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Puertorriqueño a tiempo completo
[Versión ampliada]

José Luis Estrada Betancourt
Juventud Rebelde, La Habana, Cuba


No es extraño que Cuba aparezca una y otra vez en los magníficos cuentos y novelas de Luis López Nieves, considerado ahora mismo el gran escritor de Puerto Rico. Y si se le pregunta la razón, la respuesta le sale sin demora, pero convincente: «Cuba es nuestro faro… Siempre he dicho… ¿Sabes? Suena ridículo, pero estás hablando con un escritor… Siempre he dicho que un día, si yo estuviera por algún sitio viajando y me cogieran de rehén, y hubiese que negociar, solicitaría que no me representara el embajador norteamericano, sino que pediría al cubano que me ayudara…

«Hace un tiempo participé en el jurado de un premio muy importante que convoca Venezuela, el Adriano González León, el cual estuvo integrado por tres nacionales y dos internacionales: un español y yo. En el último minuto, para la ceremonia final, la cual era de mucho protocolo, la organizadora me informó que habían invitado al embajador español y al de Estados Unidos, y yo le dije: Entonces, no puedo asistir. Ah, ¿pero cómo? Chica, pero ¿conoces la situación de Puerto Rico?, le esclarecí. Pero es que había que invitarlo, agregó. Pues me lo hubieras dicho, y yo hubiese invitado al embajador de Cuba… Y no me presenté, porque no iba a sentarme al lado de un embajador de Estados Unidos. Es como pedirle a un judío que se siente al lado de Hitler. ¿A quién se le ocurre? ¡Ni por cortesía!

«Es más, en los actos públicos de Puerto Rico tocan el himno norteamericano y el puertorriqueño, y cuando le toca el turno al norteamericano yo me siento, no veo por qué tengo que respetar, en mi país, a un himno que ha sido impuesto.

«Y Cuba… Bueno, la influencia de la Revolución cubana en mi generación fue inmensa. Todos quisimos ser Che Guevara, todos quisimos hacer algo por América Latina, y mi visión de América Latina la he heredado del Che. ¿Qué más puedo decir?».

Así de sincero y apasionado es el autor de El corazón de Voltaire, título que acaba de ser presentado por la Casa Editora Abril en la 19 Feria Internacional del Libro. La más que original novela, sin dudas entre los textos más sobresalientes que han visto la luz por estos días en La Habana, ha hecho fijar la mirada en este hombre de sonrisa y palabra fáciles que asegura sentirse honrado por dialogar con un periodista de Juventud Rebelde, «después de tantos años leyendo el diario», y quien, antes de comenzar a contestar las preguntas, agradece al pueblo cubano, «porque siempre me ha tratado como un rey a pesar de ser socialista (sonríe). No, estoy bromeando, pero es que aquí hacen sentir a uno tan especial… Es que cuando visito a Estados Unidos me hacen sentir inferior; sin embargo, en esta Isla consiguen que me crea que soy superior».

Lo más curioso es que López Nieves nació en Washington. Pero este notable intelectual, Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones y doctor en Literatura Comparada por la Universidad del estado de Nueva York en Stony Brook, se apura a aclarar, con la velocidad de un rayo, que su nacimiento en aquel lugar fue un accidente.

«No fue mi culpa, asegura sonriendo. Mis padres, como muchos puertorriqueños, se fueron un rato a Estados Unidos. Y papi trabajaba en Washington, donde nací por accidente. A los siete años ya estaba en la isla. Y no obstante, en mi casa siempre se habló y leyó en español… Más que inmigrantes fuimos simplemente exiliados por razones profesionales de mi padre. Luego regresamos a Puerto Rico y ya tengo 60 años, así que llevo 53 de puertorriqueño a tiempo completo».

-Si su papá era ingeniero, ¿fue su mamá la que lo acercó al mundo literario?

-Ambos leían mucho. Por suerte, me crié en una casa con biblioteca. Mami fue profesora universitaria, tiene una maestría en Trabajo Social, y antes fue maestra. Pero agradezco haber vivido en una casa donde, desde pequeño, mi madre me leía y donde se leía mucho.

