La rueda de la fortuna
[Teatro - Texto completo.]
Antonio Mira de Amescua
Personas que hablan en ella:
LOA FAMOSA
Hala de echar mujer en hábito de labradora
Perdióse en un monte un Rey
andando a caza una tarde
con lo mejor de su gente:
duques, príncipes y grandes.
El sol hasta mediodía
abrasó con rayos tales
que el mundo a Faetón, su hijo,
temió, otra vez arrogante.
Pero revolviendo el tiempo
y levantándose el aire
se cubrió el cielo de nieblas
y amenazó tempestades.
Huyó a la choza el pastor,
y a la venta el caminante
y amainaron los pilotos
todo el lienzo de las naves.
Díjole al Rey un montero
que al pie de aquellos pinares
estaba una casería
en tal ocasión bastante.
Bajaron por una peñas
entre mirtos y arrayanes,
guiándoles el rumor
que remolinaba el aire.
Vieron que en un manso arroyo
se bañaban los umbrales
de un mal labrado cortijo
con olmos delante.
Apeóse el Rey, y entrando,
primero que se sentase,
quiso ver el dueño y huéspeda
y como en su casa honrarle.
Supo el labrador apenas
que las personas reales
ocupaban su aposento,
cuando en hielo se deshace.
Entró su pobre familia
a decirle que no aguarde,
pues le quiere ver el Rey,
a que al mismo Rey le hable.
Tiembla el labrador de nuevo,
mira el sayo miserable,
las abarcas y las pieles,
y de vergüenza no sale.
El pobre cortijo mira
como vigüela sin trastes,
hecho de pajas el techo
sobre unos viejos pillares.
Llamó a su mujer, y dice
"Mujer, a huéspedes tales,
si no es el alma, no tengo
casa ni mesa que darles.
Salid y decidle al Rey
que no es mucho me acobarde
ver su persona real
en mis pajizos portales,
que coma en la voluntad,
que es mesa que a Dios aplace,
y duerma en el buen deseo,
que no tengo más que darle;
que vos, como sois mujer,
pues no hay cosa que no alcancen,
hallaréis gracia en sus ojos,
y al fin podréis disculparme".
Dicen que entró la mujer
muy temerosa a hablarle
por la obligación que tienen
de cuanto el marido mande,
y el Rey, muy agradecido
a su vergüenza notable,
cenó y durmió más contento
que entre holandas y cambrayes.
Yo pienso, senado ilustre,
que es esto muy semejante
de lo que hoy pasa a Riquelme
con este humilde hospedaje.
En cada cual miro un rey,
un César, un Alejandre;
su pobre familia mira,
que es la que a serviros trae.
Si no salió el labrador
teniendo a su Rey delante,
quien ve tantos, ¿qué ha de hacer
sino lo que veis que hace?
Mandóme, como mujer,
que saliese a disculparle;
fue la obediencia forzosa,
aunque rústico el lenguaje.
No os ofrece grandes salas,
llenas de pinturas graves,
de celebradas comedias
por autores arrogantes.
No os ofrece ricas mesas
llenas de gusto y donaire,
sino voluntad humilde,
que es la que con reyes vale.
Perdonad al labrador,
pues hoy en su casa entrasteis,
porque me agradezca a mí
las mercedes que hoy alcance.
Oíd la pobre familia;
ya los labradores salen,
mientras que vuelvo a la corte,
bésoos los pies, Dios os guarde.
BAILE CURIOSO Y GRAVE
Cuando desde Aragón vino la Infanta
a casar con don Juan, Rey de Castilla,
las fiestas que se hicieron en Sevilla
no las olvida el tiempo y hoy las canta.
Después que los castellanos
hicieron muestra gallarda
con máscaras y sortijas,
toros y juegos de cañas,
mantener quiso un torneo
en servicio de su dama
un gallardo aragonés
de los Pardos de la casta.
Airoso terció la pica,
furioso juega la lanza,
dando con destreza y brío
los cinco golpes de la espada.
Con la gloria de aquel día
ganó de su gloria el alma,
la cual, venida la noche,
le admite dentro de su casa.
Con amorosas razones
consiguen sus esperanzas,
y ella, alabándole, dice,
al despedirlos el alba:
"Mirad por mi fama,
caballero aragonés".
"Por tus amores, señora,
cuanto me mandes haré".
"Mas, ¿cómo la ha de guardar
quien a sí guardar no pudo"?
"Con sólo saber callar".
"Que la guardéis no lo dudo".
"Seré como piedra mudo
y eterna fe guardaré;
por tus amores, señora,
cuanto me mandes haré".
En un corillo otro día
sin nombrar partes, se alaba,
y un adivino celoso
dio cuenta de ello a su dama.
Sus blancas manos torcía,
sus delgadas tocas rasga,
y llamando a su presencia
con este desdén le trata:
"Alabásteisos, caballero,
gentil hombre aragonés.
No os alabaréis otra vez.
Alabásteisos en Sevilla
que teníades linda amiga.
Gentil hombre aragonés,
no os alabaréis otra vez".
Sin admitirle disculpa
que se ausente de ella manda,
y él jura de no volver
hasta volver en su gracia.
El tiempo gastó la ira;
mas, como el amor no gasta,
la dama llora su ausente,
el retrato que miraba,
y la dama le demanda:
"Y mi bien, ¿cuándo vendréis"?
Y finge que le responde:
"Lindo amor, no me aguardéis,
que si de mi partida
fue causa un disfavor,
si no cesa el rigor,
yo no volveré en mi vida".
"Yo quedo arrepentida
y mi bien, ¿cuándo vendréis"?
Y finge que le responde:
"Lindo amor, no me aguardéis".
En hábito de romero
un pajecillo despacha
para que dé en Zaragoza
al caballero una carta.
Cuando llegó el pajecillo
al salir de la posada
encontróle el caballero.
De esta manera le habla:
"Romerico, tú que vienes
donde mi señora está,
di, ¿qué nuevas hay allá"?
"Estáse la gentil dama
a sombras de una alameda
dando suspiros al aire,
y a su fortuna mil quejas.
Diome que os diese esta carta
de su mano y de su letra,
que al escribirla, sus ojos
llenan el papel de perlas.
Y díjome de palabra
que a Sevilla deis la vuelta,
adonde seréis su esposo
en haz y en paz de la Iglesia".
Con el amor y el deseo
como con ligeras alas,
vuelve al galán a Sevilla,
y así le dice a su dama:
"A ser vuestro vengo,
querida esposa".
"Dulce esposo mío,
vení en buena hora".
"Tras fieros desdenes,
que la vida acortan
y al amor pudieran
negar la victoria,
a ser vuestro vengo,
querida esposa".
"Dulce esposo mío,
vení en buena hora".
ACTO PRIMERO
FILIPO: Invicto César famoso,
cuya mano poderosa
temen la blanca Alemania
y la abrasada Etïopia;
tú, que en los hombros sustentas
el Africa, Asia Europa,
volando tu nombre eterno
en las águilas de Roma;
tú, que ceñiste la frente
con esa inmortal corona,
al polo del otro mundo
quieres llegar con tus obras;
ya que del ártico helado
hasta la tórrida zona
pagan tributo a tu imperio,
sal a ver nuestras victorias.
Triunfando, señor, venimos
a la gran Constantinopla
de los fieros esclavonios
que de Misia huyendo tornan.
Restaurado queda el reino;
tus empresas prodigiosas
que son espanto del mundo
piden guirnaldas de gloria.
Sube a los muros soberbios
que de estrellas se coronan
porque su altas almenas
la triforme luna tocan.
Verás tu ejército ufano
con la gente victoriosa,
que con bárbaros despojos
los gallardos brazos honran.
Verás la región del aire
que la entapizan y adornan
las enemigas banderas
que tus soldados tremolan.
Verás que en cadenas de oro
cuatro mil cautivos lloran
la pérdida desdichada
de su libertad preciosa.
Treinta mil hombres me diste;
treinta y tres mil traigo agora,
que a precio de mil cristianos
sólo he comprado esta pompa.
Veinte mil dejo sin almas
y otros con vida tan poca
que está esperando la muerte
a sólo que abran las bocas.
Ya la fama bachillera
tocó en el aire la trompa;
va publicando en el mundo
esta jornada famosa.
Temblando están de tu imperio
los Alpes, Nervia, Borgoña,
Galia, Germania, Bretaña,
la Trapobana y Moscovia,
la fiera invencible Escitia,
la Tartaria belicosa,
la inculta y áspera Armenia,
la celebrada Panonia.
Ya de todas las naciones
más bárbaras y remotas,
tributo te ofrecen unas
y treguas te piden otras.
Los indios vienen con oro,
los samios vienen con rosas,
los tirios con carmesí,
los alarbes con aromas,
los scitas con algodones,
los egipcios con aljófar,
los corinto con sus vasos,
los fenicios con sus conchas.
Cada nación en tributo
te da las riquezas propias,
porque las crezca el valor
en tu mano poderosa.
Todos repiten tu nombre,
todos tu fama pregonan,
con más lenguas que tenía
la confusa Babilonia.
Sírvete de ver la entrada
de tu gente victoriosa,
porque los ojos del rey
con sólo mirar dan honra.
Remunera con palabras
sus hazañas victoriosas,
que aun en boca de los reyes
son necesarias lisonjas.
Mostrándote agradecido,
podrá una palabra sola
más que el tesoro guardado
en tus doradas alcobas.
Descubre en público el rostro
que a las gentes aficiona,
porque será ver tu cara
el triunfo de mi victoria.
No me premian majestades
ni plata me galardona;
sólo quiero la presencia
que tantos reyes adoran.
Solamente con tocar
la púrpura de tu bola
dejaré de todo punto
a mi fortuna envidiosa.
Mi inclinación es servirte,
premios no me correspondan,
porque la virtud se mueve
con el precio de sí sola.
Deja besarte los pies
y tus sumilleres corran
esa cortina, que cubre
tu majestad grandïosa.
MAURICIO: Hoy, capitán vencedor,
corona en tus sienes vea.
El sol dé su resplandor.
Tu misma victoria sea
el premio de tu valor.
Hacerte inmortal procuro,
y harán tu nombre seguro
desde el Betis al Hidaspes
columnas de varios jaspes
y estatuas de bronce duro.
Todas tus empresas ricas
pondré en aceradas planchas
pues que mi fama publicas,
mi temido imperio ensanchas,
mis tesoros multiplicas.
Si a los bárbaros enojas,
y tu espada en sangre mojas,
un laurel he de ponerte
que ni el tiempo ni la muerte
pueden marchitar sus hojas.
FILIPO: Sólo, señor, me aficiona
besar tus pies; que ellos solos
enriquecen mi persona.
MAURICIO: Cuanto abarcan los dos polos
te diera, con mi corona.
TEODOLINDA: (Capitán gallardo y bravo, [Aparte]
bien verá cuando te alabo,
que en amarle me anticipo).
TEODOSIO: Es muy gallardo Filipo.
TEODOLINDA: Es gran varón.
FILIPO: Soy tu esclavo.
TEODOLINDA: Por tan dichosa venida
en albricias vuelvo a darte
de mi alma y de mi vida
aquella pequeña parte
que me quedó a la partida.
LEONCIO: Ronca la trompa bastarda,
destemplado el atambor,
y vestido el cuerpo de luto,
y de ánimo el corazón;
arrastrando el estandarte,
que ufano en algo se vio,
con sola aquesta cautiva,
aunque de extraño valor,
el pecho lleno de heridas,
porque nunca atrás volvió,
coronado de ciprés,
hecho piezas el bastón;
si son ceremonias tristes
(¡Oh famoso Emperador!)
usadas de el que es vencido,
ya verás cual vengo yo.
Nunca tu ejército viera
el levantado pendón
de los persas victoriosos
tan a costa de mi honor.
Nunca yo volviera vivo,
(¡Pluguiera al eterno Dios
que entre mi sangre vertida
diera el alma a su creador!)
pero quiso mi desdicha
librarme en esta ocasión
de la pena de la muerte
para dármela mayor.
Nunca logró sus deseos
quien desdichado nació,
que aun la muerte le aborrece,
si el vivir le da dolor.
Uno sintiera muriendo
y viviendo siento dos:
la pérdida de tu gente
y de mi noble opinión.
Mi vida sólo llorara;
mas, ¡ay!, que llorando estoy
un ejército de vida
que el fiero persa quitó.
Llegué un desdichado día
cuando está el dorado sol
entre los cuernos del toro
cobrando fuerza y calor.
Mil prodigios, mil agüeros
nos causaron confusión;
en un funesto ciprés
la corneja nos cantó;
tembló la preñada tierra
de lástima o de temor;
los montes se estremecieron,
sonó en el aire una voz;
mostróse el sol encendido
en un encarnado arrebol,
sudaron las naves sangre,
y llovieron el sudor.
Antes de dar la batalla
cuyo fin contando voy,
infinitos buitres vimos
cortar el aire veloz;
acobardóse la gente,
porque la imaginación
puede más que la verdad,
cuando tiene aprehensión.
Animéla dando voces,
pero no me aprovechó,
y no hay fuerza en las razones
que dé al cobarde valor.
Y aunque puede al desmayado
animar la exhortación,
y el ejemplo puede tanto
que a veces es vencedor,
si el temor es general,
tímida la inclinación,
la fortuna adversa cierta
y el enemigo mayor,
no animarán las palabras;
que en guerras jamás suplió
faltas de fuertes Aquiles
un Ulises orador.
Acometimos primero
porque esta aceleración
es parte de la victoria
si hay igual competidor.
El nuestro fue desigual,
en número nos venció;
cien mil personas juntaron
de su bárbara nación.
A los principios fue nuestra
la victoria; mas, señor,
la Fortuna siempre tiene
[mudable la condición;]
vueltas de ruedas veloces,
humo negro, tierna flor,
blanca sombra, débil caña,
cosas inconstantes son.
No hay cosa firme y estable;
los que cuerpo vivo es hoy
mañana es cadáver frío;
toda va en declinación.
La melancólica noche,
triste para mí, cubrió
los horizontes del mundo
con su negro pabellón;
no descubrió el sol hermoso
su lucido aparador
de estrellas, porque entre nubes
la alegre luz se escondió.
Cósroes, primer jefe persa,
que desde el fuerte español
hasta el antípoda oculto
eterna fama ganó,
sobrevino de repente,
y vimos más confusión
en el ejército nuestro
que en la torre de Nembrot.
Derramada y fugitiva,
nuestra gente el alma dio,
de pena y de rabia, al punto
que pronunció esta razón;
digo al fin que, desmayada
nuestra gente del rumor
[de las voces y los gritos]
que hicieron, nuevo son,
en tropel desordenado
nuestro ejército huyó,
cogiendo los enemigos
de copete a la Ocasión.
¡Ay, pérdida desdichada!
¡Ay, cielo santo! ¡Ay, rigor
de la mudable Fortuna
y de la Parca feroz!
Infinitas muertes dieron
sin engaño ni traición;
que yo alabo al enemigo
porque envidio su valor.
Entre los persas andaba
como un antiguo Sansón,
y como soy desdichado,
nadie a matarme acertó.
Hasta la tienda real
pude entrar; que el escuadrón
de guarda, con la victoria
segura, se descuidó.
En ella estaba esta dama,
que a la lumbre de un farol
se ligaba dos heridas
que en pecho y brazo sacó.
Llegué a asirla, defendióse,
y aunque más se defendió,
Anquises fue de estos hombros,
Medea de este Jasón;
por causar algún enojo
al Príncipe vencedor
la he cautivado y traído
con no pequeña aflicción.
Vencido vengo del persa
pero de mí mismo no,
pues no he llegado a su mano
aunque le tenga afición.
Esta es la trágica historia;
no tengo la culpa yo.
Sucesos son de la guerra;
mátame o dame perdón.
MAURICIO: (¿Cómo es posible que he oído Aparte
razones de hombre que viene
infamemente vencido?
