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 – VI – 
Salutación a Leonardo 
Maestro, Pomona levanta su cesto. Tu estirpe 
saluda la Aurora. ¡Tu aurora! Que extirpe 
de la indiferencia la mancha; que gaste 
la dura cadena de siglos; que aplaste 
al sapo la piedra de su honda. 
Sonrisa más dulce no sabe Gioconda. 
El verso su ala y el ritmo su onda 
hermanan en una 
dulzura de luna 
que suave resbala 
(el ritmo de la onda y el verso del ala 
del mágico cisne sobre la laguna) 
sobre la laguna. 
Y así, soberano maestro 
del estro, 
las vagas figuras 
del sueño, se encarnan en líneas tan puras 
que el sueño 
recibe la sangre del mundo mortal, 
y Psiquis consigue su empeño 
de ser advertida a través del terrestre cristal. 
(Los bufones 
 que hacen sonreír a Monna Lisa 
 saben canciones 
 que ha tiempo en los bosques de Grecia decía la risa 
 de la brisa.) 
Pasa su Eminencia. 
Como flor o pecado es su traje 
Rojo; 
como flor o pecado, o conciencia 
de sutil monseñor que a su paje 
mira con vago recelo o enojo. 
Nápoles deja a la abeja de oro 
hacer su miel 
en su fiesta de azul; y el sonoro 
bandolín y el laurel 
nos anuncian Florencia. 
Maestro, si allá en Roma 
quema el sol de Segor y Sodoma 
la amarga ciencia 
de purpúreas banderas, tu gesto 
las palmas nos da redimidas, 
bajo los arcos 
de tu genio: San Marcos 
y Partenón de luces y líneas y vidas. 
(Tus bufones 
 que hacen la risa 
 de Monna Lisa 
 saben tan antiguas canciones.) 
Los leones de Asuero 
junto al trono para recibirte, 
mientras sonríe el divino Monarca. 
Pero 
hallarás la sirte, 
la sirte para tu barca, 
si partís en la lírica barca 
con tu Gioconda… 
La onda 
y el viento 
saben la tempestad para tu cargamento. 
¡Maestro! 
Pero tú en cabalgar y domar fuiste diestro, 
pasiones e ilusiones: 
a unas con el freno, a otras con el cabestro 
las domaste, cebras o leones. 
Y en la selva del Sol, prisionera 
tuviste la fiera 
de la luz: y esa loca fue casta 
cuando dijiste: «Basta». 
Seis meses maceraste tu Ester en tus aromas. 
De tus techos reales volaron las palomas. 
Por tu cetro y tu gracia sensitiva, 
por tu copa de oro en que sueñan las rosas, 
en mi ciudad, que es tu cautiva, 
tengo un jardín de mármol y de piedras preciosas 
que custodia una esfinge viva. 
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