-Es decir, que de ahí viene su afición por escribir…

-No sé de dónde viene, porque nunca me dijeron escribe, sino lee. Alrededor de los 13 años, empecé… Bueno, te digo la verdad… Una vez invité a una chica a salir y me rechazó. Me quedé muy frustrado porque íbamos a una fiestecita. Esa noche, cuando llegué a casa, le escribí un poema y se lo di al día siguiente. Ella se emocionó toda y entonces aproveché para volverle a preguntar: ¿Quieres ir a la fiesta conmigo? Y aceptó. Entonces fue que descubrí el poder de la poesía y de la palabra (sonríe con ganas). A partir de entonces, cada vez que invitaba a una chica le escribía un poemita, y eso era éxito seguro, casi como llevarle flores…

«Bueno, ya más en serio: comencé a escribir poesía de joven, no sé las razones. De hecho escribí un libro que después boté. Pero recuerdo que a los 15 años leí El extranjero, de Albert Camus, el cual cambió mi vida. Esa novela me conmovió tanto, que me dije: Algún día quiero hacer esto. Tres o cuatro años después, cuando estudiaba la licenciatura, tuve el privilegio de tomar un taller de cuentos con René Marqués, uno de los escritores más significativos de mi tierra -a pesar de que no se conoce mucho fuera-, figura fundamental de la generación del 40. Después de este taller no me quedó ninguna duda de que quería ser escritor y, definitivamente, de prosa. Me quedó claro que la poesía había sido una experiencia de juventud, pero que ya no me interesaba escribirla».

-En los 70 ya usted escribía; sin embargo, esperó el año 1984 para publicar lo que se convertiría en todo un suceso literario: Seva

-En los 70 estudié la licenciatura. Entonces, todos mis compañeros empezaron a escribir y tal, pero yo decidí que no iba a publicar. Estaba muy inmaduro, todavía me faltaba. Muchos de mis amigos, desesperados, publicaban obras que después andaban buscando para quemarlas, y yo me acordaba de que Cortázar había publicado su primer libro a los 38 años. No fue, por tanto, hasta el 83, 84, que salió a la luz Seva, cuando tenía 34 años de edad. Hablo del 83 y el 84 porque primero el cuento apareció, el 23 de diciembre de 1983, en la sección En Rojo del semanario Claridad, y causó el escándalo que se explica en la segunda parte del libro -llamaron hasta de las Naciones Unidas, de Prensa Unida, Prensa Latina, porque todo el mundo creyó que era cierto lo que se narraba en el texto-. Luego se publicó el libro en el 1984 para satisfacer la gran demanda de la gente que no lo había leído.

Seva demuestra que le place «jugar» con la Historia…

-Absolutamente, porque la Historia juega con nosotros. Y, por otra parte, estoy convencido de que la historia es el sexto género literario. Yo escribo una especie de historia simulada. Seva, por ejemplo, parte de una desmitificación de la Historia. A mí se me enseñó desde niño en la escuela que nosotros habíamos recibido a los norteamericanos con los brazos abiertos, con limonada, dulcecitos y aplausos… A mí no me convencía esa versión oficial que nos inculcan de cómo estábamos tan agradecidos por la llegada de esa gente.

«Claro, no contábamos en ese momento con el ejemplo de Iraq y Afganistán, donde los norteamericanos dicen la misma mierda: que los quieren, que esa gente está agradecida y no desea que se vayan. Entones, yo dije: Sé que la verdad no es esa. Es imposible que en 1898, cuando la guerra significaba expolio, violación de mujeres…, un pueblo como el puertorriqueño viera llegar unos barcos de metal atestados de anglosajones, con cañones inmensos, y empezaran: Ay, bienvenidos, invádanos, mátenos. Eso no lo creo. Por supuesto, llevan cien años limpiando la Historia en Puerto Rico, pero estoy seguro de que tarde o temprano se encontrarán evidencias señalando lo contrario.

«Sin embargo, como no soy historiador, sino escritor, me dije: Ya que no puedo escribir la verdad, pues me la invento. De ese modo salió Seva, donde presento mi versión: la invasión oficial de Puerto Rico, la del 25 de julio de 1898, en verdad fue la segunda, pues planteo que hubo una anterior en mayo, que fracasó porque los puertorriqueños se alzaron y resistieron. Lo escribí de tal forma que todavía hoy la gente, aunque se le aclare que es un cuento, cuando lo leen se quedan con la duda: ¿Esto es cierto?».

-Se dice que, a diferencia de los escritores que le precedieron, a la hora de asumir la defensa de la identidad cultural de Puerto Rico por medio de sus textos, usted acude a la sátira, al humor. ¿Por qué?

-Lo que pasa es que la generación del 30, del 40, hacían todo de una manera muy sublime, muy trágica, muy seria, tipo Doña Bárbara, La vorágine o La llamarada. Sin embargo, cuando lees Seva te percatas de que es un libro serio, pero en el que hay un cachondeo, porque, claro, estoy jugando con la Historia. Ahí es donde está el juego, no en el humor. Y sí hay unos guiños, y un humorcito, porque yo no puedo tomarme eso demasiado en serio. Llegó un momento en mi vida en que mi angustia por la situación política de toda América Latina, y en especial de Puerto Rico -sobre todo después del asesinato de Salvador Allende- era tan fuerte que solo tenía dos caminos: el suicidio o reír.

