»— ¿Oíste? ¿No fue el viento que murmuró tu nombre? Era la voz de un hombre, era un odioso acento.
Acércate, ¡alma mía! He visto ya la muerte, ¡ah! necesito verte… Acércate, María!…
Aparta de mi mente las sombras del delirio, consuma mi martirio, oh Dios omnipotente!
¡Ángel mío! ¡María! … aquí, en mi frente siento un ardor horrible que me acaba; es de un volcán la abrasadora lava, es de fuego un torrente!
¿Me huiste, ¡oh María!, cual un fantasma vano? Tu delicada mano tocar me parecía.
Creí sentir la seda de tu cendal ligero… María… ¡a Dios! … yo muero, María… ¡en paz te queda!
No — yo quisiera ahora la calma de un momento… uno solo… ¡oh tormento! Tan solo sí una hora…»
¡Tan joven, ¡ay! — la voluptuosa aurora no vi más de la vida… y a la oscura tumba bajar! … sin ti, sin tu hermosura, ¡María encantador!
¡Tan joven y perderte! Ahora que la vida me halagaba, cuando mi gloria, ¡oh virgen!, empezaba, ir a dormir el sueño de la muerte!…
Ay, solo, abandonado deja la luz el mísero poeta… y su mente ambiciosa, vaga, inquieta irá a encerrar en el sepulcro helado!
¡Morir! … ¡oh no, imposible! ¿Y mi lira? ¿Y mis versos? … ¿Y mi gloria? ¡Ni mi nombre siquiera en la memoria de un solo vivo? … ¡idea aborrecible!
¿Ni ella tampoco, ni ella viene a coger mi fúnebre suspiro? ¡Y me acabo! ¡y apenas ya respiro! ¿Y yo la amaba, y la llamé mi bella?
¡Amor mío! María, tú me amabas también: será el postrero, pon en mi labio un ósculo hechicero… tranquilo bajaré a la tumba fría!
|