Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Los 2000 en Puerto Rico ¿ficciones postmodernas?

María Caballero Wangüemert
Langues néo-latines: Revue des langues vivantes romanes
París, Francia


Los 2000 en Puerto Rico

Poner algo de orden en el riquísimo panorama de la narrativa puertorriqueña actual es tarea ardua: la abundante oferta del mercado y la superposición de escritores de distintas edades y generaciones dificulta al no especialista la comprensión de un proceso de modernización literaria que, arrancando del XIX (romanticismo, realismo, naturalismo) y pasando por la novela de la tierra (generación del 30), alcanza su clímax en las generaciones del 50 (René Marqués, José Luis González, Pedro Juan Soto, Emilio Díaz Valcárcel… ) y del 70 (Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Magali García Ramis, Manuel Ramos Otero, Edgardo Sanabria, Edgardo Rodríguez Juliá, Ana Lydia Vega, Mayra Montero…). Escritores que se vieron afectados por una circunstancia sociohistórica muy peculiar: la condición de Estado Libre Asociado (1952) escindido entre dos espacios, la isla y los Estados Unidos. Ya la generación del 30 nucleada en torno a Insularismo (1934), el mítico ensayo de Pedreira que acuñó la metáfora de la “nave al garete” para una isla sin rumbo tras el 98, pivotó en torno al asunto identitario -la tierra, el jíbaro, el polo europeo del mestizaje…-, a tono con el resto del Nuevo Mundo. Y desde entonces la identidad parece estar siempre ahí, sinuosa y multiforme, incluso en quienes la denuncian como “moderna” y “superada”. Las generaciones del 50 y del 70 incidieron en la ocupación yanqui y sus consecuencias, entre ellas la rotunda presencia de una lengua extraña en su propio territorio. Lo hicieron desde binarismos maniqueos, en el marco heredado del viejo realismo social (los del 50), o desde la ironía, el humor y el divertimento lingüístico los del 70. ¿Con qué finalidad? La búsqueda identitaria, el viejo motivo reutilizado una y otra vez con la urgencia de una literatura que se hacía eco del colonialismo camuflado tras el E.L.A: “Como la de sus antecesores -dice Luis Felipe Díaz (2008: 211)-, su literatura continuó girando en torno a una gran ansiedad na(rra)cional que los comprometía con un discurso de salvación patria de estirpe decimonónica”1.

En esta tesitura y presidida al menos por dos interesantes antologías  -El rostro y la máscara. Antología alterna de cuentistas puertorriqueños contemporáneos (Rosado 1995) y Mal(h)ab(l)ar. Antología de nueva literatura puertorriqueña (Santos-Febres 1997, poesía y cuento)-, abre el siglo XXI Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (Bobes, Valdez y Gómez Beras 2000). ¿Algo nuevo en relación a las antologías anteriores? Tal vez el marco caribeño y la suficiente perspectiva posibilitan una provisional canonización de los dieciséis cuentistas nacidos, con un par de excepciones, a principios de los 70: Luis López Nieves, Martha Aponte Alsina,  Mayra Santos-Febres, José Liboy, Eduardo Lalo, Carlos Roberto Gómez Beras, Georgiana Pietri, Daniel Nina, Max Resto, Daniel Torres, Jorge Luis Castillo, Ángela López Borrero, Pepo Costa, Juan López Bauzá, Giannina Braschi y Pedro Cabiya. ¿Requisitos? Tener al menos un libro publicado. En cuanto a los temas, de modo asombroso la identidad parece haber desaparecido:

“la intertextualidad y parodia en el diálogo con la mejor literatura latinoamericana y europea; el replanteamiento de lo antillano; la reflexión sobre una nueva emigración puertorriqueña hacia los Estados Unidos (y al mundo), a través del discurso contaminado y polifónico; el rescate de (y desde) la marginalidad de otros discursos; la existencia de otro canon alternativo; la teoría y la práctica de la metaliteratura; la irreverencia como postura ante los valores tradicionales; y el virtuosismo plástico e iconográfico en el uso persistente (y resistente) de nuestra lengua” (Boves 2000: 194-195).

La hipérbole rabelaisiana, al estilo de Cien años de soledad, en el relato de López Nieves, quien por edad corresponde a los mayores, y en su relato -“El telefónico”-  juega con el encierro y las posibilidades de un mundo cuasivirtual; la narración en inglés de Nina, la homosexualidad en Torres, o la intertextualidad grecolatina trasladada al Caribe en Cabiya… son cuestiones a reseñar. En otros autores, asuntos en apariencia más tradicionales como la iniciación sexual del boricua, un texto desmitificador y bien llevado por Pepo Costa, o la emigración con el problema identitario del transterrado en Eduardo Lalo, se tratan desde una óptica distinta y con mayor creatividad lingüística. En cuanto a las cinco mujeres, ya no obsesiona el feminismo…, ha habido un giro de 180 grados en la narrativa. Mayra Santos-Febres lo valora así:

“Es más, casi cada uno de los cuentos de los noventa puede ocurrir en cualquier parte. No se grafía la patria, ni sus espacios urbanos, ni sus (escasos y en peligro de extinción) espacios rurales. Y la identidad es vista como otro simulacro, como un juego de identidades, como un campo definitorio múltiple y cambiante, como un disfraz que se puede cambiar a mansalva, de acuerdo con lo que sea que se quiera tomar como causa o excusa del día (Santos-Febres 2005: 223).