«Vi cómo muchos de mis compañeros se quemaron, se arrimaron a la extrema derecha o terminaron alcohólicos o fanáticos religiosos. Y quien me dio la clave fue Voltaire. ¿Qué hacía él con el enemigo? Lo satirizaba de tal forma que lo hacía trizas. Por ejemplo en el Cándido, se burla de la filosofía de Leibniz, quien afirmaba que vivía en el mejor de los mundos posibles. En lugar de escribir un tratado muy serio e indignarse, entregó esta obra donde ironiza al tipo y barre el piso con él. Cada diez páginas dice: Estoy viviendo en el mejor de los mundos posibles, pero el tipo estaba pasando hambre y vive innumerables desgracias. Esa sátira, ese humor, se ha quedado conmigo; aunque esté escribiendo algo serio, por debajo me estoy riendo un poquito. Sí, es cierto».

-En El corazón de Voltaire hace exactamente lo mismo que en Seva. ¿Por qué escogió esta vez al famoso filósofo francés?

-Ya te conté lo de Seva. En mi tercer libro, La verdadera muerte de Juan Ponce de León, que me valió mi primer Premio Nacional de Literatura, jugué con las figuras de Cristóbal Colón, Juan Ponce de León… Este último, por ejemplo, se fue a La Florida a buscar la fuente de la juventud, y encontró la muerte aquí en Cuba. Cuento cómo un indio de 20 años le tomó el pelo. Qué tal si había un taíno bien inteligente, quien se dio cuenta de que los españoles creían cualquier cosa, alucinados como estaban con el oro, los árboles, las frutas exóticas… Este indio se le acerca a Ponce de León y le pregunta: «¿Qué edad me calculas? Hombre, 20 años, le responde aquel, y este le dice: Pues no, son más de cien… La fuente de la juventud…». El taíno inteligente lo cogió de pendejo, como decimos nosotros. Bueno, esto lo narro en La verdadera…, tratando de ser creíble.

«Así, luego de experimentar primero con Puerto Rico en Seva, y después con el Caribe en La verdadera muerte de Ponce de León, decidí irme hacia Europa. ¿Si ella escribe sobre nosotros, por qué no puede suceder lo contrario? Me puse a indagar sobre Voltaire, una de las personalidades que más he admirado en mi vida. Pero cuando me puse a explorar, hallé que su corazón se hallaba en la Biblioteca Nacional de París. ¿Cómo es eso?, me alarmé. Y se encendió mi suspicacia: ¿Cómo podemos estar seguros de que se trata efectivamente del corazón de Voltaire? Han pasado 200 años, ¿no pudo haber sucedido que un empleado encabronado con el salario y con sus superiores cambiara un día, por venganza, el corazón de Voltaire por el de un cerdo? ¿Te imaginas a la gente admirando el corazón de un cerdito? «En El corazón de Voltaire se pone este hecho en duda, y el presidente de Francia contrata a un famoso genetista, a quien le encomienda que compruebe si el órgano corresponde al gran filósofo».

-Lo primero que llama la atención de este libro es que toda la historia se cuenta a través de correos electrónicos…

-Siempre me ha gustado la literatura epistolar. En ese estilo concebí Seva. Mi segundo y tercer libros tienen cuentos epistolares; y este, El corazón de Voltaire, lo empecé a escribir de esa manera. ¿Por qué? La carta me encanta por varias razones. Detesto la literatura con floripondios, con verborrea… A mí me gusta la comunicación directa. La gente no empieza una carta diciendo: Te escribo hoy, que el sol dorado flota sobre la tímida luna… No, dice: «Coño, me duele la rodilla. ¿Qué te pasa que no sé de ti hace dos semanas». En la carta hay una inmediatez, un acceso directo a los personajes, al tiempo que me ahorra como escritor todas esas transiciones. Voy directo y no me pongo a describir que soltó la pluma con gesto elegante y se fue a mirar a los pájaros preñados. No, se acabó la carta y vamos a la otra.

«Claro, plantea, por otra parte, otros retos, porque está ausente la voz del narrador. Si es importante que la gente sepa que tú traes un vaquero y unas gafas en la cabeza, tienes que encontrar la manera de decirlo sin que parezca algo forzado, impuesto. Es decir, que la literatura epistolar me presenta grandes desafíos que debo aceptar como escritor.

