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Los silencios de Lanzarote y Ginebra

[Minicuento - Texto completo.]

Marco Denevi

Cada noche se entendían a la perfección, sin necesidad de hablar, en un diálogo mudo que, no obstante, era más rico y más sabio que las peroratas de todos los sabios de todos los tiempos.

Cada día ella se decía: “¿Cómo se puede soportar a ese bruto que lo único que sabe hacer es discutir con sus amigotes sobre guerras, cacerías y torneos de armas?”; y él pensaba: “¿Cómo se puede aguantar a esa tonta cuyos únicos temas de conversación son los chismes, la moda y la cocina, cuando no se le da por las cuestiones de Dios, el amor, la vida y la muerte?”.

Y volvían cada noche a reanudar aquel coloquio silencioso, y cada día a rumiar en silencio sus mutuos agravios.

Pero jamás, mientras vivieron, cruzaron una sola palabra.

FIN


Falsificaciones, 1966


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