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Relación acerca de las antigüedades de los indios

[Crónica de Indias - Texto completo.]

Fray Ramón Pané

INTRODUCCIÓN

Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe el idioma de éstos, recogió por mandato del Almirante.1

Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, escribo lo que he podido averiguar y saber acerca de las creencias e idolatría de los indios, y cómo veneran a sus dioses, lo cual trataré en la presente relación.

Cada uno, al adorar los ídolos que tienen en casa y les llaman cemíes, guarda un modo particular y superstición. Creen que hay en el Cielo un ser inmortal, que nadie puede verlo y que tiene madre, mas no tiene principio; a éste llaman Yocahu Vagua Maorocoti,2 y a su madre llaman Atabex, Iermaoguacar, Apito y Zuimaco, que son cinco nombres.3 Estos de los que escribo son   [p. 37]   de la isla Española, porque de las demás islas no sé cosa alguna, pues no las he visto. También saben de qué parte vinieron, y de dónde tuvieron su origen el sol y la luna y cómo se hizo el mar y dónde van los muertos. Creen que los muertos se aparecen por los caminos cuando alguno va solo, porque cuando van muchos juntos, no se les presentan. Todo esto les han hecho creer sus antepasados, porque ellos no saben leer, ni contar hasta más de diez.

CAPITULO I

De dónde proceden los indios y de qué manera.

La isla Española tiene una provincia llamada Caonao,4 en la que hay una montaña   [p. 38]   de nombre Canta,5 y en ella dos grutas denominadas Cacibayagua y Amayauba.6 De Cacibayagua salió la mayor parte de la gente que pobló la isla. Cuando vivían en aquella gruta, ponían guardia de noche, y se encomendaba este cuidado a uno que se llamaba Marocael, el cual, porque un día tardó ir a la puerta, dicen que lo arrebató el sol. Viendo, pues, que el sol se había llevado a éste por su mala guardia, le cerraron la puerta, y fue transformado en piedra, cerca de la entrada. Dicen también que otros,   [p. 39]   habiendo ido a pescar, fueron cogidos por el sol y se convirtieron en árboles llamados jobos, y de otro modo Mirobalanos. El motivo por que Marocael velaba y hacía la guardia era para ver a qué parte enviaría la gente o la repartiría, y no parece sino que tardó para su mayor mal.

CAPITULO II

Cómo se separaron los hombres de las mujeres.

Sucedió que uno que se llamaba Guaguyona dijo a otro, de nombre Yadruvava, que fuese a coger una hierba llamada digo, con la que se limpian el cuerpo cuando van a bañarse; éste fué delante de ellos, mas lo arrebató el sol en el camino y se convirtió en pájaro que canta por la mañana, como el ruiseñor, y se llama Yahuva Bayael. Guaguyona, viendo que éste no volvía cuando lo envió a coger el digo, resolvió salir de la gruta Cacibayagua.

CAPITULO III

Entonces, Guaguyona, indignado, resolvió marcharse, viendo que no volvían aquellos que había enviado a coger el digo para bañarse, y dijo a las mujeres: dejad a vuestros maridos, vámonos a otras tierras y llevemos mucho digo.7 Dejad a vuestros hijos, y llevemos solamente dicha hierba con nosotros, que después volveremos por ellos.

CAPITULO IV

Guaguyona salió con todas las mujeres, anduvo buscando otros países y llegó a Matinino, donde muy luego dejó las mujeres y se fue a otra región llamada Guanín; habían dejado los niños pequeños junto a un arroyo. Después, cuando el hambre empezó a molestarles, dícese que lloraban y llamaban a sus madres que se habían ido. Los padres no podían dar consuelo a los hijos, que llamaban con hambre a sus madres, diciendo mamá, indudablemente para demandar la teta. Llorando así al pedir la teta diciendo too, too, como quien demanda una cosa con gran deseo y mucho ahínco, fueron transformados en animalillos a modo de ranas, que se llaman tona, por la petición que hacían de la teta, y de esta manera quedaron todos los hombres sin mujeres.

CAPITULO V

Cómo volvieron después las mujeres a la isla llamada Española, que antes llevaba el nombre de Haití, y así la llaman los habitantes de ella; anteriormente, ésta y las otras islas se llamaban Bouhi.

Como los indios no tienen escrituras, ni letras, no pueden dar buena información de lo que saben acerca de sus antepasados, y por esto no concuerdan en lo que dicen, y menos se puede escribir ordenadamente lo que refieren. Cuando se marchó Guaguyona, aquel que se llevó [a] todas las mujeres, también se fueron con él las de su cacique, llamado Anacacuya, engañándolo como engañó a otros; también se fue un cuñado de Guahayona,8 dicho Anacacuya, que entró en el mar, y dijo Guahayona a su cuñado estando en la canoa: “mira qué hermoso cobo hay en el agua”; el cobo es el caracol de mar. Cuando Anacacuya miraba el agua para ver el cobo, su cuñado Guahayona lo cogió por los pies y tirólo al mar; luego tomó todas las mujeres para sí y dejó las de Matanino, donde hoy se dice que no hay más que hembras; él se fue a otra isla, llamada Guanin y se llamó así por lo que se llevó cuando fue allí.

CAPITULO VI

Cómo Guahayona volvió a la mencionada Canta, de donde había antes sacado a las mujeres.

Dicen que estando Guahayona en la tierra donde había ido, vio que había dejado en el mar una mujer, de lo que él recibió gran alegría, y muy luego buscó muchos lavatorios para limpiarse, por estar lleno de aquellas úlceras que nosotros llamamos mal francés. Fue puesto luego en una guanara, que quiere decir lugar apartado, y estando allí curó de sus llagas.9 Después pidió permiso para seguir su camino y ella se lo concedió. Llamábase esta mujer Guabonito, y Guahayona cambió de nombre, llamándose en lo sucesivo Biberoci Guahayona. La dueña Guabonito dio a Biberoci Guahayona muchos guanines y muchas cibas, para que las llevara sujetas a los brazos, pues en aquel país las cibas son piedras que semejan mucho al mármol, y las llevan pendientes de los brazos, y al cuello. Los guanines los llevan en las orejas, que se las agujerean cuando son pequeños; son aquéllos de metal como de florín. El origen de estos guanines dicen que fueron Guabonito, Albeborael, Guahayona y el padre de Albeborael. Guahayona se quedó en la tierra con su padre, llamado Yauna. Su hijo, de parte de padre, se llamaba Hia Guaili Guanin, que quiere decir hijo de Yauna; después se llamó Guanin, y hoy lleva el mismo nombre. Como los indios no tienen letras, ni escrituras, no saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo escribirlas con exactitud. Por lo cual creo que pongo primeramente lo que debía ser lo último, y lo último lo que debía estar antes; pero todo lo que escribo es según me lo contaron, y por tanto, yo lo refiero como lo supe de los indios.

