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 CANTO PRIMERO 
LA CABEZA SIN CORONA 
I 
Como decir veinte años es lo mismo 
Que decir corazón, ternura, amores, 
Arranques, heroísmo, 
Cielos, celajes, pájaros y flores, 
Y a falta de otros útiles mejores 
Tener para salvar cualquier abismo 
Las alas del lirismo, 
Que si no son muy buenas, no son malas 
Porque al cabo y al fin siempre son alas, 
Ya que de comenzar entre los modos 
Tengo por fuerza que escoger alguno, 
No pudiendo a la vez usar de todos, 
A fin de no pecar por importuno 
Y, lo que fuera peor, por indigesto, 
Ya que en esto me auxilia la memoria. 
Que no siempre me auxilia como en ésto, 
Seguro de que todo lo reúno, 
Diré que Pablo, el héroe de esta historia, 
Se hallaba entre los veinte y los veintiuno, 
Al dar principio al poema de la gloria. 
Así es que aunque muy alta 
La bohardilla en que vive, y aunque pobre, 
Porque si tiene mucho que le falta, 
No tiene en cambio nada que le sobre; 
El muchacho contento en su pobreza 
Desde el obscuro fondo de su pieza, 
Si sabe que hay un mundo es solamente 
Porque así lo ha aprendido de la gente, 
Pues él con otro mundo en la cabeza 
De su bendita edad bajo la calma, 
No cree que exista más naturaleza, 
Que la que todo joven lleva en su alma. 
II 
Pobre razonamiento 
Que arrastrando en su vuelo al sentimiento, 
De esperanzas origen tan fecundo, 
Hace que el hombre triste, 
Desconozca este mundo donde existe 
Hasta la hora de entrar al otro mundo… 
Pues aunque esos rateros 
Que en español se llaman desengaños 
Lo dejan de ilusiones casi en cueros, 
Sin que haya una ilusión que no le roben; 
Él, en medio de propios y de extraños 
Sostendrá con su ciento y pico de años 
Que la alma es siempre nueva y siempre joven. 
III 
Pablo, apartado por la negra ausencia 
Del dulce hogar donde la luz del día 
Vio por la vez primera en la existencia, 
Siente frecuentemente 
Esa vaga y letal melancolía 
Del que tiene una madre y en su frente 
No puede recibir, porque está ausente, 
Los besos que su madre le daría; 
Ve a su padre muy lejos 
A través de unos cielos muy oscuros; 
Y extrañando su voz y sus consejos 
Halla que, visto bien, no eran tan duros 
Los que él llamaba achaques de esos viejos; 
Recuerda a sus hermanos 
Con quienes en las horas del cariño 
Jugaba esos mil juegos soberanos 
Que ocupan en la edad en que uno es niño 
La alma al dormir y al despertar las manos… 
Y pensando en todo eso 
Que por haber pasado le parece 
Más bonito y más triste por supuesto, 
Se aflige, languidece, 
Y para hacer más rápido y más pronto 
El término que falta a su carrera, 
Se levanta, y después de —Soy un tonto— 
Coge el libro y estudia una hora entera. 
Y estudia… y dan las dos de la mañana 
Que lo encuentran despierto, 
Y dan las tres, y con el libro abierto 
Lo sorprende la luz por la ventana… 
Pues aunque Pablo sepa 
Que no hay fuerza o vigor que no se acabe 
Cuando se abusa más de lo debido, 
Ve que su aliento juvenil se agosta, 
Y arrojando esa máxima al olvido, 
Sigue siempre lo mismo, decidido 
A ser un hombre sabio a toda costa. 
IV 
Mas no vaya a pensarse que esto es todo 
Lo que hace que él trabaje de ese modo. 
Pues queda y falta por decir que Elena, 
Que es muy hermosa y además muy buena, 
Le dijo el otro día 
Que le gustaba mucho la poesía, 
Y que si amarle más posible fuera, 
Aún más de lo que le ama le amaría 
Si él supiera decir lo que sentía 
De la misma manera 
Que un poeta cualquiera 
Tratando de decirlo lo diría; 
Y como Pablo, en cuanto a Elena toca, 
Nunca ha sabido despegar la boca 
Mas que para rendirse a sus antojos, 
Ha visto en la mirada de sus ojos 
Que de ahí en adelante 
Si ha de decirles a sus labios —rojos— 
Tendrá para encontrar el consonante 
Que ponerse de hinojos, 
Y queriendo agradarla a cualquier precio, 
Aunque nunca jamás ha escrito una oda, 
Por no hacerse acreedor a su desprecio 
Pensó en una oda y escribió tan recio 
Que en menos que lo digo, la hizo toda. 
