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  jueves, 25 de enero de 2018

LUIS LÓPEZ NIEVES: Confesiones

 

 

 

Siempre he pensado que las casualidades no existen, mas, de modo inverso, las coincidencias son cosa de todos los días: por una coincidencia estudié Letras y no Comunicación Social (como era mi intención inicialmente), también, coincidencialmente, conocí a mi esposo y nos enamoramos, más allá de los 4400 kilómetros de distancia que había entre nosotros; y, sin saberlo, conocer al narrador puertorriqueño Luis López Nieves fue descubrir a alguien con quien he coincidido en varias circunstancias sin siquiera tener idea…

Ahora, para que el relato sea honesto, debo hacer una salvedad: no tengo el placer de conocer a López Nieves personalmente (detalle al que la tecnología ha restado importancia) y, antes que a él, conocí su portal en la web, Ciudad Seva (Ya por ahí comienzan las afinidades, a ambos nos gusta la narrativa y la difundimos a través de la red).

Una vez que lo contacté (vía e-mail), la fortuna se encargó de poner en mis manos un texto breve, de su autoría, que pocas semanas atrás me había sido leído en una clase de Maestría por el profesor Rubén Darío Jaimes (quien, después me enteraría, había hecho su trabajo de ascenso -para convertirse en profesor asociado de la Universidad Simón Bolívar- sobre la obra de este autor), así que la maravilla siguió sorprendiéndome.

Y, desde el primer correo, aunque no nos escribamos seguido, la comunicación con él es tan fluida que ya lo siento como un amigo muy querido, y leer (y darles a conocer) esta entrevista es parte de ello.

Puerto Rico, lugar donde reside Luis López Nieves, vive momentos muy duros desde hace algunos meses, como consecuencia del paso de dos huracanes que afectaron el funcionamiento de los servicios públicos, infraestructura y otros temas en la isla y, sin embargo, aunque las dificultades no fueron pocas, él siempre estuvo pendiente de que la enntrevista (que pautamos y que él contestó antes del paso de los huracanes, pero que no pudo enviarme sino hasta unos meses más tarde) se publicara en el plazo que habíamos estimado, y su disposición para conmigo y con este espacio ha sido enorme, por lo cual no dejo de agradecerle.

Espero que ahora sean ustedes quienes coincidan conmigo, disfrutando esta entrevista y todo lo que en ella dejó Luis López Nieves.

Adriana Rodríguez: Cuénteme sobre su infancia: ¿cómo describiría esos primeros años de vida?

Luis López Nieves: Fueron tan felices que hoy me duele recordarlos. Por eso me desagrada la nostalgia. He descubierto que no me gusta hablar de los primeros años de mi vida. Tampoco disfruto escuchar música ni ver fotos de esa época. Fui tan feliz y privilegiado que cualquier otra realidad me resulta casi dolorosa.

AR: Ciertos autores hablan de la infancia como un paraíso perdido que revive ciertas añoranzas. Otros la describen como un reino al que siempre volvemos. ¿Qué sería para usted la infancia?

LLN: Mi infancia fue un maravilloso sueño del cual tuve la mala suerte de despertar. Fue una época mágica, en la que creí que los Reyes Magos y Santa Claus existían… y que un ratoncito dejaba dinero debajo de mi almohada cada vez que se me caía un diente. Hasta pensaba que las hadas madrinas eran reales. Llegué a creer en absolutamente todo lo que me dijeron: por ejemplo, que la gente buena siempre es recompensada y la gente mala siempre recibe castigos. Obviamente, fui engañado. Los Reyes Magos no existen y la gente mala se sale con la suya todos los días. De hecho, son precisamente los hijos de puta los que reciben recompensas y las personas buenas las que son castigadas. Por tanto, es un trauma espantoso despertar de la niñez e ingresar en la adultez. Pero no podemos confundir nuestra niñez con el “pasado”. El pasado histórico es una cosa, la niñez es la niñez. La diferencia debería ser evidente para todos. Pero, por lo visto, no lo es. Por eso escuchas a alguna gente decir que “antes las cosas eran mejores”. Esa es una idealización disparatada. Las cosas en el pasado nunca fueron mejores. Están confundiendo el “pasado” con los “recuerdos de la niñez”. La diferencia es grande.

AR: ¿Se definiría como un niño lector?

