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Comentario – El conde de Ovando*
[Tomado de El cuento hispanoamericano]

Seymour Menton


A diferencia de los pocos cuentos históricos del siglo diecinueve y de la mayoría de las novelas históricas decimonónicas, “El conde de Ovando” es una obra bien estructurada y muy dramática que capta el interés de los lectores desde el principio y lo mantiene hasta el final. Uno de sus aspectos más sobresalientes es el carácter fuerte de los dos protagonistas, el Conde y su hija doña Isabel, quienes son responsables por los conflictos dramáticos entre las distintas autoridades en el Puerto Rico del siglo dieciséis (y en las otras colonias hispanoamericanas): el Gobernador, es decir el Conde, el Obispo, las órdenes religiosas y el Rey. Sin embargo, además de plasmar una visión totalizante del espacio colonial, que incluye las calles del viejo San Juan, hay algo que crea la impresión de que se trata de una parodia de la narrativa histórica del siglo diecinueve, cuyos prototipos podrían ser la novela El visitador (1868) del guatemalteco José Milla y el cuento “Rosa” (1847) del chileno José Victorino Lastarria.

La insinuación de una posible interpretación paródica se da en la explicación de cómo se volvió tuerto el Conde: “-Cuando niño me dejaron solo en la cuna. Un gallo entró a mi casa, picome el ojo y se lo comió”. Con un sólo ojo verde, el Conde se empeña en realizar experimentos “científicos” algo exagerados para convertir “esta isla en el centro de la nueva ciencia. Seremos la nueva Atenas”. Los tres experimentos que se llevan a cabo en el transcurso del cuento tienen que ver con el excremento de los dos esclavos negros para analizar la digestión; con la altura del mirador de La Fortaleza midiendo su distancia del cielo para que el mirador resulte más alto que la torre de la Catedral; y con la primera lengua de los hombres manteniendo mudos a varios niños desde su nacimiento. Igual que el legendario Fausto, el Conde quiere saberlo todo y, por lo tanto, es culpable del pecado capital más egregio, la soberbia.

Doña Isabel, quien también “quería verlo y conocerlo todo”, da muestras de su propia soberbia en la escena inicial del cuento: “nadie en el mundo, ni el Obispo, ni el Gobernador, ni el Rey, nadie en el mundo detendría su paseo hasta el Convento de los Dominicos”. El caballo que monta simboliza tanto su soberbia diabólica como su lujuria: “acariciaba el cuello de su caballo”; “doña Isabel ponía su fe en el recio semental”; “el enorme caballo negro, joven como su ama”; “una rara alianza entre mujer y animal”; “acariciaba el cuello de la bestia”. El paseo de doña Isabel, cuyo verdadero destino es una pequeña casa con techo de paja, tiene como propósito recoger de una anciana negra “el elíxir abortivo”, primera indicación de que está embarazada, impregnada por el Conde. Todos los sucesos del paseo transcurren durante el mismo día, el 11 de marzo de 1577, y se narran en letras cursivas, alternándose con escenas de los días anteriores protagonizadas por el conde de Ovando, escritas en letras romanas y fechadas entre el 2 y el 10 de marzo. Toda la historia del paseo culmina con el enfrentamiento entre las fuerzas del Obispo y las de los dominicos, respaldadas por las del Conde -todo presenciado por “la plebe impertinente”-. Irónicamente, la caída en el fango de doña Isabel tiene leves resonancias del calvario de Jesús.

En más o menos el último cuarto del cuento, ya no se usan las letras cursivas y se presencia el castigo paralelo de los dos protagonistas. El mismo 4 de junio de 1578 en que torturan a doña Isabel en los calabozos del Obispo, el conde de Ovando, encadenado, sale rumbo a Sevilla donde será entregado a la Inquisición. Para dejar de pensar en la tortura de su hija querida, el Conde se encuentra en todavía otra obsesión “científica”: la comparación química entre el agua dulce y el agua salada.

Por extravagantes que sean las ideas “científicas” del Conde, su derrota a manos del Obispo, viejo y cansado, y del Rey podría representar el triunfo del oscurantismo español en la época colonial. Sin embargo, a diferencia de los novelistas liberales del siglo diecinueve, López Nieves no tiene como meta denunciar a sus contrincantes conservadores mediante la denuncia de sus antepasados coloniales. Su propósito es más bien denunciar a tirios y troyanos, con toques paródicos, por su extremismo.

FIN


“Comentario sobre ‘El conde de Ovando'” en El cuento hispanoamericano, Seymour Menton, Fondo de Cultura Económica, México, Séptima Edición, 2003, pp. 757.


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