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Ser de Sansueña de Luis Cernuda

Poema comentado por Paz Díez Taboada


Ser de Sansueña

Acaso allí estará, cuatro costados
bañados en los mares, al centro la meseta
ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra
original de tantos, como tú, dolidos
de ella y por ella dolientes.

Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo
para de sí arrojarte. En ella el hombre
que otra cosa no pudo, por error naciendo,
sucumbe de verdad, y como pago
ocasional de otros errores inmortales.

Inalterable, en violento claroscuro,
mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil,
con nieves y resoles, riadas y sequías;
almendros y chumberas, espartos y naranjos
crecen en ella, ya desierto, ya oasis.

Junto a la iglesia está la casa llana,
al lado del palacio está la timba,
el alarido ronco junto a la voz serena,
el amor junto al odio, y la caricia junto
a la puñalada. Allí es extremo todo.

La nobleza plebeya, el populacho noble,
la pueblan, dando terratenientes y toreros,
curas y caballistas, vagos y visionarios,
guapos y guerrilleros. Tú compatriota,
bien que ello te repugne, de su fauna.

Las cosas tienen precio. Lo es del poderío
la corrupción, del amor la no correspondencia;
y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo
de ninguna: deambular, vacuo y nulo,
por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce.

Si en otro tiempo hubiera sido nuestra,
cuando gentes extrañas la temían y odiaban,
y mucho era ser de ella; cuando toda
su sinrazón congénita, ya locura hoy,
como admirable paradoja se imponía.

Vivieron muerte, sí, pero con gloria
monstruosa. Hoy la vida morimos
en ajeno rincón. Y mientras tanto
los gusanos, de ella y su ruina irreparable,
crecen, prosperan.

Vivir para ver esto.
Vivir para ser esto.


A medida que se fue consumando la separación espiritual entre España y Cernuda, la nostalgia primeriza de su tierra (su Andalucía natal y la añoranza del edén perdido de la infancia; véase, por ejemplo, la última estrofa de “Tierra nativa” (Como quien espera el alba, 1941-1944): «Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? / Aquel amor primero, ¿quién lo vence? / Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, / tierra nativa, más mía cuanto más lejana?») se convirtió paso a paso en resentimiento, y el tono de amargura y total negación se acentuó en los últimos años, como puede observarse en Desolación de la quimera (1956-1963), la parte más desgarrada del discurso poético de un hombre en permanente exilio y hastiado de vivir tras haber sido arrojado de su patria de la que, sobre todo, desprecia la desconfianza de sus compatriotas hacia todo lo distinto y superior. En “Díptico español” se lee: “Si yo soy español, lo soy / a la manera de aquellos que no pueden / ser otra cosa: y entre todas las cargas / que, al nacer yo, el destino pusiera / sobre mí, ha sido esa la más dura. / No he cambiado de tierra, / porque no es posible a quien su lengua une, / hasta la muerte, al menester de la poesía”.

Es frecuente que la poesía de los exiliados españoles contenga diatribas y condenaciones a “aquella España”, la de los vencedores de la Guerra Civil, pero siempre mantienen la añoranza y la nostalgia de la patria perdida. En cambio, Cernuda, en su hipersensibilidad, parece que está condenando sin paliativos todo lo español, y, sin embargo,  aunque parezca que lo desee, tampoco él puede desligarse totalmente.  Incluso, algunas veces, por debajo de tanta amargura y resentimiento y, más allá de esa su visión tan negativa y en curiosa contradicción, se entreve la obsesión y la necesidad de una España que aparentemente abomina y, desde luego, el deseo de haber pertenecido a otra que, ni cerrada ni rencorosa, fuera más real, más viva, más noble y tolerante, “según la tradición generosa de Cervantes” o de Pérez Galdós, una España que mirara hacia el futuro y no al pasado, y que era la única que Cernuda juzgaba verdadera. Como dice la última estrofa del poema II de “Díptico español”: «La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla, / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado, / de aquella nos consuela y cura ésta.» (Desolación de la quimera, 1956-1962).  Y en Historial de un libro (apareció como tal por primera vez en Papeles de Son Armadans (1959), aunque censurado, y después ya íntegro en Poesía y literatura , 1960) escribe: «no podía menos de sentir hostilidad hacia esa sociedad en medio de la cual vivía como extraño. […] España me aparecía como país decrépito y en descomposición; todo en él me mortificaba e irritaba»