LLN: Muy lector. Todas las noches me acostaba con un libro. Mi madre me apagaba la luz porque tenía que ir a la escuela al otro día. Yo esperaba un rato, volvía a prender la lámpara y seguía leyendo. O leía debajo de la manta, con una linterna de mano. Desde niño fui nocturno y lo sigo siendo. Trabajo de noche. Me acuesto al amanecer, normalmente a eso de las seis de la mañana, y me despierto al mediodía. Este ha sido mi ritmo toda la vida, salvo contadas excepciones. Para mí, la vida empieza tan pronto se pone el sol. Lo demás es prólogo.

AR: ¿En qué profesión se veía cuando era niño? ¿O le interesó más un oficio particular?

LLN: Hubo una época en que quise ser astrónomo. Realmente no sé por qué. En este momento no me lo explico porque no me gustan las matemáticas. Quizás se debió a que me entretuvo mucho la clase de geometría con la profesora Berríos. Fue la primera vez en que vi claramente cómo aplicar la lógica a la realidad física, como en aquel axioma que dice “la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta”. Lo estudié cuando tenía como 13 años, pero todavía me acude a la mente cada vez que estoy en un espacio grande y debo decidir qué ruta tomar. Bueno, y luego de astrónomo, de pronto, quise ser escritor. No recuerdo ningún otro titubeo vocacional. Mi familia siempre quiso que fuera abogado, y todos me decían que tenía habilidad para serlo, pero la profesión me espantaba. También me decían que como escritor me iba a morir de hambre. Solo he pasado hambre una vez en mi vida, a los 16 años de edad, cuando mi novia y yo nos fugamos a otro país, adonde llegamos sin conocer a nadie. La primera semana compré una libra de pan con el poco dinero que me quedaba y tomé “prestados” un montón de sobrecitos de ketchup en Burger King. Comía pan con ketchup de desayuno, almuerzo y comida. Pero luego empecé a trabajar y nunca más pasé hambre. Curiosamente, mi hijo (Luis López Schroeder) es abogado. Así que mi madre se salió con la suya, aunque su deseo se saltó una generación.

AR: ¿Cuál (o cuáles) fue la circunstancia que cree marcó su acercamiento con la literatura?

LLN: Quisiera complacerte con una respuesta. De hecho, esta es una pregunta que me hacen con cierta frecuencia. Pero la verdad es que no tengo respuesta. ¿Por qué algunas personas pintan o son profesores de geometría? ¿El azar o el ADN? No sé. Solo sé que desde niño los libros fueron parte de mi vida. Supongo que al principio mis padres me los pusieron en las manos, porque ambos leían, pero a edad muy temprana ya no tuvieron que invitarme a leer. Al contrario: me quitaban los libros para que me durmiera, lo cual me daba mucha rabia porque de todos modos no me dormía. Me quedaba mirando al techo e imaginando historias. Luego empecé a escribir. Nunca sabré por qué.

AR: ¿Qué fue primero: la escritura o la lectura?, y ¿Qué le apasiona más hoy en día?

LLN: La lectura fue mucho antes. Y la sigo disfrutando más que la escritura. Escribir es una profesión que requiere mucho trabajo y aprendizaje. Se suda al escribir. Leer un buen libro, en cambio, es un placer que solo exige pasar páginas y tener un cerebro. Siento lástima por aquellos que no leen.

AR: ¿Cuál fue el primer libro que le enamoró?

LLN: Como niño, “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas. Como adolescente, “El extranjero” de Albert Camus. Como adulto, “Rojo y negro” de Stendhal… entre muchos otros. Notarás que los tres autores son franceses.

AR: Mencione cinco autores irrenunciables o, al menos, si no irrenunciables, sí elementales o importantes en su vida personal o como escritor.

LLN: Julio Cortázar, Franz Kafka, Stendhal, Honoré de Balzac, Miguel de Cervantes.

AR: ¿Hay algún género que, a la hora de leer, prefiera sobre los otros?

LLN: Narrativa, sin dudas.

AR: ¿Hay algún autor particular que le guste, ya sea por su recurrencia en los temas o por su estilo?

