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¿Pero es que Voltaire tenía corazón?

Dr. Gabriel Moreno Plaza
Hipercrítica, San Juan de Puerto Rico


para Luis López Nieves

He leído de un tirón la novela de Luis López Nieves: El corazón de Voltaire. Interesante, bien escrita… y, para mí, llena de maravillosas resonancias históricas. Luis se muestra aquí, una vez más, como un verdadero orfebre de la intriga histórica.

Solemos decir que un ser humano tiene un gran corazón cuando parece estar lleno de comprensión y amor por el prójimo. Y que no tiene corazón cuando se muestra insidioso, mal intencionado y vengativo. En este sentido convencional nos preguntamos cuál era el caso de Voltaire al respecto.

Es difícil encontrar un ejemplar humano más frío, insidioso y vengativo que Voltaire, el súper genio racionalista, el héroe de la razón, el artífice de la más corrosiva ironía imaginable, como pudieron comprobar tanto Leibnitz como Rousseau, y por supuesto el Vaticano y las religiones en general, en particular el islamismo.

Parece ser que François Marie Arouet, Voltaire, era también amorosamente frígido, por decir lo menos.

Empecemos por señalar que Voltaire padecía de una clara misoginia. Decía de su gran amor, la Marquesa du Châtelet, que era “un gran hombre cuyo único defecto era ser mujer”.

En cuanto a Emilie du Châtelet, es interesante señalar que nada menos que su admirador intelectual, Enmanuel Kant -otro misógino-, pusiera en dudas que “una mujer que mantiene controversias eruditas sobre mecánica, como la Marquesa du Châtelet, pudiera al mismo tiempo tener un corazón”.

Por supuesto, prejuicios de la época que sólo implican lo extraordinario de la vitalidad y la genialidad de Emilie du Châtelet.

Pero por otra parte, tenemos que reseñar que Emilie du Châtelet era una mujar casada, que compartía su vida sexual a la vez con dos amantes, uno de ellos su maestro de matemáticas, un noble y distinguido científico, y el otro Voltaire.

Emilie, después de haber parido tres hijos, supuestamente de su marido, quedó embarazada a los 42 años por obra de un tercero. Bueno, de un cuarto, si contamos a su marido. Este cuarto hombre era el poeta Jean François de Saint-Lambert. Emilie murió unos días después del parto.

Todo esto lo vivió Voltaire impasible, aunque es cierto que se mantuvo periódicamente apegado a Emilie hasta el fin de su vida.

Aunque sí es cierto que Voltaire decía amar a Emilie du Châtelet porque la consideraba un genial hombre sin barba, dejemos claro, por si acaso, que no se le conocieron a Voltaire aventuras homosexuales.

De hecho, Voltaire sólo tuvo un gran amor en toda su existencia: el amor a sí mismo, a su gigantesco ego. En resumen, es difícil encontrar en la historia un escritor más frío y egocentrado que Voltaire. De ahí se deriva el título de este ensayo.

Como se ha dicho “hay razones del corazón que la razón no entiende”.

* * *

Consideramos que sería iluminador recordar algunas de las vivas polémicas personales mantenidas por Voltaire, a lo largo de su existencia, en especial la más violenta y enconada de todas ellas, la que tuvo frente y contra Rousseau.

Harold Bloom destaca la contradicción que se da entre el escepticismo irónico de Voltaire y el sentimentalismo de Rousseau.

En este caso tenemos una crítica implacable frente a una intensa y amplia cordialidad cósmica, en cierto sentido afín a nuestra actual sensibilidad ecológica.

Por su parte, Beltrand Russell comenta que no era nada sorprendente que Rousseau y Voltaire terminaran peleándose. Lo maravilloso es que no se pelearan antes.

Pero esto no era todo. Ambos se las traían en cuanto a mala leche se refiere.