«En el 2005 comencé a escribir El corazón de Voltaire como cartas, pero cuando iba por la página 40 me pregunté: ¿Qué hago? ¿Qué tiempo hace que no escribo una carta, si lo que utilizo es el correo electrónico? Déjame ver si esto funciona. Y decidí cambiar a correo electrónico. Según fui avanzando se fue apoderando de mí una euforia. Como en la ciencia, había hecho un descubrimiento.

«Estaba consciente de que era importante conseguir que cada correo, que cada persona que escribiera, tuviese una voz. Por eso me alegra cuando me dicen que llega un momento en que no es necesario leer los cabezotes, porque al leer la primera línea ya saben quién está hablando. Y ese era un factor determinante, porque un hombre de 40 años no escribe igual que una anciana de 80.

«El correo electrónico llegó para alterarlo todo, porque me cambiaba el ritmo dramáticamente. Con una novela epistolar normal hubiera tenido que esperar dos semanas para que la carta llegara a su destino, y otras dos para que se recibiera la respuesta, pues hay personajes ubicados en Francia, Argentina, Puerto Rico, México. Pero 15 segundos son suficientes con el correo electrónico. El ritmo se fue acelerando y yo con él. Cuando ya iba como por la página cien, o mucho antes, resolví escribir toda la novela de esa manera, sin emplear ningún tipo de nota aclaratoria. Y esa ha sido una de las cosas que más ha atrapado a los lectores, porque pueden leer la novela en un solo día».

-Otra novela suya, El silencio de Galileo, acaba de salir. ¿Qué nos cuenta en ella ahora?

-Creo que va a ser parte de una trilogía, porque estoy escribiendo un poco al modo de Balzac con su Comedia humana. A mí me gustó mucho el mundo que creé en El corazón de Voltaire, y cuando me puse a escribir El silencio de Galileo regresaron algunos de sus personajes, pero con otra capacidad. En esta novela empleo la misma estructura de correo electrónico y el ambiente académico francés, pero esta vez me muevo hacia Italia a bregar con Galileo. Son dos novelas independientes, pero comparten algunos personajes.

-¿De qué viene la tercera propuesta? ¿Ya está en la cabeza?

-Vas a creer que estoy bromeando -eso me pasa mucho. He leído, y lo puedes verificar en Internet, que un urólogo norteamericano compró el pene de Napoleón. Mi hermano, eso para un escritor es irresistible. Lo tiene en su casa, chico. ¿Qué hace? ¿Todas las noches lo mira? ¿Para qué lo quiere? No me iré por la línea de cómo sabe que se trata del pene de Napoleón, pues ya lo hice con El corazón de Voltaire, pero alguna punta, como decimos nosotros, tendré que sacarle a ese lápiz. Esa es una idea que tengo pendiente.

«También me “atormenta” otra novela, que ya no tendría este estilo, la cual hace muchos años me da vueltas en la mente, pero no la escribo porque no acabo de encontrar cómo contarla. Creo que se está acercando el momento. No digo más porque es una idea tan fácil de copiar… Además tengo una superstición con ella…».

-¿Y no teme que le copien la última parte de la trilogía?

-Esa no me preocupa. El que lo haga… Un genetista, investigando, con correo electrónico… Bueno… Además, lo desafío a que lo haga (ríe).

-Casa de las Américas publicó Seva y ahora la Casa Editora Abril entregó El corazón…, ¿algún otro libro suyo que quisiera que leyeran los cubanos?

-Bueno, obviamente todos, pero La verdadera muerte de Ponce de León, que está integrado por cinco cuentos ubicados en el siglo XVI del Caribe, quizá le pueda interesar al lector cubano, porque es el mismo Caribe de todos nosotros… Es un espacio literario que compartimos. Y, aunque todavía es muy pronto, porque acaba de salir, a quien le haya gustado El corazón de Voltaire tal vez le interese leer El silencio de Galileo.

-Terminó la Licenciatura General, la Maestría en Estudios Hispánicos y el Doctorado en Literatura Comparada. ¿Cuánto le ha aportado la academia?

-Efectivamente, poseo todos esos títulos, pero no me considero un académico, aunque parezca paradójico. Mira, te voy a explicar: yo estudié literatura porque quería aprenderla. Pero no me interesaba convertirme en crítico -ya sabemos que los doctorados forman críticos, historiadores, teóricos de la literatura… Mi interés era convertirme en escritor. Es decir, que en primer lugar quería aprender literatura, y, en segundo, poder mantener un vicio muy serio que tengo: comer (ríe). Por tanto, necesitaba un empleo. Y en Puerto Rico, con una licenciatura, eres desempleado seguro.