CAPITULO VII

Cómo volvieron las mujeres de la isla de Haití, que ahora se llama la Española.

Digo que un día fueron a bañarse los hombres; estando en el agua llovía recio, y sentían mucho deseo de tener mujeres; muchas veces, cuando llovía, habían ido a buscar las huellas de sus mujeres, pero no podían encontrar alguna noticia de éstas; mas aquel día, bañándose, dicen que vieron echarse de encima de algunos árboles, por medio de las ramas10, cierta forma de personas que no eran ni hombres, ni mujeres, pues no tenían sexo de varón, ni de hembra; procuraron cogerlas, pero ellas se escurrían como si fuesen anguilas; por esto llamaron a dos o tres hombres, por mandato de su cacique, para que, pues ellos no podían cogerlas, esperasen cuantas fuesen, y buscasen para cada una un hombre que fuese Caracaracol, esto es, que tuviera las manos ásperas, y así, las sujetarían fuertemente. Dijeron al cacique que había cuatro, y llevaron estos cuatro hombres que eran caracaracoles; caracaracol es una enfermedad como roña, que hace al cuerpo muy áspero. Después que las hubieron cogido, deliberaron cómo podrían convertirlas en mujeres, pues no tenían sexo de varón, ni de hembra.

CAPITULO VIII

Cómo hallaron medio de que fuesen mujeres.

Buscaron un pájaro que se llama inriri, y antiguamente inrire cahuvayal, que vive en los árboles, y en nuestro idioma se llama pico. Juntamente tomaron aquellas personas sin sexo de varón, ni de hembra, les ataron los pies y las manos, cogieron el ave mencionada y se la ataron al cuerpo; el pico creyendo que aquéllas eran maderos, comenzó la obra que acostumbra, picando y agujereando en el lugar donde ordinariamente suele estar la naturaleza de las mujeres. De este modo dicen los indios que tuvieron mujeres, según contaban los muy viejos; como yo escribí con presura y no tenía papel bastante, no podré poner en un lugar lo que por error llevé a otro; pero con todo ello no me he equivocado, porque ellos lo creen como lo llevo escrito. Volvamos ahora a lo que habíamos de colocar antes; esto es, acerca de la opinión de los indios en punto al origen y principio del

CAPITULO IX

Cómo cuentan que fue hecho el mar.

Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben su nombre11; el hijo de éste llamábase Yayael, que quiere decir hijo de Yaya; queriendo Yayael matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo ausente cuatro meses; después, su padre lo mató, puso los huesos en una calabaza y la colgó en el techo de su casa12, donde estuvo pendiente algún tiempo. Sucedió un día que con deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: quiero ver a nuestro hijo Yayael; ella se alegró con esto y tomando la calabaza la volcó para ver los huesos de su hijo; de ella salieron muchos peces grandes y pequeños, por lo que viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces resolvió comérselos. Dicen que, un día, habiendo ido Yaya a sus conucos, que quiere decir posesiones, que eran de una herencia, llegaron cuatro hijos de una mujer llamada Itiba Yauvava, todos de un vientre y gemelos, pues esta mujer, habiendo muerto de parto, la abrieron y sacaron los cuatro dichos hijos. El primero que extrajeron fue Caracaracol, que quiere decir lleno de roña; Caracaracol fue llamado13; los otros no tenían nombre.

CAPITULO X

Cómo los cuatro hijos gemelos de Itiba Tauvava, que murió de parto, fueron juntos a coger la calabaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que se había convertido en pez, y ninguno se atrevió a tamarla sino Dimivan Caracaracol, que la descolgó y todos se hartaron de peces.

Mientras comían sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y queriendo en aquel apuro colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que cayó en tierra y se rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella calabaza que llenó toda la tierra, y con ella murieron muchos peces. Entonces dicen que tuvo origen el mar. Salidos después de allí hallaron un hombre al que llamaron Conel, que era mudo.

CAPITULO XI

De lo que aconteció a los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya.

Estos, tan luego como llegaron a la puerta de Basamanaco14 y notaron que llevaba cazabi, le dijeron: Ayacavo Guarocoel, que quiere decir: conozcamos a nuestro abuelo. Entonces, Demivan Caracaracol, viendo delante a sus hermanos, entró a su casa para ver si podía hallar algún cazabi, que es el pan que se come en aquel país. Caracaracol, entrado en casa de Ayamanaco, le pidió cazabi, que es el mencionado pan; éste se puso la mano en la nariz y le echó en la espalda una mucosidad15 llena de cohoba, que había mandado hacer aquel día; la cohoba es cierto polvo que ellos toman algunas   [p. 52]   veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán. Toman ésta con una caña, medio brazo de larga; ponen un extremo en la nariz, y otro en aquel polvo, y así lo aspiran por la nariz y les hace purgar grandemente16. De este modo les dio por pan aquella mucosidad, en vez del pan que hacía, y se fue muy indignado porque se lo habían pedido. Caracaracol, después de esto, volvió a sus hermanos y les contó lo que le había sucedido con Bayamanicoel, y cómo le había echado una mucosidad en la espalda, la que le dolía fuertemente. Entonces, sus hermanos le miraron la espalda y vieron que la tenía muy hinchada; creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto   [p. 53]   de morir, por lo que procuraron cortarla, y no pudieron; mas tomando una hacha de piedra, se la abrieron y salió fuera una tortuga viva, hembra17; entonces edificaron una casa y llevaron a ella la tortuga. De esto yo no he sabido más; poco vale lo que llevo escrito. Dicen también que el sol y la luna salieron de una gruta que está en el país de un cacique llamado Maucia Tivuel, a cuya gruta, que llaman Yobovava, la veneran mucho y la tienen toda pintada a su modo, sin alguna figura humana, pero con muchos follajes y otras cosas semejantes. En aquella gruta estaban dos cemíes hechos de piedra, del tamaño de medio brazo, con las manos atadas y en actitud de sudar; cuyos cemíes estiman ellos mucho, y cuando no llovía dicen que entraban allí a visitarlos y de repente venía la lluvia. De estos cemíes, a uno llamaban Boinayol y al otro Maroya.

CAPITULO XII

De lo que piensan acerca de andar vagando los muertos; cómo son éstos y lo que hacen.