Es decir, lo que con las cautelas debidas podría concluirse es que los escritores puertorriqueños del 90 en adelante  -ésos son los de la antología- están inmersos en una clave común a la narrativa postmoderna latinoamericana, a esa nueva generación de las letras hispánicas conocida por McOndo (1996) y el crack mexicano y cuya seña parecería ser la desterritorialización como fruto positivo del mundo global. Hay consenso crítico al respecto: “Seduce a los postmos el ubicarse en los intersticios, los umbrales, las fronteras, los márgenes, los bordes y en las fugas nomádicas y ansiosas, en mezclar elementos dramáticamente dispares”  -dice Díaz (2008: 219)-. Se mueven en un mundo en que… “los libros son concebidos más que nunca como productos de mercado sometidos a las leyes de la publicidad, por lo que el juicio sobre ellos se basa en bastantes ocasiones más en su capacidad de ventas que en su calidad” -afirma Noguerol (2008: 19)-. Y lo aceptan: son las reglas del juego, detrás está el reto personal de cada uno.
“A viva voz”/”Palabras encontradas”: ¿modernidad/postmodernidad?

“Si las visiones posmodernas de la cultura y la historia descansan en la noción del derrumbe o fracaso de las narrativas totalizantes representadas en muchos casos por la búsqueda de legitimación del gran tema de la identidad nacional, ¿qué sucede con la literatura de espacios nacionales coloniales y posindustriales como el de Puerto Rico, una nación que siente con reiterada fuerza el empuje de la globalización pero que no logra separarse totalmente de la necesidad de afirmar esa identidad nacional irreconocida e irrealizada en términos legales?” (García-Calderón 1998: 217).

Quiero abrir esta parte de mi trabajo con esta cita de Myrna García-Calderón en su libro Lecturas desde el fragmento: escritura contemporánea e imaginario cultural en Puerto Rico (1998), un acercamiento a la última narrativa puertorriqueña desde los parámetros de la postmodernidad. La autora estudia los autores del setenta en su doble vertiente de rechazo y solapada pervivencia de una tradición literaria cuyo eje es la búsqueda de identidad para la literatura isleña. Planteamiento con el que estoy de acuerdo, en principio. Pero quisiera preguntarme:¿podría mantenerse esta afirmación para los escritores del noventa? Me gustaría avanzar cronológicamente más allá de la investigadora citada.

Para ello, quisiera apoyarme en dos libros de entrevistas publicadas en el 2008. El primero, A viva voz. Entrevistas a escritores puertorriqueños se presentó en el Viejo San Juan bajo el sello de la colombiana editorial Norma. Su autora, Carmen Dolores Hernández, es una autoridad en las letras de la isla: desde hace tiempo tiene a su cargo la crítica literaria de El Nuevo Día. El segundo, bajo el sello de Callejón y compilado por una joven profesora de la universidad de Río Piedras, Melanie Pérez Ortiz, se editó algo después con el título Palabras encontradas. Antología personal de escritores puertorriqueños de los últimos 20 años (Conversaciones). Ambas mujeres representan dos actitudes, dos momentos por no decir dos generaciones -término tan problemático y absolutamente discutible para la más joven-. No obstante, ambos textos tienen en común la oralidad. Frente a la poética tradicional que utiliza las antologías para crear el archivo, para congelar un grupo o generación y cuyo ejemplo para la narrativa puertorriqueña del pasado siglo sería Cuentos puertorriqueños de hoy (1959), de René Marqués; ambos textos tienen la frescura del autor vivo, acosado por quienes representan tanto al público medio como a la intelectualidad:

“La entrevista puede ser un arma poderosa, no sólo para el periodismo sino para la literatura. El contacto directo con el escritor, con el creador, ayuda a precisar toda una serie de factores contextuales que, si bien no se ciernen sobre el hecho literario en sí -es decir, sobre el texto y su siempre insondable misterio- ofrecen, sin embargo, una idea de las condiciones que lo propiciaron” (Hernández 2008: XI).

Estas palabras del prólogo de A viva voz… permiten avizorar su respetuosa e inteligente actitud ante los entrevistados, en un diálogo que exacerba la hibridez propia de las antologías, el juego de la doble perspectiva de escritor y crítico. Prólogo que es una apretada síntesis de la claves de la escritura isleña en los setenta/ochenta, ya que once de los diecisiete escritores entrevistados pertenecen a esta franja cronológica. En ese sentido, la antología  -que siempre se asocia a momentos de recambio generacional-  supone una nueva y definitiva canonización de los hombres/mujeres del 70, representados por L.R. Sánchez, Ferré, García Ramis, Rodríguez Juliá, Mayra Montero y López Nieves; pero también por los poetas e intelectuales coetáneos: Flax, Vega, Díaz Quiñones, Merce López-Baralt o Barsy… Ya las antologías Reunión de espejos (Vega 1983) y Apalabramiento (Barradas (1983) habían perfilado esta generación de modo programático. Ahora no están todos los que son, es notoria la ausencia de Ana Lydia Vega, con el peligro de ostracismo que conlleva una exclusión así para quien fue una de las mejores escritoras del grupo, de una época que marcó un antes y un después por su intento de ser protagonistas del destino de su patria; algo que iniciaron los del 50 y desdramatizaron los setentistas a base de ironía y humor. A viva voz… es una antología panorámica frente a las dos anteriores, más bien programáticas, si nos atenemos a la clasificación de Ruíz Casanova (2007). Su planteamiento es diacrónico: dos autores del 50 (Soto y Díaz Válcarcel) enmarcan por arriba lo que tendrá su continuidad en la todavía hoy discutida generación del 90, representada por Santos-Febres, López Bauzá, Cabiya y Ávila. Lo que se pretende es desencorsetar las generaciones, romper con la idea de que la evolución literaria es producto necesariamente de saltos o rupturas…

Frente a la perspectiva histórico-objetiva de esta antología que tiene en cuenta la tradición y el corpus literario nacional en la línea de lo que predicaron Reyes o Salinas, Palabras encontradas… se plantea como una opción más impresionista, en la línea de lo predicado por Claudio Guillén:

“La antología es una forma colectiva intratextual que supone la reescritura o reelaboración, por parte de un lector, de textos ya existentes mediante su inserción en conjuntos nuevos. La lectura es su arranque y su destino, puesto que el autor es un lector que se arroga la facultad de dirigir las lecturas de los demás, interviniendo en la recepción de múltiples poemas, modificando el horizontes de expectativas de sus contemporáneos” (Guillén 1985: 413).

