| 
 Es hora 
de comenzar la historia de Lenin. 
Pero no 
porque el dolor ya no exista. 
Es hora 
porque de una angustia cortante 
ha devenido un dolor claro y consciente. 
¡Hora es 
de echar de nuevo al viento 
las consignas de Lenin! 
¿Acaso seremos nosotros 
los que llenaremos los charcos de llanto? 
Lenin 
hoy 
está más vivo 
que todos los vivos que andan por la tierra. 
Es nuestro saber, 
nuestra fuerza y nuestra arma. 
El hombre es una barca 
aunque esté en dique seco. 
Vivirás tu breve tiempo 
y muchos y variados caracoles sucios 
se pegarán a tus costados. 
Luego, 
atravesando la tormenta enfurecida, 
te detendrás cerca del sol, 
quitando las algas, 
baba verdosa, 
y la baba rosada de las medusas. 
Yo 
me limpio con la luz de Lenin. 
para seguir adelante con la revolución. 
Le tengo miedo a estas mil estrofas 
como un chiquillo 
teme la falsedad. 
Temo que las aureolas oculten 
la auténtica, 
sabia, 
humana, 
enorme frente de Lenin. 
Temo que las procesiones, 
el mausoleo 
y los homenajes, 
reemplacen la sencillez de Lenin. 
Tiemblo por él 
como por mis propias pupilas, 
temiendo que profanen su belleza 
con cromos de colorines. 
Hoy vota mi corazón: 
yo debo escribir 
por mandato del deber. 
Moscú entera 
es tierra helada, 
tierra estremecida. 
Sobre las hogueras encendidas 
está la noche escarchada. 
¿Qué ha hecho? 
¿Quién es? 
¿Y de dónde viene? 
¿Por qué le prodigan tanto honor? 
Palabra tras palabra 
trato de arrancar de la memoria. 
¡Qué pobre es el taller de las palabras! 
¿Dónde encontraré la que merezca 
un lugar en este poema? 
Todos 
tenemos siete días a la semana 
y veinticuatro horas al día. 
No podemos 
alargar nuestra existencia. 
La muerte 
no sabe perdonar. 
Si nuestro reloj 
anda mal, 
si el calendario 
no alcanza a medir una vida, 
nosotros decimos 
«época», 
nosotros decimos 
«era». 
Nosotros 
dormimos de noche 
y de día realizamos nuestros actos. 
Si nos place beber agua, 
el agua es nuestra, 
y nuestra copa. 
Mas si él pudo 
por todos nosotros 
dirigir la corriente de los sucesos, 
nosotros 
le llamamos «profeta», 
nosotros le llamamos 
«genio». 
Nosotros no tenemos pretensiones. 
Si no nos llaman, 
no nos metemos. 
Gustamos a nuestra mujer 
y eso basta 
para tenernos contentos. 
Si el hombre está hecho de buena madera 
le decimos 
«qué bien plantado», 
o asombrados, 
«qué don de Dios». 
Así diremos, 
aunque no sea ni tonto ni inteligente el decirlo. 
Las palabras surgen o se esfuman 
como el humo. 
Poco queda por hacer por ellas. 
¿Pero acaso 
a Lenin se le puede medir 
con este rasero común? 
Con los ojos, 
todos 
y cada uno veía 
que él era 
la nueva «era», 
y la «era» cruzaba la puerta, 
sin alcanzar el dintel. 
Es posible 
que de Lenin también se diga: 
«Fue jefe por la gracia de Dios». 
Si Lenin fuese como un rey, 
o como un Dios, 
de ira, 
sin poder contenerme, 
me enfrentaría a la procesión 
ante la multitud en homenaje. 
Pero son firmes 
los pasos de Dserzhinski 
llevando el ataúd. 
Hoy no hace falta que la CHECA 
permanezca en su puesto. 
De millones de ojos, 
y también de los dos míos, 
caen mejillas abajo lágrimas heladas. 
¡No! 
