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Elegí XIX: Al acostarse

[Poema - Texto completo.]

John Donne

Ven, ven, señora, mi fuerza se opone al descanso,
me esfuerzo intensamente hasta esforzarme.
El enemigo a menudo, teniendo
el enemigo a la vista, se cansa
de no luchar. Descíñete la faja,
resplandeciente como las esferas
celestes, pero puesta en torno
de un mundo más hermoso. Desabrocha
el peto rutilante que te pones
para que allí se detengan los ojos
de los ineptos. Desanúdate,
suelta los lazos que te atan, esas campanadas
me dicen con tonos armónicos: llegó la hora
de ir a acostarse. Sácate el corsé,
que me da envidia, por estar inmóvil
tan cerca tuyo. Revelan tus ropas
al ir cayendo un terreno hermosísimo,
como cuando las sombras se retiran
de una pradera en flor. Arroja lejos
esa guirnalda que te cubre y deja
tan sólo en tu cabeza la guirnalda
del pelo que sobre ella crece. Arroja
lejos también tus zapatos, penetra
así sin miedo en el templo sagrado
de nuestro amor, en esta blanda cama.
Así, de blanco, los Ángeles eran
por hombres recibidos;
Tú, Ángel, me traes contigo este cielo
Que se parece al de Mahoma, y aunque
De blanco van los espíritus malos, es fácil
Por esto distinguirlos de estos otros:
Nos paran los pelos en vez de la carne.
Dale permiso a mis manos, déjalas correr
Delante, atrás, entre, arriba y abajo.
¡Oh América mía! Continente hallado,
mi reino habitado por un habitante tan solo, y por eso seguro, mi
mina de piedras preciosas, mi imperio,
¡qué afortunado soy al descubrirte!
Entrar en tus amarras es soltarse
de todo lazo, allí donde mi firma
está posada inscribiré mi sello: ¡oh desnudez
entera! A ti se debe todo goce:
igual que el alma que abandona el cuerpo
para gozar ya sin impedimento
así se libra el cuerpo de sus ropas.
Las joyas que revisten las mujeres
son como las manzanas de Atalanta, distracciones
para los tontos, cuya vista en ellas
se pierde, desviando el deseo.
Como pinturas, portadas alegres de libros
para atraer ignorantes, se arreglan así las mujeres;
que son en sí mismas un libro sagrado, que sólo a nosotros
(dignos debido a la gracia otorgada)
se debe revelar. Permite entonces,
para que yo conozca, que aparezca
tu cuerpo libremente, como ante
una partera: despójate entonces
de todo el blanco lino que te cubre:
pues no hay aquí penitencia ninguna, inocencia
ninguna. Me desnudo yo primero
para enseñarte: qué falta te hace
entonces más cobertura que un hombre.



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