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Oda IV: Canción al nacimiento de la hija del marqués de Alcañices

[Poema - Texto completo.]

Fray Luis de León

Inspira nuevo canto,
Calíope, en mi pecho aqueste día,
que de los Borjas canto
y Enríquez la alegría
del rico don que el cielo les envía.
Hermoso sol luciente,
que el día das y llevas, rodeado
de luz resplandeciente
más de lo acostumbrado,
sal, y verás nacido tu traslado.
O si te place agora
en la región contraria hacer manida,
detente allá en buen hora,
que con la luz nacida
podrá ser nuestra esfera esclarecida.
Alma divina, en velo
de femeniles miembros encerrada,
cuando veniste al suelo
robaste de pasada
la celestial riquísima morada.
Diéronte bien sin cuento,
con voluntad concorde y amorosa,
quien rige el movimiento
sexto, con la alta dïosa
de la tercera rueda poderosa.
De tu belleza rara
el envidioso viejo mal pagado
torció el paso y la cara,
y el fiero Marte airado
el camino dejó desocupado.
Y el rojo y crespo Apolo,
que tus pasos guiando descendía
contigo al bajo polo,
la cítara hería
y con divino canto ansí decía:
«Desciende en punto bueno,
espíritu real, al cuerpo hermoso,
que en el ilustre seno
te espera deseoso,
por dar a tu valor digno reposo.
Él te dará la gloria,
que en el terreno cerco es más tenida,
de agüelos larga historia,
por quien la no sumida
nave, -por quien la España fue regida.
Tú dale, en cambio desto,
de los eternos bienes la nobleza,
deseo alto, honesto,
generosa grandeza,
claro saber, fe llena de pureza.
En su rostro se vean
de tu beldad sin par vivas señales;
los sus dos ojos sean
dos luces celestiales,
que guíen al bien sumo a los mortales.
El cuerpo delicado,
como cristal lucido y transparente,
tu gracia y bien sagrado,
tu luz, tu continente
a sus dichosos siglos represente.
La soberana agüela,
dechado de virtud y hermosura,
la tía, de quien vuela
la fama, en quien la dura
muerte mostró lo poco que el bien dura.
Con todas cuantas precio
de gracia y de belleza hayan tenido,
serán por ti en desprecio
y puestas en olvido,
cual hace la verdad con lo fingido.
¡Ay tristes, ay, dichosos
los ojos que te vieren! Huyan luego,
si fueren poderosos,
antes que prenda el fuego,
contra quien no valdrá ni oro ni ruego.
Ilustre y tierna planta,
gozo del claro tronco y generoso,
creciendo te levanta
a estado el más dichoso,
de cuantos dio ya el cielo venturoso».



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