Cuando Rousseau envió a Voltaire el texto de El contrato social, Voltaire reaccionó con los siguientes comentarios: (carta de 30 agosto 1755)

“No se pueden pintar con colores más fuertes los horrores de la sociedad humana, donde nuestra ignorancia y nuestra debilidad se permiten tantas consolaciones. Nunca se ha empleado tanto espíritu para querer convertirnos en bestias. Cuando se lee su obra, se sienten deseos de andar a cuatro patas. Pero tengo ya sesenta años y he perdido el hábito. Siento que por desgracia me es imposible practicarlo. Dejo esta manera natural de ir a aquellos que son más dignos que usted y que yo. Tampoco puedo embarcarme para ir a encontrar los salvajes de Canadá precisamente porque las enfermedades que he acumulado me retienen cerca de los grandes médicos de Europa y que no encontraría la misma seguridad entre los (indios) misuris. En segundo lugar, la guerra ha llegado a esos países y que los ejemplos de nuestras naciones han convertido a los salvajes en casi tan malos como nosotros”.

“Yo me limito a ser un salvaje apacible en la soledad que he elegido en vuestra patria, donde usted debería estar. Estoy de acuerdo con usted en que las bellas artes y las ciencias han causado mucho mal”.

“Los enemigos de Tasso hicieron de su vida un tejido de desgracias; los de Galileo le hicieron gemir en la prisión a los setenta años de edad, por haber conocido el movimiento de la tierra, y aún más vergonzoso fue que le obligaran a retractarse. Desde que vuestros amigos habían comenzado el Diccionario enciclopédico, los que osaron ser sus enemigos los tildaron de teístas, ateos e incluso de jansenistas”.

“Pero de todas las amarguras expandidas sobre la tierra, éstas no son las más funestas. Las espinas pegadas a la literatura y un poco de reputación no son más que flores en comparación con los males que desde todos los tiempos han inundado la tierra”.

“Debéis confesar que ni Cicerón, ni Varrón, ni Lucrecia, ni Virgilio, ni Horacio han tomado la menor parte en los destierros. Mario era un ignorante, el bárbaro Syllas, el crapuloso Antonio, el imbécil Lipide (Marco Antonio Lépido) leyeron poco a Platón y a Sófocles…”.

“…Confesad que ni Petrarca ni Boccacio hicieron nacer los problemas de Italia”.

“Confesad que la retórica de Marot no ha producido (la matanza de) Saint Bartolomé y que la tragedia del Cid no causó los problemas de la Fronda”.

“Los grandes crímenes no han sido cometidos más que por célebres ignorantes. Lo que ha convertido, y convertirá, este mundo en un valle de lágrimas es el insaciable deseo y el indomable orgullo de los hombres…”.

“Las letras alimentan el alma, la rectifican, la consuelan, ellas le sirven”.

“Señor, en el tiempo en que usted escribía contra ellas, usted era como Aquiles que se levanta contra la gloria, o como P. Malebranch cuya imaginación brillante escribía contra la imaginación”.

“Si alguien debiera quejarse de las letras soy yo, ya que en todos los tiempos y en todos los lugares ellas han servido para perseguirme, pero hay que amarlas a pesar de los abusos que se han cometido, como hay que amar la sociedad donde los hombres malos corrompen las dulzuras, como hace falta amar la patria, aunque en ella surjan injusticias, como hace falta amar al ser supremo, a pesar de las supersticiones y los fanatismos que deshonran tan frecuentemente el culto”.

* * *

De la respuesta de Rousseau (de 10 de septiembre de 1755) a la carta de Voltaire (de 30 agosto de 1755), entresacamos los párrafos más significativos.

Después de una sumisa y untuosa introducción que pretende expresar su admiración por el gran Voltaire, Rousseau pasa a señalar implacablemente las contradicciones del pensamiento de su oponente, como antes éste había enumerado las del pensamiento de Rousseau.

