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 Si supieras, niña ingrata, 
lo que mi pecho te adora; 
si supieras que me mata 
la pasión que por ti abrigo; 
tal vez, niña encantadora, 
no fueras tan cruel conmigo. 
Si supieras que del alma 
con tu desdén ha volado 
fugaz y triste la calma, 
y que te amo más mil veces, 
que las violetas al prado 
y que a los mares los peces; 
tal vez entonces, hermosa, 
oyeras el triste acento 
de mi querella amorosa; 
y atendiendo a mi reclamo, 
mitigaras mi tormento 
con un beso y un “yo te amo”. 
Si supieras, dulce dueño, 
que tú eres del alma mía 
el sólo y único sueño; 
y que al mirar tus enojos, 
la ruda melancolía 
baña en lágrimas mis ojos; 
Si supieras, dulce dueño, 
que tú eres del alma mía 
el sólo y único sueño; 
y que al mirar tus enojos, 
la ruda melancolía 
baña en lágrimas mis ojos; 
tal vez entonces me amaras, 
y con tus labios de niño 
mis labios secos besaras; 
y cariñosa y sonriente 
a mi constante cariño 
no fueras indiferente. 
Ámame, pues, niña pura 
ya que has oído el acento 
del que idolatrarte jura; 
y atendiendo a mi reclamo, 
ven y calma mi tormento 
con un beso y un “yo te amo”. 
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