Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

El curioso impertinente

[Teatro - Texto completo.]

Guillén de Castro

Personas que hablan en ella:
  • El DUQUE de Florencia
  • La DUQUESA
  • Tres MÚSICOS
  • CAMARERO del duque
  • CAMILA, dama
  • Un BAILARÍN
  • LEONELA, su criada
  • TORCATO
  • GENTE que oye la música
  • Algunos CRIADOS
  • ANSELMO, caballero
  • Dos CRIADOS de Anselmo
  • CULEBRO, español
  • ASCANIO, padre de Camila
  • Dos PAJES
  • CLAUDIA, criada
  • JULIA, criada
  • BELUCHA, criada
  • Algunos ALABARDEROS

ACTO PRIMERO

 Salen los MÚSICOS y cantan este romance

MÚSICOS:          "Amor que me quita el sueño 
               para rendirme sin él, 
               aunque me le pintan niño 
               gigante debe de ser."

Abren la ventana y aparecen el DUQUE y la DUQUESA de Florencia, CAMILA, dama, y un CAMARERO del DUQUE y salen por una puerta LOTARIO y TORCATO, que son los que dan la música, y por otra puerta algunos que salen a oírla, y prosiguen los MÚSICOS cantando
               "Los minutos de las horas 
               he contado desde ayer, 
               y con todo, a las estrellas 
               les pregunto qué hora es. 
               ¡Qué bueno va el pensamiento 
               en castigo de que fue 
               a tus ojos atrevido 
               y a mis entrañas crüel! 
               Turbado sube a tu cielo, 
               y temeroso también, 
               que el no acertar a subir 
               es comenzar a caer. 
               Favor, señora, piedad, 
               pues en los aires lo ves, 
               y un cabello de los tuyos 
               su escalera puede ser. 
               Abre esas puertas divinas,
               que bien puede merecer 
               quien gradas de cielo pide 
               que en grados de gracia esté."

Dicen los que oyen la MÚSICA
UNOS:             ¡Oh, qué bien!
DUQUE:                          Bien han cantado.
DUQUESA:       Gusto me ha dado infinito.
LOTARIO:       ¿Qué decís del romancito?
TORCATO:       ¿Es vuestro?
LOTARIO:                   ¿Qué enamorado
                  no es poeta? (¡Ay, bellos soles!)   Aparte
TORCATO:       ¡Qué propio estilo de amantes!
DUQUE:         ¿Y quién son?
CAMARERO:                    Representantes
               españoles.
DUQUE:                    ¡Y españoles!
DUQUESA:          Y como en Italia están
               dan gusto.
CAMARERO:                 A todos le han dado.
               En Roma han representado,
               en Nápoles y en Milán,
                  y asombra su gentileza,
               pero no es mucho que asombre
               con las comedias de un hombre
               monstruo de naturaleza.
DUQUE:            ¿Es Lope?
CAMARERO:                  En él has caído
               sin habértele nombrado.
DUQUE:         Por el nombre que le has dado
               es de todos conocido.
CAMARERO:         Que parezcan en España
               bien, las comedias de allá,
               no es mucho, pero que acá
               asombren, es cosa extraña.
                  No sé cómo a oírlas vienen,
               con tal concurso y silencio,
               adonde Plauto y Terencio
               tan grandes amigos tienen.
DUQUE:            ¿Dirás que son imperfetas
               porque al arte contradicen?
CAMARERO:      Sí, señor.
DUQUE:                   Por eso dicen
               que son locos los poetas.
                  Ven acá.  Si examinadas
               las comedias, con razón
               en las repúblicas son
               admitidas y estimadas,
                  y es su fin el procurar
               que las oiga un pueblo entero,
               dando al sabio y al grosero
               qué reír y qué gustar,
                  ¿parécete discreción
               el buscar y el prevenir
               más arte que conseguir
               el fin para que ellas son?
                  ¡Bueno es que Plauto difunto
               nos dé ley en su Alcorán!
               Sin duda en España están
               estas cosas en su punto.
                  Sin duda allí se acrisola,
               sin melindres de poesía,
               la gala, la argentería,
               de la agudeza española.
                  Representa un español
               un galán enamorado,
               y parece en el tablado
               como en el oriente el sol.
                  Hace un rey con tal efeto
               que me parece al de España,
               de suerte que a mí me engaña
               y obliga a tener respeto.
                  Pues sale como el aurora
               la que hace reina o princesa,
               y--¡por Dios!--que la duquesa
               no parece tan señora.
                  Los españoles merecen
               por sus comedias, por ellos,
               tanto oírlas como vellos,
               pues con todo gusto ofrecen.
                  Lo que importa es prevenirlas,
               los que vinieren a verlas,
               ingenio para entenderlas
               y prudencia para oírlas.
                  Porque merezcan también
               silencio, yo al menos siento
               que es de mal entendimiento
               quien no las escucha bien.
CAMARERO:         Pues los bailes y las danzas
               que hacen tañendo y cantando,
               ya bailando, ya danzando
               con variedad de mudanzas,
                  es extremo.
DUQUE:                        Pues la luna
               nos da su luz para vellos,
               diles que bailen.
CAMARERO:                       Con ellos
               hablaré.
LOTARIO:                 De mi fortuna
                  he fïado.
TORCATO:                    Bien has hecho.
               Ella te hará su marido.
CAMILA:        (A Lotario he conocido.            Aparte
               ¿Qué mucho, si está en mi pecho?)
CAMARERO:         ¡Ce! ¿Oyen? Manda su alteza
               que se baile.
LOTARIO:                    ¿El duque? Luego
               él lo manda y yo lo ruego.

Un BAILARÍN que saltó con los músicos dice
BAILARÍN:      Alto, pues.  Con la presteza
                  disculparé el no saber
               bailar como yo quisiera.
MÚSICO 1:      ¿Traes castañetas?
BAILARÍN:                           Espera
               ¿Pues no las he de traer?
                  Pero ¿solo, he de bailar?
MÚSICO:        La guitarra dejar puedo.
               Bailemos.
LOTARIO:                 Con deuda quedo
               que no la podré pagar.

Cantan los MÚSICOS y bailan entre tanto el BAILARÍN y un otro
MÚSICOS:          "Huyen las tinieblas
               del alba gentil,
               porque salga riendo
               de verlas huir.
                  La cobarde noche,
               que no ve lucir
               su luna y estrellas
               y tus ojos sí,
                  como, de turbada,
               no puede advertir
               que está en su principio,
               recela su fin.
                  Huyen las tinieblas
               del alba y de ti,
               porque salga riendo
               de verlas lucir.
                  De tu cielo hermoso
               es alba, al salir,
               su rostro divino
               de nieve y carmín,
                  y cuando por señas
               puedo presumir
               que amanece sólo
               para verme a mí,
                  huyen mis desdichas
               que en tinieblas vi,
               porque salga riendo 
               de verlas huir."

Acaban de cantar
DUQUE:            Gran donaire, mucha gala.
UNO:           ¿Qué os parece?
OTRO:                         A maravilla.
LOTARIO:       Buena ha sido la letrilla.
MÚSICOS:       Perdonad si ha sido mala.
DUQUE:            ¿Qué te parece, Camila?
CAMILA:        Muy bien.
DUQUESA:                 Con mucha razón.
CAMILA:        (Y tanto que el corazón                Aparte
               tiernas lágrimas destila.
                  Efetos del tierno amor
               con que a mi Lotario adoro.
               De alegre y contenta lloro.)
MÚSICOS:       ¿Mandáisnos algo, señor?
LOTARIO:          Al fin la música ha sido,
               como la causa, extremada.
               Yo seré, en vuestra posada,
               a mostrarme agradecido.
MÚSICOS:          Haréisnos de muchos modos
               mercedes.
LOTARIO:                 Irán con vos
               mis criados.
MÚSICOS:                  Guárdeos Dios.
UNO:           Ya se van.
OTRO:                    Vámonos todos.
DUQUE:            Es hora ya, vamos, pues.
CAMILA:        (Mi Lotario, Dios te guarde.)      Aparte
DUQUESA:       Imagino que ya es tarde.
CAMILA:        Para cenar ya lo es.

Vanse los MÚSICOS y los que la oían, y éntranse de la ventana el DUQUE, la DUQUESA y el CAMARERO. CAMILA, cerrándola, dice estos tres versos
CAMILA:           (Con qué amoroso cuidado       Aparte
               he quedado, aunque tu amor
               disimulo. ¡Ay, santo honor!)

Vase CAMILA
LOTARIO:       Ya la ventana han cerrado.
                  Ya de mi gusto las puertas
               se cierran.  Ya mi pasión
               las alas del corazón
               solamente deja abiertas.
                  Fuése mi luz soberana,
               agora sí es noche oscura;
               no hay piedra de sepultura
               más crüel que una ventana
                  para un hombre que se halla
               muerto de amor al sufrirla.
TORCATO:       Lo que de gloria al abrirla,
               dará de pena al cerralla.
LOTARIO:          Amigo, mi sol se ha puesto,
               loco estoy, ciego y confuso.
TORCATO:       Pues este sol que se puso
               se pondrá en tus brazos presto,
                  ¿qué te afliges?
LOTARIO:                            Si pensara
               que eso tan presto no fuera,
               si en tus brazos no muriera
               con mis manos me matara.
TORCATO:          Bueno está, pasito, ten,
               ¡sobrado a Camila quieres!
LOTARIO:       Es honra de las mujeres,
               y afrenta suya también.
                  El buen trato y el buen celo
               de su honor, a quien consagro
               toda el alma, es un milagro
               que esparce glorias del cielo.
                  En tres años que la adora
               mi pecho, puede saber
               que es ángel en que es mujer
               que, desdeñando, enamora.
TORCATO:          Pues ¿tan poco andado tienes
               en sus amores?
LOTARIO::                    ¡Oh amigo!
               Has de saber que conmigo
               son fingidos sus desdenes,
                  y esto me obliga a perderme
               por ella que, en su desdén,
               muestra que me quiere bien,
               y disimula el quererme.
                  Y como todo es recato
               de su honor, echo de ver
               que es buena para mujer
               una mujer de este trato.
TORCATO:          Si no quererte ha fingido,
               ¿en qué has mirado mejor
               que te quiere?
LOTARIO:                      Es fuego amor,
               y jamás está escondido.
                  Y cuando, entre sus despojos,
               el ver sus ojos me toca,
               el recato de su boca
               veo perderse en sus ojos.
                  Sé también que ha procurado,
               con disimulo, con tiento,
               conclusión al casamiento,
               con su padre concertado.
TORCATO:          ¿Y en qué está?
LOTARIO::                          Todo está llano,
               yo soy el que lo entretengo,
               por la obligación que tengo
               de esperarle por la mano
                  de Anselmo, mi grande amigo,
               a quien de Génova espero,
               cuyo gusto seguir quiero,
               que es mi norte en cuanto sigo.
TORCATO:          No es cordura el dilatar
               cosa que se estima tanto.
               ¿Y no temes que, entretanto,
               se puede el viento mudar?
                  Y si pareciese Anselmo
               a tratar cosa tan grave,
               como dicen que en la nave
               suele aparecer Santelmo,
                  ¿qué harás? Perder ocasión
               no parece cosa cuerda.
LOTARIO:       No dejaré, aunque la pierda,
               de cumplir mi obligación.
TORCATO:          ¿Luego estimas su amistad
               más que el amor de Camila?
LOTARIO:       Sí, por cierto, y la aniquila
               quien dudare esta verdad.
TORCATO:          Desde agora la sublimo
               donde las estrellas ves.
LOTARIO:       Quiero decirte cuál es,
               porque veas si la estimo.
 
                  Los padres de Anselmo y mío,
               en compañía, trataban
               sus grandiosas mercancías,
               innumerables y varias,
               no embargante que los dos
               son de lo mejor de Italia,
               donde, por costumbre antigua,
               los más principales tratan.
               Yo, al nacer, quedé sin madre,
               murió mi padre en España,
               adonde, en su testamento,
               para mi tutor señala
               al padre de Anselmo, y él,
               con ternísimas entrañas,
               recibiéndome en sus brazos,
               de mi educación se encarga,
               y fuimos Anselmo y yo,
               con una igualdad extraña,
               nacidos en una cuna,
               crïados en una cama, 
               sola una ama nos dio leche, 
               que no quisimos tomarla 
               él ni yo, prodigio grande, 
               de los pechos de otras amas. 
               Fuimos los dos a una escuela, 
               tuvimos los dos una alma, 
               aprendimos unas letras, 
               seguimos una esperanza. 
               Fueron, con la edad, creciendo, 
               a medida de las causas, 
               efetos innumerables 
               de correspondencia extraña. 
               Para los dos son comunes 
               las haciendas y las casas, 
               con ser la de Anselmo agora 
               de las más ricas de Italia. 
               Entre él y mí no hay secreto, 
               y ninguno de importancia 
               se ha visto de nuestras bocas 
               en las lenguas de la fama. 
               No hay engaño entre nosotros, 
               porque entre nosotros anda, 
               de ver la verdad desnuda, 
               la mentira avergonzada. 
               Nunca nos dimos disgusto 
               por obra ni por palabras, 
               ni aun por señas. Y encontrados 
               en los gustos veces varias, 
               jamás por mujer reñimos, 
               prueba de ser extremada 
               amistad que una mujer 
               a deshacerla no basta. 
               Mil veces puso la vida 
               en peligro por mi causa, 
               y yo por guardar la suya 
               me he visto muerto otras tantas. 
               En fin, es nuestra amistad
               tan grande, que en toda Italia 
               los conformes, los amigos 
               por excelencia nos llaman. 
               Mira, pues, si estando Anselmo
               en Génova, porque falta
               tres años ha de Florencia,
               y vendrá de hoy a mañana,
               si es razón que yo le espere,
               y con su gusto se haga
               el mío dos veces grande,
               si él le concluye y le trata.
TORCATO:       Dices muy bien. (¡Ay de mí!            Aparte
               Si Anselmo viene, sin falta
               he de perder este amigo,
               que en mis pobrezas me ampara.
               Yo haré poco, o he de ver
               esta amistad acabada,
               teniendo el primer lugar
               en su pecho y en su casa.)
LOTARIO:       Torcato, vamos. Adiós
               paredes, rejas, ventanas,
               cerradas para mis ojos
               y abiertas para mi alma.
               A mi Camila la envío,
               que el menor resquicio basta
               para meterse en los pechos
               las almas enamoradas.
               ¿Si duerme mi bien agora?
TORCATO:       Y no menos que en la cama,
               sobre mullidos colchones
               y entre sábanas de holanda.
LOTARIO:       ¡Quién le hiciera compañía!
TORCATO:       Cuando fuera entre dos tablas,
               fuera bueno.
LOTARIO::                 Tú te burlas
               y a mí el pecho se me abrasa.

Vanse. Salen el DUQUE y la DUQUESA, y el CAMARERO con algunos criados, con sus toallas, como que acaban de darles de cenar
 
CAMARERO:         ¡Sillas, hola!
DUQUESA:                           El trasnochar
               moderado no condeno,
               aunque digan que el cenar
               tarde es malo.
DUQUE:                      Aquello es bueno
               que se suele acostumbrar.
                  La costumbre es poderosa
               cuando a la larga la emplea
               cuerpo o alma, en cualquier cosa,
               y tanto que hasta una fea
               hace parecer hermosa.
DUQUESA:          ¿Qué es de Camila?
CAMARERO:                           Ya viene.

Sale CAMILA
DUQUESA:       Salíos fuera.
DUQUE:                    (¿Qué ha de ser        Aparte
               lo que mi mujer previene,
               con llamar esta mujer
               que tan sin alma me tiene?)
DUQUESA:          ¿Camila?
CAMILA:                       Señora mía.
DUQUE:         Aquí, aquí puedes sentarte.
DUQUESA:       Levanta.
DUQUE:                (¡Ay, luz de mi día!)           Aparte
DUQUESA:       Tu padre quiere casarte...
DUQUE:         (¡Ay, muerte de mi alegría!)           Aparte
DUQUESA:          ...y de ti quiere saber
               si te ofende o si te agrada
               en esto.
CAMILA:                  Siendo mujer,
               hija suya, y tu crïada,
               ¿qué tengo de responder,
                  o qué voluntad tendré,
               sin la vuestra?
DUQUESA:                      Dices bien.
DUQUE:         (Muero de pena. ¿Qué haré?)         Aparte
DUQUESA:       ¿No me preguntas con quién?
CAMILA:        Yo, señora, ¿para qué?
                  Si es que manda vuestra alteza,
               y mi padre, para mí
               eso basta.
DUQUE:                   (¡Qué extrañeza!)        Aparte
DUQUESA:       Pueden competir en ti
               el valor y la belleza.
CAMILA:           (Ya sé que Lotario es,            Aparte
               a quien con el alma adoro.)
DUQUESA:       Vence en quilates al oro
               tu virtud.
CAMILA:                  Beso tus pies.
DUQUESA:       Yo la estimo.
DUQUE:                        (Y yo la lloro.)    Aparte
DUQUESA:          Y el duque, en esta ocasión,
               ha de hacer, por amor mío,
               lucida su estimación.
CAMILA:        No menos que eso confio
               de su alteza.
DUQUE:                        Y con razón.
                  (¡Ay de mí! ¿Qué haré?)     Aparte
                                         Yo quiero
               hacer que conozca el mundo
               que es tu prima, pues me fundo,
               ya que no he sido el primero,
               en ver si seré el segundo.
                  Daréla cien mil ducados
               y este diamante, en señal
               de que serán bien pagados.
CAMILA:        En tu pecho liberal
               están bien asegurados.
                  Dame los pies.
DUQUESA:                         Dame a mí
               la mano.
DUQUE:                   Bueno es que ignores
               que he de besártela a ti.
               De tus joyas, las mejores
               puedes darle.
DUQUESA:                    Harélo así.
DUQUE:            Toma agora esta cadena
               con esta cruz de diamantes.
CAMILA:        (Para aprisionarme es buena.       Aparte
               Con dádivas semejantes
               pide remedio a su pena,
                  pero no le ha de tener
               porque pesa más mi honor.)
DUQUESA:       ¡Qué buena para mujer
               es Camila! ¡Con qué honor,
               con qué gusto lo ha de ser!
DUQUE:            ¡Con qué contento marido
               logrará su pensamiento!
CAMILA:        Para estarme agradecido,
               cuando no esté muy contento,
               sé que estará muy servido,
                  porque es mi valor, en quien
               fío, después de los cielos.
DUQUESA:       Eso creo yo, y también
               que el no apretarle con celos
               consiste en servirle bien.
DUQUE:            Bien consejos sabéis dar,
               pero vos, duquesa amada,
               mal los supistes tomar.
DUQUESA:       De mis celos engañada
               aprendo a desengañar.
                  Tú, que mi escarmiento ves,
               si quieres vivir en paz
               ni los pidas ni los des,
               que es apetito de agraz
               que obliga a llorar después.

