¡Oh pajarita de papel! Águila de los niños. Con las plumas de letras, sin palomo y sin nido.
Las manos aún mojadas de misterio te crean en un frío anochecer de otoño, cuando mueren los pájaros y el ruido de la lluvia nos hace amar la lámpara, el corazón y el libro.
Naces para vivir unos minutos en el frágil castillo de naipes que se eleva tembloroso como el tallo de un lirio. y meditas allí ciega y sin alas que pudiste haber sido el atleta grotesco que sonríe ahorcado por un hilo, el barco silencioso sin remeros ni velamen, el lírico buque fantasma del miedoso insecto, o el triste borriquito que escarnecen, haciéndolo Pegaso, los soplos de los niños.
Pero en medio de tu meditación van gotas de humorismo. Hecha con la corteza de la ciencia te ríes del Destino, y gritas: “Blanca Flor no muere nunca, ni se muere Luisito. La mañana es eterna, es eterna la fuente del rocío”
Y aunque no crees en nada dices esto, no se enteren los niños de que hay sombra detrás de las estrellas y sombra en tu castillo.
En medio de la mesa, al derrumbarse tu azul mansión, has visto que el milano te mira ansiosamente: “Es un recién nacido. una pompa de espuma sobre el agua del sufrimiento vivo”
Y tú vas a sus labios luminosos mientras ríen los niños, y callan los papás, no se despierten los dolores vecinos.
Así pájaro clown desapareces para nacer en otro sitio. Así pájaro esfinge das tu alma de ave fénix al limbo.
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