De los doce entrevistados y dejando al margen poetas, editores y gurús, muy en función de lo que el subtítulo adelanta -“antología personal”-, hay al menos ocho narradores con una presencia activa, aunque desigual en la isla: Mayra Santos Febres, Acevedo, Liboy Erba, Eduardo Lalo, Ángel Lozada, Áravind Adyanthaya, Cabiya y López Bauzá. No obstante, quizá no tenga sentido tratar de separar poetas, narradores, performance… Lo propio de los nuevos del 90 en adelante es la ruptura de géneros, el compaginar y trabajar en varios campos: Mayra y Acevedo son tanto poetas -buenos poetas- como narradores; Adyanthaya -el menos conocido- publicó un libro de cuentos, Lajas en el 2002, pero es sobre todo teatrero. Lalo combina con éxito crónica y fotografía… Lozada se abrió paso desde el escándalo por la marcada y exhibicionista temática gay de sus dos novelas –La patografía (1997) y No quiero quedarme sola y vacía (2006).  Liboy, López Bauzá, Cabiya y Lalo ya estaban en Los nuevos caníbales… y han ido consolidándose, perfilando sus propuestas. Parecen practicar lo que Elsa Noya, autora de Leer la patria. Estudios y reflexiones sobre escrituras puertorriqueñas (2005) ha denominado “una poética de extrañamiento” que pasa por “la separación exorcista de los parámetros de la representación realista” (Noya 2006: 79). Partiendo de una tesis -que comparto- la desaparición del intelectual épico de la modernidad, se pregunta:

“¿Cómo se escribe después de que el canon ha sido descuartizado por obsoleto, esencialista y desconocedor de la contemporaneidad? (Noya 2006: 73).

Y continua:

“La respuesta parecería ser la incursión en una estética que podríamos definir como de extrañamiento (…), una estética que se demora y se complace en la incorporación y observación de lo extraño, lo insólito, lo que puede ser rápida y vulgarmente reconocido como fantástico, pero que lo trasciende en tanto despliegue o manifestación de lo lúdico”… (Noya 2006: 77).

Parámetros aplicables a Liboy, López Bauzá, Cabiya e incluso otro escritor que no recoge Melanie, Quiñones, en sus Breviarios. De todos ellos, el más consolidado, productivo y brillante ha sido Cabiya. López Bauzá, ponceño, universitario formado en Estados Unidos y que vive en San Juan, publicó un libro de cuentos en el 97, La sustituta y otros cuentos y tiene varios proyectos en marcha… Quizá el más caótico y anárquico sea Liboy, que parte de la oralidad y la reivindica. Ha publicado una colección de cuentos Cada vez te despides mejor (2003) que define como “alegorías, cuentitos pequeños de animales” “cuentos de mi familia tergiversados”; más bien lo que podría caracterizarse -y así lo hizo Acevedo quien le ayudó con la selección del libro- como fantásticos

Pedro Cabiya (1971) trabaja en Santo Domingo y es uno de los más prometedores a juzgar por sus libros de cuentos, Historias tremendas (1999, premiado por el Pen Club y el Instituto de Literatura Puertorriqueña) e Historias atroces (2003); así como la novela gráfica, tipo comic y de protagonista femenina,  Ánima sola (2003). Su manejo brillante de la lengua corre paralelo a la renovación de los modos de narrar, en la estela borgiana y de la literatura fantástica -algo subrayado por Gelpí en su discurso de entrada en la Academia de la Lengua Puertorriqueña-, sin ceñirse a los viejos tópicos del referente puertorriqueño. Ejemplo de ello, sus dos últimas novelas, La cabeza (2007) y Trance (2008). Todas ellas fruto de…“la inclinación que yo siempre tuve por hacer una literatura de la imaginación. Que no tuviera nada que ver con la cuestión social ni con la cuestión política ni con la cuestión de la identidad”… (Pérez Ortiz 2008: 244).

Como dije, Acevedo y Lalo son más híbridos, nómadas… Rafael Acevedo se dio a  conocer como poeta y gestor cultural de la revista Filo de juego (1983-1987) y nunca abandonó su actividad poética cuyas últimas entregas son Canibalia (2005) y Moneda de sal  (2007). No obstante su novela Exquisito cadáver (2001), premiada en el certamen de Casa de las Américas de La Habana, es un texto singular y complejo, que su autor define como poético y se mueve entre la ciencia ficción y el policial . “Yo pienso que en el caso de Puerto Rico… ese tipo de literatura policíaca, novela negra, neogótica, como uno le quiera decir, neofantástica, de ciencia ficción es un signo de madurez” -dice (Pérez- Ortiz 2008: 104).  Acaba de editar Carnada de cangrejo en Manhattam (2009), texto narrativo con una novedosa presentación, un doble relato breve en primera persona, cuasisurrealista y en ese sentido metáfora del absurdo cotidiano en la gran ciudad.