LLN: Como llevo tantos años leyendo, mis preferencias han ido variando. Un adolescente no tiene los mismos gustos e intereses de una persona de 35 ó 75 años de edad. He tenido periodos de leer vorazmente todos los libros de los autores mencionados antes, como Kafka, Stendhal, etcétera. Y así he ido evolucionando o cambiando a través de mi vida. En los años recientes, por ejemplo, me ha dado por leer a Georges Simenon. He leído como 25 novelas suyas y tengo varias más en turno. Y me ha dado por releer “La comedia humana”, de Balzac, que son como 90 novelas. También leo mucho a Naguib Mahfuz y a Mika Waltari. Antes, te aclaro, leía mayormente para aprender, para ser culto y por obligación, porque soy catedrático de Literatura y Creación Literaria. Había autores que yo debía conocer, aunque no me interesaran, porque era mi trabajo conocerlos. Pero hace unos años decidí que ya había cumplido con esa fase. Desde entonces solo leo por placer y realmente no me importa si son o no son autores “importantes”. Digo, tampoco es que lea basura ni “best-sellers” ni autores comerciales como Paulo Cohelo. Eso sería suicidio intelectual. Quiero decir que no me importa si “otros” consideran al escritor importante o no. Si a mí me gusta leerlo, es importante para mí. En esta forma he descubierto autores fascinantes, aunque poco conocidos.

AR: Además de narrativa, ¿hay algún otro género que le guste (o que le gustaría) escribir?

LLN: Alguna vez, en mi prehistoria literaria, creo que quise ser poeta, pero escribir buena poesía es una labor difícil. La poesía es la quintaesencia de la literatura. Creo que le cogí miedo.

AR: Muchos escritores son apasionados de otras cosas además de la literatura: algunos son fanáticos del béisbol (como Paul Auster), a otros les gusta el submarinismo, a Hemingway la caza. ¿Qué otras cosas le apasionan aparte de la literatura?

LLN: Me apasionan la historia, la política, la música clásica y la belleza femenina. Durante muchos años practiqué karate y jugué ajedrez, pero ya no tanto. No se me ocurre ningún pasatiempo más aburrido que ver a otros hacer deporte. Por eso no entiendo a las personas que disfrutan al ver juegos de baloncesto o pelota por televisión o en persona. A mí me aburre muchísimo ver a un montón de tipos sudando y corriendo de un lado a otro. O entrándose a puñetazos, como en el boxeo. Toda la vida he intentado entender este asunto, pero ya me di por vencido. Lo único que a veces me gusta ver es la copa mundial de fútbol, pero es más por razones políticas que por el deporte. Lo que disfruto es ver a los países latinoamericanos darles palizas a los europeos. Me gustan las venganzas históricas. Por eso la última copa mundial no fue placentera. Sudé sangre cuando vi la paliza que recibió Brasil; mi sufrimiento fue tanto que le dije a Mara, mi esposa (Mara Daisy Cruz), que jamás volvería a ver fútbol. Pero ya estoy listo para ver a los latinoamericanos darles palizas a los europeos en Rusia.

AR: ¿Por qué se decidió a escribir y cómo fue la experiencia del primer libro? ¿Se enfrentó a la bien conocida “página en blanco”?

LLN: No sé por qué me decidí a escribir. Como dije antes, supongo que me daba placer hacerlo. No puedo decir que se debió, digamos, a una “dialéctica protoespiritual que sirvió de prolegómeno estético a un nirvana metaterrenal con profundas raíces en mi hermenéutica personal”. Me gustaría tener una respuesta impresionante y pomposa, pero la verdad es sencilla: empecé a escribir porque me gustaba. Y pocas veces he luchado con la página (o el monitor) en blanco. No es que de pronto mis dedos empiecen a hemorragiar palabras sobre el teclado de manera incontrolable, pero tampoco paso días ni semanas sin poder escribir. Cuando quiero escribir, escribo. Pero, por supuesto, no publico todo lo que escribo. Eso sería un error.

AR: ¿Hubo alguna persona o hecho que resultasen decisivos para su vocación de escritor?

LLN: Muchas personas, cada una en diferentes etapas de mi vida. Son tantas que me tomaría un libro entero enumerarlas. Pero tal vez una de las principales fue Julio Cortázar. Lo conocí personalmente en Nueva York, donde leyó y alabó uno de mis cuentos. Al principio, cuando me felicitó, pensé que lo hacía por cortesía y que tal vez ni siquiera había leído mi cuento. Él era una gran figura internacional mientras yo era un chico de apenas 23 años. Pero continuó hablando, me analizó el cuento y señaló ejemplos específicos de elementos de mi cuento que le habían gustado. Terminó exhortándome a que continuara escribiendo. Para un principiante de 23 años, pues yo te diría que fue un momento decisivo. Digamos que me dio cierta confianza en mi propia obra.

