Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

“Mis hermanos saben lo que digo y vale, no digo más”:
La historia como rompecabezas en nuevos
cuentos de Luis López Nieves

Dra. Estelle Irizarry
Georgetown University, Wáshington, D.C.


Crear literatura de la imaginación es en el fondo, como ha señalado Johan Huizinga, una forma lúdica, un juego artístico e intelectual, pero también lo es su interpretación, como ha dicho Peter Hutchinson1. En los cinco cuentos de La verdadera muerte de Juan Ponce de León2, Luis López Nieves, autor de la originalísima novela Seva (1984)3, revela de nuevo su gran inventiva de historiador apócrifo extraordinaire. Es evidente que el autor, tal como el narrador del cuento titular, experimenta “el raro placer de jugar con la historia” (p. 51) y que sabe involucrar a sus lectores en estos “juegos”.

Frente a la historia oficial, estas versiones de hechos históricos ubicados en el siglo XVI revelan un secreto o resuelven alguna incógnita, si bien crean otras, por los documentos difícilmente descifrables que emplean lenguas extrañas o tinta invisible. Estamos ante lo que Huizinga llama “la conexión entre el juego y el jugar a un lenguaje secreto” (p. 134). Por el modo de contar, el sabio manejo de la cronología, la ambigüedad y la información no revelada, cada cuento es un exquisito rompecabezas que pone al lector en una posición no menos difícil que la del historiador de oficio. El libro entero parece guiado por un fuerte sentido lúdico, invitando al lector a responder de modo interactivo a las incógnitas que se encuentran a cada paso. Hay gente que sabe la verdad y otra gente que no; las palabras del protagonista del último cuento: “Mis hermanos saben lo que digo y vale, no digo más”, apuntan al tema de todos: hay gente que sabe la verdad y otra gente que no.

El historiador, ante la documentación disponible, escasa, de difícil acceso y a veces, hasta falsificada (como ha comprobado Caro Baroja en su libro Las falsificaciones de la historia)4, ha de ser, por fuerza, un detective. Alejandro de Tapia y Rivera, en la introducción a su Biblioteca histórica de Puerto Rico, lamentó en el siglo XIX la escasez de documentos que dificulta la reconstrucción de la historia cuando del siglo XVI se trata:

…careciendo los indígenas de Borinquen del conocimiento de la escritura, no pudieron legarnos la menor reseña de su primitiva historia; destituidos de artes, no poseemos un solo monumento como huella de su paso…: Apenas quedan escasas y vagas noticias de su carácter y costumbres en los pocos escritores generales del nuevo continente, que al trazar los cuadros del descubrimiento, y breve conquista de la Isla, dicen alguna cosa sobre el modo de existir de los naturales; y aun es más notable si alguno se detiene de vez en cuando, al continuar su narración, en los primeros pasos de la población del país, dejando vacíos, que resaltan más a causa de los destellos, que a manera de relámpagos, brillan de tarde en tarde en el horizonte histórico de Puerto Rico.

Para llenarlos ocurre el historiador a las fuentes originales, busca en el laberinto de los documentos de oficio y en la correspondencia particular de la época el hilo que cortado a trechos, puede guiarle con trabajo, si bien con seguridad, al término de sus investigaciones…5

La importancia de los documentos está subrayada en el texto por la proliferación de términos para designarlos y la frecuencia de su mención: “carta”, 25 veces; “documentos”y “documentación”, 26; “legajos”, 11; “manuscritos”, 15; “textos”, 6 y “pergaminos”, 4.

El secreto es a la vez tema y técnica de estos cuentos. Al contarnos estas historias secretas, se revela López Nieves como el mayor historiador apócrifo del Siglo XVI puertorriqueño. Es el período más remoto de la historia de la Isla después de la llegada del europeo y, por lo tanto, más oculto y susceptible a las conjeturas. En la reconstrucción novelesca que hace López Nieves de esta historia, los narradores/historiadores hacen el papel de detectives, como así también los lectores. Son cuentos adivinanzas, precisamente por lo que no dicen o por lo que dicen a medias.

El silencio llega a ser casi un protagonista. Formas de los vocablos “secreto” y “silencio” aparecen explícitamente 33 veces, la expresión “sin decir palabra” diez veces, y no responder o contestar cuatro. Estas alusiones suman a 64, una cifra considerablemente si tenemos en cuenta que las referencias a “historia”, “histórico/a” e historiadores en todo el libro sólo llegan a 38. El silencio se insinúa también en el uso de “señas” y “señales” como medio de expresión (17 veces). En un cuento (“El Conde de Ovando”) el silencio mismo es motivo de un cruel experimento científico del conde para investigar “cuál sería el habla espontánea –si alguna– de un niño criado en el silencio” (p. 35). El silencio en estos cuentos toma muchas de las formas que describen Deborah Tannen y Muriel Saville-Troike en su libro sobre el tema6 : Vemos el silencio determinado por instituciones (votos de silencio, entre los dominicos), el tabú (el incesto en “Ovando” y el “nefando y abominable pecado” en “Ponce”) y el silencio usado para el control social para mantener el orden y el secreto (el Santo Oficio en dos cuentos). Otro tipo de silencio es el “táctico-social” empleado para encubrir, mixtificar y disimular. Esta es la estrategia que emplea el mismo López Nieves como narrador, lo cual resulta irónico, pues le acerca a los escamoteadores de la verdad que implícitamente condena. Esto no debe sorprendernos, pues Hayden White ha señalado la semejanza entre las estrategias literarias que emplea el escritor de ficciones y el historiador en su narrativa de eventos que se presumen verdaderos7. Se puede observar esto, por ejemplo, en el historiador puertorriqueño Adolfo de Hostos cuando, con plena conciencia metahistórica, cuando se refiere a lo que escribe como “nuestro relato”8.