Creen que hay un lugar al que van los muertos, que se llama Coaibai, que está en un extremo de la isla, llamado Soraya. El primero que estuvo en el Coaibai dicen que fue uno llamado Maquetaurie Guayaba, que era señor del Coaibai, casa y habitación de los muertos.

CAPITULO XIII

Del aspecto que dicen tener los muertos.

Dicen que durante el día los muertos están recluidos; por la noche van a recreo y comen cierto fruto que se llama guabaza, que tiene sabor de…18 que de día están…   [p. 55]   [encerrados]19. A la noche, se convierten en fruta, tienen su recreo, y van juntamente con los vivos. Para conocer los muertos tienen esta manera: que con la mano les tocan el vientre, y si no les encuentran el ombligo dicen que es operito, que quiere decir muerto, pues dicen que los muertos no tienen ombligo; y así se engañan algunas veces, porque no reparando en esto, yacen con alguna mujer de las del Coaibai, y cuando piensan abrazarlas, no tienen nada, porque desaparece de repente. Tal es lo que creen hasta hoy acerca de esto. Mientras vive una persona llaman al alma goeiz, y después de muerta la denominan opia; el goeiz dicen que se aparece muchas veces, ya en forma de hombre, o ya de mujer, y afirman que ha habido hombre que se atrevió a pelear con un goeiz, y queriendo abrazarlo, éste desaparecía y el indio metía los brazos más allá, encima de algunos árboles, de los cuales quedaba   [p. 56]   colgado. Esto lo creen todos en general, lo mismo los pequeños que los mayores, y también que se les aparecen los muertos en forma de padre, de madre, de hermanos, de parientes, o de otras formas. El fruto del que dicen alimentarse los muertos, es del tamaño de un melocotón. Los muertos no se les aparecen de día, sino siempre de noche, y por ello, no sin gran miedo se atreve algún indio a ir solo de noche.

CAPITULO XIV

De dónde procede esto, y lo que les hace estar en tal creencia.

Hay algunos hombres que practican entre ellos, llamados bohutis, los cuales hacen muchos engaños, como más adelante diremos, para hacerles creer que hablan con los muertos, y por esto saben todos los hechos y los secretos de los indios, y cuando están enfermos les quitan la causa del mal, y así los engañan, como yo lo tengo visto en   [p. 57]   parte con mis ojos, bien que de las otras cosas conté solamente lo que había oído a muchos, especialmente a los principales, con los cuales he tratado más que con otros; pues éstos creen en tales fábulas con mayor certidumbre que los otros, porque, lo mismo que los moros, tienen su ley expuesta en canciones antiguas, por las que se gobiernan, igualmente que los moros por la escritura20. Cuando quieren cantar sus canciones, tañen cierto instrumento que se llama mayohavau, que es de madera, cóncavo, fuerte y muy delgado, largo de un brazo, y ancho de medio brazo; la parte donde se toca tiene la forma de tenazas de herrador, y el otro lado semejante a una   [p. 58]   maza, de modo que parece una calabaza con el cuello largo. Este instrumento que ellos tañen hace tanto ruido que se oye a distancia de una legua y media. Al son de éste cantan sus canciones, que las saben de memoria; lo tocan los hombres principales, que aprenden a manejarlo desde niños, y a cantar según su costumbre. Pasemos ahora a tratar de otras muchas cosas acerca de las ceremonias y costumbres de estos gentiles.

CAPITULO XV

De las observaciones de estos indios buhuitihu; cómo profesan la medicina, enseñan a los indios, y en sus curas medicinales muchas veces se engañan.

Todos o la mayor parte de los indios de la isla Española tienen muchos cemíes de diversos géneros. Unos donde tienen los huesos de su padre, de su madre, de los parientes y de otros sus antepasados, los cuales   [p. 59]   están hechos de piedra o de madera; de ambas clases poseen muchos; hay algunos que hablan; otros que hacen nacer las cosas de comer; otros que hacen llover, y otros que hacen correr los vientos; todo lo cual creen aquellos simples ignorantes, que lo hacen los ídolos, o por hablar más propiamente el demonio, pues no tienen conocimiento de nuestra Santa Fe. Cuando alguno está enfermo, le llevan el buhuitihu, que es el médico21; éste es obligado a guardar dieta, lo mismo que el doliente, y a poner cara de enfermo, lo cual se hace así para lo que ahora sabréis. Es preciso que el médico se purgue también como el enfermo, y para purgarse toma cierto polvo llamado cohoba, aspirándolo por la nariz, el cual les embriaga de tal   [p. 60]   modo que luego no saben lo que se hacen, y así dicen muchas cosas fuera de juicio, afirmando que hablan con los cemíes, y que éstos les han dicho de dónde provino la enfermedad.

CAPITULO XVI

De lo que hacen dichos buhitihus.

Cuando van a visitar a algún enfermo, antes que salgan de su casa toman hollín de los pucheros, o carbón molido, y con él se ponen negra toda la cara, para hacer creer al enfermo lo que quieran acerca de su dolencia. Luego toman algunos huesecillos y un poco de carne, y envolviendo todo aquello en algo para que no se caiga, se lo meten en la boca, estando ya el enfermo purgado con el polvo que hemos dicho. Entrado el médico en casa del doliente se sienta y todos callan; si allí hay niños los echan fuera, para que no impidan su oficio al buhitihu, no quedando en la casa sino   [p. 61]   uno o dos de los más principales. Estando ya solos, toman algunas matas del gueyo, anchas, y otra hierba, envuelta en una hoja de cebolla, media cuarta de larga; la de las matas de gueyo es la que toman todos comúnmente; amasada con la mano la reducen a pasta, y luego se la ponen en la boca por la noche, para vomitar aquello que han comido, a fin de que no les haga daño. Entonces comienzan a entonar el canto mencionado, y tomando una antorcha beben aquel jugo. Hecho esto lo primero, después de poco tiempo se levanta el buhitihu, va hacia el enfermo, que está solo en medio de la casa, como se ha dicho, le da dos vueltas, como le parece; luego se lo pone delante, le toma por las piernas, le palpa los muslos y de allí hasta los pies; después, tira de él fuertemente, como si quisiera arrancar alguna cosa; va a la puerta de la casa, la cierra, y habla diciendo: “Vete luego a la montaña, o al mar, o donde quieras”, y da un soplo como si despidiese una paja; vuelve de nuevo, junta las manos, cierra la boca; le tiemblan aquéllas   [p. 62]   como si tuviese frío; se las sopla; aspira el resuello, como cuando chupa la médula del hueso, y sorbe al enfermo por el cuello, el estómago, la espalda, las mejillas, el pecho, el vientre y por otras partes del cuerpo. Hecho esto comienza a toser, y a poner mala cara, como si hubiese comido alguna cosa amarga, escupe en la mano y saca lo que ya hemos referido que se puso en la boca en su casa, o por el camino, sea piedra o hueso o carne, como ya se ha dicho. Si es cosa de comer dice al enfermo: “Has de saber que tú has comido una cosa que te ha producido el mal que padeces; mira cómo te lo he sacado del cuerpo, donde tu cemí te lo había puesto porque no le hiciste oración, o no le fabricaste algún templo, o no le diste alguna heredad”. Si es piedra dice: “Guárdala muy bien.” Algunas veces, por estar cierto de que estas piedras son buenas y ayudan a parir a las mujeres, las tienen muy custodiadas, y envueltas en algodón, las ponen en cestillas, y les dan de comer lo mismo que a ellos; igualmente hacen con los cemíes que tienen   [p. 63]   en casa. Si algún día solemne llevan mucho de comer, ya sean peces, carne, pan o cualquier otra cosa, ponen todo en la casa del cemí, para que coma de ello el ídolo. Al día siguiente, llevan toda esta provisión a sus casas, después que ha comido el cemí. Y así les ayuda Dios, como el cemí come de aquello, ni de otra cosa, porque el cemí es obra muerta, hecha de piedra o de madera.

