Casa digital del escritor Luis López Nieves


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La estrella de Sevilla

[Teatro - Texto completo.]

Anónimo

Personas que hablan en ella:
  • El REY don Sancho
  • Don ARIAS
  • Don PEDRO de Guzmán, Alcalde mayor
  • FARFÁN de Ribera, Alcalde mayor
  • Don GONZALO de Ulloa
  • FERNÁN Pérez de Medina
  • Don SANCHO Ortiz
  • BUSTO Tavera
  • ESTRELLA, dama
  • TEODORA
  • NATILDE
  • ÍÑIGO Osorio
  • Don MANUEL
  • CLARINDO, gracioso
  • PEDRO DE CAUS, Alcalde

ACTO PRIMERO

Salen El REY, Don ARIAS, Don PEDRO DE Guzmán, y FARFÁN de Ribera
REY:              Muy agradecido estoy
               al cuidado de Sevilla,
               y conozco que en Castilla 
               soberano rey ya soy.
               Desde hoy reino, pues desde hoy 
               Sevilla me honra y ampara;
               que es cosa evidente y clara,
               y es averiguada ley,
               que en ella no fuera rey
               si en Sevilla no reinara.
                  Del gasto y recebimiento,
               del aparato en mi entrada,
               si no la dejo pagada,
               no puedo quedar contento.
               Mi Corte tendrá su asiento
               en ella, y no es maravilla
               que la Corte de Castilla
               de asiento en Sevilla esté;
               que en Castilla reinaré
               mientras reinare en Sevilla.
PEDRO:            Hoy sus Alcaldes Mayores
               agradecidos pedimos 
               tus pies, porque recebimos 
               en su nombre tus favores.
               jurados y regidores
               ofrecen con voluntad,
               su riqueza y su lealtad,
               y el Cabildo lo desea,
               con condición que no sea
               en daño de tu ciudad.
REY:              Yo quedo muy satisfecho.
PEDRO:         Las manos nos da a besar.
REY:           Id, Sevilla, a descansar;
               que con mi gozo habéis hecho
               como quien sois, y sospecho
               que vuestro amparo ha de hacerme
               rey de Gibraltar, que duerme
               descuidado en las colunas,
               y con prósperas fortunas
               haré que de mí se acuerde.
FARFÁN:           Con su lealtad y su gente 
               Sevilla en tan alta empresa
               le servirá a Vuestra Alteza, 
               ofreciendo juntamente
               las vidas.
ARIAS:                   Así lo siente
               su Majestad, de los dos;
               y satisfecho de vos
               queda, de vuestro deseo.
REY:           Todo, Sevilla, lo creo 
               y lo conozco.  Id con Dios.

Vanse [don PEDRO y FARFÁN]
ARIAS:            ¿Qué te parece, señor, 
               de Sevilla?
REY:                        Parecido
               me ha tan bien, que hoy he sido 
               sólo rey.
ARIAS:                   Mucho mejor,
               mereciendo tu favor, 
               señor, te parecerá 
               cada día.
REY:                     Claro está;
               que ciudad tan rica y bella, 
               viviendo de espacio en ella,  
               más de espacio admirará.
ARIAS:            El adorno y las grandezas
               de las calles, no sé yo
               si Augusto en Roma las vio,
               ni tuvo tantas riquezas.
REY:           Y las divinas bellezas,
               ¿por qué en silencio las pasas? 
               ¿Cómo limitas y tasas
               sus celajes y arreboles?
               Y di, ¿cómo en tantos soles, 
               como Faetón, no te abrasas?
ARIAS:            Doña Leonor de Ribera
               todo un cielo parecía;
               que de su rostro nacía
               el sol de la primavera.
REY:           Sol es, si blanca no fuera;
               y a un sol con rayos de nieve 
               poca alabanza se debe,
               si, en vez de abrasar, enfría.  
               Sol que abrasase querría,
               no sol que helado se bebe.
ARIAS:            Doña Elvira de Guzmán,
               que es la que a su lado estaba, 
               ¿qué te pareció?
REY:                            Que andaba
               muy prolijo el alemán; 
               pues de en dos en dos están 
               juntas las blancas ansí.
ARIAS:         Un maravedí vi allí.
REY:           Aunque Amor anda tan franco, 
               por maravedí tan blanco 
               no diera un maravedí.
ARIAS:            Doña Teodora de Castro 
               es la que viste de verde.
REY:           Bien en su rostro se pierde 
               el marfil, y el alabastro.
ARIAS:         Sacárala Amor de rastro, 
               si se la quisiera dar, 
               porque en un buen verdemar 
               engorda como en favor.
REY:           A veces es bestia Amor, 
               y el verde suele tomar.
ARIAS:            La que te arrojó las rosas,
               doña Mencía, se llama, 
               Coronel.
REY:                     Hermosa dama,
               mas otras vi más hermosas.
ARIAS:         Las dos morenas brïosas 
               que en la siguiente ventana 
               estaban, eran doña Ana 
               y doña Beatriz Mejía, 
               hermanas, con que aun el día 
               nuevos resplandores gana.
REY:              Por Ana es común la una, 
               y por Beatriz la otra es 
               sola como el fénix, pues 
               jamás le igualó ninguna.
ARIAS:         ¿La buena o mala fortuna 
               también se atribuye al nombre?
REY:           En amor, y no te asombre, 
               los nombres con estrañeza 
               dan calidad y nobleza 
               al apetito del hombre.
ARIAS:            La blanca y rubia...
REY:                                  No digas
               quién es ésa. La mujer 
               blanca y rubia vendrá a ser 
               mármol y azófar; y obligas, 
               como adelante prosigas, 
               a oír la que me da pena.  
               Una vi de gracias llena, 
               y en silencio la has dejado;
               que en sola la blanca has dado,
               y no has dado en la morena. 
                  ¿Quién es la que en un balcón 
               yo con atención miré, 
               y la gorra le quité 
               con alguna suspensión? 
               ¿Quién es la que rayos son 
               sus dos ojos fulminantes, 
               en abrasar semejantes 
               a los de Júpiter fuerte, 
               que están dándome la muerte, 
               de su rigor ignorantes?
                  Una que, de negro, hacía 
               fuerte competencia al sol, 
               y al horizonte español 
               entre ébano amanecía
               una noche, horror del día,
               pues, de negro luz le daba;
               y él, eclipsado, quedaba
               un borrón de la luz pura
               del sol, pues con su hermosura
               sus puras líneas borraba.
ARIAS:            Ya caigo, señor, en ella.
REY:           En la mujer más hermosa
               repara; que es justa cosa.
ARIAS:         ésa la llaman la Estrella
               de Sevilla.
REY:                      Si es más bella
               que el sol, ¿cómo así la ofende?
               Mas Sevilla no se entiende,
               mereciendo su arrebol
               llamarse Sol, pues es sol 
               que vivifica y enciende.
ARIAS:            Es doña Estrella Tavera 
               su nombre, y por maravilla 
               la llama Estrella Sevilla.
REY:           Y Sol llamarla pudiera.
ARIAS:         Casarla su hermano espera 
               en Sevilla, como es justo.
REY:           ¿Llámase su hermano...?
ARIAS:                                  Busto
               Tavera, y es Regidor
               de Sevilla, cuyo honor
               a su calidad ajusto.
REY:              ¿Y es casado?
ARIAS:                          No es casado;
               que en la esfera sevillana
               es sol, si Estrella es su hermana;
               que Estrella y sol se han juntado.
REY:           En buena Estrella he llegado
               a Sevilla; tendré en ella 
               suerte y favor si es tan bella 
               como la deseo ya. 
               Todo me sucederá
               muy bien con tan buena Estrella.
                  Si tal Estrella me guía, 
               ¿cómo me puedo perder?  
               Rey soy, y he venido a ver 
               estrellas a medio día.
               Don Arias, verla quería; 
               que me ha parecido bien.
ARIAS:         Si es Estrella que a Belén 
               te guía, señor, ¿no es justo 
               que hagas a su hermano Busto 
               bestia del portal también?
REY:              ¿Qué orden, don Arias, darás

               para que la vea y hable?
ARIAS:         Esta Estrella favorable 
               a pesar del sol verás; 
               a su hermano honrar podrás; 
               que los más fuertes honores 
               baten tiros de favores.  
               Favorécele; que el dar, 
               deshacer y conquistar 
               puede imposibles mayores.
                  Si tú le das y él recibe,
               se obliga; y si está obligado, 
               pagará lo que le has dado; 
               que al que dan, en bronce escribe.
REY:           A llamarle te apercibe,
               y dar orden juntamente 
               como la noche siguiente 
               vea yo a Estrella en su casa, 
               epiciclo que me abrasa 
               con fuego que el alma siente.
                  Parte, y llámame al hermano.
ARIAS:         En el Alcázar le vi;
               veré, señor, si está allí.
REY:           Si hoy este imposible allano,
               mi reino pondré en su mano.
ARIAS:         Yo esta Estrella te daré.

Vase
REY:           Cielo estrellado seré
               en noche apacible y bella;
               y, sólo con una Estrella,
               más que el sol alumbraré.

Sale Don GONZALO, con luto
GONZALO:          Déme los pies Vuestra Alteza.
REY:           Levantad, por vida mía;
               día de tanta alegría
               ¿venís con tanta tristeza?
GONZALO:          Murió mi padre.
REY:                               Perdí
               un valiente capitán.
GONZALO:       Y las fronteras están 
               sin quien las defienda.
REY:                                    Sí.
                  Faltó una heroica persona, 
               y enternecido os escucho. 
GONZALO:       Señor, ha perdido mucho la 
               frontera de Archidona;
                  y puesto, señor, que igual 
               no ha de haber a su valor, 
               y que he heredado el honor 
               de tan fuerte general,
                  Vuestra Alteza no permita 
               que no se me dé el oficio 
               que ha vacado.
REY:                          Es claro indicio
               que en vos siempre se acredita.
                  Pero la muerte llorad
               de vuestro padre; y, en tanto
               que estáis con luto y con llanto,
               en mi Corte descansad.
GONZALO:          Con la misma pretensión
               Fernán Pérez de Medina
               viene, y llevar imagina
               por servicios el bastón;
                  que, en fin, adalid ha sido
               diez años, y con la espada
               los nácares de Granada
               de granates ha teñido;
                  y por eso adelantarme
               quise.
REY:                  Yo me veré en ello;
               que, supuesto que he de hacello,
               quiero en ello consultarme.

Sale FERNÁN Pérez de Medina
FERNÁN:           Pienso, gran señor, que llego
               tarde a vuestros altos pies;
               besarlos quiero, y después ...
REY:           Fernán Pérez, con sosiego
                  los pies me podéis besar;
               que aun en mis manos está
               el oficio, y no se da
               tal plaza sin consultar
                  primero vuestra persona,
               y otras del reino importantes, 
               que, siendo en él los Atlantes, 
               serán rayos de Archidona.
                  Id, y descansad.
GONZALO:                           Señor,
               este memorial os dejo.
FERNÁN:        Y yo el mío, que es espejo 
               del cristal de mi valor, 
                  donde se verá mi cara 
               limpia, perfecta, y leal.
GONZALO:       También el mío es cristal, 
               que hace mi justicia clara.

Vanse y salen don ARIAS y BUSTO
ARIAS:            Aquí, gran señor, está 
               Busto Tavera.
BUSTO:                        A esos pies
               turbado llego, porque es 
               natural efeto ya
                  en la presencia del rey 
               turbarse el vasallo; y yo, 
               puesto que esto lo causó, 
               como es ordinaria ley,
                  dos veces llego turbado, 
               porque el hacerme, señor, 
               este impensado favor, 
               turbación en mí ha causado.
REY:             Alzad.
BUSTO:                  Bien estoy ansí;
               que, si el rey se ha de tratar
               como a santo en el altar,
               digno lugar escogí.
REY:              Vos sois un gran caballero.
BUSTO:         De eso he dado a España indicio,  
               pero, conforme a mi oficio,
               señor, los aumentos quiero.
REY:              Pues, ¿yo no os puedo aumentar?
BUSTO:         Divinas y humanas leyes
               dan potestad a los reyes,
               pero no les dan lugar
                  a los vasallos a ser
               con sus reyes atrevidos,
               porque con ellos medidos,
               gran señor, deben tener
                  sus deseos: y ansí, yo,
               que exceder las leyes veo,
               junto a la ley mi deseo.
REY:           ¿Cuál hombre no deseó
                  ser más siempre?
BUTO:                             Si a más fuera,
               cubierto me hubiera hoy,
               pero si Tavera soy,
               no ha de cubrirse Tavera.
REY:              Notable filosofía 
               de honor.
ARIAS:                   Éstos son primero 
               los que caen.
REY:                         Yo no quiero,
               Tavera, por vida mía,
                  que os cubráis hasta aumentar
               vuestra persona en oficio
               que os dé de este amor indicio.
               Y ansí, os quiero consultar,
                  sacándoos de ser Tavera,
               por general de Archidona;
               que vuestra heroica persona
               será rayo en su frontera.
BUSTO:            Pues yo, señor, ¿en qué guerra
               os he servido ?
REY:                           En la paz
               os hallo, Busto, capaz
               para defender mi tierra;
                  tanto, que ahora os prefiero
               a éstos que servicios tales
               muestran por sus memoriales,
               que, aquí en mi presencia, quiero
                  que leáis y despachéis.
               Tres pretenden, que sois vos
               y éstos dos.  Mirad qué dos
               competidores tenéis.

Lee
BUSTO:         "Muy poderoso Señor: Don Gonzalo
               de Ulloa suplica a Vuestra Alteza le
               haga merced de la plaza de Capitán
               General de las fronteras de Archidona,
               atento que mi padre, estándole sirviendo
               más tiempo de catorce años, haciendo
               notables servicios a Dios por vuestra
               corona, murió en una escaramuza. Pido 
               justicia, etc."

                  Si de su padre el valor
               ha heredado don Gonzalo,
               el oficio le señalo.