El carácter de adivinanza se introduce en seguida, en el título del primer relato: “El gran secreto de Cristóbal Colón”. Su asunto es, esencialmente, el mismo que desarrolla el historiador Juan Manzano Manzano en su libro Colón y su secreto: que tuvo lugar un predescubrimiento. “Comprobamos que con anterioridad al mes de abril de 1492, Cristóbal Colón ha navegado el mar Tenebroso y descubierto en él islas y tierra firme–según se expresa en la cláusula primera de este mismo documento–totalmente desconocidas”9. Manzano se basa en nada menos que el encabezamiento de las Capitulaciones de Santa Fe, de 17 de abril de 1492: “Las cosas suplicadas e que Vuestras Altezas dan e otorgan a don Christóval de Colón en alguna satisfacción de lo que HA DESCUBIERTO en las Mares Oceanas y del viage que agora, con la ayuda de Dios, ha de fazer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, son las que se siguen” (pp. 9-10). Si Colón calló los detalles, fue por temor a que otros le usurparan el reconocimiento y los honores y los títulos. Confió el secreto sólo a fray Antonio de Marchena, lo cual explica el apoyo incondicional de éste a su proyecto ante los Reyes Católicos. Manzano explica que hay dos teorías existentes entre los historiadores. La primera es que hubo un predescubrimiento por un navegante desconocido que había sufrido un naufragio y llegó a Madera, donde Colón lo acogió en su casa y donde murió, dejando a Colón sus mapas y papeles. La segunda es la de un viaje previo realizado por Colón, quien, por desconfianza, depositó su secreto con un fraile de la Rábida que lo defendió ante los Reyes Católicos. Manzano defiende la primera en 743 páginas; López Nieves ficcionaliza la segunda en menos de cinco.

Las pistas que llevan a sospechar un viaje anterior están en los detalles del cuento: el mapa “antiguo” que examina Colón, la llave del baúl que contiene una elegante túnica “guardada” y, finalmente, la edad del almirante (“pelo blanco”) y la del indígena viejo que le da la bienvenida. Sin embargo, el cuento abre nuevas incógnitas, planteando más preguntas de las que contesta, verbigracia: ¿Cuándo aprendió Colón el idioma “que ningún español puede entender” en el que el indio viejo lo reconoce como “maestro”? ¿Cuándo estuvo allí antes? ¿Por qué se había ido? ¿Por qué regresa?

El cuento es totalmente verosímil precisamente por la fidelidad que guarda con los detalles minuciosos–la hora, las palabras, los personajes y el estilo–confirmados por el Diario de Colón, como se puede apreciar al yuxtaponer los dos relatos.

En el Diario de Cristóbal Colón, se lee:

Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana: puesto que el Almirante a las diez de la noche. Estando en el castillo de popa vido lumbre aunque fué cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra, pero llamó a Pero Gutiérrez repostero de estrados del Rey y díjole que parecía lumbre: que mirase él y así lo hizo y vidola: díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor el cual no vido nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después que el Almirante lo dijo se vido una vez o dos: y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual cuando dijeron la Salve que la acostumbran decir e cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos: rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa y mirasen bien por la tierra: y que al que le dijese primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda: sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas. Amañaron todas las velas y quedaron con el tero que es la vela grande sin bonetas y pusiéronse a la corda temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los Lucayos que se llamaba en lengua de indios Guanahani. Luego vieron gente desnuda: y el Almirante salió a tierra en la barca armada: y Martín Alonso Pinzón y Vicente Anés su hermano que era capitán de la Niña.10

La versión de López Nieves conserva casi todos los detalles:

Creyó ver a lo lejos, en medio de la noche oscura, una lumbre que subía y bajaba como si alguien hiciera señas con una antorcha. El rostro se le calentó de golpe. Llamó al repostero de estrados Pedro Gutiérrez, lo sentó junto a sí y le preguntó si veía la lumbre. Gutiérrez se acercó a la ventana, sacó el cuerpo hasta la cintura y respondió que sí, que la veía. Cristóbal Colón entonces llamó a Rodrigo Sánchez de Segovia y le preguntó si veía la lumbre, pero éste dijo que no. Poco después la luz desapareció y nadie más pudo verla… Don Cristóbal Colón salió a cubierta y ordenó al timonel que acercara la Santa María a la Pinta, donde Rodrigo de Triana contaba a la tripulación cómo había visto tierra por primera vez y le recordaba al capitán Martín Alonso Pinzón la recompensa de diez mil maravedís… […]

-Cantemos el Salve Regina -respondió don Cristóbal-. Luego preparaos para buscar víveres y agua.

Pocas horas después, al amanecer, el pequeño bote de remos llegaba a la playa con el almirante don Cristóbal Colón en la proa. Lo acompañaban, entre otros, los capitanes Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón.

