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Serranilla VII del marqués de Santillana

Poema comentado por Paz Díez Taboada


Serranilla VII

 

Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
com’una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fraguosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.
En un verde prado
de rosas e flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Non creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
nin de tal manera;
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa;

non tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dejara
en mi libertad.
Mas dije: «Donosa
-por saber quién era-,
¿dónde es la vaquera
de la Finojosa?»

Bien como riendo,
dijo: «Bien vengades,
que ya bien entiendo
lo que demandades;
non es deseosa
de amar, nin lo espera,
aquesa vaquera
de la Finojosa».

 


Las canciones de serrana españolas hunden sus raíces en la antigua tradición de la lírica popular castellana. Eran unos cantares muy breves puestos en boca de un esforzado caminante que expresaba su esperanza de que, en la montaña, habría de encontrarse con una bella muchacha que le ayudara a pasar la sierra, si no es que, además, le otorgara otros favores. Así, por ejemplo, las que dicen: “Encima del puerto / vide una serrana; / sin duda es galana” o “¿Por dó pasaré la sierra, / gentil serrana morena?”. Dada la frecuencia de dichas canciones, el supuesto Arcipreste de Hita, con afán desmitificador, hiperrealista y paródico, presenta, en las cuatro cantigas de serrana del Libro de Buen Amor (1330-1343), otros tantos encuentros con cuatro mozas, a cual más montaraz y bravía, alguna acuciada por torpes deseos y todas ávidas de dineros.

Sin embargo, en el siglo siguiente y en las estilizadas serranillas de Santillana, se cambian las tornas. El narrador no es ya un pobre pastor o un rústico, ni tampoco un clérigo ajuglarado, sino un caballero que cuenta, como si lo hiciera a otros nobles amigos, que, en el camino de la sierra, encontró a una pastora a la que requirió de amores; y si unas veces la consiguió, otras fue rechazado por ella. Los ritmos y situaciones, tomados de la lírica popular, se alían con los influjos de la pastourelle provenzal y, sobre todo, de la pastorella italiana. La acción está más desarrollada y hay mayor importancia del diálogo; también exquisitas e irónicas actitudes de cortesía y refinados matices eróticos que la pluma de don Íñigo supo expresar con mesura y gracia, como señalaron los profesores Lapesa y Durán.

En efecto, la idealización bucólica, más el ritmo ágil y la frescura de los versos, son notas distintivas de esta célebre “Serranilla VII” (1436-1439; la VI, hasta la fijación cronológica y textual de los profesores Gómez Moreno y Kerkhof). Todo en el poema es encantador: las referencias a sí mismo, cansado de tanto cabalgar y perdido en el camino, el hábil bosquejo del lugar del encuentro -verdadero “locus amœnus”- y el ponderado elogio de la belleza de la muchacha, “fablando sin glosa”, o sea, sin circunloquios ni exageraciones.

A diferencia de lo que ocurre con las otras serranillas del Marqués, ha resultado imposible fijar con exactitud la ubicación del encuentro, no obstante las referencias geográficas que, con afán de verosimilitud, da Santillana en ésta como en todas. La “frontera” podría ser la andaluza, entre tierras cristianas y moras, o la entonces existente entre Castilla y Aragón; “la vía del Calatraveño”, la de dicho puerto de Sierra Morena, la del camino de Calatrava, en la actual provincia de Ciudad Real, o alguna otra por los territorios de esta poderosa Orden Militar de Caballería; y, en cuanto a Santa María e Hinojosa, eran y son topónimos frecuentes en España.

El diálogo final es una auténtica delicia. Frente a la pregunta desviada del caballero, como si se refiriera a otra moza, y que, según comenta como de pasada, la realiza “por saber quién era” -lo que equivale a decir de qué condición-, la rápida respuesta de la vaquera, que elude, con firmeza e ironía, la indirecta proposición amorosa del señor.

El final es incierto, pero puede suponerse que el noble caballero se retira sin insistir más y, en cambio, prevalece su asombro por haber encontrado, en un lugar agreste y “cuidando ganado / con otros pastores”, la sorprendente gracia y belleza de “aquella vaquera de la Finojosa”.

FIN


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