Entrevista a Luis López Nieves
Rubén Darío Jaimes
Universidad Simón Bolívar
Actual, Caracas, Venezuela
A principios del año 2000 tuve la oportunidad de formularle algunas preguntas al escritor Luis López Nieves, quien muy gentilmente respondió desde esa fibra boricua que encontramos muy marcada en toda su narrativa. Hoy presentamos ese intercambio tal como se dio en aquel momento.
Rubén Darío Jaimes -Hay un aspecto de la literatura puertorriqueña que a mí me parece cardinal, y es el de la identidad cultural. ¿Cómo percibes tú la producción literaria boricua en el contexto de la cultura asediada por el mundo norteamericano? Y lo digo, sin querer decir con esto que el resto de América Latina no se encuentre en una situación muy similar, pero la condición de ser Puerto Rico un Estado Libre Asociado le da un matiz muy particular al asunto.
Luis López Nieves -A partir de la invasión norteamericana de Puerto Rico, la literatura puertorriqueña se convirtió en el más importante defensor de nuestra identidad cultural. Desde los primeros escritores (Zeno Gandía, De Diego, etc.) hasta los de la generación del 50, éstos casi siempre tenían como tema primordial (casi exclusivo) el asunto de la identidad y la defensa cultural. En los años 70, sin embargo, ocurre un cambio importante. Nuestros padres y abuelos literarios se habían preguntado qué somos. Esa era una pregunta importante para ellos. Legalmente nunca ha existido la nación puertorriqueña. Saltamos de ser una colonia de España a una de EE.UU. Por tanto, ellos se preguntaban qué somos. ¿Qué es ser puertorriqueño? Pero, cuando empecé a estudiar y a escribir en los 70, a mí esa pregunta no me interesaba: me aburría porque la respuesta era evidente y sencilla: somos puertorriqueños y latinoamericanos. Tal parece que bastantes miembros de mi generación compartíamos esta visión. Por tanto, esta toma de conciencia me libera y me permite simplemente escribir literatura, sin sentir la necesidad de rescatar la cultura de un desastre inminente ni de definir lo que ya está definido. Las generaciones anteriores, por tanto, cumplieron su misión. De tanto preguntarse qué éramos, nos convencieron de lo que somos. Por tanto, te diría que siento, en lo personal, un enorme compromiso con el futuro político de Puerto Rico. Moriré luchando por su libertad. Pero no siento que mi literatura sea una herramienta únicamente al servicio de la libertad de mi patria. Todo lo contrario: mientras más rica y más variada sea mi literatura, mayor será mi aportación a la cultura puertorriqueña.
R.D.J. -Considero que es innegable el hecho de que existe un Puerto Rico que vive en la isla y uno que vive en la metrópoli, ambos con un mismo sentir y con una herencia cultural muy fuerte. ¿Cómo resuelve el escritor boricua, que vive en el norte, esa dualidad entre su raigambre mestiza y una vivencia en la modernidad de los Estados Unidos?
L.L.N. -No sé. Tendrías que preguntarle a un escritor que viva en Estados Unidos. Déjame aclararte algo que no sé cuán claro esté. Los puertorriqueños (y demás hispanos) que han emigrado a EE.UU. son “minorías” en ese país. Pero nosotros, los puertorriqueños de la isla, no somos emigrantes ni minoría. Somos una colonia intervenida militarmente, y aquí somos mayoría. No somos parte de EEUU. Te adelanto, sin embargo, que tengo unas ideas sobre este asunto (boricuas en EE.UU.) que algunos puertorriqueños consideran antipáticas. ¿Dónde están los españoles que migraron a Puerto Rico? ¿Dónde están los muchos venezolanos que inmigraron a nuestra isla en el siglo XIX? Los emigrantes son víctimas de la historia. Tarde o temprano dejan de ser lo que son y, como los venezolanos que vinieron a Puerto Rico, se convierten en puertorriqueños (y hasta pierden, del todo, la memoria histórica). Pienso que hoy día hay dos tipos de puertorriqueños en EE.UU.: los que salen del gueto y los que siguen allí. Los que salen, como puede verse, se asimilan. Así ocurrió con culturas tan potentes como la italiana. Claro, todavía comen pasta y escuchan ópera, pero han dejado de ser italianos. Creo que los puertorriqueños que salen del gueto empiezan a despuertorriqueñizarse. Los que siguen en el gueto están locos por salir, como es lógico. Mientras tanto, hay un grupo de escritores que se ha inventado la abominación que llaman “literatura en espanglish”. Esa literatura, en mi opinión, nació muerta y sin futuro. He visto en ella dos grandes tendencias: la nostalgia y la glorificación del gueto. La nostalgia me aburre. Lo único que me interesa sobre los guetos, sean de EE.UU., PR o de cualquier parte del mundo, es la manera más eficaz de exterminarlos. No hay que glorificar la pobreza.