No obstante, el relato de López Nieves desemboca a un final ambiguo que invita hipótesis al no resolver por completo el secreto prometido en el título. Pero, ¿cómo puede resolverse “el secreto de Colón” en el cuento cuando hasta el Diario personal que nos ha legado la historia fue escrito sólo parcialmente por Colón y es, en cambio, mayormente una transcripción editada por el padre Bartolomé de Las Casas y muy abreviada? Como he señalado en otra parte:

El Diario de Colón nos ha llegado mediante la transcripción que del original hizo Fr. Bartolomé de las Casas, en la cual los textos directos de Colón ocupan el 25%. Distinguir las voces de los dos autores es de gran importancia porque algunos juicios acerca de Colón resultan injustos y proceden de la equivocación de atribuir a Colón rasgos del estilo de Las Casas.11

Hasta el año 1992, apenas había llamado la atención este hecho tan insólito, según he demostrado con amplia documentación y estudios de informática. Es un hecho que ha dejado lagunas y ha afectado la imagen que del Almirante tenemos. Por lo tanto, el cuento de López Nieves está arraigado en una circunstancia que invita conjeturas para suplir con la imaginación lo que nunca podemos encontrar en la documentación escasa y de segunda mano.

El segundo cuento, “El Conde de Ovando”, es una especie de “leyenda urbana” (que recuerda las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma y las Leyendas de Cayetano Coll y Toste), sobre el gobernador conocido en los libros de historia como Francisco de Obando (u Ovando) Messías (o Mexía) en el año 1577. La autenticidad geográfica de lugares y edificios de San Juan–el Palacio Obispal, la Catedral, el Convento Dominico, la Fortaleza–y de sus calles (San José, San Justo, San Sebastián) da autenticidad a los hechos. Si la aparición de la hija de Ovando montada a caballo evoca momentáneamente a la elegante y delicada “Dama a caballo” de Campeche sobre un caballo decorado con lacitos, pronto se desvanece la imagen en la amazona criolla del cuento que va en veloz carrera montada sobre el recio semental favorito de su padre y cae al lodo, detalles simbólicos que apuntan a su extraña relación con su padre.

Con gran pericia, el autor hilvana eventos simultáneos en torno a la hija y en torno al padre en “tomas” alternadas. La acendrada precisión de las fechas (se da la fecha y año quince veces, doce de ellas con la hora exacta) contrasta con la ambigüedad de los sucesos–lo que no se dice. Hasta los gestos de los personajes son enigmáticos: el Obispo se tapa el rostro; Ovando le besa las uñas a su hija y ella a él. Observamos la lucha por el poder entre el Obispo y Ovando, los experimentos científicos de éste y su uso de sujetos humanos, la resistencia de la hija vizcondesa ante la Inquisición y cómo se castiga la osadía intelectual de Ovando y la moral de su hija. El impacto del cuento aumenta si consultamos los libros de historia, porque constatan que en 1579, regresando de Hispaniola, a donde había ido en busca de tratamiento médico, Ovando fue capturado por los franceses que pedían un rescate que Juan Ponce de León II no quiso pagar, y murió en cautiverio. Pero no sería extraño que los detalles escabrosos quedaran sepultados en el silencio. Quedamos ante el planteamiento de que si es más confiable la historia oficial de un período inquisitorial que la que nos cuenta el novelista.

“La verdadera muerte de Juan Ponce de León”, el tercer cuento del volumen, llena otra laguna histórica dejada por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que en 1535 da la noticia escueta y lacónica de que el primer gobernador de Puerto Rico “volvió de allá [Bimini] desbaratado y herido de una flecha, de la qual vino á morir á la isla de Cuba” (Tapia, pp. 49-50). Con razón habla Tapia de “la imperfecta vista del coetáneo” (p. 7), que supera López Nieves a una distancia de siglos al aportar los detalles omitidos, desconocidos o tal vez olvidados. La memoria histórica es pobre: el Cardenal del cuento explica que nadie recuerda que su biblioteca es la más antigua del país y que su diócesis era una de las más extensas del planeta y la más grande de América (p. 50). “Y nadie lo recuerda” (p. 50). Los vestigios de la historia son frágiles y sujetos a las alteraciones más leves. Como nota Eugenio, “cuando tomamos un mueble que lleva 300 años en un rincón, y lo movemos a otro rincón, en cierto modo estamos alterando o reescribiendo la historia” (p. 51). Del mismo modo, el autor López Nieves, moviendo las palabras, logra deshacer unos cuatro siglos de historia en su versión de la muerte de Ponce de León. Por algo advierte Ovando a su secretario que le romperá el pulgar “si algún día te atreves a cambiarle una sola palabra a mis cartas, como hizo el segundo secretario” (lo cual puede tomarse también en un juego de doble sentido como advertencia del autor del cuento a su editor). Irónicamente, aunque el secretario no hiciera cambios, es obvio que la historia quedó secreta en manos del poderoso; por muy fieles que fueran los documentos de Ovando, ya no se encuentran.

El uso de múltiples narradores–el profesor Eugenio Aristegui Arzallús, el Monje Vasco y el indio taíno Danuax (Juanito) de 94 años–, además de cierto desorden cronológico, hacen que “La verdadera muerte de Juan Ponce de León sea un cuento mixtificador. Hay alusiones que no explicitan, por ejemplo, el motivo del autodestierro original del Monje Vasco de su tierra. Hay razones para creer esta versión de la muerte de Ponce de León: Eugenio, el narrador actual, es doctor en historia de la Complutense y ha hecho estudios de postgrado en prestigiosas universidades de Europa y en México. Pero hay más razones para dudar ante la evidencia que constituye un documento escrito en vascuence, oculto por unos 300 años y que ha pasado por varios custodios anteriores enumerados en orden inverso. Recordando todo el género de manuscritos hallados, sobre todo el manuscrito del “autor” moro del Quijote, Cidi Hamete Benengeli, hay razones para dudar de la fidelidad de una transcripción al español contemporáneo preparada por un vasco que lleva un apellido moro (Boabdil, como el rey vencido en Granada, donde había luchado Ponce de León) antes de ser editada por Eugenio. Dado el motivo de la venganza del indígena por su esclavitud, se puede preguntar también si se trata de una venganza adicional, tardía, de un transcriptor moro por la participación de Ponce de León contra sus antepasados. Y para colmo, surge la cuestión de la supuesta fidelidad de los recuerdos de un confesor a medio siglo de distancia acerca de una confesión sobre hechos acaecidos más de otro medio siglo antes.

