
               para dar un estallido.
ROSAURA:    ¿Por qué?
CLARÍN:                Porque sé el secreto
            de quién eres, y en efeto,     
 
                             Dentro cajas 
  
            Clotaldo...   ¿Pero qué ruido  
               es éste?
ROSAURA:                 Qué puede ser?
CLARÍN:     Que del palacio sitiado
            sale un escuadrón armado
            a resistir y vencer
               el del fiero Segismundo.
ROSAURA:    ¿Pues cómo cobarde estoy,
            y ya a su lado no soy
            un escándalo del mundo,
               cuando ya tanta crueldad
            cierra sin orden ni ley?    
 
                  Vase ROSAURA.  Hablan dentro 
 
UNOS:       ¡Vive nuestro invicto rey!
OTROS:      ¡Viva nuestra libertad!
CLARÍN:        ¡La libertad y el rey vivan!
            Vivan muy enhorabuena;
            que a mí nada me da pena  
            como en cuenta me reciban,
               que yo, apartado este día
            en tan grande confusión,
            haga el papel de Nerón,
            que de nada se dolía.     
               Si bien me quiero doler
            de algo, y ha de ser de mí;
            escondido desde aquí
            toda la fiesta he de ver.
               El sitio es oculto y fuerte   
            entre estas peñas.  Pues ya
            la muerte no me hallará,
            ¡dos higas para la muerte!

Escóndese, suena ruido de armas. Salen el rey BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO huyendo
 
 
BASILIO:       ¿Hay más infelice rey?  
            ¿Hay padre más perseguido?
CLOTALDO:   Ya tu ejército vencido
            baja sin tino ni ley.
ASTOLFO:       Los traidores vencedores
            quedan.
BASILIO:            En batallas tales
            los que vencen son leales,  
            los vencidos, los traidores.
               Huyamos, Clotaldo, pues,
            del crüel, del inhumana
            rigor de un hijo tirano.    
             
      Disparan dentro y cae CLARÍN,
 herido, de donde está 
 
CLARÍN:     ¡Válgame el cielo!
ASTOLFO:                 ¿Quién es    
               este infelice soldado,
            que a nuestros pies ha caído
            en sangre todo teñido?
CLARÍN:     Soy un hombre desdichado,   
               que por quererme guardar
            de la muerte, la busqué.
            Huyendo de ella, topé
            con ella, pues no hay lugar
               para la muerte secreto;
            de donde claro se arguye    
            que quien más su efecto huye,
            es quien se llega a su efeto.
               Por eso tornad, tornad 
            a la lid sangrienta luego;
            que entre las armas y el fuego   
            hay mayor seguridad
               que en el monte más guardado;
            que no hay seguro camino
            a la fuerza del destino
            y a la inclemencia del hado;     
               y así, aunque a libraros vais
            de la muerte con huír.
            ¡Mirad que vais a morir,
            si está de Dios que muráis!  
 
                              Cae dentro 
 
BASILIO:    "¡Mirad que vais a morir
            si está de Dios que muráis!"
               Qué bien, ¡ay cielos!, persuade
            nuestro error, nuestra ignorancia
            a mayor conocimiento   
            este cadáver que habla
            por la boca de una herida
            siendo el humor que desata
            sangrienta  lengua que enseña
            que son diligencias vanas   
            del hombre cuantas dispone
            contra mayor fuerza y causa!
            Pues yo, por librar de muertes
            y sediciones mi patria,
            vine a entregarle a los mismos   
            de quien pretendí librarla.
CLOTALDO:   Aunque el hado, señor, sabe
            todos los caminos, y halla
            a quien busca entre los espeso
            de las peñas, no es cristiana  
            determinación decir
            que no hay reparo a su saña.
            Sí hay, que el prudente varón     
            victoria del hado alcanza;
            y si no estás reservado   
            de la pena y la desgracia,
            haz por donde te reserves.
ASTOLFO:    Clotaldo, señor, te habla
            como prudente varón
            que madura edad alcanza;    
            yo, como joven valiente.
            Entre las espesas ramas
            de ese monte está un caballo,
            veloz aborto del aura;
            huye en él, que yo entretanto  
            te guardaré las espaldas.
BASILIO:    Si está de Dios que yo muera,
            o si la muerte me aguarda
            aquí, hoy la quiero buscar,
            esperando cara a cara. 
 
   Tocan al arma y sale SEGISMUNDO
 y toda la compañía 
 
SEGISMUNDO: En lo intricado del monte,
            entre sus espesas ramas,
            el rey se esconde.  ¡Seguidle!
            No quede en sus cumbres planta
            que no examine el cuidado,  
            tronco a tronco, y rama a rama.
CLOTALDO:   ¡Huye, señor!
BASILIO:                 ¿Para qué?
ASTOLFO:    ¿Qué intentas?
BASILIO:                  Astolfo, aparta.
CLOTALDO:   ¿Qué quieres?
BASILIO:                 Hacer, Clotaldo,
            un remedio que me falta.    
 