“Sabed que yo no aspiro a restableceros en vuestra bestialidad, aunque por mi parte lamento lo poco que he perdido de ella. En cuanto a usted se refiere, señor, este retorno sería un milagro tan grande a la vez y tan nocivo que correspondería a Dios hacerlo y al Diablo desearlo”.

“No se sienta tentado a recaer en cuatro patas. Nadie en el mundo lo logrará menos que usted”.

“Acepto todas las desgracias que persiguen a los hombres célebres en las letras. Incluso acepto todos los males correspondientes a la humanidad y que parecen independientes de nuestros vanos conocimientos. Los hombres han abierto sobre sí mismos tantas fuentes de miseria que, cuando el azar se vuelve contra alguno, no deja de ser poco afectado”.

“Por otra parte, hay en el progreso de las cosas relaciones escondidas que el hombre vulgar no percibe pero que no escapan al ojo del sabio cuando éste reflexiona. No son ni Terencio, ni Cicerón, ni Virgilio, ni Séneca, ni Tácito, no son ni los sabios ni los poetas quienes producen los males de Roma y los crímenes de los romanos, sino que son los venenos lentos y secretos que van corrompiendo poco a poco al más vigoroso de los gobiernos que conoce la historia”.

“Ni Cicerón, ni Lucrecia, ni Salustio hubieran podido existir si no hubieran escrito.

“El gusto de las artes y las letras nace en un pueblo de un vicio interior que aumenta. No es cierto que todos los progresos humanos sean perniciosos a la especie. Son el espíritu y el conocimiento los que aumentaron nuestro orgullo y multiplicaron nuestros desvíos, aceleraron nuestros males, pero llega un tiempo en el que el mal alcanza tal grado que las causas mismas que lo hicieron nacer son necesarias para poder impedir que aumente”.

“En cuanto a mi se refiere, si yo hubiera seguido mi primera vocación y no hubiera leído y escrito, yo habría sido más feliz sin duda alguna; sin embargo sin las letras se hubieran mantenido aniquiladas, yo me hubiera privado del único placer que me queda. Es en su seno que yo me consuelo de todos mis males; es entre aquellos que las cultivan que yo gusto de la dulzura de la amistad y que aprendo a gozar de la vida sin temor a la muerte”.

“Si buscamos la fuente primera de los males de la humanidad, encontraremos que todos los males de los hombres provienen más del error que de la ignorancia y que lo que no sabemos nos molesta menos que lo que creemos saber. ¿y que conduce a correr de error en error que no sea el furor de saberlo todo?”.

“Si no se hubiera pretendido saber que la tierra no giraba, no se hubiera castigado a Galileo por haber dicho que giraba. Si los filósofos no hubieran reclamado este título, no habrían sido perseguidos los enciclopedistas”.

“No me sorprende encontrar que las espinas son inseparables de las flores que coronan los grandes talentos”.

“Aprecio vuestra invitación y, si este invierno me deja en condiciones para ir en primavera a mi patria, aprovecharé vuestra bondadosa invitación, pero preferiré beber el agua de vuestra fuente que la leche de vuestras vacas, y en cuanto a las hierbas de vuestro vergel, temo que no encontraré otra cosa que lotos, que no son pasto para las bestias, Y la Moly, que impide que los hombres se hagan (demasiado) humanos”.

Resulta interesante averiguar que la Moly es una hierba mágica, de raíz negra y flores blancas, que es mencionada en la mitología griega. Sólo puede ser colectada por manos divinas. En la Odisea, vemos que Hermes le da esta hierba a Ulises para protegerlo de la hechicera Circe. En realidad, la Moly es una planta silvestre europea que es llamada Ajo Dorado o Allium Moly (en inglés Lily Leek).

¿A qué peligrosos hechizos, y hechiceras, se refiere aquí Rousseau?. ¿A la mujer en general? ¿Es que acaso Rousseau tenía también su venita misógina, como Voltaire y Kant? Así parece ser.