El convenio tácito entre un escritor de ficciones y su lector es que aquél cuenta mentiras y éste se compromete a creerlas en lo que dura el cuento, pero una narración histórica que se presenta como “verdadera” pone esta convención en tela de juicio.12 Así el hecho de que Ponce de León está traicionado por su propia credulidad, defecto según el indio, de los españoles que “creen cualquier cosa” (p. 64), se hace extensivo al lector. ¿Será, quizá, ésta la lección que se plantea al final del cuento con un didacticismo ambiguo al decir que las palabras del indígena Danuax “sirvan de lección a los hombres” (p. 75)? Finalmente, para mixtificar aún más al lector que “sabe” (por haber consultado la página cibernética del autor: http://www.CiudadSeva.com), hay cierto juego irónico, en vista de que éste ha trazado su genealogía a Ponce de León, que se vea como una figura mucho menos halagadora que en la novela Isla cerrera de Manuel Menéndez Ballester (1937).

“La última noche de Rodrigo de las Nieves” trae revelaciones en torno a un evento clave de la historia puertorriqueña. La exactitud de la fecha, el 23 de diciembre, contrasta con la omisión del año, que el lector ha de resolver. La pregunta “¿Es el Draque?” (p. 79) es la pista para los que saben (lo de “Mis hermanos saben lo que digo…”) que en 1595 hubo el fallido ataque del temible corsario inglés. El episodio fue tratado anteriormente en forma literario por Lope de Vega en su poema narrativo La Dragontea (1598), citado amplamente por el historiador Adolfo de Hostos en su descripción del ataque (pp. 34-37), lo cual sirve de ejemplo de cómo la literatura puede influir en la historia. Otro libro de historia resume los hechos principales así: “[c]uando quiso forzar su entrada de noche pegándole fuego a las fragatas españolas surtas, en el puerto se dio a sí mismo el golpe de gracia, pues con la claridad se podía afinar la puntería de los cañones, pudiéndose echar a pique diez lanchas enemigas y hacer huir en confusión a las restantes” (Figueroa)13. En la versión de López Nieves, se salva San Juan, no por una mala decisión del inglés, sino por el desconocido sacrificio de un puertorriqueño, por su patria y por su esposa. El héroe se ve en su dimensión humana, intrahistórica, no como militar sino como “marido de doña Pilar de Adornio”, que deja su cama y su “cuello oloroso a sándalo” para ser héroe a su pesar, porque “comprendió que el futuro de la ciudad estaba en sus manos” (p. 82). El hecho de que el protagonista lleva el segundo apellido del propio autor sugiere una participación vicaria de éste en el heroísmo de su “antepasado”. Menos obvio es otro vínculo con el autor–el apellido de la esposa, Adornio, que figura en la genealogía del autor en su página de la Red Mundial. De nuevo, estamos ante una “verdadera” historia desconocida, que quedó en el silencio porque no dejó constancia escrita en los documentos de la época, como tampoco la dejó a la actuación del abuelo 12 del autor, García de Torres, padre”, que “murió de heridas (dos tiros en el pecho) recibidas ante las murallas del Castillo de San Felipe del Morro, durante el virulento ataque holandés de 1625 que dejó a la ciudad de San Juan en ruinas” y cuya muerte “no ha sido vengada”, según la página de López Nieves en la Red.

El último relato del volumen, “El suplicio caribeño de Fray Juan de Bordón”, es casi un cuento detectivesco que subraya más que ninguno la problemática de los documentos históricos. Un historiador francés (Henri de Bourdoin) de Carcassonne se dirige al Director del Archivo Nacional de “Porto-Rico” en busca de informes genealógicos sobre un misterioso “Guy de Bourdoin” del siglo XVI. El cuento incorpora a dos personas “reales” y vivas, que al trasladarse a sus páginas quedan ficcionalizadas. Una es el propio autor, recordado por Bourdoin como un puertorriqueño que iba a Constantinopla y cuya descripción coincide con la de López Nieves. La otra es la profesora de la UPR-Bayamón, Elsa Gelpí Baíz, objeto de la dedicatoria del cuento y del epílogo del libro, sin duda por sus valiosos estudios sobre el quinientos en Puerto Rico, precisamente sobre el tema del poder.14 Se explica que quedan pocos archivos civiles del siglo XVI en San Juan por el saqueo de la ciudad por los holandeses y que Elsa Gelpí Baíz ha fotocopiado el 60% de los documentos relacionados con Puerto Rico que están en al Archivo General de Indias en Sevilla (p. 90). El cuento nos adentra en un laberinto histórico: un documento cuyo final habla de una carta enviada “sin leer a la península, porque nadie aquí comprende esa lengua luterana de hugonotes” (p. 90), una transcripción parcial del informe de Melgarejo (que no parece corresponder al informe verdadero, tan conocido), archivos secretos del Santo Oficio ocultos por siglos, tinta visible sólo con luz ultravioleta y el mutismo del propio fraile que llevaba libros prohibidos–una biblia y un misal “en lengua francés, luterana y hugonote” (p. 96)–, acusado de ser impostor y hereje y torturado por los “malos sacerdotes” del Obispo. Para mayor mixtificación hacia el final, las fechas están tergiversadas: ¡a un documento del 17 de mayo de 1583 escrito por Bordón a punto de ser ejecutado, le sigue otro fechado en febrero del mismo año que dice que el fraile se ahorcó en marzo! Ante el silencio de la historia (“estos malos hombres hacen todo en silencio”), cualquier hipótesis parece posible.