«Entonces me dije, si voy a estudiar literatura -mi familia me estaba presionando para que estudiara leyes- pues tenía que llegar al doctorado para poder asegurar un trabajo bueno. Lo terminé y empecé a trabajar en universidades, pero siempre enseñando a escribir. Como no había ninguna institución que se dedicara a la creación literaria, estuve muchos años enseñando comunicación. Impartía un curso de redacción para los medios. En el 2004 fundé la Maestría de Creación Literaria, la primera de América Latina. Desde entonces me dedico a enseñar a escribir narrativa.

«El ambiente en ambos espacios siempre ha sido muy poco académico, en el sentido ese del almidón y la corbata. Imagínate, escritores… Y es que la erudición y el arte no combinan, algo que a veces se confunde en la literatura latinoamericana. Hay muchos eruditos que son escritores, y hay críticos escritores, profesores escritores… Mientras que el erudito tiene que ser un tipo muy sabio, muy serio, muy responsable, muy documentado, el artista es irresponsable, creativo. Es medio loco porque dice cosas que no tiene que documentar: Como dijo Aristóteles en la página 3, en tal párrafo… No, qué sé yo… Escribe: Un paraguas en la mesa de operaciones. ¿Y por qué? Porque le dio la gana. Entonces, es muy diferente.

«Obviamente, ese es el ambiente que como profesor de escritura he fomentado. Yo, desde que terminé el doctorado hace mil años, jamás he vuelto escribir una reseña, una crítica, una monografía ni un ensayo. Simplemente lo que me interesa es la narrativa, y eso es lo que he hecho todos estos años. Por eso no me considero un académico, a pesar de que realmente lo soy».

-¿Cómo se accede a esa maestría que usted creó?

-Bueno, se solicita, y luego se debe mostrar las notas y cartas de referencia, para después tomar un examen donde pedimos que hagan un escrito como muestra. Pero sinceramente todo eso es un poco contradictorio, porque son los requisitos burocráticos que exigen todas las maestrías, debido a que necesitan la acreditación de la universidad. Sin embargo, yo no puedo prestarle tanta atención a eso porque tengo alumnos que son médicos, abogados, contadores. Es una maestría muy atípica, porque la típica se cursa para recibir un empleo o para mejorar la vida. Sin embargo, en el primer año tenía cuatro médicos, que ya tienen doctorado y no necesitan una maestría, y como 12 abogados. Entonces era gente que quería aprender a escribir.

«Entonces, si no está bien el ensayo que deben redactar… ¿acaso no vienen a aprender a escribir? ¿Voy a admitir sólo a los que ya escriben bien? Entonces, claro, uno mira los exámenes, pues hay personas que escriben muy incoherentemente y no tienen posibilidades, pero hasta en esos casos me da trabajo cerrarles las puertas. Porque algo así le dijeron a García Márquez en la Editorial Suramericana cuando presentó Cien años de soledad: Que se dedicara a otra cosa. Luego, hemos recibido estudiantes que, en el primer semestre, me llevaban a preguntarme qué hacían allí. Pero, dos años después, cuando ya están terminado, me obligan a decir: Madre mía, ¡como ha crecido esta persona! Claro, en dos años se han metido en el cuerpo una cantidad de lectura masiva de clásicos…, además de que todos los trimestres reciben talleres y se les critican sus trabajos semana tras semana. Por tanto, hemos cumplido nuestra misión. Les hemos enseñado a escribir».

-¿Fue la maestría la que lo llevó a crear la biblioteca virtual?

-Así es. La maestría tiene seis años, pero yo llevaba dando talleres sueltos por todo el país desde mucho antes. Ocurría que cuando en la primera semana les pedía que leyeran Maupassant, iban a la librería o a la biblioteca y no estaba, o solo había cinco ejemplares y eran 15 estudiantes. Lean Chéjov, les decía, pero sucedía lo mismo, y eso que estaba hablando de los más conocidos, porque si me refería a Villiers, Machado de Assís, Saki, Felisberto Hernández, Lugones, Shólojov…, no había posibilidad de conseguirlos, y me estaba frustrando. Tenía que sacar fotocopias, y era un poco pesado. Un día, -ya existía www.ciudadseva.com-, se me ocurrió colocar esos cuentos allí. Primero llegaron los estudiantes, pero poco a poco comenzó a sumarse mucha gente de afuera, que me enviaban notas agradeciéndome por los relatos.

«Tanto ha crecido el asunto que en estos momentos estamos recibiendo unos 37 000 visitantes diarios de todo el mundo. Es decir, que surgió como un proyecto para mis estudiantes, pero ahora me llegan diariamente correos de profesores que me aseguran que si no fuera por Ciudad Seva no podrían leer o impartir cursos. Ahora mismo como escritor, pero también como profesor, ese es mi proyecto de vida».