Hoy se hiela nuestro corazón de legítimo dolor. 
Hoy 
enterramos 
al más terrenal 
de todos los hombres 
que pasaron por la tierra. 
Terrenal, 
pero no de aquellos 
que miran sólo por su macuto. 
Él abrazó toda la tierra, 
él vio lo que el tiempo encierra, 
él es como usted 
y como yo, 
exactamente lo mismo. 
Únicamente 
que junto a los ojos 
el mucho pensar 
ha hecho más pliegues en su piel, 
y tal vez 
sean más burlones y más firmes sus finos labios. 
No llegó 
con la dureza de los sátrapas 
montado en una carroza triunfal, 
aplastándolo todo a su paso de vencedor. 
El fue indulgente con el camarada, 
con ternura humana. 
Ante el enemigo, 
se volvía duro como el acero. 
No le eran ajenas 
las debilidades humanas. 
Y, como nosotros, 
sufrió enfermedades. 
A mí, 
el billar, 
me afirma la mirada. 
A él, 
el ajedrez, 
le era de mayor utilidad. 
Y pasando del ajedrez 
al enemigo vivo, 
promoviendo a primera fila 
los peones de ayer, 
afirmaba la dictadura obrera 
y humana 
contra la carcelera torre del capital. 
Yo daría mi vida 
transido de admiración 
por un solo suspiro de su pecho. 
¡Y no sólo yo! 
¿Acaso yo 
valgo más que vosotros? 
¿Quién de nosotros, 
del campo 
o la ciudad, 
no daría el paso 
hacia adelante, 
sin ser llamados, 
apenas mediante un gesto, 
para entregar por él nuestra vida? 
Es lógico que 
aunque haya bebido una copa de más 
instintivamente 
me cuide del paso de los tranvías. 
Pero 
ahora 
¿quién lloraría mi muerte pequeñita 
entre el luto de esta muerte inmensa? 
Flameando banderas, parece 
que Rusia 
nómada de nuevo 
se haya vuelto. 
La Sala de las Columnas (18) 
se estremece atravesada. 
¿Por qué? 
¿Para qué? 
¿Qué ocurre? 
El telégrafo ya está ronco 
de tanto grito enlutado. 
Lágrimas de nieve 
caen de los ojos enrojecidos. 
¿Qué ha hecho? 
¿Quién es 
éste, 
el más humano 
de los hombres? 
La breve vida 
de Uliánov 
la conocemos 
hasta en los más mínimos detalles. 
Pero la larga vida 
del camarada Lenin 
debemos escribirla 
y describirla nuevamente. 
Hace tiempo, 
hace unos doscientos años, 
comienzan las primeras noticias de Lenin. 
¿Oís vosotros 
atravesando los siglos 
la voz férrea, 
la voz del abuelo, 
del primer fogonero, 
Bromey y Goujon? 
Su excelencia 
el capital, 
aún sin coronar, 
declaraba sometida 
la fuerza campesina. 
Pero ellos no escucharon como hablaba Lenin 
y lo sabían todo. 
Yo escuché 
el relato 
de un campesino siberiano: 
ellos repartieron 
la tierra y las aldeas 
y la defendieron con fusiles. 
Ellos no leyeron 
ni escucharon a Lenin, 
pero eran leninistas. 
Yo he visto las sierras, 
en ellas no crecía ni la hierba. 
Sólo las nubes, 
sobre la montaña, 
caían por la tarde. 
Yen el pecho 
del único serrano, 
entre sus harapos, 
brillaba la escarapela leninista. 
Dirán que es cosa de adorno. 
Las señoritas 
también se ponen adornos en el ojal. 
Pero este prendedor-escarapela, 
prendido en la ropa, hasta quemar la tela, 
brillaba sobre su corazón, 
lleno de amor a Lenin. 
Esto no podrá explicarlo 
la iglesia eslava. 
No fue Dios 
quien le ordenó: 
«Tú eres el elegido». 