La forma epistolar de “El suplicio caribeño de Fray Juan de Bordón”, recurso que López Nieves empleó tan convincentemente en Seva y en el cuento titular de Escribir para Rafa15, de “El suplicio de Fray Juan de Bordón” complica la visión del misterioso fraile a través de múltiples narradores y es una forma conveniente para dar fechas casi inadvertidamente. Fragmenta el texto formando una especie de mosaico que hace más difícil captar la verdad. Al mismo tiempo, las cartas constituyen documentos “originales” dentro del género epistolar, que está identificado con la crónica de Indias, como, por ejemplo, las cartas de Colón y Cortés. El uso de cartas, entonces, contribuye a la verosimilitud. Con gran maestría, el autor alterna el estilo relativamente llano de las comunicaciones contemporáneas con la prosa de las transcripciones, con sus inflexiones arcaicas, frases largas y sintaxis compleja. Puede servir de ejemplo esta sola frase, atribuida a la Memoria de Melgarejo, de 116 palabras:

Que habiéndose tenido en esta ciudad por nueva que en la otra costa de esta Isla de la banda del oeste, estaba un navío francés, el capitán del cual se dijo llamábase Pedro Botiel, el cual había echado en tierra a un fraile de la orden del señor don Santo Domingo, natural francés, con ciertos negros y otras mercaderías, mi ilustre señor, el capitán Juan Melgarejo, gobernador e Justicia Mayor e Capitán General de esta dicha ciudad e Isla, envió a dicha costa a Pedro López, vecino de esta ciudad, con recaudo para que Blas Pérez, alcalde de la Villa de San Germán, hiciese diligencia para saber lo que el dicho francés había echado en tierra. (p. 117)

Parece que el dicho escribano favorece la palabra “dicho”, puesto que en toda la “transcripción parcial” citada en el texto, la repite diez veces en sólo 292 palabras, es decir, con una frecuencia media bastante notable de cada 30 palabras.

Para mayor verosimilitud, las cartas contemporáneas muestran variedad estilística entre sí, aunque no tan pronunciada como la que marca las distintas épocas. El profesor francés escribe de un modo formal, efusivo y florido, puntuando su prosa con preguntas; la doctora Gelpí es sucinta y directa; el Director del Archivo General de Indias informativo y servicial. El Director del Archivo General en Puerto Rico, Federico de la Vega, es amable pero tal vez menos eficiente (o sin suficiente ayuda), puesto que comienza disculpando su tardanza en contestar (la carta de Bourdoin está fechada el 14 de noviembre de 1996; la contestación, el 20 de enero de 1997).

Este cuento, más que ninguno, presenta la historia como un rompecabezas cuyas piezas están dispersas, encubiertas o desaparecidas. Se puede leer con doble sentido la petición de Bordón: “A quien algún día lea estas mis palabras, y que entienda mi lengua, ruégole que lleve esta carta sin demora a un hermano mío dominico…”. El empeño de los historiadores del cuento en busca de Bordón viene a ser también el del lector. El apellido “suena” por lo de Enrico Boudoyno, el pirata holandés responsable del incendio que destruyó todos los archivos civiles y eclesiásticos en 1625. Como un grupo español que en el cuento procura recuperar los cuadros de El Greco esparcidos por el mundo, el historiador puertorriqueño (como a su vez el lector) no tiene a su disposición los documentos de su patrimonio. Callada por la censura (el mismo hermano gemelo de Bordón “debió borrar toda huella de sus orígenes” [p. 103]), el saqueo y el fuego, la historia guarda muchos secretos que son la gran preocupación del historiador (e.g., Gelpí) y la gran inspiración del novelista (López Nieves).

En estos cuentos de La verdadera muerte de Juan Ponce de León, los hechos revelados son una constante fuente de ironía: Don Rodrigo de las Nieves, héroe desconocido, es denunciado como traidor (pero reivindicado por López Nieves) y muerto no por los ingleses sino por su propia gente. El fraile verdadero es tenido por falso y sufre más suplicio con él Obispo que con los viles piratas. El Conde de Ovando insiste en que su secretario no le cambie ni una sola palabra, pero en los cuentos sobre Ponce de León y Juan de Bordón, hemos de aceptar como confiables documentos traducidos, transcritos y editados. Una historiadora real participa en la busca de un personaje inventado (Bordón).

La ironía se extiende fuera del texto también, pues si buscamos comprobación en la historia, encontramos que, tal como ocurre en los cuentos de López Nieves, hasta los documentos más fidedignos de la historia “verdadera” nos vienen adulterados. Tal es el caso en el ya citado Diario de Colón y en el “Traslado fiel de la relación hecha por Ponce de León en la villa de la Concepción. 1.o – V – 1509”, que comienza asegurando que “Este es un traslado, bien y fielmente sacado de una escritura escrita en papel y firmada de cierto escribano, según por ella parecía, su tenor de la cual es esta que se sigue…”16. Los libros de historia no están de acuerdo ni siquiera respecto a cuántos barcos participaron en el ataque del Draque contra San Juan: “26 navíos” según el “Croquis-sinopsis” en Caro Costas (p. 287); “apareció la flota enemiga, compuesta por 25 buques” asegura Figueroa (p. 86); son “veintidós fragatas y una carabela” dice Ribes Tovar17 y según A. de Hostos, se trata de una escuadra de “23 velas, incluyendo seis galeones de guerra de a 800 toneladas” (p. 34) y “veinticinco lanchas y pinazas” mandadas por Baskerville” (p. 36). Los nombres también cambian de ortografía, como Ovando/Obando y Messías/Mexía en los libros de historia y, en el cuento de López Nieves, Bordón–“sin duda la hispanización del apellido Bourdoin, lo cual era la costumbre de la época” (p. 90).