Sansueña es el nombre de una ciudad mítico-legendaria de la España del interior que se nombra en los romances del ciclo carolingio para denominar, simbólicamente, la “España perdida” bajo el poder musulmán. A ella hacen referencia, también, diversas obras de la literatura española posterior, como, por ejemplo, “Profecía del Tajo” de fray Luis de León, que la sitúa próxima a Toledo, o el capítulo XXVI de la Segunda Parte de El Quijote, en que Cervantes la identifica con la actual Zaragoza, siguiendo así los romances antedichos; por otra parte,  este nombre  aparece sorprendentemente diseminado por muchos lugares de diversas regiones españolas.

Aquí, “Sansueña” es para Cernuda un topónimo generalizador y mítico de la realidad total de España, de “aquella” que para él fue “una patria perdida” por una violencia que, en efecto -como la trágica “pérdida de España” en el 711- se gestó, de hecho, en tierras del norte de África y por militares africanistas.

El poeta lanza en este hermoso y desgarrador poema un durísimo denuesto, que no deja de ser una negra verdad, sobre la sinrazón congénita de esta tierra de violentos contrastes en la que se juntan y revuelven, como en el clima, el paisaje, los frutos y las costumbres: nieve y resol, riadas y sequías, desierto y oasis, naranjos y espartos, iglesia y prostíbulo, palacio y timba, alarido ronco y voz serena, amor y odio, caricia y puñalada;- “Allí es extremo todo”.  [Como curiosa coincidencia, véanse estos versos del poema “Canto rabioso de amor a España en su belleza” de Ángela Figuera: «…playas doradas, ásperos cantiles; / de tierra en tierra con praderas húmedas, / sierras nevadas, florecidos valles, / pardas llanuras, parameras ásperas, / cierzos helados, delicadas brisas…» (Belleza cruel, 1958)]. Una tierra de larga y gloriosa historia, aunque siempre ardua, pero en la que, en el “hoy” de Cernuda, en medio de una “ruina irreparable”, “los gusanos crecen”.

Es este uno de esos poemas «intensos, lúcidos y punzantes» -en palabras de Octavio Paz- de Cernuda en que afronta acremente la realidad trágica de un país, el suyo, que lo arrojó de sí y del que hubiera querido -y no puede- sentirse ajeno. Los dos versos finales (“Vivir para ver esto. / Vivir para ser esto”) son el resumen, casi patético, de un hombre amargado y descorazonado que se siente morir de pena y de rabia “en ajeno rincón”.

 

La imagen de España como patria ardua e injusta, en donde prolifera la envidia, ya se insinuaba en el Cantar de Mio Cid; pero fue Lope de Vega -aunque sin demasiados motivos para ello- quien acuñó la imagen de España como mala madre o madrastra de sus mejores hijos en su canción “Sola esta vez quisiera…” incluida en su novela pastoril La Arcadia (1598): «¡Ay dulce y cara España, / madrastra de tus hijos verdaderos, / y con piedad extraña / piadosa madre y huésped de extranjeros! / Envidia en ti me mata, / que toda patria suele ser ingrata….».

En la misma línea y recurrentemente, se mostraron la mayoría de nuestros ilustrados; por ejemplo, Meléndez Valdés en su larguísimo Discurso I, “La despedida del anciano”. Poco después, hacia 1823, cuando, en similares circunstancias y por razones análogas a las de Meléndez, Leandro Fernández de Moratín hubo de marchar a su definitivo exilio en Francia, escribió el soneto “La despedida”, cuyo último verso termina “…adiós, ingrata patria mía”.