V 
La oda era muy buena. 
Como es fácil pensarlo; pero Elena, 
Que se oía llamar la más hermosa 
De todo el universo, 
Y esto no en simple prosa sino en verso, 
Lo cual, como se ve, ya es otra cosa, 
Radiante de alegría 
Propuso que la prosa 
Abolida por siempre quedaría 
En cuantas cartas él la escribiría; 
Y Pablo, que no hay modo de que pueda 
Resistir a un capricho de su amada, 
Tras de —la prosa queda desterrada— 
No supo más que contestar—pues queda. 
Y así con la alma henchida 
De ternura y pasión por su querida, 
La escribe diariamente 
Una carta de dos o de más hojas, 
Donde forzosamente 
Hay muchas frases débiles y flojas, 
Pero en cambio también y de repente 
Alguna que por nueva y por valiente 
Recuerda a los Quintanas y a los Riojas; 
Pues Pablo en fuerza de escribir cuartetas 
Y de educar el gusto y el oído, 
Ha conseguido al fin ser aplaudido 
Y al nombre y apellido de otros poetas 
Ver agregar su nombre y su apellido. 
VI 
Y ésto, que el pobre mozo 
Se encontró con grandísimo alborozo 
Cierta vez que un periódico leía, 
Se lo enseñó a su amada 
Con mucho del rubor y la alegría 
Del que por vez primera 
Mira una cosa suya publicada, 
Cuando ha sido, además, acompañada 
De una lisonja o de una flor cualquiera. 
Cuán cierto es que la gloria 
Brotando de la cosa más sencilla 
Toma las formas de lo real y brilla 
De la ambición en la óptica ilusoria, 
En dos líneas o tres de gacetilla 
Que allá en la soledad de una bohardilla 
Se aprenden muchas veces de memoria. 
VII 
Llena de regocijo 
Por la prueba de amor que le presenta, 
Quedó Elena con ella tan contenta 
Que queriendo hablar mucho nada dijo: 
Mas si no pudo hablar porque su boca 
No estaba en aquel punto para eso, 
En cambio le abrazó como una loca 
Y le dio de su dicha en un exceso 
Que casi casi en la demencia toca, 
Un beso de esa especie que provoca 
A hacer interminable cada beso. 
VIII 
Pablo, que en la pasión en que se ardía 
Por la graciosa Elena, 
Al pensar en el beso de aquel día, 
No acertaba a encontrar ni comprendía 
Que pudiera existir cosa más buena, 
Henchido de esperanzas y risueño 
Como aquel que no lleva en su memoria 
Ni aun la sombra del duelo más pequeño, 
Al entregarse aquella noche al sueño 
No soñó en otra cosa que en la gloria. 
Sobre su altiva frente 
Brillaba inmarcesible y refulgente 
La corona inmortal de la victoria; 
Y entre el inmenso aplauso que la gente 
Alzaba vitoreándole a su vista, 
Con esa buena fe de todo artista 
Que se siente muy grande interiormente 
Cree que el laurel de triunfo que conquista 
La gloria misma lo tejió en persona, 
Aunque sabe muy bien que su corona 
Salió del obrador de una modista. 
IX 
Sueña con que su nombre 
Dicho siempre entre muchas alabanzas 
Ha hecho concebir mil esperanzas 
De que tenga la patria otro gran hombre. 
Y de tan dulce sueño despertando 
Y al despertar quedándose suspenso, 
Se incorpora en el lecho meditando 
Con un placer inmenso, 
En que si la ansia noble que le apena 
Llegase al no a realizarse un día, 
Al corazón que ha consagrado a Elena 
Su corona de poeta agregaría. 
X 
Y Pablo, a quien le sobra 
Fuerza y valor porque le sobra afecto, 
Concibe en su interior un gran proyecto 
Y sin pensar en más lo pone en obra; 
Llegando a tal extremo en su demencia 
Y a tal punto llegando en su arrebato, 
Que ha olvidado los libros y la ciencia 
Sin ver que está enfermándose de ausencia 
Su pobre madre que le dice—¡ingrato! 
XI 
Y es que aunque Pablo quiere a su familia 
Con el afecto de un amor gigante, 
Por más que lo medita y lo concilia 
Siempre halla que el esfuerzo que lo auxilia 
Nunca llega a auxiliarle lo bastante; 
Que en la eterna vigilia 
En que vive soñando con su amante, 
Ésta, que toda su memoria llena, 
Le hace olvidar la obligación, de modo 
Que él sólo dice que ha pensado en todo 
Si ha pensado en la gloria y en Elena. 
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