Por lo que se refiere a Eduardo Lalo (1960), en el 2002 se editó La isla silente que agrupa en un volumen su obra narrativa de los noventa, una narrativa de calidad y voluntariamente híbrida (ficción, ensayo…) en torno a la ciudad de San Juan asaltada desde la geografía, la antropología social, la comida y, por fin, la fotografía que se impone en Dónde (2006), denominado “ensayos fotográficos”. Los textos de Lalo y en concreto Los pies de San Juan (2002), establecen un fecundo diálogo con San Juan ciudad soñada (2005), de Edgardo Rodríguez Juliá, cuyas crónicas –Album de la sagrada familia puertorriqueña, El entierro de Cortijo…- marcaron un hito en los ochenta explorando la identidad a diversos niveles (prócer y pueblo, blancos y negros, isleños y americanos…) en un recorrido que describe una parábola de la identidad a la ciudad, de Puerto Rico al Caribe, que triunfa en Caribeños (2002). No es el momento, pero habría que estudiar comparativamente a los dos escritores para constatar la evolución de lo moderno a lo posmoderno en tantos temas, incluso la comida tan entrañable e irónicamente glosada por Edgardo en Elogio de la fonda (2001). Evolución que no corresponde sin más a modernidad-generación del 70/postmodernidad-generación del 90, sino que supone una evolución y un diálogo de los mayores con los jóvenes acorde a los nuevos tiempos. Volviendo a Lalo, en el 2008 edita un nuevo libro, Los países invisibles abriendo su mirada a la vieja Europa, donde se educó.

Mayra Santos Febres (1966) acaba de lanzar al mercado bajo el sello de Alfaguara una nueva novela, Fe en disfraz (2009). De los 90 (80 para los poetas con los que trabajó y sigue trabajando en varias revistas), es la escritora más consagrada. Dos pequeños datos para sustentar mi afirmación: junto a Cabiya, es la única de los jóvenes entrevistada por Carmen Dolores Hernández en A viva voz (2008); y también la única seleccionada en la antología de nuevos narradores que hiciera la universidad de Stanford en Nuevo Texto Crítico. Esta mujer natural de Carolina, estudió en Estados Unidos donde ha sido profesora invitada en Cornell y Harvard, y trabaja en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. En los noventa publicó poemarios -El orden escapado (1991) y Anamú y manigua (1991)-; y cuentos rompedores que la consagraron con rapidez vía premios: Pez de vidrio (1994) y El cuerpo correcto (1998). Breves y concisos, sensuales y tremendamente eróticos, apuntan a la mujer solitaria y atrapada, objeto de deseo y presa de prejuicios consuetudinarios. Espacio urbano y tema social cuajan en relatos abiertos con tendencia al ensayo que, partiendo de la oralidad, apuntan a un lenguaje más literario.

La entrada del XXI afianzó su calidad como poeta –Tercer mundo (2000) y Boat People (2005)-. Y descubrió su faceta de novelista aureolada y popular: Sirena Selena vestida de pena (2000, fue traducida a varios idiomas y finalista del Premio Rómulo Gallegos de Novela del 2001), Cualquier miércoles soy tuya (2002) y Nuestra Señora de la noche (2006, finalista del Premio Primavera de novela en España).

Sirena… aborda el travestismo a través de la historia de Leocadio, un joven sanjuanero que se mueve en el mundo sórdido de la prostitución y será recogido por una mujer, Martha Divine. Ella descubre su voz cautivadora y, siendo su manager, lo transforma en Sirena, la travesti más codiciada de San Juan y el Caribe en el marco del mundo del bolero. Su escritura tiene una plasticidad y sensualidad perturbadoras. La trayectoria de Sirena simboliza -según su autora- el itinerario histórico del Caribe que es como un travesti… “que se sabe de antemano negado, y se disfraza para borrar, cancelar y a la vez exagerar con un disfraz otro disfraz” (Santos-Febres 2005: 133). Travestismo complejo en que se integran dos ejes: género y raza, para…

“hacer pasar gato negro por liebre blanca, ese enmascarado racial que tanto determina el imaginario de las sociedades pigmentocratizadas (…); el cuerpo oscuro se traviste de blanco, no para parodiarlo, sino para intentar una metamorfosis” (Santos-Febres 2005: 135).

Lejos de ella hacer algo así… Hay quien apela a su piel negra y su origen -Carolina es un pueblo puertorriqueño mayoritariamente negro- para explicar su interés por la mujer de esta raza. Nuestra Señora de la noche recrea a Isabel la Negra, dueña del burdel más famoso de Ponce, en un guiño intertextual a Cuando las mujeres quieren a los hombres (1976), el famoso cuento de Rosario Ferré. En ese sentido, Mayra enlaza con temas de la generación del setenta. Podría decirse que Fe en disfraz no innova, se mueve en los parámetros del deseo y la negritud femenina. Y rompe una lanza por lo visceral, por los ritos paganos y el culto a los ancestros que la civilización actual anuló. La historia en primera persona es un flashback: en el borde de una cita el blanquito historiador y técnico en digitalización de documentos Martín Tirado, repasa su enganche sadomasoquista con su jefa negra en un juego autodestructor,  trasunto implícito de la relación que mantienen desde el XVIII isleño amos y esclavas según documentos que estudian ambos y se transcriben, constituyendo una segunda linea textual. Las convenciones y racionalidad blancas quedan devastadas por la pulsión erótica que corroe todo.


Los coletazos de los gurús del 70 junto a los novísimos.

