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De la musa a las manos del lector

[Ponencia. Texto completo.]

Luis López Nieves

Ponencia leída en el foro “De la musa a las manos del lector” en la Universidad del Sagrado Corazón, San Juan de Puerto Rico, 5 febrero 2009.


¿Qué papel juega el lector en mi proceso creativo? Esa es la pregunta que me han pedido que conteste esta noche… y lo haré con mucho gusto.

Les anticipo que durante los muchos años que llevo dedicados al oficio de escribir he escuchado varias respuestas a esta pregunta. Una de las más comunes, por ejemplo, es la del escritor que dice que escribe para sí mismo, que no escribe para el lector, que no piensa en el lector, y que ni siquiera le importa que lo lean.

Mi opinión es que estos autores no dicen la verdad. Quizás por miedo al rechazo… quizás por arrogancia… no sé por qué, no soy siquiatra, pero la verdad es que no puedo creer que una persona dedique meses o años a escribir una novela y que luego realmente no le importe si el libro se lee.

Equivale a decir que rezamos pero no nos importa que Dios nos escuche; o que leemos un libro pero no nos importa entenderlo; o como si yo dijera en este momento que estoy hablando, sí, pero que no me importa que ustedes me escuchen. Entonces, ¿para qué estoy hablando?

Por tanto, creo que podemos empezar por despachar esas aseveraciones absurdas de los artistas que dicen que sólo escriben para sí mismos. Si escribimos un libro y nos tomamos el trabajo de publicarlo, es lógico que lo hacemos para que nos lean.

Pero esta respuesta podría llevarnos al otro extremo: “escribo para que todo el mundo me lea”. ¿Es cierto? Aquí surge un nuevo problema: si escribimos para todo el mundo, entonces nos arriesgamos a producir una literatura comercial, chata, simplista, que tal vez se venda mucho y nos haga millonarios, pero que no tendrá valor como arte. El buen arte nunca es chato ni simplista. Así que podríamos intentar producir libros como Corín Tellado, Bárbara Cartland o Paolo Coehlo que todo el mundo lea, entienda y… sobre todo… que compren. Pero en este caso tendríamos una exitosa carrera como escribidor, vendedor de libros y millonario… pero habrá muerto el artista. Hemos escrito un producto comercial que no es una obra de arte.

Entonces, si no escribimos para nosotros mismos ni escribimos para todo el mundo, ¿para quién escribimos? ¿Qué papel juega el lector en el proceso creativo? Les contaré una anécdota.

Mis primeros pasos como autor los di cuando estudiaba el bachillerato en literatura en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Allí, en los pasillos, nos reuníamos a diario un montón de aspirantes a escritores, algunos de los cuales hoy día se han hecho famosos. En los pasillos había un ambiente intelectual muy intenso. Hablábamos sobre nuestras lecturas, los últimos libros, los clásicos, sobre revistas literarias… en fin, ustedes pueden imaginar cómo eran esas tertulias de un montón de veinteañeros pedantes que nos creíamos grandes intelectuales.

Bueno, pues un día publiqué en un periódico un cuento sencillo. No era chato ni comercial, pero era un cuento tradicional con un tema que no requería esfuerzo para entenderlo: el cuento se llamaba “Compañuelo”, un juego con las palabras “pañuelo” y “compañero”.

Al otro día, al salir de mi apartamiento en un condominio, me sorprendí cuando empecé a encontrarme con vecinos que me felicitaban por el cuento. Varias personas me dijeron que se habían conmovido. Una vecina me dijo que había llorado. Otros me decían “tremendo cuento”. Y, bueno, pues yo me fui inflando de orgullo y sentía que esa mañana me había convertido en un gran escritor.

Pero, al llegar a los pasillos de la UPR como todos los días, mis amigos intelectuales y escritores me saludaron como siempre, pero no mencionaban el cuento. Me pasmé. Muy perplejo, empecé a preguntarme qué estaba pasando. Le pregunté a varios si habían leído el periódico y me contestaban con un simple “sí”. Finalmente me atreví a preguntarle a un amigo si había leído mi cuento. Me contestó que sí, que lo había leído, y cambió el tema. Otros amigos reaccionaron igual. O sea: me estaban diciendo, de forma delicada, que mi cuento no les había gustado. Finalmente le pregunté a dos de mis mejores amigos por qué no les había gustado el cuento. Uno me dijo que estaba bien escrito pero que era “simplista”. Otro me dijo que era un cuento muy tradicional, “para las masas”. Ahí se quedó el asunto.

