Mi noche con Mario Vargas Llosa
El periodista Benjamín Torres Gotay relata su encuentro con el gran escritor peruano fallecido el domingo y el impacto que tuvieron en él sus libros
14 de abril de 2025

En el 1995, recién padre, recién periodista, ya con el vicio de la literatura en las venas, se me presentó, de la manera más inesperada imaginable, una oportunidad única: hablar de libros, cara a cara, en privado, por más horas de las que puedo ahora recordar, con Mario Vargas Llosa, el gran escritor peruano, eventual ganador del Premio Nobel, fallecido el domingo a los 89 años.
Yo me había autoproclamado escritor, tal vez prematuramente, en 1989, cuando tomé un taller de cuentos con el escritor Luis López Nieves en la Universidad del Sagrado Corazón (USC). Leía desde adolescente y también de adolescente escribí lo que entonces creía eran dos novelas que hoy, por supuesto, no existen. Pero no fue hasta el taller con López Nieves -todos los viernes, de 1:00 a 3:00 de la tarde, que eran entonces las mejores dos horas semanales de mi vida- que entendí que había una disciplina artística llamada literatura practicada por escritores.
En el taller de López Nieves, además, me topé con un tipo de ser humano como el que, más allá del que veía cada mañana en el espejo, no había conocido nunca: muchachos más o menos de mi edad que también querían ser escritores. Algunos son mis amigos hasta hoy, como Gabriel Paizy, profesor de comunicaciones en la USC y Luis Maldonado, quien enseña literatura en Southern Methodist University (SMU) en Texas.
Fue Luis quien me llevó a conocer a Vargas Llosa. Luego de que ambos completamos nuestro bachillerato en la USC, yo me fui a trabajar como periodista y Luis a hacer estudios graduados en literatura en la Universidad de Puerto Rico (UPR) de Río Piedras, donde se convirtió en discípulo del gran intelectual Esteban Tollinchi, quien, a su vez, mantenía una amistad de años con Vargas Llosa.
En 1995,Vargas Llosa, quien fue profesor en la UPR de Río Piedras a finales de los años 60, vino de visita. El profesor Tollinchi, quien murió en 2005, invitó a sus alumnos preferidos a su apartamento en Hato Rey, a conocer al gran escritor. Luis estaba en ese selecto grupo de estudiantes preferidos del profesor Tollinchi. Luis (nunca pregunté si pidió permiso) me llevó con él al encuentro.
La invitación no fue por casualidad. Yo había leído Conversación en la Catedral, cuya asombrosa construcción me produjo una profunda sacudida que me dura hasta hoy. No es la novela que más me ha gustado en la vida (ese lugar lo ocupa, hoy, El crimen y el castigo, de Fiodor Dostoyevski), pero sí la de la construcción técnica más lograda e impresionante. Es, además, la novela que a mi juicio mejor retrata la profunda degradación moral general que resulta de los totalitarismos de cualquier tendencia.
Luis conocía del tremendo impacto que habían tenido en mí Conversación en la Catedral y otras novelas de Vargas Llosa porque entonces nosotros solo hablábamos primero de literatura, segundo de libros y tercero de escritores.
Recuerdo el apartamento atestado cuando llegamos. El único rostro que reconocí fue el de Carmen Dolores Hernández, crítica literaria de siempre de El Nuevo Día y esto porque Luis y yo habíamos tenido, unos años antes, la osadía de llevarle una copia de la revista literaria que fundamos en la USC y a que ella, sin conocernos, tuvo la generosidad de recibirnos y de reseñar nuestro trabajo en el periódico.
Vargas Llosa, cuya vocación de maestro fue, y con razón, legendaria, había pedido, nos dijeron, irse aparte con los estudiantes. En un estudio separado de las demás personas, fue el encuentro que hoy recuerdo con tanto agradecimiento.
Éramos cerca de diez jóvenes, de los que recuerdo solo al poeta Noel Luna, que era muy amigo de Luis. Lo más duradero que saqué del encuentro fue la pasión por Juan Carlos Onetti, el gran escritor uruguayo que entonces yo no conocía y de cuyos cuentos Vargas Llosa habló con tanto entusiasmo que temprano el otro día yo estaba en La Tertulia, en Río Piedras, buscándolo. He presumido de que a Onetti me lo recomendó Vargas Llosa personalmente (aunque en lo de “personalmente” haya un poco de “licencia poética”).
Recuerdo a un Vargas Llosa atento, sonriente, respondiendo con detalle las inquietudes de los jóvenes. Yo, tal vez deslumbrado, no hablé. Uno de los muchachos le planteó las dificultades para publicar en Puerto Rico. Vargas Llosa, que publicó La ciudad y los perros, una de sus mejores novelas, cuando tenía 27 años, nos dijo que nuestra edad era más para leer y para escribir, que para publicar.
No estábamos en tiempo de selfies, por lo cual no hay, que yo sepa, fotos del encuentro. Algunos de los presentes fueron cargados de libros para que se los firmara. Yo, que siempre he sido muy tímido para acercarme a famosos, no llevé ninguno. Me basta, me ha bastado todos estos años, la memoria, que no es poco.
No recuerdo cuánto tiempo pasamos con Vargas Llosa. A mí me pareció que fueron muchas horas. Quizás no fueron tantas y es el impacto de toda la vida que ese encuentro tuvo en mí que hace que parezca que fue más tiempo.
Las posturas políticas de Vargas Llosa no afectaron mi admiración por el enorme escritor que fue. Pensaba en él como en uno de esos amigos que todos tenemos, entrañables, muy queridos, pero con los que no podemos hablar de política. Siempre admiré, no obstante, su condena sin reservas de los totalitarismos de toda tendencia y su inquebrantable fe, que comparto, a pesar de sus defectos, que no son pocos, en la democracia liberal, aun en estos tiempos en que se le ve tambaleándose por allá y por acá.
En los tiempos del taller de Luis López Nieves, leí que García Márquez le dijo a Plinio Apuleyo que cuando decidió ser escritor supo que tenía que leer todas las novelas escritas en la historia. Yo pensé: pues tendré hacer lo mismo. Desde entonces, no ha pasado un día en que no tenga un libro en proceso (en estos días releo El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa).
Los libros me enseñaron a pensar. Y Vargas Llosa, al que descubrí en esos primeros años de lector en que los jóvenes ávidos de conocimiento entran en los libros como un cazador en una selva virgen, y más después de haberlo conocido personalmente, ha sido siempre uno de mis primeros, y mejores, maestros en la ingeniería de pensar, entender y tratar de saber. Dicho está: no fue poco.
“Mi noche con Mario Vargas Llosa”, Benjamín Torres Gotay, El Nuevo Día, Puerto Rico, 14 abril 2025, elnuevodia.com.