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Nuestras invasiones exquisitas

[Ponencia. Texto completo.]

Luis López Nieves

Ponencia leída en el foro “100 años de colonialismo: El escritor y su entorno”, Ateneo Puertorriqueño, 18 de noviembre de 1998.


Me han pedido que hable sobre cien años de colonialismo. Pero no puedo hablar sobre cien años porque en realidad son más de 500. Si voy a hablar del 1898 tengo que empezar por el 1493, porque no es la primera vez que tenemos el aberrante honor de ser la colonia de un país poderoso.

Los descubrimientos, las conquistas y las colonias -todos, y no sólo los de 1898- son excelentes momentos para los escritores… y pueden servir de gran inspiración.

Un puñado de hombres conquistó México. En la batalla final el emperador Moctezuma reunió un ejército de un millón de indios y fue derrotado por los 600 aventureros de Hernán Cortés. Es como si ahora mismo nosotros, los que estamos aquí, nos embarcáramos y en pocos meses conquistáramos el Congo o Irak.

Más sorprendente -y poco conocido- es que la mayoría de los conquistadores fueron muchachos, muchas veces más jóvenes que los estudiantes universitarios de hoy día. En cuadros o películas vemos a conquistadores viejos y con barba. Pero recordemos que en esa época la expectativa de vida era de cuarenta años. Era la juventud la que andaba suelta por América. Hay un personaje interesantísimo que se llama Vicencio de Baeza. Era un veterano combatiente. Fundó San Salvador, en América Central, y luego se destacó por sus proezas guerreras en Paraguay. Parece que la fama se le fue a la cabeza, porque allí conspiró contra el gobernador Diego de Mendieta. El Gobernador mandó a torturarlo y luego lo ejecutó. Lo interesante en este caso es que Vicencio sólo tenía 21 años de edad. La sorpresa mayor, sin embargo, es que el gobernador Mendieta tenía 18 años de edad.

Mi primer libro, Seva, publicado en el 1984, trata sobre la invasión norteamericana de Puerto Rico. ¿Por qué? Opino que nuestras invasiones, al igual que la colonia, son una magnífica espuela para la imaginación. Por eso utilicé la última gran invasión. No la usé tal cual, por supuesto. Tomé los datos reales y los subvertí. El escritor no tiene que ser exacto, no tiene responsabilidad alguna con la supuesta realidad histórica. El único deber del escritor es ser verosímil y entretenido… y tener algo que decir. Por eso inventé que la invasión de julio de 1898 no era la primera invasión norteamericana: que hubo una invasión dos meses antes, por el pueblo de Seva, y que fracasó. Este cuento mío, ¿es verdad o ficción? Primero veamos otras invasiones que no sé por qué razón aún no han servido de inspiración -que yo sepa- a otros escritores puertorriqueños.

En el 1595 el famoso Francis Drake, a quien en esa época llamábamos el Draque, invadió Puerto Rico con 26 barcos, 3,000 infanteros y 1,500 marineros: esta poderosa flota fue uno de los más importantes intentos de conquista inglesa no sólo en el Caribe, sino en todo el Nuevo Mundo. El Draque asoló, saqueó y quemó muchas ciudades y poblados del Caribe, pero en Puerto Rico fracasó. No sólo fracasó: nuestras fuerzas defensivas mataron a dos famosos capitanes de la flota, y una bola de cañón penetró el camarote del Draque y lo hirió. Algunos historiadores afirman que el Drake murió poco después debido a las heridas recibidas en Puerto Rico. No comprendo por qué se sabe tan poco en el mundo sobre este admirable capítulo de nuestra historia.

Ahora bien: ¿cómo sería Puerto Rico si el Draque hubiera ganado? Aquí la imaginación no tiene que marchar mucho porque nos basta mirar hacia Jamaica. Esa isla también fue española hasta que los ingleses la capturaron. No es arriesgado, por tanto, aseverar que seríamos un país bastante similar a Jamaica. Hablaríamos un inglés parecido al de ellos. En vez de católicos seríamos preponderantemente anglicanos. Nuestra composición racial sería diferente, con una presencia africana más marcada. Nuestra capital se llamaría Saint John of Richport. Tendríamos fotos de la reina Isabel en las oficinas del gobierno y en nuestras casas. Nuestros carros circularían por el lado izquierdo de la carretera. Tantas cosas serían distintas, y esas diferencias son una cantera prácticamente inédita de historias que esperan ser contadas.

Hay tres invasiones más que me interesan mucho. En 1598 los ingleses regresaron. Fue la única vez, antes de 1898, en que ganaron los invasores. Sin embargo, a los pocos días de tomar El Morro se desató una virulenta epidemia de disentería que, como se sabe, es una diarrea dolorosa con mezcla de sangre. Los ingleses empezaron a morir uno tras otro de disentería, y podrán imaginar ustedes qué clase de muerte es esa. Finalmente, debilitados y supongo que asustados, los ingleses se montaron en sus barcos y huyeron. Así la diarrea nos salvó de la segunda invasión victoriosa de Puerto Rico, después de la española y antes de la norteamericana, que es la tercera. ¿Por qué no se ha escrito en Puerto Rico una novela sobre este suceso tragicómico?

En 1625 los holandeses invadieron Puerto Rico y fracasaron. Quemaron la famosa biblioteca del Obispo, lo cual recuerdo haber aprendido cuando estaba en cuarto o quinto grado. Hoy día la idea de hablar inglés no nos asusta tanto, por razones obvias. Pero ¿cómo hablaríamos o seríamos si nos hubiera cogido el holandés? Es bastante divertido visualizar las posibilidades literarias de un Puerto Rico con una rubia reina holandesa. Reina dinástica, y no de belleza.