AR: Cuénteme sobre sus influencias literarias, si las hay.

LLN: Son demasiadas, pero no es que escriba como ninguno de ellos. Es decir, Cortázar, por ejemplo, es una de mis influencias, he leído casi todo lo que escribió, y lo he releído muchas veces. He leído “Rayuela” como 15 veces, y ni hablemos de sus cuentos. Pero no escribo como Cortázar. Algo que aprendí, precisamente de Cortázar, es la necesidad de “matar a papá”. Si la admiración es excesiva y un escritor no mata a su padre literario, pues no será un autor original, sino un imitador. Eso lo he visto mucho en mis viajes. La mayoría de los libros y cuentos que veo se pueden colocar en una de dos categorías: García Márquez (realismo mágico) o Cortázar. Por eso, luego de pasar grandes temporadas con algunos autores, he dejado de leerlos al darme cuenta de que me estaban tragando. Dejé de leer a García Márquez durante muchos años porque no quería convertirme en un García Marquecito. También estuve mucho tiempo sin leer a Cortázar ni a Kafka. Me parecían magníficos escritores, pero yo no quería ser un imitador de sus obras. Con Cervantes y Stendhal nunca tuve miedo de contagiarme porque nadie jamás podrá escribir como Cervantes. Es único. Y Stendhal describe un mundo tan diferente al mío, tan lejano, que nunca vi peligro de ponerme a escribir como él.

AR: ¿Cuál es el libro que más ha disfrutado escribir, o que le ha proporcionado más elementos y experiencia para entender y dominar el oficio como escritor?

LLN: Cada libro ha sido un proceso diferente. Quizás la excepción sean mis dos últimas novelas publicadas, “El corazón de Voltaire” y “El silencio de Galileo”, porque son parte de un mismo ciclo de novelas. Comparten un formato y personajes. Por tanto, fueron parte de lo que podría llamar la misma experiencia literaria, aunque con grandes diferencias. Mi novela recién terminada, “Toda la sangre del mundo”, fue una experiencia nueva porque trabajé un mundo y un estilo que no había trabajado antes. Además, es mi novela más larga: el manuscrito tiene unas 440 páginas.

AR: ¿Cuál es el libro que más ha disfrutado leer?

LLN: Es imposible contestar esta pregunta porque son demasiados los libros que he disfrutado en mi vida. Por ejemplo, “El conde de Montecristo” me gustó una barbaridad cuando era muchacho. No sé si me gustaría tanto si lo releo hoy. Además, ahora que pienso en los libros que más me han gustado, de pronto me doy cuenta de que la lectura de estos libros, que adoro, no fue necesariamente “placentera” en el sentido tradicional de la palabra. Por ejemplo, recuerdo varias novelas (“Rayuela”, “Crimen y castigo”, “Los hermanos Karamazov”), que al leerlas me sudaban las manos. Yo realmente sufría con los personajes. Con Raskólnikov cuando está delirando en su cama, o con Oliveira en el capítulo de la tabla o durante la muerte de Rocamadour. Y con “Papá Goriot”, una de mis novelas favoritas de todos los tiempos, que lo que me daban era ganas de agarrar a Goriot por el pescuezo y gritarle: “despierta, imbécil”. Y ni hablar de Julián Sorel, cuando prácticamente se suicida debido a un arranque de furia. Y “Bola de Sebo”, de Maupassant, por la manera tan cruel en que tratan a la noble protagonista. Puedo dar millones de ejemplos, como “Edipo rey” o “El cantar de Roldán”. Sí, hay una satisfacción o un placer estético al leer una gran obra, pero una parte de esta satisfacción no es necesariamente grata porque la gran literatura retrata la naturaleza humana, la cual es trágica. El día que nacemos, ya sabemos que vamos a morir. La literatura nos retrata diferentes caminos… pero todos terminan en un mismo sitio.

AR: Relate una experiencia inolvidable de su vida como escritor.