Lee
               "Muy poderoso Señor:
                  Fernán Pérez de Medina
               veinte años soldado ha sido,
               y a vuestro padre ha servido,
               y serviros imagina
                  con su brazo y con su espada
               en propios reinos y estraños;
               ha sido adalid diez años
               de la Vega de Granada;
                  ha estado cautivo en ella
               tres años en ejercicios
               viles, por cuyos oficios
               y por su espada, que en ella
                  toda su justicia abona,
               pide en este memorial
               el bastón de General
               de los campos de Archidona."
REY:              Decid los vuestros.
BUSTO:                                No sé
               servicio aquí que decir
               por donde pueda pedir,
               ni por donde se me dé.
                  Referir de mis pasados
               los soberanos blasones,
               tantos vencidos pendones 
               y castillos conquistados, 
                  pudiera; pero, señor, 
               ya por ellos merecieron 
               honor; y, si ellos sirvieron, 
               no merezco yo su honor.
                  La justicia, para sello, 
               ha de ser bien ordenada 
               porque es caridad sagrada 
               que Dios cuelga de un cabello, 
                  para que, si a tanto exceso 
               de una cosa tan sutil, 
               para que, cayendo en fil, 
               no se quiebre, y dé buen peso.
                  Dar este oficio es justicia 
               a uno de los dos aquí; 
               que, si me le dais a mí, 
               hacéis, señor, injusticia.
                  Y aquí en Sevilla, señor, 
               en cosa no os he obligado; 
               que en las guerras fuí soldado, 
               y en las paces regidor.
                  Y si va a decir verdad, 
               Fernán Pérez de Medina 
               merece el cargo; que es digna 
               de la frontera su edad;
                  y a don Gonzalo podéis, 
               que es mozo, y cordobés Cid, 
               hacer, señor, adalid.
REY:           Sea, pues vos lo queréis.
BUSTO:            Sólo quiero --la razón 
               y la justicia lo quieren-- 
               darlos a los que sirvieron 
               debida satisfación.
REY:              Basta; que me avergonzáis 
               con vuestros buenos consejos.
BUSTO:         Son mis verdades espejos, 
               y así en ellas os miráis.
REY:              Sois un grande caballero, 
               y en mi cámara y palacio 
               quiero que asistáis de espacio, 
               porque yo conmigo os quiero. 
                  ¿Sois casado?
BUSTO:                           Gran señor,
               soy de una hermana marido, 
               y casarme no he querido 
               hasta dársele.
REY:                          Mejor
                  yo, Busto, se le daré. 
               ¿Es su nombre...?
BUSTO:                           Doña Estrella.
REY:           A Estrella que será bella 
               no sé qué esposo le dé 
                  si no es el sol.
BUSTO:                            Sólo un hombre,
               señor, para Estrella anhelo;
               que no es Estrella del cielo.
REY:           Yo la casaré en mi nombre 
                  con hombre que la merezca.
BUSTO:         Por ello los pies te pido.
REY:           Daréla, Busto, marido 
               que a su igual no desmerezca; 
                  y decidle que he de ser 
               padrino y casamentero, 
               y que yo dotarla quiero.
BUSTO:         Ahora quiero saber, 
                  señor, para qué ocasión 
               Vuestra Alteza me ha llamado, 
               porque me ha puesto en cuidado.
REY:           Tenéis, Tavera, razón.  
                  Yo os llamé para un negocio 
               de Sevilla, y quise hablaros 
               primero para informaros 
               dél; pero la paz y el ocio 
                  nos convida; más de espacio 
               lo trataremos los dos; 
               desde hoy asistidme vos 
               en mi Cámara y palacio.
                  Id con Dios.
BUSTO:                         Los pies me dad.
REY:           Mis dos brazos, Regidor,
               os daré.
BUSTO:                   (Tanto favor                                            Aparte
               no entiende mi actividad;
                  sospechoso voy: quererme
               y, sin conocerme, honrarme 
               más parece sobornarme, 
               honor, que favorecerme.)

Vase
REY:              El hombre es bien entendido, 
               y tan cuerdo como honrado.
ARIAS:         De estos honrados me enfado. 
               ¡Cuántos, gran señor, lo han sido 
                  hasta dar con la Ocasión! 
               Sí, en ella son de estos modos 
               todos cuerdos; pero todos 
               con ella bailan a un son.  
                  Aquél murmura hoy de aquél 
               que el otro ayer murmuró; 
               que la ley que ejecutó 
               ejecuta el tiempo en él.  
                  Su honra en una balanza 
               pone; en otra poner puedes 
               tus favores y mercedes, 
               tu lisonja y tu privanza, 
                  y verás, gran señor, como 
               la que agora está tan baja 
               viene a pesar una paja; 
               y ella, mil marcos de plomo.
REY:              Encubierto pienso ver 
               esta mujer en su casa; 
               que es sol, pues tanto me abrasa, 
               aunque Estrella al parecer.
ARIAS:            Mira que podrán decir.
REY:           Los que reparando están, 
               amigo, en lo que dirán 
               se quieren dejar morir.  
                  Viva yo, y diga Castilla 
               lo que quisiere entender; 
               que Rey Mago quiero ser 
               de la Estrella de Sevilla.

Vanse. Salen Don SANCHO, Doña ESTRELLA, NATILDE, y CLARINDO
SANCHO:           Divino ángel mío, 
               ¿cuándo seré tu dueño, 
               sacando de este empeño 
               las ansias que te envío? 
               ¿Cuándo el blanco rocío 
               que vierten mis dos ojos, 
               sol que alumbrando sales 
               en conchas de corales,
               de que ha formado Amor los labios rojos,
               con apacibles calmas
               perlas harán que engasten nuestras almas?
                  ¿Cuándo, dichosa Estrella 
               --que como el sol adoro, 
               a tu epiciclo de oro 
               resplandeciente y bella, 
               la luz que baña y sella 
               tu cerbelo divino-- 
               con rayos de alegría 
               adornarás el día,
               juntándonos amor en sólo un sino, 
               para que emule el cielo 
               otro Cástor y Pólux en el suelo? 
                  ¿Cuándo en lazos iguales 
               nos llamará Castilla
               Géminis de Sevilla
               con gustos inmortales? 
               ¿Cuándo tendrán mis males 
               esperanzas de bienes? 
               ¿Cuándo, alegre y dichoso, 
               me llamaré tu esposo
               a pesar de los tiempos que detienes,
               que en perezoso turno 
               caminan con las plantas de Saturno?  
ESTRELLA:         Si como mis deseos 
               los tiempos caminaran, 
               al sol aventajaran 
               los pasos giganteos; 
               y mis dulces empleos 
               celebrara Sevilla, 
               sin envidiar celosa, 
               amante y venturosa,
               la regalada y tierna tortolilla,
               que con arrullos roncos
               tálamos hace en mil lacivos troncos.
                  En círculos amantes 
               ayer se enamoraban 
               do sabes, y formaban 
               requiebros ignorantes; 
               sus picos de diamantes
               sus penachos de nieve 
               dulcemente ofendían, 
               mas luego los hacían
               vaso en que amor sus esperanzas bebe,
               pues, los picos unidos,
               se brindaban las almas y sentidos.
SANCHO:           ¡Ay, cómo te agradezco, 
               mi vida, esos deseos!
               Los eternos trofeos
               de la fama apetezco;
               sólo el alma te ofrezco.
ESTRELLA:      Yo con ella la vida,
               para que viva en ella.
SANCHO:        ¡Ay, amorosa Estrella,
               de fuego y luz vestida!
ESTRELLA:      ¡Ay, piadoso homicida!
SANCHO:        ¡Ay, sagrados despojos,
               norte en el mar de mis confusos ojos!
CLARINDO:         ¿Cómo los dos no damos 
               de holandas y cambrayes 
               algunos blandos ayes, 
               siguiendo a nuestros amos?
SANCHO:        ¿No callas?
CLARINDO:                  Ya callamos.
               ¡Ay, hermosa muleta 
               de mi amante desmayo!
NATILDE:       ¡Ay, hermano lacayo,
               que al son de la almohaza eres poeta!
CLARINDO:      ¡Ay, mi dicha!
NATILDE:                      ¡Ay, dichoso!
CLARINDO:      No tiene tantos ayes un leproso.
SANCHO:           ¿Qué dice al fin tu hermano?
ESTRELLA:      Que, hechas las escrituras 
               tan firmes y seguras, 
               el casamiento es llano, 
               y que el darte la mano 
               unos días dilate
               hasta que él se prevenga.
SANCHO:        Mi amor quiere que tenga
               mísero fin; el tiempo le combate. 
               Hoy casarme querría; 
               que da el tiempo mil vueltas cada día.
                  La mar, tranquila y cana, 
               amanece ya en leche, 
               y, antes que montes eche 
               al sol por la mañana, 
               en círculos de grana 
               madruga el alba hermosa, 
               y luego negra nube 
               en sus hombros se sube
               vistiéndola con sombra tenebrosa,
               y los que fueron riscos
               son de nieve gigantes basiliscos.
                  Penachos de colores
               toma un almendro verde, 
               y en un instante pierde 
               sus matizadas flores; 
               cruzan murmuradores 
               los arroyuelos puros,
               y en su argentado suelo 
               grillos les pone el hielo;
               pues si éstos dél jamás están seguros,
               ¿cómo en tanta mudanza
               podré tener del tiempo confïanza?
ESTRELLA:         Si el tiempo se detiene, 
               habla a mi hermano.
SANCHO:                            Quiero
               hablarle, porque muero 
               lo que Amor le entretiene.
CLARINDO:      Busto Tavera viene.

Sale BUSTO
BUSTO:         ¡Sancho amigo!
ESTRELLA:                     ¡Ay! ¿Qué es esto?
SANCHO:        ¿Vos con melancolía?
BUSTO:         Tristeza y alegría 
               en cuidado me ha puesto. 
               Éntrate dentro, Estrella.
ESTRELLA:      ¡Válgame Dios, si el tiempo me atropella!

Vanse [ESTRELLA, y NATILDE]
BUSTO:            Sancho Ortiz de las Roelas...
SANCHO:        ¿Ya no me llamáis cuñado?
BUSTO:         Un caballo desbocado
               me hace correr sin espuelas.  
                  Sabed que el rey me llamó, 
               no sé, por Dios, para qué;
               que, aunque se lo pregunté, 
               jamás me lo declaró.
                  Hacíame general
               de Archidona, sin pedillo, 
               y, a fuerza de resistillo, 
               no me dió el bastón real.  
                  Hízome al fin...
SANCHO:                            Proseguid;
               que todo eso es alegría.
               Decid la melancolía,
               y la tristeza decid.
BUSTO:            De su cámara me ha hecho.
SANCHO:        También es gusto.
BUSTO:                            Al pesar
               vamos.
SANCHO:               Que me ha de costar
               algún cuidado sospecho.
BUSTO:            Díjome que no casara
               a Estrella, porque el quería 
               casalla, y se prefería, 
               cuando yo no la dotara,
                  a hacerlo, y darla marido 
               a su gusto.
SANCHO:                    Tú dijiste
               que estabas alegre y triste;
               mas yo solo el triste he sido,
                  pues tú alcanzas las mercedes,
               y yo los pesares cojo.
               Déjame a mí con tu enojo,
               y tú el gusto tener puedes;
                  que en la cámara del rey, 
               y bien casada tu hermana, 
               el tenerle es cosa llana;
               mas no cumples con la ley 
                  de amistad, porque debías 
               decirle al rey que ya estaba 
               casada tu hermana.
BUSTO:                             Andaba
               entre tantas demasías 
                  turbado mi entendimiento, 
               que lugar no me dió allí 
               a decirlo.
SANCHO:                  Siendo ansí,
               ¿no se hará mi casamiento?
BUSTO:            ¿Volviendo a informar al rey 
               que están hechos los conciertos 
               y escrituras, serán ciertos 
               los contratos; que su ley 
                  no ha de atropellar lo justo?
SANCHO:        Si el rey la quiere torcer, 
               ¿quién fuerza le podrá hacer, 
               habiendo interés o gusto?
BUSTO:            Yo le hablaré, y vos también, 
               pues yo entonces, de turbado, 
               no le dije lo tratado.
SANCHO:        ¡Muerte pesares me den!  
                  Bien decía que en el tiempo 
               no hay instante de firmeza, 
               y que el llanto y la tristeza 
               son sombra del pasatiempo.  
                  Y cuando el rey con violencia 
               quisiere torcer la ley...
BUSTO:         Sancho Ortiz, el rey es rey;
               callar y tener paciencia.

Vase
SANCHO:           En ocasión tan triste,
               ¿quién paciencia tendrá, quién sufrimiento?
               Tirano, que veniste
               a perturbar mi dulce casamiento
               con aplauso a Sevilla,
               ¡no goces los imperios de Castilla!
                  Bien de don Sancho el Bravo
               mereces el renomabre que en las obras
               de conocerte acabo;
               y, pues por tu crueldad tal nombre cobras
               y Dios siempre la humilla,
               ¡no goces los imperios de Castilla!
                  ¡Conjúrese tu gente,
               y pongan a los hijos de tu hermano
               la corona en la frente
               con bulas del pontífice romano!
               Y dándoles tu silla,
               ¡no goces los imperios de Castilla!
                  De Sevilla salgamos;
               vamos a Gibraltar, donde las vidas
               en su riesgo perdamos.
CLARINDO:      Sin ir allá las damos por perdidas.
SANCHO:        Con Estrella tan bella
               ¿cómo vengo a tener tan mala estrella?
                  Mas ¡ay! que es rigurosa,
               y en mí son sus efecto desdichados.
CLARINDO:      Por esta Estrella hermosa
               morimos como huevos estrellados;
               mejor fuera en tortilla.
SANCHO:        ¡No goces los imperios de Castilla!

Vanse. Salen el REY, don ARIAS, y acompañamiento
REY:              Decid como estoy aquí.
ARIAS:         Ua lo saben, y a la puerta
               a recibirte, señor,
               sale don Busto Tavera.
BUSTO:         ¿Tal merced, tanto favor?
               ¿En mi casa Vuestra Alteza?
REY:           Por Sevilla así embozado
               salí, con gusto de verla;
               y me dijeron, pasando,
               que eran vuestras casas éstas,
               y quise verlas; que dicen
               que son en extremo buenas.
BUSTO:         Son casas de un escudero.
REY:           Entremos.
BUSTO:                   Señor, son hechas
               para mi humildad, y vos
               no podéis caber en ellas;
               que, para tan gran señor,
               se cortaron muy estrechas,
               y no os vendrán bien sus salas;
               que son, gran señor, pequeñas,
               porque su mucha humildad
               no aspira a tanta soberbia;
               fuera, señor, de que en casa
               tengo una hermosa doncella
               solamente, que la caso
               ya con escrituras hechas,
               y no sonará muy bien
               en Sevilla, cuando sepan
               que a visitarla venís.
REY:           No vengo, Busto, por ella;
               por vos vengo.
BUSTO:                        Gran señor,
               notable merced es ésta;
               y, si aquí por mí venís,
               no es justo que os obedezca;
               que será descortesía
               que a visitar su rey venga
               al vasallo, y que el vasallo
               lo permita y lo consienta.
               Crïado y vasallo soy,
               y es más razón que yo os vea,
               ya que me queréis honrar,
               en el Alcázar; que afrentan
               muchas veces las mercedes,
               cuando vienen con sospecha.
REY:           ¿Sospecha? ¿De qué?
BUSTO:                             Dirán,
               puesto que al contrario sea,
               que venistes a mi casa
               por ver a mi hermana; y puesta
               en opiniones su fama,
               está a pique de perderla;
               que el honor es cristal puro, 
               que con un soplo se quiebra.
REY:           Ya que estoy aquí, un negocio 
               comunicaros quisiera.  
               Entremos.
BUSTO:                   Por el camino
               será, si me dais licencia; 
               que no tengo apercebida 
               la casa.

Aparte con don ARIAS
REY:                     Gran resistencia
               nos hace.
ARIAS:                   Llevarle importa;
               que yo quedaré con ella, 
               y en tu nombre la hablaré.
REY:           Habla paso, no te entienda; 
               que tiene todo su honor 
               este necio en las orejas.
ARIAS:         Arracadas muy pesadas 
               de las orejas se cuelgan: 
               el peso las romperá.
REY:           Basta, no quiero por fuerza 
               ver vuestra casa.
BUSTO:                            Señor,
               en casando a doña Estrella, 
               con el adorno que es justo 
               la verá.
ARIAS:                   Esos coches llega.
REY:           Ocupad, Busto, un estribo.
BUSTO:         A pie, si me dais licencia, 
               señor, yo iré.
REY:                          El coche es mío,
               y mando yo en él.
ARIAS:                           Ya esperan
               los coches.
REY:                      Guíen al Alcázar.
BUSTO:         (Muchas mercedes son éstas,                                     Aparte
               y gran favor me hace el rey.
               ¡Plegue a Dios que por bien sea!)