Con paso humano, 
con manos obreras, 
con su propia cabeza 
atravesó este camino. 
… 
y los relojes 
recuerdan las ciudades y las cárceles. 
Yo les recordaré de nuevo 
el camino pasado 
a vuelo de pájaro. 
¿Quién de ustedes 
no ha arañado 
o no ha mordido las rejas de la cárcel? 
Era como para romperse la frente 
contra los muros de piedra. 
Cuando salía un preso 
limpiaban la celda. 
«Ha sido breve tu camino 
pero es grande el honor de servir 
para el bien de tu tierra amada» (19). 
A Lenin le gustó 
estando en el destierro 
la fuerza de esta canción fúnebre. 
Decían que el mujik 
irá por su camino. 
Construirá un socialismo 
simple y verdadero. 
No, 
Rusia se ha vuelto severa. 
De tanta chimenea 
a la ciudad le creció una barba de humo; 
No pedirán por favor 
entrar en el paraíso. 
Por encima del cadáver de la burguesía 
darán un paso adelante hacia el comunismo. 
El proletariado es el conductor 
de cien millones de campesinos, 
y Lenin es el líder 
de los proletariados unidos. 
Los liberales prometen 
y los social revolucionarios están 
impacientes, 
deseosos de castigar al obrero. 
Lenin 
los deja al desnudo 
para ver 
la hilacha que llevan, 
los de la nobleza 
se visten con frases de izquierda. 
No es tiempo 
para conversaciones fatuas 
sobre la libertad 
y eso de que todos somos hermanos. 
Ya estamos armados 
con el arsenal marxista 
de este Partido Bolchevique, 
único en el mundo. 
Él acaba de cruzar Europa 
en un tren expreso, 
se acerca 
y ante los ojos crece. 
Ponen P. C. R. (20) 
Y entre paréntesis una pequeña « b» (21). 
Ahora buscan hasta en Marte 
los del observatorio de Púlkovo (22), 
revisando 
las reservas siderales. 
Pero para el mundo 
es cien veces más roja 
esa letra 
grandiosa, 
luminosa, 
que la estrella Marte. 
Entre nosotros las palabras, 
hasta las más importantes, 
de tanto uso, 
cuelgan gastadas 
como los trajes. 
Quiero obligar a que brille de nuevo 
la solemne palabra 
Partido. 
El individuo por sí solo 
¿a quién le hace falta? 
La voz del individuo 
es más fina que un chillido. 
¿Quién la oirá? 
Tal vez su esposa. 
y no siempre; 
es preciso que esté cerca y no en el mercado. 
El Partido 
es un huracán 
de voces 
finas y gruesas, 
estrechamente unidas. 
Ellas pueden hacer 
quebrar la fortaleza enemiga, 
como estallan los tímpanos 
por una descarga del cañón enemigo. 
Es malo que el hombre 
esté solo. 
Desdichado es 
y cuando está solo no es combatiente. 
Cualquiera se atreve a mandarle. 
y aún siendo dos. 
Pero si está en el Partido, 
aun siendo pequeño, 
a él deberá entregarse el enemigo. 
El Partido 
es una mano millonaria, 
cerrada en un enorme puño. 
El individuo 
solo 
es un cero. 
El individuo 
solo 
es un mito. 
El individuo 
solo, 
aun siendo fundamental, 
no podría levantar 
ni siquiera una viga de cinco metros. 
y menos una casa de cinco pisos. 
El Partido 
son millones de hombres estrechamente unidos. 
El Partido 
levantará la vida hasta el cielo, 
elevando a todos 
ya cada uno. 
El Partido 
es la espina dorsal de la clase obrera. 
El Partido 
es la inmortalidad de nuestra causa. 
El Partido 
es lo único que jamás me traicionará. 
De la clase, 
el cerebro. 
De la clase, 
la fuerza. 
De la clase, 
la gloria. 
Esto es el Partido. 
El Partido y Lenin 
son hermanos gemelos. 