Finge dormirse la DUQUESA
DUQUE:            Buena lición te ha leído
               la duquesa.
CAMILA:                   Y de los cielos
               en su boca ha parecido.
DUQUE:         Mas ¿cómo, hablando de celos,
               tan sin ellos se ha dormido?
CAMILA:           Sueño ha sido bien extraño.
DUQUE:         ¿Dormís vos, duquesa mía?
               Ella duerme, o yo me engaño.
DUQUESA:       (De mis sospechas querría         Aparte
               dar alcance al desengaño.)
DUQUE:            Pues ella cierra los ojos,
               ábrelos tú, para ser
               menos fiera a mis enojos.
CAMILA:        Señor.
DUQUESA:             (Ciega quiero ver            Aparte
               lo ciego de tus antojos.)
CAMILA:           ¿Qué nueva ocasión he dado?
               ¿No está siempre mi decoro
               contrapuesto a tu cuidado?
DUQUE:         Mi bien, gasta mi tesoro,
               señora, emplea mi estado,
                  si con hacerlo remedio
               la vida, que he de acabar
               si a ser tuyo no me animo.
CAMILA:        ¿Con oro quieres comprar
               lo que con el alma estimo?
                  ¿Tan poco estimas mi honor?
               Por ello te aborreciera,
               cuando te tuviera amor.
DUQUE:         Quedo.  Mi duquesa fuera
               quien lo tratara.
DUQUESA:                      (¡Ah, traidor!)     Aparte
CAMILA:           Si es que apoyas tus cuidados
               en que por dote me diste
               tus joyas y tus ducados,
               diversamente entendiste
               mis pensamientos.
DUQUESA:                      (¡Qué honrados!)
CAMILA:           Toma, y verás hoy
               que tan en su punto están,
               que del oro que te doy
               nunca he sido piedra imán,
               y piedra de toque soy.
DUQUE:            Camila, señora, paso,
               ya conozco tu valor,
               pero ¿qué haré, si me abraso
               en tus ojos y en tu amor?
               Montes subo y mares paso.
                  Loco estoy.  Dame siquiera
               la mano, y un alma tente
               si almas estimas. Espera.
CAMILA:        Para esto solamente
               verás cómo soy ligera.

Levántase y retírase CAMILA
                  ¡Duque!
DUQUE:                   ¡Camila!
CAMILA:                            Señor,
               advierta tu ciego antojo
               que mi sangre tiene honor,
               y que es antiguo despojo
               de nobleza.
DUQUE:                    Es ciego, Amor.
                  Ciegos están mis enojos,
               ciega la noche, mi bien,
               y, por lograr mis antojos,
               hasta mi mujer también
               tiene cerrados los ojos.
CAMILA:           Abriréselos.
DUQUE:                        ¡Desvía!
CAMILA:        ¡Mi señora!
DUQUE:                    ¡Cosa brava!
DUQUESA:       ¿Qué hay, Camila?
CAMILA:                            ¿Qué tenía
               vuestra alteza, que soñaba?
DUQUESA:       La pesadilla sería.
CAMILA:           ¡Jesús, qué extraña amargura
               de congoja y aflicción!
DUQUESA:       Fue el despertarme cordura.
DUQUE:         (¡Que pudo tal discreción        Aparte
               juntarse a tal hermosura!)
DUQUESA:          Dormiré de aquí adelante
               con más cuidado que agora.
DUQUE:         (Esta mujer es diamante.)          Aparte
DUQUESA:       Ven, Camila.
CAMIIA                    Voy, señora.
DUQUESA:       ¡Cómo es ciego el que es amante!
DUQUE:            ¿Qué decís, que no os entiendo?
               (Muriendo voy.)                    Aparte
CAMILA:                       (Voy temblando.)    Aparte
DUQUESA:       Que de vos voy conociendo
               que estáis más ciego velando
               que yo lo estuve durmiendo.
                  Tú eres honrada mujer.
CAMILA:        Tus pies beso.
DUQUE:                        (Blanda cama        Aparte
               me espera, pues he de arder
               en desdenes de mi dama
               y en celos de mi mujer.)

Vanse. Salen ANSELMO y dos CRIADOS
ANSELMO:          Avisa a Lotario. ¿Vas?
CRIADO 1:      Sí, señor.
ANSELMO:                  ¿Cómo no vuelas?

Vase el CRIADO 1
               Quita, quita estas espuelas.
CRIADO 2:      ¿Y las botas?
ANSELMO:                      Dejalás,
                  y veré misa primero, 
               pues tenemos, como ves, 
               cerca la iglesia, y después
               ver a mi Lotario quiero.
                  Prevénganme otro vestido,
               mudaréme.
CRIADO 2:                ¿Y no es mejor
               descansar? Mira, señor,
               qué de postas has corrido.
ANSELMO:          Pues no estoy, por vida mía,
               muy cansado.
CRIADO 2:                   Cosa es brava.
ANSELMO:       ¿No ves que no me cansaba
               pensando a lo que venía?
                  Y así corriendo y pensando
               que a Lotario iba sirviendo,
               como venía corriendo
               quisiera venir volando,
                  porque esta correspondencia
               le debo de muchos modos.
CRIADO 2:      Con razón os llaman todos
               amigos por excelencia.
ANSELMO:          Merece bien esos nombres
               nuestro extremo de amistad.

Sale CULEBRO, español
CULEBRO:       ¡Oh infame necesidad,
               a qué obligas a los hombres!
                  Cuando ofendes, cuando enfadas,
               bien dicen que en ti no hay ley.
               Mas--¡cuerpo de Dios!--si el rey
               no paga las cuchilladas
                  y las paga un florentín,
               un pobre español, ¿qué hará,
               puesto que en Italia está
               como en la tierra un delfin?
ANSELMO:          ¿Cómo no tocan a misa?
CRIADO 2:      Pues hartas suelen decir.
ANSELMO:       Ve.  Cuando quieran salir
               a decirla, ven y avisa.
CULEBRO:          (¿Qué es aquesto? ¿Si es aquél   Aparte
               a quien viene el sobreescrito?
               ¡Bravo talle!, ¡gran delito!
               Calle, casa, iglesia, y él
                  de camino... Él es, sin duda.
               ¡Qué gala!, ¡qué buena cara!)
ANSELMO:       (A mirarme se repara.              Aparte
               De mil colores se muda
                  ¿Qué puede este hombre querer?)
CULEBRO:       (Solos estamos los dos.            Aparte
               Lástima es darle, por Dios,
               pero en efeto ha de ser.
                  Mas a extraños sentimientos
               obligará ver partida
               tal cara.)
ANSELMO:                 (No vi en mi vida        Aparte
               tan notables movimientos.)
                  Gentil hombre, ¿qué queréis?
               ¿Qué os detiene? ¿Qué os repara?
CULEBRO:       Vengo a cortaros la cara,
               mas pienso que no queréis.
ANSELMO:          Si vos me lo aconsejáis
               podrá ser que yo lo quiera.
CULEBRO:       Disparate grande fuera.
ANSELMO:       Bonísimo humor gastáis.
                  ¿Quién sois? ¿Qué buena ventura
               de esta suerte os ha traído?
CULEBRO:       Luego, ¿no habéis conocido
               por la pinta esta figura?
ANSELMO:          No sé de vos qué presuma,
               porque en la cuenta no caigo.
CULEBRO:       ¿Pues, no basta el ver que traigo
               poco pelo y mucha pluma
                  para ver que soy soldado
               español, y que así estoy
               en Italia, donde soy
               bien venido y mal pagado?
ANSELMO:          Pues bien, ¿de mí qué queréis?
               Que os serviré es cosa clara.
CULEBRO:       La mitad de vuestra cara,
               por lo menos, me debéis.
                  Mirad qué puede valer
               y dádmelo de contado.
ANSELMO:       Donaire tiene el soldado.
CULEBRO:       Vuestro al menos lo he de ser,
                  y oídme que no os engaño,
               que a ofenderos he venido.
ANSELMO:       Pues ¿sin haber ofendido
               yo a ninguno?... ¡Caso extraño!
CULEBRO:          A mí me llaman Culebro,
               y tengo, naturalmente,
               el discurso impertinente
               y casquivano el celebro.
                  Y así, en diez años de Flandes,
               hice con gallardo efeto
               cosas que en otro sujeto
               parecer pudieran grandes,
                  mas sucedióme después,
               por bien pequeña ocasion,
               que di a uno un bofetón,
               herí a siete y maté a tres.
                  Salíme imitando el viento,
               fuíme a Palermo, y allí,
               en cuerpo de guardia di
               con esta daga al sargento.
                  Pasé a Nápoles, y en él,
               al cabo de siete dias,
               por no sé qué niñerías,
               requisitos de cuartel,
                  molí a palos a un soldado.
               Embarquéme, y de hambre muerto,
               en Liorna tomé puerto,
               y así en Florencia he llegado.
                  Y no viendo en mi pobreza
               forma alguna de que diesen
               materia por quien subieran
               vapores a la cabeza,
                  vi un gentilhombre garbato,
               que así los llamáis aquí,
               miróme, llegóse a mí,
               y después de hablarme un rato
                  indiferentes razones,
               con astucia y gentileza
               halló puerta a mi pobreza
               para darla a sus traiciones.
                  Díjome que me daría
               chento escuti en plata pura,
               porque hiciese una abertura
               en vuestra cara.
ANSELMO:                       ¿En la mía?
CULEBRO:          ¿No sois Anselmo?
ANSELMO:                           ¿Esto pasa?
               Mi nombre negar no quiero.
CULEBRO:       Y en esta calle, y frontero
               de una iglesia, vuestra casa.
                  Estas señas imagino
               que me ha dado.
ANSELMO:                      Y son las mías.
CULEBRO:       Y que dentro de dos días
               llegarías de camino.
                  Con ello llegué a esta calle
               para hacer lo que ofrecí,
               y, piadoso, cuando vi
               vuestra cara y vuestro talle,
                  por Dios que me parecía,
               cuando el daros intentaba,
               que con la una mano os daba
               y con la otra os defendía.
                  En fin, no pude emplear
               ejecución tan rüín,
               hicísteme sangre al fin,
               y no os la pude sacar.
                  Y así, como os pareciese
               cosa justa, imaginaba
               que pues el otro me daba
               cien ducados porque os diese,
                  que me deis vos la mitad
               para que deje de daros;
               que no es poco el ahorraros
               los cincuenta.
ANSELMO:                      Así es verdad,
                  y vos habéis procedido
               como piadoso y discreto,
               y así yo, no sólo aceto
               tan provechoso partido,
                  pero si él os daba en plata
               los cien ducados, en oro
               os los doy.  Tomad.
CULEBRO:                           Adoro
               quien tan bien procede y trata.
ANSELMO:          Y otros ducientos aquí
               os ofrezco en un papel,
               si volvéis a hacer en él
               lo que él quiso hacer en mí.
CULEBRO:          ¿Pues a un hombre tan honrado
               obligáis con interés
               a esas cosas?
ANSELMO:                    Digo que es
               el español extremado.
CULEBRO:          Tú, pues riendo te estás,
               poco debes saber
               qué es tomar por no tener,
               o tomar por tener más.
                  Por un ducado, sin nada,
               haré cualquier cosa vil,
               y con ciento, por cien mil,
               no daré una cuchillada.
                  Que tomar, cuando venía
               tan sin blanca a esta ciudad,
               fue entonces necesidad,
               y agora vicio sería.
                  Mas si por tu gentileza
               quieres que al mundo trabuque,
               ¡voto a Cristo que al gran duque
               le cortaré la cabeza!
ANSELMO:          Tu donaire y tu valor
               tanto me obliga a estimarte,
               que en mi casa has de quedarte,
               si es que gustas.
CULEBRO:                        Sí, señor.
ANSELMO:          Pero dime, por tu vida,
               pues son míos tus cuidados,
               ¿quién te daba cien ducados
               porque me dieses la herida?
CULEBRO:          ¡Por Dios que se me olvidaba!
               Díjome que te dijese,
               quien mandó que te la diese,
               que Lotario te la daba.
ANSELMO:          ¿Quién?
CULEBRO:                  Lotario.
ANSELMO:                          ¿Quién?
CULEBRO:                                 Lotario,
               Lotario mil veces digo.
ANSELMO:       ¿Que mi contrario es mi amigo?
               ¿Que mi amigo es mi contrario?
                  ¡Válgame Dios! ¿Y qué haré?
               ¡Válgame el cielo! ¿En qué he dado?
               ¿Lotario de mí agraviado?
               ¿Lotario de mí ofendido?
                  ¡Válgame, válgame Dios!
               ¿Quién tal vio? ¿Quién tal pensara?
               ¿Cortar me quiere la cara?
               ¿Si piensa que tengo dos?
CULEBRO:          Señor, ¿qué es esto? ¿A quién digo?
               ¿Qué tienes?
ANSELMO:                   ¡Ay, cielo santo!
               Pero, ¿en esto dudo tanto?
               Español, soldado, amigo,
                  toma, empuña dos espadas.
               Lotario, pues tú lo quieres,
               dame, da donde quisieres
               una y muchas cuchilladas.
                  No tienes en qué dudar,
               podrásle después decir
               que las quise recibir
               porque él me las quiso dar.
 
CULEBRO:          Por Dios, donoso presente
               para tal correspondencia.
ANSELMO:       ¡Que tanto puede el ausencia,
               que no es amigo el ausente!
                  Mas--¡ay Dios! ¿Yo soy honrado?
               ¿Yo soy su amigo? ¿Yo he sido
               quien de su espada he temido
               y en su amistad he dudado?
                  Con el primer movimiento
               pude temer y dudar,
               pero en dándole lugar
               el discurso, el pensamiento
                  Ya considero, ya sé
               que no te han dicho verdad,
               y que ofendo su amistad
               si pongo en duda su fe.
                  Español, Lotario es hombre
               que no le iguala ninguno.
               Tú te engañaste o alguno
               se ha valido de su nombre,
                  para hacer esta traición.
CULEBRO:       Eso todo puede ser,
               mas para hacértelo ver
               no nos faltará ocasión.
                  ¿Quién viene?
ANSELMO:                      No sé quién sea,
               pero el gran duque será,
               que en esta iglesia querrá
               ver misa. Sí, ya se apea.
CULEBRO:          De hermosura y de valor
               viene bien acompañado.
ANSELMO:       A esta puerta y a este lado
               podremos verlo mejor.

Salen LOTARIO y TORCATO delante, luego acompañamiento, el DUQUE y DUQUESA, CAMILA, dama, y LEONELA, su criada
TORCATO:          ¿Que Anselmo ha venido?
LOTARIO:                                 Y yo
               muero por verle y hablarle.
               Iremos luego a buscarle.
TORCATO:       (Si el español lo encontró,         Aparte
                  yo aseguro que lo emprenda,
               dándole mis señas luz.)

CULEBRO habla a un lado con ANSELMO
CULEBRO:       Quien te enviaba la cruz
               y me fio la encomienda
                  es el uno de los dos.
ANSELMO:       ¿Cuáles dices?  ¿Dónde están?
CULEBRO:       Los que delanteros van.
ANSELMO:       ¿Cuál de ellos? ¡Válgame Dios!
CULEBRO:          Aquel del izquierdo lado.
ANSELMO:       Eso sí, que estuve muerto.
               El otro es Lotario.
CULEBRO:                          ¿Cierto?
               ¿Luego yo he sido engañado?
                  ¡Pues por vida!
ANSELMO:                          Calla agora.
DUQUE:         De esta iglesia la portada
               es digna de ser mirada.
DUQUESA:       ¿No es muy bella?
CAMILA:                          Sí, señora.
ANSELMO:          Y este cielo puede ser
               de la tierra admiración.
LOTARIO:       Bellos ojos.
TORCATO:                    Bellos son.
ANSELMO:       ¿Si es ángel o si es mujer?
LOTARIO:          ¿No es Camila muy hermosa?
ANSELMO:       ¡Jesús, qué extraña hermosura!
DUQUE:         Es notable arquitectura.
DUQUESA:       ¿No es muy extraña?
CAMILA:                            Es famosa.
                  (¡Ay, Lotario de mi alma!)        Aparte
LOTARIO:       (¡Ay, Camila de mi vida!)           Aparte
CULEBRO:       ¡Ce!
TORCATO:           ¡Amigo!
CULEBRO:                   Ven.
TORCATO:                       ¡Brava herida!

Vanse todos, sino ANSELMO
ANSELMO:       ¿Quién me deja en esta calma?
                  Fuego es éste, rayo ha sido, 
               y puedo haberlo pensado 
               en que tan presto ha llegado, 
               y en que del cielo ha venido.
                  ¡Oh mujer! ¡Oh bellos ojos! 
               ¡Oh ángel de nieve pura! 
               ¡Oh soberana hermosura! 
               ¡Oh celestiales despojos!
                  ¿Qué hechizo es éste, qué encanto 
               que me tiene ciego y loco? 
               ¿Y cómo en tiempo tan poco 
               puede un hombre querer tanto?
                  Mas quiero volverla a ver.