¿Podríamos hablar entonces de modernidad/postmodernidad? Aún más, ¿es lícito  aplicar términos como postmodernidad o postcolonialidad a Puerto Rico, incluso a Hispanoamérica? Esta década del 2000, cuya recta final vamos a enfilar en breve, puede en efecto caracterizarse como postmoderna por la diversificación de propuestas narrativas que se ofrecen al lector. Y ello no se debe -que también- a la falta de perspectiva histórica para enjuiciarla, sino a un cambio de enfoque. Si las antologías del 50/70 documentaban el peculiar proceso puertorriqueño de búsqueda identitaria, muy ligadas y dependientes del contexto sociohistórico, el fin de siglo se hace eco de la perspectiva postmoderna y postcolonial, que incide en los pasajes, en la fragmentación geopolítica pero también mental del hombre de hoy, en especial el puertorriqueño. Como sucedió en el tramo final del XIX en el que confluyen y se superponen romanticismo, realismo, naturalismo y el innovador modernismo que los supera a todos, en el panorama narrativo isleño de fines del XX entran con fuerza los nuevos, mientras los padres del 70, todavía activos aunque tal vez ya dieron lo mejor, siguen reiterando sus propuestas. Es el caso de Luis Rafael Sánchez con Indiscreciones de un perro gringo (2005); o el de Magali García Ramis con la monumental novela histórica Las horas del sur (2005), novela “de formación y de transgresión” (Centeno 2009), novela río al estilo de La casa de la laguna de Ferré; novela urbana donde la historia se incardina entreverándose de folletín. Por no hablar de las sucesivas entregas de Mayra Montero, columnista habitual de El Nuevo Día desde hace más de quince años y cuyas novelas consiguieron salir de la isla ya desde la década anterior. Ahora publica Púrpura profundo (2000 premio Sonrisa Vertical), El capitán de los dormidos (2002) y Son de almendra (2005). Es una de las novelistas más integradas al mercado internacional.

Existen también notables francotiradores de cierta edad, al margen de las generaciones. habría que destacar a Félix Cordova Iturregui con excelente su novela El sabor del tiempo (2005), novela integral -“histórica, poética, filosófica, política, erótica, policíaca y metanarrativa” cuyos temas “la belleza, el tiempo, la memoria y la identidad patria” (López- Baralt 2006: 210) se enlazan en una trama compleja, densa y bien narrada, con tres historias que partiendo del policial ahondan en la perplejidad del ser humano ante las cosas cotidianas. La calidad de su escritura la convierte en uno de los hitos narrativos de la década, brillante culminación de una carrera que enlaza la docencia e investigación con la escritura de cuentos para niños y no tan niños (Uitel en el bosque, 2004; Uitel y los delfines, 2006). Acaba de aparecer una segunda novela, Los hilos de la sombra (2009), sobre “un personaje que no quiere ser narrado”. De nuevo combina la memoria, lo metaliterario y el policial, siempre dentro de una atmósfera fantástica que tomando pie en la realidad cotidiana pretende indagar más allá.

Martha Aponte Alsina, editora y gestora cultural, ha sorprendido con una goleada narrativa entre la segunda mitad de los noventa y el 2000. Son textos para valorar más despacio, escritos “con madura frialdad y juvenil pasión por la palabra” (Centeno 2009: 71), en las que se aparta de fórmulas comerciales e incide en lo imaginario y fantástico: La casa de la loca (2001); Vampiresas (2004); Fúgate (2005) y Sexto sueño (2007), novela “dura y difícil” con la que consiguió darse a conocer en España.

Es imposible abarcar tanta riqueza narrativa (cuento, novela…) por lo que me ciño ahora a un aspecto (lo virtual, el email en literatura) y a un escritor concreto, López Nieves quien ha demostrado una capacidad de renovación inusual en otros de su época.


Los 70 redivivos: hacia la posmodernidad

Curiosamente, los primeros ejemplos al respecto en la literatura puertorriqueña se deben a intelectuales del setenta, como Eliseo Colón –Archivo Catalina. memorias online (2000), cuya protagonista es una computadora-; o Luis López Nieves con sus dos últimas novelas, El corazón de Voltaire (2005) y El silencio de Galileo (2009), cuyo molde formal es el email. En breve, irán seguidos por otros tantos (Cancel 2007 y Díaz 2008), lo que define un nuevo fenómeno -aún más híbrido- que desde el papel saltará a la blogosfera, incoando nuevas transmedialidades. El tema es muy amplio y desborda por completo el espacio de que dispongo (Caballero 2009). Por lo que quisiera concentrarme en el comentario de las dos últimas novelas de López Nieves, no sin antes dejar apuntadas algunas peculiaridades de su escritura. Es un tipo versátil muy alejado del intelectual tipo 30-50-70, periodista, profesor y responsable de la primera Maestría de Creación Literaria en la universidad del Sagrado Corazón (2004), dos veces Premio Nacional de Literatura, traducido al inglés, alemán, francés, islandés y neerlandés… Se hizo famoso con ese fenómeno mediático denominado Seva, historia de la primera invasión norteamericana de la isla de Puerto Rico en mayo de 1898 (1984), definitivamente a caballo entre ficción e historia; ficción y realidad; texto singular y privilegiado para el enfoque transversal y transtextual que es la única opción para abordar su ambigüedad genérica. Y cuya estructura se convierte en hipertexto de las dos novelas siguientes. Las tres tienen en común la apelación a la historia desde el propio título, directamente o a través de personajes significativos -“historia de la primera invasión”… “Voltaire”, “Galileo”-. Bien sea la historia puertorriqueña del pasado siglo, o la europea del XVII/XVIII. Y una misma estructura narratológica, la epistolar, en forma de cartas-diario, o de emails, su correlato  postmoderno. La carta de López Nieves al director del periódico Claridad que abre Seva y enlaza con la postdata en una estructura circular, va acompañada de una serie de anejos: cartas-diario de Cabañas; diario del general Miles; un afidavit y una grabación testimonial de un cimarrón, único superviviente de la masacre. Incluso una serie de mapas y una foto en blanco, cuyo valor semiótico es obvio. En las dos novelas posteriores (2005 y 2009) los emails se acompañan de archivos adjuntos, fruto del escaneo de documentos. Porque hay que compartir la evidencia -el documento- en novelas de estructura policíaca, de aventuras, de suspense… En las tres, el investigador es un profesor universitario, a quien le apasiona su tarea hasta el punto de implicarse vitalmente y desaparecer en el intento –Seva-. En consecuencia  Seva es un texto moderno: paliar las injusticias y arbitrariedades históricas bien merece una vida. Por el contrario, El corazón de Voltaire y El silencio de Galileo son textos postmodernos: no ha lugar ofrendar una vida por la Verdad; incluso sus protagonistas -Roland de Luziers, Ysabeau de Vassy…- dejan traslucir una cierta laxitud moral, todo es válido para conseguir el codiciado tesoro: idolatran las bibliotecas, matarían por conseguir adueñarse de su legado… Pero su relativismo moral los hace postmodernos. Y ya que hablamos de transtextualidad y transgenericidad, es obvio el interés de estas novelas para el tema: lo suyo es el entre. El diálogo entre modernidad y postmodernidad que las caracteriza se emblematiza también y sobre todo en la difícil convivencia de biblioteca y soporte digital, libro y mensaje electrónico.