* * *

Varios autores han señalado, y nosotros subrayamos, que Rousseau, en su respuesta a Voltaire, se ajusta a la estrategia de su adversario. Trata de poner a Voltaire en contradicción consigo mismo.

Es también la estrategia que fue utilizada por Voltaire en su libelo contra Rousseau titulado: “Lettre au docteur Jean-Jacques Pansophe” (1766).

“Juicioso administrador de la estupidez y de la brutalidad de los salvajes, usted ha gritado contra las ciencias y cultivado las ciencias. Usted ha tratado a los autores y los filósofos de charlatanes y, para servir de ejemplo, usted ha sido autor. Usted ha escrito contra la comedia con la devoción de un capuchino, usted ha considerado como una cosa abominable lo que un sátrapa o en duque tienen de superfluos y usted ha copiado música para esos sátrapas o duques que usted considera superfluos”.

“Usted defiende un sincero apego a la revelación, predicando el deísmo, lo que no impide que, en su opinión, los deístas y los filósofos sean ateos. Admiro debidamente tanto su candor como lo ajustado de su espíritu, pero, permítame la gracia de creer en Dios. Usted puede ser un sofista, un mal razonador y en consecuencia escritor por lo menos inútil, sin que yo sea un ateo. El ser soberano nos juzgará a los dos. Esperemos humildemente su veredicto… No tema que sus inútiles calumnias contra los filósofos y contra mi le hagan desagradable ante los ojos del ser supremo”.

Recordemos que el calculador Voltaire amasó una gran fortuna con diversos tipos de especulaciones económicas, entre las que está el juego en casinos. Es desde esta posición de ricachón que Voltaire le echa en cara al pobre Rousseau el haber hecho copias a mano de partituras musicales, por encargo de ciertos nobles, para poder sobrevivir.

* * *

Voltaire, a causa de un altercado a la salida de un teatro con un miembro de la nobleza, fue encarcelado en la Bastilla. Y luego fue exiliado a Inglaterra.

Se cuenta que, con ocasión de este hecho, Voltaire habría dicho:

“Sólo le he pedido a Dios una cosa en toda mi vida y es que haga reírse a la gente de mis enemigos.

Por supuesto, Voltaire ayudaba esforzada y eficazmente a Dios en este asunto.

* * *

Disponemos de dos textos recientes que nos han permitido aguzar nuestras comparaciones, a los cuales le debemos nuestra información más preciada:

1.Jean-Jacques Rousseau: Restless Genius de Leo Damrosch.

2.Voltaire Almighty: A Life in Pursuit of Freedom de Roger Pearson.

Según Leo Damrosch, la ruptura entre Voltaire y Rousseau se originó como consecuencia de ciertos comentarios destemplados de Rousseau contra Voltaire. dentro del contexto de una campaña pública contra el teatro que Voltaire esperaba fundar en la calvinista Ginebra.

Parece ser que Rousseau intrigó ocultamente contra el establecimiento de este teatro, propiciado por Voltaire.

No olvidemos la obra dramática de Voltaire, que se inicia con la tragedia Edipo. Esta obra se basaba en una tragedia atribuida a Sófocles acerca de Edipo Tirano. (Es en esa época en la que François Marie Arouet adopta el pseudónimo de Voltaire).

El Edipo de Voltaire se representó en el Théâtre Français, en 1718, con resonante éxito.

Roger Pearson nos cuenta que Voltaire consideraba que el teatro tenía ciertos efectos civilizadores, tanto en el público como en los actores. Y ponía los ejemplos de China, Grecia y Roma.

Voltaire creía que, sólo mediante la educación y la razón, podía el ser humano ir separándose de la bestia, mientras que Rousseau pensaba que eran precisamente la educación y la razón las que corrompían al ser humano y lo volvían antinatural.

Para Rousseau, el teatro sólo traía degeneración de las costumbres. Y en consecuencia, se unió a los conservadores de la ciudad para oponerse.