Sale LOTARIO de la iglesia
LOTARIO:       ¿Adónde con tanto brío?
ANSELMO:       Sólo tú, Lotario mío, 
               me pudieras detener.
LOTARIO:          Mil abrazos te prevengo.
ANSELMO:       Mil gracias doy a mi suerte.
LOTARIO:       ¿Cómo vienes?
ANSELMO:                      Vengo a verte,
               que es decir que bueno vengo.
                  ¡Qué hambre traigo de hablarte!
LOTARIO:       Yo la tengo de servirte, 
               con mil cosas que decirte
               más despacio en otra parte.
                  Mas dime, ¿qué te llevaba
               agora con tanta prisa?
ANSELMO:       En este templo a ver misa
               entraba...pero no entraba
                  sino a ver...Pues que contigo
               nunca he tenido secreto,
               escucha un extraño efeto.
LOTARIO:       Ya te escucho, di.
ANSELMO:                         Ya digo.
                  Entre aquellas damas bellas
               que la duquesa traía,
               una vi que al alma mía
               pudo parecerle, entre ellas,
                  como entre estrellas la luna.
LOTARIO:       ¿La que junto a la duquesa
               iba?
ANSELMO:             Sí.
LOTARIO:                 (Camila es ésa.)        Aparte
ANSELMO:       Y yo sospecho...
LOTARIO:                      (¡Ay, Fortuna!)      Aparte
ANSELMO:          ...que en aquel punto reinaba
               algún planeta que en mí
               pudo tanto, que me vi
               ciego y loco.
LOTARIO:                    ¡Cosa brava!
ANSELMO:          Sentí gloria en los antojos
               con quien me entretuve al verla,
               y quedé muerto, al perderla,
               no del alma, de los ojos.
                  Y entraba ciego y perdido
               a verla, cuando saliste,
               y con que te vi y me viste,
               que era el gusto pretendido,
                  estoy tal, que yo me espanto
               de ver, con mi ciego ardor,
               que un disparate de amor
               en tan poco pueda tanto.
LOTARIO:          ¡Yo soy muerto!
ANSELMO:                        ¿Qué ocasión
               te ha ofendido y te ha obligado?
               ¿Qué tienes?
LOTARIO:                    Hanse parado
               las alas del corazón,
                  y quiéroselas cortar,
               pues son de poco provecho.
ANSELMO:       Pues estando yo en tu pecho
               ¿se pueden ellas parar?
LOTARIO:          Hanse parado por ti,
               cansadas de estar batiendo.
               ¡Ay, Anselmo!
ANSELMO:                    No te entiendo.
               Habla más claro.  Di, di.
LOTARIO:          Como por tu dama hermosa
               te vi, ardiendo, quedar frío,
               y tu corazón y el mío
               es todo una misma cosa,
                  sentí, como era razón,
               las penas con que te hallas,
               y queriendo remediallas,
               cubrióseme el corazón,
                  topando en inconvenientes
               que ya tu amistad venció.
ANSELMO:       ¿Cómo?
LOTARIO:              Escucha... (Y quede yo      Aparte
               con el alma entre los dientes.)
                  ¿Supiste de quién estás 
               enamorado? ¿Esa dama
               conoces?
ANSELMO:                 Sé que en su llama
               vivo ardiendo y no sé más.
LOTARIO:          Deuda de los duques es,
               y es Colona su apellido,
               de Nápoles ha venido
               habrá tres años y un mes.
                  (Yo lo tengo bien contado,      Aparte
               ¡ay de mí!)
ANSELMO:                 ¿Qué te ha perdido?
               ¿Qué es esto?
LOTARIO:                      Un vaguido ha sido
               que en la cabeza me ha dado.
ANSELMO:          Quédese, quédese aquesto
               agora.
LOTARIO:               No, amigo, no,
               porque para hacerlo yo
               me importa el pensarlo presto.
                  Digo, Anselmo, que esta dama
               es de tan grande valor,
               que ha llegado a ser mayor
               que su hermosura su fama.
                  Es en el mundo un retrato
               de la misma castidad,
               un sol de la honestidad
               y un ejemplo del recato.
                  Es un valor que enriquece,
               es un divino respeto,
               es un cielo, es, en efeto,
               mujer que no lo parece.
ANSELMO:          Bueno está, no digas más,
               que tanto más me enamoras,
               y es perderme.
LOTARIO:                      (En lo que ignoras  Aparte
               está la gloria en que das.)
ANSELMO:          ¿Cómo podré merecella
               si ella es tal, amigo, hermano?
LOTARIO:       Si tú gustas, de mi mano
               quiero casarte con ella.
                  ¿No fiarás, sin temor,
               que te la dé mi amistad,
               que iguale a tu calidad
               y que diga con tu honor?
ANSELMO:          ¿En qué dudas? Bueno fuera
               que eso de ti no fïara,
               pues cuando no me agradara
               por tu gusto la quisiera.
LOTARIO:          Pues en tu casa me aguarda
               confïado... (Muerto estoy.)         Aparte
ANSELMO:       ¿Qué me dices?
LOTARIO:                      Ve.
ANSELMO:                           Ya voy.

Vase ANSELMO
LOTARIO:       ¿Qué me anima y me acobarda?
 
                  ¡Ay, amistad y amor! Visible estrago,
               fogoso brío, movimiento lerdo,
               que me encoge dudando en lo que acuerdo
               y me anima pensando en lo que pago.
                  En no perder a Anselmo, ¡qué bien hago!
               Y en perder a Camila, ¡qué bien pierdo!
               ¡Extraña competencia! Loco y cuerdo,
               mil quimeras fabrico y mil deshago.
                  Pero perdona, Amor, si me enemisto
               contigo, porque venza, aunque me pese,
               la amistad que en mi pecho se acrisola.
                  Que bien podrá sin mengua, quien se ha
visto
               tantas veces rendido al interese
               rendirse a la amistad una sola.
 
                  ¿No es éste Ascanio y es quien
               iba a hablar? ¡Estoy mortal!
               Cuando es para hacerme mal
               todo se concierta bien.

Sale ASCANIO, padre de CAMILA
ASCANIO:          ¿No es Lotario? Todo el día
               te busco para abrazarte
               como hijo.
LOTARIO:                 Por pagarte
               merced que no merecía,
                  te quiero. Escucha a este lado.
               (¡Ay, Camila!)                      Aparte
ASCANIO:                    ¿Qué has tenido?
               Todo el color has perdido,
               las lágrimas te han saltado.
LOTARIO:          ¿Conoces a Anselmo?
ASCANIO:                              Sí.
               ¿Quién no conoce su nombre?
LOTARIO:       ¿Y sabes...sabes que es hombre...
ASCANIO:       ¿Túrbaste?
LOTARIO:                 Perdona.
ASCANIO:                           Di.
LOTARIO:          ...que me iguala en calidad
               y me aventaja en riqueza?
               Pues su trato y gentileza
               ¿quién lo ignora?
ASCANIO:                         Así es verdad.
LOTARIO:          Pues ése ha de ser esposo
               de Camila. (Cruel sentencia.)      Aparte
ASCANIO:       No hay hombre en toda Florencia
               tan rico y tan poderoso,
                  ni aun en Italia hay ninguno
               más rico y más principal.
               Dicha es grande.
LOTARIO:                       Siendo tal,
               poco te seré importuno.
ASCANIO:          Por su esposa te prometo
               a mi Camila.
LOTARIO:                   Alto, pues.
               (¡Ah, poderoso interés,                Aparte
               y qué presto hiciste efeto!)
ASCANIO:          Mas ¿cómo se ha de tratar?
LOTARIO::      Como estaba concertado: 
               a que sea el desposado 
               le llevaré en mi lugar.
ASCANIO:          Dices bien, por vida mía;
               que aun Camila no ha querido
               saber quién era el marido.
LOTARIO:       (Es porque ya lo sabía.)               Aparte
ASCANIO:          Pues adiós, prevénle luego,
               mientras que a prevenir voy
               a los duques.
LOTARIO:                     Muerto estoy,
               ardo helado y miro ciego.
                  ¡Ay, Camila! Tú dirás
               que he sido amante traidor,
               mas perdona, que el amor
               de mi amigo pudo más.

Vanse. Salen el DUQUE y su CAMARERO
CAMARERO:         Casada podrás tener
               la que hasta ahora no has tenido.
DUQUE:         Y eso ¿cómo ha de ser?
CAMARERO:      Con los celos del marido
               se granjea la mujer.
                  Haz que los tenga de ti
               su marido, y atropella
               su decoro, y fía de mí,
               que el pedírselos a ella
               será interceder por ti.
DUQUE:            Daráselos mi cuidado
               a su esposo, y serán celos
               los mayores que se han dado,
               daré quejas a los cielos
               y a ella todo mi estado,
                  o a mí me daré veneno
               por no ofender a los dos.

Salen la DUQUESA y ASCANIO
DUQUESA:       Para una infanta era bueno
               tal casamiento.
ASCANIO:                       De Dios
               ha venido cuanto ordeno.
DUQUESA:          Duque, apercebíos a honrar
               a Camila, a quien agora,
               su padre quiere casar.
DUQUE:         (¡Ay del alma que la adora!)        Aparte
               En todo os he de agradar,
                  y merece su nobleza
               cuantos favores le ofrece
               vuestra mano.
ASCANIO:                    Vuestra alteza
               con mercedes favorece.
DUQUE:         (¡Ay, soberana belleza!)            Aparte

Sale CAMILA
CAMILA:           (Ya llegó el dichoso día,         Aparte
               y punto, de ser mi esposo
               Lotario, que es alma mía.
               Bien dicen que no es dichoso
               sino quien sufre y porfia.)
                  Vuestras altezas me den
               la bendición y las manos.
DUQUE:         Camila, levanta.
DUQUESA:                        Ten.
ASCANIO:       Y los cielos soberanos
               mil bendiciones te den.
CAMILA:           Y a ti te guarden los cielos.
DUQUE:         (Para sufrir tal mudanza...)       Aparte  
DUQUESA:       (Para no vivir con duelos...)      Aparte 
DUQUE:         (...bueno es tener esperanza.)     Aparte
DUQUESA:       (...no es malo quedar sin celos.)  Aparte

Salen LOTARIO Y ANSELMO, galanes
ANSELMO:          (¡Que tal gloria he de alcanzar!)   Aparte
LOTARIO:       (¡Que tal bien he de perder!)       Aparte
ANSELMO:       (¡Que a tal gusto he de llegar!)   Aparte
               Si los puedo merecer,
               pies y manos me han de dar
                  Vuestras altezas.
DUQUESA:                            Alzad.
DUQUE:         ¡Oh, Anselmo! No estéis ansí,
               lo que os estimo, estimad.
ANSELMO:       Dádmelos vos.
ASCANIO:                    Vos de mí
               estos abrazos tomad.
CAMILA:           (¡Que a tan gran ventura llego!)   Aparte
LOTARIO:       (¡Que nunca llega mi muerte!)      Aparte
ANSELMO:       (Todo es gloria.)                  Aparte
LOTARIO:                      (Todo es fuego.     Aparte
               Ella me mira y no advierte
               que la estoy mirando ciego.)
DUQUESA:          Con mi licencia podéis
               darle a Camila la mano.
ANSELMO:       Tus pies beso.
LOTARIO:                   (Ojos, ¿qué véis?)  Aparte
ANSELMO:       Por ver lo que en ella gano,
               estimo que me la deis.
CAMILA:           (¿Qué es esto, amante traidor?     Aparte

Duda CAMILA
               ¿Qué he de hacer?... Mas yo nací
               honrada.)
ASCANIO:                 ¡Hija!
CAMILA:                         Señor,
               ya la doy. (¡Ay, santo honor,       Aparte
               milagros hacéis en mí!)

Danse las manos
LOTARIO:          Vengo a darte el parabién,
               agora que te has casado,
               ¿sabes, Anselmo, con quién?
ANSELMO:       Con mujer que tú me has dado,
               que eso basta.
LOTARIO:                      Dices bien,
                  pues que por mujer te di
               la misma que yo quería,
               que en el punto que la vi
               en tu pecho, no fue mía
               sino tuya.
ANSELMO:                 ¿Qué te oí?
                  Lotario... ¡No me dijeras
               con qué mujer me casaba!
LOTARIO:       ¿Cómo, Anselmo, la tuvieras?
               Porque tú no la quisieras,
               viendo que yo la esperaba,
                  y como te vi perdido,
               procuré verte excusado
               del dolor que yo he sentido.
               Llega a tu cielo adorado,
               goza tu bien pretendido,
                  pues te puedo asegurar
               que a darte una mujer vengo
               que mil mundos puede honrar,
               de quien sólo un "Padre tengo"
               he merecido escuchar.
ANSELMO:          Ya, Lotario, estoy vencido
               de tu amistad.
DUQUE:                     ¿Quién creyera
               lo que agora ha sucedido?
DUQUESA:       Amistad tan verdadera
               no se ha visto ni se ha oído.

Sale TORCATO herido en la cabeza y CULEBRO tras él
TORCATO:          ¡Justicia!
CULEBRO:                   Espera, traidor.
TORCATO:       Líbreme Dios de tus manos.
DUQUE:         ¿Qué es esto?
TORCATO:                      Duque, señor
CULEBRO:       Por vida del Redemptor
               de los cautivos cristianos
                  que...
ANSELMO:              ¡Tente! Pues en palacio
               del duque, ¿qué te obligó?
CULEBRO:       Esas cosas miro yo
               sin cólera y con espacio.
DUQUE:         ¿Eres loco?
CULEBRO:                    Loco,no.
                  Perdóneme vuestra alteza,
               que si éste no desvïara
               la cara, con tal presteza,
               cuando le tiré a la cara
               y le acerté a la cabeza,
                  no entrara yo como entré,
               ciego de cólera aquí,
               para enmendar lo que erré.
TORCATO:       ¡Señor, justicia!  ¡Ay de mí,
               que me ha muerto!
DUQUE:                           Bien a fe.
                  Prendedlo, prendedlo y puedes
               mandarle ahorcar.
CULEBRO:                         Yo estoy
               bueno entre cuatro paredes.
ANSELMO:       Pues con tantas causas hoy
               puedo pretender mercedes,
                  suplícote que me des
               el preso, que yo le fío,
               y espero darle después
               disculpa a su desvarío.
DUQUE:         Sea así.
ANSELMO:                Beso tus pies.
CULEBRO:          De pensar en el cordel,
               casi al pescuezo le siento.
CAMILA:        (Casamiento tan crüel,              Aparte
               que el principio fue sangriento,
               ¿qué fines se esperan dél?)
ANSELMO:          (Mil veces dichoso he sido.)    Aparte
LOTARIO:       (Mil veces soy desdichado.)        Aparte
DUQUE:         (Agora estoy más perdido.)        Aparte
CAMILA:        (¡Ay honra! ¿A qué has obligado?)     Aparte
LOTARIO:       (¡Ay amistad! ¿Qué has podido?)   Aparte

FIN DEL ACTO PRIMERO


ACTO SEGUNDO

Salen CAMILA: y LEONELA:
LEONELA:          Mucho le amaste.
CAMILA:                           Es verdad,
               pero de mi honor el brío
               venció, con libre albedrío,
               la cautiva voluntad.
LEONELA:       `¿Ya no lloras?
CAMILA:                       Ya no lloro.
LEONELA:       ¿Y quieres a tu esposo?
CAMILA:                                 Sí.
LEONELA:       ¿Tibiamente?
CAMILA:                      Como a mí.
LEONELA:       ¿Tanto le quieres?
CAMILA:                            Le adoro.
LEONELA:          Milagro del cielo ha sido
               haberse tu amor pasado
               de un querido a un desdeñado,
               y de un galán a un marido.
CAMILA:           ¿Para eso fue menester
               milagro? Si es natural
               ir al bien, hüir del mal
               la que es honrada mujer.
                  Este honrado pensamiento
               tuvo principio en mi honor.
               Luego el discurso mejor
               alumbró el entendimiento.
                  Vi que amor de un solo día
               al de mil se adelantaba,
               en uno que me dejaba
               y en otro que me queria.
                  Y con causas de olvidar,
               y efectos de agradecer,
               pude al uno no querer
               y pude al otro adorar;
                  y como el cielo me dio
               un marido sin segundo,
               no tiene mujer el mundo
               con más contento que yo.
LEONELA:          A verte vienen los dos.
               Pon límite a tus antojos.
CAMILA:        ¡Con qué diferentes ojos
               les miro, gracias a Dios!

Salen LOTARIO y ANSELMO
ANSELMO:          No se os puede perdonar
               tan larga ausencia.
LOTARIO:                          Sí haréis,
               pues en vuestras cosas veis
               que yerro por acertar.
ANSELMO:          Con todo muy mal me trata.

Sale CULEBRO
               ¿Qué hay, Culebro?
LOTARIO:                          Escuchamé.