CAPITULO XVII

Cómo se engañan a veces estos médicos.

Cuando después de haber hecho las cosas mencionadas, sin embargo, el enfermo llega a morir, si el muerto tiene muchos parientes, o es señor de un pueblo y puede hacer frente a dicho buhitihu , que quiere decir médico, pues los que poco pueden no se atreven a disputar con estos médicos, aquel que le quiere dañar hace lo siguiente: Queriendo saber si el enfermo ha muerto por   [p. 64]   culpa del médico, o porque no guardó la dieta como éste le ordenó, toman una hierba que se llama gueyo, que tiene las hojas semejantes al basílicon, gruesa y larga, por otro nombre llamada zacón. Sacan el jugo de la hoja, cortan al muerto las uñas y los cabellos que tiene encima de la frente, los reducen a polvo entre dos piedras, mezclan esto con el jugo de dicha hierba y lo dan a beber al muerto por la boca, o por la nariz, y haciendo esto preguntan al muerto si el médico fue ocasión de su muerte, y si observó la dieta. Esto se lo demandan muchas veces hasta que al fin habla tan claramente como si fuese vivo, de modo que viene a responder todo aquello que se le pedía, diciendo que el buhitihu no observó la dieta, y fue ocasión entonces de su muerte; añaden que le pregunta el médico si está vivo, y cómo habla tan claramente; y él responde que está muerto. Después que han sabido lo que querían, lo vuelven al sepulcro de donde lo sacaron para saber de él lo que hemos dicho. Hacen también de otro modo las mencionadas ceremonias para saber   [p. 65]   lo que quieren; toman al muerto; encienden una gran hoguera semejante a la de los carboneros al hacer carbón, y cuando los leños se han convertido en ascuas, echan el muerto en aquel fuego, lo cubren de tierra, como el carbonero cubre el carbón, y allí lo dejan cuanto quieren; estando así, le preguntan, como ya hemos dicho en el otro caso; el muerto responde que nada sabe; se lo interrogan diez veces, y en adelante ya no habla más. Le preguntan si está muerto, pero él no habla más que estas diez veces.

CAPITULO XVIII

Cómo los parientes del muerto se vengan cuando han tenido respuesta por medio de las bebidas.

Júntanse un día los parientes del muerto, esperan al mencionado buhitihu, y le dan tantos palos que le rompen las piernas, los brazos y la cabeza, de modo que lo muelen,   [p. 66]   y dejándolo así, creen haberle muerto. A la noche dicen que van muchas sierpes de diversas clases, blancas, negras, verdes y de otros muchos colores, las cuales lamen la cara y todo el cuerpo del médico que dejaron por muerto, como hemos dicho. Este permanece así dos o tres noches; en este tiempo, dicen que los huesos de las piernas y de los brazos tornan a unirse y se sueldan, de modo que se levanta, camina despacio y se vuelve a su casa; quienes lo ven le interrogan diciendo: “¿no estabas muerto?”; pero él responde que los cemíes fueron en su auxilio en forma de culebras. Los familiares del muerto, muy airados, como creían haber vengado la muerte de su pariente, viéndolo vivo se desesperan, y procuran tenerle a mano para matarlo; si lo pueden coger otra vez, le sacan los ojos y le rompen los testículos, porque dicen que ninguno de estos médicos puede morir a palos y golpes, por muchos que reciba, si antes no le arrancan los testículos.   [p. 67]

[CAPITULO XVIII BIS]

Cómo saben lo que quieren, por lo que queman, y cómo cumplen su venganza.

Cuando descubren el fuego, el humo que se levanta, sube hacia arriba hasta que lo pierden de vista y hace ruido al salir del horno; vuelve luego abajo, entra en casa del médico buhitihu, y éste, de repente, en aquel instante enferma si no observó la dieta, se llena de úlceras y se le pela todo el cuerpo; así tienen prueba de que no ha guardado la dieta, y por ello murió el enfermo. Por lo cual procuran matarlo, según hemos dicho del otro. Estas son las hechicerías que suelen hacer.

CAPITULO XIX

Cómo hacen y guardan los cemíes de madera o de piedra.