¡Qué poca vergüenza tiene
el que cobarde ha nacido!)
¿Vivo delante de mí
has atrevido a ponerte?
Cobarde, bárbaro, di,
¿para todos hubo muerte,
y la faltó para ti?
¿Cómo la muerte inconstante
en mi ejército arrogante,
habiéndote de encontrar,
a ti en el primer lugar,
te dejó y pasó adelante?
Sentimiento natural,
cuando de otro está vencido,
tiene cualquier animal;
mas tú, que no lo has tenido,
no eres hombre natural.
Justo de hoy más ha de ser
que a tu honrado proceder
Parca de la patria nombres,
pues que truecas cien mil hombres
por una flaca mujer.
La deshonra y vituperio
tu corazón idolatra;
basta que en nuestro hemisferio
ha nacido otra Cleopatra
para asolar el imperio.
No es razón que así esté armado
un capitán que ha huído
ni ese pecho afeminado
de acero esté guarnecido,
pues de miedo está aforrado.
Del lado le sea quitada
la espada, siempre envainada;
que hombre por mujeres trueca
hile ya con una rueca
pues no riñe con espada.
Atarle también conviene
las manos, porque sagaz
huyendo del persa viene;
no tenga mano en la paz
si en la guerra no la tiene.
Y ya que en él está mal
ser capitán general,
tú, Filipo, lo has de ser.
TEODOLINDA: Muy bien sabrá defender
tu corona imperial.
TEODOSIO: El soldado victorioso
que a su rey hace famoso,
es razón que premio aguarde;
que el castigo del cobarde
le hace más animoso.
FILIPO: Poderoso Emperador,
casos de Fortuna han sido;
y así no ha de estar, señor,
desconfïado el vencido
ni seguro el vencedor.
No hay en el mundo igualdad
ni estado en seguridad;
espera quien desconfía
que a la noche sigue el día,
bonanza a la tempestad.
Los estados son violentos;
y así, con estas memorias
los humano pensamientos
esperan grandes victorias
tras de grandes vencimientos.
Tal afrenta no le des,
que según el mundo es
inconstante, adversa y vario,
hoy le venció su contrario
para que él venza después.
LEONCIO: Gran César, en quien confío,
antes que mi afrenta mandes,
considera el caso mío.
En los ejércitos grandes
de Jerjes y de Darío
los sucesos semejantes
de tu memoria no borres;
verás soberbios gigantes
con máquinas y con torres
en espaldas de elefantes;
alcázares torreados,
chapiteles levantados,
que, perdiéndose de vista,
sus pirámides conquista
los rayos del sol dorados.
Escuadras podrás hallar
que, cubriendo el ancho suelo,
se pudieran comparar
a las estrellas del cielo
o a las arenas del mar;
y estando en pompa dichosa,
las derriba y pone en tierra,
o la Fortuna envidiosa,
ve el suceso de la guerra,
trágica, triste y dudosa.
MAURICIO: No a la Fortuna atribuyas
las que son flaquezas tuyas
LEONCIO: ¿Por qué, señor, tanta infamia?
MAURICIO: [Aún si fueras Hipodamia,]
porque mueras y no huyas.
Vayan las cajas delante
y esté así en la plaza un día
para que el vulgo inconstante
destierra su cobardía
con castigo semejante.
LEONCIO: Cielos, cuyo amparo sigo,
sed testigos y jüeces
de la afrenta que ha tenido
el que vencía tantas veces
por una vez que es vencido.
Bien es que venganza os pida
cielos, un alma ofendida;
Atropos tengo de ser,
que es hilar y torcer
el estambre de mi vida.
Plega a Dios que revelada
esté la tierra en que reinas,
y los filos de tu espada
la blanca nieve que peinas
en sangre dejen bañada.
Hoy se acaban tus sucesos,
castigados tus excesos,
aunque el mundo forme aprisa
los túmulos de Artemisa
para sepultar tus huesos.
¡Ay, famosa Mitilene!,
no te estima como yo
el que en tan poco le tiene
al hombre que te venció.
MITILENE: (Volver por mí me conviene.) Aparte
No es ley ni bien que deshonres
lo que honrado debe ser;
Vencedor es, no te asombres,
porque hay en Persia mujer
de más valor que mil hombres.
Y yo, que a este agravio salgo,
más que mil persianas valgo,
pues si traes mil veces mil
por un ejército vil
mira tú si ganas algo.
Y el Príncipe que ha vencido
tu ejército acobardado,
tanto el vencer ha sentido
que diera lo que ha ganado
por sólo lo que ha perdido.
Y aun te diera la corona
porque estima mi persona;
que también el arco flecho
aunque no he cortado el pecho
como bárbara amazona.
Tu capitán es valiente,
atrevido con valor,
y reportado prudente;
que ésta es la virtud mayor
para quien gobierna gente.
Si vencedor no escapó,
la Fortuna lo ordenó,
dudosa, adversa y esquiva.
MAURICIO: Agora digo, cautiva,
que mi capitán venció.
MITILENE: El que victoria ha tenido
salga a probar mi valor;
y así verás cómo ha sido
más fuerte que el vencedor
el mismo que me ha vencido.
MAURICIO: (Su hermosura es celestial, Aparte
mi apetito natural,
y en cosas de inclinación
tiene fuerza la Ocasión.)
Salte afuera, General.
TEODOSIO: (O le ha cobrado afición, Aparte
o con celosos enojos
quiere doblar mi pasión.
Dándole está por los ojos
a beber el corazón.)
Filipo, el Emperador
manda que salgas.
FILIPO: (Amor, Aparte
¿qué veneno me estás dando?)
TEODOSIO: ¿No has oído lo que mando?
FILIPO: ¿Qué me mandas?
TEODOLINDA: (¡Ah, traidor! Aparte
¿Divertido en mi presencia
contemplando otra mujer?
FILIPO: (¡Ay, Amor! ¿Con qué violencia Aparte
muestras en mí tu poder?)
TEODOSIO: Filipo, ¿tanta licencia?
MAURICIO: Tú, Teodosio, sal también,
y todos lugar me den,
¡Ah, Príncipe, saLte afuera!
¿Ya estáis vos de esa manera?
Parecido os habrá bien.
¡César!
TEODOSIO: Señora, ¿me llamas?
MAURICIO: Yo soy quien llamó.
TEODOSIO: ¿Qué quieres?
MAURICIO: Que así no mires las damas.
TEODOSIO: Agrádanme las mujeres,
y ésta más.
MAURICIO: ¡Qué fácil amas!
Repórtate y salte afuera
a enfrenar esos intentos.
TEODOSIO: ¡Ay, persiana! ¡Quien tuviera
más almas que pensamientos,
y en tu altar las ofreciera!
MAURICIO: Ya, cautiva, en quien confío,
es tan grande tu poder,
que aunque el tiempo es como río,
que atrás no puede volver
hoy has vuelta atrás el mío.
Con tus partes más que humanas
las fuerzas del alma ganas,
tus ojos me dan pasión,
porque hacen refracción
en la nieve de mis canas.
Con amorosa inquietud
siento un honrado temor
de fénix en mi virtud,
que, abrasándose en tu amor,
ha vuelto a la juventud.
MITILENE: Esa nueva alteración,
que tu vieja edad pretende,
merece mi corrección,
pues, si mi rostro la enciende,
la temple mi condición.
Persiana soy.
MAURICIO: Yo, el monarca
que el orbe esférico abarca,
y en el ancho mar es mío
desde el más veloz navío
hasta la más débil barca.
El mundo de polo a polo
tendrás, si no eres ingrata;
oro te dará el Pactolo,
los franceses montes plata,
Arabia su fénix solo.
Mal fin en mis reinos haya
si en las faldas de tu saya
no me parece que miro,
en conchas del mar de Tiro
los olores de Pancaya.
El alarbe que hoy sujeto,
ciñendo corvado alfanje,
dará el bálsamo perfeto,
sus blancas perlas el Ganges,
sus panales el Himeto,
el elefante marfil,
la ballena ámbar sutil,
Scitia verdes esmeraldas,
y para hacerte guirnaldas,
todo el año se hará abril.
MITILENE: Si tu sacra majestad,
porque su cautiva vivo,
muestre en mí su potestad,
el cuerpo tengo cautivo,
pero no la voluntad.
Nunca lascivos amores
me enseñaron mis mayores;
de una pica me enamoro,
no de perlas, plata y oro,
guirnaldas, bálsamos y flores.
MAURICIO: ¿Quién eres?
MITILENE: Una persiana
que en los ejércitos vengo.
MAURICIO: Pues, ¿quién te ha hecho inhumana?
MITILENE: Mi noble sangre; que tengo
odio a la nación romana.
MAURICIO: ¿Qué romano fue atrevido
a ofender tanta belleza?
MITILENE: De ningún hombre lo he sido;
mi misma naturaleza
la inclinación me ha traído
su memoria y su valor;
de la memoria no aparto.
TEODOSIO: (Perdone el Emperador, Aparte
que está mi pecho de parto
y ha de nacer este amor.)
El ejército desea
ver tu rostro.
MAURICIO: Cuando sea
tiempo saldré.
TEODOSIO: (Mi pasión Aparte
no pide esa dilación.)
MAURICIO: Lugar daré a que me vea.
Vete, César.
TEODOSIO: (Es violento
el irme en esta ocasión,
porque es la gloria que siento
rémora del corazón
que para su movimiento.
¡Ay, mi persiana gallarda!
Aunque el alma tiempo aguarda
para hablarte, desespera,
porque aun el alma, si espera,
ofende, cuando se tarda.)
FILIPO: Aunque la maten mis celos,
vuelvo ya determinado
a ver los rayos o cielos
del sol que Persia ha creado
entre sus montes y hielos.
TEODOLINDA: (Otra vez la torna a ver. Aparte
¿Qué hago, que no persigo
su vida? Pues la mujer
es el mayor enemigo
cuando da en aborrecer.
No la tiene de mirar;
luna soy, que he de eclipsar
este sol para sus ojos.)
FILIPO: ¿Dónde pondré los despojos
de esta guerra?
TEODOLINDA: ¿No hay lugar
para tratarlo después?
FILIPO: Los gallardetes no cuelgo
hasta que bese tus pies.
(¡Ay, cautiva!) Aparte
TEODOLINDA: (Yo me huelgo, Aparte
ingrato, que no la ves.)
FILIPO: (Como entre nubes parecen Aparte
unos pedazos de cielos,
que en mis ojos resplandecen.)
TEODOLINDA: (Muriendo estoy de estos celos; Aparte
no la has de ver.)
FILIPO: (Me oscurecen
tus brazos mi sol divino.)
MAURICIO: Mientras que lo determino,
rige la gente.
TEODOLINDA: (Traidor, Aparte
mal disimulas tu amor.)
FILIPO: (¡Ay, qué rostro peregrino Aparte
sobre mis hombros estriba!)
MAURICIO: El poder de tierra y mar
todo es tuyo; haces reciba
tu alma, que a cautivar
viniste, a no ser cautiva.
Dará el mar, si me regalas,
el nácar de sus espumas,
y el fénix rosadas alas
para que sirvan sus plumas
de penachos en tus galas.
Teodolinda, favorece
mi causa, pues entristece.
Quite el jardín tus enojos,
y en él harán estos ojos
lo que el sol cuando amanece.
TEODOLINDA: Servirte y obedecerte
mi pecho humilde desea.
TEODOSIO Si impidiere mi mal fuerte,
aunque más mi padre sea,
le tengo de dar la muerte.
Aunque no lo debe ser,
ni me parió su mujer;
que, según le aborrezco,
hijo de tigre parezco
o fui trocado al nacer.
MITILENE: Soy muy dichosa, digo,
[si ese alivio mereciera.]
TEODOSIO: Adentro van; yo la sigo.
MAURICIO: Esta es la gloria primera
que dio al hombre su enemigo.
¿Otra vez Teodosio aquí?
No son presunciones buenas;
y pues siempre que lo vi,
se me han helado las venas;
ninguna sangre le di.
No es mi hijo y si lo es,
me aborrece. Muera pues,
no contradiga mi gusto,
que quien quiere mi disgusto
querrá mi muerte después.
HERACLIANO: Heraclio, ¿qué te parece
la corte y esta arrogancia?
HERACLIO Que no es hombre de importancia
quien la corte no merece.
HERACLIANO Muchos hay que, retirados,
buscaron la soledad.
HERACLIO: Cansóles la voluntad
el peso de los cuidados.
esta pompa y edificios,
las damas, la bizarría,
el trato, la policía,
el orden de los oficios
mueven más mi corazón
que el ganado, caza y sierra.
HERACLIANO: ¿Te agradan cosas de guerra?
HERACLIO: Es mi propia inclinación.
Yo confieso que en el yermo,
aunque más el perro ladra,
mejor que en la dicha cuadra
entre mis ovejas duermo.
Como las gobierno y domo
cuando mis silbos las llaman,
sus tiernas ubres derraman
la blanca leche que como.
Danme la fuente y el río
entre plata y cristal tierno,
nieve por agua el invierno,
leche pura en el estío.
Los campos, con su quietud
mis espíritus levantan;
las dulces aves me canta,
todo es gusto y aun salud.
Mas la trompa y el atambor,
la gente, la urbanidad,
la corte, la majestad
de un rey, un emperador,
más me inclina y más me alegra.
HERACLIANO: Todo me cansó una vez,
cuando nevó la vejez
copos en la barba negra.
La Emperatriz ha salido
despachando al limosnero.
Es un ángel.
HERACLIO: Verla quiero.
AURELIANA: Pocos pobres han venido.
LIMOSNERO: Nos manda el Emperador
no darles, y me recelo.
AURELIANA: Si es la limosna en el cielo
como en el suelo el favor,
¿la niega?
LIMOSNERO: Ya todo es vicio.
AURELIANA: De la mujer ni el vasallo
no es decirle ni escuchallo.
Fe y alma tiene Mauricio.
Da limosna.
HERACLIANO: Pues la mano
nunca merecí, los pies
será razón que me des.
AURELIANA: ¡Oh, famoso Heraclïano!
HERACLIANO: Perdone Tu Majestad;
que con el traje que vengo
en la montaña le tengo.
Ya posó mi urbanidad.
AURELIANA: ¿Traes a Heraclio?
HERACLIANO: Sí, señora,
sin él no puedo venir.
AURELIANA: ¿Es éste?
HERACLIANO: Y podrás decir
que ves un Héctor agora.
En las cortes de los reyes
no hay mancebo más bizarro;
el movimiento de un carro
detiene, con cuatro bueyes.
Tan ligero corre y salta,
que alguna vez ha alcanzado
al corzuelo remendado
por la montaña más alta.
Es una cuartana fría
del león bravo y furioso,
es un vaguido del oso,
del lobo melancolía.
Porque al lobo, oso y león
los acobarda y destierra;
y sobre todo a la guerra
tiene extraña inclinación.
HERACLIO: (Sin duda tratan de mí. Aparte
La Emperatriz me ha mirado.
Si me querrá hacer soldado,
en signo alegre nací.
No sé qué deidad me inclina
a respetar su presencia
con amor y reverencia,
como a una cosa divina.
Inquietos están mis brazos
para llegar a abrazalla.
¡Heraclio, bárbaro, calla!
¿Tú, a la Emperatriz abrazos?
Para quitarse mejor
lo que mi pecho desea,
me retiro, y aunque sea
silla del Emperador,
me siento.)
HERACLIANO: Yo he deseado
que este galardón me des
sólo en decirme quién es
Heraclio, a quien he crïado;
que como Tu Majestad
me lo envió tan pequeño,
discurro, imagino y sueño
y no doy en la verdad.
AURELIANA: Yo descubriré quién es;
sírvame tu corazón
agora con atención,
y con secreto después.