Vanse, y queda don ARIAS. Salen ESTRELLA, y NATILDE
ESTRELLA:      ¿Qué es lo que dices, Natilde?
NATILDE:       Que era el rey, señora.
ARIAS:                                 Él era;
               y no es mucho que los reyes
               siguiendo una Estrella vengan.
               A vuestra casa venía
               buscando tanta belleza;
               que, si el rey lo es de Castilla,
               vos de la beldad sois reina.
               El rey don Sancho, a quien llaman,
               por su invicta fortaleza,
               el Bravo, el vulgo, y los moros,
               porque de su nombre tiemblan,
               el Fuerte, y sus altas obras,
               el Sacro y Augusto César
               --que los laureles romanos, 
               con sus hazañas, afrenta,--      
               esa divina hermosura 
               vió en un balcón, competencia 
               de los palacios del alba, 
               cuando, en rosas y azucenas   
               medio dormidas, las aves 
               la madrugan y recuerdan, 
               y, del desvelo llorosa, 
               vierte racimos de perlas.
               Mandóme que de Castilla 
               las riquezas te ofreciera 
               --aunque son para tus gracias 
               limitadas sus riquezas,-- 
               que su voluntad admitas; 
               que, si la admites y premias, 
               serás de Sevilla el Sol, 
               si hasta aquí has sido la Estrella.  
               Daráte villas, ciudades,
               de quien serás ricahembra,
               y a un ricohombre te dará
               por esposo, con quien seas
               corona de tus pasados
               y aumento de tus Taveras.
               ¿Qué respondes?
ESTRELLA:                     ¿Qué respondo?
               Lo que ves.

Vuelve la espalda
ARIAS:                      Aguarda, espera.
ESTRELLA:      A tan livianos recados
               da mi espalda la respuesta.

Vase
ARIAS:         (¡Notable valor de hermanos!                Aparte
               Los dos suspenso me dejan.
               La gentilidad romana
               Sevilla en los dos celebra.  
               Parece cosa imposible 
               que el rey los contraste y venza;
               pero porfía y poder 
               talan montes, rompen peñas.  
               Hablar quiero a esta crïada; 
               que las dádivas son puertas 
               para conseguir favores 
               de las Porcias y Lucrecias.)

A NATILDE
               ¿Eres crïada de casa?
NATILDE:       Crïada soy, mas por fuerza.
ARIAS:         ¿Cómo por fuerza?
NATILDE:                        Que soy
               esclava.
ARIAS:                 ¿Esclava?
NATILDE:                          Y sujeta,
               sin la santa libertad,
               a muerte y prisión perpetua.
ARIAS:         Pues yo haré que el rey te libre,
               y mil ducados de renta
               con la libertad te dé,
               si en su servicio te empleas.
NATILDE:       Por la libertad y el oro
               no habrá maldad que no emprenda; 
               mira lo que puedo hacer;
               que lo haré, como yo pueda.
ARIAS:         Tú has de dar al rey entrada 
               en casa esta noche.
NATILDE:                           Abiertas
               todas las puertas tendrá,
               como cumplas la promesa.
ARIAS:         Una cédula del rey,
               con su firma y de su letra,
               antes que entre, te daré.
NATILDE:       Pues yo le pondré en la mesma 
               cama de Estrella esta noche.
ARIAS:         ¿A qué hora Busto se acuesta?
NATILDE:       Al alba viene a acostarse;
               todas las noches requiebra;
               que este descuido en los hombres 
               infinitas honras cuesta.
ARIAS:         ¿Y a qué hora te parece
               que venga el rey?
NATILDE:                        Señor, venga
               a las once; que ya entonces 
               estará acostada.
ARIAS:                           Lleva
               esta esmeralda en memoria 
               de las mercedes que esperas 
               del rey.
NATILDE:                 Que no hay para qué.
ARIAS:         No quiero que te parezcas 
               a los médicos.
NATILDE:                      Por oro,
               ¿qué monte tendrá firmeza?
               El oro ha sido en el mundo
               el que los males engendra, 
               porque si él faltara, es claro,
               no hubiera infamias, ni afrentas.

Vanse, y Salen ÍÑIGO Osorio, BUSTO Tavera, y don MANUEL, Con llaves doradas
MANUEL:           Goce Vuestra Señoría

               la llave y cámara, y vea 
               el aumento que desea.
BUSTO:         Saber pagalle querría
                  a Su Alteza la merced 
               que me hace sin merecella.
ÍÑIGO.         Mucho merecéis, y en ella 
               que no se engaña, creed, 
                  el rey.
BUSTO:                   Su llave me ha dado:
               pero me hace de su cielo, 
               aunque me amenaza el suelo, 
               viéndome tan levantado;
                  que, como impensadamente 
               tantas mercedes me ha hecho, 
               que se ha de mudar, sospecho, 
               el que honra tan de repente.
                  Mas, conservando mi honor, 
               si a lo que he sido me humilla, 
               vendré a quedarme en Sevilla 
               Veinticuatro, y Regidor.
ÍÑIGO:            ¿Quién es de guarda?
MANUEL:                                Ninguno
               de los tres.
ÍÑIGO.                    Pues yo quisiera
               holgarme.
MANUEL:                  Busto Tavera,
               si tenéis requiebro alguno, 
                  esta noche nos llevad,
               y la espalda os guardaremos.
BUSTO:         Si queréis que visitemos
               lo común de la ciudad,
                  yo os llevaré donde halléis 
               conceptos, y vocería,
               y dulce filosofía
               de Amor.
MANUEL:                  Merced nos haréis.

Sale don ARIAS
ARIAS:            A recoger, caballeros; 
               que quiere el rey escribir.
MANUEL:        Vamos, pues, a divertir 
               la noche.

Vanse, y [queda don ARIAS]. Sale el REY
REY:                      ¿Que sus luceros
                  esta noche he de gozar, 
               don Arias?
ARIAS:                    El esclavilla
               es estremada.
REY:                          Castilla
               estatuas la ha de labrar.
ARIAS:            Una cédula has de hacella.

REY:           Ven, don Arias, a ordenarla; 
               que no dudaré en firmarla, 
               como mi amor lo atropella.
ARIAS:            ¡Buena queda la esclavilla, 
               a fe de noble!
REY:                          Recelo
               que me vende el sol del cielo
               en la Estrella de Sevilla.

FIN DEL ACTO PRIMERO


ACTO SEGUNDO

Salen el REY, don ARIAS, y NATILDE
NATILDE:          Solo será más seguro; 
               que todos reposan ya.
REY:           ¿Y Estrella?
NATILDE:                    Durmiendo está;
               y el cuarto en que duerme, oscuro.
REY:              Aunque decillo bastaba, 
               éste es, mujer, el papel 
               con la libertad en él; 
               que yo le daré otra esclava 
                  a Busto.
ARIAS:                      El dinero y todo
               va en él.
NATILDE:                 Dadme vuestros pies.

Aparte con el REY
ARIAS:         Todos con el interés 
               son, señor, de un mismo modo.
REY:              Divina cosa es reinar.
ARIAS:         ¿Quién lo puede resistir?
REY:           Solo, al fin, he de subir,
               para más disimular.
ARIAS:            ¿Solo te aventuras?
REY:                                  Pues,
               ¿por qué espumosos remolcos
               por manzanas paso a Colcos?
               Busto mi vasallo es.
                  ¿No es su casa ésta en que estoy?
               Pues dime, ¿a qué me aventuro?  
               Y cuando no esté seguro,
               ¿conmigo mismo no voy?
                  Véte.
ARIAS:                   ¿Dónde aguardaré?
REY:           Desvïado de la calle, 
               en parte donde te halle.
ARIAS:         En San Marcos entraré.

Vase
REY:              ¿A qué hora Busto vendrá?
NATILDE:       Viene siempre cuando al alba 
               hacen pajarillas salva; 
               y abierta la puerta está 
                  hasta que él viene.
REY:                                   El Amor
               me allane tan alta empresa.
NATILDE:       Busque tras mí Vuestra Alteza 
               lo obscuro del corredor;
                  que así llegará a sus bellas 
               luces.
REY:                     Mira mis locuras,
               pues los dos, ciegos y a escuras,
               vamos a caza de Estrellas.
NATILDE:          ¿Qué Estrella al sol no se humilla?
REY:           Aunque soy don Sancho el Bravo, 
               venero en el cielo octavo
               esta Estrella de Sevilla.

Vanse. Salen BUSTO, don MANUEL, y don ÍÑIGO
BUSTO:            ésta es mi posada.
ÍÑIGO:                           Adiós.
BUSTO:         Es temprano para mí.
MANUEL:        No habéis de pasar de aquí.
BUSTO:         Basta.
ÍÑIGO:              Tenemos los dos
                  cierta visita que hacer.
BUSTO:         ¿Qué os pareció Feliciana?
MANUEL:        En el Alcázar mañana,
               amigo, en esa mujer
                  hablaremos; que es figura
               muy digna de celebrar.

Vanse [don MANUEL y don ÍÑIGO]
BUSTO:         Temprano me entro a acostar;
               toda la casa está oscura.
                  ¿No hay un paje?  ¡Hola, Luján!
               ¡Osorio!  ¡Juanico!  ¡Andrés!
               ¿Todos duermen?  ¡Justa!  ¡Inés!  
               ¿También ellas dormirán?
                  ¡Natilde!  ¿También la esclava
               se ha dormido?  Es dios el sueño,
               y de los sentidos dueño.

Salen NATILDE, y el REY
NATILDE:       Pienso que es el que llamaba 
                  mi señor.  Perdida soy.
REY:           ¿No dijiste que venía 
               al alba ?
NATILDE:                 ¡Desdicha es mía!
BUSTO:         ¡Natilde!
NATILDE:                 ¡Ay Dios!  Yo me voy.
REY:              No tengas pena.
BUSTO:                            ¿Quién es?
REY:           Un hombre.
BUSTO:                    ¿A estas horas?  ¡Hombre,
               y en mi casa!  Diga el nombre.
REY:           Aparta.
BUSTO:                   No sois cortés;
                  y si pasa, ha de pasar
               por la punta de esta espada;
               que, aunque esta casa es sagrada, 
               la tengo de profanar.
REY:              Ten la espada.
BUSTO:                            ¿Qué es tener,
               cuando el cuarto de mi hermana 
               de esta suerte se profana?
               Quién sois tengo de saber,
                  o aquí os tengo de matar.
REY:           Hombre de importancia soy.  
               Déjame.
BUSTO:                 En mi casa estoy,
               y en ella yo he de mandar.
REY:              Déjame pasar; advierte
               que soy hombre bien nacido; 
               y, aunque a tu casa he venido, 
               no es mi intención ofenderte, 
                  sino aumentar más tu honor.
BUSTO:         ¿El honor así se aumenta?
REY:           Corra tu honor por mi cuenta.
BUSTO:         Por esta espada es mejor.
                  Y, si mi honor procuráis, 
               ¿cómo embozado venís?  
               Honrándome, ¿os encubrís?  
               Dándome honor, ¿os tapáis?
                  Vuestro temor os convenza, 
               como averiguado está, 
               que ninguno que honra da 
               tiene de daRla vergüenza.
                  Meted mano, o, ¡vive Dios, 
               que os mate!
REY:                         ¡Necio apurar!
BUSTO:         Aquí os tengo de matar,
               o me habéis de matar vos.
REY:              (Diréle quién soy.)                                 Aparte
                                      Deténte; 
               que soy el rey.
BUSTO:                         ¡Es engaño! 
               (¿El rey procura mi daño,                             Aparte
               solo, embozado, y sin gente?) 
                  No puede ser; y a Su Alteza 
               aquí, villano, ofendéis,
               pues defecto en él ponéis,
               que es una estraña bajeza.
                  ¿El rey había de estar
               sus vasallos ofendiendo?
               De esto de nuevo me ofendo; 
               por esto os he de matar, 
                  aunque más me porfiéis;
               y, ya que a mí me ofendáis,

Mete mano
               no en su grandeza pongáis
               tal defeto, pues sabéis
                  que sacras y humanas leyes
               condenan a culpa estrecha
               al que imagina o sospecha
               cosa indigna de los reyes.
REY:              (¡Qué notable apurar de hombre!)         Aparte
               Hombre, digo que el rey soy.
BUSTO:         Menos crédito te doy,
               porque aquí no viene el nombre
                  de rey con las obras, pues
               es el rey el que da honor;
               tú buscas mi deshonor.
REY:           (éste es necio y descortés.                 Aparte
                  ¿Qué he de hacer?)
BUSTO:                               (El embozado          Aparte
               es el rey, no hay que dudar; 
               quiérole dejar pasar, 
               y saber si me ha afrentado
                  luego; que el alma me incita 
               la cólera y el furor; 
               que es como censo el honor, 
               que aun el que le da le quita.) 
                  Pasa, cualquiera que seas, 
               y otra vez al rey no infames, 
               ni el rey, villano, te llames 
               cuando haces hazañas feas.
                  Mira que el rey mi señor, 
               del África horror y espanto,
               es cristianísimo y santo, 
               y ofendes tanto valor.
                  La llave me ha confïado 
               de su casa, y no podía 
               venir sin llave a la mía 
               cuando la suya me ha dado.
                  Y no atropelléis la ley; 
               mirad que es hombre en efeto; 
               esto os digo, y os respeto 
               porque os fingistes el rey.
                  Y de verme no os asombre,
               cuerdo, aunque quedo afrentado;
               que un vasallo está obligado
               a tener respeto al nombre.
                  Esto, don Busto Tavera
               aquí os lo dice, y, por Dios,
               que como lo dice a vos, 
               a él mismo se lo dijera.
                  Y, sin más atropellarlos 
               contra Dios y contra ley, 
               así aprenderá a ser rey 
               del honor de sus vasallos.
REY:              Ya no lo puedo sufrir;
               que estoy confuso y corrido. 
               Necio, porque me he fingido 
               el rey ¿me dejas salir?
                  Pues advierte que yo quiero, 
               porque dije que lo era,
               salir de aquesta manera;

Mete mano
               que, si libertad adquiero
                  porque aquí rey me llamé
               y en mí respetas el nombre,
               porque te admire y asombre,
               en las obras lo seré.
                  Muere, villano; que aquí 
               aliento el nombre me da 
               de rey, y él te matará. 
BUSTO:         Sólo mi honor reina en mí.

Salen CRIADOS con luces
CRIADOS:          ¿Qué es esto?

Riñen
REY:                        (Escaparme quiero,                     Aparte
               antes de ser conocido.
               De este villano ofendido
               voy, pero vengarme espero.)

Vase
CRIADOS:          Huyó quien tu ofensa trata.  
BUSTO:         Seguilde, dadle el castigo...
               Dejadle; que al enemigo
               se ha de hacer puente de plata.
                  Si huye, la gloria es notoria; 
               que se alcanza sin seguir; 
               que el vencido con hüir 
               da al vencedor la vitoria.
                  Cuanto más que éste que huyó, 
               más por no ser conocido 
               huye, que por ser vencido, 
               porque nadie le venció.
                  Dadle una luz a Natilde,
               y entraos vosotros allá.

Dánsela, y vanse
BUSTO:         (Ésta me vende; que está                        Aparte
               avergonzada y humilde.
                  La verdad he de sacar
               con una mentira cierta.) 
               Cierra de golpe esa puerta.
               Aquí os tengo de matar.
                  Todo el caso me ha contado
               el rey.
NATILDE:               Si el rey no guardó
               el secreto, ¿cómo yo,
               con tan infelice estado,
                  lo puedo guardar? Señor,
               todo lo que el rey te dijo
               es verdad.
BUSTO:                    (Ya aquí colijo                         Aparte
               los defetos de mi honor.)
                  ¿Que tú al fin al rey le diste
               entrada?
NATILDE:                 Me prometió
               la libertad; y ansí yo,
               por ella, como tú viste,
                  hasta este mismo lugar
               le metí.
BUSTO:                   Y di, ¿sabe Estrella
               algo de esto?
NATILDE:                      Pienso que ella
               en sus rayos a abrasar
                  me viniera, si entendiera
               mi concierto.
BUSTO:                      Es cosa clara,
               porque, si acaso enturbiara
               la luz, Estrella no fuera.
NATILDE:          No permite su arrebol 
               eclipse, ni sombra obscura;
               que es su luz, brillante y pura, 
               participado del sol.
                  A su cámara llegó.
               En dándome este papel
               entró el rey, y tú tras él.
BUSTO:         ¿Cómo? ¿Este papel te dió?
NATILDE:          Con mil ducados de renta,
               y la libertad.
BUSTO:                        ¡Favor
               grande a costa de mi honor!
               ¡Bien me engrandece y aumenta! 
                  Ven conmigo.
NATILDE:                      ¿Dónde voy?
BUSTO:         Vas a que te vea el rey; 
               que así cumplo con la ley 
               y obligación de quien soy.
NATILDE:          ¡Ay, desdichada esclavilla!
BUSTO:         Si el rey la quiso eclipsar, 
               fama a España ha de quedar 
               de la Estrella de Sevilla.