¿A quién creer? Los historiadores como Eugenio en el cuento sobre Ponce de León y como los diversos corresponsales en el cuento sobre Bordón, con sus impresionantes credenciales académicas, invitan a creer. Pero notables son las discrepancias entre los historiadores de profesión. Loida Figueroa, por ejemplo, discrepa con Brau: “Otros historiadores, entre ellos Brau, afirman que Hawkins fue muerto en el ataque al puerto. Prefiero la información de Arturo Morales Carrión, dada en su libro Puerto Rico and the Non-Hispanic Caribbean…” (p. 86, nota 90) y agrega, además, que “[l]as fechas que da Brau desconciertan” (p. 86, nota 91). La palabra “prefiero” es irónico, pues si de preferencias se trata, me quedo con la versión de López Nieves sobre el heroísmo de don Rodrigo de las Nieves durante el ataque de El Draque. Es sólo porque los cuentos se presentan como ficciones que desconfiamos.

Otras ironías proceden de “secretos” que tienen que ver con el propio autor y reflejan su pasión personal por “escarbar” en la historia, en particular su historia genealógica. Algunos personajes, como ya se ha señalado, pertenecen a su genealogía personal. En su página de la Red, consigna a Colón como “Abuelo 14 de LLN” y el “abuelo Juan” (Ponce de León), como “Abuelo 16 de LLN)”. Otros antepasados aparecen en el apellido de Pilar de Adornio, esposa de don Rodrigo de las Nieves y en la tía monja del cuento de Ponce de León, María del Pilar, que lleva el nombre de una tatarabuela del autor–María del Pilar Díaz y Colón–que murió en 1845.

También, a nivel personal, el autor parece jugar hasta cuando se sincera con sus lectores, guardando secretos relacionados a sus propias pesquisas históricas que no comparte con nosotros. En su ensayo “La historia como fuente de inspiración literaria” publicado en la revista Hispania 81.1 (1998), pp, 60-63, el autor dice que su cuento sobre Colón está basado en unos papeles que encontró en el Archivo General de Indias en Sevilla y el cuento sobre Ponce de León en unos manuscritos que encontró en el Arzobispado de San Juan, pero no da más detalles. En el epílogo de La verdadera muerte de Juan Ponce de León, el autor dice que la doctora Gelpí le proporcionó “fotocopias de legajos y materiales que solamente han visto sus ojos y los míos” (p. 120). Se trata de material todavía “secreto”, no compartido ni hecho público. En esta actitud exclusivista, esta renuencia de los investigadores que guardan para sí los documentos que han descubierto, hay un paralelo irónico a la renuencia de Ponce de León a compartir la inmortalidad. Aunque se puede decir que López Nieves comparte el contenido de estos documentos “secretos” de modo indirecto en sus ficciones, tampoco los revela del todo.

Otro aspecto de rompecabezas literario es el hecho de que cada uno de los cuentos lleva un epígrafe, hecho que invita a enlazarlo con el sentido recóndito del contenido narrativo.

El libro es una experiencia interactiva. No cabe duda que en la creación de estos cuentos de tema histórico, como así también en su lectura, la ficción y la historia guardan una relación simbiótica, puesto que se enriquecen mutuamente. Las ficciones de Luis López Nieves nos remiten inevitablemente a los libros de historia y hacen que personas que a lo mejor no leen libros de historia acudan a ellos para satisfacer su curiosidad. En términos de Hutchinson, este tipo de experiencia pone a prueba los conocimientos del lector: “The reader’s knowledge is heavily taxed” (p. 107).

En todos los cuentos nos encontramos con el silencio. El confesor del indio Danuax en el relato titular dice: “… escribo en mi lengua vasca, y no se diga más” (p. 75, itálica del autor). Bordón escribe: “[M]is hermanos saben lo que digo y vale, no digo más” (p. 107, subrayado por el autor). Tampoco dice más el autor. Por ejemplo, no nos dice el nombre del Obispo torturador de “El Conde de Ovando” y de “El suplicio caribeño de Juan de Bordón”; para identificarlo como Diego de Salamanca (1577-87) tenemos que buscar aclaraciones fuera del cuento.

En Seva, Luis López Nieves creó una historia verosímil, mitificadora y mixtificadora18 que apunta a hechos encubiertos en el año 1898. En estos nuevos cuentos, hay “cover-ups” que han perdurado por siglos, además de hechos no registrados por la historia. Si no encontramos las claves, será por las razones que se deducen en estos cuentos. Implícita en ellos está la cuestión de la fidelidad, la custodia y la disponibilidad de los documentos, en los que residen la memoria histórica y la identidad.