Desposéme, como sabes,
siendo César, con Mauricio
que ya es monarca del mundo
desde el Austro al polo frío.
Mi esposo y mi Emperador
mostróme amor al principio
y aborrecióme después;
hombre, al fin, y amor del siglo.
Pero, como son la paz
de los casados los hijos,
pedí al cielo me los diese
y soñé extraños prodigios.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.)
Durmiendo, a mi parecer,
temblaban los edificios
de la gran Constantinopla,
corriendo de sangre ríos.
Dentro del mar y en la tierra
sonaban grandes gemidos;
hasta los pájaros daban
articulados suspiros.
Entre arreboles de sangre
el sol estaba escondido;
era un crepúsculo el día,
la noche un oscuro abismo.
Yo, confusa y temorosa,
no de mi propio peligro,
iba al templo, y admirada
de los secretos jüicios,
hallábalo profanado
de bárbaros enemigos,
que es el castigo mayor
que da Dios al cristianismo.
Entre estas calamidades
un trágico caso he visto,
que el corazón me suspende
las veces que lo imagino.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.)
Un traidor, aunque cobarde,
de humildes padres nacido,
ya en el ejército nuestro,
vanaglorioso y altivo,
del gran imperio triunfaba,
pasando a cuchillo
a mis hijos, a mi esposo,
y a este cuello triste mío.
Dábanos Dios esta muerte
por los pecados y vicios
del Emperador, mi esposo.
¡Triste caso, a estar cumplido!
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.)
Aunque es verdad que los sueños
no tienen de ser creídos,
por ser confusas especies
de aquellas cosas que oímos;
cuando son males se temen,
porque suelen ser avisos
de Dios, que en sus obras tiene
investigables caminos.
Todos los casos adversos
parece que traen consigo
más crédito y certidumbre
que los sucesos propicios.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.)
Al fin, tras de muchos sueños
de la manera que digo,
parí a Heraclio; desde entonces
le tienes a tu servicio.
A tu casa le llevaron,
y en su lugar puse un niño
hijo de una esclava escita
y de un esclavo fenicio;
fue la culpa de esconderlo
porque suceda en mis hijos
el imperio si se escapa
del riguroso martirio.
(¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte
Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.)
Sospecho que ya se cumple
el influjo de estos signos,
porque ya el Emperador
su conciencia ha distraído,
aunque ya viejo, es crüel,
es avariento y lascivo,
y aun a la fe de cristiano
le va corriendo peligro.
Mas, ¡ay de mí! ¿Cómo juzgo
defectos de mi marido?
Yo he mentido, Heraclïano.
¡Júzguele Dios que le hizo!
HERACLIANO: ¡Sueños extraños! Inquieta
estarás con el temor.
HERACLIO: Pues que soy Emperador,
¡el ejército acometa!
¡Heraclio soy, viva Cristo!
Con su cruz he de vencer;
ya se puede acometer,
buenos presagios he visto.
Emperador del Oriente
y del Occidente soy,
vengando la muerte estoy
de una cordera inocente.
HERACLIANO: Dormida habla consigo.
Despierta, Heraclio, despierta.
HERACLIO: ¡Capitán, cierra la puerta!
¡No se escapa el enemigo!
HERACLIANO: ¿Quién en palacio y de día
de espacio a dormir se pone?
HERACLIO: Tu Majestad me perdone
mi necia descortesía;
porque, como allá dormimos
sin respeto ni atención,
no mudamos condición
cuando a la corte venimos.
AURELIANA: ¿Qué soñabas?
HERACLIO: Niñerías,
imposibles confusiones
que causan las ilusiones
del sueño y sus fantasías.
Cosas que ni pueden ser;
sueños, al fin, mal formados
de casos imaginados.
AURELIANA: Yo los tengo de saber.
HERACLIO: Soñaba que Emperador
era de toda la tierra,
y que estaba en una guerra
y escapaba vencedor
--¡mil disparates!--
HERACLIANO: Sería
cómo te asentaste mal
en esa silla imperial
y te dormiste.
TEODOSIO: Porfía,
y verás de tu hermosura
en cristal ensangrentado
si estás a mis ruegos dura;
que un amor demasïado
suele parar en locura.
Siento, después que te vi,
un letargo, un frenesí;
y he de curar mal tan fuerte
con tu amor o con tu muerte;
que hay dos extremos en mí.
Elige, pues, lo mejor,
que en tu mano está.
MITILENE: No quiero
[ni mi muerte ni tu amor.
TEODOSIO: Pues, ¿qué?]
MITILENE: Que pruebes primero
si hay en tus brazos valor.
TEODOSIO: Son tus ojos muy humanos
y fáciles mis antojos.
MITILENE: (¡Por los cielos soberanos, Aparte
que si muere por mis ojos,
que ha de morir por mis manos!)
Humane el pecho; que en él,
si el fuego de amor no mata,
le entraré esta daga.
TEODOSIO: Infiel,
premia mi amor.
MITILENE: Soy ingrata.
TEODOSIO: Dame vida.
MITILENE: Soy crüel.
TEODOSIO: Sosiégate.
MITILENE: Soy un mar.
TEODOSIO: ¿No me quieres ver ni hablar?
MITILENE: Soy basilisco y sirena
que con ver y hablar doy pena.
TEODOSIO: Dámela, que al fin es dar.
Denme pena tus enojos,
tu vista y tus labios rojos,
mas tú no hablaras ni vieras,
si la ponzoña tuvieras
en la boca y en los ojos.
AURELIANA: ¿Qué es aquesto? ¿En mi presencia
solicitándola estás?
¿Sin recato y con violencia?
TEODOSIO: ¿Qué mujer tuvo jamás
verdadera resistencia?
Si es violencia o voluntad
desacato o liviandad,
deja de darme consejos.
AURELIANA: Si los padres y los viejos
tienen esa autoridad,
¿no la puedo yo tener,
que tu propia madres soy?
TEODOSIO: Mi gusto tengo de hacer.
MITILENE: Un monte de mi honor soy
que no me podrás mover;
pues ofenderme deseas,
aunque más Príncipe seas,
¡vive el cielo, que te mate!
AURELIANA: ¡Teodosio!, ¿tal disparate?
TEODOSIO: Ni me hables ni me veas.
AURELIANA: ¿Hay tan ciega obstinación?
Tus apetitos reporta.
TEODOSIO: Yo sigo mi inclinación.
AURELIANA: Déjala.
TEODOSIO: Daréte.
AURELIANA: ¡Corta!
TEODOSIO: Toma, pues, un bofetón;
dejaré en tu rostro escrito
que mi voluntad confirmes,
y no impidas mi apetito.
HERACLIO: ¡Ejes del cielo, estad firmes
a tan bárbaro delito!
¡Estrellado firmamento,
planetas que vueltas dais
con el rapto movimiento,
montes, casas, no os caigáis
con tan extraño portento;
Angeles santos y buenos,
¿cómo no os dais desmayos?
Nubes en aires serenos,
¿cómo no os rompéis con rayos
ni nos asombráis con truenos?
¿Cómo tú, tierra pesada,
que de metales preñada
nombre de madre mereces,
no tiemblas ni te estremeces
viendo una madre agraviada?
Vosotros, ojos, que atentos
contemplasteis tal mujer,
llorad, haced sentimientos,
pues no los quieren hacer
el sol ni los elementos.
A tener razón, lo hicieran.
Sosiega ya, corazón.
¿Qué movimientos te alteran;
que siento aquel bofetón
más que si a mí me lo dieran?
Mano infame, mano ingrata,
mano que muerde rabiosa
al dueño que bien la trata,
y víbora ponzoñosa
que a su misma madre mata,
buho que aborrece el día
y con hambrientos antojos
matar sus padres porfía,
cuervo que saca los ojos
a la madre que le cría,
toma la espada, inhumano,
bárbaro más que cristiano,
pues que piedad no te enseña
con los padres la cigüeña,
apréndela de un villano.
TEODOSIO: Este villano, ¿qué intenta?
HERACLIO: Darte muerte.
TEODOSIO: ¡Ah, de mi guarda!
HERACLIO: Ira soy de Dios sangrienta,
porque el castigo no tarda
a quien sus padres afrenta.
AURELIANA: Hecho pedazos te vea
brevemente, aunque esto sea
con la muerte de los dos.
Pero no, que ofende a Dios
quien mal a nadie desea.
HERACLIANO: ¿No sabrá el Emperador
tanta infamia, tanta mengua?
AURELIANA: Callarlo será mejor.
MITILENE: Inmóvil tengo la lengua
de cólera y de dolor.
HERACLIO: Haz que le den muerte dura.
AURELIANA: No importa, que fue locura.
HERACLIANO: Gusano de seda fuiste,
que en tus entrañas trajiste
tu muerte y tu sepultura.
Eres muro y planta altiva,
que en tus brazos has crïado
la hiedra que te derriba.
AURELIANA: Di que soy quien ha engendrado
ese amor y esa fe viva.
HERACLIO: En venganza y desagravios
no has meneado los labios;
con tu paciencia me aflijo.
AURELIANA: (¡Qué bien pareces mi hijo Aparte
en el sentir mis agravios!)
Para quitar la ocasión
a un loco, será razón
que se lleve Heraclïano
a la persiana.
HERACLIANO: Yo gano
un dichoso galardón.
MITILENE: Venirme más bien no pudo,
porque allí las piernas quiebre
al jabalí colmilludo,
corra la tímida liebre,
saque del agua el pez mudo.
Seguiré la veloz gama,
el otoño, cuando brama,
hasta que caiga herida
en la hierba guarnecida
con la sangre que derrama.
Daré a las aves ligeras
ya a prisión, ya a rescate.
HERACLIO: Cuando no sigas las fieras,
aquí tienes quien las mate,
como sus servicios quieras.
Las montañas de su altura
destilarán agua pura,
si a honrarlos tus ojos van,
y en el cristal dejarán
los rayos de tu hermosura.
AURELIANA: Idos luego a las montañas,
que es peligroso el palacio.
HERACLIO: Son bárbaras sus hazañas.
AURELIANA: ¡Quién te volviera despacio
otra vez a sus entrañas!
MITILENE: Ya por los montes suspiro.
HERACLIANO: De tu modestia me admiro.
AURELIANA: Toma, Heraclio.
HERACLIO: Eres muy franca.
(Esta Emperatriz me arranca Aparte
el alma cuando la miro.)
FIN DEL ACTO PRIMEROACTO SEGUNDO
Salen FILIPO y TEODOLINDA, Infanta
TEODOLINDA: Como el tiempo antiguo y fuerte
los edificios deshace,
y la vida de el que nace
la pálida y triste muerte,
y como la vanidad
consume cualquier riqueza,
y la cobarde pobreza
estraga la calidad;
así, Filipo, la ausencia
es la muerte del amor.
FILIPO: Antes lo hace mayor
cuando es breve.
TEODOLINDA: En la apariencia:
fuiste ausente y olvidaste.
FILIPO: Por tus ojos o mis cielos,
que esas sospechas y hielos
con el amor engendraste.
TEODOSIO: Madre injusta, tigre Hircana,
¿Cómo tan fiera anduviste?
Quítame el ser que me diste,
o vuélveme a mi persiana.
AURELIANA: Hijo, si fui tigre fiera,
no te podré querer mal,
porque no hay otro animal
que más a sus hijos quiera.
Mas tu mano cruel y avara
tornarse a entrar pretendió
al vientre de quien salió,
y quiso entrar por la cara.
Hijo, enmendarte procura,
de ofenderme no te cuadre;
que Dios respetó a su madre
con ser Dios.
TEODOSIO: ¡Gentil locura!
¿Por qué me tiene escondida
la que al amor de amor mata,
la que es bella como ingrata,
la que es alma de esta vida,
la que es honra, luz y palma
de mi honrado pensamiento,
la que es rapto movimiento
de los cielos y de mi alma?
¿Por qué has ligado y deshecho
los ojos que luz me daban,
y centro donde paraban
los suspiros de mi pecho?
Vuélveme la persa, o muera,
aunque, muramos los dos.
AURELIANA: Considera, pues, que hay Dios
y que es justo considera.
Si el deleite humano es sueño,
y el desenfrenado amor
es un caballo traidor
que arrastra a su mismo dueño,
resista tanta flaqueza
la memoria del infierno;
si es "hijo" nombre más tierno
que nos dio naturaleza.
Hijo, hijo regalado,
tenme respeto y temor,
que en el vientre del amor
muchas veces te he engendrado.
Contigo fui liberal,
columnas mis brazos fueron,
en peso un tiempo tuvieron
este edificio mortal,.
Hijo de mi corazón,
pues que no te pido que seas
con tus padres otro Eneas,
huye de ser Absalón.
TEODOLINDA: Tu Majestad, ¿para qué
arrodillada se ha visto
a mi hermano? Sólo Cristo
mejor que su madre fue;
sólo la Virgen podía
arrodillarse a sus pies.
Y tú, Teodosio, ¿no ves
que ésta es nueva tiranía?
¿No has visto que no conoce
la paternal reverencia?
TEODOSIO: ¿Quien me dio tanta paciencia?
AURELIANA También él la reconoce.
TEODOSIO: Algún demonio me ha hecho
que os aborrezca y me incita.
FILIPO: César y Príncipe, quita
esa cólera del pecho.
La Emperatriz, mi señora,
y vuestra, además de ser
madre, Emperatriz, mujer,
como ídolo te adora.
Por cuatro razones, debes
su respeto y reverencia.
TEODOSIO: ¿Quién te dio tanta licencia
que a mi persona te atreves?
FILIPO: El ver que de buena gana
me has hecho siempre merced.
TEODOSIO: Hidrópico soy. Mi sed
es beber la sangre humana.
La tuya derramaré
si aconsejas de esa suerte.
FILIPO: Si te sirves con mi muerte
mi espada propia daré.
Saca con ella, señor,
vida y alma racional
del vasallo más leal
que ha tenido emperador.
Mas, mi palabra te empeño
que, aunque le falte razón,
no cometerá traición
por no volverse a su dueño.
A tu voluntad ofrezco
este cuello y esta espada.
TEODOSIO: ¡Oh, quién la viera empleada
en las vidas que aborrezco!
MAURICIO: No me da mi rabia espacio,
porque en cólera me enciendo,
y con un rayo pretendo
asolar este palacio.
¿Cómo el cuerpo de esta casa
que vida y alma no tiene,
faltándole Mitilene,
no se deshace y abrasa?
¿Cómo no das esta vez
muerte a aquesta que ha escondido
el claro sol que ha salido
al alba de mi vejez?
Dame, falsa, dame, ingrata,
una cautiva que adoro;
guarneceré con su oro
esos cabellos de plata.
Su cristal hermoso trae,
trae su alabastro, importuna,
porque sirve de coluna
a esta vida que cae.
Dame el alma que deseo,
dame mi espejo infïel,
porque si [me] miro en él
de menos edad me veo.
Hipócrita, ¿dónde tienes
el ídolo de mi amor?
AURELIANA: Espera, aguarda, señor;
lleno de cólera vienes.
MAURICIO: Este cabello villano
por fuerza te arrancaré.
AURELIANA: A la montaña se fue
en casa de Heraclïano.
No entendí darte disgusto;
perdona, no estés con ira,
que ofendes a Dios, y mira
que es riguroso aunque justo.
MAURICIO: ¿Qué dices y reprehendes,
hipócrita? Sal de aquí.
No estés delante de mí
que me enojas y me ofendes.
TEODOLINDA: Amor, si remedio esperas,
a seguir su sol disponte,.
que ya se puso en el monte
porque es galán de las fieras.
FILIPO: Con la razón que tenía,
viendo el mal que ausente estaba,
mi corazón palpitaba;
pero yo no lo entendía.
MAURICIO: Filipo, partirte puedes
por mi cautiva gallarda;
serás el águila parda
de mi bello Ganimedes.
