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 A vosotros— 
barítonos bien nutridos— 
que de Adán 
a nuestros días 
conmovéis los antros llamados teatros 
con suspiros de Romeos y Julietas. 
A vosotros— 
pintores, 
pesados como caballos, 
ornato tragón y relinchante de Rusia, 
agazapados en los talleres, 
seguid pintarrajeando 
florecillas y desnudos. 
A vosotros— 
ocultos en la sombra de hojitas místicas, 
frentes surcadas de arrugas 
futuristillos, 
imaginistillos, 
akmeistillos, 
enredados en la telaraña de las rimas. 
A vosotros— 
que cambiasteis el peinado liso 
por hirsutas melenas, 
los zapatos charolados por zuecos, 
proletcultillos, 
que remendáis 
el gastado frac de Puschkin. 
A vosotros— 
bailarines, trompetistas, 
que traicionáis a ojos vistas 
y pecáis a hurtadillas, 
que imagináis el futuro 
como una enorme ración de académico. 
A vosotros, 
yo- 
genial o no genial, 
que he dejado las trivialidades 
y que he trabajado en la Rosta, 
os digo 
antes de que os echen a culatazos: 
¡Acabadla! 
¡Acabadla! 
Olvidad, 
escupid 
en las rimas, 
en las arias, 
en el rosal, 
y en las demás soserías 
del arsenal de las artes. 
¿A quién interesa 
que «Ay, pobrecito, 
cómo amaba 
y qué desgraciado fue…»? 
Ahora 
necesitamos artesanos, 
no predicadores melenudos. 
¡Escuchad! 
Gimen las locomotoras, 
el viento entra por las rendijas: 
«¡Dadnos el carbón del Don! 
Montadores 
y mecánicos, ¡al depósito!» 
En cada afluencia de los ríos 
con un boquete en el costado: 
los barcos atronaron en las dársenas: 
«¡Dadnos petróleo de Bakú!» 
Mientras gastamos nuestra energía 
en inútiles discusiones, en busca 
de un sentido oculto, 
un inmenso clamor sacude las cosas: 
«¡Dadnos formas nuevas!» 
Ya no hay imbéciles 
que esperan con la boca abierta 
la palabra del «maestro». 
Camaradas, 
dad un arte nuevo, 
un arte 
que saque a la República del fango. 
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