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Endechas a la muerte de Guillén Peraza de Anónimo

Poema comentado por Paz Díez Taboada


Endechas a la muerte de Guillén Peraza

 

   Llorad, las damas, sí Dios os vala.
Guillén Peraza quedó en La Palma
la flor marchita de la su cara.
   No eres palma, eres retama,
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.
   Tus campos rompan tristes volcanes,
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.
   Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo?, ¿dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza.


Las endechas son un cantar o canción popular con varias estrofas -de ahí su nombre en plural- y de metro breve -con frecuencia, hexasilábico-, que trata un tema triste, casi siempre fúnebre, y es una variante popular de la elegía -género lírico del dolor y la muerte-. Las que aquí reproducimos están consideradas la primera manifestación literaria de las Islas Canarias, y la conocida versión del grupo musical Los Sabandeños es prueba de su permanencia hasta nuestros días en el folclore de las Islas.

En versos pentasílabos asonantados en los pares -aunque suelen escribirse, como aquí lo hacemos, en trísticos monorrimos- están dedicadas a la muerte del caballero sevillano Guillén Peraza, que murió en 1443, en la conquista de la isla de La Palma. Poco después, comenzaron a difundirse oralmente y, con toda probabilidad, cantadas, pero, hasta dos siglos más tarde, no se incluyeron en cancioneros. No obstante su carácter popular y su brevedad, en este texto lírico se encuentran en acertada síntesis los motivos fundamentales del género elegíaco. En primer lugar, la exhortación al llanto por la muerte del caballero, que una anónima voz poética dirige a las damas, seguida del “sí Dios os vala”, lo que es tanto como decir “que Dios os lo premie”; y, a continuación, la explícita anunciación de la muerte, acompañada de una metafórica alabanza del muerto que “quedó en La Palma / la flor marchita de la su cara”, lo que debe entenderse como que en la isla dejó marchita la flor de su cara.

En las estrofas 2ª y 3ª, se presentan la imprecación y la maldición al lugar de la muerte. Primero, la expresión del carácter maldito de La Palma, que no es ya “palma” o palmera, árbol que es emblema de la alegría, sino “retama” y “ciprés”, que lo son del luto y de la muerte; para, al fin, calificarla, obsesiva y redundantemente, como “desdicha, desdicha mala”. Y, en la siguiente estrofa, la amargura de “la voz que habla” se vuelca sobre la isla en forma de tres malos deseos: que los campos sean rotos por los volcanes, que toda ella no conozca el placer, sino sólo el pesar, y que sus flores sean ahogadas por las arenas.

En la 4ª estrofa, tras el doble apóstrofe al muerto, aparece la obligada pregunta retórica ubi sunt? (“¿En dónde están?”), viejo tópico de origen bíblico, muy frecuente en la literatura occidental en todas las épocas y estrechamente ligado al del sic transit gloria mundi (“así pasa la gloria del mundo”). Su sentido es resaltar la fugacidad de todo lo que existe, pues se pregunta -y no hay respuesta posible- por quienes han muerto o por personas, situaciones, hechos o cosas que se han perdido o han desaparecido irremediablemente. La fuente de este tópico en Europa fueron los plantos clericales latinos, muy abundantes en los siglos XI y XII, que solían ser “poemas de circunstancias” en homenaje a algún difunto de relevancia social. La formulación clásica y la más repetida es la de la frase Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? (“¿En dónde están los que vivieron en este mundo antes que nosotros?”) perteneciente a un canto germánico medieval de tipo goliardesco, que, curiosamente, es hoy la letra del himno académico universitario Gaudeamus, igitur

Pero, en estas endechas por Guillén Peraza, la pregunta no tiene por objeto inquirir adónde ha ido o en dónde está el muerto, sino que se pregunta por sus armas ofensiva y defensiva, “lanza y escudo”, que son metonimia de la condición de guerrero del sevillano. Por último, la reflexión sentenciosa final avisa de que, para el hombre, para todos los hombres, todo “lo acaba la malandanza”, o sea, la mala suerte o fortuna adversa que se concreta con esta metonimia de la muerte, pues ella es, por antonomasia, el “mal paso” o “malandanza” definitiva.


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