Alba serás del sol mío
que traerás sus rayos de oro;
serás mi claro Pecloro,
Argos serás de otra Io;
pues su venida empiedra
de granates los caminos;
viste los montes y pinos
de arrayán y verde hiedra;
alumbren la negra noche
cuando niegan luz los cielos,
volcanes y Mongibelos;
tiren paveses tu coche,
como pintan a el de Juno;
y al Fénix que arriba tiene
trajera a el de Mitilene,
a no ser Fénix uno.
Al Príncipe te anticipo,
César te hago de Roma,
mi púrpura propia toma;
tu Alejandro, soy Filipo.
AURELIANA: Nuestro santo pontífice Gregorio,
que ahora en Roma está con gran peligro,
señor, ha despachado dos legados
con esta carta para ti; recibe
el recado que traen, si eres servido.
MAURICIO: ¿Ya no sabe Gregorio que aborrezco
sus cosas? ¿Para qué cartas me envía?
Déjeme el Papa ya.
FILIPO: La carta leo.
Gregorio, obispo de Roma, siervo de los siervos de
Dios, a ti, Mauricio, Emperador de Oriente y
Occidente, salud y gracia y bendición apostólica,
hijo en Cristo, la Sede apostólica y la Iglesia:
En estas partes occidentales y reinos de Italia
muy perseguida de infieles, principalmente en la
ciudad de Roma, que está cercada de lombardos, y
yo dentro sin poderla favorecer, si Dios por su
divina misericordia no la ampara de parte suya,
encarecidamente pido favor y bástale representar
el peligro al Defensor de la Iglesia para que
acuda con su ejército. Dios sea en vuestra
gracia, Amén. Fecha en Roma, en las calendas de
mayo del año de mil trescientos y tres.
MAURICIO: Imposible ha de ser darle socorro;
sus trabajos padezca, si los tiene;
vuélvase el portador y déle aviso
del mucho desamor que al Papa tengo.
AURELIANA: Señor, mire tu grandeza
que un cuerpo son los cristianos,
y no es bien que estén las manos
contrarios de la cabeza.
Cabeza es la Iglesia, señor,
y sufrirá muchos males
si los miembros principales
no le prestan el favor.
Cuerpo el Papa, y el Rey es
brazos de este cuerpo mixto;
la cabeza sólo es Cristo,
y los demás somos pies.
Si al cuello favor no dan
los brazos con fortaleza,
enojarse ha la cabeza
y los pies peligrarán
como el Papa por su oficio.
De la Iglesia eres coluna,
pues si de dos falta una,
¿no se caerá el edificio?
Dios con ella se desposa,
tu brazo su escudo es;
repara los golpes, pues,
porque no den en su esposa.
Su mano da el cortesano
cuando cae una mujer;
la Iglesia quiere caer,
dale, señor, la mano.
MAURICIO: Hipócrita, mal nacida,
no me cansen tus sermones.
¡Vive el cielo, que en prisiones
tienes de acabar la vida!
Llevadla luego a una torre.
TEODOLINDA: ¡Señor!
MAURICIO: No más me prediques
ni a mis órdenes repliques.
Llévala tú.
CRIADO: ¡Señor!
MAURICIO: Corre,
que padezca y sufra es justo,
pues no me tiene afición
la que niega mi opinión
y contradiga mi gusto.
¡Válgame Dios! ¡Qué rüido!
¡Qué extraño temblor de tierra!
FILIPO: Será la gente de guerra
que algún motín ha movido;
ponte, señor, tras de mí,
porque estando de esta suerte,
desdargue el golpe la muerte
en mis hombros y no en ti.
Cuando no fuere a la vista
de tus ojos de provecho,
un muro será mi pecho
que el ejército resista.
MAURICIO: No, es tierra; que son, creo
batallas de hombres armados
en el aire congelados.
¿No les veis?
FILIPO: No los veo.
MAURICIO: ¿No veis el cielo teñido
con la sangre que se vierte?
¿No veis la pálida muerte?
FILIPO: Solamente oigo el rüido.
MAURICIO: ¿Veis una persona airada
que me mira con rigor?
FOCAS: Mauricio el Emperador
morirá con esta espada.
MAURICIO: ¿Viste en el aire pasar
con una espada de fuego
un monstruo?
FILIPO: Sí, señor.
MAURICIO: Luego
mi muerte no [ha de tardar].
¿Oístelo?
FILIPO: [Sí, lo oí].
MAURICIO: ¿Vístelo?
FILIPO: También.
MAURICIO: No son
casos de imaginación.
¡Ay, infelice de mí!
Mi sangre está hecha hielos,
el alma empieza a temer;
nadie se puede esconder
del castigo de los cielos.
Viva el hombre con recelos
de la justicia divina,
que a los soberbios declina,
sólo al humilde levanta;
al fin, es justicia santa,
que ni tuerce ni [inclina].
Desde el Austro al polo frío
llegan con ancho hemisferio
los límites de mi imperio.
Dios hizo el mundo, y es mío;
mas es mundo, en él no fío.
Volver quiero el pensamiento
a Dios, que es el fundamento
donde el alma ha de estribar.
David soy; quiero llorar
sin suspender mi tormento.
CRIADO: En sueño y melancolía
está; a solas le dejemos.
FILIPO: Cosas prodigiosas vemos
en este trágico día.
MAURICIO: Rey ni emperador se escapa
de padecer mal tan fuerte.
FOCAS: Focas te ha de dar la muerte
porque aborreces al Papa.
MAURICIO: ¡Que me matan! ¡Que me matan!
Filipo, socorre, ayuda,
con una espada desnuda
mi vida vieja desatan.
¡Que me muero! ¡Que me muero!
¡Ay, Jesús, dame la mano,
que me mata un villano!
¡Ay, qué tribunal espero!
FILIPO: El Emperador da voces.
¡Ay, señor, señor! ¿Qué tienes?
MAURICIO: Filipo, a buen tiempo vienes.
¿Esas sombras no conoces?
Saca, Filipo, la espada;
líbrame de estas visiones.
FILIPO: ¡Si son imaginaciones!
MAURICIO: ¿Los que me dan muerte airada?
Dales, Filipo.
FILIPO: No veo
quien te ofende.
MAURICIO: Aquí a este lado.
Dales, Filipo.
FILIPO: Admirado
estoy y verles deseo.
MAURICIO: Filipo, aquí se vinieron;
castiga su atrevimiento.
FILIPO: Ya les doy y nada siento.
MAURICIO: Déjalos, que ya se fueron.
¡Ay, Dios justo es mi Dios bueno!
¿Conocerás un villano,
¡dichoso caso!, lozano,
bajo de cuerpo y moreno?
FILIPO: Buscaré bien.
MAURICIO: Advïerte
que aquí me lo has de traer;
porque éste tiene de ser
el que me ha de dar la muerte.
Dios me quiere castigar,
y mi pecho lo desea,
como en esta vida sea.
Favor al Papa he de dar.
La Emperatriz es muy santa,
ella será intercesora
con el Justo Juez, que agora
con su sentencia me espanta.
HERACLIO: Esta es la fuente que tiene
por guijas, cristal y perlas,
porque cuando a cazar viene,
llegue a coger y beberlas
la gallarda Mitilene.
Cuando aquí está calurosa,
bebiendo su agua dichosa,
le doy voces y le aviso
no muera como Narciso
viendo su imagen dichosa.
MÚSICO 1: Delante se nos ofrece.
MÚSICO 2: Venus en Chipre parece.
HERACLIO: Hacedle una alegre salva,
Sed ruiseñores del alba,
que a mis ojos amanece.
MÚSICOS: "Hela por do viene la cazadora
que cautiva y prende en red amorosa.
Del monte desciende
más linda y hermosa
que el sol cuando sale
siguiendo el aurora;
a la fuente viene,
que corre envidiosa
de ojos y labios
que sus aguas doran.
Fieras y hombres mata la cazadora
que cautiva y prende en red amorosa."
HERACLIO: Me pareces, descendiendo,
si verdad quieres que trate,
al sol que se va poniendo,
garza que al suelo se abate,
y alba que viene rïendo
su tardanza. Por mi mal,
la fuente está murmurando
entre dientes de cristal,
entendiendo está y brindando
esos labios de coral.
Hizo que a tus movimientos
tenga mis ojos atentos
por podérteme ofrecer.
Sangre quisiera tener,
como tengo pensamientos.
MITILENE: ¿Son honrados?
HERACLIO: Bien nacidos
y como en creer no tardan,
salen del alma atrevidos,
llegan a ti y se acobardan,
y vuelven arrepentidos.
Después que entre fieras tratan,
tus manos matan las fieras,
nuestras vidas arrebatan,
y a mí tus ojos me matan,
que son del sol sus esferas.
MITILENE: ¿Cómo estás tan cortesano?
HERACLIO: Con amor teme el tirano,
oye el sordo y habla el mudo,
calla el loco, entiende el rudo
y es político el villano,.
MITILENE: Yo en el grado que te quiero
a ninguno quise bien.
HERACLIO: Dulce amor, ¿qué más espero?
Dadme alegre parabién
de este favor lisonjero.
MUSICO 1: ¿Cómo de caza te ha ido?
MITILENE: A tiempo has interrumpido
su plática regalada.
En la espesura intricada
un ciervo dejo herido.
Entre robles se escondía,
paciendo tomillo tiernos,
y como el cuerpo encubría,
mostrando un árbol de cuernos,
roble seco parecía.
Movióse en espacio breve.
Así dije: "Lo que veo
ciervo es que pace, o bebe,
porque aquí no canta Orfeo,
el que los árboles mueve".
Disparéle satisfecha
una jara tan derecha,
que al medroso ciervo dio
y por el monte abajó
más ligero que una flecha.
Por heridas bocas iguales
sangre y espuma vertía,
y así dejaba señales,
que la tierra parecía
copos de nieve y corales.
Corrió al fin tan diligente,
que llegó a una clara fuente,
y allí bebiendo y bañando
se está agora desangrando
para morir dulcemente.
HERACLIO: Eres hermosa Dïana,
eres el margen florido
de esta fuentecilla ufana
cuyo cristal has bebido.
Siéntate.
MITILENE: De buena gana.
HERACLIO: Con la música y rüido
del agua blanda, mi dueño
dulcemente se ha dormido,
y su rostro, con el sueño,
rosado está y encendido.
Al valle quiero bajar
por rocas, para enramar
sus cabellos y sus faldas.
MÚSICOS: "Vamos todos por guirnaldas,
dejémosla reposar".
LEONCIO: Puede la música tanto,
que como unicornio vengo
de una cueva que tengo,
húmeda ya con mi llanto.
Castigóme el cielo santo
con afrenta amarga y dura;
mas hoy en la espesura
ha suspendido mi pena
esta voz, que fue sirena
del mar de mi desventura.
A vencer los persas fui,
y en cuernos de la luna
la rueda de la Fortuna
me subió, pero caí;
y en una plaza me vi
con una rueca en el lado;
y así, viéndome afrentado,
a los montes me subí
yo mismo, huyendo de mí
ya que le honor me ha faltado.
¿Qué ninfa por agua viene
a esta fuente clara y pura
que sueño a su margen tiene?
¡O ésta es la misma hermosura
o es la bella Mitilene!
¡Oh, dulcísima ocasión
del estado en que me veo!
¿Si es ella? ¿Si es ilusión?
¿Si es imagen del deseo
que está en la imaginación?
El corazón se ha alterado
como a su dueño ha mirado.
¡Ella es! Yo la despierto;
mas no querrá a un hombre muerto
que tal es un afrentado.
Despierta no me ha querido,
y así he de abrazarla yo
agora que se ha dormido.
Tente, apetito, eso no;
que es amor descomedido.
Entre estos lentiscos quiero
mirarla con afición,
y seré el hombre primero
que se venció en la ocasión
teniendo amor verdadero.
TEODOSIO: Bosques oscuros, que por peregrinos
merecían los célebres pinceles
de Timantes, de Zeuxis y de Apeles,
tenido en el mundo por divinos,
cuyos frondosos y elevados pinos,
verdes hayas, lentiscos y laureles,
cipreses imitáis los chapiteles
y os miráis en arroyos cristalinos,
si de sombra servís a mi enemiga
cuando viene a las fiestas con despojos
de las fieras que mata en la espesura,
decidme dónde está porque la siga
si acaso de las hojas hacéis ojos
para mirar despacio su hermosura.
CRIADO: Sin ser de estos montes planta,
yo podré decirte de ella.
Mírala allí.
TEODOSIO: Imagen bella
de la gloria bella y santa,
luciendo va como viento
entre enebros y lentiscos,
[entre peñascos y riscos]
que en verla me dan tormento.
Atad, pues, a la crüel
que claramente me mata,
más hermosa y más ingrata
que fue otro tiempo el laurel.
MITILENE: ¿Qué es aquesto?
TEODOSIO: Una afición.
MITILENE: ¿Quién me ató?
TEODOSIO: Quien te ha adorado,
un príncipe apasionado.
MITILENE: Mejor dirás tu pasión.
Traidores viles, villanos,
¿qué intentáis, qué pretendéis?
El miedo que me tenéis
os hizo atarme las manos,
fantasmas del blando sueño
en que he estado divertida.
¿Qué queréis?
TEODOSIO: Hallar mi vida.
MITILENE: ¿Quién te la quita?
TEODOSIO: Mi dueño,
yo te di mi libertad
y agora me has de querer,
o por fuerza he de vencer
tu rebelde voluntad.
MITILENE: ¿Cómo has de poder forzarla,
pues aún no la fuerza Dios?
TEODOSIO: Dándote muerte. Los dos
de un árbol podéis atarla;
con sus flechas ha de ser
muerta, si mi gusto niega.
LEONCIO: (Yo quiero ver dónde llega Aparte
el brío de esta mujer).
MITILENE: Bárbaro, que nombre cobras
de traidor en pensamientos,
en el alma, en los intentos,
en palabras y en las obras.
Plega a Dios que te diviertan
el alma eternos pesares
y las flores que pisares
en serpientes se conviertan.
Sígate un oso herido
para que más bravo sea,
un tigre que no vea
los hijuelos que ha parido,
un toro agarrocheado
encuentres y un elefante;
que tengas siempre delante
un áspid recién pisado;
fieros leones encuentres
que salgan de la cuartana,
porque con rabia humana
te sepulten en sus vientres.
Haz desatarme, traidor,
y nuestras fuerzas probemos.
TEODOSIO: En mi pecho hay dos extremos:
que aborrezco y tengo amor.
Si en la parte que te adoro
no me dan tus ojos guerra,
de las peñas de la tierra
sacaré la plata y oro;
de las entrañas saladas
del mar, que sorbe las vidas,
sacaré perlas asidas
de conchas tornasoladas.
Tuyas serán, tú mi dama,
mientras con rayos eternos
dore al toro el sol los cuernos,
y el pez argente la escama.
Pero si te demuestras fuerte,
del extraño amor que siento,
saldrá el aborrecimiento
procurándote la muerte.
MITILENE: Rompe mi pecho, traidor,
y un pelícano seré,
que con él sustentaré
mis hijos, que es el honor.
¡Tira! ¡Acaba! ¡Tira!
TEODOSIO: Advierte
que en este mortal estrecho
lo que hay de la flecha al pecho
hay de la vida a la muerte.
MITILENE: Y lo que hay del suelo al cielo
habrá de mis pensamientos
a tus cobardes intentos.
TEODOSIO: (Que me ha de vencer recelo). Aparte
A desnudarla comienza
que, pues presume de fuerte,
menospreciando la muerte
tema su misma vergüenza.
MITILENE: Leona es mi honra, villanos,
que ligada se defiende,
y con los dientes ofende
si está herida en las manos.
Perro seré, que guardando
este honrado proceder,
cuando no pueda morder,
llamaré gente ladrando.
¡Montes, aves, plantas, fieras!
¡Tened en esta ocasión
alma, piedad y razón!