Háblanse al oído
               Como en mal de amores sé
               que el ausencia cura o mata,
                  puse la vida en su mano
               para curar o morir,
               y en no muriendo al partir,
               era cierto el volver sano.
CAMILA:           Ya llegan.
LEONELA:                    Y pienso ya
               que tu sangre se alborota.
CAMILA:        No por cierto, ni una gota.
               Como antes se estaba, está.
ANSELMO:          Llegad, que también mi esposa
               me ha de ayudar a reñiros.
LOTARIO:       A los dos he de serviros.
               (Siempre me parece hermosa;        Aparte
                  con todo, en mi fantasía,
               a contemplalla me obligo
               como a mujer de mi amigo
               y no como dama mía.)
CAMILA:           Amigo, esposo, señor.
ANSELMO:       Cielo hermoso y soberano.
CAMILA:        Deja besarte la mano.
ANSELMO:       Eso a mí me está mejor.
LEONELA:          Español, y vos ¿qué hacéis?
CULEBRO:       Por hacer estoy perdido.
CAMILA:        Seas, Lotario, bien venido.
LOTARIO:       Cien mil años os gocéis.
                  ¿Tienes salud?
CAMILA:                          Salud tengo.
LOTARIO:       Ya tu contento da indicio.
CAMILA:        ¿Vienes bueno?
LOTARIO:                      A tu servicio.
               Me fui malo y bueno vengo.
ANSELMO:          Camila, riñe a Lotario
               el dejarnos tantos días.
CAMILA:        Bien merece quejas mías
               quien de tu gusto es contrario.
                  Mal lo ha hecho, ya eso pasa
               de ser ingrato, sabiendo
               lo que a ti te debe, y viendo
               lo que le debe esta casa.
ANSELMO:          Sólo se me debe a mí
               pagar con intentos buenos
               mil deudas.
CAMILA:                   Yo, por lo menos,
               le debo el tenerte a ti.
LOTARIO:          Con el gusto que me toca
               de veros, quedo pagado
               y contento.
ANSELMO:                  Habéisme dado
               mil gustos con cada boca
                  y quedo bien satisfecho
               de ver con cuánta hermandad
               este amor y esta amistad
               pueden caber en mi pecho.
CAMILA:           Que soy tu esclava imagina.
LOTARIO:       Y yo sombra de tu sol.
LEONELA:       ¡Determinado español! 
CULEBRO:       ¡Juguetona florentina!

Mirándose por detrás de sus amos los dos
LEONELA:          ¡Qué tierna correspondencia
               de vista!
CULEBRO:                ¡Qué colear
               de ojos, dulce mirar.
               Parece España Florencia!
ANSELMO:          Y en el viaje, ¿os ha ido
               bien?
LOTARIO:             Muy bien, pues lo he pasado
               con el donaire extremado
               de Culebro.
CULEBRO:                  Hete servido,
                  y sé lo que en ello gano,
               comiendo todo el camino
               cansalata, que es tocino.
LOTARIO:       Con su hablar italiano
                  alborota una posada.
ANSELMO:       Bravo italiano estás.
CULEBRO:       De español no tengo más
               que las plumas y la espada.
                  Sé que es piñata la olla,
               y tiano la cazuela,
               y que es la sartén padela,
               vino el vin, las berzas folla,
                  y la ensalada, ensalata, 
               y pane tosto el pan duro, 
               y la manteca, baturo, 
               y el medio azumbre, canata.
                  Caso el queso, brodio el caldo, 
               y presutos los perniles, 
               y luchernas los candiles, 
               y el pillatelo, tomaldo.
                  Cama el leto, y blanda mola, 
               y bujarrón el ventero.
CAMILA:        Gracia tiene.
LOTARIO:                      Bien le quiero.
               (Brava nación la española.)          Aparte
CAMILA:           Esa lengua has de aprender,
               que está muy bien en tu boca.
CULEBRO:       Lo que al ministerio toca
               del dormir y del comer
                  aprendí en suma tan corta,
               que como este fin consiga,
               si en lo demás que les diga
               no me entienden, poco importa.
LOTARIO:          Bien dice.
ANSELMO:                     Dice rebién.

Hace una reverencia CAMILA a su marido y a LOTARIO para irse
               Camila, ¿queréis dejarme?
CAMILA:        Porque tengo en qué ocuparme,
               y porque es justo también
                  que hablen solos dos amigos
               que ha tanto verse esperan.
ANSELMO:       Vuestros ojos no pudieran
               ser enojosos testigos.

A CULEBRO, de paso
LEONELA:          Mucho gustaré de hablarte.
CULEBRO:       Y yo más de responderte.

Vanse todos, dejando a LOTARIO y ANSELMO solos
ANSELMO:       ¡Ay, cielos!
LOTARIO:                    ¿En vez de verte
               contento, te oigo quejarte?
 
ANSELMO:          ¿Ves que tengo en esta casa
               tan arrogante apariencia
               de gustos no imaginados
               y de no vistas riquezas,
               en estos techos labores
               artificiosas y bellas,
               y en estos cuadros vencida
               la humana naturaleza,
               por estos suelos alfombras,
               por estas paredes telas,
               brocados en estas camas,
               plata y oro en estas mesas,
               cristal en estas ventanas,
               por estos rincones perlas,
               diamantes en unas manos
               y en ellas mismas belleza,
               en aquel rostro deidad
               y en este pecho firmeza,
               y ves que a mi esposa adoro
               y soy adorado de ella?
               Pues no estoy contento.
LOTARIO:       ¿Cómo?
ANSELMO:              Una locura, una fuerza
               fatal me obliga y me pierde,
               me descompone y me ciega.
               Celos me abrasan el alma
               y en Camila me dan pena
               hasta el sol si alegre mira,
               y el viento si manso llega,
               sin tener otra ocasión,
               porque ella es honrada, es cuerda,
               recogida, recatada,
               prudente, sabia y discreta.
LOTARIO:       Eso, perdóname, Anselmo,
               más parece impertinencia
               que celos.
ANSELMO:                 No está en mi mano,
               y escúchame, porque adviertas
               que esto todo son temores
               o desdichas venideras,
               que tan con tiempo las pasa
               quien tan sin tiempo las piensa.
               Pienso, aunque es buena mi esposa,
               que podría no ser buena,
               y este solo "puede ser"
               me aflige como si fuera;
               que si el que estima una espada
               no se atreve a fïar de ella,
               sin ver que en mil ocasiones
               ni se tuerce ni se quiebra,
               y en la espada, que es de acero,
               son menester estas pruebas,
               cuanto y más en la mujer,
               que es de lana la más cuerda.
               Mataráme esta congoja,
               si con curiosa experiencia
               no acrisolo su valor
               y doy toque a su firmeza.
               Ésta, siendo con mi honor,
               sólo otro yo puede hacerla,
               que eres tú, Lotario, amigo,
               de quien fío esta flaqueza.
               Tú has de probar si es mi esposa
               tan honrada como bella,
               dándole a tu amor fingido
               extremadas apariencias,
               que si de ti se resiste,
               a quien quiso, cosa es cierta
               que podré vivir el hombre
               más contento de la tierra,
               y si se rindiese a ti,
               que nunca el cielo tal quiera,
               a sólo su pensamiento
               podría llegar mi ofensa,
               y escondida en tu secreto
               estaría, y yo, aunque muerta
               la vida, con el ciudado
               podría excusar la afrenta.
LOTARIO:       ¡Jesús, qué extraña ilusión!
               ¿Búrlaste, Anselmo, o deseas
               hacer las pruebas en mí?
               ¿Que aún no las tienes bien hechas?
               ¿Quién te ha llenado el sentido
               de fantásticas quimeras?
               ¿Qué te han hecho? ¿Qué te han dado?
               ¿Qué hacer quieres? ¿Qué hacer piensas?
ANSELMO:       Lotario, no me repliques.
LOTARIO:       Escúchame y considera
               en mis fundadas razones
               tan curiosa impertinencia.
               Si, como has dicho, imaginas
               que es tu esposa honrada y cuerda,
               recogida y recatada,
               prudente, sabia y discreta,
               ¿qué quieres más? Pues te basta
               el ignorar que no es buena,
               para dejar lo demás
               del cielo a la providencia.
               O no piensas lo que haces,
               o no has dicho lo que piensas,
               o ese propósito en ti
               es locura manifiesta.
               Cuando salgan en tu esposa
               finísimas esas pruebas,
               no sé yo qué entonces más
               que tienes agora tengas;
               mas si fuesen en tu agravio,
               y viésemos su firmeza
               vencida de la ocasión,
               ¿en qué darían tus penas?
               ¿Qué sería de tu vida?
               Si así te tratan sospechas,
               verdades averiguadas
               tan contra tu honor, ¿qué hicieran?
               Considera que no es justo
               que se ponga en competencia
               de pérdida que es tan grande
               ganancia que aun no es pequeña.
ANSELMO:       No me digas más, Lotario,
               pues eres discreto, piensa
               que a un hombre determinado
               le mata quien le aconseja.
               Caber razones en quien
               la razón está tan ciega,
               es pedirle a la Fortuna
               que en sus mudanzas la tenga.
               Esto ha mil noches, Lotario,
               que me aflige y me desvela,
               pensando en muchos desvíos
               que mi sinrazón vencieran,
               a no ser hechizo loco,
               que a pura fuerza de estrella
               a mi discurso se opone,
               y en mis entrañas revienta.
               Haz, por Dios, lo que te ruego,
               haciendo, para que pueda
               con algo engañarme a mí,
               no más de sola una prueba
               en mi esposa, que no es tal
               que se rinda a la primera.
LOTARIO:       Tú mismo, Anselmo, te agravias,
               tú mismo, amigo, te afrentas.
               Mira, por Dios
ANSELMO:                      Ya me enojas,
               ya mi amistad verdadera
               pagas mal. Si tú no quieres
               sacarme de esta sospecha,
               ya estoy resuelto en buscar
               quien lo haga y quien lo entienda,
               fïando mi honor de alguno
               que del todo me le pierda.
               Recógele en tu sagrado,
               asegúrale en mi ausencia
               por...
LOTARIO:            Basta, no digas más.   
               A voluntad tan resuelta,
               obedecer y callar...
ANSELMO:       Dios te guarde, el cielo quiera
               que te sirva entre mis brazos,
               a mi corazón te llega.
LOTARIO:       ¿Cuándo ha de ser el servirte?
ANSELMO:       Luego, agora.
LOTARIO:                      Luego sea
               el divertir con mi engano
               tu curiosa impertinencia.
 
ANSELMO:          ¡Hola!

Sale CULEBRO
CULEBRO:               ¡Señor!
ANSELMO:                       Corre y di
               a Camila que la espero.

Vase CULEBRO
               ¡Ay, amigo verdadero,
               mi honor he fundado en ti!
                  Prueba mi esposa querida,
               y del suyo satisfecho
               asegúrame este pecho,
               vuélvele el alma a esta vida.
LOTARIO:          Sosiégate, confïado
               en mi fe. (¡Extraño accidente!    Aparte
               Ser curioso impertinente
               es ser celoso el honrado;
                  que el que es discreto curioso,
               por más valor ha tenido 
               dar venganzas de ofendido 
               que evidencias de celoso.)

Sale CAMILA
CAMILA:           Ya que me mandéis espero.
ANSELMO:       Yo que mercedes me hagáis,
               que a Lotario entretengáis,
               mientras voy y vengo, quiero,
                  que el gran Duque me ha llamado
               y habré de ir aunque me pese.
LOTARIO:       Gracioso melindre es ése.
               Pues ¿eso os daba cuidado?
                  ¿No pudiera esperar yo,
               y excusar tal cortesía?
CAMILA:        Y acompañaros podría
ANSELMO:       Que fuése solo mandó,
                  y habéis de esperarme aquí.
LOTARIO:       Cumplimientos escusados.
ANSELMO:       Hasta que os deje sentados
               no he de partirme.
CAMILA:                            Sea ansí.
                  Volved luego.
ANSELMO:                       Luego vuelvo.
CAMILA:        (¡Qué notable confïanza          Aparte
               de amistad!)
ANSELMO:                 (¿A qué esperanza       Aparte
               me encamino y me resuelvo?)
LOTARIO:          (¡En qué estacada me veo!)          Aparte
CAMILA:        (Mi valor queda conmigo.)          Aparte
ANSELMO:       (Para escuchar si mi amigo         Aparte
               prueba a lograr mi deseo
                  lugar me dará esta llave.)

Vase ANSELMO
CAMILA:        (No sé qué piense o qué diga.)    Aparte
LOTARIO:       (Amigo que a tal obliga            Aparte
               mucho ofende y poco sabe.)
CAMILA:           (¿Quién del tiempo imaginara   Aparte
               que a este estado me trujera?)
LOTARIO:       (¿Quién entonces me dijera        Aparte
               que, pudiendo, no la hablara?)
CAMILA:           (De mis honrados despojos       Aparte
               tengo el corazón contento.)
LOTARIO:       (Mucho vuela el pensamiento        Aparte
               y mucho miran los ojos.
                  Como que duermo he de hacer,
               para poderlos cerrar,
               y dejaré de pensar,
               quizá, con dejar de ver.)
CAMILA:           (A no hablarme se ha forzado,   Aparte
               por no verme se ha dormido:
               mucho obliga a ser querido
               un hombre que es tan honrado
                  Se entiende sin que al honor
               se pierda un punto el decoro.)

Hasta aquí han hablado todo aparte, y salen por un lado CULEBRO y LEONELA
CULEBRO:       Joya mía, yo te adoro.
LEONELA:       Y yo a ti te tengo amor.
CULEBRO:          Pues encaja.
LEONELA                       Aún es temprano,
               soy doncella.
CULEBRO:                    Acaba, llega.
               ¿Ese duende de bodega
               por ventura está en tu mano?
                  El alma sí que estará
               en la palma que me has dado,
               que ese punto imaginado
               en otro lugar está.
LEONELA:          Toma el alma.
CAMILA:                       (A pensar llego     Aparte
               que es mejor no estar aquí.)

Vase CAMILA
LOTARIO:       (¡Qué bien dicen--¡ay de mí!--   Aparte
               que más imagina el ciego!
                  Amistad, valedme agora.)
LEONELA:       Tuya he de ser.
CULEBRO:                     Yo soy tuyo.

Sale ANSELMO
ANSELMO:       (A mi suerte lo atribuyo.)         Aparte
LEONELA:       Voyme, que se va señora.

Vase LEONELA
ANSELMO:          (Bien vi que el intento mío    Aparte
               emprendió con gusto poco.)
CULEBRO:       (Esta moza me trae loco,           Aparte
               su sombra soy, sin ser frío.)

Vase CULEBRO
ANSELMO:          (Ni una palabra le ha hablado,  Aparte
               de su engaño estoy corrido.)
LOTARIO:       Presto, Anselmo, habéis venido.
ANSELMO:       Y aun pienso que habré tardado.
LOTARIO:          (¿Si es que sospecha mi engaño?     Aparte
ANSELMO:       ¿Que hay de nuevo en mi quimera?
LOTARIO:       Que fue a la ocasión primera
               tan resuelto el desengaño,
                  que ya no hay más que probar,
               ni tienes más que temer
               de una mujer que es mujer
               que acierta a desengañar.
                  Comencé a hablarla, y compuesta
               y hecha una brasa escuchóme,
               admiróme, fuése y diome
               las espaldas por respuesta;
                  que la mujer que se admira,
               si a desdeñar se resuelve,
               con las espaldas que vuelve
               vuelve el seso a quien la mira.
                  Y pues tan buena ocasión
               te obliga, a tu esposa precia,
               que excede a Porcia y Lucrecia
               y se iguala a cuantas son.
ANSELMO:          ¡Ah, Lotario! ¡Quién creyera,
               al cabo de tantos años,
               que yo seguro de engaños
               en tu amistad no estuviera!
                  Ya he visto lo que ha pasado,
               porque este engaño temí
               desde el punto que te oí
               desalabar mi cuidado;
                  y del retrete a la puerta
               me puse, donde he podido
               ver en tu pecho dormido
               quedar mi esperanza muerta.
                  Mal mi amistad has pagado.
LOTARIO:       (¿Hase visto tal exceso?)           Aparte
               Anselmo, yo te confieso
               que estoy corrido y turbado,
                  aunque puedo, por la fe
               de nuestra amistad jurarte
               que el atreverme a engañarte
               por desengañarte fue.
                  Pero pues culpado estoy,
               de tu pensamiento extraño,
               de servirte sin engaño
               de hoy más palabra te doy.
 
ANSELMO:          Mil veces me has de abrazar.
               Tanto, tanto, amigo mío,
               de nuestra amistad confío,
               que por darte más lugar
                  de conquistar a mi esposa,
               fingiré cierta partida
               de Florencia. De mi vida
               te lastima.
LOTARIO:                 (¡Extraña cosa!)        Aparte
ANSELMO:          Es pensamiento extremado
               para el intento que sigo.

Sale CULEBRO
               ¡Culebro!
CULEBRO:                 ¡Señor!
ANSELMO:                         Amigo,
               escucha lo que he trazado.
                  Un secreto se ha ofrecido 
               que ha de fïarse de ti.
CULEBRO:       Estará enterrado en mí. 
               Callado soy, y atrevido.
ANSELMO:          Yo he de fingir que me voy
               aprisa, para volver
               volando; tú has de saber
               que en casa Lotario estoy,
                  adonde de cierta dama 
               he de gozar la hermosura, 
               porque tenga más segura 
               en mi secreto su fama.
                  Si mi esposa, porque tardo, 
               me enviase algún papel, 
               tómale tú y ven con él 
               donde sabrás que te aguardo.
CULEBRO:          Fía que serás servido.
ANSELMO:       Y tú vete y vuelve aquí.
LOTARIO:       ¿Despídeste agora?
ANSELMO:                           Sí.
LOTARIO:       El seso tienes perdido.
                  ¿Que no adviertes?
ANSELMO:                            Tu disgusto
               me le pierde y me le apura.
               Deja.
LOTARIO:            No más.  Tu locura
               sigo a costa de mi gusto.
ANSELMO:          Vuelve luego.
LOTARIO:                        Que me place.
ANSELMO:       ¿Vas con gusto?
LOTARIO:                       Voy contento
               a ser uno de los ciento
               que dicen que un loco hace.