Vanse. Salen el REY, y don ARIAS
REY:              Esto, al fin, me ha sucedido.
ARIAS:         ¿Quisiste entrar solo?
REY:                                    Ha andado
               tan necio y tan atrevido, 
               que vengo, amigo, afrentado; 
               que sé que me ha conocido.
                  Metió mano para mí 
               con equívocas razones; 
               y, aunque más me resistí, 
               las naturales acciones, 
               con que como hombre nací,
                  del decoro me sacaron 
               que pide mi majestad.  
               Doy sobre él, pero llegaron 
               con luces, que la verdad
               dijeran que imaginaron,
                  si la espalda no volviera,
               temiendo el ser conocido:
               y vengo de esta manera.
               Lo que ves me ha sucedido,
               Arias, con Busto Tavera.
ARIAS:            Pague con muerte el disgusto;
               degüéllale, vea el sol
               naciendo el castigo justo,         
               pues en el orbe español
               no hay más leyes que tu gusto.
REY:              Matarle públicamente,
               Arias, es yerro mayor.
ARIAS:         Causa tendrás suficiente;
               que en Sevilla es Regidor,
               y el más sabio y más prudente
                  no deja, señor, de hacer
               algún delito, llevado 
               de la ambición del poder.
REY:           Es tan cuerdo y tan mirado, 
               que culpa no ha de tener.
ARIAS:            Pues hazle, señor, matar 
               en secreto.
REY:                       Eso sí;
               mas ¿ de quién podré fiar 
               este secreto?
ARIAS:                        De mí.
REY:           No te quiero aventurar.
ARIAS:            Pues yo darte un hombre quiero, 
               valeroso, y gran soldado 
               como insigne caballero, 
               de quien el Moro ha temblado 
               en el obelisco fiero 
                  de Gibraltar, donde ha sido 
               muchas veces capitán 
               vitorioso, y no vencido; 
               y hoy en Sevilla le dan, 
               por gallardo y atrevido, 
                  el lugar primero; que es 
               de militares escuelas 
               el sol.
REY:                  Su nombre ¿cómo es?
ARIAS:         Sancho Ortiz de las Roelas,
               y el Cid andaluz después.
                  Éste le dará la muerte, 
               señor, con facilidad; 
               que es bravo, robusto, y fuerte,
               y tiene en esta ciudad 
               superior ventura y suerte.
REY:              Ése al momento me llama, 
               pues ya quiere amanecer.
ARIAS:         Ven a acostarte.
REY:                           ¿Qué cama,
               Arias, puede apetecer 
               quien está ofendido, y ama?  
                  Ese hombre llama al momento.
ARIAS:         En el Alcázar está 
               un bulto pendiente al viento.
REY:           ¿Bulto dices? ¿Qué será?
ARIAS:         No será sin fundamento.
REY:              Llega, don Arias, a ver 
               lo que es.
ARIAS:                    Es mujer colgada.
REY:           ¿Mujer?
ARIAS:                 Digo que es mujer.
REY:           ¿Mujer dices?
ARIAS:                       Y está ahorcada,
               con que no lo viene a ser.
REY:              Mira quién es.
ARIAS:                           ¡La esclavilla,
               con el papel en las manos!
REY:           ¡Hay tal rabia!
ARIAS:                         ¡Hay tal mancilla!
REY:           Mataré a los dos hermanos, 
               si se alborota Sevilla.  
                  Mándala luego quitar,
               y con decoro y secreto 
               también la manda enterrar. 
               ¿Ansí se pierde el respeto
               a un rey?  No me ha de quedar,
                  si más que si arenas fuera, 
               de este linaje ninguno. 
               En Sevilla, gente fiera, 
               a mis manos, uno a uno, 
               no ha de quedar un Tavera;
                  esta Estrella, que al sol brilla 
               en Sevilla, ha de caer.
ARIAS:         Si cae, no es maravilla
               que la abrase.
REY:                          Se ha de arder
               hoy con su Estrella Sevilla.

Vanse, y salen BUSTO y ESTRELLA
BUSTO:            Echa ese marco.
ESTRELLA:                        ¿Qué es esto,
               que apenas el sol dormido 
               por los balcones del alba 
               sale pisando zafiros,
               y del lecho me levantas, 
               solo, triste, y afligido? 
               ¿Confuso y turbado me hablas?
               Dime, ¿has visto algún delito 
               en que cómplice yo sea?  
BUSTO:         Tú me dirás si lo has sido.
ESTRELLA:      ¿Yo? ¿Qué dices? ¿Estás loco?  
               Dime si has perdido el juicio.
               ¿Yo delito?  Mas ya entiendo
               que tú lo has hecho en decirlo,
               pues sólo con preguntallo
               contra mí lo has cometido.
               ¿Si he hecho delitos preguntas?
               No de ti, de mí me admiro;
               mas por decirte que sí,
               lo quiero hacer en sufrillo.
               ¿No me conoces? ¿No sabes 
               quién soy?  ¿En mi boca has visto 
               palabras desenlazadas
               del honor con que las rijo?
               ¿Has visto alegres mis ojos,
               de la cárcel de sus vidrios
               desatar rayos al aire,
               lisonjeros y lacivos?
               ¿En las manos de algún hombre 
               viste algún papel escrito
               de la mía? ¿Has visto hablando, 
               dime, algún hombre conmigo?
               Porque, si no has visto nada
               de las cosas que te he dicho,
               ¿qué delito puede haber?
BUSTO:         Sin ocasión no lo digo.
ESTRELLA:      ¿Sin ocasión?
BUSTO:                        ¡Ay, Estrella!
               que esta noche en casa...
ESTRELLA:                                Dilo;
               que si estuviera culpada,
               luego me ofrezco al suplicio.
               ¿Qué hubo esta noche en mi casa?
BUSTO:         Esta noche, fué epiciclo
               del sol; que en entrando en ella
               se trocó de Estrella el signo.
ESTRELLA:      Las llanezas del honor
               no con astrólogo estilo
               se han de decir; habla claro,
               y deja en sus zonas cinco
               al sol; que, aunque Estrella soy,
               yo por el sol no me rijo;
               que son las suyas errantes,
               y yo Estrella fija he sido
               en el cielo de mi honor,
               de quien los rayos recibo.
BUSTO:         Cuando partía la noche
               con sus destemplados gritos
               entre domésticas aves
               los gallos olvidadizos,
               rompiendo el mudo silencio
               en su canoro sonido
               la campana de Las Cuevas,
               lisonja del cielo impíreo,
               entré en casa, y topé en ella,
               cerca de tu cuarto mismo,
               al rey, solo y embozado.
ESTRELLA:      ¿Qué dices?
BUSTO:                      Verdad te digo.
               Mira, Estrella, a aquellas horas 
               ¿a qué pudo haber venido 
               el rey a mi casa, solo, 
               si por Estrella no vino?
               Que de noche las estrellas 
               son de los cielos jacintos, 
               y a estas horas las buscaban 
               los astrólogos egipcios.
               Natilde con él estaba, 
               que a los pasos y al rüido 
               se oyó; que, aunque a obscuras 
               era, la vió el honor lince mío.
               Metí mano, y  "¿Quién va?" dije; 
               respondió, "Un hombre," y embisto 
               con él, y él, de mí apartado,
               que era el rey, Estrella, dijo.  
               Y, aunque le conocí luego, 
               híceme desentendido 
               en conocelle; que el cielo 
               darme sufrimiento quiso.
               Embistióme como rey 
               enojado y ofendido; 
               que un rey que embiste enojado 
               se trae su valor consigo.
               Salieron pajes con luces,
               y entonces, por no ser visto, 
               volvió la espalda, y no pudo 
               ser de nadie conocido.
               Conjuré a la esclava, y ella, 
               sin mostralle de Dionisio 
               los tormentos, confesó 
               las verdades sin martirio.  
               Firmada la libertad 
               le dió en un papel que le hizo 
               el rey, que ha sido el proceso 
               en que sus culpas fulmino.  
               Saquéla de casa luego, 
               porque su aliento nocivo 
               no sembrara deshonor 
               por los nobles edificios; 
               que es un crïado, si es malo, 
               en la casa un basilisco; 
               si con lisonjas y halagos, 
               engañoso cocodrilo.
               Cogíla a la puerta, y luego, 
               puesta en los hombros, camino 
               al Alcázar, y en sus rejas 
               la colgué por el delito; 
               que quiero que el rey conozca 
               que hay Brutos contra Tarquinos 
               en Sevilla, y que hay vasallos 
               honrados y bien nacidos. 
               Esto me ha pasado, Estrella; 
               nuestro honor está en peligro. 
               Yo he de ausentarme por fuerza, 
               y es fuerza darte marido.  
               Sancho Ortiz lo ha de ser tuyo;
               que con su amparo te libro
               del rigor del rey, y yo
               libre me pongo en camino.
               Yo le voy a buscar luego,
               porque así mi honor redimo,
               y el nombre de los Taveras
               contra el tiempo resucito.
ESTRELLA:      ¡Ay, Busto! Dame esa mano
               por el favor recebido
               que me has hecho.
BUSTO:                          Hoy has de serlo,
               y ansí, Estrella, te apercibo
               su esposa; guarda silencio,
               porque importa al honor mío.

Vase
ESTRELLA:      ¡Ay, Amor!  ¡Y qué ventura!
               Ya estás de la venda asido;
               no te has de librar. Mas ¿quién
               sacó el fin por el principio,
               si entre la taza y la boca
               un sabio temió el peligro?

Vase. Salen don ARIAS, Y el REY con dos papeles en las manos
ARIAS:            Ya en la antecámara aguarda
               Sancho Ortiz de las Roelas.
REY:           Ya me parece que tarda;
               todo el amor es cautelas:
               si la piedad me acobarda,
                  en este papel sellado
               traigo su nombre y su muerte, 
               y en éste, que yo he mandado 
               matalle; y de aquesta suerte 
               él quedará disculpado.
                  Hazle entrar, y echa a la puerta 
               la loba, y tú no entres.
ARIAS:                                  ¿No?
REY:           No, porque quiero que advierta 
               que sé este secreto yo 
               solamente; que concierta 
                  la venganza en mi deseo 
               más acomodada ansí.
ARIAS:         Voy a llamarle.

Vase
REY:                           Ya veo,
               Amor, que no es éste en mí
               alto y glorioso trofeo:
                  mas disculparme podrán
               mil prodigiosas historias
               que en vivos bronces están;
               y este exceso entre mil glorias
               los tiempos disculparán.

Sale SANCHO Ortiz
SANCHO:           Vuestra Alteza a mis dos labios
               les conceda los dos pies.
REY:           Alzad; que os hiciera agravios;
               alzad.
SANCHO:              Señor...
REY:                          (Galán es.)                                 Aparte
SANCHO:        Los filósofos más sabios,
                  y más dulces oradores,
               en la presencia real,
               sus retóricas colores
               pierden; y en grandeza igual, 
               y en tan inmensos favores, 
                  no es mucho que yo, señor, 
               me turbe, no siendo aquí 
               retórico, ni orador.
REY:           Pues decid, ¿qué veis en mí?
SANCHO:        La majestad, y el valor,
                  y, al fin, una imagen veo 
               de Dios, pues le imita el rey; 
               y, después dél, en vos creo;
               y a vuestra cesárea ley,
               gran señor, aquí me empleo.
REY:              ¿Cómo estáis?
SANCHO:                         Nunca me he visto
               tan honrado como estoy,
               pues a vuestro lado asisto.
REY:           Pues, aficionado os soy
               por prudente, y por bienquisto,
                  y por valiente soldado,
               y por hombre de secreto,
               que es lo que más he estimado.
SANCHO:        Señor, de mí tal conceto,
               Vuestra Alteza, más me ha honrado, 
                  que las partes que me dais
               sin tenellas; sustenellas
               tengo, por lo que me honráis.
REY:           Son las virtudes Estrellas.
SANCHO:        (Si en la Estrella me tocáis,               Aparte
                  ciertas son mis desventuras;
               honrándome el rey me ofende;
               no son sus honras seguras,
               pues sospecho que pretende
               dejarme sin ella a escuras.
REY:              Porque estaréis con cuidado,
               codicioso de saber
               para lo que os he llamado,
               decíroslo quiero, y ver
               que en vos tengo un gran soldado.
                  A mí me importa matar
               en secreto a un hombre, y quiero
               este caso confïar
               sólo de vos; que os prefiero
               a todos los del lugar.
SANCHO:           ¿Está culpado?
REY:                              Sí está.
SANCHO:        Pues ¿cómo muerte en secreto
               a un culpado se le da?
               Poner su muerte en efeto
               públicamente podrá
                  vuestra justicia, sin darle
               muerte en secreto; que ansí
               vos os culpáis en culparle,
               pues dais a entender que aquí
               sin culpa mandáis matarle.
                  Y dalle muerte, señor,
               sin culpa, no es justa ley,
               sino bábaro rigor;          
               y un rey, sólo por ser rey, 
               se ha de respetar mejor;
                  que, si un brazo poderoso 
               no se vence en lo que puede, 
               siempre será riguroso, 
               y es bien que entrenado quede 
               con el afecto piadoso.
                  ¿Qué hace un poderoso en dar 
               muerte a un humilde, despojos
               de sus pies, sino triunfar
               de las pasiones y enojos
               con que le mandó matar?
                  Si ese humilde os ha ofendido
               en leve culpa, señor,
               que le perdonéis os pido.
REY:           Para su procurador,
               Sancho Ortiz, no habéis venido,
                  sino para darle muerte;
               y, pues se la mando dar
               escondiendo el brazo fuerte,
               debe a mi honor importar
               matarle de aquesta suerte.
                  ¿Merece el que ha cometido
               crimen lese muerte?
SANCHO:                                           En fuego.
REY:           Y ¿si crimen lese ha sido
               el de éste?
SANCHO:                    ¡Que muera luego!
               Y a voces, señor, os pido
                  --aunque él mi hermano sea,
               o sea deudo, o amigo
               que en el corazón se emplea--
               el riguroso castigo
               que tu autoridad desea.
                  Si es así, muerte daré,
               señor, a mi mismo hermano,
               y en nada repararé.
REY:           Dadme esa palabra y mano.
SANCHO:        Y en ella el alma y la fe.
REY:              Hallándole descuidado
               puedes matalle.
SANCHO:                        Señor,
               siendo Roela, y soldado,
               ¿me quieres hacer traidor?
               Yo, ¿muerte en caso pensado?
                  Cuerpo a cuerpo he de matalle
               donde Sevilla lo vea,
               en la plaza, o en la calle;
               que el que mata y no pelea,
               nadie puede disculparle;
                  y gana más el que muere
               a traición, que el que le mata;
               que el muerto opinión adquiere,
               y el vivo, con cuantos trata,
               su alevosía refiere.
REY:              Matalde como queráis;
               que este papel, para abono,
               de mí firmado lleváis,
               por donde, Sancho, os perdono 
               cualquier delito que hagáis;
                  referildo.