¿A quién prefiere la historia? 
Cuando decimos 
Lenin 
entendemos 
Partido. 
Cuando decimos 
Partido 
entendemos 
Lenin. 
Todavía se amontonan 
cientos de cabezas coronadas 
y los burgueses revolotean 
negros como los cuervos en invierno. 
Pero el ardor 
de la lava obrera 
sube de la tierra 
por los cráteres del Partido. 
El 9 de enero 
fue el fin 
de los fieles al cura Gapón (23). 
Caímos barridos 
por el plomo del zar, 
y la esperanza en su limosna 
terminó con la matanza de Mukdén (24) 
y la derrota de Tsjusima (25). 
¡Ya basta! 
No creemos en las 
peticiones ajenas. 
Solos, 
se levantaron 
los del barrio de Présnaia (26). 
Parecía que muy pronto 
terminarían con el trono; 
parecía 
que el sillón de la burguesía 
estallaría también pronto. 
Illich Lenin está en su puesto 
día tras día, 
organiza a los obreros 
en el año 1905. 
… 
A la República de los Soviets 
no le asusta 
ningún gran esfuerzo; 
avanzamos 
con la locomotora del tiempo 
y del trabajo. 
Pero de pronto 
una noticia del peso de una tonelada: 
Anuncian la muerte de Lenin: 
Vladimir Illich Ulianov. 
Si expusieran en un museo 
a un bolchevique llorando 
todo el día irían a verlo numerosos papanatas. 
y no es para menos. 
Eso no se verá en los siglos. 
Cuando en nuestras espaldas 
los coroneles blancos 
marcaban a fuego 
en nuestra piel 
la estrella de cinco puntas, 
cuando nos enterraban vivos 
hasta la cabeza 
los bandidos de Mámontov, 
cuando en las locomotoras 
nos echaban los japoneses 
en vez de leña, 
y nos llenaban la boca de plomo y acero, 
y nos gritaban 
«entregaos», 
de nuestras gargantas ardientes 
sólo salían tres palabras: 
«¡Viva el Comunismo!» 
y estas filas de acero, 
estos hombres de hierro, 
eran los que marchaban 
el 22 de enero 
hacia el edificio enlutado 
del Congreso de los Soviets. 
Se colocaban, 
sonreían levemente, 
discutían los problemas del día. 
Ya es hora. 
¿Por qué no empiezan? 
¿Por qué 
está casi vacía la presidencia? 
¿Por qué 
todos los ojos 
están más rojos que los palcos? 
¿Por qué Kalinin 
apenas se tiene en pie? 
¿Acaso ha sucedido una desgracia? 
¿Cuál? 
¡No puede ser! 
¿Qué le ha ocurrido a él? 
¡No! 
¿Será posible? 
El techo parecía bajar como las alas de un cuervo. 
Bajamos las cabezas, 
y luego las bajamos más aún. 
De pronto temblaron todas las bujías del gran teatro, 
y nos quedamos casi a oscuras. 
Sonó la campanilla, 
ya innecesaria, 
de la presidencia. 
Kalinin, 
dominándose, 
se puso en pie. 
No podía contener las lágrimas. 
Lo delataban, 
brillaban en sus bigotes, 
en su barbilla. 
Los pensamientos se confundían 
y la sangre golpeaba en las sienes, 
golpeaba en las venas. 
« ¡Ayer, a las seis horas cincuenta minutos, 
murió el camarada Lenin.» 
Ese año vio 
lo que no han visto cien. 
Ese día 
entrará en los siglos 
como recuerdo de las angustias del pasado. 
El horror hasta parecía arrancar del propio hierro un 
gemido. 
Corrió el llanto por entre las filas bolcheviques. 
¡Qué horrible pena! 
Algunos se marcharon, sostenidos por los camaradas. 
Otros apenas podían caminar cargados con tanta pena. 
Todos querían saber, 
¿cuándo y cómo, 
por qué ha sido así? 