LLN: Bueno, cuando publiqué mi primer libro, “Seva”. Durante los primeros días el editor, agradablemente sorprendido, me decía que todos los días, literalmente, estaban llevando cajas adicionales a las librerías porque el libro se vendía sin parar. Eran cientos de ejemplares diarios, por librería, lo cual no es un evento normal en Puerto Rico. Y tuvieron que acudir de emergencia a la imprenta para imprimir libros adicionales, a pesar de que la edición había sido grande. El día de la presentación de “Seva”, en la actividad no se vendió la primera edición, porque se había agotado en un mes. En la presentación se vendió la segunda edición. Esa experiencia me marcó. Y luego ocurrió algo semejante con mi primera novela, “El corazón de Voltaire”, pero esta vez a nivel mundial. El primer año tuvieron que hacer varias reimpresiones para toda América Latina, España y Estados Unidos. Esta experiencia, primero a nivel nacional, luego a nivel internacional, es algo que no se olvida nunca. Aunque te confieso que la primera, con “Seva”, es la que recuerdo con mayor afecto, tal vez porque fue la primera.

AR: Viendo su vida desde el presente, si le tocara decidir en este momento, de no ser escritor, ¿qué cree que sería?

LLN: Probablemente sería historiador. Aunque entonces la historia quizás perdería su encanto. Leo historia irresponsablemente. No como un profesional de la historia, sino como mero aficionado. Si tuviera que empezar a preocuparme por las notas al calce, por las fuentes primarias y por todas las demás herramientas que debe tomar en cuenta un historiador profesional serio, pues creo que ya no sería tan divertido leer historia. Yo la leo como si fuera ficción, como si fueran novelas o cuentos. De hecho, en otros momentos he dicho que la historia es el sexto género literario, y lo sigo creyendo.

AR: ¿Cuál es el personaje de ficción, de su autoría, que considera mejor logrado?

LLN: Es imposible para mí contestar esta pregunta. Prefiero que lo digan los lectores.

AR: ¿Cuál es el personaje de ficción, de otro autor, que más le ha gustado?

LLN: Demasiados. Pero si me obligas a escoger uno, probablemente sea Julián Sorel, de Stendhal.

AR: A la hora de elegir el tema de un cuento o novela, ¿qué puede ser lo que lo inspire?

LLN: Cualquier cosa, desde una catástrofe mundial hasta un suspiro femenino. Cualquier actividad relacionada con el ser humano es una potencial fuente de inspiración. Pero te confieso que suelo acudir mucho a la historia para mis temas. ¿Para qué reinventar la rueda?

AR: ¿Hay algún tema o tópico literario que le obsesione? ¿Por qué?

LLN: Probablemente la historia, porque me duele ver cómo la humanidad pierde la memoria. Al nivel personal, por ejemplo, la persona típica no sabe quiénes fueron sus bisabuelos. Ni siquiera mencionemos a los tatarabuelos. Igualmente, muchas sociedades olvidan sus pasados verdaderos y viven una especie de mitología inventada por “otros”. Ese es el caso de Puerto Rico, por ejemplo, que por ser colonia norteamericana no vive su realidad, sino la realidad que otro país nos impone. Ambas vertientes, la personal y la social, se me unieron cuando en el 1995 encontré el testamento de una de mis tatarabuelas. Comienza así: “Yo, María del Pilar Díaz, súbdita que soy de la reina doña Isabel de Castilla…”. Me quedé pasmado. Tenía ante mí, de manera gráfica y concreta, el hecho de que en menos de cien años habíamos pasado de colonia española a colonia estadounidense. Para mí, la reina Isabel II era básicamente un remoto personaje histórico o de novelas. Recuerdo en especial la novela “La de Bringas”, de Pérez Galdós. Y, claro, esta señora me pareció siempre algo muy muy muy lejano, que nada tenía que ver conmigo. Creo que la derrocaron allá para 1868, imagínate. Y, de pronto, leo que mi tatarabuela se declara súbdita de esta señora. Fue como si mi tatarabuela hubiera dicho que era súbdita de Napoleón o de Julio César. Incidentes así pueden convertirse en temas literarios. Por eso digo que la historia es una fuente inagotable de inspiración literaria.

AR: ¿En qué otra época de la historia de la humanidad le habría gustado vivir?

LLN: En la Edad Media, pero en la capital del Imperio Bizantino: Constantinopla.

AR: Una palabra que le desagrade.

LLN: Capitalismo.

AR: Una palabra que le guste mucho.