Pues unos seis o siete meses después publiqué en el mismo periódico, a propósito, un cuento realmente de minorías. Era difícil de leer; digamos que era un cuento “vanguardista” que inventaba su propia estructura, metía los diálogos en cualquier sitio, no los marcaba de la forma usual, etc. Ustedes saben a lo que me refiero: era un cuento “experimental”.

Bueno, pues al otro día salí de mi apartamiento y me encontré más o menos con los vecinos de siempre. Me saludaban con cariño, pero ni una palabra sobre el cuento. Nuevamente me pasmé. Estuve un rato en el vecindario y nada: me saludaban pero ni una palabra sobre el cuento. Finalmente le pregunté a una vecina si había leído el cuento y qué le parecía. Me contestó “ah, sí, muy bonito, pero no lo entendí bien”. Otro vecino me dijo “ah, muy interesante, pero yo no sé mucho de literatura”. Nosotros los escritores sabemos lo que significan estas expresiones, especialmente cuando van acompañados de un tono neutro y sin que nos miren a los ojos. Significan “no me gustó, pero no te lo digo porque no quiero herirte los sentimientos”.

Muy alicaído, me fui a la universidad. Cuando llegué al pasillo, estalló de pronto una fiesta. Todos mis amigos intelectualitos me rodearon y me empezaron a felicitar por ese “cuentazo”, esa “maravilla, mano, te la comiste”. En fin, sin que yo tuviera que preguntar, y mirándome todos a los ojos, me felicitaron mucho por ese cuento “vanguardista y tremendo”.

Esta experiencia me impresionó muchísimo… y fue bueno que me ocurriera a edad tan temprana porque me obligó a reflexionar sobre el tema de hoy: los lectores y la función que deben jugar dentro de mi creación literaria. ¿Para quién escribir? ¿Para intelectuales, artistas y académicos… o para gente normal, como mis vecinos?

Finalmente encontré una respuesta, que desde ese día se convirtió en mi regla: escribir para ambos. No me refiero a dos tipos de escritura: una para los vecinos y otra para los intelectuales. Me refiero a una sola escritura que le interese a ambos públicos a la vez. Ese es el desafío, el reto para mí como escritor. Llegué a la conclusión de que esa es la característica de toda gran obra literaria. Pensemos en Cien años de soledad, en Romeo y Julieta, Madame Bovary, El extranjero, “La metamorfosis” o El Quijote… entre otros muchos ejemplos. Estos libros son lectura deliciosa, realmente entretenida, que además de divertir al gran público tienen la profundidad necesaria para también ganar el interés y la admiración de los intelectuales. Divierten, sin ser chatas. Provocan reflexión, sin caer en la pedantería y el exceso.

De hecho, esta es la escritura más difícil. Pablo Neruda dijo que el poema más difícil de escribir es el poema sencillo, el que dice cosas profundas pero de manera clara. Es muy difícil encontrar siempre este balance, pero es el que incesantemente he buscado desde que llegué a esta conclusión a los 20 y pico de años de edad.

Por tanto, la respuesta a la pregunta que me hacen ustedes, el Círculo de Lectura 1969, es sencilla: le he declarado la guerra a la literatura aburrida. La literatura es arte. El arte debe ser placentero. Leer no debe ser un castigo, sino un gusto. Cuando escribo, quiero decir cosas inteligentes, quiero que el lector sienta que mi obra ha sido profunda y que lo ha ayudado a reflexionar sobre la condición humana. Pero para mí también es fundamental que todo el proceso sea placentero.

Hoy día vemos muchos libros en los dos polos que he mencionado. Algunas novelas “intelectualizan” tanto que son aburridísimas, son ladrillos. Los autores debieron escribir un ensayo, no una novela, porque más que contar una historia lo que quieren es filosofar.

Por otro lado están las novelas livianas que son como un programa de televisión, una película comercial o un cómic comercial. Divertidas durante varias horas, pero sin trascendencia. Son chatas. A los dos meses las hemos olvidado por completo.

En mi caso, aspiro a escribir obras literarias que sean inteligentes y hermosas… y que la lectura de estas obras sea una experiencia placentera para ustedes, los lectores.

Muchas gracias.

FIN


Ponencia leída en el foro “De la musa a las manos del lector” en la Universidad del Sagrado Corazón, San Juan de Puerto Rico, 5 febrero 2009.


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