LEONCIO: Sí, tendrán, porque no mueras.
CRIADO 1: Las hojas vienen hablando
a amparar a esta mujer.
CRIADO 2: ¡Huye, señor!
TEODOSIO: Descender
quisiera al valle volando.
MITILENE: ¿Qué fiera, qué labrador,
qué deidad ha pretendido
mi defensa? Angel ha sido
de la guarda de mi honor.
FILIPO: Mientras que yo descanso un rato,
pregunta por algún hombre
a quien llamen de este nombre
y parezca a este retrato.
¡Qué espectáculo divino!
¿No es la gloria que deseo?
En un espejo me veo
mirando lo que imagino.
Dulce jüez y testigo
de mi amorosa pasión,
¿qué es aquesto?
MITILENE: Una traición
que usó el Príncipe conmigo.
Desátame, General.
FILIPO: (Con mi amor, esta ocasión Aparte
ha de perder la opinión
de cortesano y leal.
¡En qué peligro me veo!
Los cielos me están mirando
y aquí me va despeñando
el caballo del deseo.
[El amor me ha desafiado],
la buena ocasión esfuerza.
Gozarla quiero por fuerza;
pero no, que soy honrado.
Yo la voy a desatar.)
MITILENE: ¿No me desatas?
LEONCIO: (Ya tengo Aparte
cuando a desatarla vengo,
otro caso que mirar).
FILIPO: (La ocasión es poderosa: Aparte
hace al cobarde crüel,
ladrón hace al hombre fiel,
a la verdad mentirosa;
traidor hace a el que es leal,
lascivo al más contingente,
riguroso a el que es clemente,
y corto a el que es liberal.
¡Cuántos hombres han estado
en esta resolución
y una pequeña ocasión
ciegos los ha derribado!)
Mitilene, tu hermosura
sirva a esta planta de hiedra
y tú del todo eres piedra
estando inmóvil y dura;
desde el punto que te vi
te adoré; como el soldado
en las batallas que he dado,
nunca la ocasión perdí.
Si ves que te doy la muerte,
¿has de dejarte gozar?
MITILENE: Mil muertes pienso pasar.
FILIPO: (¡Una mujer es tan fuerte Aparte
que la vida ha aventurado
por su honra! No es razón
que venza una tentación
al que quiere ser honrado.
Noble soy y temo a Dios,
honra quiero y Dios es gloria).
LEONCIO: (¡Ay, Filipo, esa victoria Aparte
hemos ganado los dos!)
MITILENE: Buscando voy, deseosa,
uno que me dio la vida.
Luego vuelvo.
FILIPO: Esa huída
es honrada y animosa.
LEONCIO: (Solo queda. La amistad Aparte
que me ha tenido consiente
que agora salga y le cuente
mi extrema necesidad.
Como afrentado he vivido
en los montes retirado,
me siento necesitado
de dineros y vestido.
De pasar me determino
a los persas; y así salgo
a pedir que me dé algo
para ponerme en camino.
Pero dudo, y no estoy cierto
si con este nuevo estado
la condición ha trocado.
Mejor es llegar cubierto.
Vergüenza y desdicha están
en el que a pedir comienza
y es más desdicha y vergüenza
si pidiendo no le dan.)
Caballero, si hay piedad
en los capitanes fuertes,
mi vida está entre dos muertes:
agravio y necesidad.
Yo, como vos, fui soldado
y tuve riqueza alguna,
pero la adversa Fortuna
soberbia me ha derribado.
Rico pensaba morir
y ya vivo pobremente
si no soy como la fuente
que baja para subir.
Otro es ya lo que yo fui;
lo que fueron otros soy.
Mandé en el mundo y ya estoy
sin poder mandarme a mí.
Envidiáronme el estado;
mas ya es mayor en la gente
la lástima del presente
que la envidia del pasado.
Di otro tiempo y no pedí;
no era pobre aunque más diera,
y agora rico estuviera
con lo menos que yo di.
Fue mi estado como un sueño
que gozándolo soñé,
y perdido desperté
y halléle en otro dueño.
Fui arcaduz, siendo mío,
lleno. En la rueda subió
y en otro el agua se vio,
y así he bajado vacío.
Hoy me obliga a que te pida
limosna. Así tu privanza
no padezca la mudanza
de mi desdichada vida.
FILIPO: Tú has mostrado en el cubrir
el rostro que noble has sido,
porque siempre al bien nacido
causa vergüenza el pedir.
Quien viendo al necesitado
a darle no se comide
y a el que con vergüenza pide,
aunque lo pida prestado,
noble no se ha de llamar.
Y así será caso cierto
que tú has de pedir cubierto
y que yo tengo de dar.
Yo en la corte voy subiendo;
mas con miedo de vivir
porque he encontrado al subir
otro que viene cayendo.
Lo que con favor se gana
decir no se puede estado
sino dinero prestado
que es de otro dueño mañana.
Y así, el mío te daría,
mas tanto de él desconfío,
es tan común, que hoy es mío
y tuyo será otro día.
Un grande amigo se vio
en mi peso, en mi privanza;
bajó al mundo su balanza
y así en otra subí yo.
Procura, pues, remediarte
con esos pobres despojos.
Más te diera, y aun los ojos
sus lágrimas quieren darte,
el corazón su piedad,
los brazos un lazo estrecho,
su misma vida mi pecho,
y el alma su voluntad,
mas ya que en adversidades
a ejemplo imitas muy bien,
imítalo aquí también
en recibir voluntades.
Y el irme así no te asombres
que el corazón me has quebrado
en verte tan desdichado
que has menester otros hombres.
LEONCIO: Es pedir mal tan airado
que, después de haber pedido,
y con haber recibido
tiemblo de haberlo pasado.
MITILENE: Si no hay causa que lo impida,
honra y luz de los mortales,
yo te pido agradecida
esas mano liberales
que saben dar una vida.
Más tu venida me honró
que el padre que me engendró,
porque si yo la perdiera
mayor mi deshonra fuera
que la honra que él me dio;
y si saberla guardar
es más que darnos la honra,
padre te puedo llamar
que en guardarme vida y honra
hoy me vuelves a engendrar.
¿Quién eres?
LEONCIO: Dos fui y soy uno.
MITILENE: Extraña naturaleza:
dos hombres asido en uno.
LEONCIO: Dos fuimos yo y mi riqueza;
ya soy pobre y soy ninguno.
MITILENE: ¿Tanto has sentido el perder
que pierdas también el ser?
LEONCIO: Sí, que en haberlo perdido
tan otro soy de el que he sido
que no me has de conocer.
MITILENE: ¿Qué es tu riqueza perdida?
LEONCIO: Vida y honra.
MITILENE: ¡Gran deshonra!
¿Quién fue causa?
LEONCIO: Tu venida.
Por ella perdí mi honra,
quizá mi hacienda y mi vida.
MITILENE: Si te la puedo volver,
como sin deshonra sea,
pídeme.
LEONCIO: Podrás hacer
lo que mi pecho desea
sin ganar y sin perder.
MITILENE: Harélo pues, pero advierte
que tengo de conocerte.
LEONCIO: Cuando ya vivir me sienta.
MITILENE: ¿No vives?
LEONCIO: No, que una afrenta
es mayor mal que la muerte.
[No me pidas más, señora.
MITILENE: Mi sortija te daré].
Esta será desde agora
prenda y fe.
LEONCIO: Estará esa fe
en el alma que te adora.
MÚSICOS: "El alba en las flores su aljófar vierte
para la cabeza de Mitilene".
HERACLIANO: Todos guirnaldas te hacen
de flores cultivadas;
amapolas encarnadas
entre los trigos se nacen;
romero que en las montañas
flor [olorosa] nos deja
de quien saca miel la abeja
y ponzoña las arañas;
flor de gayomba amarilla
[verde aún en el invierno];
toronjil y trébol tierno
que nos quita la polilla;
poleo, con que las garzas
suelen purgarse en las selvas;
[. . . . . . . . .
. . . . . . . . . .]
[. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .]
HERACLIO: Flores son, pero ningunas
tan finas como mi amor.
MITILENE: Por esas flores pudieras
hallarme ya de otra suerte.
HERACLIO: ¿De qué modo?
MITILENE: Con la muerte.
HERACLIO: ¿Siguiéronte algunas fieras?
MITILENE: Más que fieras --un traidor
que me ha ligado durmiendo;
pero no volverá. Huyendo,
él probará mi valor.
HERACLIANO: Es tanto tu atrevimiento
que ya este viejo desea
saber quién tu origen sea.
MITILENE: Contarélos, estáme atento:
Yo, famoso Heraclïano,
nací en el reino de Persia,
y el cielo me dio aquel nombre,
la desdicha y la nobleza.
Gozó el Rey una serrana,
enamorándose de ella,
que es el rey como le muerte,
que no tiene resistencia.
Encinta quedó aquel día,
y ojalá el cielo le diera
la esterilidad de Sara
aunque entonces no era vieja.
Cumpliéronse nueve meses,
llegó mi parto, y mi estrella
me sacó al mundo, llorando
sus desdichas y miserias.
Nací, pues, y fui crïada
entre los montes y fieras,
y así a la guerra y a la caza
me inclinó naturaleza.
Cazando el Príncipe un día,
con el calor de una siesta,
llegó a la sombra de un pino
y me vio durmiendo en ella.
Desperté sin conocerle;
me avergoncé en su presencia,
que naturalmente todos
a su Príncipe respetan.
La majestad de los reyes
es tan grande y tan severa,
que aunque no los conozcamos,
no provoca reverencia.
Pero la sangre real
que da vida a nuestras venas,
nos dio la afición entonces
con su amistad estrecha.
Nunca fue el Príncipe a caza
que yo a su lado no fuera,
ni sin tenerme presente
descansó en la verde hierba.
Al fin llevóme a la corte;
fui sin gusto, porque en ella
anda la verdad vestida
con máscaras de vergüenza.
Después en su compañía
iba también a las guerras
y más de cuatro naciones
de sólo mi nombre tiemblan.
Creció nuestro mutuo amor
cuando supimos quién era,
y apartónos la Fortuna
con sus mudanzas adversas.
El desdichado Leoncio,
que agora llora su afrenta,
desterrado del imperio,
llegó una noche a mi tienda.
Defendíme de sus brazos,
pero vine sin defensa
por dos livianas heridas
y fui en las suyas presa.
Nunca el Príncipe, mi hermano,
me vio, porque las tinieblas
de la noche lo impedían,
y el ser su victoria cierta.
Pero después no ha sabido
de mí; que, si lo supiera,
mi libertad procurara
a costa de su cabeza.
HERACLIO: Detente, no digas más;
calle, señora, tu lengua
porque me llevas el alma
a tus razones atenta.
Nunca el Rey enamorado
tu dichosa madre viera,
nunca gozara aquel día
su recatada belleza;
nunca tuviera ocasión
de gozarla; nunca fuera
tan generoso y fecundo,
para que tú no nacieras;
nunca el Príncipe cazara;
nunca llevarte quisiera
a la guerra ni a la corte;
nunca al imperio vinieras.
Y ya que todo fue así,
para darme mayor pena,
nunca te vieran mis ojos
que en vano tu luz desean.
Pluguiera al eterno cielo
que humildes padres te diera
el generoso principio
que tiene ya tu grandeza.
Fuera un villano tu padre,
tu patria una noble aldea,
tu sangre como la mía
porque yo te mereciera,
que ya un tosco labrador
no es posible que merezca
mirar el rostro divino
de una gallarda Princesa.
¡Esperanzas mal logradas!
¡Imaginaciones muertas!
¡Afición desengañada!
¡Loco amor, alma indiscreta!
Pero si los propios hechos
suelen suplir la nobleza,
que a los que nacen humildes
la naturaleza niega,
a los ejércitos voy.
¡Y por el Dios que gobierna
un mundo, cuatro elementos,
once cielos y una Iglesia!,
que en las ásperas montañas
no has de verme hasta que tenga
ganadas por estas manos
honra propia y fama eterna.
Mis hazañas han de darme
lo que a ti naturaleza,
si acaso querrás entonces
que tus favores merezca.
MITILENE: Escucha, Heraclio, detente.
HERACLIANO: Hijo, aguarda, oye, espera.
Una vez determinado,
difícil será su vuelta.
¡Ah, sangre conocida,
cómo te inflamas y alteras
con la bizarra memoria
de generosas empresas!
Algún día querrá el cielo...
MITILENE: ¿No es labrador?
HERACLIANO: Sí, que siembra
esperanzas de un imperio
y ha de coger fruto de ellas.
CRIADO: La Emperatriz, mi señora,
viene a verte.
MAURICIO: Enhorabuena,
que si ha llegado mi hora,
culpas que esperan tal pena
piden tal intercesora.
AURELIANA: Llámame Tu Majestad
y así he venido, señor,
a tu voz con humildad,
con paciencia a tu rigor
y con gusto a tu piedad.
Bien puedes ser riguroso,
que tanto como piadoso
te he de querer y estimar.
MAURICIO: Hoy ha empezado a temblar
mi corazón animoso.
Devota, santa, piadosa,
pacífica, religiosa,
discreta, humilde, obediente,
mártir que sufre paciente
mi condición rigurosa,
ruega a Dios, pues es tu amigo,
que en la muerte que me envía
se resuelva mi castigo;
ampárame, santa mía,
yo mismo fui mi enemigo.
Ave soy, que no he volado
porque, del cebo engañado,
en la red del mundo di;
pez he sido, que me así
del anzuelo del pecado.
Nave del mundo es mi pecho,
que de vicios se cargó;
mas ya llegando al estrecho,
mis pensamientos y yo
pedazos nos hemos hecho.
Árbol he sido lozano
que en flores pasé el verano,
pero el invierno ha venido
y sin fruto me ha cogido,
que tal es un mal cristiano.
Ha sido con propriedad
primavera mi [niñez],
otoño mi mocedad,
y así será mi vejez
el invierno de mi edad.
Virgen he sido dormida,
que sintiendo la venida
del Esposo, desperté,
y sin aceite hallé
la lámpara de mi vida.
Préstame lo que has guardado,
Virgen cuerda, mujer fuerte,
que ya mi Esposo ha llamado
a las puertas de la muerte
y temo verle enojado.
FILIPO: Con diligencias no pocas,
entre los montes y rocas
un labrador he hallado
con las señas que me has dado
y con el nombre de Focas.
MAURICIO: Este es el mismo villano
que yo soñaba; éste viene
a ser conmigo inhumano.
¡Qué extraño aspecto que tiene!
¡Cómo parece tirano!
Tiemblo de haberle mirado;
éste será mi cuchillo.
FILIPO: Con su muerte estás guardado.
MAURICIO: ¿Cómo podré yo impedillo
si Dios lo ha determinado?
FILIPO: Es un cobarde.
MAURICIO: Pues de él
será razón que se guarde
el valiente y el fïel,
porque siempre, el que es cobarde
es traidor y así es crüel.
Mas yo no me he de guardar;
mis culpas quiero pagar
y a mi Dios tendré contento,
regalando el instrumento
con que me ha de castigar.
¿Quién eres?
FOCAS: Un monstruo fui.
MAURICIO: ¿Y tus padres?
FOCAS: Mi fortuna
y el mar, porque en él nací,
y una barca fue mi cuna
hasta que a tierra salí.
Un pescador me sacó
y como a mí me crïó
con palmas y verdes ovas
y leche de mansas lobas,
soy melancólico yo.
Con esta melancolía
me suele dar un furor
que imagino cada día
que mato al Emperador.
Esta locura es la mía.
Salí, crïéme, y crecía;
entre estos montes viví;
en tus palacios estoy;
yo mismo no sé quién soy
quién he de ser ni quién fui.
MAURICIO: Este prodigio se note.
FILIPO: Mátalo, ten confïanza;
tu sangre no se alborote.
MAURICIO: Mira que es mala crïanza
quitarle a Dios el azote.
