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 Si eso fuera, si fuera cierto 
Que la última palabra de la vida 
Es la palabra débil y no oída 
Con que del mundo se despide un muerto; 
Si la existencia humana 
Sólo durara lo que dura un soplo 
Que la alienta y la empuja en su camino, 
Y si el límite negro de las tumbas 
Fuera el límite impuesto a su destino, 
La majestad que su misión encierra 
Con su aliento vital se perdería, 
Y el cadáver de un sabio no sería 
Sino un cadáver más sobre la tierra… 
Pero, ¡no! que si el golpe de la muerte 
Es bastante a doblar bajo su peso 
Lo mismo que al idiota al varón fuerte, 
Jamás podrá la tumba 
Prestarles a los dos la misma talla. 
Como el destino ciego 
Jamás podrá bajo su golpe injusto, 
Igualar a la encina y al arbusto 
Que ruedan bajo el hacha del labriego. 
Los hombres son iguales 
Ante el abierto fondo de un sepulcro, 
Porque del hombre en el cadáver frío 
La creación inmortal no ve ni encuentra 
Sino una estatua que al perder la forma 
Para otra forma en sus talleres entra; 
Pero allí donde se hunde 
Todo pie, y enmudece todo labio, 
Allí donde se pierde y se confunde 
La huella del idiota y la del sabio, 
Si la tumba entreabierta 
Cubre a los dos bajo la misma calma, 
Y si al cruzar la inmensidad desierta 
Los dos encuentran la misma puerta 
Confundiendo en el cielo a una y otra alma: 
La justiciera historia 
Dejando al uno vegetar perdido, 
Alza al otro un altar en su memoria, 
Marcando entre los dos la diferencia 
Que la tierra y el cielo 
Borran ante la vida y la creencia, 
Y haciendo en el lugar aborrecido 
Donde acaba esta vida transitoria, 
Algo como otro cielo, de la gloria, 
Y algo como otro infierno, del olvido… 
Podrá el cincel hebreo 
Dar a Josué una estatua en sus talleres 
Y negar esa estatua a Galileo; 
Pero no podrá hacer que olvide el mundo 
El robusto y divino e pur si muove 
De su credo profundo; 
Que a pesar del fanático sombrío 
Que en el silencio del dolor lo encierra, 
Su grito sonará sobre la tierra 
Mientras ruede la tierra en el vacío… 
Podrá el templo cristiano 
Desdeñar para su aire otro perfume, 
Que el del incienso que en columnas blancas 
Sobre el dorado vaso se consume; 
Pero el santuario augusto de la ciencia 
Jamás tuvo en su altar mejor aroma, 
Que en aquel santo día 
En que era un mundo entero el incensario, 
Y un loco, un pensador, un temerario, 
Quien aquel incensario le ofrecía. 
La ciencia, como el cielo, 
Tiene también sus himnos y sus cantos, 
Y, lo mismo que Dios, tiene su culto, 
Y, lo mismo que Dios, tiene sus santos… 
En vez de las suntuosas catedrales 
Que el suelo cubren con su inmensa mole, 
Ella tiene la escuela, donde unidos 
Por el amor sagrado de la idea, 
Sobré el arpa bendita del santuario 
Levantan la oración del pensamiento, 
El sabio contemplando el firmamento 
Y el niño deletreando el silabario. 
Y allí es donde la gloria 
Tiene un altar y un busto 
Para cada escogido de la historia; 
Allí es donde la ciencia 
Va a repetir entre el clamor del mundo, 
La palabra de luz del moribundo 
Que sucumbe en la fe de su conciencia. 
Y allí es donde tu vives, varón justo, 
Al que ahora bendice en sus altares 
La santa voz del porvenir augusto; 
El que tu ciencia y tus virtudes premia, 
Consagrando a tu ciencia y sus virtudes 
Las canciones de todos sus laúdes 
En el templo inmortal de la Academia. 
Allí será donde tu boca, el libro, 
Nos seguirá enseñando las verdades 
Que al Universo le arrancó tu aliento; 
Y allí donde el progreso agradecido 
Cuando la historia de tus hechos abra, 
Llegará con tu nombre bendecido 
A tocar a las puertas del olvido 
Para hacerte brotar de tu palabra. 
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