R.D.J. -Uno de los aspectos más importantes de la literatura puertorriqueña es el de la historia. Recuerdo en este momento “Sobre tumbas y héroes” de Ana Lydia Vega, La Llegada de José Luis González y, por supuesto, ese trabajo tan genial tuyo: Seva, que evidentemente dialogan con respecto al pasado de la isla. De hecho, buscan, develan, construyen, mitifican o desmitifican el ayer. ¿Cuál consideras tú que es el aporte de la literatura boricua al género de la ficción histórica o historicista de América Latina?
L.L.N. -No sé contestar esta pregunta. Por otra parte, tendría que ser muy inmodesto para decir, por ejemplo, que no recuerdo haber leído una obra similar a Seva, pero es posible que exista y yo no la conozca.
R.D.J. -Hasta hace unos años a la literatura venezolana se le consideraba “de ceño fruncido”, como bien lo dijo Salvador Garmendia; muy por el contrario, la literatura de Puerto Rico se caracteriza por el humor, la parodia, el juego de las voces populares y hasta -como ustedes dicen- la bellaquería. Tu libro de cuentos Escribir para Rafa se inscribe dentro de esta concepción. ¿Cuál es tu secreto -digámoslo así- para plantearte la escritura de tu cuentística? ¿Cuál es tu motivación?
L.L.N. -Bueno, es el mismo caso acá en Puerto Rico. Aquí no había humor tampoco. Hasta los escritores de los 50 nuestra literatura siempre era de patria o muerte, de corte trágico/épico. Una cantidad desproporcionada de personajes de esa era son suicidas o suicidas potenciales. Era una literatura tremebunda, muy solemne, por las mismas razones de lucha cultural que he mencionado antes. Creo que el cambio principal, en mi caso, es que opté por la sátira en vez del grito angustiado. Escogí la burla en vez de la denuncia. Ese es el “secreto”. Y surgió porque, tal vez, me di cuenta de que cuando alguien se paraba, muy serio, a hacer una denuncia a todo pulmón y con cara de circunstancia, la gente no la tomaba en serio o se aburría. En cambio, cuando satirizas a un individuo hasta la muerte, entonces ya no se levanta y los demás te ríen el chiste. Es decir: es más entretenido. Y no podemos olvidar que la literatura es entretenimiento.
R.D.J. -He disfrutado mucho el libro Te traigo un cuento, que es una compilación de cuentos que tú haces de varios escritores jóvenes de la isla. ¿Sigue siendo el cuento uno de los géneros más fuertes de la escritura boricua? ¿Cuál es el aporte de esta nueva camada de cuentistas?
L.L.N. -El cuento, sin duda, es el género más fuerte de la literatura puertorriqueña. El aporte de los nuevos cuentistas, según veo a diario, es un afán por la innovación, por los temas nuevos y, especialmente, por los tonos nuevos.
R.D.J. -La generaciones de los setenta y ochenta rompieron con el ¡Ay bendito! de las generaciones anteriores, al abordar la realidad cultural de Puerto Rico, no desde la lamentación, sino desde una escritura mucho más contundente, por su heterogeneidad, sobre todo por el uso de la parodia y de la ironía como estrategias de respuesta cultural. ¿Consideras tú que existe una generación de los noventa que haya consolidado una ruptura discursiva como la que la generación a la que tú perteneces produjo con respecto a las precedentes?
L.L.N. -No creo que yo haya visto suficientes cuentos de narradores de los 90 como para formarme una opinión firme al respecto. Es muy temprano aún. Pero, por lo que he visto hasta ahora, no creo que en los 90 haya una ruptura (como hubo en el 70) sino una continuación. Las nuevas generaciones llegan guerreando o admirando. Quieren matar a papá o simplemente sentarse a su lado. Creo que el caso de los del 90 es el segundo. Pero te aclaro que nosotros, con los del 50, tuvimos una cuestión bastante mixta. Queríamos algo diferente, sí. Pero yo admiraba (y admiro) mucho a escritores como Pedro Juan Soto, José Luis González, René Marqués, Emilio Díaz Valcárcel, etc. Yo quería hacer algo diferente, pero no los quería matar. Y ellos siempre entendieron mi actitud. Fueron y son mis amigos. Me apoyan. Y se alegran de que yo no haya querido ser un mero imitador. Es decir: son escritores inteligentes.
R.D.J. -Finalmente, ¿cuál es tu actual proyecto de escritura?
L.L.N. -Tengo varios proyectos. Pronto publicaré un libro de relatos históricos ubicados en el siglo XVI caribeño: La verdadera muerte de Juan Ponce de León. Estos relatos, podríamos decir, están en la misma línea histórica de Seva. Tengo también dos novelas erótico-humoristas, en mi línea más satírica y cómica (Escribir para Rafa). También preparo una nueva colección de cuentos intitulada Últimas palabras. Y una novela archisecreta, que sólo puedo describir como una novela “genealógica”. Por último, sigo escribiendo textos de lo que podemos llamar “historia trocada”, como Seva.
FIN
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“Entrevista a Luis López Nieves”, Rubén Darío Jaimes, Actual (Revista de la Dirección de la Cultura, Universidad de los Andes), III Etapa, Números 55-56, Mérida, Venezuela, enero-agosto 2004, pp.269-272.