Dale un papel
SANCHO:                        Dice así:

Lee
 

		  "Al que ese papel advierte, 
               Sancho Ortiz, luego por mí 
               y en mi nombre dalde muerte; 
               que yo por vos salgo aquí;
                  y si os halláis en aprieto, 
               por este papel firmado 
               sacaros dél os prometo. 
               Yo el Rey."  Estoy admirado 
               de que tan poco conceto
                  tenga de mí Vuestra Alteza.  
               ¿Yo cédula?  ¿Yo papel? 
               Tratadme con más llaneza; 
               que más en vos que no en él 
               confía aquí mi nobleza.
                  Si vuestras palabras cobran 
               valor que los montes labra, 
               y ellas cuanto dicen obran, 
               dándome aquí la palabra, 
               señor, los papeles sobran.
                  A la palabra remito 
               la cédula que me dais, 
               con que a vengaros me incito, 
               porque, donde vos estáis, 
               es escusado lo escrito.
                  Rompeldo, porque sin él
               la muerte le solicita 
               mejor, señor, que con él; 
               que en parte desacredita 
               vuestra palabra el papel.

Rómpele
                  Sin papel, señor, aquí 
               nos obligamos los dos, 
               y prometemos ansí: yo, 
               de vengaros a vos, 
               y vos, de librarme a mí.
                  Y si es así, no hay que hacer
               cédulas, que estorbo han sido:
               yo os voy luego a obedecer,
               y sólo, por premio, os pido
               para esposa la mujer
                  que yo eligiere.
REY:                               Aunque sea
               ricafembra de Castilla,
               os la concedo.
SANCHO:                       Posea
               vuestro pie la alarbe silla;
               el mar los castillos vea
                  gloriosos, y dilatados
               por sus trópicos ardientes
               y por sus climas helados.
REY:           Vuestros hechos excelentes,
               Sancho, quedarán premiados.
                  En este papel va el nombre
               del hombre que ha de morir.

Dale un papel
               cuando le abráis, no os asombre;
               mirad que he oído decir
               en Sevilla que es muy hombre.
SANCHO:           Presto, señor, lo sabremos.
REY:           Los dos, Sancho, solamente,
               este secreto sabemos;
               no hay que advertiros; prudente 
               sois vos. Obrad, y callemos.

Vase el REY, y sale CLARINDO
CLARINDO:         ¿Había de encontrarte,
               cuando nuevas tan dulces vengo a darte?
               Dame, señor, albricias
               de las glorias mayores que codicias.
SANCHO:        ¿Agora de humor vienes?
CLARINDO:      ¿Cómo el alma en los brazos no previenes.

Dale un papel
SANCHO:        ¿Cúyo es éste?
CLARINDO:                      De Estrella,
               que estaba más que el sol hermosa y bella, 
               cuando por la mañana
               forma círculos de oro en leche y grana.
               Mandóme que te diera 
               ese papel, y albricias te pidiera.  
SANCHO:        ¿De qué?
CLARINDO:                Del casamiento,
               que se ha de efetüar luego al momento.
SANCHO:        Abrázame, Clarindo;
               que no he visto jamás hombre tan lindo.

Lee el papel
CLARINDO:      Tengo, señor, buen rostro
               con buenas nuevas, pero fuera un monstruo
               si malas las trajera;
               que hermosea el placer de esta manera.
               No vi que hermoso fuese
               hombre jamás que deuda me pidiese,
               ni vi que feo hallase
               hombre jamás que deuda me pagase.
               ¡Los mortales deseos,
               que hacéis hermosos los que espantan feos,
               y feos, los hermosos!
SANCHO:        ¡Ay, renglones divinos y amorosos!
               Beberos quiero a besos,
               para dejaros en el alma impresos,
               donde, pues os adoro,
               más eternos seréis que plantas de
oro.
               Abrázame, Clarindo;
               que no he visto jamás hombre tan lindo.
CLARINDO:      Soy como un alpargate.
SANCHO:        Leeréle otra vez, aunque me mate 
               la impensada alegría.
               ¿Quién tal Estrella vió al nacer del día?
               ¿El hermoso lucero
               del alba es para mí ya el sol? Espero
               en los dorados rayos
               en abismos de luz pintar dos mayos.

Lee
           

                  "Esposo, ya ha llegado
               el venturoso plazo deseado; 
               mi hermano va a buscarte,
               sólo por darme vida y por premiarte.
               Si del tiempo te acuerdas,
               búscale luego, y la ocasión no pierdas.
               Tu Estrella."  ¡Ay, forma bella!
               ¿Qué bien no he de alcanzar con tal Estrella?
               ¡Ay, bulto soberano,
               de este Pólux divino soy humano!

A CLARINDO
 

               ¡Vivas eternidades,
               siendo a tus pies momentos las edades!
               Si amares, en amores 
               trueques las esperanzas, en favores,
               y en batallas y ofensas 
               siempre glorioso tus contrarios venzas 
               y no salgas vencido; 
               que ésta la suerte más dichosa ha sido. 
               Avisa al mayordomo 
               de la dichosa sujeción que tomo; 
               y que saque al momento 
               las libreas que están para este intento 
               en casa reservadas; 
               y saquen las cabezas coronadas 
               mis lacayos y pajes 
               de hermosas pesadumbres de plumajes.
               Y si albricias codicias,
               toma aqueste jacinto por albricias;
               que el sol también te diera,
               cuando la piedra del anillo fuera.
CLARINDO:      ¡Vivas más que la piedra,
               a tu esposa enlazado como yedra!
               Y, pues tanto te precio,
               ¡vivas, señor, más años que no un necio!

Vase
 

SANCHO:        Buscar a Busto quiero;
               que entre deseos y esperanzas muero.
               ¡Cómo el amor porfía!
               ¡Quién tal Estrella vió al nacer del día!
               Mas con el nudo y gusto
               me olvidaba del rey, y no era justo;
               ya está el papel abierto:
               quiero saber quién ha de ser el muerto.

Lee
 

                  "Al que muerte habéis de dar, 
               es, Sancho, a Busto Tavera."
               ¡Válgame Dios!  ¡Que esto quiera!
               ¡Tras una suerte un azar!
               Toda esta vida es jugar
               una carteta imperfecta,
               mal barajada, y sujeta
               a desdichas y a pesares;
               que es toda en cientos y azares 
               como juego de carteta.
                  Pintada la suerte vi;
               mas luego se despintó,
               y el naipe se barajó
               para darme muerte a mí.
               Miraré si dice así,
               pero yo no lo leyera
               si el papel no lo dijera;
               quiérole otra vez mirar.

Lee
 

               "Al que muerte habéis de dar,
               es, Sancho, a Busto Tavera." 
                  Perdido soy. ¿Qué he de hacer?  
               Que al rey la palabra he dado
               de matar a mi cuñado,
               y a su hermana he de perder.  
               Sancho Ortiz, no puede ser.
               Viva Busto.  Mas no es justo
               que al honor contraste el gusto; 
               muera Busto, Busto muera.
               Mas deténte, mano fiera;
               viva Busto, viva Busto.
                  Mas no puedo con mi honor 
               cumplir, si a mi amor acudo;
               mas ¿ quién resistirse pudo
               de la fuerza del amor
               Morir me será mejor,
               o ausentarme, de manera
               que sirva al rey, y él no muera.  
               Mas quiero al rey agradar.

Lee
 

               "Al que muerte habéis de dar,
               es, Sancho, a Busto Tavera."
                  ¡0h, nunca yo me obligara
               a ejecutar el rigor
               del rey, y nunca el amor
               mis potencias contrastara!
               ¡Nunca yo a Estrella mirara, 
               causa de tanto disgusto!
               Si servir al rey es justo,
               Busto muera, Busto muera;
               pero estraño rigor fuera:
               viva Busto, viva Busto.
                  ¿Si le mata por Estrella 
               el rey, que servirla trata?  
               Si por Estrella le mata, 
               pues no muera aquí por ella.  
               Ofendelle y defendella 
               quiero.  Mas soy caballero, 
               y no he de hacer lo que quiero, 
               sino lo que debo hacer. 
               Pues que debo obedecer 
               la ley que fuere primero.
                  Mas no hay ley que a aquesto obligue 
               mas sí hay; que, aunque injusto el rey, 
               debo obedecer su ley, 
               y a él, después, Dios le castigue.  
               Mi loco amor se mitigue; 
               que, aunque me cueste disgusto, 
               acudir al rey es justo;
               Busto muera, Busto muera;
               que ya no hay quien decir quiera:
               viva Busto, viva Busto.
                  Perdóname, Estrella hermosa;
               que no es pequeño castigo
               perderte, y ser tu enemigo.
               ¿Qué he de hacer? ¿Puedo otra cosa?

Sale BUSTO Tavera
BUSTO:         Cuñado, suerte dichosa
               he tenido en encontraros.
SANCHO:        (Y yo desdicha en hallaros,                Aparte
               porque me buscáis aquí 
               para darme vida a mí; 
               pero yo, para mataros.)
BUSTO:            Ya, hermano, el plazo llegó 
               de vuestras dichosas bodas.
SANCHO:        (Más de mis desdichas todas            Aparte
               decirte pudiera yo.
               ¡Válgame Dios! ¿Quién se vió
               jamás en tanto pesar?
               ¡Que aquí tengo de matar
               al que más bien he querido.
               ¡Que a su hermana haya perdido!
               ¡Que con todo he de acabar!)
BUSTO:            ¿De esa suerte os suspendéis,
               cuando a mi hermana os ofrezco?
SANCHO:        Como yo no la merezco
               callo.
BUSTO:                 ¿No la merecéis?
               ¿Callando me respondéis?
               ¿Qué dudáis, que estáis turbado
               y con el rostro mudado
               miráis al suelo, y al cielo?
               Decid, ¿qué pálido hielo
               de silencio os ha bañado?
                  ¿Por escrituras no estáis
               casado con doña Estrella?
SANCHO:        Casarme quise con ella,
               mas ya no, aunque me la dais.

BUSTO:         ¿Conocéisme? ¿Así me habláis?
SANCHO:        Por conocernos, aquí
               os hablo, Tavera, así.
BUSTO:         Si me conocéis Tavera,
               ¿cómo habláis de esa manera?
SANCHO:        Hablo, porque os conocí.
BUSTO:            Habréis en mí conocido
               sangre, nobleza y valor,
               y virtud, que es el honor;
               que sin ella honor no ha habido;
               y estoy, Sancho Ortiz, corrido.
SANCHO:        Más lo estoy yo.
BUSTO:                        ¿Vos? ¿De qué?
SANCHO:        De hablaros.
BUSTO:                     Si en mi honra y fe
               algún defeto advertís,
               como villano mentís,
               y aquí os lo sustentaré.

Meten mano
SANCHO:           ¿Qué has de sustentar, villano?
               (Perdone amor; que el exceso                    Aparte
               del rey me ha quitado el seso,
               y es el resistirme en vano.)
BUSTO:         Muerto soy; detén la mano.
SANCHO:        ¡Ay, que estoy fuera de mí,
               y sin sentido te herí!
               Mas aquí, hermano, te pido,
               ya que he cobrado el sentido,
               que tu me mates a mí.
                  quede tu espada envainada
               en mi pecho; abre con ella
               puerta al alma.
BUSTO:                        A doña Estrella
               os dejo, hermano, encargada.
               Adiós.

Muere
SANCHO:                  Rigurosa espada,         
               sangrienta y fiera homicida,
               si me has quitado la vida,
               acábame de matar,
               porque le pueda pagar
               el alma por otra herida.

Salen [don PEDRO y FARFÁN,] los alcaldes mayores
PEDRO:            ¿Qué es esto?  ¡Detén la mano!
SANCHO:        ¿Cómo, si a mi vida he muerto?
FARFÁN:        ¿Hay tan grande desconcierto?
PEDRO:         ¿Qué es esto?
SANCHO:                      ¡He muerto a mi hermano!
               Soy un Caín sevillano; 
               que, vengativo y crüel,
               maté un inocente Abel.
               Veisle aquí, matadme aquí;
               que, pues él muere por mí,
               yo quiero morir por él.

Sale don ARIAS
ARIAS:            ¿Qué es esto?
SANCHO:                         Un fiero rigor;
               que tanto en los nobles labra
               una cumplida palabra,
               y un acrisolado honor.
               Decilde al rey mi señor,    
               que tienen los Sevillanos
               las palabras en las manos,
               como lo veis, pues por ellas 
               atropellan las Estrellas,
               y no hacen caso de hermanos.
PEDRO:            ¡Dió muerte a Busto Tavera! 
ARIAS:         ¡Hay tan temerario exceso!
SANCHO:        Prendedme, llevadme preso;
               que es bien que el que mata muera.  
               Mirad qué hazaña tan fiera
               me hizo el Amor intentar,
               pues me ha obligado a matar,
               y me ha obligado a morir,
               pues por él vengo a pedir
               la muerte que él me ha de dar.
PEDRO:            Llevalde a Trïana preso,
               porque la ciudad se altera.
SANCHO:        Amigo Busto Tavera...
FARFÁN:        Este hombre ha perdido el seso.
SANCHO:        Dejadme llevar en peso,
               señores, el cuerpo helado
               en noble sangre bañado;
               que así su Atlante seré,
               y entre tanto le daré
               la vida que le he quitado.
PEDRO:            Loco está.
SANCHO;                      Yo, si atropello
               mi gusto, guardo la ley. 
               Esto, señor, es ser rey, 
               y esto, señor, es no sello.  
               Entendello, y no entendello,
               importa, pues yo lo callo;
               yo lo maté, no hay negallo,
               mas el porqué no diré:
               otro confiese el porqué,
               pues yo confieso el matallo.

Llévanle, y vanse. Salen ESTRELLA, y TEODORA
ESTRELLA:         No sé si me vestí bien,
               como me vestí de prisa;
               dame, Teodora, el espejo.
TEODORA:       Verte, señora, en ti misma
               puedes; que no hay cristal
               que tantas verdades diga,
               ni de hermosura tan grande
               haga verdadera cifra.
ESTRELLA:      Alterado tengo el rostro,
               y la color encendida.
TEODORA:       Es, señora, que la sangre
               se ha asomado a las mejillas,
               entre temor y vergüenza,
               sólo a celebrar tus dichas.
ESTRELLA:      Ya me parece que llega,
               bañado el rostro de risa,
               mi esposo a darme la mano
               entre mil tiernas caricias.
               Ya me parece que dice
               mil ternezas, y que, oídas,
               sale el alma por los ojos,
               desestimando sus niñas.
                  ¡Ay, venturoso día!
               ésta, Teodora, ha sido estrella mía.
TEODORA:       Parece que suena gente.  
               Todo el espejo, de envidia, 
               el cristal, dentro la hoja, 
               de una luna hizo infinitas.
ESTRELLA:      ¿Quebróse?
TEODORA:                  Señora, sí.
ESTRELLA:      Bien hizo, porque imagina
               que aguardo el cristal, Teodora, 
               en que mis ojos se miran.
               Y pues tal espejo aguardo, 
               quiébrese el espejo, amiga;
               que no quiero que con él
               éste de espejo me sirva.

