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Los franciscanos que querían violar a una bartelera

Narración V - El heptamerón

[Cuento - Texto completo.]

Margarita de Navarra

De como una batelera se libró de dos franciscanos que querían violarla y logró que todo el mundo se enterara

 

Había una vez en el puerto de Coulon, cerca de Niort, una batelera1 que pasaba día y noche transbordando a la gente. Ocurrió un día que dos franciscanos de Niort cruzaban el río, los dos solos con ella, y como la travesía es una de las más largas de Francia, para matar el aburrimiento comenzaron ambos a enamorarla, aunque ella respondió como debía.

Pero ellos, como no estaban ni fatigados del camino ni helados de frío con el agua, no quisieron admitir la vergüenza del rechazo de la mujer y decidieron tomarla por la fuerza o, si se negaba, la tirarían al río. Pero como ella tenía más sagacidad y astucia que ellos malicia, les propuso:

-No soy tan arisca como creéis, pero os ruego me concedáis dos cosas y luego veréis que tengo tantos deseos de obedeceros como vos de rogarme.

Los dos frailes le juraron por san Francisco que le concederían todo lo que pidiese con tal de conseguir lo que deseaban.

-Os pido -les dijo ella- que me prometáis que nunca mencionaréis a nadie nuestra aventura amorosa.

Ellos lo prometieron de buen grado. Y luego ella les dijo:

-Tomaréis el placer uno tras uno, pues yo me avergonzaría de ver a los dos juntos. Decidid cuál de los dos quiere ser el primero.

Vieron ellos que el requerimiento era muy justo y el más joven aceptó que el más viejo fuera el primero, y aproximándose a una pequeña isla le dijo ella al de menos edad:

-Buen padre, quédese aquí diciendo sus oraciones para que yo lleve a vuestro compañero a otra isla, y si al volver tiene palabras de alabanza se quedará aquí y nosotros dos nos iremos juntos.

El joven saltó a la isla esperando el regreso del otro que se marchó con la batelera a otra isla y al llegar hizo ésta como si atracara su barca y dijo:

-Amigo mío, ved en qué lugar nos colocaremos.

El buen padre saltó a la isla para buscar el lugar más a propósito, pero tan pronto le vio ella en tierra, dando un puntapié contra un árbol, se alejó con la barca al interior del río dejando a los dos buenos padres en aquel lugar desierto mientras les gritaba todo lo más fuerte que pudo:

-Esperad, señores, que os consuele el ángel del Señor, que de mí no vais a obtener hoy nada que os consuele.

Los dos infelices franciscanos, viéndose engañados, se echaron de rodillas junto al borde del agua rogándole que no les avergonzara y prometiéndole no hacerle nada si se dignaba conducirles al puerto. Pero ella se alejaba más y más diciéndoles:

-Estaría loca si después de haber escapado de vuestras manos cayera otra vez en ellas.

Y entrando en la ciudad fue a ver a su marido y a los magistrados para que apresaran a los dos lobos rabiosos de cuyos dientes había escapado por la gracia de Dios, yendo todos en su búsqueda sin que quedase nadie, ni pequeño ni grande, que no quisiese ir a cazarlos. Los pobres frailes, viendo llegar tan gran comitiva, se escondieron cada uno en su isla como lo hiciera Adán cuando se vio desnudo delante de Dios. Llenos de vergüenza por su pecado y ante el temor de ser castigados temblaban como si estuviesen medio muertos. Pero aún así los cogieron prisioneros y los hombres y mujeres se reían y mofaban de ellos. Unos exclamaban:

-Estos buenos padres nos predican la castidad y después se la arrebatan a nuestras mujeres.

Otros decían:

-Son sepulcros blanqueados por fuera pero están podridos por dentro.

Y otra voz gritó:

-Por sus frutos sabréis a qué árbol pertenecen.

Todos los pasajes de la escritura contra los fariseos fueron alegados contra los dos pobres prisioneros y su superior vino a socorrerlos y a liberarlos, asegurando a los de la justicia que serían castigados con más severidad que lo hicieran los seculares y, para satisfacción de todos, aseguró que dirían tantas misas y oraciones como les exigieran. El juez aceptó la solicitud del superior y le entregó los prisioneros, quienes fueron amonestados en la asamblea conventual por el prior, que era hombre justo, a no cruzar más el río sin santiguarse y encomendarse a Dios.

FIN


1. Batelera: La que gobierna un batel o bote pequeño.




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