Vase LOTARIO. Sale CAMILA
CAMILA:           ¿Que ya mi esposo volvió?
ANSELMO:       Con disgusto, por tu vida.
               Como es la primer partida
               no es mucho la sienta yo.
CAMILA:           Luego, ¿habéisos de partir?
ANSELMO:       El duque me lo ha mandado,
               y estoy algo consolado
               con que a Pisa tengo de ir,
                  que es tan cerca.
CAMILA:                            ¿Cuándo?
ANSELMO:                                    Ya
               me parto en una carroza
               por la posta.
CAMILA:                     Quien os goza,
               si os pierde, ¿qué sentirá?
ANSELMO:          Aun mudarme el vestido
               no me consiente el cuidado
               del duque. ¿Que habéis llorado?
               ¿Que a mis cielos he ofendido?
CAMILA:           ¿Que tan presto os queréis ir?
               ¿Tan presto os he de perder?
ANSELMO:       El deseo de volver
               me precipita el partir.
CAMILA:           ¿Será presto?
ANSELMO:                        Sí será,
               pero aunque lo sea, creo
               que, en vuestra ausencia, el deseo
               siglos de pena tendrá.
                  Lotario vendrá a mirar
               por vuestro regalo.
CAMILA:                            ¡Ay, Dios!
               ¿Pues con otro que con vos
               en vuestra ausencia he de estar?
ANSELMO:          Con Lotario sí, a quien fío
               de mi honor todo el decoro.
               ¿Eso ignoráis?
CAMILA:                       No lo ignoro,
               y de su valor confío.
                  Mas como es mozo y galán,
               y yo nueva en vuestro amor,
               atemorizan mi honor
               recelos del qué dirán.
ANSELMO:          Ya a todo el mundo, testigo
               de nuestra amistad, le acuerdo
               que si es tan mozo, es tan cuerdo,
               si tan galán, tan mi amigo.
CAMILA:           Yo confieso que me pesa.
ANSELMO:       Pues divierte ese cuidado, 
               y recíbele en tu estrado, 
               y convídale a tu mesa.
                  Y en esta casa ha de hacerse 
               lo que él ordenare en todo.
CAMILA:        Será ansí. (¡Notable modo      Aparte  
               de engañarse y de ofenderse!)
ANSELMO:          De la buena diligencia
               de Culebro has de fïar,
               si a escribir puede obligar
               esta brevedad de ausencia.
                  Los brazos... ¿Lloráis, señora?
CAMILA:        ¿Pues no tengo de llorar?
CULEBRO:       (Él se va de aquí a gozar       Aparte
               de otra dama, y ella llora.) 
ANSELMO:          Alégranme estos enojos;
               adiós.
CAMILA:               Dejáisme muriendo.

Vase ANSELMO
CULEBRO:       (Y será el llorar fingiendo,           Aparte
               que son de mujer los ojos.
                  El casamiento, a mi ver,
               cuando bien lo estoy mirando,
               no es más que estarse engañando
               un hombre y una mujer.)

Vase CULEBRO
CAMILA:           No me acobardan los gallardos bríos
               de este ciego que mira con antojos,
               ni temo al pensamiento ni a los ojos
               que se han visto mil veces en los míos,
                  pues cuando el uno arroje ardores fríos,
               y el otro siga inútiles despojos,
               para vencer cuidados tengo enojos,
               y tengo honor para buscar desvíos.
                  El verle a la ocasión blandir la espada,
               que en mí, aunque piedra, tan de toque he sido,
               mi propio esposo la dejó afilada,
                  tiene en mi pecho el ánimo encogido;
               que ponen grima a la mujer casada
               las ocasiones que da el marido.

Sale LEONELA
LEONELA:          Estarás muy afligida
               de que tu esposo ha partido.
CAMILA:        No siento el haberse ido,
               sino el dejarme ofendida.
                  Lotario aquí ha de quedar,
               y conmigo ha de comer.
LEONELA:       ¿Pues él lo quiere querer
               y tú lo quieres llorar?
CAMILA:           Corre peligro mi fama.
LEONELA:       ¿De eso, señora, te pesa?
               Pues él le ofrece la mesa
               ofrécele tú la cama.
CAMILA:           Calla, muy necia has andado,
               y no te partas de aquí
               un punto.
LEONELA:                 ¿Luego, por mí,
               será el otro recatado?
                  Por ti lo será, y por él,
               siendo de tu esposo amigo;
               que yo, de su amor testigo,
               tres años que hablé con él,
                  de noche por las ventanas,
               y en las iglesias de día,
               esperanzas le daría
               antes que hacérselas vanas.
CAMILA:           Con todo, mucho aprovecha
               el no estar sola, de mí
               no partas.
LEONELA:                  Harélo así.
               (Quien se teme, algo sospecha.)    Aparte

Sale un PAJE
PAJE:             Lotario pide licencia.
LEONELA:       Aquí, para entre las dos,
               no te pese.
CAMILA:                   (Plegue a Dios          Aparte
               que no me cueste esta ausencia.
                  Mas, valor tengo y nobleza,
               sentaréme... ) Entre al momento.
               (...porque de mi poco asiento      Aparte
               no le arguya ligereza.)

Sale LOTARIO
                  ¿Pues Lotario ha menester
               licencia? Sin ella venga.
LOTARIO:       Razón es que, aunque la tenga,
               la haya querido tener,
                  pues ido Anselmo, ya pasa
               la que hasta agora he tenido.
CAMILA:        Antes, después que él es ido
               mandáis más en esta casa;
                  que antes mandabais los dos
               en ella, como era justo,
               y agora, porque es su gusto,
               la mandaréis sólo vos.
LOTARIO:          Guárdeos el cielo. (¡Ay de mí!) Aparte
CAMILA:        (Turbado tiembla. ¿Qué haré?)       Aparte
LOTARIO:       (¡Qué desafio aplacé,            Aparte
               a qué campaña salí!)
CAMILA:           Sentaos, señor.
LOTARIO:                         Ya me siento.

Siéntanse LOTARIO en una silla y CAMILA en una almohada
CAMILA:        (¡Qué notable confusión!)        Aparte
LOTARIO:       (Fuertes enemigos son              Aparte
               los ojos y el pensamiento.)

Sale CULEBRO
CULEBRO:          ¡Oh, qué bien nos ha venido
               el irse Anselmo! Responde.
LEONELA:       Sí, muy bien. ¿Y sabes dónde
               es ido?
CULEBRO:                 Es ido y no es ido.
LEONELA:          No entiendo esa quesicosa.
CULEBRO:       Ven y a solas lo sabrás.
LEONELA:       ¡Guarte!
CULEBRO:                 ¿Pues agora das
               en cobarde y melindrosa?
                  Ven, por mi vida, ¿no quieres?
               Y sabrásla.
LEONELA:                  Iré, en efeto,
               que por saber un secreto
               se pierden muchas mujeres.

Vanse LEONELA y CULEBRO
CAMILA:           (¡Qué de veces me ha mirado    Aparte
               y qué de veces ha hüido
               de verme!)
LOTARIO:                 (¡Qué arrepentido       Aparte
               estoy de haber llegado! 
                  ¿Iréme? ¿Cielos, qué haré?)
CAMILA:        (¡Qué ansias señala, qué penas!)    Aparte
LOTARIO:       (No hay sangre, en todas mis venas,Aparte
               que en mi corazón no esté.
                  No creí que en tanto estrecho
               me pusieran sus antojos.
               Con cada volver los ojos
               mil vueltas me da el pecho.
                  ¿Cerraré los míos? No,
               que ya no puedo, aunque quiera.)
CAMILA:        ¿Tenéis sueño? ¿Persevera
               el que tan sin tiempo os dio?
LOTARIO:          No, señora, antes pensaba
               en lo que soñado había,
               cuando soñando dormía,
               y así velando soñaba.
                  No es muy bueno, que soñé
               que atrás en el tiempo volvía,
               y gozaba del mismo día
               que en tus ojos me abrasé,
                  y llegando al corazón
               con tus manos milagrosas...
CAMILA:        No digas más, que esas cosas
               sueño han sido y sueños son.
LOTARIO:          Y viendo que viento en popa,
               mi bien...
CAMILA:                  Bueno está, Lotario.
LOTARIO:       (¡Cómo se esfuerza el contrario    Aparte
               cuando en resistencia topa!)
                  ¿No me escuchas?
CAMILA:                           Basta agora
               el haberte respondido
               que esas cosas sueño han sido
               y sueños son.
LOTARIO:                      Di, señora,
                  fuego han sido y fuego son,
               que me abraso y que me abrasa.
CAMILA:        ¡Ay, cuitada! Ya esto pasa
               el límite a la razón.
                  ¿Son burlas esas quimeras?
LOTARIO:       Burlando las comencé,
               pero ya muero, y no sé
               si son burlas o son veras.
CAMILA:           Lotario, corrida estoy
               de que haberme conocido
               tan de atrás, no haya servido
               para que sepas quién soy.
                  No sé qué sienta o qué diga
               de tu infame proceder.
               ¡Dísteme para mujer
               y búscasme para amiga!
                  ¿Es buena amistad, traidor,
               noble pecho, trato justo,
               al amigo darle el gusto
               para quitarle el honor?
                  ¿Y es...?  Pero quiero dejarte,
               por no oírte y por no verte,
               y porque es favorecerte
               el pararme a desdeñarte.
LOTARIO:          Señora, no escandalices.
               Perdóname, escucha, ten.
               (Con este honrado desdén          Aparte
               me abrasa.)

Sale un PAJE cuando CAMILA se va a entrar
PAJE:                    El duque.
CAMILA:                            ¿Qué dices?
PAJE:             Que el duque pide licencia.
CAMILA:        (Esto agora me faltó.             Aparte
               ¡Ay, cielos!, bien digo yo
               que ha de costarme, esta ausencia.)
LOTARIO:          No se le puede negar.
CAMILA:        ¿Dónde Leonela se ha ido?

Sale LEONELA
LEONELA:       El duque, el duque ha venido.
LOTARIO:       Volveos, señora, a sentar.
                  (¡Ay, amistad!)                  Aparte
CAMILA:                          (¡Ay, honor;      Aparte
               qué forzada estoy contigo!)
LOTARIO:       (¡Que haga tan necio amigo          Aparte
               tan grande amigo traidor!
                  Mas ¡quién pudiera mirar
               sin abrasarse y morir
               tan discretro resistir,
               tan honrado desdeñar!)

A CAMILA
LEONELA:          ¡No sé de ti qué sospecho! 
CAMILA:        Leonela, ¡quién me dejara!
LEONELA:       Quien tiene sangre en la cara,
               fuego señala en el pecho.
CAMILA:           De cólera pudo ser.
LEONELA:       ¿Luego no ha sido de amor?

Sale el gran DUQUE con el, el CAMARERO y TORCATO, y acompañamiento
CAMILA:        ¡Jesús!
DUQUE:               ¿Camila?
CAMILA:                       ¡Señor!
DUQUE:         ¡Con qué miedo os vengo a ver!
CAMILA:           ¿Es de que me quejo yo
               del ausentarme el marido?
DUQUE          ¿Ausente está? ¿Dónde ha ido?
CAMILA:        ¿Luego no se lo mandó
                  vuestra alteza?
LOTARIO:                       (Agora advierte    Aparte
               su engaño.)
DUQUE:                    No mandé tal.
CAMILA:        (A su trato desleal                Aparte
               da colores de esta suerte,
                  pues él debió de envïarlo
               porque quiso a solas verme
               y luego, por no ofenderme,
               se obliga a disimularlo.)
DUQUE:            Yo, que hasta aquí no sabía
               esa ausencia, en mis antojos,
               miedo de verme en tus ojos
               era sólo el que traía.
CAMILA:           Mal a entender me acomodo
               esos miedos.
DUQUE:                     Ya me acaban.
LOTARIO:       (Estos celos me faltaban           Aparte
               para abrasarme del todo.)
CAMILA:           (¿En qué está puesto mi honor?     Aparte
               ¡Peligro corre mi vida!)
DUQUE:         Como está el alma encogida,
               siempre opuesta a tu rigor,
                  son los miedos engendrados
               de antojos y devaneos,
               contrarios a los deseos.
LOTARIO:       Serán en tu pecho honrados,
                  porque el de Anselmo les dio
               mil causas de ser ansí.
DUQUE:         ¿Quién te mete en esto a ti?
LOTARIO:       Porque soy Anselmo yo.
CAMILA:           (Al menos quisiera serlo,       Aparte
               en todo.)
DUQUE:                   Y cuando eso fuera
               ¿qué me importaba?
LOTARIO:                         Partiera
               el más delgado cabello
                  en materia de honor suyo,
               a no ser tuyo el agravio.
DUQUE:         Guarda el cuello y cierra el labio.
LOTARIO:       Soy tu vasallo y es tuyo.
DUQUE:            Cortaréte la cabeza,
               por vida de...
LOTARIO:                    En mí hay valor
               para perderla.
CAMILA:                       Señor,
               repórtese vuestra alteza.
                  ¿Tú me defiendes, Lotario?
               ¿Es bien que de mí se crea
               que yo no basto, aunque sea
               tan poderoso el contrario?
DUQUE:            Vete, vete.
LOTARIO:                      Donde estoy
               me manda, señor, matar.
CAMILA:        Tú, que me sueles honrar,
               ¿no te acuerdas de quién soy?
                  Tu exceso a injusticia pasa.
               Mal de mis cosas arguyes.
               ¿Así mi opinión destruyes?
               ¿Así afrentas esta casa?
                  De Lotario acompañada
               saldré de ella.
DUQUE:                        (Muerto quedo.)     Aparte
CAMILA:        Que con justicia la puedo
               dejar, por dejarla honrada.
                  Acogeréme al sagrado
               de la tuya.
DUQUE:                    Bueno fuera.
               Sosiega, Camila, espera,
               perdona el andar sobrado,
                  pues que ya con irme enmiendo
               los enojos que te di.
               Tus pies beso.
LOTARIO:                      Agora sí
               te iré yo, señor, sirviendo.
DUQUE:            (Así quiero asegurarla.)       Aparte
TORCATO:       ¡Extraño suceso!
CAMARERO:                       Extraño.
DUQUE:         (Y podré, con el engaño              Aparte
               de no seguirla, alcanzarla.)

Vanse todos, y quedan CAMILA y LEONELA solas
CAMILA:           ¡Qué bueno queda mi honor,
               perseguido y acosado
               de este príncipe arrojado,
               y de este amigo traidor!
                  En este trance, ¿qué aguarda?
               En este daño, ¿a qué llega,
               pues quien me manda me ruega,
               y me roba quien me guarda?
                  Bien será llamar a quien
               dé más fuerza a mi flaqueza;
               que en mujer no hay fortaleza
               que sin alcaide esté bien.
                  Recado para escribir
               me trae, Leoncla, al momento.

Saque LEONELA una mesica y recado para escribir
               Este honrado pensamiento 
               quiero alabar y seguir.
                  Sabrá Anselmo lo que pasa, 
               y agraviado y satisfecho, 
               qué mujer lleva en su pecho, 
               qué amigo deja en su casa.
                  Llama a Culebro, ¿podré

Vase LEONELA
               acertar, Dios soberano? 
               Bien es que guíe la mano 
               quien ha esforzado la fe.

Escribe. Salen CULEBRO y LEONELA
LEONELA:          Pienso que te quiere dar
               una carta que le lleves.
               Volando harás lo que debes.
CULEBRO:       Poco tendré que volar.
LEONELA:          Finge que al viento te igualas.
CULEBRO:       Ya yo sé en tales fracasos
               hurtarle al viento los pasos,
               y a la mentira las alas.
CAMILA:           ¡Culebro!
CULEBRO:                   ¿Señora?
CAMILA:                             Ve,

Cierra la carta y dásela
               toma postas para dar
               esta carta. Has de volar.
CULEBRO:       Como un cernícalo iré.
CAMILA:           (Honra, a las voces que das     Aparte
               respondo con lo que hago.
               Lo que te debo te pago,
               haga el cielo lo demás.)

Vanse los tres. Sale ANSELMO
ANSELMO:          Como espera, como siente,
               uno cera, otro diamante,
               los favores el amante,
               el cuchilllo el delincuente,
                  la tierna niña el esposo,
               el viejo enfermo la muerte,
               el desdichado la suerte,
               y la desdicha el dichoso,
                  así yo, con este extremo
               de cuidado y de disgusto
               me prevengo al mayor gusto,
               la mayor desdicha temo.

Sale LOTARIO
                  ¡Lotario!
LOTARIO:                   ¡Anselmo!
ANSELMO:                           ¿Qué ha sido?
               De tus tristezas, ¿qué siento?
LOTARIO:       Por tu causa estoy contento, 
               y por la mía corrido.
ANSELMO:          ¿Cómo?
LOTARIO:                 Fue tanto el rigor,
               en tu Camila enojada,
               que haciendo prueba de honrada
               me ha tratado de traidor.
                  Dio fuerza al conocimiento
               de su inmensa honestidad,
               advirtióme tu amistad
               y afeó mi pensamiento.
                  Huyó, en fin, de mi locura,
               y sospecho que mandara
               matarme, si no mezclara
               con el honor la cordura.
                  Tú tienes honrada esposa.
               Por notable dicha ten
               haber salido tan bien
               de prueba tan peligrosa.

Salga CULEBRO con una carta
ANSELMO:          Lotario, Culebro.
CULEBRO:                           A un lado
               toma y lee.
ANSELMO:                  Así lo haré.

Lee ANSELMO la carta
LOTARIO:       (¿Qué será? Lo que pasé     Aparte
               con el duque le he callado,
                  porque el que quisiere honrar
               a su amigo, ha de querer
               en su ausencia responder
               y a sus oídos callar.)
 
ANSELMO:          ¡Ay, mi esposa, ay, mi alegría!
               Oye, amigo.  Escucha un poco.
LOTARIO:       Alegre estás.
ANSELMO                     Estoy loco.
               ¡Ay, firma del alma mía!

Lee alto la carta
                  "Yo me hallo tan imposibilitada de 
               sufrir esta ausencia, que si no venís 
               luego me habré de ir a entretener en 
               casa de mis padres, aunque deje sin 
               guarda la vuestra, porque la que me 
               dejasteis, si es que quedo con tal 
               título, mira más por su gusto que
               por lo que a vos toca. --Camila."