Pero en esta campaña contra Voltaire, Rousseau jugó sucio. Parece ser que llegó a acusarlo de ateo, lo que constituía el máximo crimen imaginable en la Ginebra calvinista. No es extrañar, pues Rousseau, para decir lo menos, tenía un carácter turbio, lleno de dobleces.

Leo Damrosch va más a fondo en su crítica de ambos y muy certeramente -en nuestra opinión- anota que:

“Durante el siglo dieciocho, era usual considerar a Voltaire como un pensador de primera categoría y a Rousseau como un mero proveedor inteligente de paradojas. Pero si bien es cierto que el pensamiento de Rousseau está lleno de paradojas, no es menos cierto que es original y que Voltaire, por otra parte, viene a ser realmente un populizador brillante”.

Esto es más claro cada día que pasa en el siglo XXI. Hoy nos encontramos dentro de una situación semejante.

El post-estructuralismo, cuya contribución a la radical liberación del hombre occidental es innegable, entendemos que, a pesar de todo, viene a ser el heredero de Voltaire, de una brillante popularización deconstructiva, y como tal ha estado obnubilando otras dimensiones igualmente necesarias a la evolución de la cultura y la sociedad occidental.

Después de más de dos siglos de racionalismo violentamente antropocéntrico, por fin parece que sentimos la necesidad de recordar que nuestras raíces están en la naturaleza. Sin duda alguna se trata de un viraje claramente rusoniano y, a la vez, darwiniano. Una pujante sensibilidad ecológica florece en nuestro tiempo.

La brillante deconstrucción lingüística que Derrida hace de Rousseau deja, sin embargo, sus profundas concepciones fundamentales intactas, como las dejó en su tiempo la crítica volteriana.

El popularizado deconstruccionismo norteamericano se ha ido hundiendo en la más crasa esterilidad creativa, como vaticinara Harold Bloom.

Saint Simón, a comienzos del siglo XIX, afirmaba que historia está dominada por unos principios generales que determinan la sucesión de épocas orgánicas y de épocas críticas. Según él, la época orgánica es la que reposa sobre un sistema de principios bien asentado y progresa dentro de los límites por él establecidos. Plantea, que si en cierto momento, este progreso hace cambiar las ideas básicas sobre las cuales se asentaba época, determina así, el comienzo de una época crítica. Según Saint Simón, toda la época moderna es de crisis, como consecuencia de no haber conseguido un amplio y sólido consenso acerca de estos principios básicos, dados por las ciencias.

Así como el mensaje de Rousseau era necesario entonces para el futuro de Europa, hoy es indispensable que dejemos de deconstruir obsesivamente tan sólo y nos apliquemos también a construir de nuevo, si no queremos que nuestro barco sociocultural se vaya a pique y quedemos meramente como una ruina gloriosa más en el camposanto de la historia de la humanidad, imagen desolada de la que nos hablaba, estremecido, Hegel.

Pero esto es otro asunto que merece ser tratado con la debida extensión en otro ensayo.

Aquí lo que más nos importaba era subrayar la falta de fibra emocional perceptible en Voltaire. Esto nos incita a hablar simbólicamente de su corazón ausente, ese corazón que nos cuenta Luis López Nieves que fue objeto de tan ingeniosas búsquedas detectivescas.

El corazón y el cerebro de Voltaire fueron separados de su cadáver, que fue debidamente sepultado.

Su maravilloso cerebro afortunadamente se conserva todavía en la Biblioteca Nacional de París.

Por otra parte tenemos que, como nos cuenta Luis, el corazón de Voltaire ha desaparecido. ¿Pero es que existió alguna vez? Pues siempre brilló por su ausencia.

FIN


“¿Pero es que Voltaire tenía corazón?”, Dr. Gabriel Moreno Plaza, Hipercrítica, San Juan de Puerto Rico, marzo 2007, hipercritica.net.


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