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 Si la vida es un cielo, y si la muerte 
Es la noche más negra de ese cielo, 
Cuando el hombre al morir deja encendida 
La luz inmaculada de sus huellas; 
Cuando igual a la tarde, 
Sucumbe coronándose de estrellas 
Y haciendo en su caída 
De un astro nuevo aparecer la cuna, 
Entonces esa sombra maldecida 
Que se alza del abismo de la nada, 
Si es la noche en el cielo de la vida, 
En el cielo del triunfo es la alborada. 
La tumba se convierte 
En el primer peldaño de esa escala 
Que los Jacob del genio sueñan tanto, 
La lira de la muerte 
En lugar de un gemido ensaya un canto; 
Y la cripta mortuoria 
Se cambia ante la losa que la cierra, 
En la última jornada de la tierra 
Y en la primera jornada de la gloría. 
Allí es donde comienza ese paisaje 
Con que a su fe y a su destino fieles, 
Deliran en su afán los soñadores; 
Donde está la partida de ese viaje 
Que tiene por bellísimo miraje 
Todo un mundo de palmas y de flores… 
Allí es donde el Colón-inteligencia, 
Divisando en la playa de su anhelo 
La santa realidad de su creencia, 
Se alza en todo el vigor de su conciencia 
Gritando al verla y al tocarla… ¡cielo! 
La muerte no es la nada, 
Sino para la chispa transitoria 
Cuya luz ignorada 
Pasa, sin alcanzar una mirada 
De la pupila augusta de la historia; 
Pero la flor que muere y que se inclina 
Falta de aliento y de vigor al suelo, 
Sigue viviendo aún en el mismo ocaso 
Que de sus ricas galas la despoja, 
Cuando al rodar del vaso la última hoja 
Queda su esencia perfumando el vaso. 
Tú sucumbiste así; y aunque el abismo 
Al mundo robe con tu cuerpo un hombre, 
Tú para el mundo seguirás el mismo 
Mientras viva el perfume de tu nombre; 
Por eso el sentimiento 
Que en torno a este ataúd nos ha reunido, 
No es el dolor hipócrita que al viento 
Lanza la inútil queja de un gemido; 
No es el pesar que apaga su lamento 
En el silencio ingrato del olvido, 
Sino el placer que brota y se levanta 
Sobre la eterna marca de tus huellas, 
Y que del himno que escribiste en ellas 
Hace el himno inmortal con que te canta. 
Venimos a ceñir sobre tu frente 
La corona de luz que tú querías; 
A recoger para tu fe naciente 
La llama que en tu espíritu escondías… 
Y al mundo triste y de dolor cubierto 
Que aguarda a que la tumba te devore 
Venimos a decirle que no llore, 
Venimos a decirle que no has muerto… 
Que hoy es cuando tú naces 
A la luz de la gloria y de la vida, 
Y hoy cuando te despiertas y cuando haces 
Tu entrada por la tierra prometida, 
Que en vez de ser testigos 
De un crepúsculo débil que se apaga, 
Los que hoy venimos a entregar un hombre 
Al antro de las sombras eternales, 
Venimos a encender en su desierto 
El sol que se alza de ese libro abierto 
Donde quedan tus hechos inmortales. 
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