¡Oh tú, temprano sol que en el oriente de tus primeros años has nacido coronado de luz resplandeciente,
salve! Y en tanto que a tu grato oído de mi voz, por cantarte, los acentos labios son de metal contra el olvido,
con presagios de ilustres vencimientos escucha el fin que a tu principio encierra, rendidos a tus pies los elementos.
La tierra te consagra el que a la tierra sujetó, cuando, próvida en su celo, los líquidos tesoros desencierra,
y, lloviendo al revés, salpicó el cielo, desangrando a Neptuno en rica fuente por venas de cristal sangre de hielo.
El mar te rinde aquel cuyo tridente tantas veces venció su orgullo fiero, segunda vez a límite obediente,
aquel del mar Neptuno verdadero, que en varias partes no se distinguía cuándo segundo fue, cuándo primero.
Del dulce viento la región vacía favorable te ofrece aquella ave que en éxtasis de amor vientos bebía.
Ave amorosa, pues, que con süave pluma llegó hasta el sol, en su sosiego volando dulce y suspendiendo grave.
El fuego te asegura el que del fuego nombre tomó, y el luminoso espacio arrebatado vio, turbado y ciego.
Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio, pues a tu admiración el cielo atento, la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio, Francisco el mar, cuando Teresa el viento.
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