Sale CLARINDO, muy galán
CLARINDO:      Ya, señora, aquesto suena
               a gusto y volatería;
               que las plumas del sombrero 
               los casamientos publican.
               ¿No vengo galán? ¿No vengo 
               como Dios hizo una guinda, 
               hecho un jarao por de fuera,
               y por de dentro una pipa?
               A mi dueño di el papel,
               y dióme aquesta sortija
               en albricias.
ESTRELLA:                  Pues yo quiero
               feriarte aquesas albricias;
               dámela, y toma por ella 
               este diamante.
CLARINDO:                     Partida
               está por medio la piedra.
               Será de melancolía;
               que, los jacintos padecen
               de ese mal, aunque le quitan; 
               partida por medio está.
ESTRELLA:      No importa que esté partida;
               que es bien que las piedras 
               sientan mis contentos y alegrías.
                  ¡Ay, venturoso día!
               ésta, amigos, ha sido estrella mía.
TEODORA:       Gran tropel suena en los patios.
CLARINDO:      Y ya el escalera arriba 
               parece que sube gente.
ESTRELLA:      ¿Qué valor hay que resista 
               el placer? Pero, ¿qué es esto?

Salen los [don PEDRO y FARFÁN,] los alcaldes mayores con BUSTO, muerto
PEDRO:         Los desastres y desdichas 
               se hicieron para los hombres; 
               que es mar de llanto esta vida.  
               El señor Busto Tavera 
               es muerto, y sus plantas pisan 
               ramos de estrellas--el cielo 
               lisonjea argentería--.
               El consuelo que aquí os queda
               es que está el fiero homicida,
               Sancho Ortiz de las Roelas,
               preso, y dél se hará justicia
               mañana sin falta.
ESTRELLA:                        ¡Ay, Dios!
               Dejadme, gente enemiga;
               que en vuestras lenguas traéis
               de los infiernos las iras.
               ¡Mi hermano es muerto, y le ha muerto
               Sancho Ortiz!  Y ¿hay quien lo diga,
               y hay quien lo escuche, y no muera?
               Piedra soy, pues estoy viva.
                  ¡Ay, riguroso día!
               ésta, amigos, ha sido estrella mía.
               ¿No hay cuchillos? ¿No hay espadas?
               ¿No hay cordel? ¿No hay encendidas
               brasas? ¿No hay áspides fieros,
               muertes de reinas egipcias?
               Pero si hay piedad humana,
               matadme.
PEDRO:                   El dolor la priva
               de la razón.
ESTRELLA:                    ¡Desdichada
               ha sido la estrella mía!
               ¡Mi hermano es muerto, y le ha muerto
               Sancho Ortiz! ¿él, quien divida
               tres almas de un corazón?
               Dejadme; que estoy perdida.
PEDRO:         Ella está desesperada.
FARFÁN:        Infeliz beldad!

Vase
PEDRO:                          Seguilda.

Vase
CLARINDO:      Señora...

Vase
ESTRELLA:                   Déjame, ingrato,
               sangre de aquel fratricida.  
               Y pues acabo con todo, 
               quiero acabar con la vida.
                  ¡Ay, riguroso día!
               Ésta, Tcodora, ha sido estrella mia.

FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

Salen el REY, [don PEDRO y FARFÁN,] los alcaldes mayores y don ARIAS
PEDRO:            Confiesa que le mató,
               mas no confiesa por qué.
REY:           ¿No dice qué le obligó?
FARFÁN:        Sólo responde, "No sé,"
               y es gran confusión un no.
REY:              ¿Dice si le dió ocasión?
PEDRO:         Señor, de ninguna suerte.
ARIAS          ¡Temeraria confusión!
PEDRO:         Dice que le dió la muerte;
               no sabe si es con razón.
FARFÁN:           Sólo confiesa matarle
               porque matalle juró.
ARIAS:         Ocasión debió de darle.
PEDRO:         Dice que no se la dió.
REY:           Volved de mi parte a hablarle;
                  y decilde que yo digo
               que luego el descargo dé;
               y decid que soy su amigo,
               y su enemigo seré
               en el rigor y castigo.
                  Declare por qué ocasión
               dió muerte a Busto Tavera, 
               y en sumaria información, 
               antes que de necio muera, 
               dé del delito razón.
                  Diga quién se lo mandó,
               y por quién le dió la muerte, 
               o qué ocasión le movió
               a hacerlo; que, de esta suerte, 
               oiré su descargo yo;
                  o que a morir se aperciba.
PEDRO:         Eso es lo que más desea;
               el sentimiento le priva,      
               viendo una hazaña tan fea, 
               tan avara, y tan esquiva,
                  del jüicio.
REY:                          ¿Y no se queja
               de ninguno?
FARFÁN:                   No, señor;
               con su pesar se aconseja.
REY:           ¡Notable y raro valor!
FARFÁN:        Los cargos ajenos deja,
                  y a sí se culpa, no más.
REY:           No se habrá visto en el mundo 
               tales dos hombres jamás; 
               cuando su valor confundo,
               me van apurando más.
                  Id, y haced, Alcaldes, luego, 
               que haga la declaración,
               y habrá en la Corte sosiego.
               Id, vos, con esta ocasión,
               don Arias, a ese hombre ciego. 
                  De mi parte le decid 
               que diga por quién le dió
               la muerte; y le persuadid
               que declare, aunque sea yo,
               el culpado; y prevenid,
                  si no confiesa, al momento
               el teatro en que mañana
               le dé a Sevilla escarmiento.
ARIAS:         Ya voy.

Vanse los alcaldes, y don ARIAS, sale don MANUEL
MANUEL:                  La gallarda hermana,
               con grande acompañamiento, 
                  de Busto Tavera, pide 
               para besaros las manos 
               licencia.
REY:                     ¿Quién se lo impide?
MANUEL:        Gran señor, los ciudadanos.
REY:           Bien con la razón se mide!  
                  Dadme una silla, y dejad 
               que entre ahora.
MANUEL:                          Voy por ella.

Vase
REY:           Vendrá vertiendo beldad,
               como en el cielo la estrella
               sale tras la tempestad.

Sale don MANUEL, ESTRELLA, y gente
MANUEL:           Ya está aquí.
REY:                            No por abril
               parece así su arrebol 
               el sol gallardo y gentil, 
               aunque por verano el sol 
               vierte rayos de marfil.
ESTRELLA:         Cristianísimo don Sancho, 
               de Castilla rey ilustre,
               por las hazañas notable, 
               heroico por las virtudes,
               una desdichada Estrella,
               que sus claros rayos cubre 
               de este luto, que mi llanto
               lo ha sacado en negras nubes, 
               justicia a pedirte vengo,
               mas no que tú la ejecutes, 
               sino que en mi arbitrio dejes 
               que mi venganza se funde.  
               Estrella de mayo fui,
               cuando más flores produce;
               y agora en estraño llanto
               ya soy Estrella de otubre.
               No doy lugar a mis ojos
               que mis lágrimas enjuguen, 
               porque anegándose en ellas 
               mi sentimiento no culpen.
               Quise a Tavera mi hermano, 
               que sus sacras pesadumbres 
               ocupa pisando estrellas 
               en pavimentos azules; 
               como hermano me amparó, 
               y como a padre le tuve 
               la obediencia, y el respeto 
               en sus mandamientos puse.  
               Vivía con él contenta, 
               sin dejar que el sol injurie; 
               que aun rayos del sol no eran      
               a mis ventanas comunes.  
               Nuestra hermandad envidiaba 
               Sevilla, y todos presumen 
               que éramos los dos hermanos 
               que a una estrella se reducen.  
               Un tirano cazador 
               hace que el arco ejecute 
               el fiero golpe en mi hermano, 
               y nuestras glorias confunde.  
               Perdí hermano, perdí esposo; 
               sola he quedado, y no acudes 
               a la obligación de rey, 
               sin que nadie te disculpe.  
               Hazme justicia, señor. 
               Dame el homicida; cumple 
               con tu obligación en esto; 
               déjame que yo le juzgue.
               Entrégamele, ansí reines  
               mil edades, ansí triunfes
               de las lunas que te ocupan
               los términos andaluces,
               porque Sevilla te alabe,
               sin que su gente te adule,    
               en los bronces inmortales
               que ya los tiempos te bruñen.
REY:              Sosegaos, y enjugad las luces bellas
               si no queréis que se arda mi palacio;
               que, en lágrimas, del sol son las estrellas,     
               si cada rayo suyo es un topacio;
               recoja el alba su tesoro en ellas,
               si el sol recién nacido le da espacio;
               y dejad que los cielos las codicien;
               que no es razón que aquí se desperdicien.
                  Tomad esta sortija, y en Trïana
               allanad el castillo con sus señas;
               pónganlo en vuestras manos, sed tirana
               fiera con él de las hircanas peñas,
               aunque a piedad, y compasión villana, 
               nos enseñan volando las cigüeñas; 
               que es bien que sean, porque más asombre, 
               aves, y fieras, confusión del hombre.
                  Vuestro hermano murió; quien le dió muerte
               dicen que es Sancho Ortiz; vengaos vos della; 
               y aunque él muriese así de aquesa suerte, 
               vos la culpa tenéis por ser tan bella. 
               Si es la mujer el animal más fuerte, 
               mujer, Estrella, sois, y sois Estrella; 
               vos vencéis, que inclináis, y con venceros       
	         competencia tendréis con dos luceros.
ESTRELLA:         ¿Qué ocasión dió, gran señor, mi hermosura
               en la inocente muerte de mi hermano?
               ¿He dado yo la causa, por ventura
               o con deseo, a propósito liviano?
               ¿Ha visto alguno en mí desenvoltura,
               algún inútil pensamiento vano?
REY:           Es ser hermosa, en la mujer, tan fuerte,
               que, sin dar ocasión, da al mundo muerte.
                  Vos quedáis sin matar, porque en vos mata           
               la parte que os dió el cielo, la belleza;
               se ofende mucho con vos cuando, ingrata
               y emulación mortal naturaleza,
               no avarientas las perlas, ni la plata,
               y un oro que hace un mar vuestra cabeza,     
               para vos reservéis; que no es justicia.
ESTRELLA:      Aquí, señor, virtud es avaricia;
                  que, si en mí plata hubiera y oro hubiera,
               de mi cabeza luego le arrancara,
               y el rostro con fealdad obscureciera,
               aunque en brasas ardientes le abrasara.
               Si un Tavera murió, quedó un Tavera;

               y si su deshonor está en mi cara, 
               yo le pondré de suerte con mis manos, 
               que espanto sea entre los más tiranos.

Vase
REY:              (Si a Sancho Ortiz le entregan, imagino           Aparte
               que con su misma mano ha de matalle.
               ¿Que en vaso tan perfecto y peregrino
               permite Dios que la fiereza se halle?
               ¡Ved lo que intenta un necio desatino! 
               Yo incité a Sancho Ortiz.  Voy a libralle;
               que amor que pisa púrpura de reyes,
               a su gusto, no más, promulga leyes.)

Vanse y salen SANCHO, CLARINDO, y MÚSICOS
SANCHO:           ¿Algunos versos, Clarindo,
               no has escrito a mi suceso ?  
CLARINDO:      ¿Quién, señor, ha de escribir,
               teniendo tan poco premio?
               A las fiestas de la Plaza
               muchos me pidieron versos,
               y, viéndome por las calles, 
               como si fuera maestro
               de cortar o de coser,
               me decían, "¿No está hecho
               aquel recado?" y me daban
               más priesa que un rompimiento.   
               Y cuando escritas llevaba 
               las instancias, muy compuestos 
               decían, "Buenas están; 
               yo, Clarindo, lo agradezco." 
               Y, sin pagarme la hechura 
               me enviaban boquiseco.  
               No quiero escribir a nadie, 
               ni ser tercero de necios; 
               que los versos son cansados 
               cuando no tienen provecho.  
               Tomen la pluma los cultos, 
               después de cuarenta huevos 
               sorbidos, y versos pollos 
               saquen a luz de otros dueños; 
               que yo por comer escribo, 
               si escriben comidos ellos.  
               Y si qué comer tuviera,
               excediera en el silencio
               a Anajágoras, y burla
               de los latinos y griegos
               ingenios hiciera.

Salen [don PEDRO y FARFÁN.] los alcaldes mayores, y don ARIAS
PEDRO:                            Entrad.
CLARINDO:      Que vienen, señor, sospecho,
               éstos a notificarte
               la sentencia.

A los músicos
SANCHO:                     Pues de presto
               decid vosotros un tono. 
               (Agora sí que deseo                                      Aparte
               morir, y quiero cantando
               dar muestras de mi contento;
               fuera de que quiero darles
               a entender mi heroico pecho,
               y que aun la muerte no puede
               en él obligarme a menos.)
CLARINDO:      ¡Notable gentilidad!
               ¿Qué más hiciera un tudesco,
               llena el alma de lagañas
               de pipotes de lo añejo,
               de Monturque y de Lucena,
               santos y benditos pueblos?

Cantan
MÚSICOS:          "Si consiste en el vivir
               mi triste y confusa suerte,
               lo que se alarga la muerte
               eso se alarga el morir."

CLARINDO:      ¡Gallardo mote han cantado!
SANCHO:        A propósito discreto.

Cantan
MÚSICOS:          "No hay vida como la muerte,
               para el que vive muriendo."

PEDRO:         ¿Agora es tiempo, señor, 
               de música?
SANCHO:                    Pues ¿qué tiempo
               de mayor descanso pueden 
               tener en su mal los presos?
FARFÁN:        Cuando la muerte por horas 
               le amenaza, y por momentos 
               la sentencia está aguardando 
               del fulminado proceso, 
               ¿con música se entretiene?
SANCHO:        Soy cisne, y la muerte espero 
               cantando.
FARFÁN:                 Ha llegado el plazo.
SANCHO:        Las manos y pies os beso 
               por las nuevas que me dais. 
               ¡Dulce día!

A los MÚSICOS
                             Sólo tengo,
               amigos, esta sortija, 
               pobre prisión de mis dedos. 
               Repartilda; que en albricias 
               os la doy; y mis contentos 
               publicad con la canción 
               que a mi propósito han hecho.

Cantan
MÚSICOS:          "Si consiste en el vivir 
               mi triste y confusa suerte, 
               lo que se alarga la muerte, 
               eso se alarga el morir."