-El cuento es el género que más desarrollo ha conseguido en Puerto Rico. ¿Alguna razón en especial?

-Bueno, no hay un estudio científico, pero mi intuición me dice que se debe al factor tiempo. En Puerto Rico, hasta mi generación, había pocos novelistas. Uno de los más importantes fue Zeno Gandía, un médico; pero la generación del 40, del 50, y después, la del 70, escribía básicamente cuentos. Muchos escritores se dieron a conocer a través del cuento. Mis primeros tres libros fueron cuentos, y todo se debía al tiempo, porque tenía que ganarme la vida.

«Y es que con un cuento tú puedes sentarte y trabajarlo una semana, un fin de semana, un día; pero una novela tienes que tenerla toda en la mente. ¿Por qué? Porque si tienes un personaje que en la página 5 dice que no sabe nadar, cuando vas por la 300 no puedes ponerlo a bracear en una piscina, de espaldas; si en la página 5 habla de una forma, en la 300 tiene que seguir hablando de esa misma forma. Pero si uno está escribiendo novela, y tiene que dejarla dos meses y volver, y dejarla otros dos meses y volver, pues se te hace muy difícil mantener esa continuidad.

«Creo que lo que ha sucedido es que muchos novelistas son profesores universitarios que han conseguido algún tipo de apoyo o beca que les ha permitido ganar tiempo. Ese es, a mi entender, el porqué se están publicando ahora más novelas, aunque el cuento sigue imperando en Puerto Rico.».

-Me gustaría preguntarle en qué momento está la literatura latinoamericana…

-¿Qué te puedo decir? Todavía permanece la sombra del boom, que fue tan brutal. Creo que está pasando como con los escritores españoles del siglo XVIII, quienes, después de los que reinaron en el XVII, después de Calderón de la Barca, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo…, seguramente se preguntaban: ¿Qué hacemos ahora? Sin embargo, hay figuras importantes que están destacándose. Quizá no han hecho el ruido a nivel internacional que consiguió el boom, el cual todavía está vivo (ahí están García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa…), pero pienso que nuestra literatura está bien.

-Puerto Rico, como la mayoría de los países, debe estar bombardeado todo el tiempo por los best seller y la literatura chatarra. ¿Dónde está el secreto del éxito de Luis, si escribe una literatura que no se regala?

-Me preguntas lo mismo que muchos de mis estudiantes. Si yo supiera la respuesta estaría ahora mismo escribiendo otro libro para hacerme multi, multimillonario (ríe). Mira, la única respuesta que se me ocurre -tan arrogante que me da trabajo decirla- es: El secreto consiste en escribir un libro bueno.

«Sin embargo, por otra parte, sé que hay muchos libros buenos, excelentes, que no se venden. Conozco varios. Entonces no sé qué más decir… Cuando salió El silencio de Galileo se hizo una edición enorme en Latinoamérica y en España, donde funcionó excelentemente, mientras que en Puerto Rico nos quedamos sin libros durante un mes, pues se vendieron al instante. Y como tú dices, compitiendo con Dan Brown y esas cosas. ¿Cómo lo logré? No sé, esas cosas pasan. Mas el secreto no debe estar muy lejos de escribir un libro bueno, de escribir sobre cosas que a la gente le interese, un libro que sea novedoso.

«Lo que más me enorgullece es que mis libros no se parecen al de otro autor, desde Seva hasta el último. Al contrario, los críticos siempre dicen: Esto es nuevo, esto es original, esto nadie lo ha hecho. Eso para mí siempre ha sido muy importante. El corazón de Voltaire, según dicen, es la primera novela epistolar del siglo XXI. Magnífico. Quizá haya sido eso lo que ha llamado la atención de la gente que dice: Caramba, una novela en correo electrónico. Y es sobre una figura sobresaliente, Voltaire, ¡vamos a ver!… La verdad es que, además de lo que te he dicho, no sé qué contestarte».

-Como otros, usted pudo haberse dejado absorber por el sistema, instalarse en Estados Unidos, y quizá el camino del escritor hubiese sido más llano y cómodo. ¿Por qué insiste en ser un escritor puertorriqueño…?

-No, latinoamericano.

