11 de septiembre
Luis López Nieves
Nunca he podido olvidar el dolor que me causaron los acontecimientos del 11 de septiembre. Ese día murió uno de los sueños más hermosos que he tenido en la vida, y nunca me recuperé del todo.
Yo acababa de llegar a Nueva York, adonde fui a estudiar literatura. El año escolar estaba comenzando y todavía no conocía a casi nadie en la universidad. Por eso me sorprendió llegar a los pasillos del Departamento de Estudios Hispánicos a eso de las 4 de la tarde y ver a todos con cara de tristeza, incredulidad, espanto, indignación. Aquel pasillo era una densa antología de emociones. Y yo venía de pasar nada menos que un día muy feliz releyendo Rayuela en mi cuartito, que no tenía radio ni televisión. Pregunté qué había pasado y recibí la respuesta como un golpe de aire duro:
-Mataron a Salvador Allende. El ejército tomó el poder en Chile. No se sabe qué han hecho con Neruda.
Ese 11 de septiembre de 1973 yo tenía 23 años de edad y era parte de una generación que creyó posible traer el cambio a Latinoamérica por medios democráticos. Chile había elegido, libremente, al presidente socialista Salvador Allende, quien defendía ideas tan sencillas como la igualdad, el fin de la explotación de los pobres, y la libertad para Chile y toda América Latina.
Ahora, 30 años después, entiendo claramente que este último punto no era posible en aquel momento ni lo será mientras exista el Imperio Norteamericano. Ese importante 11 de septiembre comprendí que ningún imperio cede el poder por las buenas. También aprendí, más allá de toda duda, que el Imperio Norteamericano promulga la democracia mientras los resultados de las elecciones estén a su favor. Y que cuando estos resultados no les favorecen están muy dispuestos a romper las reglas democráticas. Así ocurrió en Chile, donde compraron, asesoraron y apoyaron a un generalillo de tercera categoría para que les hiciera el trabajo sucio.
A los 23 años de edad se puede ser iluso. Treinta años después he aprendido a seguir soñando, pero con los pies en el suelo. Tenemos un poderoso enemigo, los Estados Unidos, cuyo único fin en América Latina es la explotación de nuestras riquezas naturales y humanas. Cualquiera que piense lo contrario -que opine, por ejemplo, que están en América Latina para ayudarnos o para regalarnos la democracia- es ignorante o tonto, y este artículo no lo he escrito para ellos.
Los imperios inventan causas cuando las necesitan. Los españoles izaron la bandera del catolicismo. Los ingleses la del comercio libre. Los norteamericanos la bandera de la democracia. Que ellos -los imperios- se crean este cuento, es lógico y necesario. Así adoctrinan a sus pueblos, con la ayuda del cine, la televisión y la prensa. Pero que nosotros, los dominados, nos creamos este cuento, es una necedad.
Esta dolorosa lección la aprendí el inolvidable 11 de septiembre.
FIN
Véase: Último discurso del presidente Salvador Allende.