El corazón de Voltaire (2005).

Estructuralmente, esta novela no es sino una larga hilera de emails, transcritos en formato libro. ¿Mejor libro del año? ¡Premio Nacional de Literatura! -eso sí- y primer Premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña, son ya más de 150.000 ejemplares vendidos. Novela ingeniosa, redonda, clara, adictiva -eso dicen los lectores en la red- se construye mientras se lee y los emails se ensartan al modo de la vieja novela epistolar, reconocible como hipertexto. Novela histórica en torno a un gran hombre europeo -el escritor del Nuevo Mundo tiene más que derecho a jugar con la “sagrada historia occidental”-, se mueve en dos tiempos o, mejor, el presente propio de la electrónica aplicado a la investigación del pasado. Novela de encargo, tiene como objetivo reescribir “otra vida” de un escritor  clásico; un reto excelente para quien siempre creyó que “toda historia es cuestionable y todo país inventa la suya”. En El corazón de Voltaire, Roland de Luziers, catedrático de genética de la Sorbonne parisina, será el encargado de demostrar si el corazón que se conserva en la Biblioteca Nacional francesa es o no el del filósofo. Reescritura de múltiples biografías, hipertexto que genera nuevos textos, esta vez electrónicos como tributo a la postmodernidad, utiliza la estructura policíaca a modo de juego apasionante que deriva en cuestionamiento de la historia oficial. Irizarry ha resumido bastante bien el andamiaje en que se apuntala:

Las investigaciones se llevan a cabo durante un periodo de más o menos nueve meses en 2002 y 2003, en la secuencia cronológica de las fechas que encabezan los 187 mensajes electrónicos que componen la novela. La analepsis o retrospección se realiza mediante cartas y anejos comunicados por vía electrónica, recreando el pasado histórico (Irizarry, 2006, 106).

En el medio, se va tejiendo una intriga cuyo planteamiento, nudo y desenlace se bifurcan en miles de intrigas subsidiarias, tras delimitar los objetivos de la investigación encargada por el gobierno al genetista Roland: encontrar descendientes de Voltaire para analizar su ADN y cruzarlo con el del corazón que se guarda en la Biblioteca Nacional. El esquema estructural es siempre el mismo: entusiasmo inicial, dilaciones administrativas que en la novela se plasman como interminable cruce de emails, elipsis narrativa del momento álgido, en este caso la prueba, y rápido email-sumario que relata el fracaso. Lo interesante de esta novela es el uso del email como medio de caracterización psicológica. Remitente, destinatario y encuadre siempre formalmente iguales, para emails protocolarios que remedan el lenguaje jurídico o administrativo -eso está bien logrado-; o por el contrario informales, de trazo rápido y tratamiento coloquial, capaces de perfilar el carácter sesudo de Jerôme o el inquieto y brillante de Ysabeau. ¿El reto? Diversificar y romper desde dentro un molde que uniformiza a los seres humanos y corre el riesgo de hacer reiterativo el texto. López Nieves supera la prueba con brillantez… Dejo a un lado los recursos procedentes del humor y la ironía, bien trabajados por Irizarry (2006), así como el contexto histórico. Pero me gustaría subrayar un detalle. La novela, en consonancia con el volterianismo de su protagonista, lanza cargas de profundidad contra la Iglesia; entre otras, burdos comentarios sobre las reliquias. Desde su título, no deja de ser una parodia de la nueva sacralización laica -valga el oxymoron- propia del mundo moderno. Un mundo que pierde progresivamente la fe, mientras venera objetos como el corazón que, paradójicamente, ni siquiera es del gran hombre, sino de su doble. Toque postmoderno éste de espejos y dobles, guiño al lector borgiano que sabe cuán inapresable es la identidad de cada ser humano…


El silencio de Galileo (2009).