Los de madera se hacen de la siguiente manera: Cuando alguno va de camino y le   [p. 68]   parece ver algún árbol que se mueve hasta la raíz, aquel hombre se detiene asustado y le pregunta quién es; el árbol responde: “Trae aquí un buhitihu; él te dirá quién soy”22 . Aquel indio, llegado al médico, le dice lo que ha visto. El hechicero o brujo va luego a ver el árbol de que el otro le habló, se sienta junto a él y hace la cohoba, como arriba hemos dicho en la historia de los cuatro hermanos. Hecha la cohoba, se levanta y le dice todos sus títulos como si fueran de un gran señor, y le dice: “Dime quién eres, qué haces aquí, qué quieres de mí y por qué me han hecho llamar; dime si quieres que te corte, o si quieres venir conmigo, y cómo quieres que te lleve; yo te construiré una casa con una heredad.” Entonces, aquel árbol o cemí, hecho   [p. 69]   ídolo o diablo, le responde diciendo la forma en que quiere que lo haga. El brujo lo corta y lo hace del modo que se le ha ordenado, le edifica su casa con una posesión, y muchas veces al año le hace la cohoba, cuya cohoba es para tributarle oración, para complacerle, para saber del cemí algunas cosas malas o buenas, y también para pedirle riquezas. Cuando quieren saber si alcanzarán victoria contra sus enemigos, entran en una casa en la que no penetra nadie sino los hombres principales; su señor es el primero que comienza a hacer la cohoba y toca un instrumento. Mientras éste hace la cohoba ninguno de los que están en su compañía habla hasta que éste ha concluido. Después que acaba su discurso, está algún tiempo con la cabeza baja, y los brazos encima de las rodillas; luego alza la cabeza mirando al cielo y habla. Entonces, todos contestan a un tiempo con voz alta, y luego que han hablado todos para darle gracias, les cuenta la visión que tuvo embriagado con la cohoba que tomó por la nariz y se le subió a la cabeza; dice haber   [p. 70]   hablado con los cemíes, y que los indios conseguirán victoria; que sus enemigos huirán; que habrá una gran mortandad, guerras, hambres u otras cosas tales, según él, que está borracho, quiere decir. Júzguese cómo tendrán el cerebro, pues dicen que han visto las casas con los cimientos hacia arriba, y que los hombres caminan con los pies mirando al cielo. Esta cohoba se la hacen no solamente a los cemíes de piedra y de madera, mas también a los cuerpos de los muertos, según arriba hemos dicho. Los cemíes de piedra son de diversas hechuras; algunos hay que suponen sacados por los médicos del cuerpo de los enfermos; de éstos guardan aquellos que son mejores para el parto de mujeres preñadas. Hay otros que hablan, los cuales son de figura de un grande nabo con las hojas extendidas por tierra, y largas como las de las alcaparras. Estas hojas se parecen generalmente a las del olmo; otras, tienen tres puntas y creen que ayudan a nacer la yuca; su raíz es semejante al rábano, la hoja tiene generalmente seis o siete puntas; no sé a qué cosa compararla,   [p. 71]   porque no he visto alguna que se le parezca en España, ni en otro país. El tallo de la yuca es de la altura de un hombre. Digamos ahora de la fe que tienen en lo que se refiere a sus ídolos y cemíes, y de los grandes engaños que de éstos reciben.

CAPITULO XX

Del cemí Buyayba, del que dicen que cuando hubo guerras lo quemaron, y después, lavándolo con el jugo de la yuca, le crecieron los brazos, le nacieron de nuevo los ojos y creció de cuerpo.

La yuca era pequeña, y la lavaron con el agua y el jugo mencionado para que fuese grande. Afirman que da enfermedades a quienes han hecho este cemí, por no haberle llevado yuca para comer. Este cemí era llamado Vaibrama 23 . Cuando alguno   [p. 72]   enfermaba, llamaban al buhitihu y le preguntaban de qué procedería su dolencia; éste respondía que Vaibrama se la había enviado, porque no les envió de comer a los que tenían cuidado de su casa. Esto decía el buhitihu que lo había revelado el cemí Vaibrama.

CAPITULO XXI

Del cemí de Guamorete.

Dicen que cuando hicieron la casa de Guamorete, que era un hombre principal, pusieron allí un cemí que tenía encima de aquélla, y era llamado Corocote. Después, dicen que éste se levantó y se fue a distancia de un tiro de ballesta, junto al agua. Añaden que cuando estaba encima de la casa, bajaba de noche y yacía con las mujeres, y que después de morir Guamorete   [p. 73]   dicho cemí se fue a la casa de otro cacique, donde también allí dormía con las mujeres. Dicen más, que en la cabeza le nacieron dos coronas, por lo que solía decirse: “Pues tiene dos coronas, ciertamente es hijo de Corocote.” Así lo tenían por muy cierto. Este cemí lo tuvo luego otro cacique de nombre Guatabanex, cuyo pueblo era llamado Yacaba.

CAPITULO XXII

De otro cemí que se llamaba Opiyelguoviran, que lo tenía un hombre principal de nombre Cavavaniovava, que tenía muchos vasallos a su mando.

Del cemí Opiyelguoviran dicen que tiene cuatro pies como de perro; es de madera; muchas veces, por la noche salía de casa y se escondía en la selva, donde iban a buscarle, y vuelto a casa lo ataban con cuerdas, pero él se volvía al bosque. Cuando los cristianos llegaron a la isla Española,   [p. 74]   dicen que éste huyó y se fue a una laguna; que lo siguieron por sus huellas, pero no lo vieron más, ni saben nada de él. Como lo compré así lo vendo.

CAPITULO XXIII

De otro cemí llamado Guabancex.

El cemí Guabancex estaba en el país de un gran cacique de los principales, que se llamaba Aumatex; este cemí es mujer, y dicen que hay otros dos en su compañía: el uno es anunciador, y el otro recogedor y gobernador de las aguas. Cuando Guabancex se encoleriza, dicen que hace correr el viento y el agua, echa por tierra todas las cosas y arranca los árboles; este cemí dicen que es mujer, y está hecho de piedras de aquel país; los otros dos cemíes que están en su compañía don dichos, el uno Guatauva, y es pregonero y heraldo, que por mandato de Guabancex ordena que todos los otros cemíes de aquella provincia ayuden   [p. 75]   a que haga viento y caiga lluvia. El otro se llama Coatrisquie, y de éste dicen que recoge las aguas en los valles entre las montañas, y después las deja correr para que destruyan el país. Así lo tienen por cierto.

CAPITULO XXIV

Lo que creen de otro cemí que se llama Faraguvaol.

Este cemí pertenece a un cacique principal de la isla Española; es un ídolo y se le dan distintos nombres; fue hallado de la siguiente manera: Dícese que un día, antes [de] que la isla fuese descubierta, en el tiempo pasado, no saben cuánto, yendo de caza hallaron cierto animal tras del que corrieron y él se arrojó a una fosa; mirando en ésta vieron un madero que parecía cosa viva; el cazador, notando esto, fue a su señor, que era cacique y padre de Guarayonel, y le dijo lo que había observado. Luego   [p. 76]   fueron allá y vieron que aquello era como el cazador decía, por lo que cerca de aquel tronco le edificaron una casa. Dicen que el cemí salía de aquella casa varias veces y se iba al paraje de donde le habían traído, pero no en el mismo lugar, sino cerca; por esto, el mencionado señor, o su hijo Guarayonel, lo mandaron buscar y lo hallaron escondido; lo ataron de nuevo y lo pusieron en un saco. Sin embargo de esto, andaba, atado, lo mismo que antes. Así lo tiene por cierto aquella gente ignorante.

CAPITULO XXV

De las cosas que afirman haber dicho dos caciques principales de la isla Española; uno de ellos Cacivaquel, padre del mencionado Guarionel; el otro, Gamanacoal.