En las callejuelas, en las avenidas 
flotaba el catafalco 
sobre un mar de cabezas 
en dirección al Gran Teaatro (27). 
En la vida 
la alegría avanza 
lentamente, como un caracol. 
El dolor 
corre velozmente, 
locamente. 
Hasta el sol 
y la nieve, 
todo, 
hasta el rocío parecía estar de luto. 
Para el hombre del taller, 
la noticia fue 
como un disparo, 
como un impacto en el cerebro. 
Vasos de lágrimas 
parecían derramar 
en los bancos del trabajo. 
y los mujiks, 
quienes tanto vieron en su larga vida, 
y más de una vez 
miraron cara a cara a la muerte, 
escondían su rostro entre las manos, 
ocultándolo de sus mujeres, 
pero los denunciaba 
el puño sucio de tierra y lágrimas. 
Hay gente de piedra, 
y hasta ellos 
se mordieron los labios hasta sangrar. 
Los niños 
se ponían serios como viejos, 
y como niños 
lloraban los ancianos canosos. 
El viento de toda la tierra 
aullaba de insomnio. 
y no podían terminar de comprender 
que en este ataúd, 
en la helada sala de Moscú, 
estaba el hijo 
y el padre 
de la revolución. 
Ha llegado el fin 
el fin 
el fin. 
Ya no hay nada que hacer, 
pues bajo el cristal 
está él… 
Es a él 
a quien llevan 
desde la Paveleski (28), 
por la ciudad 
que él 
tomó a los señores. 
La calle 
como una herida 
sufre, 
gime. 
Aquí 
cada piedra 
conocía a Lenin. 
Por aquí 
transcurrieron 
los primeros combates de Octubre. 
Aquí, 
todo, 
lo que cada bandera levanta, 
ha sido pensado por él, 
y por él ordenado. 
Aquí 
cada torre 
escuchó a Lenin, 
y todas irían por él 
al fuego y al humo. 
Aquí 
cada obrero 
conoce a Lenin, 
y con ramas de pino 
le cubrió el camino. 
los condujo al combate 
y profetizó la victoria, 
y por fin, 
por primera vez, 
el proletario es el dueño de todo. 
Aquí 
cada campesino 
grabó en su corazón 
el nombre de Lenin, 
con mayor amor que el de los santos. 
El ordenó 
que se llamase a la tierra «nuestra», 
la tierra donde vivieron nuestros abuelos, 
donde soñaron, 
por la que lucharon, 
y en la que descansan. 
Los Comuneros, 
bajo la Plaza Roja, 
parecían murmurar: 
«-¡Amado, 
querido! 
No queremos otro destino 
mejor 
que dar por ti 
cien veces nuestra vida.» 
Ahora es cuando hace falta alguien que haga milagros, 
y pregunte: 
¿Quién quiere morir 
para que él se levante? 
El dique de la calle 
abriría sus compuertas 
de par en par, 
y con canciones 
se arrojaría la gente 
a la muerte. 
Pero no hay milagros 
y no hay por qué soñar con ellos. 
Está Lenin en el ataúd 
y nuestros hombres encogidos. 
m era un hombre 
humano hasta el fin. 
y sufría 
con angustia humana. 
Nunca en los siglos 
mares y océanos 
llevaron una carga tan liviana 
corno su rojo ataúd, 
que va flotando 
sobre las espaldas del llanto y la música, 
marchando a la Casa Central de los Sindicatos. 
Estaba 
en la guardia de honor 
la vieja severa guardia 
de temple leninista. 
La gente 
continúa la marcha 
por caminos y calles, 
a lo largo de la avenida Tverskáia, 
caracoleando por la calle Dimítrovka. 
En el año diecisiete, 
a veces, 
las muchachas 
no querían hacer plantón 
en las colas del pan: 
-Comeremos mañana. 
Pero en esa noche 
fría y terrible 
formaban fila 
niños y enfermos. 