El silencio de Galileo retoma el cruce de emails entre viejos conocidos, la doctora Ysabeau de Vassy, catedrática de Historia de la Sorbonne parisina, y su amigo, el genetista Roland de Luziers, ahora destinatario más que protagonista. ¿Asunto? Atender a la petición de una vieja compañera de estudios,  Monique D´Avignon, cuyo padre desea probar su linaje como descendiente de Galileo. Las cosas se van complicando al hilo de una anécdota tal vez excesivamente folletinesca y que pospone el asunto genealógico. Antes resulta prioritario descifrar otro enigma ¿fue o no Galileo el inventor del telescopio? Reto apasionante para nuestra Ysabeau, hasta el punto de posesionarse de la mente y el destino futuro de quien nunca pensó dedicarle más que unas semanas; el tiempo de hacerle un favor a una amiga. El texto se moldea como novela bizantina y policial, es decir, las aventuras se suceden y el suspense siempre está servido. También se solapan los falsos finales en una serie de escenarios escalonados: Berlín, Amsterdam y Pisa. El escritor parte de la historia y la ficcionaliza a su antojo, generando toda una cascada de microintrigas en cadena.

En cuanto al título, es bisémico al menos: el silencio al que se ve obligado el personaje histórico por temor a represalias; pero también es el silencio de la estirpe, la ausencia de palabra de Leo,  último descendiente que arrastra su larga vida como un vegetal a consecuencia de un terrible accidente.

Existe una férrea lógica, un diseño estructural detrás de lo que, a simple vista, pudiera parecer simple acumulación de correos electrónicos. El silencio de Galileo hereda algunos motivos estructurales de la novela anterior: el lector va enhebrando la historia a través del cruce de breves y ágiles emails, que alternan con otros más largos a modo de sumarios narrativos. Suelen estar en boca de Ysabeau quien resume las investigaciones pormenorizadamente y con lenguaje y seriedad profesionales a su colega Roland; a la vez que rinde cuentas a su amiga Monique, con la que emplea un tono coloquial y mucho más frívolo. Porque el email vuelve a desplegar un matiz psicosociológico, capaz de hacer patente la frivolidad de Corinne, ridiculizar a un profesor engreido como Nolfo, o plasmar la seriedad científica de investigadores como Joanna. El mimetismo cínico que despliega Ysabeau para ganarse al loco Sösemann o a la fanática Marcenaro es índice de que el recurso se utiliza conscientemente por parte tanto del autor como de algunos personajes.

Para cerrar la estructura, sería esclarecedor dibujar un diagrama que muestre cómo la novela gravita hacia el tercer escenario, Pisa y la enigmática madame Galilei, cuya historia se “espolvorea” para abrir el apetito, entreverándola en pequeñas entregas durante la primera parte. El suspense, el juego con el lector que quiere más está bien dosificado: ¿quién es? ¿qué esconde el sótano? La casa donde vivió Galileo es una mina, guarda su taller, archivos, publicaciones, aparatos… Algo que la profesora irá descubriendo poco a poco. La recta final del desenlace está en función del dilema moral: ¿hasta dónde estaría dispuesta a llegar una profesional seria para no perder un legado así? Aún más, ¿hasta dónde estaría dispuesta a llegar una madre por preservar y dar continuidad a un linaje ilustre? La respuesta textual puede parecer sorprendente: falsificar los documentos para reescribir la historia a su conveniencia -“me tomé esta pequeña licencia para escribir la historia que me conviene. Todos los historiadores lo han hecho y lo hacen. Cuando la realidad molesta demasiado, simplemente se cambia” (López Nieves, 2009, 311)-. Un toque postmoderno que echa por tierra la credibilidad histórica de toda la cultura occidental!

La novela está repleta de guiños al lector. Solamente quisiera dejar constancia de una cuestión lingüística: si bien El corazón de Voltaire depura el texto, no sucede lo mismo con esta nueva novela cuajada de sintagmas que delatan su origen y lo definen como puertorriqueño -un anacronismo que suponemos premeditado.
Para terminar: los novísimos.

En la mayoría de los casos, es éste un rótulo que empalma con los anteriores, sin solución de continuidad. En el 2007 y bajo el sello de Callejón, Rafael Franco (1969) sorprendió con una doble salida al mercado: Alaska, que obtuvo el premio de cuento del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2006; y una excelente novela, El peor de mis amigos, cuyo nivel de escritura la convierte sin duda en uno de los hitos de la década. Autodidacta, bilingüe, ficcionaliza a partir de su peripecia biográgico-existencial (estudios universitarios en Río Piedras y Boulder, trabajos precarios que le llevaron hasta Alaska reflejado como geografía en su libro de cuentos homónimo (2007). La novela tiene una estructura abierta, integrada por nueve relatos en torno a un protagonista, la droga, encarnada en el tecato Sergio. Novela de atmósfera, de ritmo lento, moroso: la ausencia, soledad, pesadumbre y desolación del tecato se entreveran con la suciedad, abandono, polvo y jeringuillas abandonadas en la ciudad de Denver. Tres sintagmas, marcados con cursivas en el índice y con mayúsculas en el interior del texto, ordenan cronológicamente el relato desde lo iterativo –Sueño de todos los otoños y Preámbulo a Este presente sucio- hasta los singulativo –La noche en cuestión (una muerte en un acto y una omisión). En el medio, se desarrolla una novela de gran complejidad. Tal vez un esquema pueda indicar al lector por dónde van los tiros:

sueño de todos los otoños (iterativo, 1ª persona, pp. 9-14)
-el peor de mis amigos (3ª persona, pp. 15-28)
preámbulo a Este presente sucio (iterativo, 2ª persona, pp. 29-36)
tecatos que escuchan nova trova (3ª persona, pp. 37-38)
-la vena feliz (3ª persona, pp. 39-70)
-este presente sucio (3ª persona, pp. 71-74)
la noche en cuestión (una muerte en un acto y una omisión) (singulativo, 3ª persona, pp. 75-172)
marina y las balas (3ª persona, pp. 173-178).
-nota del autor (singulativo, 1ª persona, pp. 179-182).