El gran Señor que dicen morar en el cielo, según está escrito en el principio de este libro, mandó Cacivaquel hacer el ayuno   [p. 77]   que observan comúnmente todos ellos24, para lo que están recluídos cinco o seis días sin comer cosa alguna, excepto jugos de las hierbas con que se lavan. Acabado este tiempo comienzan a comer algunas cosas que les dan sustento. En el tiempo que están sin comer, por la debilidad que sienten en el cuerpo y en la cabeza, dicen que han visto algunas cosas, quizá por ellos anheladas, pues todos hacen aquel ayuno en honor de los cemíes que tienen, para saber si alcanzarán victoria de sus enemigos, por adquirir riquezas o por cualquier otra cosa que desean. Dicen que este cacique afirmó haber hablado con Yiocavugama, quien les había anunciado que cuantos viviesen después de su muerte, gozarían poco de su dominio, porque llegaría al país una gente vestida que les dominaría y mataría, y se morirían de hambre. Pero ellos pensaron   [p. 78]   que éstos serían los caníbales; mas luego, considerando que éstos no hacían sino robar y marcharse, creyeron que sería otra gente aquella de la que el cemí hablaba. Por eso creen ahora ser el Almirante y los hombres que llevó consigo. Ahora referiré lo que yo he visto y pasado cuando yo y otros hermanos estábamos en la isla Española25; yo fray Ramón, pobre ermitaño, me quedé y fui a la Magdalena, una fortaleza que mandó construir don Cristóbal Colón26, Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y tierra firme de las Indias, por mandato del Rey D. Fernando y de la Reina doña Isabel, nuestros señores. Estando yo en aquella fortaleza en compañía de Arteaga, su capitán, por mandado del mencionado Gobernador D. Cristóbal Colón, quiso Dios iluminar con la luz de la Santa Fe católica toda una casa de la gente   [p. 79]   principal de la fortaleza de la Magdalena, cuya provincia se llamaba Marcorix27, y el señor de ella Guavaoconel, que quiere decir hijo de Guavaenequin. En dicha casa estaban sus servidores y favoritos, que son llamados yahu naboriu28 y eran en total diez y seis personas, todos parientes, entre los cuales había cinco hermanos varones. De éstos, uno murió, y los otros cuatro recibieron el agua del santo bautismo. Creo que murieron mártires, por lo que se vio en su perseverancia y su muerte. El primero que recibió la muerte, o sea el agua del santo bautismo, fue un indio llamado Guaticava, que después recibió el nombre de Juan. Éste fue el primer cristiano que sufrió muerte cruel, y tengo por cierto que la tuvo de mártir, porque, según he oído   [p. 80]   de algunos que estuvieron cuando murió, decía: Dios naboria daca, Dios naboria daca, que quiere decir: yo soy siervo de Dios. Así murió también su hermano Antonio, y con éste otro, diciendo lo mismo que aquél. Los de esta casa siempre estuvieron conformes en hacer cuanto me agradaba. Todos los que quedaron vivos y aún viven hoy, son cristianos, por obra del mencionado D. Cristóbal Colón, Virrey y Gobernador de las Indias; ahora hay muchos más cristianos por la gracia de Dios.

Diremos ahora lo que sucedió en la fortaleza de la Magdalena. Hallándome en la mencionada Magdalena, fue el señor Almirante en socorro de Arteaga y de algunos cristianos asediados por sus enemigos, vasallos de un cacique principal llamado Caonabó. Entonces el señor Almirante me dijo que Macorix, provincia de la Magdalena, tenía lengua distinta de la otra, y que no era usado su idioma en toda la isla; por lo que yo, me fuese a vivir con otro cacique principal, de nombre Guarionex, señor de muchos vasallos, pues la lengua de éste se   [p. 81]   entendía por todo el país. Así, por su mandato, me fui a vivir con el dicho Guarionex. Verdad es que dije al señor Gobernador don Cristóbal Colón: “Señor, ¿cómo quiere Vuestra Señoría que yo vaya a estar con Guarionex, no sabiendo más lengua que la de Macorix? Déme Vuestra Señoría licencia para que venga conmigo alguno de los del Nuhuirci, que después fueron cristianos, y sabían las dos lenguas”. Me lo concedió y dijo que llevase a quien quisiera. Dios, por su bondad, me dio por compañía el mejor de los indios, el más experto en la santa Fe católica; después me lo quitó; alabado sea Dios que me lo dio y luego me lo arrebató. Verdaderamente, yo lo tenía por buen hijo y hermano; era éste Guaicavanu29, que después fue cristiano y se llamó Juan. De las cosas que allí nos acontecieron, yo, pobre ermitaño, diré alguna; cómo salimos yo y Guaicavanu, fuimos a la Isabela y allí esperamos al señor Almirante hasta   [p. 82]   que volvió del socorro que dio a la Magdalena; tan pronto como llegó, nosotros nos fuimos adonde el señor Gobernador nos había mandado, en compañía de uno que se llamaba Juan de Ayala, que tuvo a su cargo una fortaleza que dicho Gobernador don Cristóbal Colón hizo fabricar, media legua del lugar donde nosotros habíamos de residir. El señor Almirante mandó a dicho Juan de Ayala que nos diese de comer de todo lo que había en la fortaleza, que es llamada la Concepción. Estuvimos con aquel cacique Guarionex casi dos años, enseñándole siempre nuestra Santa Fe y las costumbres de los cristianos. Al principio mostró buen deseo, y dio esperanza de que haría cuanto nosotros quisiésemos, y de ser cristiano, pues decía que le enseñásemos el Padrenuestro, el Ave María , el Credo y todas las otras oraciones y cosas que son propias de un cristiano. Aprendió el Pater noster, el Ave María y el Credo; lo mismo hicieron muchos de su casa; todas las mañanas decía sus oraciones y hacía que las rezasen dos veces los de su casa. Pero después   [p. 83]   se enojó y abandonó su buen propósito, por culpa de otros principales de aquel país, los cuales le reprendían porque obedecía la ley cristiana, siendo así que los cristianos eran crueles y se habían apoderado de sus tierras por la fuerza. Por esto le aconsejaban que no se ocupase más en las cosas de los cristianos, sino de concertarse y conjurarse para matarlos, porque no podían contentarlos, y habían resuelto no seguir en algún modo sus costumbres. Por esto se apartó de su buen propósito, y nosotros, viendo que se separaba y dejaba lo que le habíamos enseñado, resolvimos marchamos e ir donde se pudiese hacer más fruto, enseñando a los indios y doctrinándolos en las cosas de la santa fe. Así, que nos fuimos a otro cacique principal, que mostraba buena voluntad, diciendo que quería ser cristiano, el cual se llamaba Maviatúe.