Aldeas enteras 
iban junto a las ciudades. 
Sonaba el dolor varonil 
junto al llanto infantil. 
El mundo del trabajo 
pasó en desfile por la tierra, 
resumen vivo 
de la vida múltiple de Lenin. 
Un sol amarillo 
oblicuo y acharolado, 
sale y arroja 
a los pies sus rayos. 
y como si fuera llorando 
por una esperanza perdida, 
inclinados de dolor 
pasan los chinos. 
Subían las noches 
sobre las espaldas del día, 
confundiendo horas, 
confundiendo fechas, 
como si no fuera de noche 
y en la noche no hubiera estrellas, 
como si lloraran por Lenin 
todos los negros de Norteamérica. 
Una escarcha inaudita 
quemaba las suelas. 
Nadie se atrevía 
a hacer ruido, 
a golpearse con las manos para quitarse el frío. 
La helada mordía 
para probar el temple 
de los que amaban. 
El frío se metía 
y marchaba 
con nosotros en las columnas. 
Las plantas de los pies, 
frías, 
se endurecían, crecían, 
como si fuesen arrecifes de coral. 
Pero de pronto, 
se detienen las canciones y hasta la respiración. 
Es terrible avanzar, 
dar un paso más, 
y parecen un abismo, 
un abismo sin fondo, 
los cuatro escalones 
para bajar a la sala mortuoria. 
Un abismo 
pasado 
desde la esclavitud de cien generaciones, 
que sólo conoce 
la única razón aplastante 
del oro sonoro. 
Un abismo y su borde 
el ataúd de Lenin, 
y a lo lejos 
la Comuna en todo su horizonte. 
¿Qué vemos? 
Sólo su frente 
y a Nadiezda Constantínova (29) 
envuelta en la niebla. 
Tal vez 
con los ojos sin llanto 
podría ver mejor. 
Pero así estaban mis ojos, 
y los ojos de todos. 
Banderas de seda 
se inclinan 
flotando, 
rindiéndole su último homenaje. 
«Adiós, camarada, 
honradamente has terminado 
tu audaz camino, 
noble y glorioso» (30). 
Miedo, 
cierra los ojos, 
y no mires 
como si caminaras 
sobre un alambre tendido en el aire. 
y parece 
como si, minuto tras minuto, 
te hayas quedado solo, 
con una verdad enorme. 
Me siento feliz 
al sentir 
que bajo una marcha sonora 
flota mi cuerpo 
sin peso, 
como por el agua. 
Yo sé, 
desde ahora, 
que este mismo instante 
quedará grabado en mí 
para siempre. 
Me siento feliz 
de ser 
un átomo de esta fuerza, 
y sé que hasta las lágrimas de mis ojos 
pertenecen a este dolor común. 
Es imposible 
confesarse 
con más pureza y fuerza, 
ante este gran sentimiento 
en nombre de la clase obrera. 
Las banderas 
de nuevo 
inclinan sus alas 
para levantarse nuevamente 
mañana 
en los futuros combates. 
«Nosotros mismos, querido, 
hemos cerrado tus ojos de águila» (31). 
Con tal de no caer, 
apretamos hombro con hombro. 
Enlutadas de negro las banderas 
y enrojecidos los párpados, 
íbamos acortando el paso 
para despedirnos de Vladimir Illich, 
aproximándonos al ataúd. 
La ceremonia seguía su curso, 
se decían discursos, 
hablaban 
y bueno… 
Pero el dolor tiene un plazo corto en minutos, 
¿acaso se puede abarcar 
lo inabarcable? 
Pasan 
y miran con miedo 
el círculo negro, 
cubierto de nieve. 
¡Cómo saltan 
locamente 
las agujas 
del reloj de la torre del Kremlin! 
De pronto 
saltó y se detuvo 
el último cuarto de hora. 
¡Morid un instante 
ante este suceso! 
¡Deteneos, 
movimiento y vida! 