-Perfecto, Latinoamericano…

-A mí me ofrecieron trabajos muy buenos en la Universidad de Columbia y en el Hunter College de Nueva York, los cuales eran muy bien remunerados. Déjame explicarte: yo soy latinoamericano primero y puertorriqueño segundo. Prefiero ser latinoamericano en cualquier país de América Latina, donde estaré con mis hermanos, que un ciudadano de segunda clase en Estados Unidos. Incluso aunque gane el triple de dinero, para mí sería horrendo vivir en un país al que no pertenezco, y donde me tratan como un inferior. Quizá sea que nunca fue una meta en mi vida convertirme en millonario, sino ser escritor. Por eso me basta con un ingreso que me deje vivir cómodo y que me permita escribir. Es decir, que realmente el «sueño americano» nunca me ha seducido, y creo que ya estoy muy viejo para que lo haga.

-Casi todos los escritores que comienzan, tratan de echar a un lado a quienes les antecedieron, rompen con todo, los «matan». ¿Ese también fue su caso?

-Aprendemos de ellos, pero tenemos que matarlos. Yo tuve la dicha, en un momento importante de mi vida, de entregarle a Julio Cortázar un cuento que escribí en su estilo, y se lo di con una notita diciéndole que se lo dedicaba, que él era mi maestro y le daba las gracias por todo lo que me había enseñado sin saberlo. Pero que, lamentablemente, había llegado la hora de «matarlo» -como él mismo decía, que había que matar a papá. Él me contestó y me dijo que le había gustado el cuento, pero que, por favor, que lo matara simbólicamente (sonríe).

«Tuve que dejar de leer a Cortázar, a Kafka… Se lo digo a mis estudiantes, que tienen que aprender de los maestros, pero que no pueden imitar servilmente porque se convertirían en un Cortazarito, un Borgito, un García Marquecito…, que tienen que desarrollar un estilo propio. Por eso estos grandes autores son maestros, porque no imitaron servilmente».

-¿Otro consejo para los que empiezan a escribir?

-Un «secreto» mío es el énfasis que le pongo a los clásicos. Veo muchos jóvenes leyendo solamente lo contemporáneo y se ponen a experimentar, supuestamente trayendo cosas nuevas, pero sin conocer lo viejo. Y no es posible rebelarse contra algo que no conoces. Por ello hay tantos problemas con la forma. Creen que están escribiendo un cuento, sin embargo lo que están haciendo es una monserga. En el cuento debes y tienes que experimentar, pero un cuento es un cuento. ¿Que quieres mezclar y meter cosas? Hazlo, pero ponle otro nombre, como hizo Unamuno que lo llamó nivola; como Gómez de la Serna que hablaba de greguerías, o Valle Inclán de esperpento… Ponle otro nombre, pero no me digas que es un cuento cuando la tradición tiene cinco mil años, ni tampoco que es una novela, cuando evidentemente es una mera anécdota o reflexión en prosa poética… por ponerte un ejemplo.

«Mi aprendizaje principal ha sido con los clásicos. De hecho, cuando he querido pensar, descubrir, inventar cosas nuevas, a veces las he encontrado en clásicos que tienen 400 años. Algunos clásicos son más novedosos que los autores contemporáneos».

-¿Algún tema que angustie a Luis López Nieves?

-La libertad de Puerto Rico. Estamos hablando de un genocidio cultural. Estados Unidos invadió Kosovo, porque supuestamente estaban llevando a cabo un genocidio. Y exigía que el «gran tirano» se marchara de Iraq… Sin embargo, sabemos que las reglas cambian cuando se trata de ellos. Fíjate lo que está haciendo Israel en Gaza todos los días, y nadie invade Israel para ayudar a los palestinos…

«La gente piensa: si tú hablas en Puerto Rico te meten preso o te reprimen. No, es que la represión dentro de Estados Unidos es diferente, más sofisticada. Allí realmente consiste en la marginación, en el desempleo (yo perdí varios empleos por ser independentista, antes de finalmente ubicarme)…

«Desde el principio, ellos intentaron implantar en Puerto Rico lo que hicieron en Alaska y Hawai. Pensaron que podían erradicar nuestra cultura. No pudieron. Desde 1898, que llegaron a Puerto Rico, hasta 1948, el idioma oficial fue el inglés. Estaba prohibida la bandera puertorriqueña, la gente iba presa por sacarla. Puerto Rico cambió de nombre y se empezó a llamar Porto Rico. El campesino, el guajirito, iba el primer día de clase a la escuela pública y no entendía nada, porque todo era en inglés. Por eso hay una generación, la de mis abuelos, que estudió poco en las escuelas. Claro, mi tía me contaba que la maestra ponía un muchachito a velar en la ventana y daba las clases en español. Cuando venía el supervisor, entonces cambiaba: yes, fine… Después que este se marchaba, volvían al español.