[CAPITULO XXV BIS]

Cómo salimos para ir al país de Maviatúe, yo, fray Ramón Pané, pobre ermitaño, fray Juan de Borgoña, de la Orden de San Francisco, y Juan Mateo, el primero que recibió el agua del santo bautismo en la isla Española.

Al día siguiente que salimos del pueblo y morada de Guarionex, para ir a otro cacique llamado Maviatúe, la gente de Guarionex edificaba una casa junto a la de oración; en ésta habíamos dejado algunas imágenes, ante las cuales se arrodillaban y rezaban los catecúmenos, que eran la madre, los hermanos y los parientes del mencionado Juan Mateo, el primer cristiano, a los que se agregaron otros siete; después, todos los de su casa se hicieron cristianos y perseveraron en su buen propósito según nuestra fe; de modo que toda la familia quedaba para guardar la casa de oración y algunas posesiones que yo había labrado o hecho labrar. Habiendo quedado en custodia   [p. 85]   de dicha casa, el segundo día después que nos fuimos a Maviatúe, llegaron seis hombres a la casa de oración que dichos catecúmenos, en número de siete, tenían bajo su custodia, y por mandato de Guarionex, les dijeron tomasen aquellas imágenes que yo les había dejado en su poder a los catecúmenos, y las rompiesen y destrozasen, pues fray Ramón y sus compañeros se habían marchado y no sabrían los autores de esto. Los seis criados de Guarionex que fueron allí, encontraron a los seis muchachos que custodiaban la casa de oración, temiendo lo que después sucedió; los muchachos, advertidos, se opusieron a que entraran, mas ellos penetraron a la fuerza, tomaron las imágenes y se las llevaron.

CAPITULO XXVI

De lo que aconteció con las imágenes, y del milagro que Dios hizo para mostrar su poder.

Salidos los indios de la casa de oración, tiraron las imágenes al suelo, las cubrieron con tierra y después las pisaron, diciendo: “Ahora serán buenos y grandes tus frutos”; esto lo decían por haberlas sepultado en un campo de labor, y, por tanto, sería bueno el fruto que allí se había plantado; todo ello, por vituperio. Visto lo referido por los muchachos que guardaban la casa de oración por mandato de los mencionados catecúmenos, fueron a los mayores, que estaban en sus posesiones, y les contaron cómo la gente de Guarionex había destrozado y escarnecido las imágenes. Tan luego como lo supieron, dejaron lo que hacían, y corrieron gritando a decírselo a D. Bartolomé Colón, que tenía el gobierno por el   [p. 87]   Almirante, su hermano, cuando éste se fue a Castilla. D. Bartolomé, como lugarteniente del Virrey y Gobernador de las islas, formó proceso contra los malhechores, y, sabida la verdad, los hizo quemar públicamente. No obstante Guarionex y sus vasallos no se apartaron del mal propósito que tenían de matar los cristianos en cierto día designado para que llevasen el tributo de oro que pagaban. Pero tal conjuración fue descubierta, y luego apresados el mismo día que se proponían llevarla a efecto. Sin embargo, continuando en su perverso designio, lleváronlo a ejecución, y mataron a cuatro hombres y a Juan Mateo, escribano mayor, y a su hermano Antonio, que habían recibido el santo bautismo; luego corrieron adonde estaban escondidas las imágenes y las tiraron hechas pedazos. Pasados algunos días, el señor de aquel campo fue a sacar ajes, que son ciertas raíces semejantes a nabos, y otras, parecidas a rábanos; en el lugar donde estaban las imágenes enterradas habían nacido dos o tres ajes, como si los hubiesen puesto el uno por medio del   [p. 88]   otro, en forma de cruz. No era probable que alguien encontrase tal cruz, y, sin embargo, la halló la madre de Guarionex, la mujer más mala que he conocido en aquellas tierras, la cual juzgó que esto era un gran milagro, y dijo al castellano de la fortaleza de la Concepción: “Este prodigio ha mostrado Dios donde fueron halladas las imágenes. Dios sabe para qué”.

Digamos ahora cómo se hicieron cristianos los primeros que recibieron el santo bautismo, y lo que es necesario hacer para que se hagan todos cristianos.

Verdaderamente, la isla necesita mucha gente para castigar a los señores cuando no son dignos; enseñar a los indios las cosas de la santa fe católica y doctrinarlos en ésta, porque no pueden o no saben oponerse; yo puedo decirlo con verdad, pues me he fatigado para saber todo esto y tengo certeza que se habrá entendido por lo que hasta ahora llevo escrito; y al buen entendedor pocas palabras bastan.

Los primeros cristianos que hubo en la isla Española fueron los que ya hemos mencionado,   [p. 89]   a saber: Yavauvariu, en casa del cual había diez y siete personas que todas se hicieron cristianas solamente con darles a conocer que hay un Dios que ha hecho todas las cosas y creó el cielo y la tierra, sin discutir acerca de otra cosa, ni se les diese más a entender, porque eran propensos a la fe. Pero, con los otros se necesita fuerza e ingenio, porque no son todos del mismo carácter, pues algunos tienen buen principio y mejor fin; otros, que comienzan bien, y se ríen luego de lo que les habían enseñado; para éstos hacen falta la fuerza y el castigo. El primero que recibió el bautismo en la isla Española fue Juan Mateo, que se bautizó el día del evangelista San Mateo, en el año 1496, y después toda su casa, donde hubo muchos cristianos.

Aún se iría más adelante, si hubiese quien los amaestrase y enseñase la fe católica, y gente que los refrenase. Si alguno me pregunta por qué yo creo tan fácil este negocio, diré que lo he visto por experiencia, y especialmente en un cacique principal llamado   [p. 90]   Mahuviativire, el cual hace ya tres años que continúa en la buena voluntad de ser cristiano, y no tiene más que una mujer, aunque suelen tener dos o tres, y los principales, hasta diez, quince y veinte.

Esto es lo que yo he podido entender y saber acerca de las costumbres y los ritos de los indios de la Española, por la diligencia que puse. En lo cual no pretendo alguna utilidad espiritual, ni temporal. Plega a nuestro señor que todo ello se convierta en alabanza y servicio suyo, y en darme gracia de perseverar; y si ha de ser de otra manera, que me quite el conocimiento.

Fin de la obra del pobre ermitaño Ramón Pané.