FILIPO: Si es, al contrario, mentira
cualquier suceso soñado,
en él se convierta.
MAURICIO: Mira
que tengo a Dios enojado
y será darle más ira.
FILIPO: La defensa es natural
y hasta el bruto irracional
quiere conservar la vida.
MAURICIO: Mata, pues, a mi homicida.
Pero no, que es mayor mal.
Si he de pagar de esta suerte
mis pecados, ¿no es mejor
que los pague con la muerte?
FILIPO: Dios perdona al pecador.
MAURICIO: Mátalo. Mas oye, advierte
Si Dios me ha de castigar,
y yo le quiebro esta vara,
¿otra le puede faltar?
FILIPO: Claro está, no faltara.
MAURICIO: Pues no le quiero matar.
FILIPO: Quizá Dios te ha perdonado.
MAURICIO: Dale la muerte. Detente.
¿No será mayor pecado
matar a un hombre inocente
en sueños sólo culpado?
Viva pues.
FILIPO: Temo, señor,
tus sueños.
MAURICIO: También los temo;
dale muerte.
FOCAS: ¿Qué rigor,
qué mal, qué agravio, qué extremo
cometió este labrador?
MAURICIO: Déjalo, bien dice. Espera,
no me niegue Dios su luz;
darle un abrazo quisiera
por abrazarme a la cruz
donde Dios quiere que muera.
Llégate a mí, labrador,
llégate, que ya es amor
la amenaza de matarte;
llega, que quiero abrazarte.
FOCAS: Pues, ¿ cómo a mí, gran señor?
MAURICIO: Tus brazos un lazo son
de mi vida muy estrecho.
¡Ay, Dios, qué extraña pasión!
Un gran mal siento en el pecho
que me abrasa el corazón.
Si a ser mi muerte has venido
con el temor que he tenido
vencer mi muerte pretendo;
que no la teme muriendo
quien viviendo la ha temido.
Como un hombre de importancia,
regalado ambos a dos,
perdónete tu ignorancia.
FOCAS: ¿Qué es aquesto?
AURELIANA: Déle Dios
su don de perseverancia.
MAURICIO: Figura que, pasando el tiempo, engaña,
flor que marchita el caluroso estío,
ampolla hecha en el agua ya por frío,
correo de la muerte, débil caña;
sombra que hace tela de una araña,
ave ligera, despeñado río,
hoja del agua y veloz navío
que navega este mar a tierra extraña;
un punto indivisible, un breve sueño,
corrido sueño y muerte prolongada
es la vida del hombre desabrida.
¡Miserable de mí!, si es tan pequeño
el curso de mi edad, que es casi nada,
¿por qué pasé tan mal tan corta vida?
FIN DEL ACTO SEGUNDOACTO TERCERO
Sale un ejército de soldados en orden de guerra, y el parche tocando adelante, detrás dos CAPITANES
CAPITÁN 1: ¡Rimbombe el son del sonoroso parche,
publicando el motín que se ha movido!
CAPITÁN 2: El ejército quiere que elijamos
emperador que ampare nuestra iglesia.
CAPITÁN 1: Desnúdase la púrpura Mauricio
y muera en su vejez su infame vicio.
LEONCIO: Romanos, capitanes del ejército,
los que siempre mostrasteis vuestros ánimos
en caso de fortuna adversa o próspera,
soldado valerosos que el Impérïo
tenéis en vuestros hombros, conservándole
contra las fuerzas de naciones várïas,
mirad de la Fortuna el espectáculo,
que las entrañas de los montes ásperos
enternecer podrán, causando lástimas;
contemplad la rüina y la misérïa
de un hombre que se vio en los Elíseos
y resbalando por los aires lóbregos
al abismo bajó, profundo y cóncavo;
estimado me he visto entre los césares
que sólo me faltó vestir la púrpura,
y agora entre las bestias más selváticas
alimentos me dan silvestros árboles;
Leoncio soy, si duran las relíquïas
de este nombre infelice en las memórïas;
miradme, si podéis, no dando lágrimas;
contemplad de mi vida el caso trágico.
Yo fui el que vencí los medos y árabes,
yo puse el yugo a la cerviz indómita
de los partos feroces y los vándalos,
y del imperio dilaté los límites;
un segundo Jasón del mar de Océano
me llamaron a mí los fuertes húngaros,
y vosotros, un Hércules católico,
que al mundo daba vueltas, hecho un émulo
del sol, que vueltas da por los dos trópicos;
mas ya después que el infinito número
de los persas venció nuestros ejércitos,
lloro mi afrenta triste y melancólica;
veis aquí el premio de mis nobles méritos.
Éste es el triunfo raro y honorífico,
éste es el galardón que dan los príncipes,
y aqueste el corazón, que con espíritu
pensaba de imitar a los elíopos.
Con esta débil rueca se vio en público.
Capitanes invictos y magnánimos,
¿qué premios esperáis de un rey colérico?
Agravio es vuestro y yo muero llorándolo;
si aunque el mundo venzáis del Austro al ártico,
y de nuevo ciñáis a los antípodas,
discrepando una vez de casos prósperos,
mi afrenta habéís de ver en vuestros ánimos.
¿No os lastima mi mal? ¿No os causa cólera?
¿No altera vuestra sangre esta ignomínïa?
¿No lloran vuestros ojos, apiadándose?
¿No late el corazón sus alas próvidas?
En vuestros pechos fuertes, ya tan fáciles,
si ya el Emperador es otro Cómodo,
e imita con sus vicios a Heliogábalo,
¿qué esperáis, capitanes, defendiéndole?
Elegid, elegid otro pacífico,
justiciero, clemente, afable y próspero.
Mauricio en el gobierno está decrépito,
aunque en la vida sigue a los sobérbïos.
Mírenme todos ya, compadeciéndose,
vestido de unas pieles, como sátiro,
huyendo de las gentes, más que un bárbaro.
Eximid, eximid nuestra república
del tirano poder de aqueste sátrapa
que a Roma desampara y al pontífice.
¡Viva la gloria del eterno artífice!
CAPITÁN 1: ¡Viva Leoncio! ¡Désele el Imperio,
la púrpura se vista!
TODOS: ¡Viva, viva!
CAPITÁN 2: Mauricio es avariento y no nos paga;
un soldado queremos que gobierne
el Imperio de Oriente.
TODOS: ¡Viva, viva!
LEONCIO: Ejército romano, yo no pido
que carguéis esa máquina en mis hombros;
no soy Hércules yo, no soy Atlante,
que sufra tanto peso en mis espaldas.
TODOS: A Leoncio queremos.
CAPITÁN 1: El ejército
da voces, eligiéndote. Corona
tus sienes de laurel. Púrpura viste.
LEONCIO: ¿En efecto el ejército me elige?
TODOS: Sí.
LEONCIO: ¿Soy Emperador?
TODOS: ¡Viva Leoncio!
LEONCIO: Pues que ya de común consentimiento
el Imperio me dais, y yo lo acepto,
lo primero que mando es que Leoncio
no viva ya afrentado, y a mi cargo
tomo su agravio y honra; su persona
por leal al Imperio le declaro,
y pues no tuvo culpa en ser vencido,
bastón de General le restituyo.
¿Venís en ello?
CAPITÁN 2: Siendo tú Leoncio,
y siendo Emperador, venga tu agravio.
LEONCIO: No es bien que Emperador y alto Monarca
satisfaga el agravio de Leoncio,
y ya que General honrado vivo,
el Imperio, la púrpura renuncio,
porque el mundo entienda que no pretendo
riqueza ni interés, sino el bien público.
Mi nombre, pues, venció mi ánimo altivo.
CAPITÁN 1: ¿Quién lo ha de ser? SOLDADO 1: Justino. CAPITÁN 1: Es muy cobarde. SOLDADO 2: Filipo, el general. CAPITÁN 1: No querrá serlo. CAPITÁN 2: Germano Quinto sea. SOLDADO 2: Es avariento. CAPITÁN 2: Persio Cuarto. SOLDADO 2: Es loco. LEONCIO: Demeterio. CAPITÁN 1: Es muy crüel. SOLDADO 1: Sea Liberio. SOLDADO 2: Es viejo. LEONCIO: Tómense votos, llámese a consejo.
¿Quién ha visto prodigio semejante?
Una águila caudal entre las uñas
una espada se lleva. Ya la deja
en medio del ejército, y ligera,
la lóbrega región del aire corta,
oponiéndose al sol con ojos firmes.
La espada levantemos.
CAPITÁN 2: Letras de oro
al pomo de la espada están grabadas.
LEONCIO: ¿Y dicen?
CAPITÁN 2: "Tenla y reina sólo un día".
LEONCIO: ¡Temeroso portento! La cuchilla,
¿qué tal es?
CAPITÁN 1: En la vaina está aferrada;
que mi fuerza no basta a desasirla.
CAPITÁN 2: Pruebo a sacarla yo. ¡Difícil caso!
LEONCIO: Dámela a mí también; es imposible.
Capitanes, ya entiendo este prodigio;
esta espada se cuelgue de este árbol
y todos los soldados uno a uno
a quitarle la vaina lleguen luego,
y aquel que desnudarla mereciere,
es el dueño, sin duda, a quien el cielo
esas letras escribe, y quien conviene
que el Imperio gobierne.
CAPITÁN 1: Bien has dicho;
pongámosla en los ramos de este árbol,
y a recoger se toque porque lleguen
los soldados al campo no vencido.
¡Oh, Fortuna mudable! Ayuda agora
aqueste corazón, brazos y pecho.
¡Mal haya mi desdicha! No la arranco.
SOLDADO 1: Brazos y manos, yo seré Cósroes,
un Escévola he de ser y he de quemaros
si no la desnudáis.
¡Oh, voto a Cristo!
SOLDADO 2: Hoy pienso renegar de mi fortuna
si no la desenvaino.
¡Voto al cielo,
que es arrancar un monte! Hoy reniego
mil veces de mí mismo y de mi fuerza.
CAPITÁN 2: Aguila parda, que en tus uñas negras
diste la espada, si eres algún diablo,
vuelve por mí si no la desenvaino.
Mas ya puedes volver, que soy un puto.
FOCAS: Inconstante Fortuna, cielo airado,
¿qué pretendes haber de un miserable
que en el mundo no cabe su desdicha?
Soberbio mar, ¿por qué me anegaste
en las hinchadas olas, que crïaban
tus espumas azules y salubres,
cuando de ti nací, como otra Venus?
Fieras del monte, ¿cómo me negastes
el funesto sepulcro en las entrañas
cuando lecho me disteis desabrida?
Nunca sintiera tanto la miseria
en que agora he venido, y no me viera
aborrecido del linaje humano.
Arboles verdes, sustentad mi cuerpo;
tú, lazo estrecho, aprieta mi garganta.
Ciega el órgano ya, por donde expira
el pulgón de este cuerpo desdichado.
CAPITÁN 1: ¡Oh, bárbaro sin fe, espera! ¿Qué intentas?
FOCAS: Dar desdichado fin a mis desdichas.
Rematar una vida lastimosa
que aborrecen los hombres y los cielos.
CAPITÁN 2: ¿Por qué pierdes agora la paciencia?
FOCAS: Porque naciendo, no conozco padres.
Porque viviendo, nunca tengo gusto.
Porque estando en los montes con pobreza,
el pasado bochorno del estío
y la nevada escarcha del enero,
a los palacios de Mauricio vine,
y siendo de su mano regalado,
el Príncipe, envidiando mi desdicha,
aun los pobres sayales me ha quitado
y me escapé huyendo de la muerte.
LEONCIO: Dinos tu nombre.
FOCAS: Yo me llamo Focas.
LEONCIO: Un hombre que nació tan infelice
algún suceso no pensado espera.
Llégate a desnudar aquella espada.
SOLDADO 1: ¿Un bárbaro que está desesperado,
y que casi le quitan de la horca,
también ha de probar y entrar en suerte?
LEONCIO: ¡Válgame Dios, qué prodigio extraño!
¡Focas, Emperador!
CAPITÁN 1: El cielo quiere
que Emperador tengamos prodigioso.
SOLDADO 1: ¡Focas, víctor!
CAPITÁN 1: Corónense sus sienes
del precioso laurel que Roma estima.
¡Víctor es Focas!
TODOS: ¡Viva, viva Focas!
FOCAS: Soldados, capitanes valerosos,
¿burláis de mí?
CAPITÁN 1: Si tuyo es el imperio,
de púrpura te viste, y con diadema
adorna la cabeza, que es del mundo.
De la silla quitemos a Mauricio.
Focas la ocupe y acometa al campo
a los muros que honró Constantinopla.
FOCAS: Cielos eternos, ¿cómo tenéis juntos
los extremos mayores de este mundo?
¡Ah, rueda de Fortuna varïable,
vueltas extrañas das! Tente, Fortuna.
¿Emperador soy ya?
TODOS: Sí, ¡viva Focas!
FOCAS: Mauricio, ¿no lo es?
TODOS: ¡Muera Mauricio!
FOCAS: Yo acepto; acometamos al palacio
porque quiero emprender la monarquía
aunque me dure sólo un breve día.
LEONCIO: Aunque a Mauricio persigo,
me desmaya y desatina
su riguroso castigo;
que al bien nacido lastima
el daño de su enemigo.
Dejar pienso descuidado
el ejército alterado,
y todo lo que es mal hecho,
aunque venga en su provecho,
le aborrece el que es honrado.
HERACLIO: ¿Quién gobierna en el real?
LEONCIO: Yo. ¿Hete parecido mal?
HERACLIO: Tu persona, no tus pieles.
En ejércitos crüeles
una fiera es general.
LEONCIO: ¿Qué quieres?
HERACLIO: Ser alistado.
LEONCIO: ¿Cansóte el ser labrador?
HERACLIO: Siento en mí un ánimo honrado
y aspiro a más.
LEONCIO: Es valor.
Sígueme, nuevo soldado.
TEODOSIO: [De] emperador inhumano
y no de padre piadoso
es tu amor.
MAURICIO: Es cortesano.
No vivas tan envidioso
de Filipo y de un villano;
porque dar algún favor
a un soldado, a un labrador,
es premio y es regocijo;
no por eso para el hijo
me ha de faltar el amor.
Mis regalos no merece
tu perversa condición,
pues cuando el hijo parece
que sigue su inclinación,
aún el padre le aborrece.
TEODOSIO: ¿Yo soy tu hijo?
MAURICIO: Te crío
por tal, y en tu madre fío.
Si la Emperatriz no fuera
tu propia madre, creyera
que no era tú hijo mío.
Y ella es santa y te parió,
pero a tu padre pareces
porque soy muy malo yo.
TEODOSIO: Un hijo al fin aborreces
que siempre te aborreció.
MAURICIO: ¿Me aborreces?
TEODOSIO: Sí, y desea
mi corazón...
MAURICIO: ¿Qué?
TEODOSIO: Tener
[tu mismo imperio.
MAURICIO: ¡Así sea!]
Pero si malo has de ser,
hecho pedazos te vea.
FILIPO: César invicto, tu peligro nota,
que eres hombre, aunque Rey; teme la muerte,
que el ejército infame se alborota,
y el vulgo novelero ha de ofenderte,
perdida la vergüenza y la fe rota.
¿Quién puede resistirlos? Huye, advierte,
que el animoso, prevenido tarde,
hace al valiente tímido cobarde.
El confuso tropel desordenado
al que tiene tu voz derriba y mata;
el erario común ha despojado,
que es prodigio el amor de ajena plata.
Con cólera y furor desenfrenado
alcázares derriba y desbarata.
En efecto, señor, sus viles bocas
callan tu nombre y apellidan Focas.
El vulgo, como toro, en voz del Papa
te viene a acometer. No son eternos
los reyes. Si no es Dios, nadie se escapa.
Sacude por los hombros los gobiernos,
el mundo universal sirve de capa.