En el siglo XX, y por razones obvias, los ejemplos se multiplicaron. A este nuevo resurgir del tema de España -que, por otra parte, nunca decayó del todo-, se adelantó el gran poeta catalán Joan Maragall (1860-1911), en la muy significativa y trágica fecha de 1898, con su magnífica “Oda a Espanya” incluida en su libro Visions & cants (1900): «Escolta, Espanya, la veu d’un fill / que et parla en llengua no castellana: / parlo en la llengua que m’ha donat / la terra aspra; / en’questa llengua pocs t’han parlat; / en l’altra, massa… [“Escucha, España, la voz de un hijo / que te habla en lengua no castellana; / hablo en la lengua que me ha legado / la tierra áspera; / en esta lengua pocos te hablaron; / en la otra mucho…]

Miguel de Unamuno mostró en el soneto siguiente una visión crítica y punzante de la peor España: «¡Ay, triste España de Caín, la roja / de sangre hermana y por la bilis gualda, / muerdes porque no comes, y en la espalda / llevas carga de siglos de congoja. // Medra machorra envidia en mente floja / -te enseñó a no pensar Padre Ripalda-, / rezagada y vacía está tu falda / e insulto el bien ajeno se te antoja. // Democracia frailuna con regüeldo / de refectorio y ojo al chafarote, / ¡viva la Virgen!, no hace falta bieldo. // Gobierno de alpargata y de capote, / timba, charada, a fin de mes el sueldo, / y apedrear al loco Don Quijote.» (Cancionero. Diario poético, 1928-1936)

En un tono parecido al de Cernuda, Eugenio G. de Nora (1923-2018) escribió su poema “País”: «País rico en sol; en sangre / vertida y seca al sol, para que adorne / (dicen ellos) la enseña; país rico / en olivos, naranjas, monjas, cobre, / panderetas y vinos, mucho espíritu / y bastante ganado. / País rico en ricos. / Sólo el pueblo / pobre. / País desde luego antiguo. / Milenario / o más. No sólo en piedras y en nombres / igualmente gastados, sino en usos, / costumbres, feudos y sobre todo en devociones / in me mo ria les. / País viejo, / padrastro ya inmisericorde, / con delirios (ay, de grandeza, dicen), / manías y rencores / de viejo loco. / Sólo el pueblo / joven.» (Angulares, 1955-1964). El pasaje de la enumeración de las riquezas de España -aquí, con doloroso sentido irónico y casi sarcástico- es eco del viejo asunto literario “Del loor de España”, que fue tratado por primera vez y en latín medieval, en Las Etimologías de San Isidoro de Sevilla (h. 560- h. 636); pero su primera versión castellana se encuentra en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio (1221-1284): «España es abondada de mieses, deleitosa de fructas, viciosa de pescados, sabrosa de leche et de todas las cosas que se della facen; llena de venados et de caza, cubierta de ganados, lozana de caballos, provechosa de mulos, segura et bastida de castiellos, alegre por buenos vinos, folgada de abondamiento de pan; rica de metales […]; briosa de sirgo et de cuanto se face dél, dulce de miel et de azúcar, alumbrada de cera, complida de olio, alegre de azafrán.»

En 1960 se publicó La pell de brau del excelente poeta catalán Salvador Espriu (1913-1985). El título del libro -“La piel de toro”- es una referencia mítica a España, a la que el poeta se dirige con el nombre de “Sefarad”, como la designaban los judíos españoles; en ese libro se encuentra este poema, el XLVI: «A vegades és necessari i forçós / que un home mori per un poble, / però mai no ha de morir tot un poble / per un home sol: / recorda sempre aixó, Sepharad. / Fes que siguin segurs els ponts del diàleg / i mira de comprendre i estimar / les raons i les parles diverses dels teus fills. / Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats / i l’aire passi com una estesa mà / suau i molt benigna damunt els amples camps. / Que Sepharad visqui eternament / en l’ordre i en la pau, en el treball, / en la difícil i merescuda / llibertat.» [“A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero jamás ha de morir todo un pueblo / por un solo hombre: / recuerda esto siempre, Sefarad. / Haz que sean seguros los puentes del diálogo / e intenta comprender y amar / las diversas razones y las hablas de tus hijos. / Que la lluvia caiga lentamente en los sembrados / y pase el aire como una mano extendida, / suave y muy benigna, sobre los anchos campos. / Que Sefarad viva eternamente / en el orden y la paz, en el trabajo, / en la difícil y merecida / libertad.” (Trad. José Batlló)]