SANCHO:        Pues si la muerte se alarga
               lo que la vida entretengo, 
               y está en la muerte la vida, 
               con justicia la celebro.
PEDRO:         Sancho Ortiz de las Roelas,
               ¿vos confesáis que habéis muerto 
               a Busto Tavera?
SANCHO:                         Sí,
               y aquí a voces lo confieso. 
               Yo le di muerte, señores, 
               al más noble caballero 
               que trujo arnés, ciñó espada,
               lanza empuñó, enlazó yelmo.  
               Las leyes del amistad, 
               guardadas con lazo eterno,
               rompí, cuando él me ofreció
               sus estrellados luceros.
               Buscad bárbaros castigos,
               inventad nuevos tormentos,
               porque en España se olviden
               de Fálaris y Magencio.
FARFÁN:        Pues ¿sin daros ocasión
               le matasteis?
SANCHO:                       Yo le he muerto;
               esto confieso, y la causa
               no la sé, y causa tengo,
               y es de callaros la causa;
               pues tan callada la tengo,
               si hay alguno que lo sepa,
               dígalo; que yo no entiendo
               por qué murió; sólo sé
               que le maté sin saberlo.
PEDRO:         Pues parece alevosía
               matarle sin causa.
SANCHO:                            Es cierto
               que la dió, pues que murió.
PEDRO:         ¿A quién la dió?
SANCHO:                         A quien me ha puesto
               en el estado en que estoy, 
               que es en el último estremo.
PEDRO:         ¿Quién es?
SANCHO:                   No puedo decirlo,
               porque me encargó el secreto; 
               que, como rey en las obras, 
               he de serlo en el silencio.
               Y para matarme a mí,
               basta saber que le he muerto,
               sin preguntarme el porqué.
ARIAS:         Señor Sancho Ortiz, yo vengo
               aquí en nombre de Su Alteza 
               a pediros que a su ruego 
               confeséis quién es la causa 
               de este loco desconcierto. 
               Si lo hicisteis por amigos, 
               por mujeres, o por deudos, 
               o por algún poderoso 
               y grande de aqueste reino; 
               y si tenéis de su mano papel, 
               resguardo, o concierto, 
               escrito o firmado, al punto 
               lo manifestéis, haciendo 
               lo que debéis.
SANCHO:                        Si lo hago,
               no haré, señor, lo que debo.
               Decilde a Su Alteza, amigo, 
               que cumplo lo que prometo; 
               y si él es don Sancho el Bravo, 
               yo ese mismo nombre tengo.  
               Decilde que bien pudiera 
               tener papel; mas me afrento 
               de que papeles me pida, 
               habiendo visto romperlos.  
               Yo maté a Busto Tavera; 
               y, aunque aquí librarme puedo, 
               no quiero, por entender 
               que alguna palabra ofendo.  
               Rey soy en cumplir la mía, 
               y lo prometido he hecho; 
               y quien promete, también 
               es razón haga lo mesmo.  
               Haga quien se obliga hablando, 
               pues yo me he obligado haciendo; 
               que, si al callar llaman Sancho, 
               yo soy Sancho, y callar quiero.  
               Esto a Su Alteza decid; 
               y decilde que es mi intento 
               que conozca que en Sevilla 
               también ser reyes sabemos. 
ARIAS:         Si en vuestra boca tenéis 
               el descargo, es desconcierto 
               negarlo.
SANCHO:                  Yo soy quien soy,
               y siendo quien soy, me venzo
               a mí mismo con callar, 
               y a alguno que calla afrento; 
               quien es quien es, haga obrando 
               como quien es, y con esto, 
               de aquesta suerte, los dos 
               como quien somos haremos.
ARIAS:         Eso le diré a Su Alteza.
PEDRO:         Vos, Sancho Ortiz, habéis hecho 
               un caso muy mal pensado, 
               y anduvistis poco cuerdo.
FARFÁN:        Al Cabildo de Sevilla 
               habéis ofendido, y puesto 
               a su rigor vuestra vida, 
               y en su furor vuestro cuello.

Vase
PEDRO:         Matasteis a un Regidor 
               sin culpa, al cielo ofendiendo. 
               Sevilla castigará
               tan locos atrevimientos.

Vase
ARIAS:         Y al rey, que es justo, y es santo.
               ¡Raro valor!  ¡Bravo esfuerzo!

Vase
CLARINDO:      ¿Es posible que consientas 
               tantas injurias?
SANCHO:                           Consiento
               que me castiguen los hombres, 
               y que me confunda el cielo; 
               y ya, Clarindo, comienza. 
               ¿No oyes un confuso estruendo?  
               Braman los aires, armados 
               de relámpagos y truenos. 
               Uno baja sobre mí 
               como culebra, esparciendo 
               círculos de fuego apriesa.
CLARINDO:      (Pienso que ha perdido el seso;         Aparte
               quiero seguirle el humor.)
SANCHO:        ¡Que me abraso!
CLARINDO:                      ¡Que me quemo!
SANCHO:        ¿Cogióte el rayo también?
CLARINDO:      ¿No me ves cenizas hecho?
SANCHO:        ¡Válgame Dios!
CLARINDO:                     Sí, señor,
               ceniza soy de sarmientos.
SANCHO:        Dame una poca, Clarindo,
               para que diga "memento."
CLARINDO:      Y ¿a ti no te ha herido el rayo?
SANCHO:        ¿No me ves, Clarindo, vuelto, 
               como la mujer de Lot,
               en piedra sal?
CLARINDO:                     Quiero verlo.
SANCHO:        Tócame.
CLARINDO:              Duro y salado
               estás.
SANCHO:              ¿No lo he de estar, necio,
               si soy piedra sal aquí?
CLARINDO:      Así te gastarás menos; 
               mas si eres ya piedra sal, 
               di, ¿cómo hablas?
SANCHO:                            Porque tengo
               el alma ya encarcelada 
               en el infierno del cuerpo.
               Y tú, si eres ya ceniza, 
               ¿cómo hablas?
CLARINDO:                     Soy un brasero,
               donde entre cenizas pardas 
               el alma es tizón cubierto.
SANCHO:        ¿Alma tizón tienes?  Malo.
CLARINDO:      Antes, señor, no es muy bueno.
SANCHO:        Ya estamos en la otra vida.
CLARINDO:      Y pienso que en el infierno.
SANCHO:        ¿En el infierno, Clarindo? 
               ¿En qué lo ves?
CLARINDO:                     En que veo, 
               señor, en aquel castillo
               más de mil sastres mintiendo.
SANCHO:        Bien dices que en él estamos; 
               que la Soberbia está ardiendo 
               sobre esa torre, formada
               de arrogantes y soberbios.  
               Allí veo a la Ambición 
               tragando abismos de fuego.
CLARINDO:      Y más adelante está
               una legión de cocheros.
SANCHO:        Si andan coches por acá,
               ya destruirán al infierno;
               pero si el infierno es,
               ¿cómo escribanos no vemos?
CLARINDO:      No los quieren recibir,
               porque acá no inventen pleitos,
SANCHO:        Pues si en él pleitos no hay, 
               bueno es el infierno.
CLARINDO:                            Bueno.
SANCHO:        ¿Qué son aquéllos?
CLARINDO:                          Tahures
               sobre una mesa de fuego.
SANCHO:        Y aquéllos ¿qué son?
CLARINDO:                            Demonios,
               que los llevan, señor, presos.
SANCHO:        ¿No les basta ser demonios,
               sino soplones? ¿Qué es esto?
CLARINDO:      Voces de dos mal casados
               que se están pidiendo celos.
SANCHO:        Infierno es ése dos veces,
               acá y allá padeciendo.
               ¡Bravo penar, fuerte yugo!  
               Lástima, por Dios, les tengo.
               ¿De qué te ríes?
CLARINDO:                        De ver
               a un espantado hacer gestos,
               señor, a aquellos demonios,
               porque le han ajado el cuello      
               y cortado las melenas.
SANCHO:        Ése es notable tormento;
               sentirálo mucho.
CLARINDO:                        Allí
               la Necesidad, haciendo
               cara de hereje, da voces.
SANCHO:        Acá y allá padeciendo,
               pobre mujer, disculpados
               habían de estar sus yerros,
               porque la Necesidad
               tiene disculpa en hacerlos, 
               y no te espantes, Clarindo.
CLARINDO:      ¡Válgame Dios!  Saber quiero 
               quién es aquél de la pluma.
SANCHO:        Aquél, Clarindo, es Homero, 
               y aquél, Virgilio, a quien Dido 
               la lengua le cortó, en premio 
               del testimonio y mentira 
               que le levantó.  Aquel viejo 
               es Horacio, aquél, Lucano 
               y aquél, Ovidio.
CLARINDO:                       No veo,
               señor, entre estos poetas
               ninguno de nuestros tiempos:
               no veo ahora ninguno
               de los sevillanos nuestros.
SANCHO:        Si son los mismos demonios,
               dime, ¿cómo puedes verlos?
               que allá en forma de poetas
               andan dándonos tormentos.
CLARINDO:      ¿Demonios poetas son?
               Por Dios, señor, que lo creo;
               que aquel demonio de allí,
               arrogante y corninegro,
               a un poeta amigo mío
               se parece, pero es lego;
               que los demonios son sabios,
               mas éste será mostrenco.
               Allí está el tirano Honor,
               cargado de muchos necios
               que por la honra padecen.
SANCHO:        Quiérome juntar con ellos.
               Honor, un necio y honrado
               viene a ser crïado vuestro,
               por no exceder vuestras leyes.
               Mal, amigo, lo habéis hecho,
               porque el verdadero honor
               consiste ya en no tenerlo.
               ¡A mí me buscáis allá,
               y ha mil siglos que estoy muerto!
               Dinero, amigo, buscad;
               que el honor es el dinero.
               ¿Qué hicisteis?  Quise cumplir
               una palabra. Rïendo
               me estoy; ¿palabras cumplís?
               Parecéisme majadero;
               que es ya el no cumplir palabras
               bizarría en este tiempo.
               Prometí matar a un hombre,
               y le maté airado, siendo
               mi mayor amigo. Malo.
CLARINDO:      ¿No es muy bueno?
SANCHO.                         No es muy bueno.
               Metelde en un calabozo, 
               y condénese por necio.
               Honor, su hermana perdí, 
               y ya en su hacienda padezco. 
               No importa.
CLARINDO:                  (¡Válgame Dios!                    Aparte
               Si más proseguir le dejo, 
               ha de perder el jüicio; 
               inventar quiero un enredo.

Da voces
SANCHO:        ¿Quién da voces? ¿Quién da voces?
CLARINDO:      Da voces el Cancerbero,
               portero de este palacio.
               ¿No me conocéis?
SANCHO:                        Sospecho
               que sí.
CLARINDO:              Y vos ¿quién sois?
SANCHO:                                   ¿Yo?
               Un honrado.
CLARINDO:                  ¿Y acá dentro
               estáis? Salid, noramala.
SANCHO:        ¿Qué decís?
CLARINDO:                   Salid de presto;
               que este lugar no es de honrado.
               Asilde, llevalde preso
               al otro mundo, a la cárcel
               de Sevilla por el viento.
               ¿Cómo?  Tapados los ojos,
               para que vuele sin miedo.
               Ya está tapado. En sus hombros
               al punto el Diablo Cojuelo
               allá le ponga de un salto.
               ¿De un salto? Yo estoy contento.
               Camina, y lleva también
               de la mano al compañero.

Da una vuelta, y déjale
               Ya estáis en el mundo, amigo.
               Quedaos a Dios. Con Dios quedo.
SANCHO:        ¿A Dios dijo?
CLARINDO:                     Sí, señor;
               que este demonio, primero
               que lo fuese, fué cristiano,
               y bautizado, y Gallego
               en Cal de Francos.
SANCHO:                            Parece
               que de un éxtasis recuerdo.
               (¡Válgame Dios!  ¡Ay, Estrella,                 Aparte
               qué desdichada la tengo
               sin vos! Mas si yo os perdí,
               este castigo merezco.)

Salen el ALCALDE, y ESTRELLA, con manto
ESTRELLA:      Luego el preso me entregad.
ALCALDE:       Aquí está, señora, el preso;
               y, como lo manda el rey,
               en vuestras manos le entrego. 
               Señor Sancho Ortiz, Su Alteza
               nos manda que le entreguemos
               a esta señora.

Vase
ESTRELLA:                     Señor,
               venid conmigo.
SANCHO:                       Agradezco
               la piedad si es a matarme,
               porque la muerte deseo.  
ESTRELLA:      Dadme la mano, y venid.
CLARINDO:      ¿No parece encantamento?
ESTRELLA:      Nadie nos sigue.
CLARINDO:                      Está bien.
               (¡Por Dios, que andamos muy buenos,       Aparte
               desde el infierno a Sevilla, 
               y de Sevilla al infierno!
               Plegue a Dios que aquesta Estrella 
               se nos vuelva ya un lucero.

Vase
ESTRELLA:         Ya os he puesto en libertad.
               Idos, Sancho Ortiz, con Dios,
               y advertid que uso con vos
               de clemencia y de piedad;
               Idos con Dios, acabad.
               Libre estáis. ¿Qué os detenéis?
               ¿Qué miráis? ¿Qué os suspendéis?
               Tiempo pierde el que se tarda.
               Id; que el caballo os aguarda
               en que escaparos podéis.
                  Dineros tiene el crïado
               para el camino.
SANCHO:                         Señora,
               dadme esos pies.
ESTRELLA:                        Id; que ahora
               no es tiempo.
SANCHO:                       Voy con cuidado.
               Sepa yo quién me ha librado, 
               porque sepa agradecer 
               tal merced.
ESTRELLA:                   Una mujer,
               vuestra aficionada, soy,
               que la libertad os doy, 
               teniéndola en mi poder.  
                  Id con Dios.
SANCHO:                         No he de pasar
               de aquí, si no me decís
               quién sois o no os descubrís.
ESTRELLA:      No me da el tiempo lugar.
SANCHO:        La vida os quiero pagar,
               y la libertad también:
               yo he de conocer a quién
               tanta obligación le debo,
               para pagar lo que debo, 
               reconociendo este bien.
ESTRELLA:         Una mujer principal
               soy, y, si más lo pondero,
               la mujer que más os quiero,
               y a quien vos queréis más mal.  
               Id con Dios.
SANCHO:                     Yo no haré tal,
               si no os descubrís ahora.
ESTRELLA:      Porque os vais, yo soy.

Descúbrese
SANCHO:                                  ¡Señora!
               ¡Estrella del alma mía!
ESTRELLA:      Estrella soy que te guía,
               de tu vida, precursora.  
                  Véte; que amor atropella 
               la fuerza así del rigor,
               que, como te tengo amor, 
               te soy favorable Estrella.
SANCHO:        ¡Tú, resplandeciente y bella 
               con el mayor enemigo!
               ¡Tú, tanta piedad conmigo!  
               Trátame con más crueldad; 
               que aquí es rigor la piedad, 
               porque es piedad el castigo.
                  Haz que la muerte me den; 
               no quieras, tan liberal, 
               con el bien hacerme mal,      
               cuando está en mi mal el bien. 
               ¡Darle libertad a quien 
               muerte a su hermano le dió! 
               No es justo que viva yo, 
               pues él padeció por mí;
               que es bien que te pierda así 
               quien tal amigo perdió.
                  En libertad de esta suerte,
               me entrego a la muerte fiera, 
               porque si preso estuviera,
               ¿qué hacía en pedir la muerte?
ESTRELLA:      Mi amor es más firme y fuerte, 
               y así la vida te doy.
SANCHO:        Pues yo a la muerte me voy, 
               puesto que librarme quieres; 
               que, si haces como quien eres, 
               yo he de hacer como quien soy.
ESTRELLA:         ¿Por qué mueres?
SANCHO:                            Por vengarte.
ESTRELLA:      ¿De qué?
SANCHO:                  De mi alevosía.
ESTRELLA:      Es crueldad.
SANCHO:                      Es valentía.
ESTRELLA:      Ya no hay parte.
SANCHO:                         Amor es parte.
ESTRELLA:      Es ofenderme.
SANCHO:                       Es amarte.
ESTRELLA:      ¿Cómo me amas?
SANCHO:                        Muriendo.
ESTRELLA:      Antes me ofendes.
SANCHO:                         Viviendo.
ESTRELLA:      Óyeme.
SANCHO:                  No hay qué decir.
ESTRELLA:      ¿Dónde vas?
SANCHO:                    Voy a morir,
               pues con la vida te ofendo.
ESTRELLA:         Vete, y déjame.
SANCHO:                            No es bien.
ESTRELLA:      Vive, y líbrate.
SANCHO:                          No es justo.
ESTRELLA:      ¿Por quién mueres?
SANCHO:                           Por mi gusto.
ESTRELLA:      Es crueldad.
SANCHO:                       Honor también.
ESTRELLA:      ¿Quién te acusa?
SANCHO:                          Tu desdén.
ESTRELLA:      No lo tengo.
SANCHO:                       Piedra soy.
ESTRELLA:      ¿Estás en ti?
SANCHO:                       En mi honra estoy,
               y te ofendo con vivir.
ESTRELLA:      Pues vete, loco, a morir;
               que a morir también me voy.