Has dejado el Imperio entre los cuernos;
correr podrás sin carga [nutrida],
que el más dulce reinar es tener vida.
MAURICIO: Ampara a el que te engendró,
templa esas entrañas fieras.
TEODOSIO: Fénix soy, "César o no";
que he menester que tú mueras
para que empiece a vivir yo.
MAURICIO: Hijo, en tu amparo me fundo.
TEODOSIO: Soy un Hércules segundo,
tú, viejo Atlante, y por eso
te quiero quitar el peso
de la máquina del mundo.
Sin duda el vulgo desea
que Emperador venga a ser.
MAURICIO: Plega al cielo que así sea;
pero si malo has de ser,
hecho pedazos te vea.
Filipo, pues me tuviste
siempre, como noble, amor,
el ejército resiste.
FILIPO: Escóndete ya, señor,
que tus palacios embiste.
Pueblo ciego y atrevido,
¿no veis que traición ha sido?
SOLDADO 1: La libertad se desea.
FILIPO: el Rey, aunque malo sea,
ha de ser obedecido.
¿Por qué la espada se toma
contra nuestro Emperador?
SOLDADO 2: Porque con tributo doma
la gente, y no dio favor
al Pontífice de Roma.
FILIPO: Ya le dio, volvéos atrás.
Señor, ¿adónde te vas?
MAURICIO: Aunque huyendo así me fui,
confuso me vuelvo atrás.
FILIPO: Vete, no te hallen aquí.
SOLDADO 1: Prenderle tenemos.
FILIPO: Antes
con sangre habéis de ablandar
esos pechos de diamantes.
SOLDADO 2: Servirános de incitar
que somos como elefantes.
FILIPO: Tente, ejército crüel;
que he de morir antes que él.
Huye, ¿no ves lo que pasa?
MAURICIO: Es laberinto mi casa
que no acierto a salir de él.
Huyo y vuelvo turbado
al mismo puesto. ¡Ay de mí!
¡Pecador y desdichado!
FILIPO: Soldados, vengo yo así
porque es de Dios sólo el dado.
Y aquel rigor y malicia
con máscara de justicia
os ha cubierto los ojos.
Quebrad en estos despojos
la cólera y la codicia.
Templad, templad vuestros [hechos];
saquen estos eslabones
lumbres de fe en vuestros pechos.
¿En el peligro te pones?
Escóndete en [estos techos].
Huye, señor, de palacio
mientras que yo los regracio.
Tomad. Tomad.
SOLDADO 2: Vuelta al juego.
MAURICIO: Hüí de prisa, mas luego
aquí me vuelvo despacio.
La majestad ofendida
de mi Dios me causa asombros.
FILIPO: Sube en mi espalda atrevida,
que Atlante serán mis hombros
de los cielos de tu vida.
Aunque me huelles y pises,
a la parte que ir deseas,
será con que me avises
que soy como católico Eneas
de un viejo y cristiano Anquises.
Tu libertad así fundo,
huyendo iremos los dos,
pues soy Cristóbal segundo,
y tú pareces a Dios
porque pesas más que un mundo.
Mover no puedo la planta.
¡Quién fuera agora Atalanta
o Dédalo en el andar!
MAURICIO: A quien Dios quiere humillar,
en vano el hombre levanta.
FILIPO: Montes sustento pesados
y el dejarte me lastima
entre bárbaros soldados.
MAURICIO: Bien dices, que traes encima
el monte de mis pecados.
Poco importa tu servicio
si la mudable Fortuna
me derriba, si es su oficio,
y no basta una coluna
por tan bajo edificio.
¿Qué confusos sobresaltos
son estos? De mal tan fuerte
no estamos los reyes faltos,
que es como el rayo la muerte
que rompe edificios altos.
¡Ay, hija amada!, quisiera
que el ejército tuviera
benignidad de elefante
para ponerte adelante
como inocente cordera;
mas el lobo hace la presa
en el cordero mejor.
Llévalas, Filipo, apriesa,
y vivan por tu valor
la Emperatriz y Princesa.
AURELIANA: Huyamos, aunque primero,
por si vives y yo muero,
digo, señor, que temiendo
el caso que estamos viendo,
he guardado tu heredero;
a Teodosio no parí;
Heraclio es el que he parido,
que está en los montes; y así,
porque sea conocido
tu sortija real le di,
y Heraclïano le cría.
Perdona y guárdete Dios.
MAURICIO: Extrañas nuevas me envía.
Procurad vida a los dos
y mejor que fue la mía.
AURELIANA: Vete, señor, a esconder.
MAURICIO: No es posible lo que dices.
Soy árbol que en mal hacer
eché en el mundo raíces
y no me puedo mover.
TEODOLINDA: Abrazos y alma pretendo
darte, siempre agradecida.
MAURICIO: Los brazos estás haciendo
puntales, porque es mi vida
pared que se está cayendo.
Llévalas, Filipo, luego
que en lágrimas las anego.
FILIPO: Salgamos a las montañas.
TEODOLINDA: Bañando van mis entrañas
montes de nieve y de fuego.
MAURICIO: La muerte habéís de temer,
que es toro que está en la plaza,
y yo la capa he de ser
que mientras me despedaza
en cobro os podéis poner.
CAPITÁN 1: Todo el palacio rendido
tienes ya.
FOCAS: Verme deseo
de la púrpura vestido,
ya que en la rueda me veo
de la Fortuna subido.
CAPITÁN 2: ¿Cómo Mauricio no muere?
SOLDADO 1: Deja esa ropa, que quiere
vestirla el Emperador.
MAURICIO: Si la merece mejor,
Dios le guarde y prospere.
Cabeza he sido de Europa;
mas a quitármela viene
el ejército de tropa
y hombre que cuerpo no tiene.
Bien podrá pasar sin ropa.
SOLDADO 2: Déjanos, señor, ponerte
esta ropa.
TEODOSIO: ¡Feliz suerte!
MAURICIO: Pues venís a desnudarme,
bien cerca estoy de acostarme
en la cama de la muerte.
FOCAS: Para quitar la ocasión
de que se me atrevan otros,
acabe la pretensión
de aqueste, y a cuatro potros
le ligad.
TEODOSIO: Sucesos son
y admiración de soldados;
pero los cielos pretenden
que mueran despedazados
hijos que la madre ofenden,
soberbios y mal crïados.
FOCAS: Pues que el Imperio procura,
désele esta muerte dura,
que estando así dividido
vendrá a ser su sepultura.
MAURICIO: Hijo, si mueres, advierte
que a Dios lágrimas le des;
que quien muere de esta suerte,
cisne de esta margen es,
que da música a la muerte.
TEODOSIO: Si sus obsequias cantando
muere el cisne, yo hombre soy,
que nace y muere llorando.
FOCAS: Mi tapete has de ser hoy,
porque quiero pisar blando.
No quiero alfombra ninguna,
que en tu vejez importuna
quiero que estriben mis pies
en señal de que ésta es
la rueda de la Fortuna.
MAURICIO: Soberbio en tu trono estuve
y Dios, que es investigable,
hoy me derriba y te sube,
antídoto saludable
de la soberbia que tuve.
Un soberbio emperador
tenga la pena y molestia
de Nabucodonosor;
que es bien que padezca bestia
el hombre que es pecador.
FOCAS: Si un Alejandro esculpido
el mundo en el pie ha tenido,
a ser más eterno vengo;
que el mundo en las manos tengo
y a los pies quien le ha regido.
¡Oh, tragedia nunca oída!
¡Fortuna desconocida!
¡Confusión de Babilonia!
Basta ya esta ceremonia.
Quitadle la vieja vida.
Atravesadle en el pecho
ésta.
MAURICIO: Labrador bizarro,
¿por qué tanto mal me has hecho?
Pero, como soy de barro,
fácilmente me has deshecho.
Con regalos, con terneza,
tu extraña naturaleza
traté, bien puedes decillo;
mas, ¡ay!, que afilé el cuchillo
para cortar mi cabeza .
FOCAS: Ten paciencia; Dios lo ordena
por sus secretos jüicios.
MAURICIO: Su madre, de gracias llena,
alcance de él, que mis vicios
se purguen con esta pena.
HERACLIO: (Su muerte está recelando Aparte
mi triste imaginación;
los ojos están llorando,
pulsando está el corazón,
los brazos están temblando.
¿Qué es aquesto? ¿Ajeno mal
me lastima de esta suerte?
¿O es el temor natural
con que acobarda la muerte
el ánima racional?)
SOLDADO 2: ¿Cómo lloras tú, criatura?
HERACLIO: El no llorar ni gemir,
mirando una sepultura
o viendo a un hombre morir,
no es valor sino locura.
FOCAS: Con un aplauso pomposo
publicad que soy del suelo
Emperador prodigioso,
y si espada me da el cielo
conviene ser religioso.
SOLDADO 2: Ya está el pecho atravesado.
FOCAS: Muera, sólo porque sea
hasta en morir desgraciado,
y sólo su muerte vea
ese villano o soldado.
MAURICIO: Gracias a Dios podré dar,
pues debiéndole esta muerte,
hoy la ha venido a cobrar
porque no hay dolor más fuerte
que es deber y no pagar.
Vida a censo le he pedido,
porque más que pobre he sido;
mas, pues eres liberal
y te pago el principal,
hazme suelta en lo corrido.
Y si quieres ser pagado
por entero, dame luz
para buscarlo prestado
en el banco de la cruz
donde estoy acreditado.
HERACLIO: Viendo su sangre vertida,
y con lastimosas penas,
la que a mi cuerpo da vida
siento alteradas las venas,
aunque no soy su homicida.
MAURICIO: ¿Qué es aquesto, muerte airada,
que siendo tú tan impía,
asombras imaginada
y con verte cada día
te tenemos olvidada?
Eres cierta, eres dudosa,
soberbia, fuerte animosa,
al mismo Dios atrevida,
y el que viviendo lo olvida,
te halla más peligrosa.
HERACLIO: Señor, a vuestra flaqueza
sirva de ánimo mi pecho,
de consuelo mi tristeza,
mis brazos sirvan de lecho,
de almohada mi cabeza.
En tal ansia y agonía
tened en mí compañía;
no muráis solo, señor,
que es la desdicha mayor
que Dios en la muerte envía.
MAURICIO: Yo quisiera agradecerte
este favor que me has dado.
¿Quién eres, que en sólo verte,
parece que me has dorado
la píldora de la muerte.
Compadécete de mí,
que soy viejo y mozo fui,
y una residencia espero;
que he sido Rey, aunque muero
tan pobre como nací.
¿Quién eres?
HERACLIO: Soy un villano
labrador.
MAURICIO: Cualquier cristiano
un labrador de Dios es,
y las otras son las mies,
una es paja y otra es grano.
¿Cuál tendré de aquestas dos?
Paja podrá decir Roma.
HERACLIO: También tendréis grano vos,
en que pique la paloma
del espíritu de Dios.
MAURICIO: Dime ya tu nombre, hermano.
HERACLIO: Heraclio.
MAURICIO: ¿Quién te crïó?
HERACLIO: El famoso Heraclïano.
MAURICIO: ¡Válgame Dios! ¿Quién te dio
la sortija de esta mano?
HERACLIO: La Emperatriz, mi señora.
MAURICIO: Calla, Heraclio, calla agora;
en el alma me ha desmayado
este gusto demasiado.
HERACLIO: ¡Qué tiernamente que llora!
Y por más me lastimar
quedó del hablar ya falto.
MAURICIO: Viendo la muerte tardar,
ha llamado al sobresalto
para acabar de matar.
¿Qué dices, Heraclio? Calla,
porque breve vida siento.
La muerte quiere quitalla,
y la defiende el contento,
y están los dos en batalla.
¿Tú eres Heraclio?
HERACLIO: Yo soy.
MAURICIO: ¡Que así a conocerte vengo,
mi Heraclio! Muy pobre estoy;
una hora de vida tengo,
en albricias te la doy.
Ya he de morir, no me aflijo.
Abrázame.
HERACLIO: ¡Qué afición!
MAURICIO: Tú sin duda eres mi hijo,
que lo dice el corazón
con último regocijo.
Como en mi pecho te pones
y junto los corazones,
de sentir sus movimientos
conozco tus pensamientos
y sé tus inclinaciones.
¿No sientes que eres mi hijo?
HERACLIO: Muéstraslo, a mi parecer,
en morir con regocijo,
y yo lo doy a entender
en lo mucho que me aflijo.
MAURICIO: ¿Tu sangre, Heraclio, no siente
la alteración de mi pecho,
siendo tu imagen presente?
Dame ya un abrazo estrecho
para morir dulcemente.
La muerte me martiriza,
que en desdicha fénix soy,
y en ti mi fe se eterniza
porque has venido a ser hoy
gusano de mi ceniza.
Por librarte y defenderte,
entre montes te han crïado;
vive encubierto y advierte
que aborrezcas el pecado,
que fue causa de mi muerte.
Si el Imperio pretendieres
y la púrpura vistieres,
ampara como cristiano
al Pontífice romano
cuando en peligro le vieres,
que es la llave que abrir sabe
el arco en que Cristo cabe,
y así guardarle conviene,
porque, si guardarnos tiene,
¿cómo puede abrir la llave?
Nunca tengas olvidada
la muerte y eterno abismo,
pues tu principio no es nada,
y has de volver a ese mismo
en el fin de la jornada.
El mundo es mar que anegando
anda aquel que a Dios no halla;
no peques pues, y en pecando,
la penitencia es la talla
en que has de salir nadando.
Toma siempre el buen consejo,
honra al clérigo y al viejo;
reparte a pobres tus bienes,
y por si soberbia tienes,
pobre y humilde te dejo.
Infeliz puedes llamarme,
y en la desdicha imitarme,
que un mundo te pude dar
ayer, y hoy has de buscar
limosna para enterrarme.
HERACLIO: Señor, bendición te pido,
ya que en la voz y en el tacto
por Jacob me has conocido.
MAURICIO: Dios te bendiga.
HERACLIO: ¡Qué acto
para un pecho endurecido!
MAURICIO: Abrázame ya, que entiendo
que con el grave dolor
el alma se va saliendo.
En vuestras manos, Señor,
este espíritu encomiendo.
HERACLIO: ¡Ay, años bien fenecidos!
¡Cuerpo helado y sin sentido!
Voces te he de dar; perdona,
que pienso, como leona,
resucitarte a bramidos.
Dísteme el ser de criatura,
y yo quisiera pagarte,
mas tal es mi desventura
que lo más que puedo darte
es la pobre sepultura.
HERACLIANO: ¡Gran mal!
MITILENE: ¿Si es nueva dudosa?
HERACLIANO: La fama de nuevas malas
tiene ligeras las alas
y es la del bien perezosa.
MITILENE: Llegaremos a los muros.
HERACLIANO: Como padre y como viejo,
ni lo mando ni lo aconsejo,
que no estaremos seguros.
FILIPO: ¿Vienes cansada?
TEODOLINDA De suerte
que me ha faltado el aliento.
AURELIANA: Y yo mil desmayos siento.
FILIPO: ¿Son de hambre?
AURELIANA: Son de muerte.
TEODOLINDA: Filipo, ¿dónde nos llevas?
Que pasar de aquí es gran yerro.
FILIPO: En la falda de este cerro
hay, señora, algunas cuevas.
En ella podéis estar
recatadas y escondidas,
para conservar las vidas
que el mundo os quiere quitar.
HERACLIANO: ¡Oh, mi señora!
TEODOLINDA: (Los cielos Aparte
a Mitilene han traído
porque matarme han querido
con hambre, temor y celos.)
HERACLIANO: ¿Adónde vas?
AURELIANA: Voy temiendo
el ejército alterado.
¿Y mi Heraclio?
HERACLIANO: A ser soldado
se me ha venido huyendo;
que sigue su inclinación.
MITILENE: Dame tus manos.