El libro subraya la pérdida del patrimonio documental, por fuego, saqueo, censura y olvido. Dos cuentos se refieren explícitamente al incendio de los archivos de San Juan. Sobre este tema no podemos menos de recordar la novela futurista de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (la temperatura en que cogen fuego las páginas de un libro) de 1953, donde algunos cuantos, ante la quema sistemática de los libros para eliminarlos del planeta, los aprenden de memoria para no perderlos irremediablemente.19

La desaparición de los textos y su preservación son temas de acuciante actualidad. Ted Nelson, el que creó el concepto del hipertexto digital nos recuerda que:

Los libros desaparecen. El conocimiento del pasado se pierde. Las bibliotecas se incendian y, cada vez que esto pasa, quedamos disminuidos.La pérdida de la biblioteca en Alexandria en los tiempos antiguos es todavía una de las grandes pérdidas de la historia humana. Pero tales cosas continúan. Una biblioteca principal con cientos de miles de manuscritos de la historia norteamericana se quemó en la primera parte de este siglo [XX]. La biblioteca del Museo Judío en Nueva York se quemó en 1970, con la pérdida de manuscritos antiguos de siglos. (trad. mía, 33/25).20

Nelson propone un sistema digital, que puede ser custodiado en más de una localidad segura, pero pregunta quién va a controlar y salvaguardar estos sistemas. La misma pregunta que surge de los cuentos de López Nieves. Lo que fue la pérdida irreparable de la biblioteca de Alejandría (Egipto) para el mundo de la antigüedad fue, para Puerto Rico, la pérdida de las bibliotecas y registros de San Juan por los holandeses en 1625, hecho mencionado en dos cuentos. Como informa el director del Archivo General de Indias en Sevilla en el cuento sobre Juan Bordón, se ha comenzado la informatización de los nueve kilómetros de estanterías de documentos, que promete hacer más fácil la tarea del historiador. Resulta irónico que en el Archivo General en San Juan falte material y en el de Sevilla abunde, pero no en forma accesible. El proyecto de digitalización cumplirá, precisamente, con la propuesta de Nelson y representa la posibilidad de que algún día algunos secretos de la historia se aclaren.

El libro de López Nieves recuerda también, por el tema de las órdenes religiosas como custodios de la historia, la novela Il nome della rosa (1980) de Umberto Eco21, que tiene lugar en una abadía franciscana del norte de Italia en 1327. Como en “El suplicio caribeño de Fray Juan de Bordón”, hay versiones sucesivas y en diversos idiomas de un manuscrito y documentos que se ocultan. El orgullo del Abad de Eco por su biblioteca como el depositario mayor de libros en el mundo cristiano es como el del Cardenal en “La verdadera muerte de Ponce de León”. En ambas bibliotecas se restringe la entrada a personas selectas. La de Eco es enriquecida continuamente por monjes que a cambio de copiar ciertos manuscritos han de depositar otros que la biblioteca aún no tiene, porque “solo qui può trovare le opere che illuminino la sua ricerca” (sólo allí pueden encontrar las obras que iluminan sus investigaciones (p. 45). La biblioteca de la abadía está regida por “reglas de hierro”. De manera borgiana, sólo el bibliotecario sabe, por su colocación del volumen, su grado de inaccesibilidad, qué secretos, qué verdades o mentiras, el volumen contiene (p. 45). “Perché non tutte le verità sonno per tutte le orecchie” (Porque no todas las verdades son para todos los oídos, p. 45). Se les permite a los monjes leer sólo algunos volúmenes y no otros; no deben dejarse llevar por la curiosidad. El Abad le explica al hermano Guglielmo que la “biblioteca si difende da sola, insondabile come la verità che ospita, ingannevole come la menzogna che custisce. Labirinto spirituale, è anche labirinto terreno” (la biblioteca se defiende, inmensurable como la verdad que abriga, engañosa como la mentira que preserva. Un laberinto espiritual, es también un laberinto terrestre, p. 46).

En la novela de Eco, la biblioteca es escenario para un misterio detectivesco en torno al asesinato de una serie de monjes. La biblioteca, entonces, es sólo parte del ámbito; lo que hay que resolver es el asesinato. En los cuentos de López Nieves, en cambio, el crimen es la desaparición en sí de los archivos y el misterio está en el afán por descubrir la verdad encubierta o inventarla mediante la imaginación. Para el Abad de la novela de Eco (lo dice en latín), un monasterio sin libros es un jardín sin hierbas, un árbol sin follaje. Bien podemos decir, después de leer los cuentos de López Nieves, que un pueblo sin libros es un pueblo sin patrimonio, sin los medios adecuados para desentrañar su historia, que pasa a ser la responsabilidad–y el privilegio–del novelista.

Sólo al contrastar las ficciones del autor con las versiones oficiales, por incompletas que sean, podemos apreciar su arte de invención, o de subversión. El historiador se destaca por lo que encuentra; el novelista por lo que cuenta. El historiador nos explica que “sucedió así”; el novelista, “pudo haber sucedido así”. Al llevar a cabo su invención literaria, López Nieves emplea constantemente recursos que propician el juego, tales como el secreto (en todos), la ambigüedad (“Colón”, “Ovando”, “Ponce”22), la pseudo-exactitud (de fechas en “Ovando”), el epígrafe (para relacionar a cada cuento), el non sequitur (las fechas en “Bordón”), el desorden cronológico, el laberinto (de documentos en “Bordón”) y la mezcla de lo genuino (no aparente para el lector no “iniciado”) y lo inventado. ¡Nunca se ha hecho más clara la ironía de que, en español, se emplee la misma palabra —historia— para significar el recuento del pasado y un cuento inventado!