Vanse cada uno por su puerta. Salen el REY y don ARIAS
REY:              ¿Que no quiera confesar 
               que yo mandé darle muerte?
ARIAS:         No he visto bronce más fuerte; 
               todo su intento es negar. 
                  Dijo al fin que él ha cumplido 
               su obligación, y que es bien 
               que cumpla la suya quien 
               le obligó con prometido.
REY:              Callando quiere vencerme.
ARIAS:         Y aun te tiene convencido.
REY:           él cumplió lo prometido; 
               en confusión vengo a verme 
                  por no poderle cumplir 
               la palabra que enojado
               le dí.
ARIAS:                Palabra que has dado
               no se puede resistir,
                  porque, si debe cumplilla 
               un hombre ordinario, un rey 
               la hace entre sus labios ley, 
               y a la ley todo se humilla.
REY:             Es verdad, cuando se mide
               con la natural razón
               la ley.
ARIAS:                   Es obligación.
               El vasallo no la pide 
                  al rey.  Sólo ejecutar, 
               sin verlo y averiguallo, 
               debe la ley el vasallo, 
               y el rey debe consultar.
                  Tú esta vez la promulgaste 
               en un papel, y, pues él 
               la ejecutó sin papel, 
               a cumplilla te obligaste
                  la ley que hiciste en mandarle 
               matar a Busto Tavera; 
               que, si por tu ley no fuera, 
               él no viniera a matarle.
REY:               Pues ¿he de decir que yo
               darle la muerte mandé, 
               y que tal crueldad usé
               con quien jamás me ofendió?
                  El Cabildo de Sevilla, 
               viendo que la causa fuí, 
               Arias, ¿qué dirá de mí? 
               Y ¿qué se dirá en Castilla,
                  cuando don Alonso en ella 
               me está llamando tirano, 
               y el Pontífice romano 
               con censuras me atropella?
                  La parte de mi sobrino 
               vendrá a esforzar por ventura, 
               y su amparo la asegura.  
               Falso mi intento imagino 
                  también, si dejo morir 
               a Sancho Ortiz.  Es bajeza. 
               ¿Qué he de hacer?
ARIAS:                           Puede Tu Alteza
               con halagos persuadir 
                  a los Alcaldes Mayores, 
               y pedilles con destierro
               castiguen su culpa y yerro, 
               atropellando rigores.
                  Pague Sancho Ortiz; así
               vuelves, gran señor, por él,
               y, ceñido de laurel,
               premiado queda de ti.
                  puedes hacerle, señor,
               general de una frontera.
REY:           Bien dices; pero si hubiera
               ejecutado el rigor
                  con él doña Estrella ya,
               a quien mi anillo le di,
               ¿cómo lo haremos aquí?
ARIAS:         Todo se remediará,
                  y en tu nombre iré a prendella
               por causa que te ha movido;
               y, sin gente y sin rüido,
               traeré yo al Alcázar a Estrella.
                  Aquí la persuadirás
               a tu intento, y, porque importe,
               con un grande de la Corte
               casarla, señor, podrás;
                  que su virtud y nobleza
               merece un alto marido.
REY:           ¡Cómo estoy arrepentido,
               don Arias, de mi flaqueza!
                  Bien dice un sabio, que aquél
               era sabio solamente
               que era en la ocasión prudente,
               como en la ocasión crüel.
                  Ve luego a prender a Estrella, 
               pues de tanta confusión 
               me sacas con su prisión; 
               que pienso casar con ella,
                  para venirla a aplacar,
               un ricohome de Castilla;
               y a poderla dar mi silla,
               la pusiera en mi lugar;
                  que tal hermano y hermana
               piden inmortalidad.
ARIAS:         La gente de esta ciudad
               obscurecen la romana.

Vase don ARIAS y Sale el ALCALDE
ALCALDE:          Déme los pies Vuestra Alteza.
REY:           Pedro de Cáus, ¿qué causa
               os trae a mis pies?
ALCAIDE:                           Señor,
               este anillo con sus armas 
               ¿no es de Vuestra Alteza?
REY:                                      Sí.
               éste es privilegio y salva
               de cualquier crimen que hayáis 
               cometido.
ALCALDE:                   Fué a Trïana,
               invicto señor, con él 
               una mujer muy tapada, 
               diciendo que Vuestra Alteza, 
               que le entregara, mandaba 
               a Sancho Ortiz.  Consultéle 
               tu mandato con las guardas,
               y el anillo juntamente, 
               y todos que le entregara 
               me dijeron; dile luego, 
               pero, en muy poca distancia, 
               Sancho Ortiz, dando mil voces, 
               pide que las puertas abra 
               del castillo, como loco. 
               "No he de hacer lo que el rey manda" 
               decía, y "Quiero morir;
               que es bien que muera quien mata."
               La entrada le resistí,
               pero, como voces tantas
               daba, fué el abrirle fuerza:          
               entró, donde alegre aguarda
               la muerte.
REY:                     No he visto gente
               más gentil ni más cristiana
               que la de esta ciudad: callen
               bronces, mármoles, y estatuas.
ALCALDE:       La mujer dice, señor,
               que la libertad le daba
               y que él no quiso admitirla
               por saber que era la hermana
               de Busto Tavera, a quien
               dió la muerte.
REY:                          Más me espanta
               lo que me decís agora.
               En sus grandezas agravian
               la mesma naturaleza:
               ella, cuando más ingrata
               había de ser, le perdona, 
               le libra; y él, por pagarla 
               el ánimo generoso, 
               se volvió a morir.  Si pasan
               más adelante sus hechos,
               dé la vida a eternas planchas.
               Vos, Pedro de Caus, traedme
               con gran secreto al Alcázar
               a Sancho Ortiz en mi coche,
               escusando estruendo y guardas.
ALCALDE:       Yo voy a servirte.

Vase y sale en CRIADO
CRIADO:                            Aquí
               ver a Vuestra Alteza aguardan
               sus dos Alcaldes Mayores.
REY:           Decid que entren con sus varas.

Vase el CRIADO
               Yo, si puedo, a Sancho Ortiz
               he de cumplir la palabra,
               sin que mi rigor se entienda.

Salen [don PEDRO y FARFÁN,] los dos alcaldes mayores
PEDRO:         Ya, gran señor, sustanciada
               la culpa, pide el proceso
               la sentencia.
REY:                          Sustanciadla;
               sólo os pido que miréis,
               pues sois padres de la patria,
               su justicia; y la clemencia
               muchas veces la aventaja.
               Regidor es de Sevilla
               Sancho Ortiz, si es el que falta 
               Regidor; uno piedad
               pide, si el otro venganza.
FARFÁN:        Alcaldes Mayores somos
               de Sevilla, y hoy nos cargan 
               en nuestros hombros, señor,
               su honor y su confïanza.
               Estas varas representan
               a Vuestra Alteza; y, si tratan 
               mal vuestra planta divina, 
               ofenden a vuestra estampa.  
               Derechas miran a Dios;
               y, si se doblan y bajan,
               miran al hombre, y del cielo, 
               en torciéndose, se apartan.
REY:           No digo que las torzáis,
               sino que equidad se haga
               en la justicia.
PEDRO:                         Señor,
               la causa de nuestras causas 
               es Vuestra Alteza. En su fïat 
               penden nuestras esperanzas.  
               Dalde la vida, y no muera, 
               pues nadie en los reyes manda; 
               Dios manda en los reyes; 
               Dios de los Saúles traslada 
               en los humildes Davides 
               las coronas soberanas.
REY:            Entrad, y ved la sentencia,
               qué da por disculpa, y salga
               al suplicio Sancho Ortiz 
               como las leyes lo tratan.
               Vos, don Pedro de Guzmán, 
               escuchadme una palabra 
               aquí aparte.

Vase FARFÁN
PEDRO:                        Pues, ¿qué es
               lo que Vuestra Alteza manda?
REY:           Dando muerte a Sancho Ortiz, 
               don Pedro, no se restaura 
               la vida al muerto; y querría, 
               evitando la desgracia 
               mayor, que le desterremos 
               a Gibraltar, o a Granada, 
               donde en mi servicio tenga 
               una muerte voluntaria.
               ¿Qué decís?
PEDRO:                    Que soy don Pedro
               de Guzmán, y a vuestras plantas 
               me tenéis; vuestra es mi vida, 
               vuestra es mi hacienda, y espada, 
               y ansí serviros prometo 
               como el menor de mi casa.
REY:           Dadme esos brazos, don Pedro
               de Guzmán; que no esperaba 
               yo menos de un pecho noble.  
               Id con Dios: haced que salga 
               luego Farfán de Ribera.

Vase don PEDRO
               (Montes la lisonja allana.)                   Aparte

Sale FARFÁN
FARFÁN:        Aquí a vuestros pies estoy.
REY:           Farfán de Ribera, estaba 
               con pena de que muriera 
               Sancho Ortiz; mas ya se trata 
               de que en destierro se trueque 
               la muerte; y será más larga, 
               porque será mientras viva.  
               Vuestro parecer me falta, 
               para que así se pronuncie 
               cosa de más importancia.
FARFÁN:        Mande a Farfán de Ribera 
               Vuestra Alteza, sin que en nada 
               repare; que mi lealtad 
               en servirle no repara 
               en cosa alguna.
REY:                           Al fin, sois
               Ribera en quien vierte el alba 
               flores de virtudes bellas, 
               que os guarnecen y acompañan.  
               Id con Dios.

Vase FARFÁN
REY:                        Bien negocié.
               Hoy de la muerte se escapa 
               Sancho Ortiz, y mi promesa 
               sin que se entienda se salva. 
               Haré que por general 
               de alguna frontera vaya, 
               con que le destierro y premio.

Vuelven los alcaldes
PEDRO:         Ya está, gran señor, firmada 
               la sentencia, y que la vea 
               Vuestra Alteza sólo falta.

Dale al REY un papel
REY:           Habrá la sentencia sido 
               como yo la deseaba 
               de tan nobles caballeros.
FARFÁN:        Nuestra lealtad nos ensalza.

Lee
REY:           "Fallamos y pronunciamos 
               que le corten en la plaza 
               la cabeza."  ¿Esta sentencia 
               es la que traéis firmada? 
               ¿Ansí, villanos, cumplís 
               a vuestro rey la palabra? 
               ¡Vive Dios!
FARFÁN:                   Lo prometido
               con las vidas y las armas 
               cumplirá el menor de todos, 
               como ves, como arrimada 
               la vara tenga; con ella, 
               ¡por las potencias humanas, 
               por la tierra, y por el cielo, 
               que ninguno de ellos haga 
               cosa mal hecha, o mal dicha! 
PEDRO:         Como a vasallos nos manda,
               mas como a Alcaldes Mayores, 
               no pidas injustas causas;
               que aquello es estar sin ellas,
               y aquesto es estar con varas;
               y el Cabildo de Sevilla
               es quien es.
REY:                        Bueno está. Basta;
               que todos me avergonzáis.

Salen Don ARIAS, y ESTRELLA
ARIAS:         Ya está aquí Estrella.    
REY:                                  Don Arias,
               ¿qué he de hacer? ¿Qué me aconseja
               entre confusiones tantas?

Salen el ALCALDE, y don SANCHO Ortiz, y CLARINDO
ALCALDE:       Ya Sancho Ortiz está aquí.
SANCHO:        Gran señor, ¿por qué no acabas 
               con la muerte mis desdichas, 
               con tu rigor mis desgracias?
               Yo maté a Busto Tavera. 
               Mátame, muera quien mata.  
               Haz, señor, misericordia, 
               haciendo justicia.
REY:                               Aguarda.
               ¿Quién te mandó dar la muerte?
SANCHO:        Un papel.
REY:                     ¿De quién?
SANCHO:                             Si hablara
               el papel, él lo dijera;
               que es cosa evidente y clara;
               mas los papeles rompidos 
               dan confusas las palabras.
               Sólo sé que di la muerte
               al hombre que más amaba,
               por haberlo prometido.
               Mas aquí a tus pies aguarda 
               Estrella mi heroica muerte,
               y aun no es bastante venganza.
REY:           Estrella, yo os he casado
               con un grande de mi casa, 
               mozo, galán, y en Castilla 
               príncipe, y señor de salva.
               Y en premio de esto os pedimos 
               con su perdón vuestra gracia, 
               que no es justo que se niegue.
ESTRELLA:      Ya, señor, que estoy casada, 
               vaya libre Sancho Ortiz.
               No ejecutes mi venganza.
SANCHO:        Al fin, ¿me das el perdón 
               porque Su Alteza te casa?
ESTRELLA:      Sí, por eso te perdono.
SANCHO:        Y ¿quedas ansí vengada
               de mi agravio?
ESTRELLA:                     Y satisfecha.
SANCHO:        Pues, porque tus esperanzas 
               se logren, la vida aceto,
               aunque morir deseaba.
REY:           Id con Dios.
FARFÁN:                     Mirad, señor,
               que así Sevilla se agravia, 
               y debe morir.
REY:                          ¿Qué haré?
               que me apuran y acobardan 
               esta gente.
ARIAS:                     Hablad.
REY:                               Sevilla,
               matadme a mí; que fuí causa 
               de esta muerte.  Yo mandé 
               matarle, y aquesto basta 
               para su descargo.
SANCHO;                            Sólo
               ese descargo aguardaba 
               mi honor; que el rey me mandó 
               matarle; que yo una hazaña 
               tan fiera no cometiera, 
               si el rey no me lo mandara.
REY:           Digo que es verdad.
FARFÁN:                          Así
               Sevilla se desagravia;
               que, pues mandasteis matarle, 
               sin duda os daría causa.
REY:           Admirado me ha dejado
               la nobleza sevillana.
SANCHO:        Yo a cumplir salgo el destierro, 
               cumpliéndome otra palabra
               que me disteis.
REY:                           Yo la ofrezco.
SANCHO:        Yo dije que aquella dama
               por mujer habías de darme 
               que yo quisiera.
REY:                             Ansí pasa.
SANCHO:        Pues a doña Estrella pido,
               y aquí, a sus divinas plantas, 
               el perdón de mis errores.
ESTRELLA:      Sancho Ortiz, yo estoy casada.
SANCHO:        ¿Casada?
ESTRELLA:               Sí.
SANCHO:                       Yo estoy muerto.
REY:           Estrella, ésta es mi palabra; 
               rey soy, y debo cumplirla.
               ¿Qué me respondéis?
ESTRELLA:                          Que se haga
               vuestro gusto.  Suya soy.
SANCHO:        Yo soy suyo.
REY:                        Ya ¿qué os falta?
SANCHO:        La conformidad.
ESTRELLA:                       Pues ésa
               jamás podremos hallarla 
               viviendo juntos.
SANCHO:                          Lo mismo
               digo yo, y por esta causa 
               de la palabra te absuelvo.  
ESTRELLA:      Yo te absuelvo la palabra;
               que ver siempre al homicida 
               de mi hermano en mesa y cama 
               me ha de dar pena.
SANCHO:                            Y a mí,
               estar siempre con la hermana 
               del que maté injustamente, 
               queriéndole como al alma.
ESTRELLA:      Pues ¿libres quedamos?
SANCHO:                                 Sí.
ESTRELLA:      Pues adiós.
SANCHO:                   Adiós.
REY:                             Aguarda.
ESTRELLA:      Señor, no ha de ser mi esposo 
               hombre que a mi hermano mata, 
               aunque le quiero y adoro.

Vase
SANCHO:        Y yo, señor, por amarla,
               no es justicia que lo sea.

Vase
REY:           ¡Brava fe!
ARIAS:                   ¡Brava constancia!
CLARINDO:      Más me parece locura.
REY:           Toda esta gente me espanta.
PEDRO:         Tiene esta gente Sevilla.
REY:           Casarla pienso, y casarla 
               como merece.
CLARINDO:                   Y aquí
               esta tragedia os consagra 
               Cardenio, dando a la Estrella 
               de Sevilla eterna fama, 
               cuyo prodigioso caso 
               inmortales bronces guardan.

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



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