NOTAS

[nota 1]

Se ha perdido el texto original de este opúsculo, aprovechado por Pedro Mártir de Angleria en su Década I, lib. IX, caps. IV a VII, y en sus Epístolas, núms. 177, 180, 189 y 190; luego, por el P. Las Casas en su Apologética, Capitulos CXX, CLXVI y CLXVII.

Hay una buena edición del opúsculo de Fr. Ramón en la Raccolta Colombiana, parte I, vol. I, págs. 213 a 223, donde se coteja el texto de Ulloa con las citas de Pedro Mártir, el P. Las Casas y el Trevisano.

Las Casas, Apologética, cap. CXX, dice de Fr. Ramón que era “un catalán que había tomado hábito de ermitaño…, hombre simple y de buena intuición que sabía algo de la lengua de los indios”. En el cap. CLXVII dice de Fr. Ramón : “vino a ella [a Española] cinco años antes que yo”.

[nota 2]

Las Casas, Apologética, cap. CXX: “nombráronlo Yocahu Vagua Maorocoti; no sé lo que por este nombre quisieron significar”.

[nota 3]

Las Casas, Apologética, cap. CXX: “Dios tenía madre, cuyo nombre era Atabex, y un hermano suyo, Guaca, y otros desta manera.”

“El mismo Dios dicen que tiene madre, llamada con estos cinco nombres, a saber: Attabeira, Mamona, Guacarapita, Iella, Guimazoa.” –Pedro M. Angleria, Década, I, libro IX, cap. IV.

[nota 4]

El P. Las Casas, que describe las provincias de la isla Española (Apologética, caps. II a IX), no cita alguna de dicho nombre; quizá se trate de la llamada Cubao, muy montuosa.

[nota 5]

“La roca en que se abren las cuevas la llaman Canta: la cueva mayor, Cazibaxagua; la menor, Amayauva.” –P. M. de Angleria, Década I, lib. X, cap. V.

[nota 6]

En la versión de Ulloa, estos y otros nombres indígenas usados en la isla Española, están acomodados a las grafías del italiano, y así, transcribe ya, por gia; por lo que debemos leer Cacibayagua, por Cacibagiagua; Guaguyona, por Guagugiona; Yahuba, por Giahuba.

[nota 7]

Ulloa, assai gioie, traducción inexacta.

[nota 8]

Guahayona es el mismo que antes ha llamado Ulloa Guagugiona, y éste parece su verdadero nombre.

[nota 9]

El palo de guayacán, en cocimiento, era eficacísimo para la curación del mal de las bubas. Esto, y la dieta, eran los medios empleados por los indios, como escribe Fernández de Oviedo, Hist. de las Indias, lib. X, cap. II: “se han visto muy grandes curas que ha hecho este árbol en hombres que de mucho tiempo estaban tollidos e hechos pedaços, de muy cruda llagas, y con extremados dolores… Toman astillas delgadas deste palo, e algunos le hacen picar menudo, y en cantidad de dos açumbres de agua echan media libra de palo, o algo más, e cuece hasta que mengua las dos partes, e quítanlo del huego e reposase; e después bebe el paciente una escudilla de aquella agua por la mañana, en ayunas, veynte o treynta días… y en aquel tiempo guarda mucha dieta, e no come carne, ni pescado, sino passas e cosas secas e poca cantidad”.

El guayacán abundaba muchísimo en la Isla Española y en las inmediatas.

[nota 10]

Pedro Mártir, Déc., I, 1. IX, c. V: “veluti formicarum agmina reptare per arbores myrobalanos”.

[nota 11]

Ulloa: “Fu un uomo chiamato Giaia, di cui non sanno il nome.”

[nota 12]

Pedro Mártir, ep. 180: “cineres cucurbicula inclusit, myrobalano arbori, ne terra macularentur, appendit”.

[nota 13]

Falta el nombre.

[nota 14]

Pedro Mártir, Déc. I, lib. IX, cap. V: pistoris domum.

[nota 15]

Pedro Mártir, loc cit., conspuisse.

[nota 16]

Las Casas, Apologética, cap. CLXVI: “Tenían hechos ciertos polvos de ciertas yerbas… estos ponían en un plato redondo, no llano, sino un poco algo combado o hondo, hecho de madera, tan hermoso, liso y lindo, que no fuera muy más hermoso de oro o de plata; era cuasi negro y lucio como de azabache.”

En el texto de Ulloa hay una palabra, Cirtose, que es errata del traductor o del impresor.

[nota 17]

Pedro Mártir, Déc. I, lib. IX, cap. V: “ex cuius ulcere natam aiunt feminam qua mutuo fratres illi omnes usi sunt, atque ab ea ferunt filios filiasque genuisse”.

[nota 18]

Falta una palabra en el texto de Ulloa.

[nota 19]

Laguna de otra palabra.

[nota 20]

Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias, libro V, cap. I: “En esta isla [Española], a lo que he podido entender, sólo sus cantares, que ellos llaman areytos, es su libro o memorial que de gente en gente queda de los padres a los hijos, y de los presentes a los venideros.”

A continuación describe cómo se hacían estas danzas, y se recitaban los areytos.

[nota 21]

Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias, libro V, cap. I, los llama huhitís: ” Tenían ciertos hombres entre sí, que llamaban buhití, que servían de arúspices o agoreros.”

El P. Las Casa, Apologética, cap. CXX, los denomina behiques y bohiques.

[nota 22]

Las Casas, Apologética, cap. CXX: “Cuando algún indio iba camino y vía algún árbol que con el viento más que otro se movía, de lo cual el indio tenía miedo, llegábase a él y preguntábale: ¿Tú quién eres? Y respondía el árbol: Llámame aquí un bohique y él te dirá quién yo soy.”

[nota 23]

Las Casas, Apologética, cap. CLXVI: “Como lo que contaban del Cemí de Buyayba (que creo era un pueblo) y el Cemí nombraban Vaybrama, la penúltima sílaba luenga.”

[nota 24]

Las Casas, Apologética, cap. CLXVII, “había fama y credulidad en esta Isla, que cierto cacique y rey dellos hizo cierta abstinencia al Señor Grande que vive en el cielo.”

[nota 25]

Ulloa, Castiglia.

[nota 26]

Las Casas, lib. I, cap. CX: “mandó hacer dos fortalezas, una que llamó la Magdalena… en la cual puso por alcaide a… Luis de Artiaga.”

[nota 27]

“Macorix de abajo… tierra de un señor que se llamaba Guavaoconel.” Las Casas, Historia, lib. I, cap. CX.

[nota 28]

Los naboriu, sirvientes, criados, era una clase social de los indios, conservada luego por los españoles con el título de naborías.

[nota 29]

Antes, le ha llamado Ulloa, Guaticava.

FIN



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