Colúmpiase en el valle una azucena
tan pura y tan galana
como de abril la cándida mañana.
El zumbador que la enamora tierno
de su pudor y su beldad celoso,
no se atreve a libar en su corola
el néctar delicioso;
del sustento es priva
porque lozana y candorosa viva,
y muriera contento
gozando los perfumes de su aliento:
encantadora Elena,
yo soy el zumbador, tú la azucena.