Cada cuento, cada “historia” de López Nieves, es un enigma, a veces para sus protagonistas y siempre para el lector. Huizinga nos recuerda que este género de juego tiene su origen en los enigmas sagrados. El enigma muestra la proeza del que lo crea y pone a prueba la del receptor, retándole a descifrarlo. De esta manera, razona Huizinga, “se ramifica en la dirección de las diversiones de sociedad y en la dirección de las doctrinas esotéricas” (p. 135). El ocultar es, en el historiador, un vicio, pero en el novelista es un arte, como demuestra de modo excelso López Nieves en estos cuentos. “El único deber del escritor”, ha dicho en el antes citado ensayo, “es ser verosímil y entretenido… y tener algo que decir”. Este “algo” es otro enigma que implica que el juego (“ser entretenido”) en La verdadera muerte de Juan Ponce de León tiene su lado serio. El libro será leído con deleite por lectores diversos, pero creo que el autor sugiere que para “sus hermanos”, los puertorriqueños, descifrar su historia viene a ser, más que una “diversión de sociedad”, una imperativa.

FIN


NOTAS

1. Johan Huizinga, Homo ludens: A Study of the Play Element in Culture, Boston: Beacon, 1955 (en lo sucesivo, las páginas se indican entre paréntesis en el texto); Peter Hutchinson, Games Authors Play, London: Methuen, 1983.
2. La verdadera muerte de Juan Ponce de León, Hato Rey: Cordillera, 2000. En lo sucesivo, se cita de esta edición y se incluye el número de página en el texto.
3. Seva. Hato Rey: Cordillera, 9a ed., 1997.
4. Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la historia, Barcelona: Seix Barral, 1991.
5. Alejandro Tapia y Rivera, Obras completas, San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970, III: Biblioteca Histórica de Puerto Rico. Páginas en lo sucesivo entre paréntesis.
6. Deborah Tannen y Muriel Saville-Troike, eds., Perspectives on Silence, Norwood, NJ: Ablex, 1985.
7. Hayden White, Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore: Johns Hopkins, 1973.
8. Adolfo de Hostos, San Juan, ciudad amurallada, Santo Domingo, 1979, p. 65. En lo sucesivo, se incluye el número de página en el texto.
9. Juan Manzano Manzano, Colón y su secreto, Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1976, p.10. En lo sucesivo, se indican las páginas en el texto.
10. Cristóbal Colón, Textos y documentos completos, prólogo y notas de Consuelo Varela, Madrid: Alianza Universidad, 1984, p.29.
11. Estelle Irizarry, “Los dos autores del Diario de Colón, en Informática y literatura, Barcelona y San Juan: Proyecto A/ Ediciones & University of Puerto Rico, 1997, p. 140. Primero traté el asunto en “Colón, escritor”, Hispania, 75.4 (1992), pp. 784-94 y en “The Two Authors of Columbus’s Diary”, Computers and the Humanities, 27.2 (1993), pp. 85-92.
12. Otro es el caso en el relato “La muerte del Presidente” publicado en El Nuevo Día (Por Dentro) el 9 de abril de 2000, pp. 80-81, sobre personajes históricos, pero en circunstancias que todo lector sabe que son imposibles, contrarias a la verdad. Es más bien una fantasía histórica.
13 Loida Figueroa, Breve historia de Puerto Rico I. Río Piedras: Edil, 1979, p. 86. En lo sucesivo, se citan las páginas entre paréntesis.
14. Algunos títulos de Gelpí son: “Las familias poderosas de San Juan en el siglo XVI”, Boletín de la Sociedad Puertorriqueña de Genealogía, Núm. 1, 1992; Los hombres de la Plaza Mayor: estructuras de poder en el Puerto Rico del Quinientos, 1990 (edición de la autora, UPR, Bayamón); Siglo en blanco: estudio de la economía azucarera en el Puerto Rico del siglo XVI (1540-1612), Río Piedras: UPR, 1999.
15. Escribir para Rafa, Río Piedras: Cordillera, 3a. ed., 1998.
16. Aída R. Caro Costas, Antología de lecturas de Puerto Rico, San Juan: Caro Costas, 1987.
17. Federico Ribes Tovar, Historia cronológica de Puerto Rico. Ciudad Panamá: “Tres Américas”, 1973, p. 93.
18. Discuto estos aspectos en el artículo “Nuevos mitos por viejos: Técnicas de ‘re-mitificación’ histórica en Seva, de Luis López Nieves”, INTI 46-47 (1998), pp. 127-38.
19. Ray Bradbury, Fahrenheit 451, New York: Ballantine Books, 1981, c. 1953.
20. Theodor Holm Nelson. Literary Machines, ed. 87.1, San Antonio: Theodor Holm Nelson, 1987.
21. Umberto Eco, Il nome della rosa, Milano: Bompiani, 1988, c. 1980.
22. Los títulos están aquí abreviados al nombre del personaje principal de cada cuento.


La Dra. Estelle Irizarry es catedrática de literatura hispánica de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C., Estados Unidos; autora de 29 libros sobre literatura (9 de ellos sobre literatura puertorriqueña); miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y correspondiente de la Real Academia Española; dirigió Hispania, la revista de la Asociación Americana de Profesores de Español y Portugués, durante los años 1993-2000.


“‘Mis hermanos saben lo que digo y vale, no digo más’: La historia como rompecabezas en nuevos cuentos de Luis López Nieves”, Estelle Irizarry, Revista La Torre, Universidad de Puerto Rico, julio-septiembre 2000, pp.367-385. (Ensayo incluido en el libro El arte de la tergiversación en Luis López Nieves, 2006.)


Volver a Bibliografía crítica sobre la obra de Luis López Nieves