El libro es un alarde escritural: el primer y último epígrafe, en primera persona,  alternan con la tercera omnisciente o “focalización con” de las otras. Sólo preámbulo… utiliza la segunda persona con tanta eficacia como lo hiciera en su momento Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz. Señalé las páginas de mi edición para resaltar la alternancia de relatos breves y largos: “la vena feliz” y “La noche en cuestión” constituyen el grueso de la historia, combinando de nuevo lo iterativo (la rutina del tecato y su absoluta dependencia de la droga) con lo singulativo (la muerte de un amigo por sobredosis), escena sabiamente elidida y en torno a la cual da vueltas el relato. El monólogo interior funciona bien en “Marina y las balas”… En realidad, todo el libro tiene en cuenta al destinatario, establece un ininterrumpido diálogo con el lector en notas a pie de página y el interior del texto, especialmente en fragmentos como la ruta (así, en cursivas, pp. 33-35) que describe al protagonista, condensa toda la anécdota y da las claves de espacio, tiempo y teoría narrativa:

“Ubíquese, o sino puede, imagínese, querido lector, el centro urbano de Denver, Colorado, recién iniciados los noventa, a la sombra del complejo comercial multipisos Tabor (…). Es exactamente como lo había imaginado: Flaco, aunque algo denso, mofletudo, con una tez sugestiva al café (…). Viste un pulóver verde marrón y unos mahones que en definitiva han visto mucho mejores días (…). Las pupilas dilatadas y brillosas despliegan una luz lejana interna. Aunque no puede estar seguro, es evidente que el individuo está enfermo (…) o sea, que el tipo sufre los síntomas de la abstinencia” (Franco 2007: 33-34).

Hay un objetivo detrás de esta presentación, hacer vivo al personaje o, mejor, implicar al lector en lo que se plantea como una performance, más que la distante lectura de un libro:

“usted titubea un pequeño instante, sin saber si irse al asedio y rastrearle, venga lo que venga, o dejarlo desaparecer entre el anonimato protector de un libro cerrado. Quizás la realización de que hace apenas unos días murió Clay de una sobredosis en el apartamento que comparte con la chica esa, Marina, la decisión no sería tan complicada” (Franco 2007: 34-35).

Uno tiene la sensación de que el relato se abre en círculos concéntricos, en cajas chinas que van ampliando estas escasas tres páginas, auténtico eje o dato escondido, en un juego metanarrativo en el que el destinatario es cada vez más explícito. No obstante y en contra de lo que cabría esperar, el largo número de notas que suceden a La noche en cuestión… (pp. 149.171) también incluyen ficción, un relato dentro del relato “la historia invisible y la triste realidad”, nueva perspectiva metanarrativa de la gestación del libro como tal que enlaza con la “nota del autor”, esas cuatro breves páginas que definen el texto como “novela, memorias, ficción… que asaltan al escritor y cobran vida a su pesar.

Día a día inundan el mercado nuevos cuentistas como Francisco Font Acevedo cuyo texto, La belleza bruta (2008), marca el alto nivel de escritura de quien, por otro lado, se refocila en el feísmo expresionista del horror, en la animalización del ser humano reducido a sus más bajas pulsiones. Es como si la postmodernidad no dejara salida a ese hombre desnortado. Sorprenden los nuevos textos “femeninos”, muy lejos de la militancia feminista de los setenta cuyas artes han sutilizado. Entre ellos destaca Vanessa Vilches Norat con Crímenes domésticos (2009) donde lo fantástico y lo cotidiano cohabitan al modo de Cortázar; o Sofía Irene Cardona (1962), cuyo El libro de las imaginadas (2008) es un pequeño ejercicio de virtuosismo que muestra y oculta el taller de escritura de quien, como la anterior, es profesora de la universidad de Río Piedras. Franco, Font Acevedo y Cardona comparten ese abordar el texto desde varios flancos, viéndolo crecer como texto literario y acosando a sus personajes desde otros tantos flancos al modo perspectivístico de Faulkner.

En resumen, la década del 2000 da fe de una literatura de calidad, cuyos hitos están reseñados en el excelente Diccionario de autores puertorriqueños contemporáneos que Víctor Torres acaba de publicar (2009), cita obligada por cualquier lector curioso o erudito. “De la identidad a la ciudad” : un sintagma aplicable al recorrido de toda la narrativa isleña de 1950 hasta hoy. Una ciudad plural, híbrida y nómada, cada vez más universal desde su acendrada puertorriqueñidad en acelerada transformación. Teñida por los cruces humanos de quienes van y vienen a los Estados Unidos, ese otro lado del país cuya rica, compleja y plurilingüe narrativa dejé sin abordar por problemas de espacio. Ciudad y escritura puertorriqueña, ciudadanía postmoderna y extraterritorial -valga el oxymoron- que la literatura se ocupó de consagrar.

FIN


1. En este primer epígrafe aprovecho ideas ya utilizadas en mi trabajo sobre narrativa puertorriqueña (Cátedra 2008) y en un artículo -todavía en prensa- de homenaje al profesor Alfonso de Toro que lleva por título: “Puerto Rico en la encrucijada postcolonial: un país entre dos mundos”


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“Los 2000 en Puerto Rico ¿ficciones postmodernas?”, María Caballero Wangüemert, Langues néo-latines: Revue des langues vivantes romanes, París, Francia, Número 352, marzo 2010.


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