                  ¿Puede haber gusto mayor?
               ¡Qué de glorias me aseguro!
LOTARIO:       Con tal carta de seguro,
               seguro queda tu honor.
                  ¿Qué quieres más? Tus temores
               vencidos, mil palmas llevas.
ANSELMO:       Quiero hacer mayores pruebas,
               por tener gustos mayores.
LOTARIO:          ¿Qué me dices? ¿Qué te escucho?
               ¿A qué aspiras? ¿Estás loco?
ANSELMO:       Las palabras pesan poco
               donde el honor pesó mucho,
                  y no estará bien probado
               el de Camila, hasta ver
               en las obras qué ha de hacer
               del oro, que es más pesado.
                  Prueba si puedes rendir
               con joyas de estimación
               esta fuerza, que ellas son
               bravas piezas de batir,
                  y si batiéndola ansí
               queda en pie esta fortaleza,
               mi honor tendré, en su belleza,
               aún más seguro que en mí.
                  Para esto te prevengo,
               en mi escritorio cerrados,
               en oro diez mil ducados,
               y aún más, prevenidos tengo.
                  Y compónle algún soneto,
               y otros versos, que cerrado
               un pecho algo interesado
               abre puerta a lo discreto.
                  Diréle que andas perdido
               de cierta dama extremada,
               y en tus versos celebrada,
               es Clori nombre fingido.
                  Ya sombras de esta mentira
               podrá verlos mi mujer,
               yo presente, y podré ver
               con qué semblante los mira.
                  Y prevénla tú después
               que los hiciste por ella.
               Permita, amigo, mi estrella
               que tantos gustos me des.
LOTARIO:          Anselmo, de hielo soy
               cuando advierto tu cuidado.
               ¿Que con lo que te ha pasado
               no estás seguro?
ANSELMO:                        Sí estoy,
                  mas lo que digo se intente,
               por curiosidad no más.
LOTARIO:       Por Dios, que pasando vas
               de curioso a impertinente.
                  ¿Y no adviertes, vuelve en ti,
               que es tu Camila muy bella,
               y si tú te fías de ella
               yo no me fío de mí?
                  Mira que la tuve amor,
               y que no es justo perderme,
               ni honrada amistad ponerme
               a pique de ser traidor.
                  ¿No ves que mudar podría
               tu ocasión a mi esperanza?
ANSELMO:       Con eso más confïanza
               me has dado que yo tenía,
                  pues demás de ver las veras
               en nuestra amistad tan claras,
               pienso que no me avisaras
               cuando ofenderme quisieras.
                  Sigue mi gusto y no des
               en eso.
LOTARIO:              Basta, en buen hora.
ANSELMO:       Yo voy a mi casa agora
               y tú puedes ir después.
LOTARIO:          Dios te guíe. (Con mi amor,    Aparte
               y con tus locos extremos,
               precipitados corremos
               tú a infelice y yo a traidor.)

Vanse. Salen CAMILA y LEONELA
CAMILA:           Mucho tarda, el esperar
               me aflige. ¿Fue por la posta
               el español?
LEONELA:                 Sé que a posta
               habrá querido tardar,
                  pues donde el papel llevó
               bien pocos pasos está.
CAMILA:        ¿Luego, Anselmo no estará
               fuera de Florencia?
LEONELA:                           No.
CAMILA:           ¿Y por qué lo has sospechado?
LEONELA:       De Culebro lo he sabido,
               que su secretario ha sido
               y está de mi amor picado.
                  Llegó a decirme el efeto
               de su amante corazón,
               y de una en otra razón
               fue deslizando el secreto.
                  De cierta dama que adora
               está bebiendo el aliento
               tu esposo.
CAMILA:                  ¡Ay, cielo! ¿Qué siento?
LEONELA:       Muéreste por él, señora,
                  y estás su sombra adorando,
               mientras él te está ofendiendo.
CAMILA:        Pues cuando estoy defendiendo
               su honor, muriendo y matando,
                  ¿me ofende con otro amor?
               ¿Ya qué habrá que no me asombre?
               ¡Ah, traidor! ¡Ay, hombre, ay, hombre,
               que es lo mismo que traidor!
                  De ti formo justas quejas,
               pues ya contra la ocasión,
               perdida la obligación,
               con sólo el honor me dejas.
                  ¡Qué cobarde me has dejado
               con lo que me has ofendido!
               ¡A este fuerte defendido,
               qué de fuerzas le has quitado!
                  Porque hay en la más honrada
               diferencia conocida
               del no arrojarse, ofendida,
               al defenderse, obligada.

Sale ANSELMO
LEONELA:          Tu Anselmo viene.
ANSELMO:                           ¡Mis ojos,
               mi bien, señora!
CAMILA:                        ¡Señor!
ANSELMO:       ¿Cómo tan tibio calor
               en la boca y en los ojos?
                  Con un "Señor" desabrido,
               con un mirar enfadado,
               los brazos me habéis negado.
CAMILA:        (¿Diréle que me ha ofendido        Aparte
                  con celos? Mas callarélos,
               porque acaba la vergüenza
               del marido quien comienza
               a darle o pedirle celos.)
                  Si habéis leído mi carta
               ella os dirá mi razón.
ANSELMO:       ¿Y ésa es bastante ocasión
               de esos enojos?
CAMILA:                      ¿No es harta?
ANSELMO:          No, porque yo asegurado
               pienso, sin duda, que ha sido
               algún no haber entendido,
               en sombras imaginado,
                  y en vos, mi bien, se levanta
               hasta quedar espantoso;
               que al honor escrupuloso
               cualquiera sombra le espanta.
                  Demás de estar satisfecho
               de amistad que es tan famosa,
               sé que a Lotario otra cosa
               le tiene ocupado el pecho.
                  Con su hacienda pretendida
               y en sus versos celebrada,
               sirve a esta dama casada,
               y de lo demás se olvida,
                  cuatro años ha. En esto ve
               si te engañas.
CAMILA:                       No hay dudar
               que me debí de engañar.
               Conozco que me engañé.
ANSELMO:          Mas ya Lotario ha llegado
               y desengañarte espero.

Sale LOTARIO
               ¿No me abrazas?
LOTARIO:                       Eso quiero.
               ¡Bien venido!
ANSELMO:                      ¡Bien hallado!
CAMILA:           (¡Jesús, que engañada estuve      Aparte
               y en qué tiempo! Mas, ¡ay cielos!
               ¿Cómo agora tengo celos
               del amor que entonces tuve?
                  ¿Que cuando a mí me servía,
               a otra mujer adoraba?
               ¡Ah, traidor, cómo engañaba!
               ¡Ah, falso, cómo fingía!)
ANSELMO:          ¿Traes algo escrito?
LOTARIO:                               Sí traigo.
CAMILA:        (Líbreme Dios de mi afrenta,          Aparte
               pues cuando caigo en la cuenta, 
               en redes de celos caigo.)
LOTARIO:          Gocéis mil años, señora,
               este gusto.
CAMILA:                   Grande ha sido.
               (¿Que en tal cuerpo haya podido    Aparte
               caber un alma traidora?) 
LOTARIO:          ¿Bien allá lo habéis pasado?
ANSELMO:       Sí pasara, si estuviera 
               con mi bien.
CAMILA:                     (¡Quién os creyera! Aparte
               ¡Qué traición!)
ANSELMO:                      ¿Habéis dudado
                  en lo que os adoro, amores?
LOTARIO:       Testigo bastante soy.
CAMILA:        No lo dudo. (Buena estoy           Aparte
               metida entre dos traidores.
                  Toda el alma se desvela, 
               que por sus traiciones pasa, 
               mas la del uno me abrasa 
               y la del otro me hiela.)
LOTARIO:          (¡Qué rigor, ay, ojos tristes,     Aparte
               en su cielo habéis mirado!)

A LOTARIO
ANSELMO:       Pienso que aún no le ha pasado 
               el enojo que le distes.
                  Vos acá, Lotario amigo,
               ¿qué hicistes?  ¿Vivís quejoso?
               ¿Daos un punto de reposo
               cuidado que es tan antiguo?
LOTARIO:          ¿Luego habéis dicho su efeto
               a Camila?
ANSELMO:                 ¿Pues no?  Sí,
               que en Camila, en vos y en mí
               es común cualquier secreto.
                  Bien pueden fïarse de ella
LOTARIO:       (Y más los del alma mía.)      Aparte
ANSELMO:       Porque a su melancolía
               deparo de entretenella,
                  de los versos que enviáis
               a vuestra Clori. Llé
               algunos.
CAMILA:                  Yo gustaré
               de verlos.
LOTARIO:                  Si vos gustáis,
                  será disculpa bastante
               del disparate en que doy.
               Oíd, advirtiendo que soy
               mal poeta y buen amante.

Lee este soneto
                  Volaste, pensamiento, loco y ciego,
               causando invidia al águila ligera,
               y como el sol te recibió en su esfera
               volviste al alma convertido en fuego;
                  y agora que me abraso y que no llego
               del aire bajo a la región primera,
               vive en mí, porque viviendo muera
               cobarde al gusto, inexorable al ruego.
                  Pues no me has de dejar, por donde subes
               me guía, pensamiento, arriba, arriba,
               al cielo he de llegar, tu gloria espero.
                  No temo rayos ni reparo en nubes,
               que pues quisiste que el fuego viva,
               aunque muera en el aire, subir quiero.
 
ANSELMO:          Bien por Dios, guarda el decoro
               al arte, y sigue el concepto;
               mereció, en fin, el soneto,
               las llaves de plata y oro.
CAMILA:           El soneto es extremado
               (pero el poeta es traidor).        Aparte
ANSELMO:       (¡Con qué cordura y valor        Aparte
               se le ha oído y alabado!)
                  Ella es honrada y discreta.
LOTARIO:       Quedara agora corrido
               a no haberos prevenido
               que era amante y no poeta,
                  y exhala mi fantasía,
               sin otro estudio o primor
               de sólo el fuego de amor,
               estos humos de poesía.
CAMILA:           (¡Que este traidor me engañase!)Aparte
ANSELMO:       (¡Que este cielo a quien bendigo   Aparte
               es mi esposa!)
LOTARIO:                 (¡Que este amigo          Aparte
               me perdiese y me afrentase!)

Sale CULEBRO
CULEBRO:          Acá fuera un hombre honrado,
               sin nombre, te espera y llama.
CAMILA:        (¿Hay tal maldad? De la dama        Aparte
               debe de ser el recado.)

A CULEBRO
ANSELMO:          ¡Qué bien lo fingiste! 
CAMILA:                            (¡Ay, cielos!)  Aparte
ANSELMO:       Por fuerza he de salir.
CAMILA:        (¿Cómo se pueden sufrir                Aparte
               aquí ofensas y allí celos?)

A LOTARIO
ANSELMO:          Amigo, dale otro tiento, 
               granjea, ofrece, importuna.

Vase ANSELMO
LOTARIO:       (Tú tientas a la Fortuna            Aparte
               y yo abrazo el pensamiento.
                  ¡Con cuántas razones lloro,
               muerta en mi amor, nuestra fe!)
CAMILA:        (Enamorada olvidé                     Aparte
               y celosa me enamoro.
                  ¿Qué has hecho, Amor? Mas, ¡ay, cielos!
               ¿Qué pregunto, si he sabido
               que amor que acabó en olvido,
               si vuelve, comienza en celos?)
LOTARIO:          (Hablaréla, que es en vano          Aparte
               resistirme.) Cielo hermoso,
               de tus rayos temeroso
               llego a ti.
CAMILA:                   Quita, villano;
                  no te me pongas delante.
LOTARIO:       Escucha.
CAMILA:                  Vete, enemigo,
               que siendo traidor amigo,
               aun no eres leal amante.
                  Cuando tu intento no fuera
               tan contrario de mi honor,
               por mudable, por traidor,
               pintado te aborreciera.
                  En el tiempo que fingías
               que hasta mi sombra adorabas,
               ¿a otra mujer obligabas
               y a otra esperanza seguías?
                  ¿Es posible que a las dos
               engañó tu lengua y mano?
               ¿Qué Clori es ésta, villano?
               ¡Ah, infame!
LOTARIO:                   Escucha, por Dios.
                  (Ya animan mi corazón         Aparte
               ese enojo y esas furias;
               que siempre son las injurias
               pronóstico de perdón.)
CAMILA:           ¿Quién me hiela?
LOTARIO:                         Si has pensado
               que en mi pecho hubo mudanza,
               es que el engaño te alcanza
               de tu marido, engañado;
                  que yo he fingido con él
               otro amor, otras quimeras,
               para obligarte a que oyeras
               las lenguas de este papel.
                  En lo escrito, en el conceto
               de la consecuencia suya,
               advierte mejor que es tuya
               el alma de este soneto.
                  Mira que en él me lastimo
               cuando te pinto en el viento
               un cobarde pensamiento
               a quien, porque suba, animo.
                  Demás de esto, cuando engaños
               en mí pudieran caber,
               ¿pudiéralos esconder
               de tus ojos tantos años?
                  Pierde esa injusta sospecha,
               y en lo demás de mi vida,
               aunque te dejé ofendida,
               te dejará satisfecha.
                  Camila, Anselmo te vio,
               y en fin, por mi desventura,
               quedó muerto en tu hermosura,
               y como lo supe yo,
                  quise con una amistad
               esforzar una violencia;
               probé después con la ausencia,
               a curar la voluntad,
                  y entendí volver con vida;
               pero al verte luego vi
               que estaba, señora, en mí,
               sobresanada, la herida.
                  Con forzarme a que te viera
               Anselmo me dio ocasión,
               y como mi corazón 
               no era mío, y tuyo era,
                  no pude darle sosiego 
               a las alas con que atiza, 
               y así voló la ceniza 
               y volvió a encender el fuego,
                  cuyo rigor refrené 
               con resistencia de honrado, 
               y medio determinado, 
               a decírtelo empecé.
                  Crecióle tu resistencia y 
               avivóle tu desdén, 
               y ofreciéndose también 
               pedir el duque licencia,
                  subió, entró y, con alabar 
               y pretender esos cielos, 
               sentí agravios, tuve celos 
               y acabéme de abrasar;
                  bajóse el seso a los pies, 
               amé, celé, pretendí, 
               lloré, congojéme y di 
               con la amistad al través;
                  y agora, al ver los enojos, 
               como te ofendes y engañas, 
               da más fuego a las entrañas 
               y da más agua a los ojos.
                  Vuelve el severo semblante 
               si te ofendes y te obligas, 
               lo que en un traidor castigas 
               favorece en un amante;
                  pues si el verme tan rendido, 
               el ser traidor no me quita, 
               por lo menos acredita 
               mi amor el haberlo sido.
CAMILA:           (¿Es hechizo o es locura?       Aparte
               ¿Qué siento? ¿Qué se me antoja?
               ¿Quién me detiene y me arroja
               me amenaza y me asegura?
                  Mal resisto esta terneza;
               pero para no moverme
               con ella, pudiera hacerme
               de bronce naturaleza.
                  ¿Yo soy quien era? ¡Ay de mí!
               Pero ya mía no soy.
               Resuelta, resuelta estoy,
               para Lotario nací.)
LOTARIO:          ¿No me respondes? Temblando
               me miras, crüel estás.
CAMILA:        Lotario  ¿Qué quieres más,
               pues te respondo callando?
                  Mi desdicha fue forzosa. 
               Venciste, yo estoy rendida, 
               de agravios me vi ofendida, 
               celos me hicieron furiosa.
                  Tuve ocasiones de verte, 
               no pude hüirlas de hablarte, 
               y en parándome a escucharte 
               era sin duda el quererte.
                  Bajóse el seso a los pies, 
               dudé, recelé, temí, 
               probé, resolvíme y di 
               con el honor al través,
                  y ya en mí puedes mandar, 
               que una mujer de valor, 
               en dando el primer favor, 
               ninguno puede negar.
                  Tuya soy.
LOTARIO:                   Dame los pies
               y no me niegues la mano.
CAMILA:        Temo.
LOTARIO:             ¡Cielo soberano!
CAMILA:        Hablaremos después.
                  Queda en paz.
LOTARIO:                      Camila hermosa,
               ¿ya te vas?
CAMILA:                   Estoy turbada,
               que hasta que me vi culpada
               no me he visto recelosa.
LOTARIO:          Gócete el alma, aunque muera
               el corazón donde estás.

Sale ANSELMO
ANSELMO:       ¡Ah, Lotario! ¿Dónde vas?
               Escucha, Camila, espera.
                  Pienso que enojada estás.
LOTARIO:       ¿No la ves, que sangre vierte
               por los ojos?
ANSELMO:                    ¡Suma suerte!
LOTARIO:       Como roca al viento está.

