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Otros escritos filosóficos – Cielo material


Voltaire

CIELO MATERIAL. Las leyes de la óptica, fundadas en la naturaleza de las cosas, disponen que desde nuestro pequeño globo veamos siempre como una bóveda rebajada, aunque no exista más bóveda que nuestra atmósfera, que no está rebajada; que veamos siempre rodar los astros por esa bóveda, y como en un mismo círculo, aunque no existan más que cinco planetas principales, diez lunas y un anillo que caminan como nosotros por el espacio; que nuestro sol y nuestra luna nos parezcan siempre un tercio mayores en el horizonte que en el cenit, aunque estén más cerca del observador en el cenit que en el horizonte.

Así es como vemos el cielo material. Por estas reglas invariables de la óptica vemos los planetas tan pronto retrógrados, tan pronto estacionarios, y no son ni una cosa ni otra. Si estuviéramos en el Sol, veríamos todos los planetas y los cometas girar con regularidad a su alrededor en las elipses que Dios les asigna; pero estamos en el planeta que se llama Tierra, esto es, en un rincón desde el que no podemos gozar de todos los espectáculos. No acusemos, pues, con Malebranche de error a nuestros sentidos, porque las leyes constantes de la naturaleza, emanadas de la voluntad inmutable del Todopoderoso y proporcionadas a la constitución de nuestros órganos, no pueden ser errores.

Sólo podemos ver la apariencia de las cosas, pero no su realidad. Lo mismo nos engañamos cuando el Sol, ese astro que es un millón de veces más grande que la Tierra, nos parece liso y de dos pies de anchura, que cuando en un espejo convexo vemos un hombre en la dimensión de algunas pulgadas.

Si los magos caldeos fueron los primeros que se aprovecha- ron de la inteligencia que Dios les concedió para medir y colocar en su sitio los globos celestes, otros pueblos más groseros no les imitaron. Esos pueblos, infantiles y salvajes, supusieron que la Tierra era llana, que estaba sostenida en el aire, no sé cómo, quizá por su propio peso; de que el Sol, la Luna y las estrellas caminaban continuamente por un arco de bóveda sólido que llamaron firmamento; que ese arco conducía las aguas, y teniendo puertas de espacio en espacio, las aguas salían por ellas para humedecer la Tierra. Pero ¿cómo reaparecían el Sol, la Luna y los demás astros después de haberse puesto? No lo sabían. El cielo tocaba con la tierra llana; no había, pues, medio de que el Sol, la Luna y las estrellas girasen por debajo de la Tierra y fuesen a aparecer en el Oriente después de haberse puesto en el Occidente. Verdad es que esos ignorantes tenían razón por casualidad, no concibiendo que el Sol y las estrellas fijas girasen alrededor de la Tierra; pero estaban muy lejos de sospechar que el Sol estuviera inmóvil, y que la Tierra, con su satélite, girara alrededor de él con los demás planetas. Había más distancia desde sus fábulas hasta el verdadero sistema del mundo, que la que hay desde las tinieblas a la luz.

Creían que el Sol y las estrellas volvían por caminos desconocidos, después de haber descansado de su carrera, en el mar Mediterráneo, sin saber precisamente en qué sitio. No conocían otra astronomía hasta el tiempo de Hornero, que es más reciente, pues los caldeos guardaban en secreto su ciencia con la idea de que el pueblo los respetara. Hornero dice más de una vez que el Sol se sumerge en el Océano, donde repara sus fuerzas con la frescura de las aguas durante la noche, y pasada ésta se dirige al sitio por donde ha de salir siguiendo caminos que desconocen los mortales.

Como entonces la mayor parte de los pueblos de la Siria y los griegos conocían algo el Asia y una pequeña parte de Europa, pero no tenían noción alguna de los países que están al norte del Ponto-Euxino y al mediodía del Nilo, se figuraron que la Tierra era un tercio más larga que ancha, y que por consecuencia el cielo, que estaba tocando con la Tierra y la abarcaba, era también más largo que ancho. De esto provinieron los grados de longitud y de latitud cuyos nombres conservamos, aunque han sufrido reforma dichos grados.

El libro de Job, que compuso un antiguo árabe, el cual tenía algún conocimiento de astronomía, puesto que se ocupa de las constelaciones, se expresa, sin embargo, de este modo: «¿Dónde estabais cuando yo abrí los cimientos de la Tierra? ¿Quién tomó de ellos las dimensiones y sobre qué base? ¿Quién puso la piedra angular?» El estudiante menos aprovechado le hubiera contestado hoy. La Tierra no tiene piedra angular, ni base, ni cimientos; y respecto a sus dimensiones, las conocemos perfectamente, porque desde Magallanes hasta Bougainville varios navegantes han dado la vuelta al mundo. El mismo estudiante le taparía la boca al declamador Lactancio ya todos los que antes y después de él han dicho que la Tierra está fundada en el agua y que el cielo no puede estar debajo de la Tierra, y que, por lo tanto, es ridículo e impío suponer que existan los antípodas.

Es curioso leer el desdén y la compasión que inspiran a Lactancio los filósofos que, desde hace cuatrocientos años, empezaron a conocer la carrera aparente del Sol y de los planetas, la redondez de la Tierra, la diafanidad de los cielos, cuyo espacio recorren los planetas dentro de sus órbitas, etcétera, lo que hace exclamar a dicho escritor: «Es incomprensible por qué gradación los filósofos han llegado al extremo de la locura de creer que la Tierra era una bola y de rodear a ésta de cielo». El mismo estudiante replicaría a los doctores que se expresan de ese modo, dándoles la siguiente lección: «Sabed que no existen cielos sólidos colocados unos sobre otros, como habéis supuesto; que no existen círculos reales en los que los astros giren dentro de un supuesto disco; sabed que el Sol ocupa el centro del mundo planetario, que la Tierra y los demás planetas giran a su alrededor en el espacio, y no trazando círculos, sino elipses. Sabed que no hay arriba ni abajo, porque los planetas y los cometas tienden todos hacia el Sol, que es su centro, y el Sol tiende hacia ellos por la ley de la gravitación eterna».

Lactancio y los demás charlatanes que han opinado como él se quedarían asombrados si vieran cómo es en realidad el sistema del mundo.

FIN


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