                             A SEGISMUNDO 
 
            Si a mí buscándome vas,
            ya estoy, príncipe, a tus plantas.
            Sea de ellas blanca alfombra
            esta nieve de mis canas.
            Pisa mi cerviz y huella     
            mi corona; postra, arrastra
            mi decoro y mi respeto;
            toma de mi honor venganza,
            sírvete de mí cautivo;
            y tras prevenciones tantas, 
            cumpla el hado su homenaje,
            cumpla el cielo su palabra.
SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia,
            que de admiraciones tantas
            sois testigos, atended,     
            que vuestro príncipe os habla.
            Lo que está determinado
            del cielo, y en azul tabla
            Dios con el dedo escribió,
            de quien son cifras y estampas   
            tantos papeles azules
            que adornan letras doradas;
            nunca engañan, nunca mienten,
            porque quien miente y engaña
            es quien, para usar mal de ellas,     
            las penetra y las alcanza.
            Mi padre, que está presente,
            por excusarse a la saña
            de mi condición, me hizo
            un bruto, una fiera humana; 
            de suerte que, cuando yo
            por mi nobleza gallarda,
            por mi sangre generosa,
            por mi condición bizarra
            hubiera nacido dócil 
            y humilde, sólo bastara
            tal género de vivir,
            tal linaje de crïanza,
            a hacer fieras mis costumbres;
            ¡qué buen modo de estorbarlas! 
            Si a cualquier hombre dijesen
            "Alguna fiera inhumana
            te dará muerte," ¿escogiera
            buen remedio en despertallas
            cuando estuviesen durmiendo?     
            Si dijeras:  "Esta espada
            que traes ceñida, ha de ser
            quien te dé la muerte," vana
            diligencia de evitarlo
            fuera entonces desnudarla,  
            y ponérsela a los pechos.
            Si dijesen:  "Golfos de agua
            han de ser tu sepultura
            en monumentos de plata,"
            mal hiciera en darse al mar,     
            cuando, soberbio, levanta
            rizados montes de nieve,
            de cristal crespas montañas.
            Lo mismo le ha sucedido
            que a quien, porque le amenaza   
            una fiera, la despierta;
            que a quien, temiendo una espada
            la desnuda; y que a quien mueve
            las ondas de la borrasca.
            Y cuando fuera --escuchadme--    
            dormida fiera mi saña,
            templada espada mi furia,
            mi rigor quieta bonanza,
            la Fortuna no se vence
            con injusticia y venganza,  
            porque antes se incita más;
            y así, quien vencer aguarda
            a su fortuna, ha de ser
            con prudencia y con templanza.
            No antes de venir el daño 
            se reserva ni se guarda
            quien le previene; que aunque
            puede humilde --cosa es clara--
            reservarse de él, no es
            sino después que se halla 
            en la ocasión, porque aquésta
            no hay camino de estorbarla.
            Sirva de ejemplo este raro
            espectáculo, esta extraña
            admiración, este horror,  
            este prodigio; pues nada
            es más, que llegar a ver
            con prevenciones tan varias,
            rendido a mis pies a mi padre
            y atropellado a un monarca. 
            Sentencia del cielo fue;
            por más que quiso estorbarla
            él, no pudo; ¿y podré yo
            que soy menor en las canas,
            en el valor y en la ciencia,     
            vencerla?  Señor, levanta.
            Dame tu mano, que ya
            que el cielo te desengaña
            de que has errado en el modo
            de vencerle, humilde aguarda     
            mi cuello a que tú te vengues;
            rendido estoy a tus plantas.
BASILIO:    Hijo, que tan noble acción
            otra vez en mis entrañas
            te engendra, príncipe eres.    
            A ti el laurel y la palma 
            se te deben; tú venciste;
            corónente tus hazañas.
TODOS:      ¡Viva Segismundo, viva!
SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda  
            mi valor grandes victorias,
            hoy ha de ser la más alta
            vencerme a mí.  --Astolfo dé
            la mano luego a Rosaura,
            pues sabe que de su honor
            es deuda, y yo he de cobrarla.
ASTOLFO:    Aunque es verdad que la debo
            obligaciones, repara
            que ella no sabe quién es;
            y es bajeza y es infamia    
            casarme yo con mujer...
CLOTALDO:   No prosigas, tente, aguarda;
            porque Rosaura es tan noble 
            como tú, Astolfo, y mi espada
            lo defenderá en el campo; 
            que es mi hija, y esto basta. 
ASTOLFO:    ¿Qué dices?
CLOTALDO:                Que yo hasta verla
            casada, noble y honrada,
            no la quise descubrir.
            La historia de esto es muy larga;     
            pero, en fin, es hija mía.
ASTOLFO:    Pues, siendo así, mi palabra
            cumpliré.
SEGISMUNDO:          Pues, porque Estrella
            no quede desconsolada,
            viendo que príncipe pierde     
            de tanto valor y fama,
            de mi propia mano yo
            con esposo he de casarla
            que en méritos y fortuna
            si no le excede, le iguala. 
            Dame la mano.
ESTRELLA:                Yo gano
            en merecer dicha tanta.
SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal
            sirvió a mi padre, le aguardan
            mis brazos, con las mercedes     
            que él pidiere que le haga.
SOLDADO 1º:    Si así a quien no te ha servido
            honras, ¿a mí, que fui causa
            del alboroto del reino,
            y de la torre en que estabas     
            te saqué, qué me darás?
SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas
            de ella nunca, hasta morir
            has de estar allí con guardas;
            que el traidor no es menester    
            siendo la traición pasada.
BASILIO:    Tu ingenio a todos admira.
ASTOLFO:    ¡Qué condición tan mudada!
ROSAURA:    ¡Qué discreto y qué prudente!
SEGISMUNDO: ¿Qué os admira?  ¿Qué os espanta, 
            si fue mi maestro un sueño,
            y estoy temiendo, en mis ansias,
            que he de despertar y hallarme
            otra vez en mi cerrada  
            prisión?  Y cuando no sea,     
            el soñarlo sólo basta;
            pues así llegué a saber
            que toda la dicha humana,
            en fin, pasa como sueño,
            y quiero hoy aprovecharla   
            el tiempo que me durare,
            pidiendo de nuestras faltas
            perdón, pues de pechos nobles
            es tan propio el perdonarlas.

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



Más Teatro de Pedro Calderón de la Barca