A CAMILA
ANSELMO:          ¡Que siempre tan triste estés! 
CAMILA:        Siempre a tu servicio estoy.
ANSELMO:       A comer nos vamos, que hoy
               comemos juntos los tres.
                  Venid, comeremos luego.
LOTARIO:       Merced en eso recibo.
ANSELMO:       (¡Qué seguro agora vivo!)        Aparte
CAMILA:        (Está engañado.)               Aparte
LOTARIO:                      (Está ciego.)          Aparte
CAMILA:           (¡Qué mal lo que siento siente!)  Aparte
LOTARIO:       (¡Qué afrenta se ha procurado!)  Aparte
CAMILA:        (¡Ah, marido desdichado!)          Aparte
LOTARIO:       (¡Ah, curioso impertinente!)       Aparte

FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

Salen la DUQUESA, CAMILA:, LEONELA, CLAUDIA,y JULIA, criadas de la DUQUESA. Siéntanse todas en un estrado, y la DUQUESA en una silla, y CAMILA: a sus pies
DUQUESA:          Tenéis de buenos casados
               opinión notable.
CAMILA:                         Son
               muy conformes los cuidados.
               (¡A cuántos tiene engañados       Aparte
               en el mundo la opinión!)
DUQUESA:          Estaréis entretenidos
               con gusto. Y entre los dos
               ¿corren celos?
CAMILA:                       Ni aun fingidos
               los vemos, gracias a Dios.
DUQUESA:       Ellos pierden los maridos.
                  Yo, que ya su esclava soy,
               ni los sufro ni los dejo.
CAMILA:        Sin ellos, señora, estoy,
               que, tomando tu consejo,
               ni los tengo ni los doy.
LEONELA:          Si puede tener y dar
               a su gusto, mucho hace.
DUQUESA:       Cuando se puede pasar
               el querer sin el celar,
               mucho agrada y mucho aplace.
                  Y el tiempo que sin marido
               estás ¿qué sueles hacer?
CAMILA:        En mi rincón encogido,
               en mi labor, suele ser,
               si gastado, no perdido,
                  y estoy entre mis mujeres.
DUQUESA:       Con tal gusto y tal cuidado,
               ejemplo de todas eres.
CLAUDIA:       Donaire tiene extremado.
JULIA:         Prosigue el cuento, no esperes.
DUQUESA:          Bien haces, que siempre ha estado
               a la mujer la almohadilla
               como la espada al soldado.
               Por ver si te maravilla
               quiero mostrarte un bordado.
CAMILA:           Merced me harás si me enseñas
               cosa que será curiosa,
               pues que tú no la desdeñas.
DUQUESA:       Pareceráte graciosa,
               por ser de manos pequeñas.
CAMILA:           ¿Son las de Belucha?
DUQUESA:                               Sí.
CAMILA:        En tal edad tal primor
               asombra.
DUQUESA:                 A Belucha di
               que venga con su labor.
JULIA:         Ya ella asoma por allí,
                  que debe de haberte oído
               y ya presurosa viene
               y su labor ha traído.
CAMILA:        Tiene un gran donaire y tiene
               un alma en cada sentido.

Sale BELUCHA con su almohadilla y llégase a la DUQUESA
CAMILA:           ¿Qué hacéis, Belucha?
BELUCHA:                                 Aprisa
               para mi señora bordo
               unos pechos de camisa.
CAMILA:        ¿Hay tal lengua?
DUQUESA:                       La de un tordo

               no da tal gusto y tal risa.
CAMILA:           Lindos son, a tus razones
               parecen.
BELUCHA:                 Parecen hechos
               de mis manos.
CAMILA:                     Sal les pones.
BELUCHA:       He aprendido a bordar pechos
               por granjear corazones.
CAMILA:           Y ¿cuál es el granjeado?
BELUCHA        Granjeo el de mi señora.
DUQUESA:       ¿Y no has agora acertado?
               ¿Erró aquí?
CLAUDIA:                      Verélo agora.
CAMILA:        Donaire tiene extremado.

A CAMILA
BELUCHA:          Dice el duque, mi señor, 
               que no sepa mi señora
               extremos de tu rigor.
CAMILA:        Natural embajadora
               pareces del niño Amor.
BELUCHA:          Y vos rigurosa estáis,
               pues que con tal acedía
               a tan gran amor pagáis.
CAMILA:        ¿Hay tal cosa, vida mía?         
               ¡Qué temprano comenzáis!
DUQUESA:          ¿Qué es Belucha?
BELUCHA:                           A preguntar
               le llegué, si de mi mano
               puedo en esto confïar,
               y respondió que temprano
               he comenzado a bordar.
CAMILA:           ¿Viéronse tales extremos?
               Notable tiempo alcanzamos.
DUQUESA:       Agora al nacer sabemos,
               y así tan presto llegamos
               al fin para que nacemos.
CLAUDIA:          El duque viene.
CAMILA:                          (Y con él       Aparte
               viene el alma de esta vida.
               ¡Ay, mi Lotario!)

Sale el DUQUE, ANSELMO, LOTARIO, el CAMARERO y otros
DUQUE:                        (¡Ay, crüel          Aparte
               y bellísima homicida!)
ANSELMO:       (¡Ay, querida esposa fiel!          Aparte
                  ¡Ay, soberanos depojos!)
LOTARIO:       (¡Ay, Camila de mi alma!)           Aparte
CAMILA:        (¡Ay, Lotario de mis ojos!)         Aparte
DUQUE:         (¡Qué ingratitud y qué calma!)      Aparte
DUQUESA:       (¡Qué necio mirar, qué enojos!      Aparte
                  No puedo sufrillo.) Vete,
               que me duele la cabeza,
               y déjame en mi retrete
               primero.
CAMILA:                  Como tu alteza
               me lo manda, serviréte.
DUQUE:            Tan presto os váis?
DUQUESA:                              Sí, señor,
               estoy indispuesta.
DUQUE:                           ¡Ay, cielos,

Vanse, y queda el DUQUE y el CAMARERO
               que me consume este ardor,
               y de mi mujer los celos
               precipitaron mi amor!
                  Dame consejo, Marcelo,
               pues sabes el mal que paso.
CAMARERO:      Quisiera darte consuelo.
DUQUE:         Allí con nieve me abraso,
               y aquí con brasas me hielo.
CAMARERO:         Y es lo peor que esa nieve
               no es para todos tan fría.
DUQUE:         ¿Quién la derrite o la bebe?
               ¿Quién a mi pecho la envía?
               ¿Quién por mis ojos la llueve?
CAMARERO:         Sosiégate y, con recato,
               si querrás, podrás saber
               si es cierto su injusto trato.
DUQUE:         ¿Y cómo, cómo ha de ser?
CAMARERO:      Dando licencia a Torcato,
                  que ya en la sala la espera.
DUQUE:         Entre luego, venga luego.

Vase el CAMARERO
               Si es ansí, ¿quién tal creyera?
               Si es así, ¿quién estuviera, 
               como yo, dos veces ciego?

Entran TORCATO y el CAMARERO
                  ¡Torcato!
TORCATO:                  ¡Señor!
DUQUE:                             Amigo,
               sin recelo.
TORCATO:                   Confïado
               en esa palabra, digo
               que como me vi obligado
               a matar un enemigo
                  que viéndome sin espada,
               cuando conmigo riñó,
               me dio aquella cuchillada,
               iba preocupado yo
               cómo hacer una venganza honrada,
                  y ansí en la calle rondando
               de Anselmo, en una ventana
               de su casa vi colgando
               una escala, y diome gana
               de ver el fin, y esperando,
                  vi luego bajar por ella
               un hombre, y como le vi,
               sin que alumbrara una estrella,
               de lejos no conocí
               quién era, y volviendo a vella,
                  en un punto la subieron
               y asombrado me dejaron.
DUQUE:         Si sombras no te engañaron,
               mil veces dichosos fueron
               pues que por ella bajaron.
TORCATO:          Si tú gustas de salir
               será posible el saber
               la verdad.
DUQUE:                    Así ha de ser.
               Lo que no puedo sufrir
               aun no visto, quiero ver.
                  Ven a la hora que podría
               ser mejor.
TORCATO:                 Si a las tres quieres,
               será buena.
DUQUE:                    ¡Ay, pena mía!
               Mal haya el hombre que fía
               de honra y lealtad de mujeres.

Vanse. Salen CULEBRO y LEONELA
LEONELA:          ¡Quién, con ocasión más llana,
               de ti pudiera gozar!
CULEBRO:       La que tengo es soberana.
               ¿Hay tal gusto como hallar
               aquí puerta, allí ventana?
                  Buena hora es ésta.
LEONELA:                             No es mala,
               entra a esconderte y espera.
CULEBRO:       ¿Qué gusto al mío se iguala?
               Subir por una escalera
               y bajar por una escala.

Salen CAMILA y LOTARIO
LEONELA:          Vete, y razones ataja.

Sin ver a CULEBRO
CAMILA:        Lotario, amigo, señor.
CULEBRO:       Otra pareja.  Ventaja
               nos lleva, porque es mayor.
               Quiero meterme en baraja.

Vase CULEBRO
LOTARIO:          ¡Ay, Camila!, mal me trata
               la sombra de esta quimera,
               a tus glorias tan ingrata.
               El Duque, que persevera
               en tus amores, me mata,
                  que después que oí en su boca
               aquella razón, me admira,
               y con pasión ciega y loca
               celo al sol porque te mira
               y al viento porque te toca.
CAMILA:           Cuando el sol y cuando el viento
               traen tu nombre a mis oídos,
               y tu gloria al pensamiento,
               cuando en todos mis sentidos
               sólo a ti, Lotario, siento,
                  cuando el gusto que te doy
               se mide con tu esperanza,
               cuando toda tuya soy,
               ¿con tan poca confïanza
               me tratas?  Corrida estoy
                  porque tú debes temer
               de la ligereza mía,
               que el honor de la mujer
               con el mismo a quien le fía
               la opinión suele perder.
                  Y si éstos tus celos son,
               mal de mis cosas arguyes,
               pues con tan poca razón
               a mi flaqueza atribuyes
               la fuerza de la ocasión.
LOTARIO:          Baste, mi bien, el rigor
               de tu enojo es temerario.
               Ya fio de tu valor, 
               que aunque es tan fuerte el contrario, 
               es más fuerte el defensor.
                  Y el celarte no es mostrar 
               que en ti no estoy confïado; 
               mas quien ama sin celar, 
               no da apetito al cuidado, 
               o no sabe qué es amar.
                  Mas pues arrojan tus cielos 
               tales rayos de venganza, 
               desterraré mis desvelos, 
               colgando en tu confïanza 
               a la vergüenza mis celos.
CAMILA:           Sois mi gloria.
LOTARIO:                           Y mi bien vos.
LEONELA:       ¡Señora!                               Dentro
CAMILA:                  Leonela llama.
LEONELA:       No hay apartar a los dos.
CAMILA:        ¿Dónde está Anselmo?            Dentro
LEONELA:                           En la cama.
               Ve, que es tarde.
CAMILA:                         Adiós.
LOTARIO:                              Adiós.

Vanse. Salen el DUQUE, el CAMARERO y TORCATO
DUQUE:            No vi mayores nublados.
TORCATO:       Éstas las espaldas son
               de la casa, y un balcón,
               también los hierros dorados,
                  del antecámara es
               donde se toca y compone
               Camila, y en él se pone
               la escala.
DUQUE:                   Dichosos pies.
                  ¿Adónde podremos ver
               y esperar mi desventura?
               Porque noche tan obscura
               no vi en mi vida ¡Ah, mujer!
TORCATO:          Bien es estar apartados,
               que si de arriba nos ven,
               no bajarán.
DUQUE:                     Dices bien.
               ¡Ay, soles, mal empleados!
                  ¡Ay, apariencia fingida,
               sordo mar, muda escopeta,
               que con pólvora secreta
               me habéis quitado la vida!

Sale LOTARIO
 
LOTARIO:          ¡Qué mal descansa con celos
               un amante! No he podido
               sosegar.
DUQUE:                 ¿Oyes rüido?

Echan una escala y baja CULEBRO por ella
CULEBRO:       ¿Viste gente?
LEONELA:                    Quedo.
LOTARIO:                         ¡Ay, cielos!
LEONELA:          ¡Ay, que es Lotario!
LOTARIO:                             ¡Ah, traidora!
LEONELA:       Y más gente. ¡Ay, Dios! ¿Qué haré?
LOTARIO:       ¿Por dónde, por dónde fue?
CAMARERO:      ¡Tente!
LOTARIO:              ¡Ay, de mí! ¿Qué haré agora?
DUQUE:            ¿No es Lotario?
CAMARERO:                        Sí, señor.
               ¿Matarémosle?
DUQUE:                        Esperad,
               que corre mi autoridad
               peligro, vení. ¡Ah, traidor!
TORCATO:          ¡Que bajase por la escala!
CAMARERO:      Es sin duda
DUQUE:                     ¡Oh, alevoso!
               Tú eres mil veces dichoso, 
               Camila mil veces mala.

Vanse el DUQUE y los otros, y quédase LOTARIO
LOTARIO:          ¿Qué me ha pasado? ¿Qué es esto?
               ¿No habló el camarero? Sí.
               ¿Y el duque no conocí
               en mi daño tan dispuesto?
                  Él bajó por la escalera,
               y esperándolo estarían
               los dos que con él venían.
               Muera, pues, mi vida, muera.
                  Del instrumento crüel
               es bien que me ahorque yo;
               mas, quien la ocasión me dio,
               aun no me deja el cordel.
 
                  Los palos y cordeles,
               que son gradas y grados de tu gloria,
               no fueron tan crüeles
               al cuello, como son a la memoria,
               donde a falta de soga
               me aprieta el palo y el cordel me ahoga.
                  ¡Con qué razón temía
               de tal competidor las ocasiones!
               Yo, ingrata, lo decía,
               y tú, tierna a mis quejas, ¿qué razones
               mezclaste con tu llanto,
               que tanto afligen y engañaron tanto?
                  ¡Qué terrible congoja!
               ¡Qué furioso mortal desasosiego!
               ¿Qué haré? Todo me enoja,
               todo soy pena y llanto y todo fuego,
               que este agravio importuno
               cuatro elementos ha juntado en uno.
                  ¡Qué venganza apercibo!
               Viva el duque sin alma y pierda el gusto,
               pues que sin alma vivo;
               tema Anselmo celoso el trato injusto 
               y pondrá, si se abrasa, 
               cerrojos y candados a su casa.
                  No le diré, estoy loco,
               que he ya gozado su villana esposa,
               ni lo que vi tampoco,
               mas dejaréle el alma temerosa
               con decir que la tengo
               rendida, y que le aviso y le prevengo.
                  Tratará de cerrarla,
               que ni la mire el sol ni toque el viento,
               y no podrá gozarla
               nadie, ni aun yo. ¡Extraño pensamiento!
               Que cosa tan querida
               más bien está dejada que partida.
                  ¡Pero qué divertido 
               me tienen los rigores de estos celos! 
               El sol recién nacido 
               tiende su capa por los anchos cielos, 
               y yo en la calle espero. 
               Voy a matar, pues que rabiando muero.

Vase, y sale ANSELMO con dos CRIADOS, todos vestidos de cazadores
ANSELMO:          ¿Está todo apercebido?
CRIADO 1:      Los caballos con sus sillas,
               los perros en sus traíllas.
               ¿Que Lotario no ha venido?
CRIADO 2:         No, tarda.
ANSELMO:                    Venir podría,
               porque el día no se pierda.
               La caza es locura cuerda
               cuando es apacible el día.
                  Mas si es áspero, y después
               se cierra la noche oscura,
               sin duda que la locura
               más necia del mundo es.

Sale LOTARIO
                  Lotario, ¿se os ha olvidado
               el concierto para hoy?
LOTARIO:       En otras cosas estoy
               desde anoche desvelado.
ANSELMO:          ¿Qué cosas?
LOTARIO:                      Manda salir
               los criados.
ANSELMO:                    Salíos fuera.

Vanse los CRIADOS
               Decid.
LOTARIO:             Al cielo pluguiera
               que muriera sin decir.
                  Toda la noche he dudado
               si os diría lo que os digo,
               pero el ser piadoso amigo
               se ha rendido al serio honrado.
                  Sabed que vuestra mujer...
ANSELMO:       Lotario, espera, ¿qué siento?
               Déjame tomar aliento.
LOTARIO:       También lo he yo menester.
ANSELMO:          Di.
LOTARIO:             Ya digo.
ANSELMO:                      ¡Ay, Dios! ¿Qué es esto?
               No digas...
LOTARIO:                   Tu gusto hago.
ANSELMO:       Mas si es de la muerte el trago,
               mejor es pasarlo presto.
                  Di, amigo.
LOTARIO:                    Ya tu esposa
               se ha rendido a mis porfias.
               Vila andar algunos días
               entre amante y recelosa,
                  y siempre te lo he callado,
               por pensar que era ilusión,
               hasta ver su corazón
               en tu ofensa declarado.
                  Entre ciegos desvaríos
               me ha ofrecido sus despojos,
               mas porque vean tus ojos
               si se engañaron los míos,
                  pues ya te habrás despedido
               para partirte a cazar,
               mira si tienes lugar
               por dónde ver escondido
                  cómo me espera tu esposa
               en tu cama...
ANSELMO:                 ¡Ay, desventura!
LOTARIO:       ...dando causa a su locura
               tu impertinencia curiosa.
                  Y perdona si llegó
               a esto el mal que te condena,
               que la culpa de esta pena
               tú la tienes y no yo.
ANSELMO:          Lotario, tú has procedido
               como amigo tan honrado,
               y yo--¡ay, triste!--he procurado
               la afrenta en que me he perdido.
                  Mas yo mismo la he de ver
               y acabarme de matar.
LOTARIO:       Pues di que vas a cazar
               y vete luego a esconder.
ANSELMO:          Yo voy, Lotario, yo voy
               a morir en esta guerra,
               si antes no impide la tierra
               los muertos pasos que doy.

Vase ANSELMO
LOTARIO:          ¡Ay de mí, ya estoy cobarde
               advirtiendo que estoy ciego!

Sale LEONELA
LEONELA:       Lotario, temblando llego
               por pensar que llego tarde.
                  Aunque no pienso de ti
               que tan crüel hayas sido,
               que tras haberte servido
               en tus amores de mí,
                  mis servicios olvidados
               le hayas dicho a mi señor
               mis yerros, que son de amor,
               aunque no son tan dorados.
                  Lo que te suplico agora,
               si es que tan cuerdo anduviste,
               es que lo que anoche viste
               no lo sepa mi señora.
LOTARIO:          ¿Cómo? ¡Ay, suerte rigurosa!