«En el 48 se dieron por vencidos, se percataron de que estaban tratando con una cultura muy fuerte, y nos permitieron que volviera nuestra lengua al sistema público, pero, aún así, continúan con las mismas motivaciones, solo que a un nivel más sutil. Por ejemplo, entregan muchas becas y premios para el que no sabe inglés, muchos proyectos de enseñanza de inglés… Ahora mismo en Puerto Rico es más fácil aprender inglés que español, y eso se llama genocidio cultural. Eso me preocupa mucho, porque Puerto Rico es parte de América Latina, y excepto el apoyo de Cuba, que siempre ha estado ahí, me encantaría que Chávez, por ejemplo, denunciara la situación que vive Puerto Rico. Tampoco escucho al ALBA, a Evo Morales o a Correa, hablar de Puerto Rico. Y la Argentina pide apoyo para Las Malvinas, y tienen mi apoyo, pero no oigo que la Argentina denuncie la situación colonial de Puerto Rico, aunque sí denuncia la situación colonial de Las Malvinas…».

-Usted ha tenido el privilegio de ser el tercer puertorriqueño que ha sido nombrado Escritor Residente de la Universidad del Sagrado Corazón…

-Y como dice, ha sido un honor. El primero fue Juan Ramón Jiménez, quien se refugió en Puerto Rico después de la Guerra Civil española. El segundo fue un poeta, Francisco Matos, que estuvo preso con Albizu Campos por cuestiones políticas, pues era nacionalista. Por todo lo que sufrió en la cárcel se volvió loco. Escribió un poemario muy famoso titulado Canto a la locura. Se recuperó cuando salió de la cárcel y lo nombraron Escritor Residente. Yo fui el tercero. Además del reconocimiento innegable que implica, es muy estimulante que una institución te diga: Mira, dedícate a escribir y te pagamos. Y sí, ha sido un privilegio enorme porque me ha dejado tiempo para poder escribir, que es lo más importante, porque lo que queremos los escritores siempre es tiempo.

-Es evidente que en Puerto Rico el Premio Nacional de Literatura se otorga al mejor libro del año, y El corazón de Voltaire permitió que recibiera ese importante reconocimiento por segunda ocasión…

-Esa distinción la otorga el Instituto de Literatura Puertorriqueña. El nombre oficial no es Premio Nacional, porque allá la palabra “nacional” es como prohibida, suena medio subversiva. Lo «nacional» es lo norteamericano. En ese reconocimiento participan varias instituciones: la Universidad de Puerto Rico, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Ateneo Puertorriqueño, la Academia de Historia, la Academia de la Lengua… Es el premio oficial más importante.

«Cuando recibí el primero, obviamente me sentí más que satisfecho, porque me otorgaban esa distinción académica, crítica, mientras el libro se vendía bien. Pero cuando rompieron reglas para concedérmelo nuevamente por El corazón de Voltaire -yo ni pensaba en él porque no es un concurso al que uno somete-, la satisfacción fue mayor. Tranquiliza conocer que no han sido en vano tantas horas de soledad frente al monitor, días enteros… O sea, que agradezco mucho estos premios».

-Ahora mismo, la crítica y los conocedores lo aclaman como el mejor escritor de Puerto Rico…

-Gracias.

-¿Llega a molestarle esa nominación?

-Bueno, uno escribe para que lo lean, y es una gran satisfacción. En la literatura hay dos tipos de éxito: el de ventas, que quizá no ande acompañado de ningún reconocimiento crítico (como un Paulo Coelho, por ejemplo); y el que está avalado por el aplauso de los doctores, pero que cuando el lector común recibe el libro dice: Yo no entiendo nada. Mis libros, por suerte, gozan de mucho éxito de ventas. Seva tiene más de 20 años y se sigue vendiendo como el primer día, lo que también sucede con El corazón de Voltaire y los otros. Al mismo tiempo, han recibido el reconocimiento de la crítica.

«Debo decir que me alegran las críticas que han recibido mis libros en Puerto Rico, pero prefiero aquellas que vienen de afuera de Puerto Rico, porque entre quienes las firman y yo no media ningún compromiso ni amistad. Cuando es un Seymour Menton, autor de la afamada antología El cuento hispanoamericano, profesor desde hace más de 35 años en la Universidad de California, o cuando la escribe la doctora Estelle Irizarry, de la Universidad de Georgetown, que tampoco me conocía cuando empezó a escribir sobre mí, entonces me atrevo a pensar que mi trabajo ha valido la pena».

FIN


“Puertorriqueño a tiempo completo” (versión ampliada), José Luis Estrada Betancourt, Juventud Rebelde, La Habana, Cuba, 26 abril 2010, ciudadseva.com.


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