AURELIANA: Los brazos
te he de dar.
MITILENE: Serán los lazos
de mi amorosa prisión.
Bien os podéis esconder
de una escuadra desmandada.
AURELIANA: Filipo, voy desmayada.
FILIPO: Yo buscaré de comer.
No sé si acertado sea
ir por ello a la ciudad.
No, porque es temeridad;
mejor será a alguna aldea.
Pero, ¿cómo, si he quedado
sin dinero ni vestidos,
que todo lo he repartido
en el motín? Cielo airado,
¿qué mudanza es la que miro?
¿En una hora tanto mal?
¡Ya Alejandro liberal,
ya más pobre que [Piro].
LEONCIO: Que me aflige el alma, os digo,
y no es de hombre el corazón
que no tiene compasión
viendo muerto a su enemigo.
FILIPO: ([Viene Leoncio, mi amigo], Aparte
bastón trae de General.
No dudo que en el real
sus cargos antiguos tiene.
Tal estoy, y a tiempo viene
que puede ser liberal;
pero mil vueltas ha dado
en su estado, y yo no sé
si la amistad y la fe
se mudan con el estado.
Quiero llegar embozado
porque el que pide importuna,
y no hay miseria ninguna
a que ya puede venir,
pues la mayor es pedir
a rueda de la Fortuna).
Caballero, mi esperanza
es teatro en quien le fundo;
representé su mudanza
yo, el personaje segundo
de la comedia Privanza.
Luego un capitán triunfando
y después un general,
venciendo y desbaratando,
y ya estoy representando
un pobre a lo natural.
Fui leal porque serví;
vencí por llegar a tiempo
y triunfé porque vencí,
y en un minuto de tiempo
muy rico y pobre me vi.
Representé un vencedor
en la primera jornada,
[luego me vi con honor],
y aquésta, que es la postrera,
representé lo peor.
Si muero de esta caída,
será mi vida tragedia
en desgracia fenecida.
Quiera Dios hacer comedia
del discurso de mi vida.
Hoy tengo a quien sustentar;
aunque es justo el recibir,
tanto en el dar suelo hallar,
que, con ser muerte el pedir,
vengo a pedir para dar.
Dio siempre y jamás pidió
la familia que alimento,
y así soy cigüeña yo,
que quiero darle sustento
al mismo que me le dio.
Y si es pedir un estrecho
que la sangre hace sudar,
un pelícano me ha hecho,
pues que quiero alimentar
con la sangre de mi pecho.
Sólo el mundo es un tablero
en que no hay persona alguna
que no juegue y sea tercero,
el naipe, que es la Fortuna,
me dijo muy bien primero.
Pude al principio ganar;
no me quise levantar.
Perdí todo el resto junto
y estoy esperando punto
para poderme esquitar.
LEONCIO: Mucho tu desdicha siento,
que en el teatro violento
de este mundo y sus locuras,
hice tus mismas figuras
y yo también represento.
Jugué, ganaba, perdí;
otro mi resto ganó,
mas barato le pedí.
Y así, con lo que me dio
al juego otra vez volví.
Suertes he empezado a hacer
aunque, temiendo perder
el naipe de la Fortuna,
no quise parar a una
que emperador pude ser.
Quíseme al fin levantar
y de barato he de dar
lo mismo que recibí
cuando otra vez lo pedí
para volverme a jugar.
Yo recibí buena obra,
y Dios me la dio en empeño;
pagar quiero, tú la cobra,
porque el hombre pobre es dueño
de lo que al rico le sobra.
Aunque nos parecen dadas
las limosnas, son prestadas;
como arcaduces vivimos
que damos y recibimos,
y andan las suertes trocadas.
(Este tiene calidad, Aparte
y a Filipo me parece;
saber tengo si es verdad,
que una industria se me ofrece
para probar su lealtad.)
FILIPO: Las prendas mismas me ha dado
que en las montañas di yo;
él fue sin duda el soldado
que limosna me pidió,
o mejor diré, prestado.
En todo lo he de imitar,
en el dar y en el recibir,
en el subir y bajar;
él me ha enseñado a pedir,
yo le he enseñado a dar.
AURELIANA: Llamar quiero a Heraclïano,
que vaya a comprar comida.
HERACLIANO: Mejor estás escondida;
no salgas, que es muy temprano.
FILIPO: ¡Ah, señora! ¿Dónde vais?
¿No advertís que no es cordura
siendo secreta y segura
esta cueva donde estáis?
MITILENE: Viéndola en tantos temores
de su lado no me aparto.
AURELIANA: Soy como mujer de parto,
que me inquietan los dolores.
TEODOLINDA: Yo consuelo sus enojos
llorando; que al alma vuelvo
la razón y la resuelvo
en lágrimas de mis ojos.
LEONCIO: ¿Venís ya bien advertidos?
SOLDADO 1: Sí, señor.
LEONCIO: Yo he de esperar
y el suceso he de mirar
entre estos sauces crecidos.
SOLDADO 2: Filipo, el Emperador
tu vida y honra perdona,
y has de elegir la persona
que quisieres.
HERACLIANO: Gran error
fue salirnos de las cuevas.
SOLDADO 2: Escoge, pues, si ha de ser
vida de alguna mujer
de ésas que contigo llevas.
FILIPO: Y cuando yo haya elegido,
¿has de morir las demás?
SOLDADO 2: Sin cabezas las verás.
FILIPO: ¡Oh, qué riguroso ha sido!
Pero de esta vez intento
defenderlas con mi muerte.
SOLDADO 2: No es posible defenderte.
Somos muchos, somos ciento.
Mira la que has de elegir;
que ésta es rueda de la Fortuna.
FILIPO: ¿Que ha de vivir sola una
y las dos han de morir?
Confuso el alma me tiene,
que la una es mi señora,
otra me estima y adora,
y yo adoro a Mitilene.
¡Oh, qué extraña confusión!
¿Cuál de ellas he de elegir?
Mejor me será morir
que llegar a esta ocasión.
MITILENE: Filipo, ¿ qué te suspendes?
Pues que las armas tenemos
lo que quieres haremos.
FILIPO: No es cierto lo que pretendes.
La obligación natural
por la Emperatriz alega,
por Mitilene me ruega
el amor, que es liberal;
humano agradecimiento
defender quiere a la Infanta,
que nunca de mí se levanta
los ojos del pensamiento.
Aquí mis ojos están
como inciertos peregrinos
que han hallado tres caminos
sin saber adónde van.
De mi confusión me admiro.
¿Qué he da hacer? Dios me resuelva:
no sé a qué parte me vuelva,
cuando a todas tres las miro.
TEODOLINDA: Si en el alma que te adora
hay fuerza alguna que cuadre,
Filipo, yo tengo madre,
y advierte que es tu señora.
La Emperatriz tenga vida,
y tú, que en su amparo vienes,
has de elegirla si tienes
honra y alma agradecida.
Muera yo y mi madre viva;
¿qué dudas en la elección?
Si no es que alguna afición
del ser racional te priva.
FILIPO: Dices, señora, verdad.
Su vida libre ha de ser.
Viva, porque ha de vencer
a la afición la lealtad.
Mas, ¿podré librar a dos
aunque yo venga a morir?
SOLDADO 2: Dos vidas has de elegir.
Haz tu gusto.
FILIPO: ¡Santo Dios!
Otra confusión me viene,
que a la razón tiene presa;
yo no quiero a la Princesa
porque quiero a Mitilene.
Si la Princesa me adora,
Mitilene me aborrece.
¿Cuál vida de éstas merece
que muera por ella agora?
De ambas estoy obligado
sin inclinarme a ninguna,
agradecido con una,
y con otra enamorado.
¡Y qué dudosa carrera!
¡Qué confuso mar inquieto
donde el hombre más discreto
casi anegado se viera!
Los ojos y corazón
Mitilene me arrebata;
hallo luego el alma ingrata
y me llama a la razón.
Yo me voy determinado,
y por sólo agradecer,
he de morir y perder
a la que estoy adorando.
Ya, Mitilene gallarda,
me resuelvo en lo mejor;
y aunque me anima el amor
la ingratitud me acobarda.
Viva la Infanta y perdona,
que contigo he de morir.
MITILENE: Has acertado a elegir
como noble.
LEONCIO: Una corona
merecerá tu lealtad,
y la vida que yo tengo
es de todos, y así vengo
humilde a Tu Majestad.
Mauricio es muerto, mas tanto
su muerte se ha de estimar,
que se puede celebrar
pues que murió siendo santo.
Tras la noche del morir
salió el alma con el alba,
rióse el cielo, y con salva
Dios le salió a recibir.
Mártir ha sido, y prometo
que en mí no ha caído culpa;
que el ejército disculpa
mi buen celos.
AURELIANA: ¿Que en efeto
el Emperador murió?
¡Ay, extraña desventura!
¿Cómo podré estar segura?
LEONCIO: Sí, podrás, viviendo yo.
Moriré en vuestra defensa.
AURELIANA: Mis prodigios se cumplieron;
secretos misterios fueron
de la majestad inmensa.
CÓSROES: Soldados y capitanes
del ejército romano,
los que sujetáis al mundo
desde el Antártico al Austro;
los que bárbaras naciones
estáis siempre conquistando,
egipcios, tártaros, medos,
calibes y garamantos,
y otros godos, indios negros,
alarbes, persas y partos,
masejetes y argatisos,
scitas, armenios y francos;
los que tenéis todo el orbe
lleno de vuestros soldados,
de los campos averinos
hasta los Elíseos Campos;
pues sois señores del mundo,
eligiendo con aplauso
Emperadores de Oriente
y del Occidente echarlos,
escuchadme: yo soy persa,
y vengo desafïando
a Leoncio, General.
Del ejército gallardo
de Persia vino vencido,
que la fuerza de mis brazos
no pudieron resistir
el poderoso contrario.
Robónos el sol hermoso
del ejército persiano,
que el Príncipe de aquel reino
Aquiles fue de sus rayos.
La gallarda Mitilene
a los persas ha faltado,
y a la pérdida no iguala
la victoria que alcanzaron.
Restitúyanos la dama
que ya el orbe ha eternizado,
o yo quiero conquistarla
cuerpo a cuerpo. ¡Salga al campo!
Si no acepta el desafío,
toma el rescate, que traigo
valor y precio por ella,
que un reino no vale tanto:
doce caballos famosos
que en Libia los engendraron
en doce tártaras yeguas
los vientos desenfrenados;
bozales de plata y oro
mas no jaeces bordados
que en sus espaldas desnudas
suben los persas bizarros;
diez mil romanos cautivos,
que cuando fue desdichado
perdió su adversa Fortuna
aunque su valor mostraron;
traigo púrpura de Tiro,
telas de Persia y Damasco,
y vuestros césares muertos
traigo vivos de alabastro;
entrégueme la cautiva
que sol en Persia llamamos;
reciba el rico rescate
o salga desafïado.
MITILENE: Déjame a mí responder.
Oye, persa temerario,
que al General desafías,
siendo un crüel Estebano;
si a Mitilene ha traído,
vencióla como soldado,
y como noble le hizo
que no recibiese agravio;
si Persia tanto la estima,
estimada está aquí en tanto
que es miserable el rescate
que prodigio estás llamando.
No se acepta el desafío
porque el General romano,
si no es con príncipe o rey,
no puede salir al campo.
CÓSROES: Pues yo, que le desafío,
bien puedo desafïarlo,
que soy el Príncipe persa.
MITILENE: ¡Gran señor, querido hermano!
El alma triste me alegras,
y ya te esperan mis brazos.
CÓSROES: ¡Oh, famosa Mitilene!
Voy a dejar el caballo.
CAPITÁN 2: Muera, muera capitanes
el atrevido villano
que a Focas ha dado muerte,
y ya le lleva arrastrando.
CAPITÁN 1: Si se esconde en esos montes,
se ha de librar y es gallardo.
que el ánimo y el temor
son alas y vuelan tanto.
LEONCIO: ¿Qué es esto que pretendéis?
CAPITÁN 2: Dar a un mozo temerario
mil muertes.
LEONCIO: ¿Qué ha cometido?
CAPITÁN 2: Un delito extraordinario.
En el palacio imperïal
pudo entrar y con un lazo
puesto en el cuello de Focas,
salió del mismo palacio;
muerte le dio y su fortuna
lugar y ocasión le ha dado
para escaparse ligero
del rigor de nuestras manos.
HERACLIO: Soldados y capitanes,
que el orbe habéis conquistado,
¿no es deshonra que os gobierne
un hombre desesperado,
un bárbaro en las costumbres,
monstruo en las obras y trato
enemigo riguroso
de nuestro linaje humano?
Que le di muerte confieso,
porque en ella he vengado
la de Mauricio mi padre.
Su hijo soy, no os dé espanto;
hasta aquí viví encubierto
en casa de Heraclïano.
La madre tenéis presente
de este corazón hidalgo;
por propia naturaleza
al Imperio soy llamado.
Vida quiero, no el Imperio,
que es miserable teatro.
HERACLIANO: Ejército valeroso,
la verdad os dice Heraclio.
La Emperatriz, mi señora,
le ha tendido disfrazado
temiendo de la Fortuna
aquestos sucesos varios
que en su infeliz nacimiento
los cielos pronosticaron.
Verdadero César nuestro
es, sin duda, y está claro
que la sangre generosa
venga al padre desdichado.
AURELIANA: Si con los hombres piadosos
pueden las mujeres algo,
y las lágrimas enternecen
los corazones de mármol,
una huérfana y vïuda
agora os piden llorando
piedad y vida de un hijo
y de un infeliz hermano.
A mi esposo me quitasteis,
y ya el cielo está pisando,
pues que pagó con su muerte
sus descuidos y pecados.
Ejército riguroso,
capitanes y soldados,
sargentos y centuriones,
General, Maestro de campo,
Heraclio es mi propio hijo.
Sed clementes, sed humanos.
LEONCIO: Entre el aire suenan voces.
VOCES: ¡Viva Heraclio! ¡Viva Heraclio!
LEONCIO: Si ya su nombre celebran
con voces los cielos santos,
Heraclio es Emperador.
CAPITÁN 1: ¡Viva Heraclio!
CAPITÁN 2: ¡Viva Heraclio!
LEONCIO: [El reino fue, que de Focas]
estaba pronosticado.
Rija Heraclio nuestro Imperio.
¡Viva Heraclio!
TODOS: ¡Viva Heraclio!
CÓSROES: Mi gallarda Mitilene,
¿dónde estás? Dame tus brazos.
MITILENE: Estoy, Príncipe famoso,
tu venida deseando.
CÓSROES: ¿Quién es el Emperador?
MITILENE: El que agora han coronado.
CÓSROES: Dale al Príncipe de Persia
las manos.
HERACLIO: ¡Felice caso!
Los brazos tengo de darte
y a Mitilene la mano
de esposo.
LEONCIO: No puede ser,
porque la suya me ha dado.
MITILENE: Leoncio, ¿qué estás diciendo?
LEONCIO: Con esta sortija hablo.
Por ella me prometiste,
entre esos altos peñascos,
cuando una vez te di vida,
Que pidiese ya ha llegado
el tiempo a la condición;
que no pierdes y yo gano.
MITILENE: ¿Tú fuiste? ¡Válgame el cielo!
Obligada estoy y callo;
digo que sí.
LEONCIO: Pues agora,
serás esposa de Heraclio;
vencerme quiero a mí mismo.
El es señor, yo crïado,
y él merece solamente
ser tu esposo.
AURELIANA: ¡Leal vasallo!
Filipo, dale a la Infanta
la mano, pues has ganado
la honra que es de gozar.
FILIPO: Dasme honor.
TEODOLINDA: Vivas mil años.
Y la historia prodigiosa
aquí tiene fin, senado,
pero no la rueda de la Fortuna,
porque siempre está rodando.
FIN DEL ACTO TERCEROFIN DE LA COMEDIA |