Sale CULEBRO
               ¿Qué queréis, Culebro vos?
CULEBRO:       Oye, señor, a los dos,
               que es todo una mesma cosa.
                  De tu discreción no siento
               que nunca de ver te alteres
               desenvoltura en mujeres
               y en hombres atrevimiento.
                  Y así no te habrá ofendido,
               si cuando amor nos desvela,
               la desenvuelta es Leoncla
               y yo soy el atrevido.
                  En su aposento me esconde,
               donde al entrar puedo ir,
               pero más tarde, el salir
               por fuerza ha de ser por donde
                  viste que anoche salía,
               y por la escala bajaba.
LOTARIO:       ¿Tú fuiste? ¡Desdicha brava!
               Yo soy el que no sería.
                  Yo estuve sin seso, ¡ay, cielos!
               ¡Oh, celos, pena infernal!
               ¡Desventura general
               de la tierra son los celos!
LEONELA:          ¿Qué dices?
LOTARIO:                     Perdido soy.
CULEBRO:       ¿Qué tienes?
LOTARIO:                   Muerto me hallo.
               Que me ensillen un caballo
               di en mi casa. Ve.
CULEBRO:                          Ya voy.
LOTARIO:          Y yo te diré después
               a qué efeto le prevengo.
CULEBRO:       ¿Uñas pides? Uñas tengo
               en las manos y en los pies.
LOTARIO:          Pero en la sala me espera,
               que viene Camila agora.

Sale CAMILA
CAMILA:        ¡Lotario!
LOTARIO:                 Mi bien, señora,
               porque rabiando no muera,
                  dame una muerte piadosa.
               Mátame con este acero.
CAMILA:        ¿Qué dices? Mi bien, yo muero
               de verte.
LOTARIO:                 Camila hermosa,
                  ya no permiten los cielos
               que haya remedio en mis daños.
               Unos visibles engaños
               me dieron mortales celos.
                  Ceguéme, tocó a rebato
               en el alma su rigor
               y supo Anselmo tu amor.
CAMILA:        ¿Y ha sabido nuestro trato?
LOTARIO:          Sólo el amor ha sabido
               que nos tenemos los dos.
LEONELA:       ¡Guay de mí!
CAMILA:                    ¡Válame Dios!
LOTARIO:       Y en tu retrete escondido
                  espera ver, desde allí,
               lo que yo le aseguré.
CAMILA:        Gran pensamiento encontré,
               no te aflijas.
LOTARIO:                      ¿Cómo así?
CAMILA:           Remediaré tus locuras
               y mis desdichas también.
LOTARIO:       ¿De qué suerte?
CAMILA:                       Escucha, ven,
               Leonela.
LOTARIO:               ¿A qué te aventuras?
CAMILA:           Dime bien lo que ha pasado,
               diréte lo que has de hacer.
LEONELA:       ¡Qué no puede una mujer
               cuando quiere!
LOTARIO:                    ¡Ah, desdichado!

Vanse y sale ANSELMO
ANSELMO:          A ver mi afrenta y mi daño
               ¿dónde me podré esconder?
               ¡Qué ciego voy! ¿Qué he de hacer?
               Pero aquí, si no me engaño,
                  hay un hueco en la pared,
               de una de estas colgaduras
               cubierta. Paredes duras,
               de enternecidas caed,
                  porque según llego a verme
               de congoja y de dolor,
               pienso que fuera mejor
               enterrarme que esconderme.
                  Mas ya en mis penas extrañas
               las paredes sin sentidos,
               para que les diese oídos
               debieron de darme entrañas.

Salen CAMILA y LEONELA
LEONELA:          Señora, ¿que tal rigor
               te obliga y tal pensamiento?
               Es grande el atrevimiento.
CAMILA:        También es grande el valor.
                  Favor me da y no consejo.
               Llama a Lotario.
ANSELMO:                       (Estoy loco.)      Aparte

Todo lo dice ANSELMO aparte y escondido
LEONELA:       Espera, sosiega un poco.
CAMILA:        Déjame ya.
LEONELA:                  Ya te dejo.
CAMILA:           ¿Qué ha visto Lotario en mí,
               aunque me adoró tres años?
               Para sus nuevos engaños,
               ¿qué nueva ocasión le di?
                  ¿Vióme liviana? ¿Soy loca?
               ¿Halló puerta en mi enojos
               el hechizo de sus ojos
               y el encanto de su boca?
                  ¿No sabe el ser y el valor
               de mi esposo, a quien adoro?
               ¿Y no ve que es su decoro
               el sagrado de mi honor?
ANSELMO:          (¡Ay, cielo!)                    Aparte
CAMILA:                       ¿En qué confïanza
               ha su locura fundado?
ANSELMO:       (¡Cómo, ya desesperado,                Aparte
               vuelvo a tener confïanza!)
LEONELA:          Con todo es mucha crueldad.
               ¿El decírselo a tu esposo
               no es mejor?
CAMILA:                     De este alevoso
               es hechizo la amistad,
                  y tanto en ella y en él
               confía su pasión loca,
               que no pude con mi boca
               acreditar un papel,
                  y si otra vez se lo digo
               me dirá que son antojos.
LEONELA:       Haz que lo vean sus ojos.
CAMILA:        ¿No adviertes a qué le obligo?
                  ¿Ponerle en tal ocasión,
               si le adoro, he de querer?
               Por mi mano he de romper
               las alas de un corazón
                  que las dio a tan mal deseo.

A CAMILA
LEONELA:       ¡Qué bien finges! ¡di más, di! 
ANSELMO:       (A mi desdicha creí                    Aparte
               y a mi ventura no creo.)
CAMILA:           Corre, llama a ese traidor,
               vuela.
LEONELA:              Mira que te ciegas.
CAMILA:        De las romanas y griegas
               hoy escurezco el valor.
                  Ve y llámale con presteza.
LEONELA:       Habré de seguir tu antojo.

Vase LEONELA
CAMILA:        Porque si pasa el enojo,
               no desmaye la flaqueza.
                  Hoy mi esposo y enemigo
               con este acero han de ver,
               escrito en sangre, qué es ser
               fiel esposa y falso amigo.
                  Y quitaré de este modo
               a mi Anselmo, en recompensa,
               el peligro de la ofensa
               y el de la venganza, y todo,
                  que le adora el alma mía
               y a todo se ha de obligar.
ANSELMO:       (Acabábame el pesar                    Aparte
               y acábame el alegría.)

Salen LOTARIO y LEONELA
 
LOTARIO:          ¿Qué suerte puede haber hecho
               camino por donde vaya?...
CAMILA:        En pasando de esta raya 
               tengo de pasarte el pecho...

Hace la raya con la daga en el suelo
LOTARIO:          ¿Qué te ha podido ofender?
CAMILA:        ...que aunque aquí verás mejor,
               en materia de mi honor,
               cuán alta la puedo hacer,
                  escúchame desde ahí.
LOTARIO:       ¿Qué te escucho? ¿Cómo agora?
               ¿No me llamaste, señora?
CAMILA:        No te turbes, oye.
LOTARIO:                          Di.
ANSELMO:          (Porque algún mal no suceda    Aparte
               saldré. Mas no puede ser,
               porque una flaca mujer
               no hay que temer que matar pueda.)
CAMILA:           Lotario, Anselmo ¿es tenido
               por honrado?
LOTARIO:                    Así es verdad.
CAMILA:        ¿Fue fingida su amistad?
LOTARIO:       La mayor parte del mundo ha sido.
CAMILA:           Y yo, en él ¿no soy tenida
               por honrada?
LOTARIO:                   Sí, señora.
CAMILA:        ¿Dite ocasión?
LOTARIO:                      Sólo agora.
ANSELMO:       (¡Ay, Camila de mi vida!)           Aparte
CAMILA:           ¿Antes de ella tus antojos
               no hallaron de cuerda boca
               desengaños en mi boca?
               ¿Pudo engañarte, en tus ojos?
                  Cuando no sirviera el ver
               lo que a tu honor le obligaba 
               mi marido, ¿no bastaba 
               el serlo de tal mujer?
                  Mira si es bien que castigue, con 
               mano justa y violenta, 
               quien honrado amigo afrenta 
               y honrada mujer persigue.
                  Para esto pues te llamé. 
               Éstos serán mis abrazos.
LOTARIO:       ¡Señora!
CAMILA:                ¡Suelta los brazos!
LOTARIO:       Oye, tente.
CAMILA:                    ¡Sueltamé!
                  Leonela, ayuda.
LOTARIO:                           Extrañeza
               es la tuya.
CAMILA:                    Y tú eres vil.
               ¡Ah, flaqueza mujeril,
               sacad fuerzas de flaqueza!
ANSELMO:          (¿Quién tal mujer ha tenido?)  Aparte
LOTARIO:       Tente.

A LOTARIO
CAMILA:                Llega, abrazamé.
               Por decir que te abracé     
               delante de mi marido.
                  Ya se cansaron los bríos,
               ¿que dirán...

A CAMILA
LOTARIO:                  Dulces abrazos.    
CAMILA:        ....que me desmayo en tus brazos,
               cuando te matan los míos?
                  Déjame, y pues mi esperanza
               no logré, a mi corazón
               le daré satisfacción
               de que no tomé venganza.
                  Pues para matarte a ti
               mi valor faltado ha,
               mayor hazaña será
               matarme por ello a mí.
LEONELA:          ¡Tente, señora!
LOTARIO:                        ¿Qué es esto?
               ¿Quién tal imaginara?

Sale ANSELMO
ANSELMO:       ¡Mi bien! (Ella se matara           Aparte 
               si no llegara tan presto.)
CAMILA:           Anselmo, esposo, ¿aquí estás?
ANSELMO:       Donde bendigo a mi suerte.
CAMILA:        ¿A mí me excusas la muerte 
               y a Lotario no la das?
                  Del más infame contrario 
               pasa el pecho con la espada.
ANSELMO:       Para no estar engañada, 
               tú verás quién es Lotario.
                  Dame los brazos y el pecho, 
               y tú lo mesmo has de hacer. 
               En esto echarás de ver 
               si es culpado en lo que ha hecho.
CAMILA:           Y la poca confïanza
               veo, que de mí tuviste.
LOTARIO:       Y que a mí traidor me hiciste.
ANSELMO:       ¡Fue con tan buena esperanza!
                  Queda en paz, Camila mía.
CAMILA:        ¿Así me quieres dejar?
ANSELMO:       Con Lotario celebrar
               tus alabanzas querría.
                  (¡Qué bien logrado deseo!)          Aparte
LOTARIO:       (¡Qué bien empleado engaño!)           Aparte
CAMILA:        (¡Qué buen remedio a mi daño!)         Aparte
LEONELA        (Yo lo he visto y no lo creo.)         Aparte

Vanse ANSELMO y LOTARIO
CAMILA:           Ni yo creyera que así
               me obligara tu cautela.
               ¿Has visto, has visto, Leonela,
               en qué me he visto por ti?
                  Muerto tuve el corazón
               y aun tengo el alma en la boca,
               que de tu vergüenza poca
               éstas las reliquias son.
                  Villana, ¿a tu infame amigo
               por mi aposento has de entrar?
               De vida puedes mudar
               si has de pasarla conmigo.
                  No hay pensar que sigas más
               tan afrentoso cuidado.
LEONELA:       ¿Tan buen ejemplo me has dado
               que tanta culpa me das?
                  ¿Tú ofendiendo a tu marido
               no te sabes conocer,
               y en quien mío lo ha de ser
               tan grande la ofensa ha sido?
CAMILA:           ¡Oh, villana mal nacida!

Dale un bofetón
               Pondré vergüenza en tu cara,
               y si mi honor no mirara,
               yo te quitara la vida.
LEONELA:          Esta merced esperaba
               quien tal señora servía.
CAMILA:        Quien de sus crïadas fia,
               de señora se hace esclava.
LEONELA:          Pues que tu cordura es tan poca,
               sabré decir mi razón.
CAMILA:        Si hablas, el corazón
               te sacaré por la boca.

Vase CAMILA
LEONELA:          Tú verás, pues soy mujer,
               si mi agravio sé vengar.

Sale ANSELMO
ANSELMO:       No hay más gusto que esperar,
               ni más glorias que tener.
LEONELA:          Ya tengo ocasión de hacello.
               Furiosa estoy, estoy loca.
ANSELMO:       Pues al pescuezo la toca
               y por la espalda el cabello,
                  ¿qué tienes, que voces das?
LEONELA:       Si me aseguras primero,
               la verdad decirte quiero.
ANSELMO:       Sí, aseguro.
LEONELA:                    ¿Dónde vas?
ANSELMO:          El gran duque me ha llamado,
               y con priesa voy allá.
LEONELA:       ¿Y tu esposa dónde está?
ANSELMO:       Con Lotario la he dejado.
LEONELA:          Apenas habrás salido
               de casa, cuando los dos
               te ofendan.
ANSELMO:                 ¡Válgame Dios!
               ¿Qué dices?
LEONELA:                 Que fue fingido
                  cuanto viste en tu aposento.
               Fue traición y fue cautela.
ANSELMO:       Mira qué dices, Leonela,
               si adviertes bien lo que siento.
LEONELA:          Finge salir de tu casa,
               si crédito no me das,
               y vuelve luego y verás
               adónde tu honor se abrasa.
ANSELMO:          Yo voy ¿Qué hacer?
LEONELA:                             Por aquí.
ANSELMO:       ¡Ay, mudanzas de Fortuna!
LEONELA:       Ésta es la puerta.
ANSELMO:                          Ninguna
               queda abierta para mí.
                  Voy sin alma, voy perdido.
LEONELA:       ¡Qué ciego va y qué turbado!
               ¡Jesús!
ANSELMO:               Pues he tropezado
               en la puerta, habré caído.

Vase ANSELMO Y sale CULEBRO
CULEBRO:          ¿Qué es esto, mi vida?
LEONELA:                                 Ya
               no hay "mi vida."
CULEBRO:                        ¿Qué ha pasado?
LEONELA:       Todo estaba remediado
               y todo perdido está.
                  Yo fui causa de este efeto,
               y ya estoy arrepentida.
CULEBRO:       ¿Cómo?
LEONELA:              Loca de ofendida
               he descubierto el secreto.
                  Dije a Anselmo lo que pasa,
               y que se fue habrá fingido
               de casa, y si se ha escondido,
               tiene de arderse esta casa.
CULEBRO:          ¿Qué hiciste, Leonela? ¡Ay, triste!
               Para tanto mal conviene
               remedio.
LEONELA:                 Ninguno tiene.
CULEBRO:       ¿Qué hiciste, loca, qué hiciste?
LEONELA:          Con penas lo estoy pagando.
CULEBRO:       ¿Podrá remediarse agora?
LEONELA:       ¿Cómo, si ésta es la hora
               que quizá se están matando?
CULEBRO:          No sé lo que pueda hacer
               debajo de las estrellas.
               Alabardas son aquellas
               el gran duque debe ser.
                  Quiero avisarle, y si puedo,
               con hacerlo daré modo
               de que no se pierda todo.

Vase CULEBRO
LEONELA:       Muerta me dejas de miedo.
                  Nunca ser me hubieran dado,
               pues tan villana he nacido.
               ¡Que tan sin seso haya sido
               quien tanto mal ha causado!

Hay ruido dentro de espadas y hablan ANSELMO, LOTARIO y CAMILA dentro
CAMILA:           ¡Jesús!
ANSELMO:                 ¡Amigo alevoso!
               ¡Y tú, adúltera insolente!
CAMILA:        ¡Jesús mío!
LOTARIO:                 ¡Anselmo, tente!
               ¡El defenderme es forzoso!

Sale CAMILA sin chapines y descompuesta cabello y ropa
CAMILA:           ¡Ay, infelice mujer!
               ¿Por dónde podré escaparme?
               ¿De qué ventana arrojarme
               y en qué profundo caer?

Salen los dos diciendo esto
ANSELMO:          Lotario, muerto me has,
               pero muerto he de matarte.
LOTARIO:       No me sigas.
ANSELMO:                   Alcanzarte
               quisiera, y no puedo más
 
                  Mas...yo la culpa he tenido.

Cáese
LOTARIO:       Ven, Camila.

Salen el DUQUE, la DUQUESA, ALABARDEROS, y todos, hombres y mujeres que hubiere, y el CAMARERO
DUQUE:                    Tente.
CAMARERO:                       Tente.
DUQUE:         Matalde.
ANSELMO:                 No, Duque mío,
               oíd primero.
DUQUE:                     Prendedle.
ANSELMO:       Era Lotario mi amigo,
               y, celoso impertinente,
               en la ocasión que les di
               despeñáronse. Afrentéme.
               Que Camila ni Lotario
               no son bronce ni son nieve.
               Fue siempre mi grande amigo,
               y el darme agora la muerte
               fue la mayor amistad
               que en su vida pudo hacerme.
               Y, pues mi culpa conozco,
               y me imagino de suerte
               que por el alma no salga,
               me importa apretar los dientes,
               para morir consolado
               de vuestras altezas. Denme
               palabra que han de cumplir
               lo que en su presencia ordene.
DUQUE:         Yo la doy.
DUQUESA:                  Y yo también.
ANSELMO:       Cúmplase inviolablemente.
DUQUE:         Yo lo juro.
DUQUESA:                   Y yo lo juro.
ANSELMO:       Es, señor, que de mi muerte
               alcance el perdón Lotario,
               para que después hereden
               él y Camila, casados,
               como mis gustos, mis bienes.
               ¿Dáisme esa palabra?
DUQUE:                              Sí.
ANSELMO:       Yo muero. ¡Jesús mil veces!
               Camila, Lotario... adiós.
DUQUE:         Ya es muerto, no hay quien no quede
               con extraña admiración.
DUQUESA:       Hasta los cielos la tienen.
CAMILA:        Mal haya mil veces yo,
               que tuve culpa en su muerte.
LOTARIO:       ¡Oh amigo más verdadero
               que se ha visto entre las gentes,
               quién no te hubiera ofendido!
               Mas la culpa tú la tienes.
DUQUE:         Y yo quiero, en este punto,
               para que memoria quede
               de este suceso a los hombres,
               que se cumpla puntualmente
               lo que sobre mi palabra
               ordenó Anselmo que hiciese.
               Dale a Camila la mano.
LOTARIO:       Pues ya remedio no tiene,
               yo la doy.
CAMILA:                  Y yo la tomo
               porque me anime y consuele.
LEONELA:       Y tú y yo, ¿nos casamos?
CULEBRO:       Aunque a todo el mundo pese.
               Y aquí la comedia acaba
               del Curioso impertinente.

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



Más Teatro de Guillén de Castro