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Clichés o lugares comunes:

Instrucciones para escribir cuentos o novelas

[Cómo escribir cuentos o novelas]

Luis López Nieves

Los gustos literarios cambian. Y el uso de los adjetivos es uno de los recursos que más varían en la literatura: cada época tiene los suyos. Cuando leemos a autores de finales del siglo XIX como José Martí o Rubén Darío, ya sabemos que los grandes hombres serán “beneméritos, ínclitos, insignes, preclaros, hidalgos, próceres”, etc. Son los adjetivos de moda.

Asimismo, cuando escuchamos música popular ya sabemos que la mujer será blanca como la “nieve, marfil, mármol”, etc. Se amará siempre con “locura, pasión, delirio, frenesí”, etc. Los labios serán de “rubí, sangre, granate, carmesí”, etc. Los dientes serán “perlas, nácar”, etc. Los corazones estarán “destrozados, rotos, partidos, reventados”, etc. Y los ojos verdes serán “esmeraldas”, los azules serán “como el cielo” y los negros serán “azabache o carbón”.

Estos son símiles o metáforas. El problema consiste en que estas imágenes se gastan y envejecen. Si hoy, en el siglo XXI, escribes un cuento y dices que tu personaje es un “ínclito varón” o una “benemérita dama”, pues el texto sonará muy envejecido.

Asimismo, si describes en un cuento a una mujer y dices que su cuerpo parece una guitarra o un reloj de sol y que su pelo es negro azabache o rubio como el oro… pues estarías usando imágenes viejas y muy gastadas; por tanto, cursis.

A estas imágenes se les llama “clichés” o “lugares comunes”.

El problema es que son imágenes tan repetidas y conocidas que ya no aportan nada a la literatura. En vez de añadirle a un texto, le restan. En vez de ayudar a un autor, lo desprestigian. Cuando me llega un texto con uno de los clichés mencionados arriba, de inmediato sé que se trata de un autor principiante o poco disciplinado o ignorante o falto de talento.

Al escribir, se supone que utilicemos la originalidad. Decir que una mujer es blanca como la nieve no tiene ninguna originalidad.

Por tanto, lo primero que debe hacer un escritor es exterminar de su mente, con una bomba nuclear, todos los lugares comunes que ha leído durante su vida.

Segundo, antes de usar una imagen el escritor debe estar seguro de que no está gastada, de que no es vieja, de que no la ha usado ningún autor de siglos pasados ni ningún compositor de música popular. En vez de decir, por ejemplo, “tu ausencia me parte el corazón”, que es un cliché espantoso, debe encontrar una manera más creativa para decir lo mismo. Esta es una de las razones por las que un escritor debe leer mucho. Quizás se le ocurre una imagen y piensa que se ha inventado la metáfora más original del universo. Pero si fuera un gran lector, podría descubrir que alguien la inventó antes y es un cliché.

Tercero: lo anterior es difícil. No es fácil encontrar imágenes nuevas, originales. En ese caso, dilo de manera literal porque las imágenes no son obligatorias. Si lo único que te viene a la mente son clichés, entonces no uses ninguna imagen. En vez de decir “era blanca como la nieve”, di “era blanca”. No estás usando imágenes. Estás siendo literal. No es malo ser literal. Es malísimo, muy malo, usar un lugar común. Lo literal es escritura directa, por lo general agradable y efectiva. En cambio, el cliché es una mancha que te destruye el cuento o la novela. Un solo lugar común te puede matar una novela completa. No estoy exagerando.

Por último, ya sabemos que en la literatura hay muchas excepciones a las reglas. Los clichés existen y hay veces en que los autores los usan, pero lo hacen de manera consciente y con un claro objetivo artístico, no por ignorancia.

Uno de los usos, por ejemplo, es en el diálogo. Aunque los escritores evaden los lugares comunes al narrar, la verdad es que la gente los utiliza con frecuencia en la lengua oral. Por tanto, si uno de nuestros personajes es un don o una doña que habla con mucho cliché, pues será necesario colocarlos en los diálogos de los personajes. El don o la doña dirá “está lloviendo a cántaros” o “mi hija es blanca como la nieve”. Pero no es el narrador quien lo dice, sino el personaje.

Otra excepción es cuando un autor decide jugar con el cliché para llevarlo en otra dirección. El argentino Manuel Puig trabaja con el lugar común verbal y temático en novelas como Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña, entre otras. En Argentina (y luego en California), hace unos años publiqué un cuento en que juego con el cliché “corazón hecho pedazos”. Puedes ver el cuento aquí: “Los pedazos del corazón“.

FIN


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