Por los mismos años que Cernuda y Espriu, Ángela Figuera (1902-1984) parafraseaba el himno mariano “Salve, Regina” en este “Salve a España”: «Dios te salve / tierra y madre / sin misericordia; / muerte, amargura y esperanza nuestra, / Dios te salve. / A ti llamamos, / a ti suspiramos / gimiendo y llorando / en tu valle de lágrimas. / (De lágrimas, ¿por qué? ¿Por qué de llanto / tus hombres y tus ríos se alimentan?) / A ti clamamos / los desterrados / de ti, que en ti vivimos extranjeros, / de tu raíz de ayer desposeídos, / de tu verdad de hoy eliminados, / a tu futura herencia no admitidos. / A ti llamamos / los huérfanos de ti en tu propia entraña, / los que a diario te aman y te sufren, / los que te llevan, ácida, en la sangre, / los que sus huesos sueldan con tus huesos, / y no saben salvarte y balbucean “que Dios te salve” por si Dios escucha.» (Toco la tierra. Letanías, 1962). Y la misma poetisa finalizaba así su ya citado poema “Canto rabioso de amor a España en su belleza”: «Porque eres bella, España, y te me mueres, / porque eres mía, España, y no te absuelvo / del mal de España, canto tu belleza / y fecho y firmo a corazón parado, / boca cerrada y apretados puños, / clavándome la lengua entre los dientes, / porque no quiero blasfemar tu nombre.» (Belleza cruel, 1958)

A la pregunta “¿qué es España?”, contestaba Blas de Otero (1916-1979) en otro incisivo poema  cercano al de Cernuda: «A veces pienso que sí, que es imposible / evitarlo. Y estoy a punto de morir / o llorar. Desgraciado de aquel que tiene patria, / y esta patria le obsede como a mí. // Pregunto, me pregunto: ¿Qué es España? / ¿Una noche emergiendo entre la sangre? / ¿Una vieja, horrorosa plaza de toros / de multitud sedienta y hambrienta y sin salida? // Fuera yo de otro sitio. De otro sitio cualquiera. / A veces pienso así, y golpeo mi frente / y rechazo la noche de un manotazo: España, // aventura truncada, orgullo hecho pedazos, / lugar de lucha y días hermosos que se acercan / colmados de claveles colorados, España.» (Que trata de España, 1964)

Y para terminar, “Apología y confesión” de Jaime Gil de Biedma (1929-1990): «Y ¿qué decir de nuestra madre España, / este país de todos los demonios / en donde el mal gobierno, la pobreza / no son, sin más, pobreza y mal gobierno / sino un estado místico del hombre, / la absolución final de nuestra historia? // De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza. // Nuestra famosa inmemorial pobreza, / cuyo origen se pierde en las historias / que dicen que no es culpa del gobierno / sino terrible maldición de España, / triste precio pagado a los demonios / con hambre y con trabajo de sus hombres. // A menudo he pensado en esos hombres, / a menudo he pensado en la pobreza / de este país de todos los demonios. / Y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos simple, en otra España / en donde sí que importa un mal gobierno. // Quiero creer que nuestro mal gobierno / es un vulgar negocio de los hombres / y no una metafísica, que España / debe y puede salir de la pobreza, / que es tiempo aún para cambiar su historia / antes que se la lleven los demonios. // Porque quiero creer que no hay demonios. / Son hombres los que pagan al gobierno, / los empresarios de la falsa historia, / son hombres quienes han vendido al hombre, / los que le han convertido a la pobreza / y secuestrado la salud de España. // Pido que España expulse a esos demonios. / Que la pobreza suba hasta el gobierno. / Que sea el hombre el dueño de su historia.» (Moralidades, 1966)

FIN


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