Ahora bien: yo imagino que todos ustedes, al igual que yo, tienen una invasión favorita. La mía es la inglesa de 1797. Hay una copla puertorriqueña, muy famosa, que dice:

En el puente de Martín Peña
mataron a Pepe Díaz
el soldado más valiente
que el Rey de España tenía.

¿Quién fue Pepe Díaz? ¿Por qué nadie en Puerto Rico parece saber cuál fue la hazaña de este hombre a quien nuestro folclor ha inmortalizado?

En 1797 se llevó a cabo la más grande invasión inglesa de Puerto Rico. Se estima que la imponente flota consistía de 72 barcos y más de 14,000 hombres. Tras una lucha prolongada los ingleses fueron expulsados y nuevamente nos salvamos de la posibilidad de ser angloparlantes. De hecho, la historia de esta invasión es probablemente la más dramática de todas. Pienso escribir una novela sobre esta invasión, especialmente sobre su última etapa que es espectacular y transcurrió cerca de donde actualmente vivo: en Monteflores, el sector alto que está al lado de la Universidad del Sagrado Corazón. Además, esta invasión sirvió para que naciera un personaje literario.

El sargento mayor del Toa, Pepe Díaz, reunió a 50 milicianos voluntarios de su pueblo y acudió al rescate de la capital. En el puente de Martín Peña, tras una lucha heroica cuyos detalles no se conocen, Pepe Díaz recibió de frente la descarga de un cañón y murió. Tan gloriosamente luchó que hasta el día de hoy se le recuerda en la copla. Yo creo -y lo digo con mucha convicción- que si no se conocen los detalles de su heroísmo, me parece evidente -y necesario- que algún escritor debería inventarlos.

Llegamos ahora a la más reciente invasión y a la siguiente pregunta: ¿Cómo seríamos si los norteamericanos hubieran triunfado? Algunos dirían que no hay que usar la imaginación: ya lo sabemos, porque triunfaron. Pero el escritor no se conforma con la cruda realidad. Por eso me surge la pregunta que dejé pendiente: ¿Seva es realidad o ficción?

Respondo con otra anécdota. Seva es la historia de un pueblo que fue conquistado por los norteamericanos y luego sepultado debajo de la base naval de Roosevelt Roads. Pues bien, para el 1991 se me pidió que escribiera sobre un proyecto de restauración en el Viejo San Juan. Llegué sin saber nada, pero al leer la información me enteré, estupefacto, de la desconocida historia del Barrio de Ballajá. Cuando los norteamericanos invadieron Puerto Rico el casco de San Juan se dividía en 5 barrios o sectores: uno de ellos era Ballajá. De hecho, era el sector más nuevo y monumental de la ciudad. Los norteamericanos le amputaron el barrio a la capital y le construyeron encima una base militar que se llamaba Fort Brooke. Ningún miembro de mi generación conocía el Barrio Ballajá. Era un sector vedado de San Juan, estaba prohibida la entrada, al igual que ahora está prohibido entrar a la base de Roosevelt Roads en Ceiba.

¿Seva es realidad o ficción? Yo creo que Ballajá, un barrio que fue sepultado bajo una base militar, es la confirmación de Seva. Demuestra que la intuición literaria, aunque parezca irreverente, muchas veces es más efectiva que la historia cuando se quiere llegar a la verdad. A la verdadera verdad.

Cuando publiqué Seva me busqué muchos enemigos que pedían mi cabeza a gritos. Dos personas incluso me invitaron a pelear. Decían que yo le había faltado el respeto a la puertorriqueñidad al ponerme a jugar con la historia. Por eso he dicho hoy que los escritores no tenemos responsabilidad alguna con la exactitud. Sólo la tenemos con la imaginación y con el arte y con nuestras conciencias. Tenemos que ser entretenidos y verosímiles, pero no tenemos que ser exactos ni realistas.

Llevo seis años trabajando mi nuevo libro: La verdadera muerte de Juan Ponce de León. Consiste de relatos ubicados en el Caribe del siglo XVI. Es decir: está inspirado en la primera invasión, y en la conquista. El primer cuento lleva el título del libro. Lo escribí en el 1992. Lo leí públicamente, por primera vez, aquí mismo en el Ateneo, en una actividad auspiciada por el PEN Club en el 1993. Lo publiqué en el 1994 y en el 1996, ambas veces fuera de Puerto Rico. El cuento explica cómo murió Juan Ponce de León en realidad, y está basado en unos manuscritos que encontré en el Arzobispado de San Juan. Los otros cuentos se titulan: “El gran secreto de Cristóbal Colón”, basado en unos papeles que encontré en el Archivo de Indias de Sevilla y que revelan un terrible secreto que guardó Colón hasta su muerte; “El Conde de Ovando”, que trata sobre uno de los primeros gobernadores de Puerto Rico, que quiso hacer experimentos científicos; “La última noche de Rodrigo de las Nieves”, que narra la historia de un heroico defensor de San Juan durante un ataque de piratas; y “El suplicio caribeño de fray Juan de Bordón”, basado en la historia real de un fraile francés que encontraron oculto en los bosques de Aguada en el 1580.

Este nuevo libro es una respuesta a la pregunta que nos estamos planteando aquí esta tarde. ¿Qué pienso sobre el 1898? Es una invasión más, la tercera. No fue la primera, tal vez no sea la última. Como escritor me interesa faltarle el respeto a las invasiones. Supongo que de alguna manera extravagante me he propuesto acabarlas a golpetazos de imaginación. Deséenme suerte y muchas gracias.

FIN


Ponencia leída en el foro “100 años de colonialismo: El escritor y su entorno”, Ateneo Puertorriqueño, 18 de noviembre de 1998.


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