LLN: Arte.

AR: ¿Hay alguna frase que pueda recordar que considere su máxima o lema?

LLN: “La felicidad es la lucha”.

AR: Cinco libros que considera que todos deberíamos leer.

LLN: Son demasiados los libros que me vienen a la mente. Durante esta entrevista ya he nombrado varios. Así que escogeré cinco que no he mencionado en esta entrevista: “Don Quijote de la Mancha” (Cervantes), “El proceso” (Kafka), “La iliada” (Homero), “La guerra y la paz” (Tolstói), “Cándido” (Voltaire), “Sinuhé el egipcio” (Waltari). Aunque nunca fui bueno en matemáticas, me sospecho que hay uno de más. Lo siento.

AR: Cuénteme si tiene un ritual de escritura, o cómo es la rutina cuando está en el proceso de creación de un libro.

LLN: No tengo supersticiones de ningún tipo porque traen mala suerte. Tampoco me gustan los rituales porque nací iconoclasta. Si me invento un ritual, al otro día me rebelo y decido aniquilarlo. Los rituales me odian.

AR: ¿Hay algún sueño literario que todavía no se haya cumplido?

LLN: No sé, porque nunca tomo decisiones mientras estoy dormido. Todas mis decisiones las tomo despierto.

AR: ¿Cómo le gustaría ser recordado por sus lectores?

LLN: Creo que la literatura debe lograr dos cosas: deleitar y decir algo inteligente sobre la condición humana. Me gustaría que me recordaran como un escritor de obras inteligentes que no aburren y que dicen algo sobre la condición humana.

AR: ¿Cuál de sus libros no debe faltar en nuestra biblioteca?

LLN: La respuesta es evidente: ninguno debe faltar.

AR: ¿A qué le teme Luis López Nieves?

LLN: A la mediocridad. A ponerme viejo mentalmente. A volverme insoportablemente conservador, como le ha pasado a demasiada gente a mi alrededor. A ponerme a decir necedades como “antes todo era mejor” o “la música de hoy día no es música”. Lo decía la generación de mis padres sobre el rock y la música de los Beatles. Por eso me horrorizo cuando la gente de mi generación lo dice sobre la música de hoy. ¿No aprendieron nada mientras crecían? Para muchos, “todo lo pasado fue mejor”. Pero es necesario recordar que cada generación tiene su propio pasado “idealizado”. En realidad, objetivamente hablando, las cosas en el pasado nunca jamás han sido mejores. En el pasado se trabajaba de sol a sol, los trabajadores (esclavos, siervos o empleados, da lo mismo) carecían de derechos, ni siquiera podían tomar vacaciones ni días por enfermedad. Las mujeres no podían votar, no asistían a las universidades y prácticamente eran esclavas o propiedad privada de sus maridos o padres. En la medicina, ni siquiera existían los antibióticos ni la anestesia. ¿Cómo es posible que este pasado sea mejor? Es grandísima locura decir que el pasado fue mejor.

AR: Si tuviera que vivir el destino de algún personaje literario (suyo o de otro autor), ¿cuál escogería? ¿Por qué?

LLN: Nunca me habían hecho esta pregunta. Interesante. Aunque he pasado mi vida creando otras vidas (las de mis personajes), en términos personales no puedo imaginarme viviendo otra. Siempre digo que si tuviera que renacer volvería a vivir la vida como la he vivido: como lector y escritor. Es poco lo que cambiaría. Bueno, mira, se me ocurre algo: me he casado cinco veces. Con lo que ahora sé, buscaría a mi esposa, Mara Daisy, para casarme con ella desde el principio y llegar con ella a la vejez, porque he descubierto que es la mujer de mi vida. Eso yo no lo sabía cuando me casé la primera vez a los 21 años de edad. Tuve que pasar por cuatro matrimonios para llegar a Mara. ¿Y qué más? No sé. Tal vez sería más tolerante. En la vida me he ganado muchos enemigos porque digo las cosas como las veo. A veces pienso que si volviera a nacer sería más tolerante y diplomático, pero de inmediato me arrepiento porque en ese caso no sería Luis López Nieves.

FIN

Versión original


“Luis López Nieves: Confesiones”, Adriana Rodríguez, Leamos cuentos y crónicas latinoamericanos, Venezuela, 25 enero 2018, leamoscuentosycronicas.blogspot.com.


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