¡Los que levantasteis el martillo 
permaneced así por un instante! (32) 
¡Detente, 
tierra, 
acuéstate y quédate quieta! 
¡Silencio! 
Su gran camino ha terminado. 
Disparaban los cañones, 
tal vez eran millones, 
y sin embargo 
las salvas de artillería eran más débiles 
que monedas sonando 
en el bolsillo de un mendigo. 
Abro los ojos, 
dolorido 
hasta la saciedad. 
Estoy de pie, 
helado, 
inmóvil, 
casi sin respirar. 
y veo 
ante mí, 
por encima del mundo, 
su ataúd, inmóvil y mudo, 
envuelto en banderas, 
en medio de la tierra oscura. 
y ante su ataúd, nosotros, 
representantes del género humano, 
sabemos 
que multiplicaremos en tempestades de revoluciones, 
en grandes obras y poemas, 
lo que hoy presenciamos. 
Pero de pronto, 
a lo lejos, 
desde el fondo purpúreo de banderas, 
desde el silencio de la guardia de turno, 
sonó una voz 
en la noche helada: 
«-¡De frente, marchen… !» 
No era necesaria 
esa orden. 
Respirando 
más hondo. 
moviendo con esfuerzo nuestros cuerpos, 
con paso más vivo, 
abandonamos la plaza. 
Nuevamente 
flamean las banderas 
alzadas por manos firmes 
sobre nuestras cabezas. 
Marcando el paso del diluvio, 
ampliando el horizonte. 
se propaga 
su idea por el mundo. 
Un pensamiento común 
unifica a todos vibrando, 
a obreros, 
campesinos, 
soldados, 
marinos: 
-Todo será más difícil 
para la República 
sin Lenin. 
Hay que reemplazarlo. 
Pero ¿con quién? 
¿Y cómo? 
Basta 
de andar echado 
sobre colchones de pluma. 
«-Camarada secretario: 
aquí tienes la lista. 
Queremos anotarnos 
en la célula del Partido, 
todos juntos, 
toda la fábrica.» 
Miran los burgueses 
con ojillos espantados 
al enterarse de esa marcha colectiva. 
Y tiemblan. 
Cuatrocientos mil obreros 
de las fábricas 
formaron 
la primera corona partidaria 
del homenaje a Lenin 
«-Camarada secretario, 
toma el lapicero… 
Queremos reemplazarle… 
debemos, queremos••• 
Yo estoy viejo, 
dijo uno, 
apuntad a mi nieto, 
trabaja firme, 
entrará en la Juventud Comunista.• 
y la escuadra levanta sus anclas, 
ya es tiempo de surcar los mares. 
« Por el mar, 
por el mar, 
hoy aquí, 
mañana allá» (33). 
¡ Sol. más alto! 
Serán testigo 
de cómo pronto se borran 
las arrugas del luto. 
Junto a los adultos, 
dan un paso adelante los niños: 
¡Tra-ta-ta-tá! 
¡Tra-ta-ta-tá! 
«Uno 
dos 
tres 
somos los pioneros, 
a los fascistas no tememos, 
iremos a luchar» (34). 
En vano Europa nos amenaza con su puño. 
Los cubrimos con nuestra tormenta. 
¡Atrás! 
¡No se atrevan! 
Hasta la propia muerte de Lenin 
devino una fuerza poderosa, 
organizada, 
comunista. 
Por encima de las torres 
un bosque fragoroso 
de millones de brazos 
se alza como banderas clamorosas 
en la Plaza Roja. 
De cada pliegue, 
de cada bandera, 
salen de nuevo clamando 
las palabras de Lenin: 
-¡Proletarios, 
preparaos para la lucha final! 
¡Esclavos, 
enderezad vuestras rodillas y espaldas! 
¡Ejércitos del trabajo, 
en pie! 
¡Viva la revolución 
alegre y cercana! 
¡Esta 
es la única 
gran guerra 
de todas 
las que conoció la historia! 
  |